Primer cuadernillo (final)
Dieciocho días en Burdeos
"Diez y ocho días en Bordeaux"
Intermedio de
las apacibles memorias de mis primeros años y de aquella borrascosa que ha
dejado en mi alma la época posterior a mi permanencia en Bordeaux, está el recuerdo de los diez y ocho días que en ella pasé. Menos profundo y dulce este recuerdo
que los que conservo de mi patria, no tan vivo e indeleble como otros más
recientes de un país menos bello, menos querido, pero que circunstancias particulares
harán para mí inolvidable; son los días de Bordeaux
como la línea que divide mis dos existencias: un intermedio entre los sueños
dichosos de mi primera edad y las realidades agitadoras de estos dos últimos
años de mi vida.
Eloísa: alguna
vez he ideado formar para ti apuntaciones curiosas de mis viajes, consultar a
otros viajeros, tomar nociones acerca de la historia, tradiciones y
particularidades locales de los sitios de que te hablo; en fin, hermosear estas
Memorias que te he ofrecido, haciéndolas instructivas e interesantes; pero no
he podido; fáltame la tranquilidad de espíritu necesaria para esta empresa, y
aun el tiempo para realizarla.
No esperes,
pues, una descripción de Bordeaux, ni
detalles artísticos de sus notables edificios; conténtate con una ligera reseña
de las cosas más sobresalientes que vi en aquella hermosa capital, siendo la
primera que te nombraré, el celebrado puente del Garona, obra grande y
atrevida, como el genio del hombre que la concibió. He recorrido todas sus
salas interiores, en que pudieran habitar muchas familias, y he admirado la
solidez y grandiosidad de aquel puente coloso, por decirlo así, que no tiene
igual en Europa. Estuve, en el mismo día en que vi el puente, en las montañas
rusas, que no es más que un entablado bastante alto, en cuyo remate está una
pequeña glorieta, de la que parten los carros romanos, en los que se baja por el
rápido declive del entablado. Con un ligero empuje, estos carros parten con
increíble velocidad; la fuerza que traen basta para que tuerzan por sí solos
donde vuelve el declive, deteniéndose ellos mismos al concluir la carrera. En
la rapidez de la bajada, el pecho se oprime y parece que falta el aire; pero esto
mismo hace más grata la impresión que se recibe al concluirla, y las carreras
por las montañas rusas es una de las diversiones que más se gozan en Bordeaux.
Gustóme infinito el Teatro Principal, que
es justamente celebrado como uno de los más bellos edificios de Francia. La sala
de espectáculos es muy linda, tiene cinco órdenes de palcos y un lujo
extraordinario en los adornos y en el escenario. La compañía de baile que había
entonces era inmejorable, y tuvimos el gusto de oír a la célebre cantatriz
Mlle. Falcón (prima dona de París) en la ópera Roberto el Diablo, en que luce, mejor
que en otra alguna, la belleza de su voz y la expresión apasionada de su canto.
Quisiera
decirte algo de la catedral de San Andrés, que pasa por un bellísimo edificio,
y de la iglesia de San Miguel, que es también muy hermosa; pero no las vi más
que dos veces, siempre de prisa, y sólo puedo asegurarte que aunque he visto
posteriormente otras soberbias catedrales y otras bellísimas iglesias, ninguna
me ha causado la impresión que San Andrés y San Miguel, cada una en su clase,
sin duda porque fueron las primeras. El mejor ejemplo que yo había visto hasta entonces
era la catedral de Cuba, que es bastante bonita para agradar a todos, pero que
a nadie admira.
Por dos veces
visité el gabinete de Historia Natural y el Museo de Pinturas. Este último me
hechizó, pues sabes mi afición por este arte. Admiré copias bellísimas de
Miguel Ángel, de Rafael y el Dominiquino, y otros cuadros de no inferior mérito
de David, Lebrun y otros artistas modernos. Estuve también muchas veces en los
dos bazares, español y burdelés, en los
cuales había siempre una numerosa concurrencia.
Conocí en Bordeaux dos grandes paseos y otros
pequeños llamados Cours. De los dos
principales, el llamado Quincouse es
el más frecuentado en verano, y Tourni
en invierno. Ninguno, empero, corresponde a la hermosura de la ciudad, y son muy
inferiores a los de otras poblaciones de menos rango. Más, sin embargo de que
no sean notables aquellos paseos por su belleza y adornos, aunque no se ven en
ellos ni fuentes, ni estatuas, ni voluptuosos jardines, ¡cuántos encantos
tienen en la estación que los conocí!
El alumbrado
público de gas ilumina aquel recinto donde, cada noche, tres o cuatro mil
personas van a respirar la frescura de la brisa en la estación ardiente del
verano. Cada charlatán o buscavida acude allí a situarse, atrayendo gente. A un
lado se ve un titiritero, al otro se levanta un teatrillo ambulante. No lejos,
se encuentra uno con un cosmorama gritando a toda fuerza de sus pulmones: «Aquí
se ven por tres sueldos las principales ciudades de Europa». Otra voz se oye
anunciar dos pulgas que tiran de un coche y bailan un vals, y por cualquier parte
se levantan bonitas tiendecillas de lienzo, en las que las vendedoras ofrecen
frutas, dulces y perfumes.
Muy común es
también oír en aquellos paseos voces muy lindas que, acompañadas del arpa,
cantan las más escogidas arias de Bellini y Mercadante. Estas voces son de
mujeres del pueblo, que pasan toda la noche cantando para recoger unos sueldos.
Al retirarse del paseo, es costumbre entrar a tomar sorbetes en alguno de los
magníficos cafés que rodean a Tourni,
y no he encontrado aún otros tan ricos como los que he tomado allí.
Me falta aún
decirte una palabra sobre otra visita que hice en Bordeaux. ¿Adivinarás a quién?... Al cementerio. Sí, Eloísa; pero
el cementerio de Bordeaux ha
despojado a la muerte de su asquerosidad y horror. Calles de flores, limpias y
simétricas, conducen a los sepulcros de mármol, bellos y suntuosos, que más
bien adornan que entristecen aquel lugar. Sombreados aquellos monumentos de la muerte
por sauces y abetos, y regados de rosas y siemprevivas, nada presentan de
horrible o repugnante. En medio del aroma que embalsama aquel ambiente, parece
que los muertos deben dormir con un sueño más dulce, y que tiene algo de vago y
poético la espantosa evidencia de la nada.
Vi también las
catacumbas que están bajo la Torre del Telégrafo, y en las que no hay
ciertamente nada de ameno que disminuya el horror de aquel espectáculo. Largos
y oscuros subterráneos, donde se respira un aire fétido y malsano, y por
conductora una vieja flaca y lívida con una lámpara sepulcral en su descarnada
mano. Luego, a un lado y otro, calaveras y esqueletos, con los que se tropieza
en la oscuridad. Tal fue el sentimiento de horror y miedo que me inspiró aquel
lugar, que sólo conservo de las catacumbas esta impresión.
Ya es tiempo de
terminar mis apuntes sobre Bordeaux,
y con ellos, querida Eloísa, este primer cuadernillo; pero no puedo concluir la
primera parte de mi tarea sin hablarte del castillo de las Bredas. Era una hermosa
mañana de junio cuando salimos en coche a visitar este célebre castillo, que
dista dos leguas de Bordeaux. Llevaba
conmigo el grueso volumen de las obras de Montesquieu, y a pesar que la
conversación de los compañeros me impedía entregarme al encanto que gozaba en leerlas,
contemplaba aquel libro con emociones que eran más vivas a medida que me
acercaba al sitio en que habitara su inmortal autor. Llegué, por fin, y pisé
con respeto la tierra que tantas veces recibió también la huella de
Montesquieu. Entré en aquel castillo que fue habitado por él, vi la mesa misma
en que tal vez se escribieron algunas de las brillantes páginas del Sprit des Lois y la mesetilla en que
descansaba los pies mientras escribía, y que conserva todavía la señal de la
presión. ¿Qué más puedo decirte? Si has leído a Montesquieu, si eres como yo
entusiasta de su genio, tu alma adivinará las emociones que experimentó la mía
cuando estuve en las Bredas.
Salimos de Bordeaux el 22 ó 23 de julio*, sin haber
visto ni una vigésima parte de cuanto contiene digno de verse; pero de aquello
poco que vi, me ha quedado una memoria imborrable.
Fin del primer
cuadernillo.
* Hay un error de fechas, debería ser "22 ó 23 de junio" pues la fragata Le Bellochan, que trasladó a toda la familia desde Cuba, llegó el 3 de junio a Pauilliac, puerto en el que se alojaron una noche. Después navegaron durante todo un día por el Garona hasta llegar a Burdeos, ciudad en la que permanecieron dieciocho días.
Nota de la edición del blog:
Hay sucesos, especialmente importantes, que Gertrudis Gómez de Avellaneda no cuenta, no quiso contar -o quizás fueron omitidos por los editores originales- en las Memorias a su prima Eloísa. Por documentos posteriores, encontrados y contrastados, se han podido conocer dichos sucesos. Si desea consultar todo lo que aconteció en Burdeos y en los dos años posteriores en La Coruña, le sugerimos lea: Un artículo, dos epistolas y tres siglos, post editado por el blog el 01/10/2011. También puede pedir información directamente vía mail a: ladivinatula@gmail.com
Continuará...
Brillante: ¡gracias!
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