febrero 08, 2014

La Avellaneda y los Ponce de León


Fachada del palacio Ponce de León antes de su derribo por una constructora inmobiliaria sevillana en la década de los setenta del Siglo XX..
 
Verdades y mentiras sobre el famoso palacio sevillano.
 
Nos gustaría comentar que el contenido de este post -material estudiado por nosotros y cotejado con varios documentos oficiales-, lo teníamos reservado para más adelante y forma parte de nuestro archivo sobre la vida y obra de la divina Tula. Pero una pequeña indiscreción divulgada a través de la Internet, quizás aprovechando el bicentenario avellanediano, actos a los que muchos se suman por estos días, nos ha obligado adelantar la salida de la curiosa y sorprendente publicación que hoy regalamos a los lectores.
 
Vayamos por parte.
 
El palacio de los Ponce de León de Sevilla.
 
El palacio fue mandado a construir por don Pedro Ponce de León a finales del siglo XIV, al menos eso podemos leer en un díptico que sobre el majestuoso recinto y convento aledaño, publicita la empresa de aguas sevillana, EMASESA, actual propietaria del inmueble.
 
La fachada que podemos ver en la foto al principio del post, así como la mayor parte del palacio fue derribada en la década de los años 70. En esta etapa se dañó, irreparablemente, gran parte del patrimonio arquitectónico de Sevilla. Un conocido promotor inmobiliario levantó sobre el solar resultante y en detrimento del palacio ocupado desde 1887 por el colegio de los Escolapios, un horrible bloque de pisos y unas naves que le proporcionaron cuantiosas ganancias.
 
Por suerte, los restos del palacio fueron rehabilitados hace unos años y se convirtieron -junto con el colindante convento de los Padres Terceros-, en la sede social de la empresa municipal de aguas de Sevilla. “Emasesa” los restauró hasta donde pudo y los conserva con dignidad y mucho aprecio. A día de hoy es posible visitar lo que queda del palacio previa solicitud y en grupos inferiores a 30 personas.


Un poco de historia.
Siendo propiedad de don Juan Ponce de León, conde de Arcos, señor de Cádiz y Marchena y alcalde mayor de Sevilla, fue incluido en la herencia que, con real facultad dada por Enrique IV de Castilla, fundó aquel en su testamento, otorgado en 1469, a favor de su hijo don Rodrigo, el famoso duque de Cádiz, defensor de los Reyes Católicos y gracias al cual se logró la reconquista del reino nazarí el 2 de enero de 1492 último reducto musulmán de la península ibérica.
 
La familia Ponce de León continuó ostentando la propiedad vinculada del famoso palacio durante cuatrocientos años más hasta llegar a don Antonio Ponce de León, duque de Arcos, el cual falleció en 1780 sin dejar descendientes. Por ese motivo le sucedió en los títulos y bienes, incluido el palacio sevillano que nos ocupa, una sobrina lejana, pero archifamosa: doña María Josefa Alfonso-Pimentel y Téllez-Girón, condesa de Benavente. Esta gran dama, promotora del arte en Madrid y mecenas por excelencia de Goya, falleció en octubre 1834. Diez años después, el 29 de agosto de 1844 heredó la propiedad su hermano don Mariano Téllez-Girón y Beaufort, XII duque de Osuna, de Arcos, de Béjar, del Infantado, de Lerma y de otros tantos títulos y mil propiedades.
 
Don Mariano Téllez-Girón fue un noble, militar, político y famoso diplomático español cuyo ostentoso tren de vida le llevó finalmente a la ruina absoluta. Fue embajador durante la coronación de la reina Victoria del Reino Unido, igualmente embajador en París en la boda de Napoleón III y Eugenia de Montijo y luego embajador extraordinario durante doce largos años en San Petersburgo. Durante la estancia en esa imperial ciudad, consiguió el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países rotas desde la muerte de Fernando VII. Pero el duque de Osuna equiparaba sus logros diplomáticos con la misma pasión que sentía al derrochar, sin límites, enormes cantidades de dinero y oro. Afamadas fueron las innumerables y lujosas fiestas que daba en la embajada española pagadas con el dinero de su propio bolsillo. Por culpa de su obstinado alarde se vio obligado a ir vendiendo, poco a poco, sus propiedades. Se dice llegó a vender tanto que, el 2 de junio de 1882 al fallecer en su castillo belga de Beauraing, única propiedad que le quedaba, estaba totalmente arruinado.
 
 
Los Gómez de Avellaneda y el Palacio de los Ponce de León.
Pero retrocedamos un poco en el tiempo. En 1868, siendo aún don Mariano embajador en Rusia, le llegó su turno de venta al palacio sevillano de los Ponce de León. El duque estaba sin blanca y las fiestas en San Petersburgo se tornaban imprescindibles.
 
Cuatro años antes los hermanos Manuel y Gertrudis Gómez de Avellaneda se habían instalado, definitivamente, en una suntuosa casa de tres plantas de la sevillana calle Gravina. Tanto la célebre poetisa como su hermano eran muy amigos del duque de Osuna y otros nobles sevillanos. Don Manuel, además, había sido cónsul de Isabel II en Malta, su único trabajo conocido, el cual obtuvo por la enorme influencia de su hermana Gertrudis.
 
Parece ser que el duque ofreció el palacio a los Gómez de Avellaneda conociendo las holgadas posibilidades económicas de los hermanos y los deseos de la poetisa de vivir rodeada de tanta historia. Así fue como el 10 de agosto de 1868, según puede comprobarse en los archivos correspondientes, se otorgó la escritura de venta por don Manuel Recio, apoderado del duque, a favor de don Manuel Gómez de Avellaneda, que fue el encargado de realizar la compra, compra por la que los hermanos pagaron la cuantiosa suma de cuarenta y seis mil escudos de la época “en monedas de oro grueso, usuales y corrientes”. Y de esta manera el duque pudo continuar con sus imperiales fiestas en Rusia y los Gómez de Avellaneda se hicieron con la propiedad.
 
La compraventa del palacio se hizo con pacto de retro, es decir, que el duque podía readquirir la propiedad vendida durante un plazo de seis años y medio, abonando el mismo precio que recibió. Lo curioso de todo es que el doce de agosto, dos días después de firmado el contrato de compraventa, se otorga una nueva escritura por la que el comprador (Manuel Gómez de Avellaneda) cede en arriendo al propio duque de Osuna el mismo palacio que éste acababa de vender, durante el mismo plazo de seis años y medio y por una renta de más de cuatro mil escudos anuales. Esta operación ha sido interpretada por algunos críticos como un golpe inmobiliario por parte de los Gómez de Avellaneda y motivo de descabelladas especulaciones que nada tienen de cierto.
 
En la escritura de compraventa se hace una descripción minuciosa del palacio, situado en la antigua plaza de la Paja, con una superficie de diez mil metros cuadrados, “con agua propia que procede de los caños de Carmona” dato este de vital importancia en una época en que el agua corriente no era para nada habitual en las casas sevillanas.
 
A la entrada del palacio se encontraba el jardín principal, con dos fuentes de mármol blanco y agua potable. Se describe minuciosamente la distribución de las habitaciones y galerías del palacio, tanto en la parte de servicio como en la destinada a la familia ducal, que estaba situada en el piso principal alto, al que se accedía por una escalera de mármol, igualmente blanco, con cancela de hierro (esta escalera se conserva a día de hoy). En esta parte noble de la casa destacaba la gran galería descubierta por donde se entraba al salón grande llamado “de Embajadores”, a través del cual se pasaba a otra galería con el techo artesonado. En el piso bajo existía un pabellón, donde había otro gran salón con un artesonado “que es de mucho mérito”, se agrega y resalta en la escritura.
 
Pero muy poco, o nada, disfrutaron los Gómez de Avellaneda de aquel palacio. Un desgraciado accidente cerebral fue la causa de que, cuatro meses después de efectuada la compra, en diciembre de 1868 falleciera en una de las habitaciones de la casona de la calle Gravinia, don Manuel. Y este fue el punto de inflexión para que la célebre poetisa, sumida en una gran tristeza por la muerte de su querido hermano, decidiera abandonar Sevilla, trasladándose a la capital, Madrid.
 
Como era de esperar, don Mariano Téllez-Girón, duque de Osuna no pudo reunir la cantidad que estipulaba el contrato para recuperar el palacio, ni tampoco cumplió totalmente con el arrendamiento por lo que la propiedad paso a manos de los Gómez de Avellaneda aunque no lo disfrutasen directamente.
 
En el testamento de don Manuel Gómez de Avellaneda, después de relacionar los varios hijos naturales que tuvo, a los que dejó muy bien heredados, ordenó igualmente que la mitad de todos sus bienes (palacio incluido) se entregaran al cardenal de Sevilla para que sirviera hacer la caridad de irlos repartiendo a través de los diferentes párrocos de la ciudad en limosnas para los más necesitados. Por lo tanto, la supuesta “beneficiosa operación inmobiliaria” por parte de los hermanos no fue tal como se ha dicho, los hechos han quedado más que demostrados.
 
Por otra parte se ha dicho erróneamente que, en el mencionado palacio vivió durante una larga temporada la célebre poetisa. Eso no es cierto, la Avellaneda estuvo dos o tres veces en aquel palacio y siempre de visita, jamás lo habitó. Eso sí, recorrió sus patios todos. Se sentó al borde de la fuente y subió y bajó las suntuosas escaleras de mármol blanco un par de veces. Un acto puramente romántico, posiblemente el último de esa categoría y lo hizo para respirar la historia que sus paredes acumulaban a través de los siglos. Cabe destacar que el palacio de los Ponce de León no fue, ni remotamente, el escenario de los tempestuosos amoríos que mantuvo la poetisa con jóvenes de la aristocracia sevillana, como hemos leído en una desafortunada página de la Internet que trata sobre dinastías y otras nimiedades. En dicha página se afirma, categóricamente, que el palacio de los Ponce de León fue el escenario donde la autora de Baltasar y Alfonso Munio falleciera, cuando todo el mundo sabe que el deceso tuvo lugar a muchísimos kilómetros de distancia, en un piso de la madrileña calle Ferraz en la madrugada del 1 de febrero de 1873.
 
 
Manuel Lorenzo Abdala
 

 

2 comentarios:

  1. El post es algo más que interesante, revelador y supremo.
    La cercanía del bicentenario de la reina mora del Camagüey se nota en demasía. Hoy se ha publicado que la tendencia de la moda para este verano está estrechamente relacionada con la Avellaneda, la musa del romanticismo. Lo que hay que oír, Dios mío!

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  2. Video de la declaracion de la casa natal de La Avellaneda como Monumento Nacional:
    http://www.youtube.com/watch?v=-Ho_FYa1Rlc

    Pavel

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