septiembre 25, 2013

PRELUDIO PARA UN ILUMINADO BICENTENARIO (VI)


Muchacha con abanico. V. Landaluze. Tinta sobre papel 210 X 148 cm.


…Y llegó la gloria (para su sexo).


Era prácticamente imposible que Álbum del bello sexo o las mujeres pintadas por sí mismas sobreviviera más allá de las tres entregas iniciales en un mundo gobernado por hombres (de negocios). La gaceta Los españoles pintados por sí mismos hacía mucho tiempo se había consolidado como publicación periódica de prestigio. Se trataba más bien de una guerra de medios que de sexos porque la única mujer en mitad de todo aquello era Gertrudis Gómez de Avellaneda, a la que se le consideraba casi como un hombre por la fuerza y pasión de sus palabras, según los cánones de la época.


En un anuncio aparecido en el Nº 86 de Diario de Madrid el jueves 25 de enero de 1844 se puede leer en su primera plana, y a tres columnas, un extenso texto publicitario de Los Españoles pintados por sí mismos, que reproducimos fielmente a continuación:


Deseando el Editor de esta obra que sea estensivo su conocimiento á todas las personas que favorecen otras publicaciones de su casa, ha resuelto que los suscritores al Diario de Avisos disfruten la ventaja del real que se hace a los del Nuevo Avisador, por manera que cada entrega de los Españoles pintados por si mismos, no les tendrá de coste más que DOS REALES VELLÓN.


El editor de la obra antes señalada era el Señor Don Ignacio Boix, afamado tipógrafo y prestigioso editor, magnate de la prensa madrileña que se enfrentaba a un casi inexperto Domingo Vila, editor encargado de Álbum…, y que el poder político utilizaba en su intento por favorecer a la Avellaneda. El sistema económico que se desarrollaba tardíamente en España acababa de dar una lección magistral (en todos los sentidos), al poder político. En el nuevo sistema no cabían las recompensas (solamente) por el buen acierto literario de nadie. El desarrollo de la industria, de la prensa, la publicidad, las ofertas de mercado… habían llegado también a España para instalarse definitivamente. El capitalismo sustituía al arcaico feudalismo que de alguna manera aún perduraba en España. Muy pronto se dieron cuenta de ello los implicados y todo se compuso, muy lentamente…


Pero como nuestros derroteros van en otra dirección, vayámonos a ello.


Entre todos los intelectuales que escribían para la publicación del Señor Boix, nos llama la atención el sevillano Gabriel García Tassara que acababa de publicar La político-mana, “tipo femenil” que a la Avellaneda le resultó algo ofensivo para su sexo.


El señor Tassara debió conocer a la Avellaneda en la ciudad de Sevilla cuando aún publicaba ésta como “La peregrina” (Al menos tuvo que haberla visto una noche en que ambos coincidieron en el Liceo Artístico y Literario de esa ciudad). Según mis pesquisas, todo parece indicar que se la presentó el Señor Antonio María Ojeda1, famoso recitador estrechamente vinculado a Manuel Cañete2 otro célebre editor, critico y literato de la época. El Señor Ojeda gustaba de recitar los poemas del temperamental García Tassara en el Liceo sevillano, mientras Cañete dirigía La Aureola en Cádiz, el periódico que publicó las primeras composiciones poéticas de la Avellaneda.


Gabriel García Tassara se había establecido en Madrid un año antes que la Avellaneda, allí entabló una sólida amistad con Juan Donoso Cortés y su círculo más estrecho, formado por el marqués de Pidal, Pacheco, Pastor Díaz y Ríos Rosas, todos amigos igualmente de Gertrudis Gómez de Avellaneda.


Durante la presentación oficial de “La dama de gran tono” publicada en la revista Álbum del bello sexo… coincidió García Tassara, nuevamente, con Manuel Cañete y con la propia Avellaneda que estaba rodeada por varias señoras (algunas muy conocidas y tan notables como la joven poetisa Carolina Coronado) Las apasionadas féminas celebraban con efervescente alegría en el cuerpo la reciente publicación que les enaltecía. Al término de aquella presentación que tuvo lugar en el café El Parnasillo, el galante poeta mantuvo con la bella y talentosa escritora una amistosa discusión relacionada con el punto de vista que él defendía respecto al papel del bello sexo en la sociedad y que la Avellaneda no compartía bajo ningún concepto. En aquellos momentos García Tassara era el colaborador principal del periódico El Heraldo. Curiosamente este periódico comienza a publicar una serie de acontecimientos relacionados con la Avellaneda, cuando antes no se había molestado en hacerlo para nada.


El poeta sevillano se propuso demostrar sus teorías acerca de cierta inferioridad en el bello sexo respecto al hombre. Para ello eligió la seducción, arma que manejaba con estilo y perfección. Él era un fascinador muy conocido entre todas las damas de cualesquiera de las clases sociales.


Cautivar a la Avellaneda en los meses subsiguientes se convirtió casi en una obsesión para el poeta. Comenzó a preparar el terreno de ataque aparentando ser cortés para lograr su objetivo. Nadie antes lo había logrado (a pesar de contarse por docenas los pretendientes de la escritora) porque la Avellaneda aún pensaba en Ignacio de Cepeda.


Mientras Álbum del bello sexo agonizaba lentamente, la Avellaneda publicaba en El Laberinto su obra “Espatolino” con un éxito sin precedentes en la novela por entregas. La historia del ágil y diestro, aparente villano italiano, levantó aún mayores ampollas entre algunos literatos moralistas, Juan Martínez Villergas3 a la cabeza de ellos y el que se convertiría desde entonces en su mayor detractor.


Espatolino era un bandido que actuaba a sus anchas entre Nápoles y Roma. Tenía agentes y espías que lo mantenían al tanto de los movimientos del gobierno y de la policía, y de las rutas de los viajeros. Pero un día, a partir de conocer a una bella mujer (Anunziata), las cosas cambian dentro de la banda y para el propio Espatolino, quien se enfrenta entonces a un adversario muy difícil de vencer o controlar. La novela denunciaba directamente a las instituciones penitenciarias y su autora se posicionaba abiertamente contra la pena de muerte, algo nunca antes visto en España. Y lo peor, se trataba de una obra original, escrita por una mujer que desafiaba a la sociedad y a los hombres.


La fama de la Avellaneda crecía como la espuma, las jovencitas (y las no tanto) que leyeron la novela en aquella época querían convertirse en Anunziata y soñaban con ser raptadas por un supuesto Espatolino que sus mentes imaginaban. Hasta la joven reina, rodeada de primos tontos y amantes de poca monta, anhelaba ser raptada por un bandido de tales características. Los moralistas y abundantes anticuarios de pensamiento no podían creer lo que estaba aconteciendo. La bola de nieve aumentaba de tamaño con los días, e intentaron hacer lo imposible por evitarlo. Pero no lo lograron. No lo lograron porque El Laberinto vendía como ningún otro medio de comunicación en aquellos días y porque Ramón María de Narváez no lo hubiera permitido jamás. La Avellaneda era su protegida.


Gabriel García Tassara, por su parte, continuaba publicitando en varios periódicos a los cuales tenía acceso, las obras que la escritora iba creando. Y lo hacía gratuitamente, pero con el principal objetivo de cautivar a su futura víctima. Lo intentó por primera vez durante la fiesta de cumpleaños de la autora el 23 de marzo de 1844, día de su treinta aniversario. Pero la Avellaneda estaba rodeada por demasiados amigos y familiares que no permitieron al ardiente sevillano acercarse más allá de lo socialmente permitido.


A medida que los capítulos de Espatolino iban sucediéndose, la todavía joven autora ensayaba paralelamente en el teatro su drama Alfonso Munio4, obra que el propio Gabriel García Tassara se encargó de publicitar, periódicamente, en “El Heraldo” hasta llegado el día del estreno real. La obra se había retrasado porque Bárbara Lamadrid, la famosa actriz que interpretaba al personaje de Doña Berenguela en Alfonso Munio, actuaba a la par en el Don Juan Tenorio de José Zorrilla (amigo personal e idólatra de la Avellaneda). Cabe destacar que el Don Juan Tenorio (obra que tanto se ha representado a lo largo de los años), obtuvo solamente un éxito moderado, casi nulo, si se compara con el que obtuvo entonces el Alfonso Munio de Gertrudis Gómez de Avellaneda que fue arrollador y sin precedentes.


La tragedia Munio Alfonso fue representada por primera vez el 13 de junio de 1844 en el teatro de la Cruz bajo el título original de Alfonso Munio. Asistieron al estreno, entre otras personalidades no menos importantes, la duquesa de Villahermosa, la condesa de Campo Alange, la marquesa de Perales, la marquesa de Legarda, los marqueses de Ayerbe y la condesa de Montijo, acompañada de sus hijas Francisca (futura duquesa de Alba), y Eugenia (futura emperatriz de Francia). También asistieron Ramón María de Narváez, Juan Nicasio Gallego, José Manuel Quintana, José Zorrilla, Manuel Cañete, Antonio María Ojeda, Eugenio Hartzenbusch, Ignacio Boix y decenas de famosos literatos y periodistas de diferentes medios de comunicación, así como una nutrida representación de los enemigos más acérrimos de la autora que se vieron obligados a aplaudir igualmente (Aunque el 1 de julio, su enemigo Villergas publicó casi felonía en El Domine Lucas que casi nadie tuvo en cuenta). Solo faltó alguien que la Avellaneda hubiera querido estuviera presente con profundo deseo: Ignacio de Cepeda y Alcalde. Durante meses le había pedido (casi rogado) se viniera a Madrid para asistir al estreno, incluso, le había enviado billetes con invitaciones para un palco preferencial en el teatro. Pero el almonteño no asistió.


El arrollador éxito de la obra se debió a diversas circunstancias, muy favorables. La puesta en escena fue de un lujo inusual para el teatro español de la época. Toda la decoración y los trajes fueron confeccionados especialmente para la obra. La música, incluido el himno de triunfo para Alfonso Munio, fue compuesta por el gran maestro vasco Sebastián Iradier y Salaverri, amigo personal de la Avellaneda y de Ramón María de Narváez.  Los actores fueron los mejores de la época: Carlos Latorre como Alfonso Munio; Teodora Lamadrid como Fronilde; Bárbara Lamadrid como la reina doña Berenguela; Plácida Tablares como Blanca de Navarra y Pedro López como el arzobispo. En fin, “se procuró presentar la obra con el mayor decoro y propiedad posibles,” nos cuenta Emilio Cotarelo y Mori en su libro La Avellaneda y sus obras…, y todo eso se logró, y más. Pero también el éxito se debió a la gran curiosidad que existía por la joven dramaturga, que incluía la crítica (muy favorable) y la publicidad antes del estreno. Los aspectos que ganaron el favor de la crítica en general, incluían el eclecticismo de la obra; el desarrollo de los personajes (en especial el de Alfonso Munio); el desarrollo de la trama que sostuvo el interés del público; la poesía brillante y fascinadora; y el estilo tremendamente apasionado.
 
 
 
Antonio Flores, famoso cronista e importante literato de la época escribió en El Laberinto una extensa crítica muy positiva. Igualmente, muy positivos, fueron los comentarios hechos por el crítico de El Heraldo que no fue otro que ¡Gabriel García Tassara! (No podía ser de otra manera) Dentro de sus elogios, el eclipsado sevillano caracterizó “el estilo apasionado y vigoroso” como una cualidad “peculiar de todas las mujeres” (Aunque estos comentarios despertaron posteriormente la indignación de otra poetisa, Carolina Coronado, quien protestó al considerar que los hombres contemporáneos “metamorfoseaban” a la mujer porque no podían negar su genio). Pero la anécdota por excelencia del estreno recayó en una frase que hizo historia y quedó para la posteridad: Al final del tercer acto cuando Alfonso Munio (el protagonista) dijo, “¡Horrible tempestad desate un rayo!” que acompañó una lluvia de efectos sonoros y de luces jamás antes escuchados y vistos en escena, el gran poeta Manuel Bretón de los Herreros, se levantó de su asiento y exclamó con fuerza y entusiasmo (alabando las cualidades de la autora, que era muy amiga suya, y refiriéndose a la fuerza de su inspiración o carácter), “¡Es mucho hombre… esta mujer!” (Frase mal interpretada a día de hoy). El público, al unísono, se puso en pie y ofreció una de las ovaciones más grandes jamás recordadas en la historia del teatro español. Esa noche el también poeta Juan Nicasio Gallego, amigo y mentor de la Avellaneda, rompió sus guantes de tanto aplaudir. También se dice que a muchos asistentes les salieron las lágrimas y se les puso la piel de gallina por el impacto y la emoción recibida con la obra.


La crítica, independientemente de la que hicieron El Heraldo y El Laberinto, resaltó la tremenda humildad y timidez de la dramaturga como cualidades admirables en una poetisa de tanta fama y prestigio.


Con Alfonso Munio, Gertrudis Gómez de Avellaneda se ganó, definitivamente, su lugar en el corazón del público dramático gracias a su tremendo arte y galantería extremos. Cuentan las crónicas que la dramaturga titubeó largamente para salir al escenario cuando el público le reclamaba con el objetivo de otorgarle universales aplausos, y hacer volar por los aires millares de flores y coronas. La modestia de la Avellaneda ganó la admiración absoluta del público cuando regaló aquellas coronas recibidas a las actrices protagonistas de su obra.


Lo que no imaginó la Avellaneda fue lo que sucedería esa misma noche (más bien la madrugada después del estreno). Sus adoradores (que se contaban por decenas, casi cientos) obligaron a los actores repetir escenas de la obra en el exterior del teatro después del baile ofrecido, mientras los limpiadores de estiércol no eran lo suficientes para limpiar las calles junto a las enormes hileras de lujosos carruajes que se acumulaban. La fiesta se prolongó durante toda la noche y hasta bien entrada la madrugada en el café “El Parnasillo”. Y al final, la glorificada autora, tremendamente feliz (aunque ya vencida por el cansancio de la jornada), se vio frente a frente con Gabriel García Tassara que se las arregló para acompañarle (en soledad) hasta el portal de su casa. Durante algunos segundos quedaron mirándose fijamente. Tassara clavó su penetrante mirada en la bella y glorificada escritora y no se permitió pestañear. Acto seguido se besaron arrebatadoramente (después de todo celebraban un triunfo, ¿no?). Esa noche, Gertrudis Gómez de Avellaneda, cayó (no sabemos si para bien o para mal) en brazos del galán que la llevó escaleras arriba hasta dejarla tendida en el lecho de su alcoba.


La magia del placer se encargó de hacer el resto.


Continuará…

 

Manuel Lorenzo Abdala

 

(1)Antonio María Ojeda: Se conoce muy poco de este personaje. Se dice que fue hijo de un acaudalado indiano radicado en Cádiz. Lo que ciertamente se conoce es que fue un “acreditado literato”, traductor e importante recitador de mediados del siglo XIX. Amigo personal de Gertrudis Gómez de Avellaneda a la que conoció en la blanca ciudad. Era pariente de Gabriel García Tassara y fue íntimo amigo de Manuel Cañete, a este último se le vinculó sentimentalmente durante una larga temporada hasta que tuvieron un ruidoso quebrantamiento amoroso.

(2)Manuel Cañete: Hijo de una conocida actriz sevillana, se crió entre las tablas de los escenarios. De mozo fue apuntador del Teatro Principal de Sevilla. En 1839 dirigió en Cádiz La Aureola, periódico que publicó los primeros versos de Gertrudis Gómez de Avellaneda cuando aún se hacía llamar La Peregrina y de la cual fue intimo amigo hasta que se enemistaron en 1845. Se le relacionó sentimentalmente con el recitador Antonio María Ojeda, relación que concluyó, ruidosamente, a principios de 1843. Meses más tarde se trasladó a Madrid, donde fue un activo periodista y crítico literario colaborando asiduamente en El Heraldo, junto a Gabriel García Tassara. También colaboró en el Diario de la Marina, El Manzanares, La Gaceta de Teatros, El Parlamento y, sobre todo, en La Ilustración Española y Americana. Estrenó dramas históricos, entre los que sobresalen El Duque de Alba, Lo que alcanza una pasión y Un rebato en Granada. También cultivó la comedia (Los dos Foscaris, El peluquero de su alteza y La carmañola). Adaptó la pieza homónima de Pedro Calderón de la Barca En esta vida todo es verdad y es mentira. Compuso igualmente Zarzuelas (Beltrán y la Pompadour y La flor de Besalú). Como político tuvo un cargo en el ministerio de Fomento que perdió con la revolución de 1868. Mantuvo un par de duelos, uno de ellos con José Zorrilla y otro con Rubí, de quien después sería amigo.

(3)Juan Martínez Villergas: poeta festivo, periodista, autor teatral, novelista y crítico literario. Se enemistó con la Avellaneda por culpa de su posición respecto al bello sexo y otras teorías que la escritora defendía a capa y espada, además de por su amistad y acercamiento al general Narváez. Inicialmente atacó la regencia única del general Baldomero Espartero, pero luego se volvió ferviente esparterista y dedicó a su nuevo enemigo, el general Ramón María Narváez, El baile de la piñata y Paralelo entre la vida militar de Espartero y Narváez, quien, desde entonces, le guardó una auténtica animadversión. Varios políticos moderados además se la tenían jurada por su obra Los políticos en camisa. Curiosamente durante el regreso temporal de Gertrudis Gómez de Avellaneda a Cuba, se instaló en la isla donde fundó el periódico El Moro Muza (1861-1871), de larga aunque intermitente vida, desde el que atacó a los separatistas. Vuelto a España, desde 1871 a 1874, fue elegido diputado a Cortes por el partido republicano. Nunca se reconcilió con la Avellaneda a tal punto que fue de los que no asistieron conscientemente al entierro de la escritora en 1873.

(4)Alfonso Munio: (La obra estuvo inspirada, en parte, por algunos hechos ocurridos a los antecesores de la autora que supo vincular a la historia realmente conocida entre dos antiguos reinos de la península ibérica) Navarra y Castilla, antes enemigas y víctimas de enfrentamientos armados, logran la paz. Esto se concreta, a través de un acuerdo mediante el cual, la heredera de Navarra (la infanta Blanca) y el príncipe Sancho de Castilla se unirán en matrimonio. Pero Blanca no ama realmente a Sancho y este, a su vez, delira de amor por Fronilde (hija de Munio). Con un magno recibimiento la emperatriz ofrece dotes y el cargo de Alcaide de Toledo al héroe que llega victorioso de la lucha. La reina maternalmente sugiere un pretendiente para la mano de la hija de Munio, desconociendo los sentimientos de la doncella. Luego de la conversación entre padre e hija se revelan las intenciones reales para con la muchacha. El príncipe tiene conocimiento de lo planificado y reclama el pacto de amor prometido por Fronilde. Pero la infanta de Navarra logra oír lo sucedido y motivada por el enfado y los celos le cuenta el suceso, sin revelar el nombre de la mujer, al arzobispo. La noticia llega a Munio por voz de la figura eclesiástica. Creada de esta forma la ruptura real entre los herederos, Sancho, esperando la salida de Munio, sube por el balcón y entabla una conversación con Fronilde donde aclara su decisión y corrobora su idolatría. Al retirarse aparece el héroe y al creer deshonrada a la hija le quita la vida. Posteriormente se muestra estéril en enfrentamiento con el futuro rey de acuerdo con sus principios y valores caballerescos. Munio se arrepiente de su acción inhumana y es condenado a luchar hasta la muerte contra los enemigos de la patria.

 

Bibliografía:

·         Cambronero y Martínez, Carlos. Crónicas del tiempo de Isabel II. La España moderna, Madrid 1896.
·         Teatro y traducción. Trabajos presentados en coloquio sobre Teatro y traducción celebrado en Salamanca en 1993. Universitat Pompeu Fabra. Editores Francisco Lagarga y Rpberto Dengler. Barcelona, 1995.
·         Listado socios del Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid. Imprenta de la Publicidad, a cargo de Rivadeneyra. Madrid, 20 de marzo de 1849.
·         Ricardo Gullón, "Tassara, Duque de Europa", en Boletín de la Biblioteca de Menéndez Pelayo, Año 22, núm. 2 (abril-junio de 1946), pp. 177-195.
·           Zorrilla, José. Recuerdos del tiempo viejo.
·         El Heraldo, El laberinto, El clamor público, Diario de avisos, La posdata, El eco del comercio… Prensa madrileña (enero-agosto 1844). Hemeroteca digital BNE.
·         El Domine Lucas. 1844-1846 Madrid: Imprenta de la Sociedad Literaria. Biblioteca Regional de Madrid
·         Los españoles pintados por sí mismos. Volumen I y II. Editor Ignacio Boix. Madrid 1843-1844
·         Bulletin Hispanique, Vol 6. Bordeaux, 1904
·         Cotarelo y Mori, Emilio. La Avellaneda y sus obras, ensayo biográfico y crítico. Madrid, 1930
·         Gómez de Avellaneda, Gertrudis. Alfonso Munio, tragedia en cuatro actos. Imprenta de D. José Repullés. Madrid, junio de 1844.
·         Prado Mas, María. El teatro de Gertrudis Gómez de Avellaneda (Tesis doctoral). Facultad de Filología, UCM, 2001. ISBN 84-669-1920-1
·         Gómez de Avellaneda, Gertrudis. Munio Alfonso, drama trágico en cuatro actos y en verso. Obras literarias, colección completa. Tomo II. Imprenta y estereotipia de M. Rivadeneyra. Madrid, 1869.


septiembre 18, 2013

PRELUDIO PARA UN ILUMINADO BICENTENARIO (V)

 


Gertrudis Gómez de Avellaneda, la otra reina.
 
Sobre el atentado sufrido a pie de calle y con el que concluimos el post anterior podemos señalar que el general Narváez salió ileso gracias a que viajaba en medio de los amigos que le acompañaban y que le sirvieron de escudo. Salvador Bermúdez de Castro, su acompañante de la izquierda, fue alcanzado por dos roces de balas y atendido inmediatamente por un medico facultativo en la propia calle del Desengaño, aunque sin mayores complicaciones. Pero el que corrió peor suerte fue el comandante Basseti, ayudante del general Narváez, que iba junto a los cristales en la parte derecha de la ventanilla. El joven comandante recibió dos infalibles impactos de balas que le atravesaron el cerebro, y a pesar de ser atendido con extrema diligencia, falleció dos días después a causa de la tremenda gravedad de las heridas. A continuación reproducimos lo publicado el 7 de noviembre de 1843 por La posdata en su editorial bajo el título de “Criminal tentativa”
 
Anoche se ha intentado consumar un atentado horrible, un crimen espantoso de que no hay ejemplo en la historia de la inicua revolución que nos trabaja, de esa revolución impía que cada día toma un aspecto ms repugnante, y que en las agonías de la muerte quiere acometer todo género de felonías. Anoche se ha intentado asesinar al bizarro y noble general Narváez, honra y prez del ejército español, esperanzado su patria, y modelo de autoridades enérgicas y leales. Los asesinos han disparado sus aleves armas en la calle del Desengaño contra el coche que conducía al general a la hora del teatro, y los asesinos han logrado dejar yerto y espirante en los brazos del Sr. Narváez a su ayudante el desgraciado comandante Basseti, y han logrado también verter la sangre de nuestro ilustrado amigo el recomendable joven D. Salvador Bermúdez de Castro que fue herido en la descarga que hizo un grupo de asesinos contra el carruaje que conducía a tan distinguidas personas(…)
 
Aquella noche, el general Narváez, después de dejar a los heridos a buen recaudo, y mientras eran atendidos (La Avellaneda y su familia entre ellos), continuó viaje hasta el teatro para dar cuenta y alertar personalmente a S.M. de lo acontecido. La Guardia Real tomo las medidas oportunas para el regreso de S.M y altezas reales a palacio.
 
El atentado tuvo amplia repercusión en la prensa (El católico, La posdata, El heraldo, El eco del comercio, El boletín del ejército…) y en la mayoría de la sociedad española de aquellos días. Pero de ninguna manera los asesinos pudieron paralizar (como pretendían) los actos previstos para la jura de la constitución de Isabel II y coronarse como reina de España, acto previsto para tan solo cuatro días después, el 10 de noviembre de 1843, y tras haber sido declarada su mayoría de edad.
 
Gertrudis Gómez de Avellaneda fue invitada a participar en aquellos actos y de ello dan cuentan los bocetos que se conservan en el Museo de Historia de Madrid donde su figura se puede apreciar de pie y muy cerca del general Narváez (todo muy a pesar de no estar enumeradas las personalidades que aparecen en el boceto). Y digo boceto porque la pintura nunca se llegó a realizar, solo quedó el borrador que hoy se puede ver en el citado Museo de Historia, y cuya autoría se atribuye al pintor madrileño José Castelaro y Perea. Era la primera vez que la Avellaneda asistía a un acto de tal envergadura (este tema ya fue tratado en un post publicado por La divina Tula el 26 de enero de 2013).
 
Un mes después de la jura de Isabel II, el Liceo Artístico y Literario de Madrid, en honor a la declaración de la mayoría de edad de la reina, convocó sus propios actos en los cuales Gertrudis Gómez de Avellaneda obtuvo un protagonismo que le llevó a ser declarada por los románticos de la época como “la otra reinaporque brilló con luz propia. El periódico El Laberinto en su edición del 16 de enero de 1844 da testimonio gráfico de dicho acto, celebrado el 23 de diciembre de 1843. De la misma manera el famoso crítico literario José Augusto Escoto en una serie de artículos publicados en 1911 analiza en profundidad todo lo acontecido durante aquellos días.
 
Pero entre la Jura de la Constitución y los actos celebrados en el Liceo Artístico y Literario de Madrid, la Imprenta del Panorama Español publicó el primer número de Álbum del bello sexo o las mujeres pintadas por sí mismas. La primera noticia que se tiene de tal publicación dedicada, en exclusiva, al bello sexo la da El eco del comercio el sábado 4 de noviembre de 1843, casualmente dos días antes del atentado a Narváez.
 
A continuación transcribimos la crónica que publicó El eco del comercio (publicación que no precisamente compartió siempre criterios con la Avellaneda) el 26 de noviembre de 1843, días después de salir publicado el primer número de la revista. Dice El eco del comercio:
 
Al ver el lujo con que se ha ostentado la primera entrega que ha salido á luz de Las mujeres pintadas por sí mismas, hemos quedado agradablemente sorprendidos, porque nos habíamos hecho cargo que las promesas del prospecto no quedarían del todo realizadas. Afortunadamente nos hemos engañado y por lo mismo es doble nuestro placer en poder celebrar de todas veras tan elegante y esmerada publicación.
Amigos siempre de dar a las cosas su intrínseco valor para que nuestros lectores se enteren minuciosamente de nuestros relatos, queremos hacer una cumplida reseña de cuanto aparece en la citada primera entrega del Álbum del bello sexo.
En primer lugar, la portada ó cubierta tiene un excelente grabado en madera en el que figura un edificio o parte de él con dos puertas abiertas de par en par, detrás de las cuales aparecen dos niños desnudos, uno de ellos con una enorme pluma, símbolo de la literatura, y el otro con un lapicero de gran tamaño que indica el dibujo. En el centro hay unas letras encarnadas de muy buen efecto.
En la primera plana de la entrega se notan cuatro octavas reales, cuyo texto es la dedicatoria a S.M. la Reina doña Isabel II, y alrededor de aquellas una elegante orla apoyada en los costados por dos Sílfides que sostienen una especie de candelabros, en cuyo remate descuellan innumerables flores, que entremezcladas con algunos genios, rodean una medalla, donde está el busto de la Reina. Al pie se nota un cojín sobre el cual están el cetro y corona, atributos de la regia persona, a quien se halla dedicada la obra.
Viene después un retrato de nuestra joven reina, orlado en oro, y en pliego separado. Empiezan en otra plana el texto de La Dama de gran tono, introduciéndose por una viñeta que sirve para ilustrar la materia de que se trata.
El citado tipo está escrito por la célebre poetisa doña Gertrudis Gómez de Avellaneda que ha sabido comprender a las mil maravillas tan delicado asunto. El decir de su composición es fluido y elegante, castizo y altamente moral y filosófico. Al final del tipo está puesto el retrato de la autora grabado en madera, y en el centro se encuentra colocada una preciosa litografía en colores que representa a la protagonista en traje de calle.
Cumplida sobremanera es la entrega de la obra en cuestión, adecuada en todos conceptos y digna de ser buscada por todos los amantes de nuestras artes.
En su confección su director [editor, quisieron decir] ha ocupado muchos días y han trabajado asiduamente en ella los distinguidos y justamente celebrados artistas, señores Miranda, Bachiller, Gaspar, Chamorro, Kraskonski y Vallejo.
Damos la enhorabuena al señor Vila [se refieren a Domingo Vila], director [editor] de la obra, por su buen acierto, esperando que sus tareas serán muy en breve recompensadas.
Faltaríamos a nuestro buen propósito si dejásemos de recomendar altamente dicha publicación que todas las personas de algunos posibles deben procurarse.
 
Como hemos podido comprobar, durante los meses de noviembre y diciembre de 1843 fueron de frenética actividad social, literaria, y especialmente publicitaria, para Gertrudis Gómez de Avellaneda. La escritora iba a la par que el país, su fama se consolidaba inexorablemente. Su oda, compuesta en honor a la joven reina, se publicó e hizo furor, siendo el tema de discusión principal en los cafés y tertulias madrileños. Su artículo La dama de gran tono causó gran sensación y alta conmoción entre la sociedad madrileña (principalmente la femenina). Hombres y mujeres clamaban a la autora que era motivo de comentarios varios que iban desde la entusiasta aclamación hasta la crítica feroz. Comenzaban a aparecer los primeros desencuentros con literatos y conocidos viejos moralistas de los cuales nos ocuparemos más adelante.
 
En esa época es que la Avellaneda conoce a la joven Concepción Arenal que, preocupada por los temas que trata la autora (coincidentes con su manera de pensar), se acerca a ella y participa en las numerosas tertulias formadas alrededor de La dama de gran tono, la mordaz sátira y atrevido manifiesto en defensa de la mujer. Curioso es saber que en uno de esos ambientes literarios, Concepción Arenal conoció a Fernando García Carrasco, abogado y escritor del círculo de amistades más próximo a la Avellaneda, y con el que contraería nupcias un lustro más tarde.
 
Antes de concluir el año de 1843, la prensa se dedica a informar detalladamente de todas las actividades de la joven escritora, fuera a donde fuera, e hiciera lo que hiciera. El 9 de diciembre el periódico La posdata anuncia que la Avellaneda ha presentado y leído en el teatro de la Cruz una tragedia en cuatro actos titulada Munio Alfonso. Pregona igualmente -como para ir preparando a los espectadores- que el famoso actor Carlos Latorre desempeñará el papel protagonista, dando por sentado que la obra ha sido aprobada para su representación. Tan solo unos días después, el 19 de diciembre, El Heraldo (otro periódico de la época) divulga la noticia de que la Avellaneda escribe, además de Espatolino -novela muy próxima a salir en otra publicación- una cuarta obra sobre la conquista de Méjico (Guatimozín).
 
Detrás de todas aquellas noticias que los periódicos se empecinaban en publicar estaba la mano oculta del capitán general de Madrid, Ramón María de Narváez. Sin dudas Gertrudis Gómez de Avellaneda, fue ayudada por hombres poderosos en el camino para lograr sus más que merecidos éxitos. El genio y talento, que la criolla desbordaba por los cuatro costados, no eran lo suficiente para alcanzar la cúspide de la fama en un mundo gobernado por hombres, aunque reinara una mujer. Y he aquí uno de las posibles explicaciones del por qué el general Narváez se tomó tantas molestias alrededor de Gertrudis Gómez de Avellaneda, mujer en la que nunca puso los ojos desde el punto de vista amoroso, independientemente de que admirara sus creaciones y obra en general. España necesitaba demostrar a los mil y un detractores, carlistas y de otras tendencias políticas, que el bello sexo podía sobresalir, gobernar y hasta reinar, igual que hacían los hombres. La Casa Real –Isabel II en primer término- había dado la orden a Narváez de enaltecer la figura de la joven escritora. El gran error de Gertrudis Gómez de Avellaneda fue –según mi opinión- el no calcular lo que podría venírsele encima con sus “innovadoras teorías femeniles” al colaborar, sin ser totalmente consciente de ello, con el poder del Estado.
 
 
Continuará…
 
 
Manuel Lorenzo Abdala
 
 
 
Bibliografía consultada:
 
1.     Escoto, José Augusto. Gertrudis Gómez de Avellaneda: Cartas inéditas y documentos relativos a su vida en Cuba de 1859 a 1864. Colección Ilustrada, La Pluma de oro, 1911
2.     Reyero Hermosilla, Carlos. Pintar a Isabel II: en busca de una imagen para la reina.
3.     Pérez Garzón, Juan Sisinio. Isabel II: Los espejos de la reina. Marcial Pons Historia 2004.
4.     Madrid, Museo Municipal. Isabel II jurando la Constitución (Boceto). José Castelaro y Perea.
5.     El eco del comercio, periódico. Madrid (4 y 26 de noviembre de 1843) Hemeroteca digital, BNE.
6.     La posdata, periódico. Madrid (7 de noviembre, 9 de diciembre de 1843) Hemeroteca digital, BNE.
7.     El heraldo, periódico. Madrid (19 de diciembre de 1843) Hemeroteca digital, BNE.
8.     El Laberinto, periódico ilustrado Madrid (Noviembre, diciembre de 1843 y enero de 1844) Hemeroteca digital BNE.
9.     ...y otras fuentes no desveladas, de momento.
 

septiembre 09, 2013

PRELUDIO PARA UN ILUMINADO BICENTENARIO (IV)

Teatro del Circo en la Plaza del Rey, Madrid. La noche del lunes 6 de noviembre de 1843 se puso en escena por sexta vez consecutiva el ballet Giselle.
 
 

Otra vez Madrid


Iniciando el verano del cuarenta y tres (1843) regresó Gertrudis Gómez de Avellaneda a Madrid, ciudad que vivía intensos acontecimientos políticos, aunque la escritora intentaba mantenerse al margen (aparente) de la situación creada.
 

Renovada y pletórica reanudó la Avellaneda sus actividades literarias, labores que incluían el leer las nuevas críticas que algunos literatos de gaceta se habían empecinado en atacar durante su ausencia. Pero no prestó demasiado interés por ninguna de aquellas detracciones porque las consideró nimiedades y bagatelas de redacciones frívolas y mundanas... Más importante fue conocer a través de los grandes poetas y amigos José Manuel Quintana y Nicasio Gallego que, tanto la joven reina Isabel II como su hermana Luisa Fernanda se habían leído (en solo dos días) los cuatro tomos de su novela Dos mujeres. El gabinete literario se mostraba muy orgulloso con la publicación de los citados tomos, y eso era más que suficiente para la escritora.
 

Durante su estancia en París (de la cual no dio cuenta a nadie en especial), sus amigos y admiradores se habían multiplicado exponencialmente. Y tanto fue así, que hubo de pasarse toda una semana leyendo y respondiendo correspondencia de personas de ambos sexos que no conocía para nada, pero que se mostraban tremendamente agradecidos y agradecidas por su quehacer literario. Entre tanta epístola recibida y acumulada, apareció una cuyo destinatario parecía haberla olvidado por completo: Ignacio de Cepeda. Sentimientos encontrados se apoderaron de la escritora en aquel momento. Por una parte su corazón palpitó como el de un ave canora en pleno cortejo (no podía evitarlo), por la otra su renovado orgullo -aderezado por cierta vanidad de escritora de reciente éxito- la detuvo firmemente. Recordó los consejos amatorios recibidos en París por boca de la más que experimentada George Sand y actuó en consecuencia.
 

Ignacio de Cepeda, el cual se veía retratado -con justísima razón- en el personaje de Carlos de la novela Dos mujeres, le pedía un retrato suyo y un ejemplar firmado de la obra. La Avellaneda, después de hacer volar su imaginación por los feudos de Afrodita, Venus, Eros y Cupido juntos, le respondió que si quería todo aquello que él reclamaba (y más…), se viniera directamente a buscarlo en Madrid. Eso sí, a renglón seguido añadió con profunda intuición de lo estético -y lo sublime-, así como con delicada y armoniosa finura melódica que siempre le caracterizó (pero con un acusado propósito de sinceridad para con el sevillano), una sutil estrofa de lo que más tarde sería considerado como uno de sus más afamados poemas:
 

“Se vuelve con rostro encendido;
quiere gritar...
Mas yo murmuraba a su oído:
¡Ley es amar!”


Al recibir y leer de vuelta aquella misiva, Ignacio de Cepeda ensilló uno de sus caballos en su finca de Almonte y galopó durante cinco leguas seguidas dirección a la sureña aldea del Rocío. Allí, junto a su exhausto corcel, bebió y se refrescó en el charco de la boca y no hubo de regresar a Almonte hasta bien entrada la noche. Solo su hermano Curro1 supo el verdadero motivo de aquella iracunda escapada. Ignacio de Cepeda se encontraba en una difícil encrucijada de amor: Sus familiares le habían planificado desde hacía muchos años un futuro enlace matrimonial con la Govantes, una agraciada joven de acomodada familia. Pero él no podía olvidar de ninguna manera a la bella y talentosa Peregrina que tanto le había amado (y le amaba). Luchaba internamente contra él mismo, dudaba martirizándose.
 

Dos meses más tarde la Avellaneda cambió de domicilio sin motivo aparente. El espíritu de la condesa de Jaruco que, según ella, deambulaba por su jardín de la calle Clavel ya no le reportaba beneficios creativos. Se buscó una nueva vivienda en la calle del Desengaño. No sabemos si la "sabia" elección del nuevo sitio para habitar, pudo estar causado por el hecho de conocer, a través de Concha2, su amiga y madre de sus dos sobrinos, que el mencionado noviazgo entre Ignacio de Cepeda y María de Córdova y Govantes3 iba en serio pues era motivo de comentario entre la sociedad almonteña y hasta entre la sevillana. Pero conociendo los impulsos y el extremado romanticismo de la Avellaneda, todo podía ser posible.
 

Instalada ya en la "contrariada" calle madrileña del Desengaño, la Avellaneda se dedicó a proyectar la publicación de una gaceta que se traía entre manos. A la par comenzó a escribir un drama para el teatro y dos nuevas novelas, ambas totalmente diferentes a las dos primeras. En una de ellas, el protagonista, sería un hombre, pero no un hombre cualquiera. Se trataba de un bandido italiano llamado Espatolino. El título de la futura novela llamó la atención de Antonio Flores, redactor principal de un futuro periódico madrileño próximo a salir, El Laberinto4 que, sin conocer los detalles de la obra (apenas esbozada por su autora en los círculos literarios y políticos de todo Madrid), cedió las páginas que fueran necesarias para su publicación futura5 (como así sucedió en 1844). No sabemos si en esto tuvo también algo que ver la posible influencia ejercida por general Narváez, importante político y militar español al que la escritora había conocido tres meses antes en París y el cual sentía por ella una profunda admiración. El Espadón de Loja -como era conocido el capitán general de Madrid-, acababa de ser ascendido a teniente general por su gran acción bélica en la que derrotó a las tropas de Baldomero Espartero, general este último al que obligó marchar al exilio en Londres. En aquellos días estaba en boca de todo Madrid.
 

El general Ramón María de Narváez, en cuanto le fue posible, anunció su visita a la Avellaneda a través de un billete que le envió con su ayudante, el coronel Basseti. Ella, que recibía exclusivamente los lunes en la tarde, aceptó cediendo cualquier otro día de su calendario, si fuera menester. Ni la Avellaneda, ni su familia se lo podían creer (Francisca, su madre, ya se había venido desde Sevilla con los tres hermanos menores de la Avellaneda para residir en la capital) El famosísimo capitán general de Madrid les visitaría. La noticia se esparció inmediatamente calle del desengaño abajo, llegando a comentarse hasta en la mismísima puerta del sol gracias a le lengua de los criados. "La Avellaneda comienza a mezclarse ya con la peligrosa y alta política..." llegó a decir un literato detractor de la escritora en el café de El Parnasillo. Los propios criados de lengua suelta, trajeron de vuelta a casa las murmuraciones.
 

Acontecieron por aquellos días en Madrid y en toda España sucesos tremendamente importantes que afectaron de una manera, u otra, la vida y obra de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Desde el punto de vista literario, uno de ellos fue la salida inminente de Álbum del bello sexo o las mujeres pintadas por sí mismas, la gaceta que estaba proyectando la escritora desde su regreso y que ella misma propuso a la imprenta de El Panorama Español -con cierto apremio- ya que justamente pretendía competir con Los españoles pintados por sí mismos, obra que editaba el “portentoso” señor Boix6, al frente de la competencia.
 

Es meritorio señalar que Álbum del bello sexo… se adelantó catorce años a su homónima francesa Les Femmes peintées par elles mêmes. Sobre esta publicación me atrevería decir que se ha escrito poco y en algunos casos hasta se han mal interpretado los motivos que llevaron al cese de la empresa cuando solo se habían editado las tres primeras entregas. Baste leer la prensa española de la época para comprender la importancia que pudo tener la mencionada publicación, enmarcada dentro del panorama literario (y también) político español.
 

En una época tan temprana como el año de 1843, escribir para las mujeres y por una mujer, parecería una empresa imposible. Pues no. Gertrudis Gómez de Avellaneda lo hizo con gran profesionalidad y absoluta brillantez. Así nació la citada publicación en cuyo primer número aparecía el artículo La dama de gran tono7, obra de su autoría y joya de la literatura universal (y de la que muy pronto el blog La divina Tula dará noticias que tienen que ver con la actualidad y el bicentenario a celebrarse en 2014). Pero días antes de salir este primer número (del cual nos ocuparemos especialmente en el próximo post), visitó el general Ramón María de Narváez en compañía de Salvador Bermúdez de Castro8, una vez más, a la Avellaneda con el objetivo de felicitarle por la inminente publicación de la citada obra que se anunciaba discretamente en la prensa madrileña, pero que él sabía era un trabajo de gran lujo.
 

La visita se produjo la tarde del lunes 6 de noviembre de 1843, a escasos días de la proclamación de la mayoría de edad de la reina. La Avellaneda aprovechó aquel segundo encuentro para informar al general de sus futuras creaciones en las cuales trabajaba arduamente. Se trababa de dos novelas, una sobre la vida de un bandido italiano (Espatolino), y la otra sobre la conquista de Méjico (Guatimozín). También informó al general sobre un drama que reciente acababa de escribir (Munio Alfonso) y que pretendía dar a la empresa del Teatro de la Cruz, cuya respuesta por parte de los actores esperaba ansiosamente. Complacido el general por la cantidad de gratas nuevas (noticias que ya conocía, pues Salvador Bermúdez de Castro le mantenía informado de todo), se despidió de la Avellaneda y de sus familiares que le recibieron esa tarde. Pero al poco de salir, sucedió lo impensable. El general, se hubo de desviar un poco de su trayectoria para recoger a su ayudante, el comandante Basseti que le esperaba en la calle de San Roque (se dirigían al teatro del Circo para acompañar a S.M. Isabel II que asistiría a una representación del Ballet Giselle…) Pero al regresar por la misma calle del Desengaño dirección a la plaza del Rey, exactamente a la altura de la iglesia de San Martín de Tours, en el antiguo convento de Portacoeli le perpetraron al general un monstruoso atentado9. Sonaron más de veinte disparos que la Avellaneda escuchó desde su habitación. Un carruaje a toda velocidad pasó por frente a su casa. Los criados informaron que se trataba de la berlina del general.

Continuará…
 
 
Manuel Lorenzo Abdala
 

Citas y referencias:
 
1.- Francisco Cepeda y Alcalde (Curro), hermano menor de Ignacio de Cepeda y Alcalde. En 1839, cuando la Avellaneda mantenía relaciones con Ignacio, su hermano Curro mantenía una relación formal con la hermana de Concepción del Cerro (Concha) que era amante de Manuel Gómez de Avellaneda.
 
2.- Concepción del Cerro Noriega (Concha) mantuvo una larga relación en Sevilla con Manuel Gómez de Avellaneda. Con él tuvo 3 hijos fuera del matrimonio de los cuales sobrevivió solo uno. Manuel Gómez de Avellaneda nunca quiso casarse con ella, pero mantuvo una larga relación de amor carnal (puro sexo). Fue amiga durante toda la vida de Gertrudis Gómez de Avellaneda.
 
3.- María de Córdova y Govantes fue la esposa de Ignacio de cepeda y Alcalde y la madre de sus tres hijos. Al fallecer su marido en 1906 entregó a Lorenzo Cruz de Fuentes en Huelva, los originales de todas las cartas que su marido había recibido (y guardado celosamente) de Gertrudis Gómez de Avellaneda para que fueran dadas a conocer al mundo en una publicación. Autobiografía y cartas se editó en 1907. Gracias a la tremenda generosidad de la señora Govantes de Cepeda, todas  las generaciones futuras, hemos conocido y disfrutado desde el punto de vista literario e histórico con la relación y el epistolario de amor más importante escrito en siglo XIX.
 
4.- El laberinto, fue un importante y famoso periódico español, cuyo primer número salió del 1 noviembre de 1843 bajo la dirección de Antonio Flores. A partir de 1845 lo dirigió Antonio Ferrer del Río, fusionándose con la revista pintoresca del tiempo y el globo pasando a ser propiedad absoluta del famoso editor señor D. Ignacio Boix.
 
5.- El primer capítulo de la novela Espatolino salió publicado el 16 de enero de 1844.
 
6.- Ignacio Boix, fue uno de los más afamados tipógrafos y editores españoles del siglo XIX (Hombre de gran poder en la industria de la imprenta)
 
7.- “La dama de gran tono”. Álbum del bello sexo o las mujeres pintadas por sí mismas. Imprenta de El Panorama Español. Madrid, 1843 (Actualmente puede consultarse un único ejemplar en la Hemeroteca Municipal de Madrid)
 
8.- Salvador Bermúdez de Castro. Poeta, historiador y diplomático español, muy amigo de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Posiblemente el nexo directo entre la escritora y el general Ramón María de Narváez, así como también entre la escritora y Gabriel García Tassara, su futuro amante y padre de su única hija.
 
9.- El atentado fue perpetrado el lunes 6 de noviembre de 1843, previo a la declaración de la mayoría de edad de la reina Isabel II. El primer periódico que publicó la noticia fue La posdata Nº 560, el martes 7 de noviembre de 1843 en la portada.
 
 
Bibliografía:
 
-Ana Peñas Ruiz, “Aproximación a la literatura panorámica española (1830-1850)”, en Interférences littéraires/Literaire interferenties, n° 8, “Croqués par eux-mêmes. La société à l’épreuve du “panoramique””, Nathalie Preiss & Valérie Stiénon (eds.), mayo 2012, pp. 77-108.)
 
–"El Álbum del bello sexo o Las mujeres pintadas por sí mismas, entre el casticismo y la sátira", en Actas del III Congreso Internacional de Hispanistas, Málaga-Ceuta, Algazara-U. N. E. D. de Ceuta, 1998, pp. 481-503.
 
-Rabaté, Colette “¿Eva o María? Ser mujer en la época isabelina. Estudios históricos y biográficos. Ediciones Universidad de Salamanca, 2007
 
-Biblioteca Nacional de España, hemeroteca. Periódicos: El católico, El eco del comercio, La posdata, El heraldo. (Junio-diciembre de 1843)
 
-Hemeroteca Municipal de Madrid