junio 03, 2013

LA SERENATA

La serenata. Grabado publicado por el Semanario Pintoresco Español el 31 de abril de 1839
 

Apuntes sobre La serenata:


La serenata, cuarto poema de Gertrudis Gómez de Avellaneda, fue escrito en la ciudad de La Coruña en agosto de 1837. En ese momento -ya lo dijimos en el post anterior- la escritora mantenía una relación amorosa con el joven militar Francisco Ricafort y Sánchez, hijo del capitán general de Galicia Francisco Ricafort y Palacín. Sabemos por sus Memorias y por su Autobiografía y cartas que ese joven la amaba, pero aunque generoso parecía humillado de la superioridad que le atribuía, contrariando siempre sus ideas. Carente de sensibilidad, Ricafort, no fue capaz de reconocer el talento de su prometida a tal punto que le parecía un delito que ella hiciese versos... La serenata es un poema colmado de oníricas imágenes "cinéticas" y está dedicado, sin lugar a dudas, a la lucha interna que mantenía su autora con el joven amante, cuando éste intentaba frenar su estro...
 
En el epílogo de Poder y sexualidad: el discurso de Gertrudis Gómez de Avellaneda, fundamental obra de la investigadora, ensayista y escritora Evelyn Picón Garfield hemos podido leer que Gertrudis Gómez de Avellaneda  subvierte en este poema y deconstruye los códigos del binarismo occidental del discurso hegemónico sobre la mujer.
En el subtexto de los versos que componen el poema -nos dice Evelyn Picón Garfield- hay un anticipo de la situación del poeta del cuento “El rey burgués” de Rubén Darío (1888) con la diferencia de que no es el rey positivista quién se burla del poeta sino una dama que también desvaloriza el alma lírica.
En “La serenata” Tula plantea la problemática de la creatividad femenina obstaculizada por un discurso hegemónico masculino que establece signos y símbolos líricos que la imposibilitan.
El poema se estructura de tal modo que Gertrudis Gómez de Avellaneda, “La poeta insomne”, se desdobla en “insomne trovador”, desdeñada y escarnecido éste por la ingrata dama a quién dedica su canto amargo. La Avellaneda establece la escena y luego deja que el mismo vate cante al son de su laúd, ofreciendo el tesoro inmortal de su alma, es decir, el mundo ideal de ilusiones, dichas, gloria y amor a la dama. Al terminar su canto, aparece el objeto amado de su pasión a quién el trovador promete glorificar eternamente en sus versos. Por respuesta, sin embargo, cae sobre él la risa y la burla de la dama cruel. En aquel momento vuelve a oírse la voz de la poeta que pone punto a la triste escena cuando justifica el silencio del vate y el retorno de la dama a “dormir en quietud”. Al final, la poeta presa de fatal insomnio, escucha la voz fantástica de su propia imaginación (sic).
Por medio del calificativo “insomne”, la poeta se identifica con su propia creación, el trovador, y no con el objeto femenino de la pasión de éste, a la cual manda que vuelva a dormir. La Avellaneda, artista femenina, no puede participar sino por paráfrasis del discurso hegemónico estético en que un vate canta a una dama hermosa, con el resultado de que ésta, como signo del desprecio de la sociedad materialista por las riquezas del mundo ideal, lo rechaza. No obstante, la poeta tiene que servirse de los signos y símbolos del discurso hegemónico para expresarse.

Como punto final deseamos recordar a los lectores que la autora al componer esta obra, contaba con tan solo veintritrés años de edad. El genio poético, como un feroz volcán en plena erupción, florecía regando los valles de lo que más tarde sería su fértil y gran obra poética.

Manuel Lorenzo Abdala
http://www.ladivinatula.blogspot.com

 
 
 
La serenata

 
  Todo en sosiego reposa,
Reinan silencio y quietud,
Y a la reja de una hermosa
Resuena acorde un laúd.

  Cuelga la luna del cielo
Cual lámpara circular,
Y a través del negro velo
Se ve lumbre rielar.

  Solo el céfiro murmura
Acariciando a la flor,
Mientras canta su amargura
El insomne trovador.
 
  «Ingrata señora
De esta alma rendida,
No acabe mi vida
Tu fiero desdén:
  El llanto que vierto
Mi vista oscurece,
Mi tez palidece,
Marchita mi sien».
 
  «Mil veces mi pena
Te dijo mi canto,
Mil veces mi llanto
Miraste brotar;
  Mas ¡ay! No escuchaste
Mi trova doliente,
Ni el llanto clemente
Quisiste secar».
 
  «¿Por qué así desprecias
La férvida llama
De un pecho que inflama
Tu pura beldad?
  ¿Es ¡ay! Tan mezquina?
¿Tan poco te ofrezco
Que solo merezco
Desdén, crueldad…?»
 
  «Un alma te rindo
Que encierra un tesoro
Mas noble que el oro,
De precio mayor;
  Pues es de ilusiones
Hermosas, brillantes,
De dichas constates,
De gloria y de amor!»

  «Tesoro, mi amada,
Que nunca se agota,
Tesoro que brota
Del genio inmortal:
  Tesoro muy digno
De virgen belleza,
Pues da la riqueza
Del mundo ideal».

  «A pechos vulgares
Da el oro fortuna,
Y al vate en la cuna
Lo lacta con hiel:
  Mas ve, cuando sueña,
Las musas y amores
Vertiéndole flores
Y eterno laurel».

  «Si luce la luna,
Si cantan las aves,
Si aromas suaves
Despide la flor;
  Si clara y sonora
Resbala la fuente,
De plata luciente
Surcando el verdor»;

  «Si brilla cuajado
Nocturno rocío,
Si en ondas del río
Refleja la luz;
  Si tiene la aurora
Benignos albores,
El sol resplandores,
La noche capuz»,
 
  «Si el trueno retumba
Que al cerro estremece,
Si el mar se enfurece,
Si silba Aquilón…
  ¡Todo es para el vate!
Lo horrible y lo hermoso,
Lo grande y gracioso
Sus númenes son».
 
  «No, pues, mi homenaje
Soberbia desdeñes,
Ni ingrata te empeñes
En verme morir:
  No, no; que no abrigas
Un alma de hielo,
Y a darme consuelo
Te siento venir».
 
  «¡Oh dulce esperanza!
¡Oh ansiado momento!
¡Felice tormento!
¡Dichoso anhelar!
  NO en vano ¡oh hermosa!
Sufrí penas tantas,
Si logro a tus plantas
De gozo espirar…!»
 
  Suspenso su canto deja
El amante trovador,
Porque percibe en la reja
Ligerísimo rumor.
 
  De esperanza embriagado,
Latiéndole el corazón,
Bendice al objeto amado
De su ferviente pasión.
 
  Y orgulloso, delirante,
Dice así con blanda voz,
Mientras oye de su amante
Sonar el paso veloz:
 
  «¡Ven, no tardes!
Tu hermosura,
Mi ventura
Cantaré;
  Y a los siglos
Tu memoria
Con mi gloria
Legaré».
 
  Dice y responde la hermosura…
¿Mas ¡ay! qué acentos oyó…?
Una risa estrepitosa
Que toda su sangre heló.
 
  Risa de escarnio y desprecio;
Risa de burla y baldón…
¡Tal fue de su canto el precio!
¡Tal la prez de su pasión…!,
…………………………………………
…………………………………………
 

  Silencio profundo ya reina en la calle,
Cesaron los ecos del dulce laúd,
Y es justo que el vate doliente se calle,
Y deje a la hermosa dormir en quietud.
 
  Mas yo que al insomnio fatal me resigno;
Que al sueño propicio no encuentro jamás;
Escucho que un genio, ó un duende maligno,
Me canta al oído con triste compás.
 
  Es ¡ay! El poeta
Un ser lamentable,
Conjunto admirable
De orgullo y dolor.
  Sueño es su esperanza,
Su dicha ilusoria,
Mentira su gloria,
Locura su amor!

 
 
 
Fotocopia del principio y fin del poema, según aparece publicado en Poesías. Imprenta de Delgrás hermanos, Madrid 1850
 
 
 

 
Bibliografía consultada :
- Picón Garfield, Evelyn. Poder y sexualidad: el discurso de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Editions Rodopi. Amsterdam-Atlanta GA 1993.
- Kirpatrick, Susan. Women Writers and subjectivity in Spain 1835-1850. University of California Press, Ltd. London 1989.
- Gómez de Avellaneda, Gertrudis. Poesías. Imprenta Delgrás Hermanos, Madrid 1850.

 

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