Cartas de
Ramón María Narváez, duque de Valencia.
Gertrudis
Gómez de Avellaneda supo moverse y relacionarse muy bien con diversas
personalidades, las más importantes de la época. Se codeó, no solo con la
intelectualidad de su tiempo, sino también con Reyes, Ministros y Presidentes
varios. La prensa, los diferentes escritos y la correspondencia que se conserva
(la publicada y la pendiente de publicar) corroboran lo antes expresado.
Hace poco iniciábamos
en el blog La divina Tula una sección
titulada “Cartas desde Palacio”, apartado
con el que hoy continuamos pero esta vez desde la Presidencia del Consejo de
Ministros (que no es Palacio propiamente dicho, pero muy estrechamente
relacionado…). En el post que nos
ocupa transcribimos, literalmente, cuatro cartas de las pocas que se conservan
escritas por Ramón María de Narváez, duque de Valencia, y enviadas a Gertrudis
Gómez de Avellaneda. Entre la primera y las otras tres median diez años de
diferencia. En ellas puede notarse, sin lugar a dudas, el trato de amistad
profunda que cultivaban el duque y la escritora (Sabemos que mantuvieron una
correspondencia ininterrumpida, pero solo se conservan las misivas que hoy
presentamos)
La primera
de las cartas fue recibida por Tula en Burdeos días después de que la muerte
sorprendiera en esa ciudad a su primer marido, Pedro Sabater, que era en aquel
momento el Jefe Político de Madrid. Dos semanas posteriores, sumida en una
terrible desesperación y angustia, la joven escritora se recluyó en el convento
de Nuestra señora de Loreto de Burdeos, lugar donde se mantendría tres meses más
hasta que gracias a las gestiones y ruegos posteriores que hiciera el propio
duque de Valencia, decidiera regresar a Madrid en pleno mes de diciembre (No
olvidemos que seis meses antes Gertrudis Gómez de Avellaneda había dedicado su
novela Guatimozín al duque en gesto
de amabilidad como “demostración de aprecio y afectuosa amistad”)
La segunda
carta corresponde a la época en que el duque era Presidente del Consejo de
Ministros de España por quinta vez (Lo fue siete veces entre 1846 y 1868). Tula
buscaba un puesto de relevante importancia para su hermano Manuel a través de
la influencia que ejercía el Presidente con el Ministro de la Corona, Pedro
José, marqués de Pidal, quien finalmente, y gracias también a las gestiones e
influencias de Gabriel García Tassara (¡Ex amante de la escritora y Embajador
en los EEUU!), otorgaría el importante puesto de cónsul en Malta a Manuel Gómez
de Avellaneda, su algo “descarriado” hermano.
La tercera
del 27 de noviembre de 1856 es casi un billete (especie de nota) indicando la hora
en que el duque podía, por sus múltiples responsabilidades políticas, recibirle
en su casa para charlar distendidamente.
La cuarta
es un rogatorio, disculpándose el duque por el retraso en cierta correspondencia
recibida de su parte. Pero lo más interesante es la invitación que le hace el
duque a la escritora para que asista, como figura muy relevante, al baile que
efectuaría en su casa en celebridad por los días de Su Majestad Isabel II,
amiga de ambos.
Al final del post transcribimos una amplia reseña biográfica, tomada de la internet (www.biografiasyvidas.com), sobre el hombre que fuera más veces en la historia, Presidente del Consejo de Ministro de España (un verdadero record a nivel nacional y posiblemente internacional)
Manuel
Lorenzo Abdala
Carta nº 1
París, 12 de agosto de 1846.
Señora doña Gertrudis Gómez de
Avellaneda.
Mi apreciable amiga: Consecuente a
lo que ofrecí a usted en mi carta de anteayer, incluyo a usted la carta que le ofrecí
a usted para el señor Maire, de esa
ciudad, y también otra para Mme. Duffur,
sobrina de mi madre política, la condesa de Suscher;
cuya señora es la que en ambas cartas me recomienda a usted. Repito a usted el
grande interés que me causa la suerte de usted, la mucha parte que tomo en sus
desgracias y el deseo que tengo de contribuir a aliviarlas. Puede usted
disponer como guste de s. s. s. y amigo, q. s. p. b., Ramón María Narváez.
Carta nº 2
Excelentísima señora doña Gertrudis
Gómez de Avellaneda.
Mi muy estimada amiga: Creo que no
tengo necesidad de persuadir a usted de que he sentido mucho no haber
disfrutado el placer de verla cuando usted tuvo la bondad de venir a visitarme.
Creo también que usted se habrá hecho cargo de mis graves y urgentes
ocupaciones y que se habrá anticipado a disculparme, bien convencida de mi
buena amistad y consideración.
Aprovechando estos momentos que me
dejan libre, tendré el gusto de anunciar a usted que me he interesado con el
señor marqués de Pidal por su señor hermano; y aseguro a usted que, si mi
eficaz recomendación surge el efecto que usted desea, tendré en ello una
verdadera satisfacción.
Sírvase usted aceptar la seguridad
de la alta estimación y verdadera amistad con que es, como siempre, de usted,
afectísimo y atento s. q. b. s. p., Ramón María Narváez.
Madrid, 31 de octubre de 1856.
Carta nº 3
Excelentísima señora doña Gertrudis
Gómez de Avellaneda.
Mi muy estimada amiga: Sería muy
difícil para mí recibir a usted de cinco a seis de la tarde, según se sirve
indicarme, porque muy pocos días puedo hallarme en casa a esas horas.
Pero si usted quiere venir de once a
una de la tarde, es casi seguro que proporcionará el gusto de recibirla a su
muy afecto amigo y servidor, q. b. s. p., Ramón María Narváez.
Madrid, 27 de noviembre de 1856.
Carta nº 4
Madrid, [¿?] noviembre de 1856.
Señora doña Gertrudis Gómez de
Avellaneda.
Muy señora mía, de toda mi
consideración y aprecio: En este momento, las diez de la noche, he recibido la
apreciable carta de usted de ayer, y al paso que agradezco sobremanera la
distinguida manera con que usted tiene la bondad de honrarme, me ha causado muy
grande pena el retardo con que la he recibido, porque me ha privado de asistir
hoy al teatro, a donde habría concurrido con mucho gusto y voluntad, ya para disfrutar
el generoso favor de usted ya para admirar las producciones de su fecundo y
esclarecido ingenio.
Suplico a usted encarecidamente me
dispense y que crea que, admirador de los envidiables talentos con que el cielo
le ha enriquecido, he recibido su carta como la más dulce recompensa de los escasos
servicios que he prestado a mi Reina y a mi Patria, bien inferiores por cierto
a la generosa manera con que usted tiene la bondad de calificarlos.
Usted me permitirá, señora, que a mi
vez me atreva a suplicar a usted se digne asistir al baile que doy en mi casa
el día 19 del mes actual, a las diez de la noche, en celebridad de los días de
Su Majestad. Yo miraré como una honra muy singular la presencia de usted en mi
casa ese día, así como el que usted se haga acompañar por las personas que
usted guste convidar.
Cuando mis graves ocupaciones me lo
permitan, tendré el honor de irme a poner a los pies de usted, de quien se
repite s. s. y apasionado admirador q. b. s. p., Ramón María Narváez.
Biografía de
Ramón María Narváez y de Campos, duque de Valencia
Ramón
María Narváez y de Campos fue un militar y político español (Loja, Granada,
1799 - Madrid, 1868). Segundón de una familia de labradores acomodados de la
pequeña nobleza andaluza, ingresó en el ejército con sólo quince años. Durante
el Trienio Constitucional (1820-23) se decantó por los partidarios del
liberalismo y tuvo un papel destacado en la lucha contra la sublevación
absolutista de la Guardia Real de Madrid (1822). Ello le obligó a retirarse del
ejército cuando la invasión de los «Cien mil hijos de San Luis» restableció a
Fernando VII como rey absoluto.
Muerto el rey diez años más tarde, Narváez se reincorporó al ejército y
defendió la causa del liberalismo y el Trono de Isabel II en la Primera Guerra
Carlista (1833-40). Ascendió rápidamente por los éxitos obtenidos en los
frentes del Norte (batallas de Mendigorría, 1835 y Arlabán, 1836), el
Maestrazgo, Andalucía y La Mancha; pero en esas campañas se fue enconando
también su rivalidad personal con Espartero, que habría de degenerar en
enfrentamiento político desde 1838.
La persecución de la que fue objeto por Espartero le obligó a exiliarse en
Francia durante la Regencia de éste (1841-43); y, dado que su rival había
asumido el liderazgo de la rama progresista de los liberales, Narváez se
inclinó hacia la rama conservadora, convirtiéndose pronto en el máximo
dirigente del partido moderado. Dirigió la sublevación militar que derrocó a
Espartero en 1843 (encuentro de Torrejón de Ardoz), ascendiendo entonces a
teniente general y capitán general de Castilla la Nueva.
En 1844 era llamado a formar gobierno, iniciando una serie de siete
periodos como primer ministro de Isabel II: 1844-46, 1846, 1847-49, 1849-51,
1856-57, 1864-65 y 1866-68. Impulsó la elaboración de la Constitución de 1845,
que se mantuvo vigente hasta 1868; pero también otras muchas leyes importantes,
como la reforma fiscal de Mon (1845), el Código Penal (1848) o las reformas
administrativas de Bravo Murillo. En suma, conformó el Estado español
contemporáneo según la ideología liberal-conservadora de su partido y según su
temperamento autoritario: detuvo el proceso de desamortización de los bienes
eclesiásticos, amordazó a la prensa, organizó una Administración centralizada y
reprimió los movimientos populares impidiendo tanto el resurgimiento del
carlismo (Segunda Guerra Carlista, 1849) como la extensión a España de las
revoluciones europeas de 1848.
El
gran poder que atribuyó a la Corona en la Constitución de 1845 se vio
correspondido con el sistemático otorgamiento de la confianza regia, que encargaba
al «espadón moderado» la formación de gobierno con independencia de la voluntad
del electorado, permitiendo después la «fabricación» de unas Cortes adictas
mediante el fraude electoral; tal tergiversación del sistema político
representativo llevó a los progresistas al pronunciamiento militar y a la
revuelta popular como únicos medios de acceder al poder, lo que consiguieron en
1854 (contando en parte con el apoyo de Narváez para derrocar a un gobierno
ultraconservador de escasa base social).
Narváez
se mantuvo apartado de la política activa durante el Bienio Progresista y, tras
la caída de Espartero en 1856, regresó estableciendo un sistema de alternancia
con un partido de vocación centrista, la Unión Liberal del general O'Donnell.
Durante todo el reinado de Isabel II, Narváez representó el principal soporte
del Trono, como jefe indiscutible del partido moderado y árbitro entre sus
tendencias internas; su muerte en 1868 dejó al partido descabezado y dividido,
facilitando el triunfo de la revolución que derrocó a la reina en aquel mismo
año. Tras haber contribuido a vencer la resistencia absolutista, implantó una
monarquía constitucional inspirada formalmente en los principios liberales,
pero la vació en gran parte de contenido con su exagerado autoritarismo y su
política conservadora; su legado es, por tanto, ambiguo, como representante
político de las oligarquías de notables locales y grandes propietarios que
sustentaron su régimen.
Bibliografía:
·
Gómez
de Avellaneda, Gertrudis, Obras completas
(tomos II, III y IV) Imprenta y Estereotipia de M. Rivadeneyra, Madrid 1870
·
Figarola-Caneda
Domingo, Gertrudis Gómez de Avellaneda:
Biografía, bibliografía, iconografía y cartas. (Notas ordenadas por Emilia
Boxhorn) SEGL, Madrid 1929.
·
Navas
Ruíz, Ricardo, El Romanticismo español.
Madrid: Cátedra, 1982 (3ª edición)
·
Marqués
de Lozoya, Historia de España, Tomo
10, Salvat Editores, Barcelona, 1979.
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