El blog La divina Tula inicia una serie de artículos y estudios contemporáneos sobre la vida y obra de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Como es conocido por todos -o casi todos-, la poetisa ha sido objeto de profundo análisis en dos vertientes totalmente contrapuestas. Intentaremos exponer y comprender los variados puntos de vista, aunque alguno nos cueste y duela en demasía.
Comenzaremos positivamente porque, como diría una erudita y gran amiga, "la belleza prima". Lo feo, innoble y malcarado debe necesariamente esperar.
Hoy nos complace reproducir un interesante y necesario artículo, autoría de Roberto Méndez Martínez, publicado por el suplemento digital de la revista “Espacio
Laical”, proyecto del Centro Cultural Padre Félix Varela de La Habana, Cuba.
El artículo precede a otro que publicaremos en breve sobre una "investigadora" que, a pesar de todos sus méritos investigativos, justamente hace todo lo contrario al Doctor Méndez Martínez y otros. Ella (María del Carmen Simón Palmer) es una fiel detractora de Gertrudis Gómez de Avellaneda y como tal ha intentado destruir su vida y obra. A ella también dedicaremos un espacio, el justo y necesario para responder a su absurda, fea, sombría, repelente y pertinaz diatriba llevada a cabo recientemente en una Universidad de los EEUU. Pero de momento centrémonos en nuestro objetivo del día y cedámosle la palabra a Roberto Méndez Martínez.
La belleza prima.
Manuel Lorenzo Abdala
http://www.ladivinatula.blogspot.com
Gertrudis Gómez de Avellaneda: una gran poetisa.
La
celebración en el año 2014 del bicentenario de Gertrudis Gómez de Avellaneda (Puerto
Príncipe, Cuba, 1814 - Madrid, 1873) es una ocasión propicia para reevaluar los
méritos literarios de esta escritora y dejar a un lado las discusiones casi
bizantinas sobre su pertenencia a las letras insulares o españolas, así como
los méritos o limitaciones que derivaron de su actitud “de género”. ¿Qué
significación tiene su escritura para la literatura hispanoamérica? ¿Merece su
extenso legado escrito ser reeditado y estudiado o apenas merece una breve
mención en los manuales académicos y alguna parca muestra en las antologías? Responder a tales interrogantes es más
complejo de lo que parece a primera vista y requiere del concurso de un buen
número de investigadores que remonten su copiosa producción de poemas, novelas,
leyendas, dramas, comedias y cartas para evaluarla de manera honesta y
desprejuiciada.
Tal cosa procuró quien esto escribe al redactar Otra mirada a La Peregrina1,
una relectura de su poesía que me condujo a confrontar los juicios que
despertó en mí con aquellos vertidos desde el siglo XIX hasta nuestros días por
apologistas o detractores de su quehacer. Alrededor de ocho años después de concluir
tal empresa, mis puntos de vista no han cambiado demasiado; sin embargo, me
place resumirlos y ajustarlos un tanto en el reducido espacio de un artículo de
revista. Quizá todo se resume en la necesidad de plantearse sin temor la
pregunta: ¿Es o no Gómez de Avellaneda una gran poetisa?
Cuando
la joven escritora, de apenas 22 años, llega a España en 1836, se traza con
sorprendente seguridad una ruta para acceder al éxito literario. No le basta
con escribir los textos y guardarlos, o publicarlos en reducidas ediciones para
familiares y amigos, como tantas hicieron antes que ella. La cubana desea
entrar en los círculos letrados de Sevilla y Madrid, que por entonces son casi
exclusivamente masculinos. Quiere acceder a la tribuna del Liceo tanto como a
las tertulias de los cafés, las redacciones de los periódicos y los escenarios
de los teatros. Eso la obliga a seguir un grupo de estrategias.
La primera de ellas es desligarse de todo
lo escrito antes de aquel año. No puede permitirse balbuceos, ni localismos. A
partir de entonces hemos de aceptar que su escritura poética se inicia en un
punto muy alto: el soneto “Al partir”, una composición antológica por excelencia,
marcada por el desgarramiento existencial, pero que debe encabezar su
producción en el ámbito metropolitano.
¡Perla del mar!
¡Estrella de Occidente!
¡Hermosa Cuba! Tu
brillante cielo
La noche cubre con
su opaco velo,
Como cubre el dolor
mi triste frente.2
En segundo lugar, la escritora, aunque
afectada por incomprensiones, contrariedades familiares y hasta problemas
económicos, logra sintonizar fácilmente con la liberación del yo poético
romántico. En los versos halla su refugio ideal, su justificación, su plenitud.
Aún limitada por convenciones sociales que rechaza, se siente libre ante la
desafiante cuartilla en blanco. Así lo demuestra con harta elocuencia un poema
de aparente sencillez como “A mi jilguero”. Así puede decir ella al ave presa
en su jaula:
¡Oh pájaro! Pues
que iguales
Nos hacen hados
impíos,
Mientras que lloro
tus males,
Canta tú los
llantos míos.3
Sin embargo, la muchacha sabe que esa
poesía íntima y desgarradora será calificada de poesía “de mujer” y por tanto
se le colocará al margen. Con ella –supone- jamás podrá parangonarse con los
autores que ha asumido como maestros: José María Heredia, Juan Nicasio Gallego,
José de Espronceda. Y toma una decisión más o menos sorprendente: emulará a
esos autores, imitará su voz, cultivará hasta la exageración el virtuosismo
métrico, y junto a los sentidos versos de arte menor, colocará las odas
solemnes y grandilocuentes de tema filosófico, histórico o político. Ese
“ventriloquismo” se hace evidente en el texto escogido para ocupar por primera
vez la tribuna del Liceo madrileño, cuando logra acceder a ella y ser presentada
nada menos que por el muy popular José Zorrilla. No se le ocurre leer allí “A
mi jilguero”, ni los alados versos “A una mariposa”, sino su extensa, enfática
y trabajadísima oda “A la Poesía”, un texto programático que debe consagrarla,
no como una simple “poetisa”, sino como “poeta” en toda la extensión del
término.
¡Salve, salve mil
veces
Musa de la ilusión,
que adormecida
Estabas en mi
mente! Resplandeces
Astro de paz en mi
agitada vida,
Y al noble fuego de
tu amor fecundo
Llenaré de tu
gloria el ancho mundo.4
Tal actitud viene a ser refrendada por la
anécdota de su participación en un concurso, convocado en 1844 por
intelectuales afines al Partido Liberal, para hacer propaganda al indulto que
la joven Isabel II concediera a un grupo de opositores condenados a
muerte. Necesitada del apreciable
importe del certamen –el primer premio estaba dotado con 6 mil reales y había
dos accésits de 3 mil cada uno– pero también de un reconocimiento que fuera más
allá de las posibilidades de su sexo, envió dos odas, una titulada “La gloria
de los reyes”, con su firma, y otra, “La clemencia”, llevaba como seudónimo el
nombre de su medio hermano, Felipe Escalada. Cuando la comisión del Liceo, presidida
por Fernando Álvarez, anunció los premios, la propia Avellaneda descubrió con
estupor que ambos textos habían sido premiados: el primero de ellos había sido
otorgado, significativamente, al que contaba con firma masculina y uno de los
accésit al otro. Aunque ella, un tanto asustada y confusa, quiso renunciar a
uno de los lauros, la institución supo aprovechar el golpe propagandístico y no
solo le ratificó por unanimidad ambas preseas, sino que le concedió dos coronas
de laurel, que ciñó en su frente, en acto apoteósico, el infante D. Francisco
de Paula, suegro de la Soberana.
Esta ansia de ser una escritora amplia,
total, sin limitación alguna, la llevó también a cultivar un virtuosismo métrico
para el que tenía especiales dotes. No hay que olvidar que esa era una prueba
de fuego para los románticos de su tiempo, ansiosos por experimentar con versos
que salieran de la tiranía del endecasílabo neoclásico. Basta con revisar la
versión que Tula hiciera del poema “Los Djins”, que Víctor Hugo incluyó en Las
Orientales. El texto, titulado ahora “Los duendes”, conserva el tono in crescendo
del original a partir del empleo de versos escalonados, que al comienzo son
hexasílabos, luego ceden estos su lugar a los octosílabos, retornan luego los
hexasílabos, para concluir con la retirada de la cohorte fantástica, traducida
en tetrasílabos, que deben producir una sensación de alejamiento.
Hay mucho de sinfónico en estos
procedimientos que la autora supo emplear con acierto en poemas como “La noche
de insomnio y el alba”, compuesto en 1844, donde sobresaltó a los lectores de
entonces la octavilla de versos bisílabos que lo inicia :
Noche
Triste
Viste
Ya,
Aire,
Cielo,
Suelo,
mar.5
Desde allí asciende luego hasta llegar a
los versos de dieciséis sílabas, sin saltar ninguna de las combinaciones
posibles por medio:
¡Guarde, guarde la
noche callada sus sombras de duelo,
Hasta el triste
momento del sueño que nunca termina;
Y aunque hiera mis
ojos, cansados por largo desvelo,
Dale ¡oh sol! a mi
frente, ya mustia, tu llama divina!6
Esta extraordinaria habilidad de la escritora,
que le permitió forjar poemas antológicos como “La pesca en el mar”, motivó el
respeto de la mayoría de los literatos coetáneos y luego la admiración de
críticos como José María Chacón y Calvo y Regino Boti. Este último le dedicó un
estudio a esa cualidad de su poética que sigue resultando hoy de obligatoria
consulta7; sin embargo esto motivó el juicio negativo de otros como Cintio
Vitier, quien en Lo cubano en la poesía
llegó a referirse a “su tendencia a la oquedad formal y su malhadado
virtuosismo métrico”.8 Este, como otros, ve en esa facilidad que no
necesariamente decide la grandeza de un poeta, un defecto o todavía más, una
culpa que daña la seriedad y profundidad de su escritura, lo que evidencia en
este escritor una actitud parcial y apasionada que se coloca de espaldas a cualquier
justificación histórica. Por ese mismo rumbo anduvo Virgilio Piñera cuando en
su ensayo “Gertrudis Gómez de Avellaneda: revisión de su poesía” llega a afirmar
que la lírica de esta autora es apenas “producto de una brillante
versificación”9 que él, del modo más provocador asocia con “hablar
mucho sin decir nada o casi nada”10. En fin, lo que para unos fue
virtuosismo y gloria, para otros fue motivo de anatema.
A lo largo de su existencia, la escritora
publicó tres volúmenes con su producción en verso: las Poesías editadas en 1841
con prólogo de Juan Nicasio Gallego, que recogía toda su producción a partir de
1836; en 1850 da a la luz una edición corregida y aumentada de Poesías que
abarca su producción hasta la fecha; en 1869 comienzan a aparecer las Obras
literarias de Doña Gertrudis Gómez de Avellaneda, preparadas por ella misma,
donde reúne el contenido de los volúmenes anteriores, con unas pocas exclusiones
y algunos textos nuevos.
A partir de estos hitos es posible
caracterizar tres períodos claramente discernibles en su escritura poética: el
primero va de 1836 a 1841 y es una etapa juvenil, de expresión apasionada y
crecimiento en el dominio del instrumental expresivo. A ella pertenecen textos
como “Al partir”, “A mi jilguero”, el soneto “A una mariposa” –que solo incluyó
en la primera edición– “Paseo por el Betis”, “Amor y orgullo” y los
estremecedores “Cuartetos escritos en un cementerio”.
El segundo período, 1841-1850, puede
concebirse como una etapa de madurez, durante la cual logra la autora un
equilibrio entre su notable dominio del oficio y la riqueza expresiva, con el
que escribe buena parte de sus composiciones más notables: “Soneto imitando una
oda de Safo”, “A la Virgen” (canto matutino), “A…” –que en la edición siguiente
ella titulará “A Él”, una de sus más divulgadas composiciones de tema amoroso-,
“La pesca en el mar”, “Adiós a la lira” y “El último acento de mi arpa”.
El tercer período corresponde a los años
1851-1869, aunque puede extendérsele hasta 1873, fecha del fallecimiento de
Tula, aunque en esos años postreros apenas escribió cosa alguna. Mas en esas
décadas la escritora redacta y estrena la mayor parte de su teatro (Flavio Recaredo, La hija de las flores,
Baltazar, Catilina, Tres amores), además de dar a la luz sus leyendas, la novela
El artista barquero y el Devocionario nuevo y completísimo en prosa y
verso, que aparece en 1867. Escribe menos lírica y en ella hay más
tendencia al lenguaje retórico, aunque se pueden espigar composiciones de
interés como “A un cocuyo”, “Serenata de Cuba”, la “Dedicación de la lira a
Dios” y el soneto “Al nombre de Jesús”.
Un detalle que generalmente los
antologadores no tienen en cuenta es que la Avellaneda nunca daba por
concluidos sus textos, hacía transformaciones sensibles en ellos, de edición en
edición. Cuando preparó sus Obras, que consideraba como su legado definitivo,
pocos textos hubo que no reescribiera y, lamentablemente, en la mayoría de los
casos lo hizo de manera desafortunada, so pretexto de eliminar incorrecciones
añadió muchísimos versos retóricos y sustituyó la espontaneidad por la frialdad
formal. Gracias a la “Tabla de variantes” que elaboró Chacón y Calvo11
podemos deslindar hoy lo que pertenece a cada época. De ahí que cuando se
incluyen sus poemas en las recopilaciones, es habitual señalar su fecha
original de composición, pero se ignora que su texto se está copiando por una
versión “retocada”, cuando lo correcto sería preferir el que apareció en la
primera edición. Hoy debe leerse a Tula a partir de sus auténticos arranques líricos
y no desde la moderación mayestática que quiso imponer en sus últimos años, en
tanto había más verdad en la díscola joven de Sevilla y Madrid, que en la
señora de Verdugo coronada en el Teatro Tacón.
El
Devocionario merece un estudio aparte que no cabe en el espacio de este
artículo. En él la autora reúne buena parte de su producción lírica religiosa, junto
a pasajes reflexivos en prosa, así como algunas paráfrasis bíblicas que
lamentablemente han sido poco divulgadas, a pesar de que Chacón y Calvo
consideró que estaban entre las mejores de la lengua castellana12. Véase
esta del salmo 21:
Oh Dios, oh mi
Dios, mira por mí, ¿por qué me has desamparado? Alejan de mí la salvación los
clamores de mis delitos.
Oh Dios mío, de día
clamaré y no me oirás: y de noche, y no podrán imputármelo a necedad. [...]
Como agua me he
disuelto, y se descoyuntaron todos mis huesos.
Hízose mi corazón como cera derretida, en
medio de mis entrañas.
Secóse como tiesto
mi vigor, y pegóse mi lengua a mi paladar, y me voy reduciendo al polvo de la
muerte.13
El repaso de las páginas de ese volumen
viene a demostrarnos de Gertrudis, tan reconocida por su poesía de amor profano,
escribe, sin embargo, una poesía amatoria “a lo divino” que tiene tanta o más altura
que aquella. Su expresión está cimentada en el conocimiento de los clásicos del
Siglo de Oro: Santa Teresa, Lope, Calderón, y en su familiaridad con la poesía
devota de la España de su tiempo y a esto añade un fervor muy personal, un
sentimiento que la distancia de los autores que incursionaban en el tema religioso
como un ejercicio puramente académico. Si bien su célebre oda “La Cruz” me
parece llena de la retórica de las composiciones de ese género en las que ejerció
su “ventriloquismo”, hay otras como “A la Virgen” (canto matutino) y la “Dedicación
de la lira a Dios” que resplandecen por la elegante sencillez de su expresión, lo
que no es obstáculo para su auténtica grandeza. A esta última pertenecen los
versos:
¡Y Tú, que este
anhelar del alma entiendes,
Y en quien su alta
ambición reposo alcanza,
Hoy, que en sublime
fe mi pecho enciendes,
Préstale alas de
fuego a mi esperanza!14
En cuanto a la poesía erótica, no temo caer
en el lugar común de asegurar que Tula no encontró a lo largo de su existencia
rival digna de ella y que aún hoy su producción resulta paradigmática. Lo más
notable de ella es la manera en que logra el difícil equilibrio entre la expresión
libre y desatada y el rigor formal. Textos como “A Él” y la segunda parte de
“Amor y orgullo” dan fe de ello, menos se ha hecho énfasis en el poema titulado
“Soneto imitando una oda de Safo”, compuesto hacia mediados de 1842. El texto
es una paráfrasis muy libre de la “Oda a la mujer amada”, de la legendaria
poetisa griega que ella glosa y enriquece en apenas catorce versos de una
intensidad que reúne la energía de su predecesora y la de ella misma, pues en
el momento de escribirlo delira tras la primera ruptura con Cepeda. El
resultado es sencillamente memorable:
Feliz quien junto a
ti por ti suspira!
¡Quien oye el eco
de tu voz sonora!
¡Quien el halago de
tu risa adora
Y el blando aroma
de tu aliento aspira!
Ventura tanta -que
envidioso admira
El querubín que en
el empíreo mora-
El alma turba, al
corazón devora,
Y el torpe acento,
al expresarla, expira.
Ante mis ojos
desaparece el mundo,
Y por mis venas
circular ligero
El fuego siento del
amor profundo.
Trémula, en vano
resistirte quiero...
De ardiente llanto
mi mejilla inundo...
¡Deliro, gozo, te
bendigo y muero!15
Más allá de las preferencias personales,
resulta indudable que la Avellaneda fue capaz de forjar un conjunto de textos
líricos de alta calidad formal, a la vez que de una apasionada intensidad, que
han resistido más de siglo y medio de mutaciones estéticas y modas en el gusto,
y todavía ganan el interés de los lectores. Es cierto que –como ocurre con la
mayoría de los poetas- no toda su producción está a la misma altura y que
cierto número de sus creaciones tiene apenas un valor biográfico o documental;
sin embargo, la más exigente de las antologías de poesía hispanoamericana podría
incluir alrededor de una decena o más de sus composiciones, tan representativas
de ese singular período de nuestras letras en que neoclasicismo y romanticismo
se dieron la mano sin demasiadas tensiones. ¿Por qué escatimarle entonces el
título de gran poetisa? Es su propia obra la que viene a situarla entre los no
muy abundantes autores que alcanzan las cumbres literarias.
Que el vulgo de los
hombres, asombrado,
Tiemble al alzar la
eternidad su velo
Mas la patria del
genio está en el cielo.16
ROBERTO
MÉNDEZ MARTÍNEZ17
Referencias:
1-
Roberto Méndez Martínez: Otra mirada a La Peregrina (ensayo). La Habana, Editorial
Letras Cubanas, Colección Premio Alejo Carpentier, 2007.
2-
Gertrudis Gómez de Avellaneda: “Al partir”. En: Obras de la Avellaneda, Edición
del Centenario, La Habana, Imprenta de Aurelio Miranda, 1914, tomo I, p.1.
Todas las citas de la poesía de la Avellaneda se tomaron de esta edición.
3-
Gertrudis Gómez de Avellaneda: “A mi jilguero”, OA, tomo 1, p.9.
4-
Gertrudis Gómez de Avellaneda: “A la Poesía”, OA, tomo 1, p.291-292.
5-
Gertrudis Gómez de Avellaneda: “La noche de insomnio y el alba”. OA, tomo 1,
p.167.
6-
Ibíd., p.170.
7-
Cf. Regino Boti: “La Avellaneda como metrificadora”. En: Crítica literaria. Ediciones
Unión, La Habana, 1985.
8-
Cintio Vitier: Lo cubano en la poesía. La Habana, Instituto del Libro, 1970, p.129.
9-
Virgilio Piñera: “Gertrudis Gómez de Avellaneda: revisión de su poesía”. En: Universidad
de La Habana, no.100-103, Tomo XVII, enero-diciembre, 1952, p.31.
10-
Ibíd., p.32.
11-
José María Chacón y Calvo: “Tabla de variantes en las poesías líricas de la Avellaneda”.
OA, tomo 6, Apéndice I, pp.281-474.
12-
José María Chacón y Calvo: Gertrudis Gómez de Avellaneda: las influencias
castellanas -examen negativo-. Habana, Imprenta El Siglo XX, 1914, p.25.
13-
Gertrudis Gómez de Avellaneda: Salmo 21 (paráfrasis). En: Devocionario nuevo y
completísimo en prosa y verso. Imprenta y Librería de D. A. Izquierdo, Sevilla,
1867, p.356-357.
14-
Gertrudis Gómez de Avellaneda: “Dedicación de la lira a Dios”. OA, tomo 1,
p.387.
15-
Gertrudis Gómez de Avellaneda: “Soneto imitando una oda de Safo”. OA, tomo 1,
p.69.
16
Gertrudis Gómez de Avellaneda: “A la muerte del célebre poeta cubano Don José
María de Heredia”, OA, tomo 1, p.64.
17-
Artículo publicado por Espacio Laical en http://espaciolaical.org/contens/36/103106.pdf
Sobre
el autor:
Roberto Méndez Martínez es un poeta,
ensayista, crítico de arte y narrador cubano. Miembro Correspondiente de la Academia Cubana de la Lengua. Licenciado en
Sociología en la Universidad
de La Habana, Cuba y Doctor en Ciencias sobre Arte en
el Instituto
Superior de Arte de La Habana (2000). Es igualmente Miembro
de la Unión de
Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y de
la Unión de Historiadores
de Cuba (UNHIC), así como Vicepresidente de la Filial de la Fundación
Nicolás Guillén en Camagüey.
El artículo de Méndez Martínez, ¡brillante!
ResponderEliminarMe he reído mucho con el mensaje "subliminal" lanzado a la profesora Simón Palmer (realmente ella es muy fea, sobretodo de alma)
Quedaré a la espera del artículo prometido para disfrutar (imagino por donde vayan los tiros...)
Bella poesía que contrasta con la mediocridad de las nuevas creaciones poéticas versolibristas
ResponderEliminarBella poesía que contrasta con la mediocridad de las nuevas creaciones poéticas versolibristas
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