agosto 28, 2014

AMOR Y PASIÓN (carta Nº 10)

Photo by Lady Clementina Hawarden. London 1860

La libertad individual es una quimera
(En lengua de gente teatral y de imprenta)

Con la carta nº 10, detendremos, prudencialmente, la transcripción de esta histórica correspondencia. Septiembre lo dedicaremos a otros menesteres, a dar a conocer diferentes personalidades que merecen ocupar, igualmente, las páginas del blog "La divina Tula". Entrados ya en el otoño, continuaremos con el resto de cartas. Y para finales de año sabremos qué camino tomó, definitivamente, aquella curiosa relación entre la Avellaneda y Romero Ortiz. Pero aún habrá que esperar para ello.
         Centrémonos ahora en esta nuevamente curiosa carta que, como el resto de las transcritas hasta hoy, no tiene desperdicio y sí muchísimo valor. Desde nuestro punto de vista constituye un valioso documento autobiográfico, imprescindible para poder comprender, aún más, la personalidad de Gertrudis Gómez de Avellaneda.

Mi posición es indudablemente la más libre y desembarazada que puede tener un individuo de mi sexo en nuestra actual sociedad. Viuda, poeta, independiente por carácter, sin necesitar de nadie, ni nadie de mi, con hábitos varoniles en muchas cosas, y con edad bastante para que no pueda pensar el mundo que me hacen falta tutores, es evidente que estoy en la posición más propia para hacer cuanto me dé la gana, sin más responsabilidad que la de dar cuentas a Dios y a mi consciencia: pero a pesar de todo sucede que no hay en la tierra persona que se encuentre más comprimida que yo, y en un círculo más estrecho.

Y cuánta razón tenía. La poetisa se encontraba muy comprimida y en un círculo que cada vez más se estrechaba, ahogándole casi hasta la infelicidad.
Por muchas precauciones que tomaran los amantes para no ser vistos juntos, Madrid tenía (y tiene) ojos y muchas lenguas, siempre muy dispuestas a interesarse por lo ajeno y dar voces al vecino. Era de absoluto dominio público que la Avellaneda tenía un nuevo amante. El tema estaba en conocer quién era el afortunado amante sustituto del fallecido Sabater. La carta que por momentos parece escrita por una adolescente, es en realidad un compendio de cómo actuar sigilosamente para evitar esto sucediera ante la curiosidad ciudadana.

Te advierto que acabo de tener una visita de uno de esos títeres; que sé que el amable Estrella me siguió anoche y te ha visto acompañarme, y que me he visto yo forzada a decir un millón de mentiras a manera de semi-confidencia (sic). Tiemblo de caer en lenguas de las gentes de teatro y de imprenta. Te suplico que seas muy prudente y que no des el menor paso para saber, por ahora, quién es quién ha instruido a ese quídam nombrado arriba, de las cosas que han pasado entre nosotros dos.

         Tula sentía pavor porque la insana publicidad de su relación le sería dolorosa y le haría muy infeliz, a ella y a su entorno más cercano, especialmente a su madre. Por otra parte estaba el tema del nombre que llevaba y que deseaba respetar a toda costa. En uno de los párrafos le dice a Romero Ortiz  que la calumnia no le hiere, que esta avezada a despreciarla; pero que le lastimaría el confesarse a sí misma dando motivos a que se le impute el no respetar el nombre que lleva, el de D. Pedro Sabater, al que tanto estimó.

Resuelta a no renunciar nunca el nombre con que me enorgullezco, a no formar nunca otros lazos de esos que la sociedad llama solemnes y legítimos; y sabiendo que no se comprenden aquellos que pueden existir entre dos almas como las nuestras, necesito cubrir con el misterio hasta lo que sea culpable porque sé que aun no siéndolo lo parecería.

         Acertada o errada, no seremos nosotros quienes juzguemos los impulsos y apreciaciones de la poetisa, ¡qué bien conocía a sus contemporáneos!, a los que tanto se adelantó muy a pesar de los pesares... (Muy valiosa es la información que nos brinda acerca de Dª Eloísa Gattebled de la cual conocíamos poco, por no decir nada). Lo curioso de todo es que a día de hoy –salvando las distancias temporales- las cosas han cambiado bastante poco. A nuestra actual sociedad le molesta más la libertad, la felicidad y el éxito de los demás que sus propios fracasos (como en el siglo XIX, vaya).
A propósito de lo anterior, hace pocos días una amiga ha dicho en una red social, “Lo peor cuando tenemos miedo, es que suele molestarnos la espontaneidad ajena. Lo peor cuando estamos reprimidos, es que suele molestarnos la libertad ajena. Lo peor cuando estamos frustrados, es que suele molestarnos el éxito ajeno. Por favor, seamos felices (¡y dejemos de joder a los demás!)”. Ese es el quid de la paz social, el quid de la paz espiritual y el respeto, los buenos modales, el saber estar...
¡Paz, progreso e inteligencia!


Manuel Lorenzo Abdala





Carta Nº 10
[27 de abril de 1853, miércoles]

Amigo mío: por si se te ha olvidado el nombre de mi ex-amanuense, quiero ponértelo por escrito. Es Dª Eloísa Gattebled(1), viuda de Santa Coloma. Vive en el entresuelo dcha. de la casa que vivo. No dejes de hacerte presentar por Lasagra (sic)(2) lo más pronto: ya ella[Eloísa] está advertida por mí. A otra cosa ¡Cuidado que por averiguar quién es la persona que dice Estrella(3) haberle hablado de nuestra correspondencia, no vayas a comprometernos más a ambos…! Te advierto que acabo de tener una visita de uno de esos títeres; que sé que el amable Estrella me siguió anoche y te ha visto acompañarme, y que me he visto yo forzada a decir un millón de mentiras a manera de semi-confidencia (sic). Tiemblo de caer en lenguas de las gentes de teatro y de imprenta. Te suplico que seas muy prudente y que no des el menor paso para saber, por ahora, quién es quién ha instruido a ese quídam nombrado arriba, de las cosas que han pasado entre nosotros dos. Yo iré esta noche al cuarto de Pepa, sufriré bromas, las daré fingiendo sospechar de todos los que allá vea, y espero que después del giro que prestaré a sus chanzas este asunto cesará de ocuparlos. Deseo mucho, deseo ardientemente alejarme cuanto antes de esa canallería literaria; y sobre todo, amigo mío, deseo que no se profanen nuestros sentimientos en la atmósfera donde respiran esos pobres seres. Te creo caballero, te creo prudente y delicado, no te estimaría si pudiese tener duda respecto a eso, pero es bueno que te advierta que soy tremendamente enemiga hasta de aquellas leves indiscreciones tan comunes en los amantes. Los afectos son como aquellos perfumes exquisitos que se desvanecen evaporados en el momento en que se les destapa. Aún con Eloísa es menester obrar con gran catela. Ella conoce las cartas primeras de Armand; ella sabe lo que he contestado a mi misterioso corresponsal, y ahora es imposible que se le escape que el presentado por Lasagra (sic) y anunciado por mí, no es otro que el mismo Armand. Persuadida de ello yo le haré semi-confidencias que no la harán saber sino lo que sabe sin ellas, procurando con esa muestra de aparente confianza alejar de su mente la sospecha de que hay más de lo que le digo. Nada tiene de extraordinario el que un hombre de talento preste estimación al mío y desee tratarme: todo lo demás no hay para que dejarlo comprender. Escucha, ya que te hablo de estas cosas. Mi posición es indudablemente la más libre y desembarazada que puede tener un individuo de mi sexo en nuestra actual sociedad. Viuda, poeta, independiente por carácter, sin necesitar de nadie, ni nadie de mi, con hábitos varoniles en muchas cosas, y con edad bastante para que no pueda pensar el mundo que me hacen falta tutores, es evidente que estoy en la posición más propia para hacer cuanto me dé la gana, sin más responsabilidad que la de dar cuentas a Dios y a mi consciencia: pero a pesar de todo sucede que no hay en la tierra persona que se encuentre más comprimida que yo, y en un círculo más estrecho. Aquí ves lo que te decía ayer de que la libertad individual es una quimera. Tengo una madre a cuyo lado vivo, a la que he hecho sufrir mucho por mis excentricidades, y a la que ahora, en su vejez, procuro complacer tanto como antes la he contrariado. Mi santa madre, amigo mío, que llora y se desconsuela cuando la dejo entrever la posibilidad de que algún día me meta en un convento fastidiada del mundo, lloraría todavía más si sospechase que a pesar de mi aburrimiento de todo, podía tener un amante. Sabe que hace muchos años que vivo para ella únicamente y para la literatura, con la cual he logrado reconciliarla: me supone incapaz de nuevos afectos y estoy cierta de que se alteraría mucho nuestra paz domestica si llegase a ver que se ha engañado ¡Es tan feliz cuando ve que solo dejo la pluma para rezar con ella el rosario y las novenas de Santa Gertrudis…! Hay más aún. He tenido, tengo y tendré grandísimo respeto al nombre que llevo; al nombre que me ha dado el más noble de los hombres: no quisiera por cuanto hay en el mundo dar motivo a una justa censura: no quisiera que el alma hermosa del que fue mi esposo… ¿qué se yo lo que iba a decirte…? En fin, el caso es que aunque creo, aunque espero, aunque estoy persuadida de que nuestro afecto será siempre puro; aunque no quiero, ni creo que tú quieras, deshonrar nuestros vínculos llevándolos a un terreno de fango y de miseria, con todo, amigo mío, siento que la publicidad me sería muy dolorosa y me haría muy infeliz. Resuelta a no renunciar nunca el nombre con que me enorgullezco, a no formar nunca otros lazos de esos que la sociedad llama solemnes y legítimos; y sabiendo que no se comprenden aquellos que pueden existir entre dos almas como las nuestras, necesito cubrir con el misterio hasta lo que sea culpable porque sé que aun no siéndolo lo parecería. La calumnia no me hiere, estoy avezada a despreciarla; pero me lastimaría el confesarme a mi propia que he prestado motivos verdaderos a que se me impute no respetar el nombre de aquel que tanto estimé. El depósito de aquel honor me es más sagrado que mi propia reputación. Cuando era soltera jugaba sin escrúpulo esta última, por ostentación de libertad; ahora viuda no me creo autorizada a hacerlo.

        Todo lo dicho te hará comprender cual es en realidad mi posición y cuales los deberes que me impone. Hemos empezado, amigo mío, cometiendo algunas indiscreciones, pisamos en suelo resbaladizo, y necesito que seas el primero en servirme de apoyo, y en evitar las consecuencias de mis propias imprudencias.

        No sé si entenderás estos feos borrones. En mi vida he escrito carta más desaliñada y con letras tan raras. Es que estoy nerviosa y colérica, y disgustada de mí y de todo el mundo. Adiós Antonio, hasta mañana. Este mundo es horrible: las almas grandes no caben en él; se ahogan ¡Que no pudiera yo irme contigo a un desierto de América…! ¡Qué no pudiera romper por todo, y arrojar con desprecio a la faz del mundo esta corona de oropel y de espinas que llaman nombradía, y hacerme tan ignorada, tan desconocida que solo tú, tú solo, amigo mío, supieras mi existencia y la amases…! Que no pudiera… en fin, no estoy para raciocinar hoy: no estoy para nada. Antonio, en nombre del cielo no te parezcas en nada a los hombres: necesito creer que eres un ser único, porque aborrezco todo lo que conozco: porque me siento mal entre aquellos que osan llamarse mis semejantes. Oh ¡mira! Yo pudiera ser otro Nerón… pero, no, miento. Desprecio demasiado al hombre para poder hacerle mal. Adiós otra vez. Te quiero.

Tula   


Hoy 27.




Notas:

(1)          Eloísa Gattebled de Santa Coloma, distinguida poetisa romántica, extremadamente sentimental y muy poco favorecida por la naturaleza (Tenía la cara picada de Viruelas), aunque de ojos verdes claros, “magnéticos”, era una mujer muy dulce y educada en extremo. Hija de un inglés y una francesa, había nacido en Inglaterra, pero desde muy joven se trasladó a vivir a España por desgraciados asuntos famliares. Se casó con un alto funcionario español que fue enviado a Manila (Santa Coloma) y con el cual tuvo tres hijos. Enviudó muy joven y se regresó a Madrid, dedicándose, entre otros menesteres, a la industria del conocimiento, las relaciones públicas, el secretariado y la influencia… Igualmente escribió para algunas revistas y periódicos de señoritas y moda.
Amiga personal de la familia Gómez de Avellaneda y Arteaga-Escalada, fue secretaria personal de Tula desde que esta llegara a Madrid, siendo la responsable de transcribir la mayoría de sus obras hasta 1853. Durante el intento de entrada por parte de la Avellaneda a la RAE, fue su principal aliada. Igualmente era conocedora de todos los pormenores de la poetisa, vida privada incluida. La Avellaneda, por temor, prescindió de sus servicios como secretaria personal (Eloísa sabía demasiado y parece ser que cometió una indiscreción). Fue a partir del momento en que la correspondencia con Antonio Romero Ortiz se tornó más seria de lo que parecía en un principio.
De la Dª Eloísa Gattebled nos ha quedado una pequeña biografía gracias a Impresiones y recuerdos, conocida  obra de Julio Nombela publicada en 1911.

               (…) como en la capital de Filipinas había sostenido amistoso trato por la elevada posición de su esposo con las autoridades religiosas, militares y civiles, al venir á la Corte reanudó sus antiguas relaciones con los que habían sido capitanes generales, intendentes y altos funcionarios. Insinuante y entrometida, ensanchó su esfera de acción haciéndose recomendar á importantes hombres políticos, y según supe (…) se dedicó á proporcionar á los ricachones filipinos cruces y veneras, extendió más tarde esta lucrativa industria á la isla de Cuba, y no desdeñó á los provincianos que deseaban ser caballeros ó comendadores de las diversas Ordenes civiles con que se premian méritos alguna que otra vez y se halaga la vanidad de los que ni siquiera tienen el mérito de ser sencillos y modestos. Además daba lecciones de francés, de inglés y de literatura á algunas señoritas de las más altas clases de la sociedad madrileña.

No olvidemos que Julio Nombela fue el mejor amigo de Gustavo Adolfo Bécquer y que según nos cuenta él mismo en la obra citada, conoció personalmente a la Avellaneda –la mujer más famosa de todo Madrid en aquellos momentos- en la casa de Dª Eloísa Gattebled de Santa Coloma donde se reunían y tertuliaban todos los poetas, dramaturgos y artistas madrileños.
En la BNE se conservan algunas obras de la señora Gattebled: poemas, novelas y alguna que otra biografía de personalidades, etc.

(2)  Se refiere al también gallego Ramón de La Sagra, conocido sociólogo, economista, botánico, escritor y gran político español, amigo personal de Tula y de toda su familia. De La Sagra fue colaborador, años más tarde, de la Revista “Álbum de lo bueno y lo bello” cuya directora fue la propia Avellaneda. Se dice, según afirman varios especialistas, que este medió en la relación que mantuvieron el escritor y político Antonio Romero Ortiz con ella, cuyas cartas analizamos ahora. La propia Avellaneda lo menciona en sus cartas.

(3)          Parece referirse a D. Domingo de Cuellar y Luque-Repiso, hijo de D. Antolín Cuéllar y Beladiez (ambos Condes de Estrella). Domingo Cuéllar fue un quídam más de los tantos que pululaban por Madrid, estrechamente relacionado con rapsodas, artistas y literatos varios, muy asiduo a la tertulia de Dª Eloísa Gattebled.

agosto 24, 2014

AMOR Y PASIÓN (carta Nº 9)

(Pensadora...) Photo by Lady Clementina Hawarden. London 1962


El amor, la política y Gertrudis Gómez de Avellaneda
(Proclamación)

La noche del domingo 24 de abril de 1853 debió ser intensa, excelsa y absolutamente arrebatadora para los enamorados. Los jardines del Palacio de Oriente sabrán mucho más que yo al respecto porque fueron testigos de los hechos. Debió ser ese prototipo de noche (poco frecuente), que ningún amante verdadero podrá jamás olvidar. Y tanto fue así que la pobre Gertrudis terminó enferma por tantas emociones y placeres experimentados...
La carta Nº 9 no solamente es intensa y está colmada de pensamientos filosóficos, de análisis existenciales y hasta de inesperadas y profundas reflexiones (algunas polémicas). Es de tal magnitud y desgarradora actualidad lo que dice (escribe), que su lectura puede dejar sin aliento a muchos contemporáneos. “La política es una prostituta degradada, a mis ojos” ha dicho, entre otras cien verdades. (Cada vez comprendo más el por qué han tratado de silenciar, a través de los tiempos, a un portento de las letras, sin igual, en España).

Todos los gobiernos me parecen malos porque todos son hechos por el hombre y para el hombre: la sociedad humana no me parece ni muy capaz de perfectibilidad ni muy digna de que se le procure.

La carta es en sí misma, un manifiesto, una especie de declaración de principios en toda regla que debería convertirse en inexcusable prontuario para ciudadanos, amantes y hasta para senadores, diputados, alcaldes, ministros y asesores de estos (y eso que la poetisa estaba en cama, muy enferma, cuando lo plasmó en el papel…)
En fin, la carta es vital para comprender cosas tan dispares (aparentemente) como el amor, la política y Gertrudis Gómez de Avellaneda. Pero es el tema amatorio el que predomina y el que realmente nos interesa. Es tan intenso lo que expresa la Avellaneda en esta carta que nos gustaría analizar con nuestros lectores todos sus pensamientos y reflexiones, si fuera esto posible (Exhortamos a ello). Nosotros hemos subrayado solo algunos casos, los que nos han parecido más propicios para el análisis, aunque todos son válidos y algunos polémicos, como lo fue igualmente el paso de la poetisa por este mundo.
Nada más que decir por hoy: la carta, creo, lo dice todo (en algunos aspectos es la mejor de un lote de cincuenta). Queda, pues, abierto el diálogo.


Manuel Lorenzo Abdala






Carta Nº 9. [Todos los subrayados son nuestros]

(Lunes 25 de abril)

        Te rogué que me escribieses hoy aunque fuese una sola línea, un saludo matinal, y ha pasado medio día sin recibirlo. Es preciso que andemos a la par, me decías anoche: yo te lo digo hoy a ti. Me levanto solo para escribirte, porque he pasado malísima noche, estoy enferma como preveía. Hace mucho tiempo que me tiene dicho mi Esculapio que solo evitando las emociones fuertes puedo recobrar la salud; que el reposo físico y moral es para mis males la mejor medicina. Estoy tocando la verdad de su receta: la felicidad que durante dos horas he gozado cerca de ti, me ha hecho mucho daño, amigo mío, tanto daño que creo imposible dejar en todo el día mi alcoba y solo por pocos momentos mi cama. Si quieres conservar a tu amiga por algún tiempo en la tierra, es necesario que le economices, por ahora, hasta las sensaciones de placer; que te acuerdes de que está físicamente enfermo su pobre corazón, y que, como todo enfermo, apetece comúnmente lo que le hace más daño. Con todo, amigo mío, no creo pagar caro con mis padecimientos de hoy los dulces momentos de ayer, si bien siento más que nunca lo que te decía entonces. En efecto; ¿no es verdad que hay en el amor un no sé qué de angustioso y desconsolador? ¿No es verdad que la pobre naturaleza humana no encuentra nada en sí misma con qué satisfacer el infinito anhelo de sus propias necesidades? ¿No sientes entre su deseo y su impotencia una lucha dolorosa que hace igualmente imposible el vivir sin amar y el amar sin morir?

        Al llegar aquí recibo tu billetico que he leído por tres veces ¡La política mi rival…! ¡Mi rival digna!(1) ¿Cómo te has atrevido a escribir eso? Escucha; la política es una prostituta degradada, a mis ojos. La política, eso que llamáis con ese nombre vosotros, los hijos del siglo 19; vosotros los que habéis desarrollado vuestra inteligencia y comprimido vuestro corazón entre la atmósfera del gas y el carbón de piedra; la política que habéis hecho los hombres constitucionales, los hombres de eso que llamáis gobierno representativo, es una cosa que nos es antipática a nosotros los poetas; a nosotros naturalezas ardientes que no comprendemos lo que es incompleto y raquítico. Yo entiendo a Luis 14 y a Proudhon, pero no concibo siquiera a los políticos de los gobiernos mixtos; a los monárquicos liberales; a vosotros los que llamáis libertas a una quisicosa imposible. Es verdad que yo no tengo ni chispa de fe, ni chispa de entusiasmo en la región que llamaremos de las ideas sociales. Todos los gobiernos me parecen malos porque todos son hechos por el hombre y para el hombre: la sociedad humana no me parece ni muy capaz de perfectibilidad ni muy digna de que se le procure. Esa gran palabra libertad, que ha tenido tantos mártires, me parece después de todo un sonido y nada más ¿Dónde está? ¿En qué consiste? Puede decirse de ella lo que decía Pascal de la justicia y de la verdad. “Son dos puntas tan delgadas que nuestros romos instrumentos no pueden afinar con ellas”. Y si me permites citar después de un pensamiento de Pascal una de mis humildes ideas, te diré que a propósito de la libertad, he observado en uno de mis versos:

Que el voraz tiempo en su carrera impía
Ni a los antiguos númenes perdona.

        Yo hubiera sido capaz de morir por aquel nombre en los tiempos de Leonidas. En los nuestros no daría un maravedí por su posesión. Todo cambia, amigo mío, y eso prueba que nada tenemos nunca que sea realmente bueno; que posea un elemento perfecto de vida. Todo cambia, porque todo es falso, impotente, defectuoso. Comprendo que la ambición se haga un instrumento de ciertas ideas, de ciertos nombres: no comprendo que la inteligencia, que el corazón se hagan un culto de aquellas ideas y de aquellos nombres. Deja a la humanidad seguir su marcha: domínala, si puedes; no te metas a mejorarla.

        He aquí que sin saber cómo te he regalado una porción de desaliñadas e inconexas ideas de mi repertorio secreto, y acaso vas a creer que soy un alma egoísta. Estoy tan mala que no me siento con fuerzas para disculparme, ni para escribir otra carta; a pesar de que me da ira ver que he empleado un pliego en decirte tonterías; en decirte cosas que no tienen relación con nuestros afectos. La culpa es tuya: ¿por qué me has hecho sentir celos de esa pícara política? (2). Bien mereces por castigo la pena de leer tantas extravagancias como he hacinado en esta carta.

        A otra cosa: o no firmes tus cartas o firma Antonio. El nombre de tu adopción(3) lo ha tenido otro hombre: el tuyo es el que quiero.

        Creo difícil el verte esta noche. Mi médico, que acaba de visitarme, me ha ordenado una docena de sanguijuelas: de poéticas sanguijuelas con las que entraré en sociedad esta tarde. Es presumible que no me halle por la noche en disposición de asistir al teatro; pero iré mañana sin falta.

        He andado buscando entre mis retratos alguno algo parecido para mandártelo; ya que no puedo hoy estar cerca de ti, quería estuviera mi imagen. Son tan malas las que tengo que no me he determinado a mandarte ninguna. Se me ha ocurrido luego hacerte llevar mis poesías para que leyeras en ellas esta noche al acostarte: pero aquellos pensamientos en que no entrabas tú, me son odiosos hoy. Solo te copiaré fragmentos de algunas estrofas en las que veas cual era el anhelo de este corazón que ahora no sabe decir que es lo que anhela, porque posee lo que antes soñaba y porque, sin embargo, no se siente satisfecho: quisiera todavía una esperanza más grande que la esperanza, como decía no sé quien; quisiera… ¿qué sé yo? Me indigna la idea de que cuantos tontos y tontas hay en el mundo saben decir que aman. Me indigna más todavía el pensar que la naturaleza, esa cruel niveladora, ha impuesto las mismas aspiraciones a la pasión, sea cual fuera el alma en que se albergue. El hombre más grande, ha dicho creo que el ya citado Pascal, no se diferencia del más pequeño sino en que tiene la cabeza más alta; los pies de ambos están al nivel. ¡Ay amigo mío! Esos pies malditos que pisan el mismo terreno en que se asientan los del ser más estúpido; esos pies que están tan al igual de todos los pies, por alta que se levante la cabeza; ese extremo fatal por el que se tocan todos los hombres, son los afectos del corazón por desgracia. Anoche lo sentía sin explicármelo y hoy me lo explico al sentirlo. Es cosa horrible que el alma esté asociada a este cuerpo miserable. Que para expresar las más altas aspiraciones de aquella, tengamos que valernos del lenguaje de los hombres más comunes: que no alcance el amor más puro y más espiritual, otras satisfacciones que aquellas que están a la disposición del más rudo patán. Esto se me ocurre a propósito de ciertas líneas de tu carta en las que me dices cosas muy bellas y muy ardientes, pero que revelan y excitan sensaciones muy vulgares; muy corporales, contra cuyo poder me irrito en vano. Hazte ángel, amigo mío; hazte ángel, aun cuando me quieras menos. Ten un idealismo superior a mi propio idealismo porque, de otro modo ¿a dónde iremos a parar, después de todo? ¿Cuál será el término de esta senda de poesía en la que concebimos ambos tan delicados perfumes…? ¡Oh! Serías muy insensato si no supieses alejarte y alejarme de un límite prosaico y mezquino: porque eso que los tontos llaman un triunfo, para el hombre de alma es la decepción; es la prosa… son los pies que lo pone al nivel de todos los hombres y de todos los brutos. Sé muy espiritual, amigo mío, te lo pido a nombre de nuestra felicidad futura: no me ponderes tanto los encantos de un beso. Un beso hace sentir lo mismo que a ti, al aguador que abastece tu casa. Háblame de aquellos goces del alma que no conciben sino los seres superiores. Dejaría de verte si creyese que después de todo lo que me has hecho soñar no quisieras ser para mí sino un hombre. No lo seas, no, por tu vida; no lo seas nunca. No me arrebates mis últimas probabilidades de dicha buscando su realización en lo que la desnaturaliza. He aquí por conclusión los versos que te he dicho antes.

Lo que se cambia y envejece, y pasa,
Lo que se estrecha en límites mezquinos,
Es nada para el alma, que se abrasa
Anhelando de amor goces divinos.(4)

¡Desdichado de aquel que en su juicio escaso
Hallar lo grande en lo finito intente;
Que en corrupto licor y estrecho vaso
Quiera apagar la sed que interna siente!(5)

………………………………………………………………….

Oh tú, sin nombre en la terrestre vida!
Bien ideal; objeto de mis votos;
Amor que sueña el alma, conmovida
Por vagos goces, en el mundo ignotos!
¿Dónde estás…? Ven a mí… Etc., etc.


Adiós.  


Notas:

(1)       Cuando la Avellaneda escribía esta carta, recibió el billete (carta) prometido por su amante la noche anterior. A partir de aquí cambia el tono de la carta. Parece ser que Romero Ortiz, involucrado en una campaña política para satisfacer sus ambiciones personales (la prensa por aquellos días hablaba sobre la derrota sufrida en el parlamento por él), le hace saber a Tula que debe compartir su tiempo entre ella y su otro “entretenimiento”. Esto motiva en la poetisa el manifiesto político, resultado de su experiencia, que vierte en su carta y que no tiene desperdicio, aunque después de la ofuscación inicial, vuelve al tema principal: el amor.

(2)       Es de tal magnitud el conocimiento y manejo del idioma por parte de la autora que ha querido expresar una idea haciendo una pregunta cuando en realidad se trata de un pensamiento suyo, de un convencimiento: “La culpa es tuya porque me has hecho sentir celos de esa pícara política” ha querido decir (sin la interrogante)

(3)       Nótese aquí las sospechas manifestadas por la Avellaneda en la carta anterior. Ella ya sabía (había descubierto) quién se escondía bajo el disfraz de Armand Carrel porque conocía la existencia del original, cuya vida se asemejaba bastante a la de Antonio Romero Ortiz. El Armand Carrel francés (disfraz de Antonio Romero Ortiz durante las primeras ocho cartas con la Avellaneda) nació en Paris en 1808. Hijo de padres comerciantes. En sus primeros años tuvo una fuerte afición por la carrera militar, la cual abandona muy pronto para dedicarse a la escritura y al periodismo gracias a Augustin Thierry (fue su secretario). De ideas “izquierdistas” se convierte en líder entusiasta del partido republicano. Compuso varias obras históricas y formó parte de la redacción de varios periódicos, llegando a fundar el “Nacional”, en donde manifestó nobleza en la defensa de los principios democráticos. Falleció como consecuencia de las heridas sufridas en un duelo con un rival político en 1836. Su obra más conocida fue Historia de la contrarrevolución en Inglaterra.

(4)       Parte de uno de los cuartetos dirigidos al señor don Pedro Sabater, con motivo de haberle enviado a ella unos versos en los cuales pretendía hacer su retrato (13 de febrero de 1846)

(5)       Es igualmente parte de uno de los cuartetos señalados anteriormente, pero algo variado, ajustado a la ocasión.

agosto 20, 2014

AMOR Y PASIÓN (carta Nº 8)

(L'amour...!) Photo by Lady Clementina Hawarden. London 1860

Disgusto e imprudencia
(Torpezas de dominio público)

         La carta que publicamos hoy fue escrita el sábado 23 de abril de 1853. Tenemos la certeza porque al final del mensaje ella le dice: “Te escribo de prisa (…) porque quiero que sepas que nos veremos mañana domingo (el subrayado es nuestro) a la misma hora y en el mismo sitio”. O sea, en los jardines del Palacio de Oriente y a una hora prudencial, agazapados entra la tupida floresta para evitar enemigos y gacetas parlantes… Ella, según sus propias palabras, necesita oírle y castigar la mano que escribió la "impía y calumniadora" carta anterior (Tretas amatorias).
A estas alturas la relación entre la Avellaneda y Armand Carrel ya es de dominio público. Un descuido del criado que trajo la carta (no la imprudencia cometida por la ella en el Teatro, que es cosa bien distinta) fue la causa de que Manuel, el hermano calavera de Tula se enterara del nuevo amorío que rondaba el corazón de su amada hermanita. Pero no es el único, casi todo Madrid sospecha que algo se cuece en el corazón de la poetisa.
Las cosas comienzan a enredarse y Tula está a punto de abrir la caja de Pandora. De momento ya sabe quién se esconde bajo el disfraz de Armand Carrel, pero aún no lo hace saber. La posdata es muy esclarecedora al respecto.
La próxima carta promete ser muy, pero que muy digestiva. "Adiós hasta entonces".


Manuel Lorenzo Abdala




Carta Nº 8.
[Sábado 23 de abril. Sin fechar en el original]

El que trajo tu carta ha cometido una torpeza: yo estaba todavía en cama cuando vino, por consiguiente le dio la carta a mi hermano, y le exigió que la abriese y le devolviese el sobre. Lo hizo así Manuel, por manera que he tenido el disgusto de saber al levantarme que otros ojos que los míos han podido leer lo que a mí me escribes: he tenido el disgusto de que Armand, al renacer para mí, se haya generalizado en cierto modo en mi casa. A pesar de eso mi corazón respira en este instante como si sacudiera un peso enorme. He tenido ayer un día de los más negros de mi vida. Fastidiada, llena de espleen (sic) [estado de melancolía sin causa definida o de angustia vital] y de misantropía, estuve en el teatro del Príncipe, como sin duda sabes, y también yo cometí imprudencias: imprudencias de que me arrepiento, pero con las cuales me vengaba en cierto modo anoche de las amarguras que habías vertido en mi alma. Las reparé hábilmente; no te inquietes por ellas. Anoche, cuando creía que Armando era un ser despreciable y no el que mi corazón creyó adivinar, anoche hubiera querido a cualquier precio saber quién era realmente para cubrirlo de afrenta. Hoy que vuelvo a verlo tal cual lo he visto antes, hoy vuelvo a creer lo que creía, y no necesito quitarte el antifaz para contemplar tu figura. Si; creo lo que he creído; creo que eres él; pero aun cuando no lo fueras me sería difícil, muy difícil ya mirarte nunca con indiferencia. Armando ha adquirido sobrada vida en mi corazón para que nada le destruya. Con todo no he mentido al decirte que existe un hombre que me es muy simpático, que me agrada mucho, aunque lo he tratado poco, un hombre que he creído adivinar bajo tu careta: no te he mentido, no: en el primer ímpetu de mi enojo y mi dolor al leer tu maldecida carta, se me escapó de mi corazón aquella revelación y no quiero recogerla. Es cierto, amigo mío, que Armando comenzó a interesarme no solo por su talento sino también por la persuasión que abrigaba mi alma de que bajo aquel nombre se ocultaba una persona que me es conocida y estimada: una persona a quién deseaba y temía tratar: pero al confirmar aquella verdad debo asegurarte, del mismo modo, que si sucediera que me hubiese engañado, si te viese otro del que creo, no por eso valdrías poco a mis ojos: por ti mismo, por tus cartas, por la última sobretodo, te has conquistado lugar en la región de mis afectos, y espero que no volverás a tener el odioso capricho de querer derrocarte. Te escribo de prisa, con gentes en casa, con ruido infernal en derredor, pero va esta, no obstante sus borrones y su desaliño, porque quiero que sepas que nos veremos mañana domingo a la misma hora y en el mismo sitio. Necesito oírte y castigar la mano que escribió aquella carta impía y calumniadora. No faltes a la cita. Te espero.

Adiós hasta entonces.



P.D.- ¿Por qué no me escribes de tu letra, embustero? ¿Crees que me has engañado haciéndome creer que realmente es tu mano la que traza esos renglones? No; tu artificio ha sido inútil.

agosto 17, 2014

AMOR Y PASIÓN (carta Nº 7)

(¡Cuidado! Puedo ser inflexible) Photo by Lady Clementina Hawarden. London, 1860.

Imprudencia fatal
(¿Se abrirá la caja de Pandora?)

Era cosa de días para que Armand Carrel cometiera el primer gran error. Y era cosas de días, igualmente, para que Tula lo pusiera en su debido lugar. Armand Carrel teme que ella descubra que tras el disfraz se esconde Antonio Romero Ortiz, escritor y “prometedor” político. No le conviene, desea mantener el anonimato y le hace saber que el indagar sobre su identidad sería como el abrir la caja de Pandora.
Tula le responde diciendo que ella es mujer de tal temple (...) que acaso sería capaz de amar a piratas, bandidos, y hasta frailes, si se le presentaran noblemente (a cara descubierta) para probarle que latía en su pecho un corazón capaz de amar como ella concibe el amor. Pero que todas las ilusiones que le pudieran inspirar se desvanecerían desde el momento en que viese falsedad, egoísmo y artificio mezquino, algo que se está temiendo en él.
¡Cuidado Armand Carrel...! Si quieres hacerte amar por Tula, ya va siendo hora de quitarte el antifaz. Desde la noche del domingo le estás pareciendo fatalmente imprudente: demasiado peligroso. Y si, como dice el refrán, hombre precavido nunca fue vencido, mujer prevenida puede que sea invencible. Y Tula, maestra en el arte de amar, podría mostrarse inflexible cual sólida roca.

Ponerse un antifaz para obtener la gloria de hacerse amar por solo su talento, es una idea feliz, una ambición noblemente orgullosa: ponerse un antifaz por prestar más poesía y más vivo interés al comienzo de una aventura de galantería, no me parece tampoco mala idea: pero ponerse antifaz para engañar, para dar lugar a que el ingenio y el encanto del misterio obren sobre el corazón de una mujer poeta, y puedan inspirarle un afecto que ha de ser para ella la caja de Pandora; un afecto que ha de morir cuando caiga el antifaz… eso, amigo Carrel, me merecería calificación muy dura.

¡Cuidado Armand Carrel! ¡Mucho cuidado! El hombre a quién ella sospechase capaz de semejante deslealtad, jamás le podría inspirar aquella pasión ideal sin nombre en el lenguaje humano.


Manuel Lorenzo Abdala
http://www.ladivinatula.blogspot.com




Carta Nº 7
[19 de abril de 1853. Esta carta es continuación de la anterior escrita la noche del martes 18, pero concluida de madrugada cuando ya era miércoles 19. Por ello es que se repiten las fechas en ambas].


Miércoles por la mañana.

Me dice el misterioso Armand, entre otras cosas a que ya he contestado en la adjunta, que si no respeto su incógnito “abriré la caja de Pandora”, y añada que “mataría al ser que ha nacido para encender en mi alma la llama inextinguible de aquella pasión ideal que no tiene nombre en la tierra”. Yo supongo que si ha comprendido algo mi carácter el amable corresponsal que me ha deparado el cielo, sabe perfectamente que el hombre capaz de encender en mi alma aquella pasión inextinguible, no perdería nada a mis ojos por no ser lo que el mundo llama persona de alta posición; no perdería tampoco gran cosa por no llevar en su frente una corona de gloria. Claro es por lo tanto que para que fuese una cosa tan funesta el descubrimiento de su nombre, era menester que fuesen tales y tan notorios los vicios que lo deshonrasen, o tan sagrado su estado, que opusiesen una valla insuperable entre su alma y mi alma; una valla tal que el mismo amor no fuera poderoso a salvarla. Esto es por lo tanto lo que debo suponer en vista del párrafo a que hago referencia, y en verdad, no concibo como el sagaz Armando ha podido despertar tales recelos en el corazón que dice quiere conquistar: esa sí que sería una irremediable imprudencia, no el haber pasado el Rubicón antes de tiempo. Aún diré más a mi desconocido caballero: ponerse un antifaz para obtener la gloria de hacerse amar por solo su talento, es una idea feliz, una ambición noblemente orgullosa: ponerse un antifaz por prestar más poesía y más vivo interés al comienzo de una aventura de galantería, no me parece tampoco mala idea: pero ponerse antifaz para engañar, para dar lugar a que el ingenio y el encanto del misterio obren sobre el corazón de una mujer poeta, y puedan inspirarle un afecto que ha de ser para ella la caja de Pandora; un afecto que ha de morir cuando caiga el antifaz… eso, amigo Carrel, me merecería calificación muy dura, y te aseguro desde luego que el hombre a quién yo sospechase capaz de semejante deslealtad, jamás me podría inspirar aquella pasión ideal sin nombre en el lenguaje humano. Soy mujer de tal temple de alma que acaso sería capaz de amar a un pirata, a un bandido, a un fraile, si se me presentaba noblemente con la cara descubierta a probarme que latía en su pecho un corazón varonil, capaz de amar como yo concibo el amor; pero todas las ilusiones que pudiera inspirarme el hombre más lleno de mérito y de gloria y de poder, se desvanecerían desde el momento en que viese en él falsedad y egoísmo y artificio mezquino.

Si es cierto, pues, que se te ha antojado hacerte amar de mi, sabe de mi leal franqueza que hoy te será la empresa mucho menos fácil que ayer porque antes de leer tu última carta no se me había ocurrido ver en tu disfraz la necesidad de ocultar algo, y desde que la he leído sospecho mucho que seas, o un ente muy desalmado, o un hombre que no es dueño de sí mismo, que no puede ofrecer su amor sino a través de una máscara, porque eso le deja libre para retroceder a su antojo. Te debo pues las gracias por haberme dado el grito de alarma tan a tiempo: sí, muy a tiempo a fe mía; porque desde la noche del domingo me estabas pareciendo muy peligroso; pero ya sabes aquel refrán de que hombre precavido nunca fue vencido. Mujer prevenida aun es más invencible, por lo mismo de que es más cobarde y más desconfiada de su fuerza. Si lo has hecho de intento te has mostrado leal y por eso te estimaré siempre.

He determinado marcharme muy pronto a mi retiro, ¿querrás decirme antes qué obra es aquella que deseabas hacerme escribir? Por mi parte quisiera que antes de separarnos me hicieses un nuevo favor, además del que me has prometido. No pretendo saber tu nombre ni ver tu semblante: te he dado mi palabra y es para mí más sagrada que para ningún hombre la suya. Pero quisiera que me contestases a dos preguntas, lealmente. El decirme la verdad sobre los dos puntos de que deseo hablarte, no me diría en manera alguna quien eres, pero me diría quien no eres, y eso acaso nos convendría a entrambos. Si; así como antes he sospechado que fueras Escosura, acaso sospecho ahora que eres otro que aun me odia más que aquel; otro que… en fin, tengo una duda ingrata y puedes hacerme bien en sacarme de ella; tanto que aun cuando seas realmente la persona que imagino, dejaré de aborrecerte desde el instante en que me rindas aquel servicio ¿Quieres oír mis dos preguntas…? Solo con esa condición volveré a hablarte antes de alejarme de ti. Si te prestas a ello escríbeme señalándome día. Si no tienes a bien el complacerme en este último obsequio que demando de ti, no hay que hablar más de eso, ni de otra cosa que de aquellas indiferentes que pueden tratarse entre dos personas completamente extrañas la una para la otra.

Adiós, misterioso corresponsal. No dirás que te escribo corto.

G.   

agosto 13, 2014

AMOR Y PASIÓN (carta Nº 6)

(¿Escoba o escopeta?) Foto by Lady Clementina Hawarden. London, 1855.

Quiero ser sola, única: todo o nada.
(Celosa cual africana, decimonónica)


Esta carta fue escrita la noche del diecinueve de abril, al día siguiente de Armand Carrel responder sobre la cita tenida lugar en los Jardines de Oriente... Al parecer el “amable incognito”, respondiendo a los deseos de la poetisa, se ofrece para tratar sobre La Aventurera en un periódico que colabora, contribuyendo de esa manera al futuro éxito de la obra cuyo estreno tuvo lugar un mes después, el 25 de mayo de 1853.
Literatura aparte, la curiosidad de la carta radica en la invitación a las corridas de toros que él le hace -convite rechazado tácitamente- y la alegoría que se establece entre “esos bichos”, como llama ella a los toros, y el posible estatus civil de su interlocutor. Es evidente que Antonio Romero desea ser su amante, pero no quiere que su relación sea del dominio público para poder dar marcha atrás cuando lo estime necesario o para poder picar en otras flores como era costumbre de la época. En realidad Armand teme a las gacetillas parlantes porque Tula es demasiado conocida. Ella por el contrario, al no concebir la bigamia del corazón y creerse incapaz de enamorarse de hombre ajeno, hace una declaración de principios que no tiene desperdicio. Quiere ser única. Lo quiere todo o nada. Y como las africanas, dice, es celosa hasta de los pensamientos…” Armand Carrel no lo tendrá tan fácil como ha creído.
La misiva marca el inicio del desarrollo o nudo de la relación. A partir de aquí, las cosas serán muy, pero que muy diferentes.


Manuel Lorenzo Abdala




Carta Nº 6.
19 de abril de 1853.

“martes por la noche”

        Amigo incógnito, recibo tu carta en la noche de hoy martes, y al volver del teatro del Príncipe donde pasé largas horas lo mismo que tú la noche antes; eso es, fastidiada y medio dormida. Te escribí el lunes a la misma hora en que tu trazabas, según veo en su fecha, las últimas líneas de tu carta: conjeturo que la mía habrá llegado a tus manos con considerable atraso, como era de esperar, pues iba rotula a Manolo en el sobre interior, y en el exterior a Dª Teresa Guio. Si por pereza de dicha señora no la has recibido todavía, ten la bondad de recogerla.

        Voy ahora a contestarte: escucha. [Nótese que le tutea y esto significa algo]

        No me agradan las gentes jactanciosas, aunque respeto mucho el legítimo orgullo. La primera página de tu carta parece escrita por García Quevedo* [Se refiere a José Heriberto García Quevedo], de quien se dice vulgarmente que es el pregonero de su propia fama ¿Si serás él…? Empiezo a sospecharlo, y a fe que no me pesaría, porque dicen que es bastante original y esto excita en mí el deseo de tratarlo. Es además americano y tal circunstancia siempre recomienda conmigo. A pesar del tono enfático y vanaglorioso que empleas al hacerlas, te agradezco mucho tus ofertas respecto a mi última producción [La Aventurera]: la he confiado a tu cuidado con entera fe y confianza en tu buena voluntad, y sé que la buena voluntad siempre alcanza medios. Me han dicho que se ejecutará antes del 15 de mayo, no sé si lo cumplirán porque no trato al presente a las gentes de Variedades, y si he dado La Aventurera allí ha sido por compromisos particulares con Buzón. No sentiré gran cosa que la pandilla Ochoa, Cañete y comparsa, eliminen mi obra. De todos modos te la dedico acá en mi interior, amable desconocido y deseo que no te parezca indigna de la adopción que haces de ella.

        Vamos a los toros, puesto que ellos te han inspirado la idea de exclamar -¿si seré yo casado?- No voy jamás a las corridas de esos bichos, como le llamáis  los aficionados: pero ¿sabes que si fueras casado era poco lisonjera para tu mujer la semejanza o analogía que parece has encontrado entre los toros y los individuos pertenecientes al santo estado? Salvo esta observación no veo imposibilidad de que hayas sometido tu cuello al yugo terno, pero creo que harías muy mal, si la hipótesis no es errónea, en robarle a tu cónyuge los momentos que dedicas a tu papel de Armand, y por mi parte, si fuera yo tu mujer, te haría de hacer pagar muy cara esa humorada inoportuna. Es verdad que yo sería una esposa tremenda, si amara a mi marido se entiende, porque soy celosa como una africana: celosa hasta de los pensamientos. Por eso me creo incapaz de enamorarme de hombre ajeno: no concibo la bigamia del corazón: quiero ser sola, única: todo o nada. Pero no viene al caso el decir ahora mi modo de sentir en aquel particular ¡Dios me libre de saber prácticamente hasta qué punto son exactas mis teorías!

        ¿Qué quieren decir las palabras de César que me citas? No soy fuerte en el latín; ten la bondad de traducírmelas. Yo solo recuerdo de aquél célebre dominador aquellas tan conocidas palabras “Llegué, vi, vencí” y a fe mía que si yo hubiese estado en lugar de sus enemigos me hubiera vengado infaliblemente de aquella jactancia. Otra pregunta: ¿qué Rubicón has pasado? Tu carta última habla a manera de oráculo; me quedo en ayunas de muchas cosas. Yo estaba enfadada y triste y preocupada cuando la recibí y después de leerla me siento de buen humor. Hay párrafos curiosísimos, y uno de ellos necesita larga contestación que te daré mañana; pues son las doce de la noche y se acaba este pliego. Hasta mañana pues, amable incognito.

G.
[sin rubricar]



Nota:
·  José Heriberto García de Quevedo fue un poeta, novelista, diplomático y militar venezolano nacido en Coro, estado Falcón en marzo de 1819 y fallecido en París en junio de 1871. Era descendiente del escritor español Francisco de Quevedo y Villegas.
En 1825 se mudó con sus padres a Puerto Rico, donde inició una educación que continuaría en Francia y España. En este último país hizo amistad con el escritor José Zorrilla, con quien colaboró en la composición del poema Pentápolis o La ira de Dios, publicado en 1852 [Por José zorrilla, Tula supo de su existencia, talento popularidad y temperamento]. También colaboró junto a Zorrilla en  María y Un cuento de amores (1849), aunque en el primer caso solo fue contratado para terminar el trabajo que el autor español no pudo hacer por diversos inconvenientes. García de Quevedo además escribió obras teatrales, novelas cortas y poemarios del género romántico que le ganaron gran celebridad, siendo considerado uno de los escritores más populares de la época.
En España, sirvió en la Guardia Real y a mediados del siglo XIX fue profesor de italiano y literatura italiana en el Ateneo de Madrid. En 1857, visitó Caracas como Encargado de Negocios de España y fue testigo de la Revolución de Marzo 1858. De regreso a Europa, editó una compilación de sus obras titulada Obras poéticas y literarias de Don José Heriberto García de Quevedo publicada en París en 1863. En 1864, fue delegado por España en la Primera Convención de Ginebra, en la cual se creó la Cruz Roja Internacional.
En 1861 se trasladó a París y en marzo de 1871, al regreso de un viaje, se encontró con el levantamiento popular que llevó al establecimiento de La Comuna de París. Contra el consejo de sus acompañantes, intentó entrar a la ciudad y fue herido mortalmente por un disparo proveniente de una barricada.