julio 19, 2012

MEMORIAS DE 1838 (I parte)



PRIMER CUADERNILLO
(El primer cuadernillo estará subdividido en tres partes, La navegación, Las costas de la Francia, y Dieciocho días en Burdeaux)

La navegación*

«¡Feliz, El pino, el que jamás conoce
Otro cielo ni sol que el de su patria!».—Heredia.

En la noche del 9 de abril de 1836, nos embarcamos para Bordeaux en la fragata francesa Le Bellochan. La brisa que soplaba era tan débil, que no obstante haber levado el áncora desde las nueve, subiendo a la toldilla al amanecer del otro día, aún distinguí perfectamente la bahía de Cuba.
Poco a poco vila alejarse por grados, hasta convertirse en un punto negro perdido en el horizonte, y desaparecer en fin.
El viento soplaba entonces más fuerte, y el mar no era ya aquel que bañara blandamente la costa de Cuba. El ruido de sus olas agitadas, nuevo a mis oídos, tenía algo de terrible y amenazador que excitaba en el alma emociones tristes y profundas, a la par qué sublimes; emociones inexplicables que sólo puede comprender el que las haya experimentado y recuerde aquellos momentos en que se viera por primera vez en medio del cielo y del mar, entre dos infinitos, en que la nave parece un átomo imperceptible perdido en la inmensidad.
El viento continuó favorable, y el 12, al amanecer, remontamos la punta de Maisí, dejando enteramente detrás la isla de Cuba y sofocando el ruido de las olas los últimos adioses que dirigiera en mi dolor a aquella tierra querida.
El 15 pasamos la Gran Yunque y otras pequeñas islas sucesivamente, hasta salir, por completo, de todas las Antillas.


Hasta el 23, el tiempo fue muy bello y gozamos las más hermosas noches de luna que hasta entonces había visto ¡Cuántas horas veía pasar sobre la toldilla, abandonada al encanto de tan deliciosas noches! «Cuando navegamos sobre los llanos azulados, ha dicho lord Byron, nuestros pensamientos son tan libres como el océano.» Su alma poética ha debido sentir también cuan indecible y mágica influencia tiene la luna en ese mismo océano, y cuan osados, al par que religiosos, son los pensamientos que inspira. Parece que Dios se revela mejor al alma conmovida en aquellas horas de profundo sosiego, y que una voz misteriosa se deja oír en el vago sonido del viento y de las olas. Hay un embeleso indefinible en el incierto resplandor con que brillan en las aguas los tibios rayos de la luna, en el soplo de la brisa que llena las velas ligeramente estremecidas y en la canción del marinero que acompaña el mar con el ruido de sus olas. No ha podido olvidárseme jamás una de estas canciones que oí muchas veces mientras me dormía, y que también me despertó otras muchas, y su recuerdo tiene para mí algo de triste y melancólico que no sabré definir:

«Le beau pays de Normandie,
C'est le pays qui m'a donné le jour».

Estas eran las últimas palabras de aquella canción, palabras repetidas con una tonada lánguida y afectuosa, que se pegó a mi oído de un modo que no he podido olvidarla.
¡Cuántas veces, mientras la oía, entregábame yo también a los recuerdos de mi hermosa Patria que acababa de abandonar, tal vez para siempre! Pensaba en los días tranquilos de mi infancia, en aquellos días pasados en el seno del mejor y más querido de los padres; en los conocimientos y relaciones de mis primeros años, y en aquella época en que mi corazón me advirtió que había cesado de ser niña! ¡Ah, con cuántas ilusiones adornaba entonces el porvenir mi risueña imaginación! Lánceme a la vida con un corazón ávido de emociones, y el dolor mismo, adivinado más bien  qué sentido, tenía entonces para mí algo de bello y sublime ¡Aurora de la juventud, eres una sonrisa del cielo!  Pero, ¡ay, una sonrisa engañadora! Prometes ventura, y el hombre no goza otra que aquella que sueña en sus delirios de inocencia. Delirios hechiceros que valen cien veces más que una fría razón, harto presto adquirida!
Perdona, hermosa amiga, si me distraen un instante de la tarea que he emprendido por complacerte, inoportunas reflexiones.
Tu indulgencia me es tan conocida, que sólo ella pudiera animarme a continuar estas Memorias, a las que mis ocupaciones no me permiten dedicar sino muy pocos momentos, y que deben resentirse forzosamente del estado intranquilo de mi corazón y de mi espíritu.
El hermoso tiempo que habíamos tenido hasta el 24, dejó de favorecernos estando a la vista de las islas Bermudas. Eran las cinco de la tarde del 25 de abril, cuando negras nubes que cubrían el sol dieron una noche anticipada. Los bramidos del mar y del viento eran por momentos más espantosos, y crujían las maderas del buque como si fuera a hacerse pedazos, mientras las olas embravecidas, ora parecían querer lanzarse a las nubes, ora sumergirle en los abismos.


¡Terrible fue aquella noche, Eloísa mía! El capitán hizo recoger velas, hasta quedar a palo seco, y todos los pasajeros estaban tan poseídos de terror, que yo era la persona más tranquila, y tal vez la única que gozase en aquel terrible choque de dos elementos de las impresiones sublimes que excita. Mi serenidad en aquella ocasión fue el asunto de las conversaciones en muchos días, y puedo asegurarte que, sin exageración, me he aplicado yo misma aquellos versos de nuestro Heredia que tú recordarás:

«Al despeñarse el huracán furioso,
Al retumbar sobre mi frente el rayo,
Palpitando gocé: vi el océano
Azotado del austro proceloso
Combatir mi bajel, y ante mis pasos
Vórtice hirviente abrir, y amé el peligro.»

Puede morir el hombre, pensaba yo, perecer puede en esta terrible lucha víctima de su osadía. Pero, ¿qué es la muerte para él?... Lo que posee de grande, de noble, de sublime, no morirá nunca. Su cuerpo puede quedar sepultado entre estas olas, que su genio ha despreciado; pero ese genio, esa fuerza creadora, ese gran ser invisible que le anima, no acabará con él, ni existe en la Naturaleza entera un poder capaz de destruirle.
Sin embargo, pasó como el bueno el mal tiempo, y nos quedó un viento por proa que por espacio de tres días no nos permitió adelantar un palmo. Los primeros días de mayo nos hizo un tiempo calmoso, pero sereno, que varió el 6 con un nuevo temporal ¡Tres días de continua angustia! Hasta el 9 no volvimos a ver lucir el sol con todo su esplendor. El mismo día pasamos las Azores, y el viento nos fue favorable hasta el 15, en que se entabló nuevamente la calma. El 20 tuvimos un viento débil por bolina; el 21 tornó la calma, y por remate de impaciencia, se declaró luego un viento fuerte por proa, que casi a la vista de la costa nos tuvo barloventeando hasta el 23. Con junio cambió nuestra suerte. El señor Eolo quiso al fin sernos propicio; el capitán hizo echar alas y arrastraderas, y en la mañana del 3, con un sol hermoso, un mar bonancible y un viento fresco por popa, saludamos las risueñas costas de la Francia.



* Corresponde a lo acontecido entre los días 9 de abril y 3 de junio de 1836, tiempo que tardó la fragata “Le Bellochan” en cruzar el Atlántico.

El post es reproducción de lo contenido en: Gertrudis Gómez de Avellaneda: Biografía, bibliografía e iconografía, incluyendo muchas cartas, inéditas o publicadas, escritas por la gran poetisa o dirigidas a ella y sus memorias (páginas 249-253) Domingo Figarola Caneda, notas ordenadas o publicadas por Emilia Boxhorn, SGLE, Madrid 1929.


Continuará…

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