La serenata. Grabado publicado por el Semanario Pintoresco Español el 31 de abril de 1839
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Apuntes sobre La serenata:
La serenata, cuarto poema de Gertrudis Gómez de Avellaneda, fue escrito en
la ciudad de La Coruña en agosto de 1837. En ese momento -ya lo dijimos en el post anterior- la escritora mantenía
una relación amorosa con el joven militar Francisco Ricafort y Sánchez, hijo del capitán
general de Galicia Francisco Ricafort y Palacín. Sabemos por sus Memorias y por su Autobiografía y cartas que ese joven la amaba, pero
aunque generoso parecía humillado de la superioridad que le atribuía, contrariando siempre sus ideas. Carente de sensibilidad, Ricafort, no fue capaz de reconocer el talento de su prometida a tal punto que le parecía un delito que ella hiciese versos...
La serenata es un poema colmado de oníricas imágenes "cinéticas" y está dedicado, sin lugar a dudas,
a la lucha interna que mantenía su autora con el joven amante, cuando éste intentaba frenar su estro...
En el epílogo de Poder
y sexualidad: el discurso de Gertrudis Gómez de Avellaneda, fundamental obra de la investigadora, ensayista y escritora Evelyn Picón Garfield hemos
podido leer que Gertrudis Gómez de Avellaneda subvierte en este poema y deconstruye los códigos del binarismo
occidental del discurso hegemónico sobre la mujer.
En el subtexto de los versos que componen el poema -nos dice
Evelyn Picón Garfield- hay un anticipo de la situación del poeta del cuento “El
rey burgués” de Rubén Darío (1888) con la diferencia de que no es el rey
positivista quién se burla del poeta sino una dama que también desvaloriza el
alma lírica.
En “La serenata” Tula plantea la problemática de la
creatividad femenina obstaculizada por un discurso hegemónico masculino que
establece signos y símbolos líricos que la imposibilitan.
El poema se estructura de tal modo que Gertrudis Gómez
de Avellaneda, “La poeta insomne”, se desdobla
en “insomne trovador”, desdeñada y escarnecido éste por la ingrata dama a quién
dedica su canto amargo. La Avellaneda establece la escena y luego deja que el
mismo vate cante al son de su laúd, ofreciendo el tesoro inmortal de su alma,
es decir, el mundo ideal de ilusiones, dichas, gloria y amor a la dama. Al
terminar su canto, aparece el objeto amado de su pasión a quién el trovador
promete glorificar eternamente en sus versos. Por respuesta, sin embargo, cae
sobre él la risa y la burla de la dama cruel. En aquel momento vuelve a oírse
la voz de la poeta que pone punto a la triste escena cuando justifica el
silencio del vate y el retorno de la dama a “dormir en quietud”. Al final, la
poeta presa de fatal insomnio, escucha la voz fantástica de su propia
imaginación (sic).
Por medio del calificativo “insomne”, la poeta se
identifica con su propia creación, el trovador, y no con el objeto femenino de
la pasión de éste, a la cual manda que vuelva a dormir. La Avellaneda, artista femenina,
no puede participar sino por paráfrasis del discurso hegemónico estético en que
un vate canta a una dama hermosa, con el resultado de que ésta, como signo del
desprecio de la sociedad materialista por las riquezas del mundo ideal, lo
rechaza. No obstante, la poeta tiene que servirse de los signos y símbolos del
discurso hegemónico para expresarse.
Como punto final deseamos recordar a los lectores que la autora al componer esta obra, contaba con tan solo veintritrés años de edad. El genio poético, como un feroz volcán en plena erupción, florecía regando los valles de lo que más tarde sería su fértil y gran obra poética.
Manuel Lorenzo Abdala
http://www.ladivinatula.blogspot.com
Todo en sosiego reposa,
Reinan
silencio y quietud,
Y
a la reja de una hermosa
Resuena
acorde un laúd.
Cuelga la luna del cielo
Cual
lámpara circular,
Y
a través del negro velo
Se
ve lumbre rielar.
Solo el céfiro murmura
Acariciando
a la flor,
Mientras
canta su amargura
El
insomne trovador.
«Ingrata señora
De
esta alma rendida,
No
acabe mi vida
Tu
fiero desdén:
El llanto que vierto
Mi
vista oscurece,
Mi
tez palidece,
Marchita
mi sien».
«Mil veces mi pena
Te
dijo mi canto,
Mil
veces mi llanto
Miraste
brotar;
Mas ¡ay! No escuchaste
Mi
trova doliente,
Ni
el llanto clemente
Quisiste
secar».
«¿Por qué así desprecias
La
férvida llama
De
un pecho que inflama
Tu
pura beldad?
¿Es ¡ay! Tan mezquina?
¿Tan
poco te ofrezco
Que
solo merezco
Desdén,
crueldad…?»
«Un alma te rindo
Que
encierra un tesoro
Mas
noble que el oro,
De
precio mayor;
Pues es de ilusiones
Hermosas,
brillantes,
De
dichas constates,
De
gloria y de amor!»
«Tesoro, mi amada,
Que
nunca se agota,
Tesoro
que brota
Del
genio inmortal:
Tesoro muy digno
De
virgen belleza,
Pues
da la riqueza
Del
mundo ideal».
«A pechos vulgares
Da
el oro fortuna,
Y
al vate en la cuna
Lo
lacta con hiel:
Mas ve, cuando sueña,
Las
musas y amores
Vertiéndole
flores
Y
eterno laurel».
«Si luce la luna,
Si
cantan las aves,
Si
aromas suaves
Despide
la flor;
Si clara y sonora
Resbala
la fuente,
De
plata luciente
Surcando
el verdor»;
«Si brilla cuajado
Nocturno
rocío,
Si
en ondas del río
Refleja
la luz;
Si tiene la aurora
Benignos
albores,
El
sol resplandores,
La
noche capuz»,
«Si el trueno retumba
Que
al cerro estremece,
Si
el mar se enfurece,
Si
silba Aquilón…
¡Todo es para el vate!
Lo
horrible y lo hermoso,
Lo
grande y gracioso
Sus
númenes son».
«No, pues, mi homenaje
Soberbia
desdeñes,
Ni
ingrata te empeñes
En
verme morir:
No, no; que no abrigas
Un
alma de hielo,
Y
a darme consuelo
Te
siento venir».
«¡Oh dulce esperanza!
¡Oh
ansiado momento!
¡Felice
tormento!
¡Dichoso
anhelar!
NO en vano ¡oh hermosa!
Sufrí
penas tantas,
Si
logro a tus plantas
De
gozo espirar…!»
Suspenso su canto deja
El
amante trovador,
Porque
percibe en la reja
Ligerísimo
rumor.
De esperanza embriagado,
Latiéndole
el corazón,
Bendice
al objeto amado
De
su ferviente pasión.
Y orgulloso, delirante,
Dice
así con blanda voz,
Mientras
oye de su amante
Sonar
el paso veloz:
«¡Ven, no tardes!
Tu
hermosura,
Mi
ventura
Cantaré;
Y a los siglos
Tu
memoria
Con
mi gloria
Legaré».
Dice y responde la hermosura…
¿Mas
¡ay! qué acentos oyó…?
Una
risa estrepitosa
Que
toda su sangre heló.
Risa de escarnio y desprecio;
Risa
de burla y baldón…
¡Tal
fue de su canto el precio!
¡Tal
la prez de su pasión…!,
…………………………………………
…………………………………………
Silencio profundo ya reina en la calle,
Cesaron
los ecos del dulce laúd,
Y
es justo que el vate doliente se calle,
Y
deje a la hermosa dormir en quietud.
Mas yo que al insomnio fatal me resigno;
Que
al sueño propicio no encuentro jamás;
Escucho
que un genio, ó un duende maligno,
Me
canta al oído con triste compás.
Es ¡ay! El poeta
Un
ser lamentable,
Conjunto
admirable
De
orgullo y dolor.
Sueño es su esperanza,
Su
dicha ilusoria,
Mentira
su gloria,
Locura
su amor!
Fotocopia del principio y fin del poema, según aparece publicado en Poesías. Imprenta de Delgrás hermanos, Madrid 1850
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Bibliografía consultada :
- Picón Garfield, Evelyn. Poder y sexualidad: el discurso de Gertrudis Gómez de Avellaneda.
Editions Rodopi. Amsterdam-Atlanta GA 1993.
- Kirpatrick, Susan. Women
Writers and subjectivity in Spain 1835-1850. University of California
Press, Ltd. London 1989.
- Gómez de Avellaneda, Gertrudis. Poesías. Imprenta Delgrás Hermanos, Madrid 1850.
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