Foto by Lady Clementina Hawarden, la primera artista de la fotografía. Londres ¿1853?. |
Preámbulo.
En octubre de 2012 anunciábamos la
publicación (a partir del verano de 2013 y como antesala a los actos por el
bicentenario del nacimiento de la divina Tula), de las cincuenta cartas de amor
y pasión escritas por la Avellaneda a un tal Armand Carrel (Antonio Romero Ortiz). No pudo ser entonces. Creímos oportuno -pensábamos, ilusos que somos- que una editorial sería el
mejor medio para reeditar lo que en
1975 publicara la Fundación Universitaria
Española, homenajeando a la autora por su bicentenario. Pero salvo en la Asociación Cultural y
Literaria “La Avellaneda” de Sevilla (Edith Checa, Isabel Martín
Salinas, Rosa María García Barja, Miguel Hermoso Alón, Rosa Ciriquián y Manuel
Lorenzo Abdala), en la editorial Los
libros de Umsaloua (Inmaculada Calderón) y en el CSIC
(Brígida Pastor), la Avellaneda no ha tenido otros homenajes (al menos
significativos), como merece la poetisa, escritora y dramaturga en España.
El caso es que nuestros lectores no han
podido disfrutar -hasta hoy- de las mencionadas cartas. Su única publicación data
de hace cuarenta años y fue objeto entonces de una limitadísima tirada y
gracias siempre a su descubridor D. José
Priego Fernández del Campo, cuyo mérito reconocemos y siempre agradeceremos infinitamente.
La historia de cómo
dichas cartas llegaron a ser conocidas parece casi una novela, ha dicho en un prestigioso
estudio la desaparecida doctora Rosario
Rexach, análisis que el blog reprodujo en su totalidad en 2012 (pinche
aquí, si desea consultar el estudio)
En febrero de 1853, viuda ya de su primer marido, la
Avellaneda fue derrotada en sus aspiraciones de entrar como miembro de la Academia
[RAE]. Esto produjo en los medios literarios de la época gran revuelo. Los que
habían propiciado su candidatura (…) se sintieron defraudados. Y muchos de sus
admiradores (…) lamentaron el incidente. En la poetisa hubo un profundo
sentimiento de frustración y posiblemente de cólera.
Fue en esta circunstancia que alguien (…) se decidiese a escribir una carta
de la que sólo podemos inferir su contenido por la respuesta que recibió el
corresponsal. Dicha carta parece haber sido escrita el 19 de marzo de 1853 [tres
días antes del cumpleaños 39 de la poetisa] y estaba firmada por Armand Carrel,
un seudónimo, como lo decía firmemente el que la había escrito. La Avellaneda,
intrigada y divertida dio respuesta a la misiva recibida con la que aparece
como la carta número 1.
Hoy ponemos a disposición de nuestros
lectores esa primera carta -el resto aparecerá progresivamente en el blog-. Todos los originales se guardan, milagrosamente, en el Museo del Ejército de Toledo, imposibles
de encontrar en la Internet y en cualquier otro medio electrónico. Cartas estas
que no pertenecen más que a su autora y que son (o deben ser), patrimonio de la cultura universal. Y por
eso las hacemos públicas sin ánimo de
lucro alguno.
Manuel Lorenzo Abdala
Carta 1 (transcripción)
No era menester que el autor de
la carta que tengo a la vista me dijese en ella que es persona de ingenio, para
que yo lo echase de ver desde las primeras líneas: no era menester tampoco el
interés y la curiosidad que naturalmente debía despertar aquel descubrimiento,
para que yo contestase a su donoso escrito. Siempre que se me ofrezcan desengaños
provechosos y consejos leales, los aceptaré con placer y con agradecimiento,
vengan de quien vinieren, y sea cual fuere la singularidad de los medios con
que lleguen a mí. V. ha acertado, pues al esperar con certeza estos renglones;
pero se ha equivocado al temer que leyese los suyos con disgusto, y que
sospechase en ellos un ardid de enemigo. No se me ha ocurrido que un enemigo
mío perdiese su tiempo en escribirme, para darme el gusto de leer una carta
bonita, y sin poder prometerse otra ventaja que la de alcanzar una respuesta de
mi mano, o de la de mi escribiente, con la que probaría a lo más que yo no rehúyo
nunca el comunicarme con las gentes de talento que me dispensan el obsequio de
procurarme aquel goce.
Lo que racionalmente he debido
pensar es, que si la carta del Sor Armando no encerraba realmente una intención
benévola, era nada más que un simple antojo, sin la menor malicia, una humorada,
que a fe mía me proporciona una distracción inocente, y merece por lo tanto que
yo tenga también la humorada de aplaudirla.
Queda, pues, consignado que
autorizo a V. para que lleve a cabo su buen deseo, si efectivamente le anima el
de dispensarme sanas advertencias; y que la autorizo igualmente para que
satisfaga sus inofensivos antojos, escribiéndome cartas llenas de chiste y de
originalidad, aun cuando sea una simple humorada la que haya dado origen a la
primera. Solo me resta decirle que tendré más complacencia en leer sus escritos
que curiosidad para averiguar el nombre del autor, o por ver su figura fea o
hermosa, también soy algo excéntrica y aún extravagante: no presto gran valor a
los nombres, y en cuento a la figura es tanto lo que me enoja el que hasta las
ideas más sublimes necesiten formas, siempre inferiorísimas a ellas, que he
llegado a cobrar cierta antipatía por todo lo que no es vago, indeterminado y
lo menos material posible. En buena gana haría yo que las gentes de talento se
pasasen sin cuerpo, aun cuando pudieran adornarse con el del mismo Apolo.
¿No es verdad que es cosa para
desesperarse el que una mosca o una pulga pudiesen turbar, picando atrevidas la
nariz de un Newton o un Shakespeare, la lucidez de sus más altas inspiraciones?
¿No es verdad que un estornudo irreprimible era contratiempo capaz de dejar sin
efecto el mejor discurso de un Cicerón o de un Mirabeau?
No, señor Armando, no tema V. que
yo me impaciente por darle a V. una nariz con la que estornude y donde piquen
pulgas y moscas: no tema que me apresure a conocer o a imaginar la figura que
haya placido a Dios el imponerle. Aunque vivimos en un siglo de prosa y de
positivismo, ya sabe usted que soy poeta de veras; poeta a pesar mío, en todo y
siempre.
Como soy al mismo tiempo muy
franca y muy sincera, concluiré confesándole que, además de lo dicho, tengo la
presunción de creer que adivino perfectamente lo que V. quiere ocultarme: que
me parece que sé quién es V.; y hasta el motivo o incidente que le ha inspirado
el antojo de escribirme, y por el cual me felicito.
Enferma y alejada del mundo hace
días, recibiré sus advertencias con mucho gusto, sea V. quien fuere, y con muchísima,
con extraordinaria complacencia si es V. quien yo presumo*.
Hoy 22 de Marzo [de 1853].
* La Avellaneda creyó en aquel momento que el autor de la carta era Patricio de la Escosura, su enemigo declarado número uno. Con los días supo la realidad y vivió una de las historias de amor más apasionadas -por no decir, la más- en todo el siglo XIX en España.
Continuará...
Esto promete ser más que divertido. La carta primera me ha entusiasmado a continuar con las siguientes. Sin darme cuenta me vi metida en la historia, disfrutando como si fuera la protagonista.
ResponderEliminar(¡Quiero más, por favor!)
¿Para cuando las otras?
No conocia de estas cartas, pero por lo que veo parecen mas que interesantes. Algo asi como seguir una buena telenovela con dosis de amor y misterio...
ResponderEliminarNo puedo evitar estar prejuiciado, pero me sospecho que algunos "listillos" en Cuba cuando termines de publicarlas, tendran material para sacar algun libro, es mas me imagino a un matrimonio de conocidos doctores haciendo la introduccion del mismo!.
Un abrazo y gracias.
Pavel
Estimado Pavel,
ResponderEliminarSiempre es un placer responder a tus sabios comentarios. En cuanto al tema del matrimonio de doctores "listillos" (Los siboneyes Guarina y Hatuey) realmente no me preocupan. No se atreverán a tanto pues saben que no tienen los permisos (derechos) para ello. Además hay un bufete de abogados aquí en España que está avisado al respecto...
En cuanto a las cartas te invito continúes la serie como si de una telenovela se tratara... La intensidad de la correspondencia aumentará hasta límites in-sos-pe-cha-dos!!! No te cuento más.
Un abrazo,
Manu