febrero 16, 2022

«La luz del pasado»

 

 
                      Amalia Domingo Soler                           Gertrudis Gómez de Avellaneda

by Marga Iriarte (extracto de un artículo publicado por El Español en su sección «Protagonistas / Cadenas de mujeres”, de activa presencia en la Internet)

 

La investigadora y escritora Marga Iriarte recuerda y evoca a mujeres conocidas y anónimas que crearon nuestro legado

Me vienen a la cabeza muchos nombres y ejemplos de mujeres coraje, insumisas y resueltas a demostrarle al mundo, y sobre todo a sí mismas, la capacidad de imaginar y crear, por consiguiente, también de transformar la sociedad de la época en la que vivieron. Las mujeres extraordinarias, la mayoría de ellas anónimas, están presentes en nosotras, aunque ignoremos su existencia. A ellas les debemos poder salir solas a caminar, firmar un contrato, inventar un nuevo material o un medicamento, escribir un ensayo, un poema, una novela o tocar el violín, sin necesidad de pedir autorización a un hombre. Por desgracia, alcanzar la autonomía personal y social, tiene un contorno territorial y económico, fuera de él malviven millones de mujeres sin posibilidad efectiva de salir a pasear solas sin que peligre su vida.

Gertrudis Gómez de Avellaneda y Amalia Domingo Soler son dos de las muchas mujeres que construyeron y pusieron los cimientos del edificio donde hoy nos guarecemos. Gertrudis Gómez de Avellaneda, la escritora [nacida en Cuba y pionera del feminismo en España] que publicó en 1841 Sab, novela antiesclavista y en defensa de la mujer, de sus derechos y en la que denuncia el oprobio que padecían: El esclavo al menos puede cambiar de amo, puede esperar que juntando oro comprará algún día su libertad: pero la mujer, cuando levanta sus manos enflaquecidas y su frente ultrajada, para pedir libertad, oye al monstruo de voz sepulcral que le grita: "En la tumba".

Gertrudis Gómez de Avellaneda, conocida también por La divina Tula, demostró valentía, inteligencia y perspicacia para describir en cuatro líneas la anulación social y personal de las mujeres. Aunque parezca a nuestros ojos de hoy poco relevante, la novela de Gertrudis Gómez de Avellaneda fue tan fundamental como la obra de Amalia Domingo Soler. Si la primera procedía de una clase social elevada, Amalia venía de una familia sevillana tocada por la pobreza. La fortaleza mental de Amalia, medio ciega y apenas sin instrucción, la empujó a estudiar y explorar la realidad que conocía por propia experiencia, tan injusta con las mujeres.[Igualmente lo hizo Gertrudis Gómez de Avellanedas en su novela Dos mujeres. En la misma declaró, ante una sociedad espantada, «el divorcio como solución a una unión no deseada»].

Amalia, por su parte, defendió el feminismo desde su activismo espiritista. En 1891 fundó en Barcelona, con las anarquistas Teresa Claramunt y Ángeles López de Ayala, la primera asociación feminista de España, Sociedad Autónoma de Mujeres de Barcelona. Estaba ubicada en el centro espiritista del Raval, allí se impartían clases nocturnas para sacar a las mujeres del analfabetismo; se abominaba de la sociedad clerical, conservadora e insensible hacia el sufrimiento de las trabajadoras.

Feminismo, anarquismo y espiritismo se unieron con el fin de defender los derechos y la dignidad de las mujeres. Imagino que, entre clase y manifestación callejera, pues no era raro que salieran de la Sociedad Autónoma de Mujeres para reivindicar escuelas laicas, convocarían espíritus de antepasadas que provocaría el temblor de pupitres y mesas donde estudiaban, incluso se elevarían del suelo en prueba de su apoyo a la causa feminista desde el más allá. La Avellaneda en el Madrid de 1870, también se declaró feminista y espiritista a la vez. Eran las corrientes de moda.

Esta combinación de feminismo y espiritismo, a primera vista estrambótica, adquiere sentido cuando se conocen un poco las personalidades de Amalia Domingo Soler, [y Gertrudis Gómez de Avellaneda], pioneras y visionarias. Quizás debido a la ceguera parcial de la Domingo Soler, esta desarrolló una mayor capacidad sensitiva, de manera que comprendió que la realidad material es solo una parte emergente y que existen en lo invisible e inaprensible, fuerzas y energías que interactúan con el mundo terrenal.

Marga Iriaerte

diario El Español, Madrid, febrero de 2022

Nota: Este artículo tanto como el anterior, sugerido por Google, así como otros muy interesantes, se publicaran en  El blog de La Divina Tula durante el año en curso.

febrero 04, 2022

La Avellaneda: poética y nacionalismo

 


Hace ocho años, durante los actos por el bicentenario del natalicio de Gertrudis Gómez de Avellaneda, un examen de varias críticas acérrimas contra su dramaturgia aparecía en las páginas del DDC. El espléndido artículo de opinión por su capital importancia, reproducimos hoy en el blog de La Divina Tula. Y aunque hayan transcurrido ocho años desde su edición inicial, su vigencia es más que necesario, imprescindible.

(Publicado por Yoandy Cabrera en el DDC, Madrid 15 Abr 2014, días después del bicentenario de la autora, el 23 de marzo de ese mismo año)

    El drama Catilina (1867) de Gertrudis Gómez de Avellaneda no ha sido representado. Por su aparente lejanía temática y argumental en relación a la época de la autora, esta y otras piezas de tema histórico invitan a debatir y reflexionar respecto al diálogo con la sociedad de su época, con las contradicciones y luchas de España en el siglo XIX, así como sobre su posición ante la primera guerra de independencia cubana.

    Mucha de la crítica cubana ha cuestionado el silencio y la falta de compromiso de la autora con la causa independentista insular. José Antonio Portuondo llega a decir que el olvido al que fue sometida la figura de Gómez de Avellaneda se debió a su falta de compromiso, a su indecisión, a no definirse por un bando u otro (Portuondo, 2-16). María Prado Mas, quien ha estudiado su teatro, resume la opinión de Portuondo sobre La Avellaneda: "[N]o termina de ser romántica, no termina de ser mística, no se define ante los deseos de independencia de Cuba" (Prado, 9).

    Así mismo se le exige que decida si es romántica o neoclásica, cuando en realidad la autora persigue tomar de ambas corrientes estéticas lo que considera valedero para su arte. Su eclecticismo literario, genérico, sexual y político, con frecuencia ha sido visto como ambigüedad e indefinición desde una postura moralista, negativa y misógina.

    De modo que José Antonio Portuondo mezcla lo político con lo estético, una postura propia de cierta crítica marxista de la Cuba revolucionaria. (Me refiero al período que comprende desde 1959 hasta el presente. Estas posturas de la crítica son mucho más comunes principalmente en los años 60 en Cuba y menos frecuentes en la actualidad.) Sin embargo, en el caso de Tula no creo que se trate de indefinición o de no llegar a ser romántica, independentista o anexionista. El compromiso de la autora, sus ideas sobre los asuntos políticos y estéticos se pueden leer y analizar en su novela antiesclavista Sab o en piezas de asunto histórico como Catilina.   

    Quizá guiado también por un nacionalismo reduccionista y extremo en ciertos casos, Rine Leal se lamenta de que la autora de Saúl «pudo haber creado, con solo dos o tres títulos, el teatro cubano y no lo hizo (...) Pudo señalar la sensibilidad dramática de su tiempo y marcar los rumbos del teatro muchos años y, desde luego, no lo hizo» (Leal, 323).

    Habría que tener en cuenta, primero, que en el periodo en que Avellaneda escribe, Cuba era considerada parte de España; por otro lado, no se han cuestionado con la misma asiduidad ni la misma fuerza las tragedias de José Joaquín Luaces (pensemos en Aristodemo, publicada el mismo año que Catilina, 1867) por no ser "nacionalistas" o por no pretender en ellas la «cubanización» que vemos en parte de su lírica y en el lenguaje y las situaciones de sus comedias. Al contrario, en Aristodemo se ha visto incluso hasta una alusión premonitoria al incendio de Bayamo (1869) y se ha hecho una lectura política sobre el tirano que bien podría realizarse y se ha realizado en muchas de las obras de tema histórico, medieval y legendario de Gómez de Avellaneda.

    SaúlMunio Alfonso Catilina son, sin duda, algunas de ellas. Por eso mismo es inesperado y hasta discordante que Rine Leal estime que estos temas legendarios no tienen que ver con la realidad cubana y no considere la lectura alegórica y más universal que propone Avellaneda. La juzga incluso muchas veces como "un caso peregrino", incluso titula como "Un caso peregrino" el epígrafe dedicado a ella en La selva oscura y termina el análisis de su teatro diciendo: «Así se apagó en Madrid sola y olvidada. Así permanece en nuestra historia teatral como un caso peregrino» (Leal, 1975, pp. 321-350). Rine Leal asegura que «la línea del teatro cubano no pasa precisamente por Tula» (Leal 250).

    En su análisis de la obra dramática de Avellaneda hay mucho de nacionalismo tendencioso, excluyente y superficial. A ratos parece que el crítico pretende hacer con la dramaturgia de la Isla una lectura de «lo cubano» semejante a la que persigue Cintio Vitier en la poesía. Al menos en el caso de la Avellaneda es así, y esa postura no es en absoluto saludable.

    La filiación monárquica, el interés por sus raíces hispánicas, el profundo sentimiento religioso, el eclecticismo artístico, el uso de asuntos medievales y antiguos son características de la vida y obra de Tula que Leal interpreta en su contra y usa para cuestionar su trabajo y sus ideales. El autor repite más de una vez que no niega la cubanía de la autora, sino la de su obra. Pero la base de su cuestionamiento sobre «lo cubano» en el teatro de Avellaneda está en la ausencia de personajes y temas que pertenezcan a la sociedad criolla; supedita su juicio a un mero asunto argumental y temático, a diferencias ideológicas.

    En muchos casos, Rine Leal se muestra incapaz de analizar fenómenos como la mímesis, las versiones de otras obras con los presupuestos que ese tipo de hipotextos exigen y con el valor que poseían dentro de la estética y los patrones artísticos decimonónicos.

    Es entendible, incluso, que el crítico anote y reclame no encontrar temas y asuntos que pertenezcan a la sociedad criolla insular del siglo XIX y hasta que considere limitados los modelos literarios españoles, pero no tiene en cuenta que con su coronación en La Habana (en contra de la que estuvieron muchos independentistas, como él mismo se encarga de recordar), el recibimiento que tuvo en su natal Puerto Príncipe, así como la influencia que ejerció con publicaciones como Álbum cubano de lo bueno y lo bello (1860), existían en la Cuba de entonces otras posturas, ideologías y opiniones quizá no tan parcializadas en asuntos políticos, pero no por ello menos reflexivas y coherentes.  

    Hay una clara contradicción entre las opiniones de Rine Leal y su análisis sobre la obra teatral de Avellaneda: llega a reconocer en muchos casos los valores estéticos en piezas como LeonciaSaúlBaltasarLa hija de las flores y El millonario y la maleta que, por otra parte, les niega a partir de presupuestos partidistas, políticos, de un nacionalismo restrictivo y esquemático. Leal reconoce el diálogo intenso que Saúl (de tema bíblico y aparentemente alejado del tiempo y la sociedad de la autora), Baltasar y Catilina establecen con la sociedad hispana decimonónica y, contradictoriamente, recrimina que tome asuntos ajenos, alejados, antiguos y medievales para muchas de sus piezas.

¿Tomar partido, hablar de la guerra?

Aunque la revista Álbum cubano... apenas duró seis meses, por sus páginas circularon importantes figuras de pensamiento y procedencia disímiles: Luisa Pérez de Zambrana (ejemplo de esposa, madre y "ángel del hogar"); Juan Clemente Zenea (independentista, que en el momento de la creación del Álbum cubano... ya se había visto obligado a emigrar a los Estados Unidos, donde siguió colaborando con publicaciones de corte independentista; incluso había sido condenado a muerte en 1853 por sus actividades contra el gobierno español, condena que se anuló por la amnistía general); el maestro e independentista desterrado en 1869 Rafael María de Mendive; autoras poco conocidas como Dolores Cabrera y Heredia y María Valdés Mendoza y hasta el propio José Fornaris, uno de los mayores detractores y enemigos de la camagüeyana, aunque en los tiempos de la publicación ella lo contase entre sus cercanos.

    Lo cierto es que Gómez de Avellaneda no discriminó en su publicación a los autores ni por su sexo, ideología, raza, reconocimiento social o pensamiento. Aunque la publicación no tuvo larga vida ni un gran apoyo de financiación, hoy es reconocida como uno de los grandes antecedentes del feminismo en la Isla, dio a conocer a autoras campesinas, humildes, poco visibles y descentralizó en poco tiempo el desarrollo de la prensa insular al hacerla llegar a varios puntos de su geografía, entre ellos Nuevitas y el propio Puerto Príncipe. Su comportamiento fue más inclusivo, dialogante que el de sus detractores, tanto decimonónicos como subsiguientes, transidos la mayoría por un pensamiento partidista que ha impedido una valoración más justa de su producción y su vida.        

    El crítico Alberto Rocasolano comete otro error: exigir a Gómez de Avellaneda que hiciese declaraciones explícitas sobre la situación política en Cuba durante la guerra (1868-1878). Por ello afirma, en consonancia con Portuondo: "si algo afectó en verdad a la escritora, fue su actitud indiferente ante la lucha por la independencia de su país natal" (Rocasolano, 22).

Pretender que la autora tomase partido y hablase sobre la guerra haciendo declaraciones políticas que la comprometiesen es más bien un procedimiento propio de la Cuba posterior a 1959, de una politización de la cual son también víctimas Leal y Portuondo en sus declaraciones.

    Entender el silencio o las acciones de Avellaneda como «indiferencia» hacia Cuba es descabellado y refleja una lectura sesgada y abyecta de los temas políticos y de los conflictos de poder en su literatura. Además, Leal critica el amor de la Avellaneda hacia España irónicamente (Leal, 326) con cierto tono semejante al que se ha utilizado en Cuba desde el poder después de 1959 para hacer referencia a los emigrantes, considerados por la oficialidad como «traidores» y «desertores». 

    La Avellaneda dedicó a Cuba la puesta en escena de su primera gran obra, que la consagró en el ámbito cultural español: Munio Alfonso, estrenada en el Teatro Tacón de La Habana el 30 de agosto de 1844. También, en medio de la Guerra de los Diez Años, dedicó sus obras a su patria («Dedico esta colección completa de mis obras, en pequeña demostración de grande afecto, a mi Isla natal, a la hermosa Cuba»), por lo que la «indiferencia» a la que alude Rocasolano no es tal. No se pierda de vista que muchas de sus obras (entre ellas Catilina) hablan de naciones, pueblos, tierras que batallan por su libertad, de enfrentamientos ideológicos y partidistas, luchas de clases sociales, conspiraciones, todo ello mezclado frecuentemente con la vida íntima, personal, sentimental de sus personajes.

    Dentro de esos arquetipos que encarnan al aristócrata, al populista, al monarca, a la mujer apasionada, a la obediente, a la buena madre, al político, al estratega… tendríamos que leer un diálogo interactivo y más rico con su realidad y sus inquietudes intelectuales y sociopolíticas, aunque la obra trate de tierras remotas o de tiempos antiguos. Gómez de Avellaneda, como pocos dramaturgos decimonónicos, supo leer y universalizar caracteres que encarnan comportamientos humanos que se repiten en la historia y llegan hasta nuestros días, aunque sus referentes fuesen medievales (Munio Alfonso), bíblicos (Saúl), grecolatinos (Catilina), históricos o legendarios (El príncipe de Viana).

    En el caso específico de Catilina y de sus implicaciones políticas, Cira Andrés y Mar    Casado escriben en las memorias noveladas que publicaron bajo el título Gertrudis Gómez de Avellaneda. Memorias de una mujer libre: «Tenía mucha desconfianza respecto a ese drama, cuyo tema era peligroso y difícil. Trataba de la corrupción en el poder, tan de moda [...]. En su discurso vuelvo a insistir en el análisis que he hecho en casi todas mis obras, denuncio las arbitrariedades del hombre al dividir la sociedad en patricios y plebeyos, las grandes riquezas en manos de unos pocos y las injusticias que esto suscita» (Andrés, 149).

    A ello puede sumársele el juicio de Evelyn Picon Garfield sobre el diálogo de Catilina con las circunstancias sociales españolas de mediados del siglo XIX: «deben haber influido en su ideología moderada los acontecimientos en España durante las dos décadas anteriores a esa fecha: exilios, regencias, sublevaciones militares, huelgas, movimientos populares, militarismo, crisis monárquicas, represión, suspensión de garantías constitucionales, y un crack financiero» (Picon, 92).

El asunto de la «cubanidad»

Con respecto a lo patriótico y a la «cubanidad» y en el caso específico de Gómez de Avellaneda, Félix Ernesto Chávez argumenta: «Es en Heredia donde lo amoroso se funde con lo patriótico, y como se ha venido estudiando tradicionalmen­te, la naturaleza 'se interioriza' definitivamente. Heredia constituye, así mismo, el primer poeta entregado a la causa independentista cubana, razón por la cual sufrió destierro siendo muy joven. Incluso en ciertos procesos de periodización romántica en Hispanoamérica se llega a tomar como pun­to de partida el año de 1825, en que Heredia publica sus primeros poemas».

    Y agrega Chávez: «No se pueden evaluar las mismas variables (de independentismo y rea­firmación de una estética insular propia) en la obra de Gertrudis Gómez de Avellaneda, por el simple hecho de que ella sí hizo carrera en España, aunque en buena parte de su producción se verifique una indudable impronta caribeña (sobre todo desde el punto de vista temático; y no solo en sus poemas, sino también en novelas como Sab)Lo cierto es que ella ejerció una influencia enorme sobre los escritores cubanos del siglo XIX, y en especial sobre las escritoras. Su importancia trasciende las fronteras cubanas y caribeñas hasta instituirse como la figura de referencia de su época dentro del Romanticismo español. No redujo su producción a la poesía, que era el género atribuido por excelencia (y per­mitido, junto con el epistolar) a la mujer, sino que cultivó la prosa narrativa y autobiográfica (aunque la incidencia de esta sobre la literatura española e hispanoamericana sería póstuma, toda vez que alcanzó a ser publicada a principios del siglo XX), así como el teatro, donde fue de las dramaturgas de mayor éxito en un mundo, el teatral, predestinado para el éxito masculino. Sin embargo, la polémica sobre su ‘cubanidad’ (e incluso americanismo), pro­movida por sus detractores en la Isla —ya desde antes de su regreso temporal en 1859 y reafirmada por un joven José Martí en 1875, tras la muerte de la escritora— ha incidido en las valoraciones de su obra en el contexto cubano» (Chávez, 46-47).

    Que una mujer nacida en la isla de Cuba fuera capaz de brillar entre las figuras más reconocidas del ámbito español decimonónico hablando de temas universales y personales como la locura, la pasión, el amor, el desarraigo, la soledad, la tiranía, la traición, el poder, su condición de extranjera o "Peregrina" (como se autodenominó), en medio de un ambiente intolerante que subestimaba las capacidades literarias y estéticas de la mujer y, utilizando muchas veces no solo el tono trágico sino la ironía, la sátira y el sentido del humor, todo ello debería ser (es) suficiente razón para enriquecer no solo su obra, sino también el teatro hispano-cubano o el teatro, a secas, sin provincianismos reduccionistas, sin exigencias sectarias.

    María Prado Mas, en su tesis doctoral sobre el teatro de Avellaneda afirma, muy acertadamente, que la autora «no es un talante cubano ni español, sino universal. No se puede parcelar el genio» (Prado, 9).

     Me pregunto si la protagonista de Leoncia, esa mujer censurada, amante, contradictoria y apasionada que la crítica relaciona con la propia Avellaneda y cuya historia recoge parte de sus amores por Cepeda no es ya, por derecho, reflejo de las características principales de una mujer cuestionada, en medio de una sociedad moralista y patriarcal, que se mueve entre el viaje y la pasión, entre el desarraigo y la soledad, entre el desengaño y el rechazo social.

    Esa imagen tiene más que ver con el ser cubano y universal de lo que el propio Rine Leal pudo haber sospechado o sopesado en su momento, aunque insista en que «su teatro nada añade a nuestra escena» (Leal, 324).

    Habría que recordar, en este sentido, lo que declara Alfonso Reyes en su Ifigenia cruel y que Antón Arrufat cita oportunamente en Los siete contra Tebas: «Cierto amigo, no ayuno de letras, me dijo cuando leyó la Ifigenia: 'Muy bien, pero es lástima que el tema sea ajeno'. 'En primer lugar —le contesté—, lo mismo pudo decir a Esquilo, a Sófocles, a Goethe, a Racine, etc... Además, el tema, con mi interpretación, ya es mío. Y, en fin, llámele, a Ifigenia, Juana González, y ya estará satisfecho su engañoso anhelo de originalidad» (Arrufat, 25).

    La búsqueda enfermiza de un nacionalismo y de un partidismo ideológico y excluyente produjo delirios y desvaríos en Rine Leal y Cintio Vitier, que en muchos casos cuestionaron injustamente la obra de Gómez de Avellaneda. Nara Araújo ha escrito que «la búsqueda de una esencia es un sendero de espinas y no conduce a parte alguna» y "el intento de alcanzar una totalidad que resuma a la Isla de Cuba, siempre nos remitirá a su imposibilidad, a su fracaso" (Araújo, 17).   

    La exigencia de una definición política, estética y sexual, al mismo tiempo que la crítica a sus reservas, discreción en cuanto a temas sociales, el cuestionamiento de su eclecticismo, de su carácter y su físico conforman una tradición crítica, un continuum patriarcal, esquemático, politizado, excluyente, discriminatorio (y por ello lamentable) entre los siglos XIX y XX, desde autores como José Martí, José Fornaris y Bretón de los Herreros hasta Jorge Mañach, Cintio Vitier, Alberto Rocasolano, José Antonio Portuondo y Rine Leal.

 POR YOANDY CABRERA

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Bibliografía

Andrés, C. y Casado, M. Gertrudis Gómez de Avellaneda. Memorias de una mujer libre. Barcelona: Icaria, 2008.

Araújo, Nara. "La Isla de Cuba: Viaje, imagen y deseo". Cuban Studies, volumen 40, 2009, 1-17.

Arcos. J.L. et al. Historia de la literatura cubana. La colonia: desde los orígenes hasta 1898. La Habana: Letras Cubanas, 2005.

Arrufat, A. Las máscaras de Talía. Matanzas: Ediciones Matanzas, 2008.

________. Los siete contra Tebas. La Habana: Unión, 1968.

Chávez López, F. E. La claridad en el abismoEl sujeto romántico en la poesía de Luisa Pérez de Zambrana. Madrid: Verbum, 2014.

Gómez de Avellaneda, G. Obras. (Edición y estudio preliminar de José María Castro y Calvo).  Madrid: Atlas, (1974-1981).

________. Obras literarias. Madrid: Imprenta y Estereotipia de M. Rivadeneyra, tomo I, 1869.

Leal, R. La selva oscura. La Habana: Editorial Arte y Literatura, volumen 1, 1975.

Méndez, R. Otra mirada a La Peregrina. La Habana: Letras Cubanas, 2007.

Picon Garfield, E. Poder y sexualidad: el discurso de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Amsterdam-Atlanta: Editions Rodopi B.V., 1993.

Portuondo, J. A. "La dramática neutralidad de Gertrudis Gómez de Avellaneda". Revolución y Cultura, La Habana, 1973, 2-16.

Prado Mas, M. "El teatro de Gertrudis Gómez de Avellaneda" (Tesis inédita de doctorado.) Universidad Complutense de Madrid, Biblioteca de Filología A, 2001.

Rocasolano, A. Poetisas cubanas. La Habana: Letras Cubanas, 1985.

Saura, A. "Gertrudis Gómez de Avellaneda, adaptadora teatral". Çédille. Revista de estudios franceses, no. 2, abril, 2006, 103-113.

Vitier, C. y García Marruz, F. Flor oculta de poesía cubana. La Habana: Arte y Literatura, 1978

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febrero 01, 2022

1 DE FEBRERO DE 2022, 149 ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE LA AVELLANEDA

 

GGA a los 23 años


Gertrudis Gómez de Avellaneda falleció un día como hoy, 1 de febrero de 1873, en la calle Ferraz no 2 de Madrid, en el mimo lugar donde a día de hoy radica el PSOE. Nació en Santa María de Puerto Príncipe, hoy Camagüey, en la entonces provincia española de Cuba el 23 de marzo de 1814. Sus antepasados paternos eran oriundos de Constantina de la Sierra en la provincia de Sevilla mientras los maternos provenían de las Islas Canarias y el País Vasco. Su padrastro era gallego.

Pasó su niñez en su ciudad natal. Con tan solo 9 años sufrió la muerte de su padre, capitán de la Marina y de la ciudad de Puerto Príncipe acaecida en 1823.  Residió en Cuba hasta que finalmente en 1836, los reyes firmaron la orden de traslado de su padrastro a España. En este año parte con su familia hacia la metrópolis. Al comienzo de este viaje compuso uno de sus más conocidos poemas, el soneto «Al partir» una composición antológica por excelencia, marcada por el desgarramiento existencial, muy propio de su fetiche literario, José María Heredia, y que encabezará su producción en el futuro.

 En Sevilla conoció a Ignacio de Cepeda, el hombre que despertó un apasionado amor en la joven escritora que se mantendría vivo, a pesar de que él nunca le correspondió con la misma intensidad a lo largo de casi toda su vida.

Tula en 1840 hizo amistad con literatos y escritores de la época en su estancia en Madrid. En 1841 leyó sus poemas en el Liceo y en 1841 publicó su primer libro. También empezaron sus triunfos teatrales con el estreno en 1844 de Munio Alfonso, su primera obra estrenada en Madrid. Su novela Sab supuso una ruptura ya que era la primera novela abolicionista.

En 1844 conoció al poeta Gabriel García Tassara. Avellaneda se rindió al amor compartido con Ignacio de Cepeda por este hombre que la dejaría sola, estando embarazada y soltera, lo que en el Madrid de mediados del siglo XIX era una enorme desgracia. A pesar de todo en abril de 1845 tuvo a su hija María, que murió a los siete meses por culpa de la eclampsia que sufrió al nacer. Aunque la escritora intentó que el padre conociera a su hija antes de morir, él se negó. Sin embargo, en la iglesia donde se le dio sepultura a la niña, específicamente en su acta de defunción aparece con el apellido del padre.

Su vida sentimental dio un giro cuando en 1846 se casó con don Pedro Sabater, pero la desgracia se cernió de nuevo sobre ella y al poco tiempo su esposo enfermó y apenas meses después de su matrimonio quedó viuda por primera vez.

En 1850 realizo una segunda edición de sus poesías. Tenía ya el favor del público y de la crítica, siempre tuvo el apoyo de escritores como José Zorrilla, Fernán Caballero, José de Espronceda, o Alberto Lista; sin embargo, escritores menores y otros funcionarios públicos, impidieron que entrara en la Real Academia Española (RAE)

En 1858 estrenó su drama Baltasar cuyo triunfo superó todos los éxitos tenidos anteriormente y lo cual compensó las mil contrariedades que había encontrado en su carrera y vida.

Contrajo matrimonio con Domingo Verdugo y Massieu, político, con el que marchó a Cuba en 1859, donde vivió cinco años. En una fiesta en el Liceo de la Habana fue proclamada poetisa nacional. Dirigió la revista Álbum cubano de lo bueno y lo bello, pero en 1863 murió su segundo esposo. Las muertes de sus dos maridos acentuaron su temperamento depresivo y apasionado hacia el nuevo entretenimiento, el espiritismo y periodos de retiro religioso.

Viajó a Nueva York y a las Cataratas del Niágara donde su gran poeta fetiche compuso su gran obra poética, «Oda al Niágara». Regresó a España en 1865, después de pasar una temporada por Londres y Paris. Dedicó sus últimos días a editar sus obras completas hasta que la diabetes, el 1de febrero de 1873 venció sus fuerzas físicas. Gertrudis Gómez de Avellaneda era admiradora de Mme. de Stael, Chateaubriand, W. Scott, La condesa de Merlín, Gallego y Quintana, entre otros.  Perteneció al grupo de escritores románticos de finales del XIX, escribió poesía, novela y teatro y destacó en los tres géneros, especialmente en el último. Incorporó a las letras españolas el ambiente caribeño, sentido en varias partes del mundo como algo exótico, en un tono melancólico y nostálgico. La crítica actual la considera una precursora del feminismo moderno tanto por su actitud vital como por la fuerza que imprimió a sus personajes literarios femeninos.


 Manuel Lorenzo Abdala

La divina Tula