Fotografía en la que se muestran algunos originales de la famosa correspondencia. |
En la quinta
epístola, la primera que recibió Cepeda en su localidad natal1, la joven poetisa rebajó el tono
de sus palabras escritas con marcada intención, tanto, que alguno de sus
párrafos parecen pueriles epístolas, autoría de las nenitas nada inteligentes de aquellos tiempos. Por esta carta conocemos los trabajos y sus proyectos,
especialmente los que llevaba a cabo como traductora de grandes poetas
franceses2, y su
juicio acerca de la dificultad para acometer las traducciones que pretendía.
Pero lo más curioso es el seudónimo que se inventa para que Cepeda le responda
sus cartas, “Amadora de Almonte, nombre
algo bizarro, que creo no corre peligro de hallar
tocayo”. Dice. Una carta verdaderamente deliciosa.
La sexta de las epístolas es la más compleja y pensada de este lote. Excelentemente
redactada, destacan la predisposición y el gran e indiscutible talento para la
escritura de la joven Avellaneda más que los de la amiga Tula, que cuenta cotidianidades al lejano interlocutor para
hacerle partícipe de su vida como si estuviera presente. La sexta es una de las
mejores de todo su epistolario.
Y así hasta la novena carta. Un lote que culmina cuando Cepeda regresa a
Sevilla. Esto no querrá decir que los amigos
amantes se fueran a ver a diario, ni mucho menos. Tuvo la Avellaneda que batallar, y mucho, aquella relación para
lograr que su enamorado –lo estaba el almonteño hasta los tuétanos– le
visitara, pasearan y en menor medida, juntos disfrutaran de sus lecturas y creaciones
literarias.
Disfrutad de las cartas, especialmente de la sexta, que es la segunda de
este lote (no tiene desperdicio), ellas dirán mucho más que lo que yo pueda
analizar, conjeturar y/o decir.
Solo me resta acotar lo que muchos lectores, sin ser especialistas, habrán
notado, que entre la octava y novena carta, falta algo que nunca sabremos, pero que
la imaginación puede recrear porque no hay nada tan placentero, en literatura,
como novelar la historia... No es posible tanto tiempo transcurrido
entre una y otra carta, tanto absurdo silencio, tanto, tanto… Pero como ya se
sabe, Lorenzo Cruz de Fuentes manipuló a su antojo las cartas. Y no solo borró
líneas o párrafos enteros, también hizo desaparecer ardientes misivas para
salvar el honor de su amigo Cepeda y el de su esposa, doña María de Córdoba y
Govantes.
Manuel Lorenzo Abdala.
Mi amable amigo: cumpliendo mi promesa y siguiendo los impulsos de mi
corazón, tomo la pluma para saludar a usted y preguntarle si ha llegado sin
novedad a ésa4, si ha desaparecido el esplín y el dolor
del pecho, y si no ha olvidado sus amigos.
Yo me encuentro bastante embromada con males de estómago y un histérico que
me devora. Paso muchos días en cama poseída de tristeza y fastidio
insoportable. [Pero todo pasará], pues hoy me encuentro mejor.
Nada nuevo ocurre en Sevilla. [Se dice] que pronto comenzarán las óperas,
pues ya vinieron los papeles que faltaban a la Compañía. También se corre que
viene el famoso Carlos la Torre, pero no hallo a esta noticia la menor
verosimilitud, pues Sevilla no puede sostener al mismo tiempo Compañía de verso
y Compañía italiana.
El Duque5 sigue lo mismo que usted le dejó;
voy no todas las noches y me fastidio grandemente. Temo que usted me haya
pegado su misantropía, pues hago un verdadero sacrificio en salir de casa.
He concluido mi traducción de La Fuente6, y espero me diga usted si quiere que se la mande y cómo. Ahora comienzo a
traducir el Anniversario de Millevoye, poeta casi tan dulce como
Lamartine, aunque menos profundo.
¿Y usted, mi tierno amigo, qué hace…? Cuando se pasee usted por los campos
a la claridad de la luna, cuando escuche el murmullo de un arroyo, el soplo
ligero de la brisa, el canto de un ruiseñor, cuando perciba el aroma de las
flores... entonces piense usted en su amiga; porque todos esos objetos son
tiernos y melancólicos como mi corazón ¡Perdón!, no he olvidado nuestro
convenio, y contendré la pluma.
Escríbame usted: si absolutamente no quiere dirigir las cartas a mi nombre,
puede rotularlas a Doña Amadora de Almonte, nombre algo bizarro,
que creo no corre peligro de hallar tocayo.
Adiós, Cepeda, cuídese usted mucho, diviértase y cuente siempre con el
afecto fraternal de su amiga, Tula.
He recibido la amable de usted, mi caro amigo, con tanta mayor satisfacción
cuanto que informada por Concha7 de que no estaba usted en Almonte,
sino en otra parte, que designó su hermano8, y de cuyo nombre no me
acuerdo9, temía hubiese padecido extravío mi
carta. Varias veces mandé una criada al correo y siempre me dijo que no había
carta, hasta que ayer, siéndome imposible salir yo, me valí de Concha, la cual
fue ella misma al correo y me trajo al momento la suspirada de usted10.
Celebro que esté usted bueno, como en ella me dice, y menos melancólico que
en ésta. Yo, por mi parte, quisiera poder decir otro tanto, pero por desgracia
no es así. Mis dolores de estómago me han dado mucho que hacer, y mi melancolía
se aumenta cada día. ¡Usted me pide que la venza…! Ciertamente, es grande el
influjo que una súplica de usted ejerce en mi corazón; pero en este punto acaso
no esté en mi poder el complacer la solicitud de su tierna amistad. Aparte de
la ausencia de mi mejor, de mi único amigo, que es suficiente causa para
melancolizarme, ¡tengo tantos otros motivos de tristeza! ¡La expectativa de una
separación acaso próxima y larga de una madre que amo con ternura! ¡La
indecisión en que batallo sin saber aún qué partido tomar ni qué suerte me
espera! ¡La necesidad de independencia y el temor de la opinión, que me impide
proporcionármela…! En fin, tantas y tantas cosas me agitan al presente (en que
según las apariencias se aproxima el día de la crisis), que la amistad misma,
la dulce y lisonjera amistad de mi Cepeda no será poderosa a darme
tranquilidad. Pero, ¡basta! Hablemos de otra cosa. ¡Yo quisiera que mis cartas
fuesen tan risueñas! ¡Ah! Ya lo veo, ¡imposible! La amargura de mi corazón se
mezcla en todas ellas ¡Perdón!
Mandaré mi traducción11 por el conducto que me indica, pero
será luego que tenga tiempo para escribirla, pues el borrador está
ininteligible y la única copia [legible] que tenía, la he mandado a Cádiz por
compromiso. Los señores redactores del nuevo periódico de literatura, que sale
en dicha ciudad con el nombre de La Aureola, me han escrito una
lisonjera carta rogándome cediese a su periódico algunas de mis composiciones,
y, aunque quise negarme, me he visto forzada a complacerles por haber
intervenido en el asunto un paisano mío a quien estimo, y que se ha empeñado de
un modo, que no podía yo, sin desairarle, mantener mi negativa. Así, pues, he
cedido a La Aureola mi traducción, poniendo la condición de
que no se imprimiera firmada con mi nombre sino enteramente anónima.
Ya enviaré a usted, tan pronto pueda, una copia, y de antemano reclamo su
indulgencia. Preciso fuera que usted conociese el original para que formase un
juicio exacto de la grandísima dificultad de la traducción. Lamartine, uno de
los más grandes poetas de la moderna escuela y acaso el más dulce y fácil,
tiene, sin embargo, algo de vago y metafísico en su poesía, y una manera de
decir que es ciertamente intraducible. Sus ideas en muchas composiciones son
tan delicadas, que se marchitan, por decirlo así, bajo la pluma del traductor y
sus giros son a veces tan atrevidos que intimidan. He procurado en La
Fuente traducir con la exactitud posible, penetrándome de los
pensamientos e ideas del autor, pero estoy muy lejos de la satisfacción de
creer que he logrado imitar con mediano acierto su versificación fluida y
armoniosa, y aquel colorido místico y melancólico que distingue sus
composiciones.
Respecto a mi novela12, he sometido sus diez primeros capítulos a la censura de mi compatriota,
ya mencionado, hombre instruido y de gusto, que felizmente se halla ahora en
esta ciudad, y he tenido el gusto de que mereciese su aprobación. Él ha animado
mi tímida pluma, asegurándome que la parte descriptiva está trazada con
exactitud y variedad y que los caracteres están bien delineados y desenvueltos
con vigor. Su bondad le ha hecho propasarse hasta dar al estilo elogios
inmerecidos y juzgar de altamente interesante el plan de la novela. A pesar de
mi amor propio he conocido el favor de este juicio, pero me ha animado, sin
embargo, a continuar haciendo esfuerzos para merecerlo mejor.
Ya ve usted, mi buen amigo, que le hablo de cosas que no son más que cosas:
ya ve usted que evito un lenguaje, que usted llama de la imaginación y que yo
diría del corazón: usted le juzga peligroso y le destierra de nuestras cartas.
Yo suscribo a su formidable sentencia, pero ¿qué temes tú, amigo mío?, ¿qué
peligro quieres evitar? Acaso oyendo y empleando el idioma del corazón ¿temerás
no poder impedirle adelantarse demasiado?, ¿temerás sentir o inspirar un
sentimiento más vivo que el de la amistad…? Si es cierto, tranquilízate, yo te
aseguro que no me amarás nunca sino como a tu hermana, y que en mi alma no
hallarás jamás otros afectos que los que hoy día me envanezco de expresarte. Yo
he meditado mucho en estos días sobre la naturaleza de nuestros sentimientos, y
te lo juro, este examen me ha tranquilizado. Yo perdería mucho si tú dejases de
ser mi amigo para ser mi amante ¡Amantes…! ¡Cercan tantos a una mujer joven y
de tal cual mérito! Pero, ¿dónde hallar un amigo como tú? ¡Amantes…! Mira, me
empalagan ya; esa cáfila de aduladores que asedian nuestro sexo, me parecen
poca cosa aún para divertirse una un rato con sus necios galanteos. ¡Ni puedo
yo creer que me amen! Uno me obsequia porque soy una forastera que no conoce,
cuya clase acaso juzga dudosa, cuyas costumbres ignora y acaso puedan ser
fáciles, cuya conquista no le parecerá dudosa, y me obsequia creyendo que puedo
ser su capricho, su juguete, su pasatiempo, su placer de algunos días. Otro me
obsequia, porque hace profesión de obsequiante de cuantas mujeres bien
parecidas se le presentan: sin ideas, sin cálculos, sin esperanzas, sólo por el
prurito de galantear y hacer de elegante. Otro me obsequia, porque anda a la
cuarta pregunta, como suele decirse, y oliendo donde guisan. Soy americana, y por
ser americana supone que soy rica, lo cual basta para que forme sus cálculos de
matrimonio. En fin, otro me hace el amor sólo por vanidad: porque se
lisonjearía de ser mi novio, no porque yo le guste, sino porque cree darse
importancia en la sociedad con la preferencia de una mujer que es celebrada,
que dicen tiene algún talento. He aquí, querido Cepeda, los motivos que
impulsan a la mayor parte de aquellos que me hacen la corte. Y estando yo en
esta persuasión, ¿podré oírlos con otro objeto que el de burlarme de ellos?
¿Y usted qué hallará en las mujeres que digan amarle? Una dice que le ama,
y no ama más que su colocación. Desea un marido, un estado, que es la ambición
de las mujeres vulgares, y lo busca en usted. Otra dice amarle, y sólo ama en
usted a su pasatiempo, al que le regala el oído y la lisonjea en la sociedad;
al que satisface su vanidad, y al que dejaría sin pesar por otro más galán, de
más representación social, de más nombradía, etcétera, etc. Otra dice amarle, y
sólo ama en usted sus propios placeres, y… ¡oh!, rubor causa decirlo, pero lo
vemos cada día para vergüenza nuestra; vemos esta clase de mujeres que degradan
la dignidad de su sexo, y son a mis ojos más despreciables que la escoria más
vil de la tierra.
¡Y tal es el amor en nuestra triste y corrompida sociedad! ¿Cómo podía él
existir entre nosotros? ¡Oh! ¡No, jamás! Esos profanados nombres de amante y
querida déjalos a otros y a otras. Tú serás mi amigo, yo tu amiga de toda la
vida, y no debes temer que sea degradado nunca el santo carácter de nuestros
vínculos ¿Temerás tú cuando yo no temo? Todo lo dicho te prueba que nada
arriesgas en dejar hablar tu corazón. No interpretará la vanidad tus palabras,
ni puede tu amiga confundir la expresión de tus sentimientos con la jerga insípida
del galanteo, que llaman amor. En cuanto a mí, haré lo que quieras; no te
expresaré mi cariño si esto te hace mal, pero ¡me cuesta tanto este esfuerzo!
Cepeda, ya lo ve usted; mi pluma corre a pesar mío y dice más de lo que
quiero decir. Yo debiera ofenderme en vez de halagar a usted, pero mi orgullo
tan susceptible en otras no lo es en esta ocasión. No tema usted, vanidoso,
no tema usted, que yo le crea enamorado si usa conmigo un
lenguaje tierno ¿Me cree usted una niña o una vieja? No tema usted, repito, y
para tranquilizarse enteramente, sepa usted que el día en que le creyese a
usted enamorado de mí, ese día cesaría de amarle, y no le
vería a usted más. Con que con esta seguridad su libertad no corre ningún
riesgo conmigo, ni tiene usted necesidad de alarmarse de mi ternura, como si
viese en ella un lazo de hierro pronto a aprisionarlo. ¡Amable melancólico!
¡Qué poco mundo tiene usted! Perdóname amigo esta frase, pero me hace gracia,
tanta gracia ver tu temor y adivinar tu corazón al través de ese velo con que
piensas cubrirlo. Me temes, Cepeda, no lo niegues, temes que me posesione yo de
tu corazón, temes los lazos de hierro, que pudieran ser consecuencia de tu amor
por mí, y crees evitar algo acogiéndote a la sagrada sombra de la amistad ¡Oh!,
eres un niño si tal crees ¡Cuánto te engañas, querido, cuánto, si crees que la
amistad señalaría límites que el corazón respetara! ¿Qué importa el nombre a
los sentimientos? ¿Dejan de ser los mismos? Lo que debe tranquilizarte no es
eso, sino el saber que no hallas en mí un enemigo de tu libertad, y
que por mi propio interés cuidaré de no dar a tu corazón más vehementes afectos
que los que hoy abrigue.
Raro, original es el papel que hago contigo. Yo, mujer, tranquilizándote a
ti del miedo de amarme ¡Es cosa peregrina! Pero contigo no soy mujer, no; soy
toda espíritu, y ninguna regla es aplicable a este cariño excepcional que me
inspiras.
Muy larga es esta carta; pero no imitaré yo a los que acaban las suyas
jurando (nada menos que jurando) ser más corto en lo sucesivo. Ésta es larga;
pero aún lo será más la que escriba cuando no se me ordene no usar
expresiones que conmuevan demasiado y hagan mucho daño.
Nada nuevo ocurre en Sevilla, el primero del entrante comienzan las óperas:
se hará dicho día El Juramento, de Mercadante. La señora Rossi,
nuestra actual prima donna, dicen que es muy buena.
El Duque sigue bien, aunque las noches son ya algo frescas. La Alameda
Vieja13 es la que debe estar muy sola,
después que se ausentó mi amable misántropo.
Yo sigo yendo al Duque, siempre que puedo; y luego iré a las óperas, y a
todo lo que se presente. Lamartine comienza una composición suya con este
verso:
Et j’ai dit dans mon cœur :
qué faire de la vie ?
|
Adiós, mi amado amigo; cuídese usted, diviértase, y vuelva pronto donde le
llaman los votos más sinceros de una amistad tiernísima.
Sevilla y agosto 28, 1839.
P. D.: Ruego a usted disimule la incoherencia de ésta, y su poca unidad y
defecto de estilo. Veo que está rara; pero va según mi cabeza ¡Tengo tanta
confusión en ella! Y luego, mi humor hoy es malísimo.
Con una imaginación muy viva, y a la par un corazón sensible, el silencio
de dos correos15, que ha guardado mi amigo, me tiene
sobrado inquieta y afligida para poder imitarlo. No habiéndome sido posible
salir sola con una criada, pues siempre que lo he intentado se me han agregado
personas de mi familia, no he podido ir personalmente al Correo; pero he
enviado, en los dos a que me refiero, a una criada de mi confianza, y siempre me
ha dicho que no tengo carta. Dudando aún, y figurándome fuese efecto de su mal
leer, como sucedió la vez pasada, mandé a Solano, aquel muchacho de las
Mendizábal, que viene mucho a casa, donde usted le habrá visto algunas veces, y
tampoco me dio noticias satisfactorias. Aunque ya no tenga esperanza, con todo,
pienso ir yo misma mañana, si logro salir solamente con una criada, para
cerciorarme por mis propios ojos.
Mil temores me agitan al trazar estas líneas: ¿estará usted enfermo?
¿Contendría mi última carta alguna expresión, alguna frase, que le haya
enfadado con su amiga? ¿O acaso un olvido, una falta de interés en esta
correspondencia, le ha decidido a interrumpirla tan bruscamente? Todo puede
ser, y acaso haría yo mucho mejor en imitar su silencio, que en inquirir la
causa. Pero ya usted lo ve, no puedo hacerlo; porque esa virtud que llaman
prudencia, no es la que más predomina en mi carácter, y siento demasiado para
poder pensar mucho. Así mis acciones no son siempre las que se aguardan, y se
resienten algunas veces de poca reflexión y mucha franqueza. Pero si hago mal
en escribir a un amigo que estimo, porque él manifiesta poco deseo de este
recuerdo, el orgullo podrá condenarme, mas no ciertamente mi corazón, ni acaso
el de usted. Luego que usted mismo me diga que fue voluntario este silencio que
me inquieta, entonces quedaré satisfecha y no seré importuna. Jamás seré la
primera en romper las relaciones amistosas que nos unen; pero no rehusaré nunca
el borrar hasta sus recuerdos de mi corazón cuando crea que ellas no son de
igual interés para ambos.
Grandes y felices novedades se han verificado en nuestro horizonte
político. Maroto, con varios otros generales y 21 batallones, ha reconocido a
la Reina, pasándose, mediante un convenio con Espartero, al ejército de éste.
Dícese además que don Carlos se ha acogido al pabellón inglés; y si esto es
cierto, no concibo cómo ese pobre hombre ha olvidado un ejemplo no remoto de la
tenebrosa política del Gabinete de Saint James16.
Las Cortes se han abierto el primero de este mes con la mayor solemnidad;
y, bajo tan felices auspicios, debemos esperar una pronta y perfecta paz ¡Ya
era tiempo!
Mamá está de enhorabuena, por decirlo así; la consolidación del Gobierno
actual la saca de grandes inquietudes. Su marido había empleado mucho dinero en
papel y bienes nacionales, y estaba, como suele decirse, con el credo en la
boca. Ahora el papel ha subido prodigiosamente; y si la cosa no varía, su
fortuna se triplica y se asegura con grandes ventajas. La suerte favorece de
una manera tan visible a mi padrastro, que los mayores desatinos que hace se
convierten en beneficio suyo; y los que le han llamado loco en sus empresas
impremeditadas y atrevidas, le admiran al verlas felizmente realizadas.
Con todo, yo estoy muy lejos de alegrarme de la conclusión de la guerra,
por lo que respecta a mi interés personal; pues todo esto tiende a separarme
más pronto de mamá, o a alejarme de este país, que amo, si me resuelvo a
seguirla.
Hemos tenido dos lindas óperas de Mercadante y Donizzetti: El
juramento y Marino Faliero; en estos días el teatro ha
estado iluminado y la concurrencia ha sido grande. Pero, créanle usted, caro
Cepeda, en nada gozo. Su ausencia de usted deja un gran vacío para mí en todas
las ceremonias, y deseo con ardor vuelva usted pronto adonde le llaman los
votos más sinceros de una amistad la más tierna.
Querido amigo mío: por fin está a mi vista la grata de usted de 11 del
presente, que ha disipado todas mis inquietudes. Seré corta, muy corta, como
usted me aconseja; pero escuche usted, que voy a usar una vez de los derechos
que me da la amistad.
Necesito de usted, de sus consejos, de su talento para iluminarme, de su
cariño para dirigirme en la próxima crisis, que debe fijar mi destino18. Necesito de usted, amigo mío: es preciso
que hablemos largamente; pues tengo mucho que decirle, mucho. Ahora respeto sus
estudios y le dejo a plena libertad; pero tenga usted presente que es joven y
tiene toda una vida que consagrar al estudio, al amor, a la patria, a su
familia, y que la amistad sólo le pide algunos días.
Un mes siquiera (después que concluya usted y se gradúe)19; un mes debe ser mío, y exijo me lo
ofrezca usted y se comprometa a no dejar a Sevilla hasta pasado dicho mes.
Tengo, más que nunca, ahora necesidad de un amigo; y, ¿quién, si no es
usted, merece de mí este título? Después que le quiero a usted, he roto poco a
poco todas mis otras relaciones de amistad, y en usted he concentrado todos mis
afectos. Con nadie puedo aconsejarme sino con usted, y con nadie sino con usted
me permito confianza. Ya ve usted a lo que esto le obliga: a no desoírme cuando
le diga: «Te necesito.»
Adiós, no volveré ya a distraer a usted, sino esperaré el día en que me
diga: por un mes pertenezco exclusivamente a la amistad.
Tengo enfermo a mi hermano y también lo está mi padrastro en Bilbao: por
consiguiente no salimos de casa.
Anteanoche te dije que había enviado a tu casa un libro y no pude añadir,
por los testigos que había, que dicho libro era, como lo es el que hoy te
mando, un pretexto para escribirte sin que el portador se haga cargo. La
fatalidad hizo que no te encontrase en tu casa el mensajero, y rasgué la carta
en un momento de impaciencia contra la mala suerte, que la hizo volver por dos
veces a mis manos, cuando la suponía en las tuyas.
Nada empero contenía dicha carta de importante; era solamente la expresión
de mi tristeza en varios días, que no te veía, y una proposición, que ahora voy
a repetir en pocas palabras. Veremos si te agrada.
Pronto vas a graduarte, y creo que saliendo de eso podrás verme con más
frecuencia: aún antes de graduarte nos hemos de ver algunas veces, porque ¿cómo
vivir así, querido amigo?, ¿quién tiene resistencia?; la mía comienza a
faltarme no obstante todos mis propósitos. He pensado, pues, que debemos
convenir en una cosa, y es que siempre que tú vengas y esté yo sola aprovechemos
tales momentos para realizar un deseo, que tengo hace mucho tiempo, y que es el
de leer contigo alguna obra interesante. Aun estando mamá podemos, si nos
agrada, entretener un rato en la lectura, pues ningún inconveniente veo en
ello, si a ti no te desagrada mi proyecto. Con este objeto he hecho una lista
de algunas obras de mi gusto, que voy a nombrarte para que tú escojas la que te
parezca y me lo digas. Yo la tendré en casa inmediatamente y la comenzaremos en
la primera oportunidad. ¡Qué placer presiento, mi dulce amigo, en leer contigo
una obra interesante!
En primer lugar, porque quiero que conozcas al primer prosista de Europa,
el novelista más distinguido de la época, tengo en lista El pirata, Los
privados rivales, El Wawerley y El anticuario,
obras del célebre Walter Scott.
Seguidamente Corina o Italia por Madame Staël. Novela
descriptiva del más hermoso y poético país del mundo, y hecha esta descripción
por la pluma de una escritora cuyo mérito conoces. Además, han dado algunos
amigos en decirme que hay semejanzas entre mí y la protagonista de esta novela,
y deseo por eso volver a leerla contigo y buscar la semejanza, que se me
atribuye con este bello ideal de un genio como el de la Staël.
Sigue la Atala del inmortal y divino Chateaubriand, porque
te agradan todas las escenas de la naturaleza, todos los corazones
primitivos, en fin, el hombre en su estado normal; y esta linda obra te
satisfará. Luego las poesías de Lista, Quintana y Heredia, porque como dice uno
de estos poetas:
. . . . . . . . . . . . . . .Verás la poesía
|
|||
del corazón y mente descendiendo
|
|||
al corazón y mente arrebatarse.
|
Ésta es mi lista, escoge tú la obra que mejor te parezca, y avísamelo.
Verás qué placer gozamos en los momentos que pasemos juntos. A tu elección dejo
también tus visitas a casa, pero no quiero que dejemos de vernos por un
motivo... leeremos juntos ¿no es éste un placer? Adiós, mi bien.
Notas:
1 Villa de Almonte, provincia de Huelva.
2 Se refiere
a los poetas franceses Alphonse de Lamartine y Charles Hubert Millevoye. La poetisa traducía entonces, el complicado
poema La fuente de Alphonse de Lamartine.
2
No tiene fecha, pero su
contenido indica que debió ser escrita en la primera quincena de agosto de 1839.
El sobre está dirigido en esta forma: «Condado de Niebla.- Sr. D. Ignacio
Cepeda en Almonte.»
3
4
5
6
7
8
El señor Cepeda estaba
en la Ruiza, dehesa del término de Lucena del Puerto
(Huelva), propiedad de su padre.
9
Ocioso parece advertir
al lector que la epístola amorosa no había sido llevada por el cartero a casa
de la Avellaneda por venir rotulada a doña Amadora de Almonte.- Lista de
correo.
10
11
Se refiere a la titulada Sab, que la autora no tuvo a bien incluir en la colección completa de sus
obras literarias (Madrid, 1869).
12
13
No tiene fecha, pero
debió ser escrita en los primeros días de septiembre de 1839, porque en ella se
da cuenta de haber llegado a Sevilla la noticia del abrazo de Vergara, hecho
que, como es sabido, tuvo lugar el 31 de agosto de ese año. La indicación del
sobre es: «Condado de Niebla.- Sr. D. Ignacio Cepeda, en Almonte.»
14
Hay que tener presente
que el correo entre Sevilla y Almonte era entonces bisemanal, los miércoles y
los sábados.
15
16
El ser esta carta la
contestación a una del señor Cepeda, fecha 11 de septiembre de 1839, nos ha
guiado para colocarla en este lugar. En el sobre se lee: «Condado de Niebla.-
Sr. D. Ignacio Cepeda, en Almonte»; y se ve claramente la cifra «1839» en el
sello de la Administración de Correos de Sevilla.
17
Alude sin duda a lo que
dijo en la carta anterior: que tendría que separarse de su madre o resolverse a
acompañarla en su viaje a Galicia, donde residía su padrastro, el señor
Escalada.
18
El señor Cepeda se
preparaba entonces en Almonte para recibir la investidura de Licenciado en
Leyes, pero lo delicado de su salud retrasó ese acto hasta el 18 de febrero de
1840.
19
El señor Cepeda debió
acudir galantemente al dulce requerimiento hecho en la carta anterior, pues la
presente y las diez que le siguen fueron escritas indudablemente en Sevilla en
noviembre y diciembre de 1839 y mandadas por confidente, o por el correo
interior, a la Posada de la Castaña. Ninguna de las once tiene fecha, descuido
corriente en su autora, por lo que han sido ordenadas (sin presumir del
acierto) según los grados de pasión que acusan en el abrasado corazón de la
poetisa.
20 De esta carta nos ocuparemos, especialmente, en la próxima entrega de septiembre, bajo los dominios absolutos de Virgo.
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