Crónica simple de mi primer viaje a París *
Los De Céspedes viajan a Barcelona
En 1839, encontrándome yo en la majestuosa Sevilla, y
publicando ya bajo el pseudónimo de “La Peregrina” en La Aureola de Cádiz, arribaron al puerto gaditano procedentes de La
Habana, Carlos Manuel de Céspedes y su prima y esposa, María del Carmen de
Céspedes. Pero sólo estuvieron tres días en la blanca y florida ciudad,
continuando viaje rumbo a Barcelona. Por tal motivo no pude yo conocerles en
aquella eventualidad. El matrimonio se trasladó a la gran Barcelona porque allí
Carlos Manuel pretendía obtener los títulos jurídicos que necesitaba para
ejercer como abogado. Su esposa –conocida en el ámbito familiar como Carmelita-
aprovechó la ocasión y también realizó estudios de Historia, Humanidades y
Arte.
Entre las personas que conocieron y trataron en aquel
período catalán al matrimonio Céspedes estuvo el mismísimo General Prim que luchó
contra el carlismo en 1840, y que había sido Gobernador de las entonces
llamadas “provincias vascongadas”, así como Primer Ministro de Isabel II; el
mismo que asumió la Regencia desde 1841 a 1843 cuando María Cristina renunció –bueno,
más bien le obligaron a renunciar-. El matrimonio al no sentirse seguros dentro
del clima político que imperaba en la España de entonces, y una vez logrado el
título de abogado pretendido, decidió sabiamente, trasladarse a la Francia.
Partieron desde Barcelona en un suntuoso vapor que les
condujo hasta la pintoresca Marsella, llegando finalmente a París el 1º de
diciembre de 1841. En el camino de Marsella a París, como tuvieron que hacer
varios cambios de carruajes, visitaron Avignon, Saint Etienne, Nevers, Orleáns
y Fontainebleau.
Los De Céspedes llegan a la capital francesa
Una vez en Paris, se alquilaron una pequeña casa en el
Quai Voltaire en donde conocieron a
Charles Baudelaire y a Richard Wagner. También entablaron amistad con Honoré de
Balzac, que por cierto, hacía pocos años había publicado su maravillosa novela Le Père Goriot.
A partir de la primavera de 1842, el matrimonio
Céspedes se instaló en una amplia, encantadora
y bien situada casa de la famosa Rue Jacob parisina, residencia en la que
permanecieron mientras estuvieron en la capital francesa.
Y aquí es donde entro yo, Gertrudis Gómez de
Avellaneda, en esta singular historia.
Por aquellos años, ya me había instalado en Madrid
junto a mi hermano Manuel, mi carrera como escritora había despuntado muy
fuerte. En sólo un año, ya era bastante conocida en toda España, gracias principalmente
al gran éxito sevillano de Leoncia, mi primera obra dramática. Desde entonces, a
los románticos españoles, se les antojó en llamarme La Divina Tula –lo que realmente me lisonjeaba-, y mi presencia en
el liceo madrileño del palacio de Villahermosa, se tornaba habitual y casi
obligatoria. Mi libro Poesías acabada de salir con un prólogo
del mismísimo Nicasio Gallego, y también acababa de editarse, ¡por fin!, Sab, aquella novela que comencé a
escribir en La Coruña y que tanto revuelo había armado, primero entre mis
propios familiares –me refiero a mi padrastro-, y después entre la prensa de la
época y entre los intelectuales de variadas tendencias políticas.
Fue a través de la prensa, y por referencias directas del
matrimonio de los Del Monte (Domingo y Rosa), que eran amigos personales míos, que
los De Céspedes conocieron de mis éxitos, y leyeron mis obras. En ello tuvo que
ver también, María de las Mercedes Beltrán y Santa Cruz de Montalvo, la
archiconocida condesa de Merlín; a la que había conocido yo unos años antes en
el palacio de Dueñas de la capital hispalense, curiosamente el mismo día en que
fue desvelada la verdadera identidad de “La Peregrina”, o sea, la mía…
Paris era entonces la “capital del mundo occidental” y
todo a pesar de las turbulencias en el trono de Francia. Carlos Manuel y
Carmelita se movían por los ambientes más variopintos de la cultura, la
política y la economía francesa. El joven matrimonio se integró en aquellos
ambientes de la mano de Chopin y de George Sand a los que habían conocido en
Barcelona en el estreno de la ópera Benvenutto
Cellini, de Berlioz. El amplio salón de los de Céspedes en Paris era
frecuentado -además de los mencionados anteriormente- por Balzac, Wagner, Chateaubriand, Delacroix y
hasta por el mismísimo Barón de Humboldt, entre otros.
Como famoso abogado que era ya, Carlos Manuel de
Céspedes intervino en el pleito de Chopin con la publicación The Musical World, de Londres, que había
acusado falsamente a Chopin de plagio. Chopin, jurídicamente asistido por
Carlos Manuel, ganó el pleito y la publicación fue obligada a divulgar una
apología del músico y a pagar una Gala con obras del autor en la ciudad de Manchester…
El matrimonio De Céspedes me invita a París...!!!
En aquellas tremendas circunstancias parisinas, los De
Céspedes invitaron a sus amigos cubanos Domingo Del Monte y a su esposa Rosa
Aldama que estaban en Madrid en aquel momento, al hermano de ésta, el talentoso
chelista Miguel Aldama que vivía en Londres, y a mí, junto a mi hermano Manuel,
a visitar París y hospedarnos en aquella maravillosa casa de la Rue Jacob. Las
fiestas se tornaron interminables…
Estuve durante toda la primavera de 1843 en París, y
confieso que a diario asistía, invitada y embellecida, a innumerables soirées en donde tuve el honor de
conocer a casi todo ser viviente parisino, ¡y Paris también me conoció a mí...! Sin imaginarlo, la prensa hablaba de mi visita a la capital francesa y se comentaban mis éxitos en variadas tertulias...
De aquella fabulosa y desmesurada visita, ha quedado
el retrato al carboncillo que se reproduce en este post, y que realizó durante
una espléndida tertulia el pintor francés -muy de moda en aquellos días- Joseph-Benoit
Guichard. Aquel carboncillo, le sirvió a Guichard para pintar un óleo que fue
titulado “Reunión de amigos” y se mantuvo en el estudio del pintor, en París,
hasta su muerte. Después de 1880, lamentablemente, se le perdió la pista al
cuadro. (¡Quién sabe por dónde andará…!)
En el famoso carboncillo aparecen, de pie, de
izquierda a derecha, María del Carmen de Céspedes, Domingo Del Monte y Carlos
Manuel de Céspedes; sentadas, yo en primer término y a mi lado Rosa Aldama; a
la derecha, interpretando al cello una canción de moda, Miguel Aldama.
Desgraciadamente no están la condesa de Merlín,
presente aquella tarde en la espléndida tertulia formada, y mi hermano Manuel
tampoco, porque la condesa se “indispuso repentinamente” y tuvo que marcharse
muy en su contra... Mi hermano Manuel, muy dado a las más sutiles gentilezas,
le acompañó hasta su cercano palacio. Días después se supo que ambos, a pesar
de la tremenda diferencia de edades, iniciaron una historia de amor que perduró
durante algunos años…
Regresé a Madrid en solitario y con muchos bríos y fuerzas,
exaltados por la que ya era mi amiga, la baronesa Dudevant, conocida en el
mundo literario como George Sand. Siguiendo sus sabios consejos, nada más
llegar a Madrid me propuse abrir la primera publicación en España dedicada al
bello sexo… La presentación de la publicación que se realizó en El Parnasillo –famoso café madrileño-,
coincidió con la salida de la imprenta de dos importantes novelas mías, Dos mujeres y Espatolino. Ese día llené de mujeres el café, gane muchos
admiradores y también –hay que decirlo-, algún que otro enemigo acérrimo.
Queda vuestra, afectísima y siempre servidora
Gertrudis Gómez de Avellaneda,
La Divina
Tula, o simplemente
Tula…
* Artículo parcialmente fundamentado en la crónica Esclarecer rumores, apaciguar las dudas antiguas y crear nuevas, escrita por monseñor Carlos Manuel de Céspedes y García Menocal, publicado en palabranueva.net, revista de la Arquidiócesis de La Habana, Nº 168, noviembre de 2007
Me dispongo a leer, con especial placer, este relato suyo: se me anticipa, en sus primeras líneas, deleitoso.
ResponderEliminarConfirmado: este artículo causa deleite y revela muy valiosas anécdotas.
ResponderEliminarMaravilloso, que vida fecunda y rica. Cuánto más conocemos, más nos admira.
ResponderEliminarGracias queridas, siempre será un elogio a pesar de que venga tan de cerca...
ResponderEliminarQueda vuestra, afectísima y siempre servidora
Gertrudis Gómez de Avellaneda,
La Divina Tula, o simplemente Tula…