agosto 28, 2013

PRELUDIO PARA UN ILUMINADO BICENTENARIO (II)

2ª parte:
(viene del realizado el 21 de agosto de 2013)
 


Cuando Gertrudis Gómez de Avellaneda llega a Madrid, D. Juan Nicasio Gallego fue el primero en recibirle gracias a una carta de recomendación de Alberto Lista (poeta, capellán e idólatra de la escritora que ya desde Cádiz le sigue los pasos). Al poco de instalarse en la capital, la bella y novel escritora conocerá inmediatamente a Nicomedes Pastor Díaz, a Juan Varela, a Bernardino Fernández de Velazco (duque de Frías), a Ventura de la Vega y a José Manuel Quintana entre otros muchos. Tanto de la Vega como Quintana se habían encargado de la exquisita educación de Isabel II y de su hermana Luisa Fernanda (Quintana aún instruía a las infantas en aquel momento). Fue el propio Nicasio Gallego, por iniciativa de Nicomedes Pastor Díaz, quien se encargó de llevar a la Avellaneda al Liceo madrileño ubicado en el Palacio de Vistahermosa (actual Museo Thyssen-Bornemisza), lugar donde se reunían entonces los más afamados literatos de la época. La joven poetisa se presentó en el mencionado palacio de incógnito (al más puro estilo romántico). José Zorrilla, que presidía la sesión aquel día, leyó entonces unos endecasílabos compuestos por ella sin conocer que la autoría de los mismos correspondían a Gertrudis Gómez de Avellaneda, La peregrina que triunfaba en los teatros de Sevilla, Málaga y Granada. La lectura de aquellos endecasílabos hizo delirar a los asistentes y los aplausos, según cuenta el propio Zorrilla en sus memorias, fueron universales (José Zorrilla, Recuerdos de tiempos viejos). Ante el asombro de todos los presentes, la Avellaneda se mostro agasajada y leyó un poema que produjo una ovación aun mayor, como nunca antes se había escuchado en el recinto. Inmediatamente después de aquello, la poetisa fue aceptada en el Liceo, sin más.
 
“Me voy a Madrid porque estoy absolutamente segura que seré una gran escritora, y no habrá poder en el mundo que haga renunciar a mi destino” había dicho Tula a su madre y padrastro al abandonar la capital hispalense. El vaticinio se cumpliría acto seguido, sin contratiempos iniciales.
 
En menos de un año se edita su libro Poesías (Madrid 1841) su primera gran obra, una recopilación de todas las composiciones escritas a lo largo de los cinco años anteriores. Francisco de Paula Mellado, conocido geógrafo, famoso periodista, escritor de renombre y prestigioso editor, fue el impresor. Y por si fuera poco, el extenso prólogo de aquella magistral obra estuvo a cargo de su ya amigo D. Juan Nicasio Gallego, Secretario General de la RAE. La edición de Poesías fue todo un acontecimiento literario sin precedentes en la sociedad madrileña decimonónica, la prensa y la crítica literaria estuvieron a su favor (¿Se podía pedir más para empezar?). A partir de entonces Gertrudis Gómez de Avellaneda fue declarada por sus contemporáneos como la primera poetisa de España.
 
El famoso café El Parnasillo ubicado en la calle del Príncipe, justo al lado del teatro del mismo nombre, era el lugar preferido por los románticos de aquellos años. Allí acudía la Avellaneda cuando concluían las funciones teatrales, para tratar sobre literatura, poesía y hasta sobre política (todo muy a pesar de que ella misma se encargó en negarnos esta última afición…) Las tertulias en El Parnasillo no tenían fin ni parangón, numerosas crónicas de la época lo atestiguan.
 
Es sobradamente conocido que la gran mayoría de los poetas y escritores de aquel momento, jóvenes y no tan jóvenes, cortejaron, de diferentes maneras, a la Avellaneda. Y según la rumorología de la época, José de Espronceda, eclipsado con la belleza de la joven poetisa y con su portento fue uno de ellos, y todo muy a pesar de estar él comprometido oficialmente con Bernarda de Beruete, joven de la alta sociedad con la cual proyectaba casarse. Algunos de los investigadores más contemporáneos creen que entre la joven romántica y el experimentado poeta, autor de El diablo mundo pudo existir un sutil romance, una especie de ambigüedad amorosa (Nicomedes Pastor Díaz, su íntimo amigo, lo mencionó en más de una oportunidad a lo largo de su vida). Por desgracia ese galanteo es difícil de demostrar por falta de documentación que lo acredite con toda seguridad. No olvidemos que Tula, a lo largo de toda su vida, se preocupó en borrar las pistas que le vincularan sentimentalmente con cualquier hombre que no fueran Pedro Sabater y Domingo Verdugo, sus dos maridos. De su vida privada y de sus escarceos y amoríos fuera de los dos matrimonios oficiales solo se supo, con absoluta certeza, a partir de 1907 cuando Lorenzo Cruz de Fuentes publicó aquel famoso Autobiografía y cartas inéditas obra que hizo historia porque desvelaba la prolongada relación que había mantenido la Avellaneda con Ignacio de Cepeda y Alcalde, el "gran amor de su vida”. También conocimos por la misma obra, entre otros devaneos de menor intensidad, los noviazgos mantenidos con Francisco Loynaz del Castillo, con Francisco Ricafort Sánchez y con el patético sevillanito que intentó suicidarse por ella, Antonio Méndez Vigo (hijo), por citar solo algunos ejemplos, de su primera juventud. Gracias a Mario Méndez Bejarano (Tassara, nueva biografía crítica) se conocería años después y de manera oficial, repito, la tormentosa y patética relación que mantuvo con el poeta sevillano, Gabriel García Tassara con el cual tuvo una hija, Brenilde (tema que trataremos más adelante). Y por si fuera poco, casi finalizando el siglo XX, en 1975, el historiador y militar José Priego Fernández del Campo nos regaló un lote de cartas (Cartas inéditas existentes en el museo del ejército) que desvelaba los amores con Antonio Romero Ortiz, escritor y político gallego de renombre, al cual había conocido, con toda probabilidad, durante su estancia en La Coruña. No sería descabellado pensar que doscientos años después alguien nos sorprenda con documentos que acrediten la posible relación que pudo mantener Gertrudis Gómez de Avellaneda con Gustavo Adolfo Bécquer (sí, con el mismísimo Bécquer), algo que la desaparecida y prestigiosa investigadora avellanediana, Rosario Rexach (Miembro de Número de la Académica Norteamericana de la Lengua Española y una de las intelectuales hispanas más destacadas de su generación), sospechó durante largos años de profunda investigación, y cuya pesquisa legó antes de dejarnos en 2003, a la conocida escritora y periodista sevillana Edith Checa, actual profesora de la UNED, presidenta a su vez de la Asociación Cultural y Literaria de la Avellaneda (ACLA). Edith Checa cree poder demostrar algún día no muy lejano, las sospechas antes citadas. Pero eso es harina de otro costal.
 
Regresemos a 1841, año clave para la política española. La Avellaneda no podía llegar en mejor momento a Madrid porque entre otras cosas, en breve comenzaría el trienio progresista que le beneficiaría ¡y mucho! Ese año no solo se edita su libro Poesías, también sale de imprenta Sab (Madrid 1841), novela que viene escribiendo desde su malograda estancia en La Coruña, y no en Lisboa como ella misma nos quiso hacer ver equivocadamente en su primera autobiografía autorizada (Periódico La ilustración, sábado 3 de noviembre de 1850). Sobre esto debo aclarar que el vapor Londonberry, que trasladó a la joven Avellaneda y a su hermano Manuel desde Vigo hasta Cádiz, estuvo anclado en el puerto de Lisboa (de paso) tan solo 48 horas. La escritora no tuvo tiempo físico, ni siquiera para bosquejar una novela tan compleja como lo fue Sab por muy confortable camarote que disfrutase en aquel vapor inglés. Tiempo fue, justamente, lo que le faltó, para visitar los numerosos monumentos y zonas lisboetas que dejó tan maravillosamente descritas para la posteridad en sus cartas a su prima Eloísa conocidas como Memorias de 1838, escritos que publicamos íntegramente el año pasado en el blog (La divina tula, julio-septiembre de 2012).
 
Paralelamente a la salida de Poesías y Sab, Gertrudis Gómez de Avellaneda vive, de primerísima mano, los delicados acontecimientos políticos acaecidos en Madrid aquel año (María Cristina, la regente, fue expulsada y se vio obligada exiliarse, primero en Roma, después en París). Muchos de sus amigos, los conocidos y los que conocerá inmediatamente después, estarán inmersos en la política española de entonces. En esta etapa entran a jugar un papel primordial dos personajes históricos de gran relevancia y muy vinculados a la escritora por razones dispares: el general Serrano (duque de la Torre), amante de Isabel II cuando era muy joven, el mismo que llegó a ser Regente del Reino. Y Ramón María de Narváez (I duque de Valencia), siete veces Presidente del Consejo de Ministros de España. De ambos personajes nos encargaremos ampliamente más adelante.
 
En 1842 fallece, a causa de la difteria, el gran poeta José de Espronceda, que era a su vez diputado por Almería  en el parlamento. La Avellaneda, impresionada con el repentino deceso del poeta y amigo por el cual siente respeto y admiración (…), compone una oda en su memoria. Alguno de los versos que integran el famoso poema, fueron improvisados durante la gran ceremonia de enterramiento a la cual ella asistió de riguroso luto y tremendamente compungida el 25 de mayo de 1842. Este tipo de poesía (especie de homenaje funerario) lo inicia la poetisa dos años antes, al conocer el fallecimiento de otro de sus referentes, el célebre José María Heredia (al cual conoció cuando ella tenía nueve años en su Puerto Príncipe natal). Lo mismo hará a lo largo de toda su vida con otros grandes escritores y poetas que conoce y que, inevitablemente fallecerán años más tarde: Nicasio Gallego y José Manuel Quintana, por citar dos notables ejemplos.
 
Muy conocida ya por la calidad y belleza de sus composiciones, la publicación de su novela SAB (obra que intentó secuestrar su padrastro por las ideas abolicionistas que encerraba), la convierten en un personaje relevante de las letras españolas a nivel internacional.
 
Las editoriales más prestigiosas de Madrid se pelean por publicar sus poemas y demás obras que progresivamente irá escribiendo. Pero es el “Gabinete Literario” quien muestra mayor interés y se alza con los derechos de publicación de una nueva novela que la autora ha comenzado a esbozar meses antes y de la cual se habla anticipadamente en los cafés y clubes de todo Madrid. La misma Avellaneda se ha encargado de difundir los temas a tratar. Se trataba de Dos mujeres, novela que le proporcionará grandes triunfos literarios y mayor prestigio a nivel internacional; pero también encontrará sus primeros contratiempos profesionales.
 
Dos mujeres es posiblemente la novela que más críticas, ocupó en la prensa de la época (algunas a favor, la mayoría en contra). Si en Sab la Avellaneda trata el escabroso tema de la abolición de la esclavitud (tabú para las privilegiadas clases) y se posiciona en defensa del bello sexo (otro tabú más), en Dos mujeres va mucho más allá llegando a defender el divorcio como solución a una unión no deseada. En esta segunda novela la autora se identifica con una de las protagonistas (o con las dos, depende del momento). Utiliza los recursos de su propia existencia y las conclusiones a que ha llegado personalmente, y las exterioriza sin medir las consecuencias de una sociedad moralista que le evaluará y señalará directamente y se vendrá se vendrá en contra suya. Son curiosos los consejos de los críticos que se consideran “amigos” en las diferentes críticas de los periódicos, y no sorprenden, para nada, la reacción del resto de los literatos más reaccionarios.
 
En Dos mujeres la Avellaneda es acusada hasta de falta de originalidad al, supuestamente, copiar las peligrosas doctrinas de George Sand, enemiga de la mayoría de la retrógrada sociedad española. Dos años después en una famosa carta escrita a Antonio Neira Mosquera (conocido articulista y escritor), la autora se defiende de las críticas aparecidas en la prensa con sólidos argumentos que el propio crítico literario utilizará en un artículo sobre la biografía de la poetisa aparecido en un periódico poco tiempo después. En aquella carta la Avellaneda reconocía la admiración que sentía por su novelista fetiche, George Sand, pero al unísono señalaba con energía y contundencia que la particularidad más característica de cualquier autor es su originalidad, y que en su caso personal nacía de manera forzosa de la independencia de su carácter, y de la incapacidad que tenía su imaginación para sujetarse a los caminos trillados en la literatura de la época. Con estas declaraciones sus enemigos comenzaron a tomarla muy en serio y a temerle de alguna manera. Había que sumergir en las oscuras profundidades de los océanos o de las cavernas terrícolas a un ser tan atrevido que intentaba cuestionarse la moral de la burguesía imperante. Por eso sus enemigos acérrimos no dejaron de ensañarse con ella, sin escrúpulos.
 
     La novela Dos mujeres fue editada en cuatro tomos, el primero de ellos salió a finales de 1842 y el segundo en enero de 1843. Al comenzar la primavera de aquel año, la Avellaneda había puesto ya punto y final a su controvertida polémica obra. Y cuando los dos últimos tomos estaban próximos a salir en las librerías, en medio de las más feroces críticas y de las ventas que se multiplicaban inexplicablemente, la escritora recibe una curiosísima invitación para visitar París. El viaje no podía venir en mejor momento.
 
En París, la capital del mundo occidental, Gertrudis Gómez de Avellaneda viviría momentos más que memorables.
 
 
Continuará…
 
Manuel Lorenzo Abdala
 
 
 
Bibliografía consultada.
 
1.  Zorrilla, José. Recuerdos del tiempo Viejo. Madrid, 1880
 
2.  Allison Peers, E. A history of The Romantic Movement in Spain. Cambridge University, 1940.
 
3.  Guerrero, Teodoro. Historia íntima de seis mujeres. Madrid, 1859
 
4.  Salcedo y Ruíz, Ángel. La literatura española: Nuestros días. Madrid 1917.
 
5.  Cruz de Fuentes, Lorenzo. Autobiografía y cartas de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Huelva, 1907
 
6.  Méndez Bejarano, Mario. Tassara, nueva biografía crítica. Madrid 1925.
 
7.  José Priego Fernández del Campo. Cartas inéditas existentes en el museo del ejército. Fundación Universitaria. Madrid 1975.
 
8.  Rexach, Rosario. Estudios sobre Gertrudis Gómez de Avellaneda (La reina mora del Camagüey) Editorial Verbum, 1996.
 
9.  La ilustración, Semanario pintoresco español, El laberinto, etc. Periódicos: Hemeroteca BNE.


agosto 21, 2013

PRELUDIO PARA UN ILUMINADO BICENTENARIO

 
Una introducción necesaria:
En breve se sucederán los actos por el bicentenario del nacimiento de Gertrudis Gómez de Avellaneda. En Cuba, la isla donde nació la poetisa1, afortunadamente, se ha creado una comisión con tal motivo. En España mientras, las cosas van a menos, y no solo por la crisis económica, sino por el desinterés que hacia la escritora se ha mostrado en las últimas dos décadas. Eso sí, sabemos que determinadas Instituciones de altísimo prestigio aprovecharán el impulso para hacerse valer (aún más) y enmendar, de alguna manera, deudas nunca resueltas de tiempos pasados.
 
El blog La divina Tula, así como también la “Asociación Cultural y Literaria La Avellaneda” (ACLA), fundada en 2009 por la también poetisa y periodista Edith Checa en la ciudad de Sevilla, por el contrario, no se acuerdan de Santa Bárbara únicamente cuando truena.
Desde dos mil once, año de la aparición en la Internet del blog sobre la Avellaneda, se le dedicó especial atención al rescate de la figura y de su obra, reclamando mayor atención y mejor trato por parte de las Instituciones que habían dejado de lado a tan prestigioso personaje, las mismas que se apresuran a recordarle en breve de manera tan ‘aprovechada’.
Exactamente igual que el blog, ha hecho desde el mismo día de su fundación la ACLA, cuyos miembros, todos, han custodiado los restos mortales de la poetisa que descansan en el cementerio de San Fernando, y que cada año, entre otras actividades, le brindan un merecido homenaje a su figura.
 
Para nosotros los actos por el bicentenario se convierten en momento de obligado recuerdo con el objetivo de perpetuar su memoria en el tiempo. Así lo hemos creído siempre y lo llevaremos a cabo de manera encomiable con nuestros modestísimos recursos.
Una ilustre mujer inexplicablemente relegada a planos muy inferiores a su verdadera categoría como poetisa, dramaturga y como escritora de primerísima línea, “la más grande de los tiempos modernos”, según palabras de Marcelino Menéndez y Pelayo2 no pasará inadvertida en el año de su bicentenario. No lo vamos a permitir.
 
 
I parte:
Rescatar de la prolongada distracción a tan admirable y sorprendente personaje de la historia y la literatura no es tarea tan factible como pudiera pensarse en un principio. A Gertrudis Gómez de Avellaneda se le ha interpretado y especialmente cuestionado hasta la saciedad como a pocos en la última centuria. En algunos casos, desgraciadamente, se le ha tratado como a cualquier peón del ajedrez literario, cuando en realidad ella fue la reina y el rey (juntos) de ese tablero decimonónico.
 
En este trabajo, que daré por entregas a partir de hoy, no pretendo rehacer la biografía de la esclarecida poetisa porque otras manos (mucho más doctas que las mías) lo hicieron con una encomiable maestría hace bastante tiempo: Juan Varela, Emilio Cotarelo Mori, Marcelino Menéndez y Pelayo y José Zorrilla por citar algunos de los más brillantes ejemplos. Pero eso sí, voy a centrar mi atención y observación personal en un momento crucial en la vida de la escritora, aquel que según mi opinión, marcó definitivamente su existencia futura. Se trata de una etapa que no está suficiente y profundamente estudiada por algunos de sus biógrafos y estudiosos, incluyendo a sus contemporáneos.
 
Durante los últimos tres o cuatro años he dedicado mis mayores esfuerzos al minucioso estudio del personaje y su obra, hurgando en bibliotecas y otros prestigiosos archivos alrededor del mundo. El resultado de mis investigaciones ha sido bastante sorprendente pues al comparar lo publicado hasta ahora (aquello que ha estado a mi alcance, que no es poco) y lo que he investigado, existen lagunas e imprecisiones varias que necesitan ser corregidas de inmediato. Determinados sucesos que nos han presentado los investigadores a lo largo de la ultima centuria están colmados de inexactitudes y equívocos porque en primer término es posible que la propia Gertrudis Gómez de Avellaneda y algunos de sus más fieles ‘adoradores’ contemporáneos lo creyeran oportuno por motivos dispares que pudieran beneficiarle en el plano personal y privado, y hasta en el político y gubernamental. Y en segundo lugar porque la biografía del personaje ha sido bastante distorsionada a lo largo de los años.
 
La autobiografía de la escritora (…) ha sido sometida a diversas manipulaciones. En primer lugar, no es el texto escrito en 1839, y dado a conocer por Lorenzo Cruz de Fuentes en 1907, el único autobiográfico (…), aunque sí el más difundido y aquel sobre el que se han basado buena parte de las interpretaciones tanto de la biografía como de la obra de Avellaneda. La edición del citado texto afianza una interesada imagen de la escritora que ha pesado irremisiblemente sobre la interpretación en torno a ella; versiones posteriores de dicho escrito han tendido a prolongar esta manipulación primera3
 
La autoría de la cita antepuesta corresponde a Ángeles Ezama Gil, profesora de la Universidad de Zaragoza, palabras que dejó plasmadas en su interesante ensayo Un siglo de manipulación e invención en torno a su autobiografía (1907-2007) Y yo, no solamente estoy de acuerdo con la profesora, sino que me he apoyado en su tesis como punto de partida para mis investigaciones iniciales.
 
El periodo que me propongo analizar durante las siguientes entregas es el comprendido entre los años 1840 y 1846, ciclo lleno de glorias y alabanzas, pero también colmado de habladurías, disgustos, dolores y hasta de infernales sufrimientos que progresivamente iré analizando entrega a entrega.
 
Como es sobradamente conocido, en noviembre de 1840 llega la novel escritora a Madrid en compañía de su hermano Manuel (su sombra y bastón necesarios) el cual le acompañará a casi todo los lugares hasta el fin de sus días. Tres meses antes los hermanos habían recibido parte de la herencia que les correspondía por la venta de unos aquilatados olivares en Constantina de la Sierra. Igualmente estaban en posesión ¡por fin! de una importante fortuna dineraria que hasta ese momento les había sido vetada y que controlaba, por infame ley impuesta, D. Isidoro Escalada, el execrable e ignominioso padrastro de ambos.
 
Lo primero que hace Tula nada más llegar a la capital del reino, imponiéndose al posible criterio de su hermano Manuel, es alquilar una costosísima vivienda en la calle Clavel, exactamente en el número tres. Y no por casualidad escogió aquella casa para iniciar su andadura madrileña. En 1840 se ubicaba allí un antiguo y suntuoso palacete que había sido propiedad del mismísimo José Bonaparte (el francés rey intruso, hermano de Napoleón Bonaparte). José I de España, como el mismo hizo llamarse, había sido amante de la bellísima condesa de Jaruco, Teresa Montalvo, cubana de nacimiento como la Avellaneda. La Montalvo, viuda del adinerado conde de Jaruco y sobrina de Gonzalo O’Farril (Ministro de Guerra de José I de España) era la madre de la que sería su gran amiga tan solo dos años después: la famosa condesa de Merlín (autora de Viaje a La Habana, obra que Gertrudis Gómez de Avellaneda prologara de manera exquisita en el período que se analiza). Tula sabía, por comentarios y habladurías escuchadas en los salones de su casa en Puerto Príncipe (hoy Camagüey) que en aquel palacete madrileño se habían realizado suntuosas soirees, así como multiformes y abigarradas tertulias. Pero lo que más llamaba la atención de la joven escritora era el conocer que los restos mortales de la afamada condesa, fallecida treinta años antes de la fecha que nos ocupa, reposaran bajo el gigantesco olmo que se imponía en el jardín de aquella señorial mansión4. Puede ser que Tula, en su exacerbado y extremo romanticismo, necesitara respirar, y quién sabe si revivir, aquellos extravagantes ambientes y sucesos de épocas pasadas que iluminasen, aún más, su inspirado numen…
Así de romántica, la recibió aquel Madrid, la ciudad que muy pronto se rendiría a sus pies por su belleza, portento y agudeza extrema.
 
Continuará…
 
 
Manuel Lorenzo Abdala
 
 
 
(1) Me referiré siempre a Gertrudis Gómez de Avellaneda como poetisa, porque además de ser poeta (persona que compone obras poéticas y que está facultada para ello), la Avellaneda era mujer poeta, o sea: poetisa.
(2) Menéndez y Pelayo, Marcelino. Historia de la poesía Hispano-Americana, tomo I. Madrid, 1911
(3) Gertrudis Gómez de Avellaneda: Un siglo de manipulación e invención en torno a su autobiografía (1907-2007) Ángeles Ezama Gil. VOL. 6, NUM. 2, verano 2009
(4) Los tristes amores del rey intruso, (La sepultura de la condesa de Jaruco). Juan Fuertes Montalbán. ABC, 22 de marzo de 1962. Página 39


agosto 03, 2013

"SE VENDE ESTA CASA" EN CAMAGÜEY, CUBA

Fachada actual de la casa natal de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Nótese la placa a la izquierda y el cartel "SE VENDE" doblemente puesto sobre el portón principal. Igualmente merece la pena observar, detenidamente, el estético cableado eléctrico instalado no hace mucho y que puede revalorizar la regia casona...
 
Esta mañana he recibido gracias a la amable gentileza de un amigo el enlace a una crónica publicada por la revista digital ON CUBA, titulada Se vende esta casa, y se me han puesto los pelos de punta.
 
¡De punta!
 
El que se venda una casa en Camagüey no daría para hacer una crónica ni para alarmarse, pero es que la casa en cuestión no es una casa cualquiera. En esa casona nació el 23 de marzo de 1814 nada menos que ¡Gertrudis Gómez de Avellaneda! y allí vivió sus primeros veinte años.
 
Mientras el Ballet Folklórico de Camagüey ensaya una nueva danza en honor a la Avellaneda basada en su famosa novela SAB (Algo que hemos leído y aplaudido muy recientemente), los actuales dueños de la casa donde naciera la ilustre poetisa (en su legítimo derecho) han colgado un curioso cartelito en la puerta de SE VENDE (Y por si fuera poco el cartel aparece por duplicado como para que se entere todo el mundo) En el enlace que me enviaba mi amigo Manuel Iglesias me decía, “Mira esto, Manuel Lorenzo Abdala, para que te de un infarto!!! Tu y muchos otros en Europa luchando porque la Real Academia de la Lengua Española le dé el grado de académica post-morten a la Avellaneda, y en Cuba unos desvergonzados lucrando con los rastros de su legado...” No voy a cuestionar, de momento, a los actuales dueños de la casa, ya lo ha hecho mi amigo Manuel Iglesias. Yo solo me pregunto si así es como realmente algunas autoridades cubanas piensan celebrar el bicentenario del natalicio de la escritora en marzo de 2014?
 
He leído no hace mucho que en la isla se han formado diversas comisiones para los actos por el bicentenario, y realmente la idea me ha parecido muy acertada porque aquí en España está costando lo suyo el intento. Pero que Patrimonio Nacional de Cuba pase por alto semejante venta me parecería una vergüenza y hasta una falta de respeto a la memoria de una figura como Gertrudis Gómez de Avellaneda.
 
Quiero pensar que el problema se resuelva y se aproveche la ocasión para montar un Museo, el que se merece nuestra divina Tula en su ciudad natal, justo en el año de su bicentenario (como bien ha dicho el buen samaritano de Manuel Iglesias).
 
 
Manuel Lorenzo Abdala
 
 
A continuación se reproduce el artículo original aparecido en la revista digital ON CUBA que hace la crónica bajo la firma de Yuris Nórido que debe ser, imagino, un periodista de la nueva generación.
 
 
Se vende esta casa
 
Hay calles de nuestras ciudades que parecen mercados. Abundan los anuncios, pegados en ventanas, puertas y cristales: Se vende un televisor, una batidora, un bastidor, un juego de sala, una cámara de bicicleta, un DVD, una sobrecama, un motor de turbina, una cortina, una silla de ruedas… No hay mucha noción del diseño en esos carteles, mucho menos vocación estética. Ese oficio del rotulador, oficio de antaño, parece que se ha ido perdiendo en estos tiempos de computadoras y arréglatelas como puedas. Y los que venden o no tienen tiempo o no tienen talento o no tienen gusto o no tienen ninguna de las tres cosas a la hora de confeccionar sus avisos. Las faltas de ortografía hacen olas (el colmo, en una calle de Las Tunas: “se benden un refrijerador y una tasa de baño nueba”, lástima que no tenía la cámara a mano. Desde hace un tiempo, con las nuevas medidas, también se anuncian bienes inmuebles. Así que no es extraño ver en un quicio un cartel que reza “se vende este apartamento, con todo dentro”. Caminaba el otro día por la calle Avellaneda, una de las más céntricas de la ciudad de Camagüey. Iba leyendo los avisos, cuando descubrí uno que me hizo detener. Sobre una puerta con motivos clásicos, dentro de un marquito de madera, ponían “SE VENDE ESTA CASA”. Nada fuera de lo normal, hasta que uno se fijaba que en la fallada de esa misma vivienda había otra inscripción: “Aquí nació y vivió Gertrudis Gómez de Avellaneda. 1814-1873”. O sea, que en el Camagüey legendario está a la venta la casa de la mismísima Tula. ¿Quién la compra?
 
A lo mejor el lector no sabe quién fue la Avellaneda, aunque si es cubano es poco probable que no haya escuchado hablar de ella. Para hacer el cuento corto: se trata de una de las más renombradas escritoras del siglo XIX en Cuba, figura reconocida en el todo el ámbito iberoamericano. Lo que se dice: un clásico. En Camagüey es una leyenda, ocupa junto al prócer Ignacio Agramonte el lugar de honor entre los nacidos en esa villa, una de las más antiguas de Cuba. Era de suponer que la casa en que nació, como casi todas las casas natales de grandes hombres y mujeres en este país, fuera por lo menos un museo o un centro literario. Ignoro las circunstancias de este caso, habría que averiguar cuál ha sido la historia de este inmueble. Ni siquiera sé si los que ahora lo habitan tienen algo que ver con la poetisa y dramaturga. El caso es que ahora han puesto su casa en el mercado inmobiliario. ¿No tiene el estado dinero para adquirirla? Debe ser que no interesa demasiado, en Camagüey ahora mismo hay muchos centros culturales y museos. Pero (me cuesta resignarme), la Avellaneda es la Avellaneda. Me he puesto a pensar: ¿el hecho de que ahí naciera Tula incidirá en el precio de la casa? ¿Cuánto pedirán por ella? ¿El que compre la casa habrá leído la poesía de la ilustre literata? ¿Será una persona con sensibilidades artísticas? ¿Qué diría la Avellaneda si resucita? Es probable que no importe demasiado. En definitiva, una casa es una casa. Piedra sobre piedra.
 
Yuris Nórido