Gertrudis Gómez de Avellaneda: LA GRAN
MENOSPRECIADA1
(Parafraseando a una muy ilustre Dama)
Rescatar
del injusto ostracismo a una figura como lo fue Gertrudis Gómez de Avellaneda
no ha sido, ni creo que será, tarea fácil en el futuro inmediato. Y todo muy a
pesar de tratarse de una mujer de talento rayando el prodigio, de una deslumbrante
belleza y de sobrada humanidad. Demasiados empeños han oscurecido su
peregrinar, antes y ahora, porque no pocos han sido sus "fieles" detractores.
Las
páginas de este artículo –preparado para el coloquio durante los actos
homenajes en la Casa de los Poetas y las Letras de Sevilla-, resultarán insuficientes
para resumir doscientos años de implacable contienda. Pero intentaré hacer lo “imposible”, deslizándome por el tiempo, como en el cine: ayer, hoy, mañana.
Hoy, mañana, ayer. Siempre.
De mi carácter diré con
franqueza que no peca de dulce. He sido en mi primera juventud impetuosa,
violenta, incapaz de sufrir resistencia. Mis escritos, dicen muchos que revelan
más imaginación que corazón: yo no lo sé; pero creo que tengo, o al menos he
tenido, grandes facultades de sentimiento, si bien confieso que siempre con más
pasión que ternura (…) Mis amigos saben que soy sincera hasta rayar en
indiscreta. Mis enemigos que soy indulgente hasta pecar en desdeñosa; mi
familia que soy desinteresada hasta dar en ser tachada de un vicio opuesto a la
codicia; y yo sé mejor que nadie que soy defectuosísima.
Las
palabras anteriores corresponden a un extracto de la primera
autobiografía escrita por la propia Gertrudis Gómez de Avellaneda, publicadas
en el periódico La Ilustración el 3
de noviembre de 1850.
Escuchemos
ahora un comentario mucho más contemporáneo y totalmente diferente a la
autodefinición anterior. Las opiniones corresponden a María Julia López Peña,
una lectora más del blog La divina Tula,
opiniones vertidas entre el 8 y el 11 de febrero de 2012.
Hace unos días… un joven
estudiante de la universidad de Zaragoza, al ser preguntado sobre qué sabía
acerca de Gertrudis Gómez de Avellaneda, respondió sonriente y con orgullo que
era una importante vía pública -la principal avenida- de la capital aragonesa.
La “extraordinaria” anécdota del
estudiante aragonés se ha convirtiendo en la regla y no en la excepción. Las
instituciones oficiales, entiéndase el ministerio de educación y/o cultura y
deporte español, [el actual y los anteriores hasta llegar casi a la guerra
civil de 1936] mucho tienen o han tenido que ver en el asunto. Pena por una
verdadera Gloria de la cultura hispanoamericana, olvidada y relegada a una gran
avenida [zaragozana] y a un par de calles más en toda España.
Y para concluir con los
ejemplos que traemos a colisión, leamos lo que dijo Ricardo Gullón, un
autorizado crítico literario y conocido novelista leonés en un artículo suyo
publicado en la revista Ínsula2,
hace más de sesenta años.
Sin Gertrudis Gómez de Avellaneda (…), a
nuestro romanticismo, [al nuestro: al hispanoamericano] le faltaría algo
esencial: la presencia de una viva llama femenina, de una musa apasionada y
temeraria cuyos actos dieron testimonio de claro e impetuoso corazón (…) Por
eso sorprende el casi absoluto olvido en que yace la atractiva figura de la
Avellaneda, en contraste con el interés y la importancia que le atribuyeron en
su época [y en detrimento de otras figuras del mismo período].
Me he preguntado muchas veces, como lo hizo Ricardo Gullón, por
qué esa incomprensión, por qué tanto ataque, fobia, relego, olvido ¿Por qué?
¿Por qué?
Una de las posibles respuestas, aunque absurda, pudiera estar en
el origen. En nuestra cultura –en otras sucede lo mismo, pero no en todas-
somos muy dados a la veneración y hasta a la santificación del lugar donde
vemos la luz por vez primera, olvidando que se es de dónde uno quiere ser, de
donde se siente y anhela. Y se descansa donde uno desea y quiere, y no donde
otros intenten, tozudamente, disponer por nosotros…
“Al que le sirva el sayo que
se lo vista” ha dicho la Avellaneda en La
dama de gran tono, que es una divertida sátira costumbrista rescatada, junto
a Cuadernillos de viaje, en una compilación3
que acaba de ver la luz esta primavera. Obra muy fresca que huele a azahar, a naranjos y en la que se siente Andalucía por los
cuatro costados.
Pero volvamos a nuestra cuestión
central.
La nacionalidad, en este caso la supuesta falta de sentimientos
nacionales, absurda carencia [o la negación de ella] -¡que ya es mucho decir!-,
es uno de los aspectos que se le han cuestionado a la escritora injustamente,
armas utilizadas en su contra, con mayor y brutal ahínco en las últimas
décadas, y una de las causas posibles de su relego -aunque justo sea decir que
el bicentenario que celebramos en varias partes del mundo por estos días podría
servir para rescatar todo, o al menos parte, de lo perdido en la última
centuria-. En Cuba está ocurriendo así y esperamos que a partir de ahora (al menos
en Sevilla), el asunto quede zanjado4.
De momento, escuchemos que han dicho de Tula alguno de sus
coterráneos (sus mayores detractores y calumniadores, aunque no los únicos):
Cintio
Vitier, destacado poeta, narrador y
ensayista cubano (aunque nacido en los EEUU) va y viene en su apreciación. No
se posicionó jamás de una manera clara. Fue -por decirlo de alguna manera- un
ambivalente sutil al definir a la Avellaneda.
Por una parte reconoció que “en el manejo del idioma y la vastedad de
los lienzos dramáticos, la escritora señoreó
sobre todos sus contemporáneos, pero desde el punto de vista de lo cubano en la
poesía, su interés e importancia se pierde notablemente, sin perjuicio del
valor absoluto de toda su poesía”. Dijo a la misma vez que muy criolla fue la
Avellaneda, pero que cubana de adentro, de los adentros de la sensibilidad, la
magia y el aire no encontraba en ella ese registro. Entonces, me pregunto yo,
¿qué pensó dijo y sintió la Avellaneda al componer AL PARTIR, A LA POESÍA,
A MI JILGUERO, A UNA VIOLETA, LA SERENETA, A LAS ESTRELLAS, A UNA MARIPOSA, o REGRESO A LA PATRIA, por citar solo algunos
ejemplos…?
Lo cierto es que no hay peor
ciego que el que no quiere ver.
José Antonio Portuondo, otro gran escritor e historiador, criticó severamente, ¡y sin
piedad!, la supuesta “dramática neutralidad” de la Avellaneda por su aparente
falta de compromiso con la causa independentista cubana ¿Habrá olvidado el profesor
Portuondo que a finales del año 1843, y mientras muchos intelectuales
cubanos mantenían discretas demandas con el gobierno de la Metrópoli (obstinado
en negar ciertos derechos políticos pedidos por la entonces colonia), alcanzó
nuestra poetisa uno de sus más grandes triunfos literarios con la declaración
en Madrid de la mayoría de edad de Isabel II?.
Para conmemorar aquel importante acontecimiento, el Liceo
Artístico y Literario de la capital española –hoy conocido como Museo Thyssen-
celebró una suntuosa fiesta a la cual concurrió la famosa poetisa, invitada de
honor por expreso deseo de S.M Doña Isabel II, la cual acababa de leer, (muy a
escondidas de sus confesores), los primeros tomos de Dos mujeres, la segunda novela de la joven escritora. La Avellaneda,
esplendida a sus veintinueve años, acudió a la cita con una composición que
leyó a la joven soberana. Y al final de la Oda,
allí donde solo se fue a cantar, saltándose el protocolo y levantando la
voz como la que más, se inclinó ante la reina e improvisó:
Salud, ¡joven real! mientras
su frente
A tu planta inocente
Esta patria del Cid gozosa
inclina,
Recuerda que en los mares de
Occidente,
—Enamorando al sol que la
ilumina—
Tienes de tu corona
La perla más valiosa y
peregrina;
Que allá, olvidada en su distante
zona,
Do libre ambiente á respirar
no alcanza,
Con ansia aguarda que la
lleve el viento
, —De nuestro aplauso en el
gozoso acento—
La que hoy nos luce
espléndida esperanza.
Con el arma que mejor podía
manejar, con la poesía, la Avellaneda pidió a la joven soberana, los derechos
que sus paisanos reclamaban muy tímidamente.
A eso llamó dramática neutralidad José Antonio
Portuondo cien años después.
Pero no fue el único ni el
que mayor daño póstumo tributó a la Avellaneda.
José Lezama Lima, Novelista, cuentista y ensayista, autor de Paradiso la famosa novela que en
1968 fuera calificada de “pornográfica” debido al tema de la abierta
homosexualidad en su trama. Aquellas nefastas acusaciones, gracias a Cortázar, se
han rectificado con los años, y Paradiso -la misma novela- a día de hoy ya no es calificada de
pornográfica, ni su trama se considera homosexual.
La obra de este conocido escritor
se caracteriza por un estilo cargado de símbolos y metáforas, haciendo
continuas referencias, muy cultas, a poetas barrocos y latinos, de gran lirismo y
con absoluto dominio del lenguaje. Personalmente se me antoja, bastante
parecido a la Avellaneda (salvando los diferentes estilos y época en que les
tocó vivir). Sin embargo, en su valoración de la poetisa es posiblemente el erudito
cubano que más influencia negativa ha ejercido en los demás, mundo académico en
primer lugar ¡Lo dijo Lezama Lima!, piensan algunos. María del Carmen Simón Palmer parece
encabezar la lista.
El texto que citaré a continuación
pertenece a una conferencia suya (de Lezama, quiero decir) impartida en 1966 en la biblioteca nacional de
Cuba5.
Vamos a señalar el mundo en
el cual se desenvolvió esta poetisa: un ambiente militar que corresponde al
período lascivo de Isabel II; reina
de muchas pasiones, y cuyo gobierno se desarrolla bajo la influencia de generalotes, entre ellos el espadón Narváez (...)
Así comenzó Lezama Lima su
conferencia, y así se refirió a Gertrudis Gómez de Avellaneda: “Esta poetisa”,
dijo sin mencionar siquiera su nombre. (Me gustaría acotar, sutilmente, que el padre de
Lezama fue igualmente militar al servicio de otros generalotes…)
En su conferencia habla de la
órbita donde se desenvuelve la Avellaneda, pero el peso mayor se lo otorga a
Isabel II para establecer seguidamente un paralelismo entre ambas mujeres desde
el punto de vista de la cantidad de amantes que las dos tuvieron, más de seis
cada una… “mozos gallardos de gentil apostura”.
Dice que la Avellaneda
acostumbraba quitarse la edad. Es cierto, ella decía que había nacido en 1816,
cuando en realidad nació en 1814. Dos años: por Dios Lezama ¡coquetería
avellanediana!… Y no será la primera ni la última en hacerlo.
El famoso literato arremete
como ninguno contra la pobre Avellaneda, contra sus ancestros. Se burla del
ilustre apellido Arteaga y de los camagüeyanos todos, porque según él, en los
fastos del legendario Camagüey –provincia donde también nací yo- se es muy dado “a los de abolengo”. Fulano es
de los “de abolengo”, es decir que tiene un nombre que termina en una rúbrica
de oro. Pues sí. Gertrudis Gómez de Avellaneda y Arteaga es doblemente de
abolengo, por los Arteaga y por los Gómez de Avellaneda. Estos últimos,
descendientes directos de Munio Alfonso,
por lo que su nombre, de alguna manera, está escrito en oro. Pero es su cabeza
la que aquí nos interesa, por cierto, la única coronada ¡dos veces! -con laurel
de ese preciado metal- en toda la historia de la literatura hispanoamericana, y
por sus méritos artísticos, no por su abolengo.
También sentenció aquel día Lezama, para sorpresa de muchos, que a la
poesía avellanediana le faltaba intimidad (Como para quedarse mudo)
Sobre Ignacio de Cepeda dijo
que desde luego no pensaba casarse con la Avellaneda porque había visto en ella
lo que había de opulenta camagüeyana, que Cepeda nunca se hubiera casado con
una mujer que irregularizaba, y que quebrantaba
un tanto el hogar porque él buscaba un matrimonio de otro tipo, o sea: una
esclava en casa.
Lezama, en su confusión,
acude a Enrique Piñeyro –desde mi punto de vista un literato menor que intentó
rivalizar con la Avellaneda-. Y nos recomienda leer sus impresiones en un
librito igualmente menor, Bosquejos,
retratos y recuerdos. Pero no nos recomienda leer las conocidas escenas
donde la Avellaneda puso en su debido lugar al literato: de patitas en la
calle, rodando escaleras abajo por haberle faltado el respeto de tamaña manera
en la redacción de Álbum cubano de lo bueno
y lo bello allá por 1862. Esto no lo recomienda.
Y continúa Lezama su diatriba
desautorizando las valoraciones que en su día hicieran Juan Valera y Marcelino
Menéndez y Pelayo sobre Gertrudis Gómez de Avellaneda, considerando las mismas
hinchadas, exageradas o dicho con sus palabras, “Hiperbólicas”. Recalca que
todo lo que dijo Menéndez y Pelayo acerca de la Avellaneda era una falsa
bengala, una crítica de verbena, que nada era verdad.
Y en su delirium, llega a la conclusión de que en nuestros días la poesía
avellanediana ha sucumbido y que su obra es en realidad un gran naufragio,
llegando a preguntarse si algún día resurgiría la poetisa por algún lugar.
Y hoy me da la risa al recordar
tan malogrado presagio. Antología poética6
es una recopilación hecha por Edith Checa, Periodista de la UNED y presidenta
de la Asociación Cultural y Literaria “La Avellaneda”, vista la luz gracias a
la editorial “Los libros de Umsaloua” junto a Cuadernillos de viaje y La dama de gran tono en Sevilla el 23 de
marzo de 2014, esta primavera.
No voy a responder a Lezama
Lima con sobrados argumentos -no por falta de ganas como es lógico imaginar-,
sino por respeto a los que ya no están con nosotros.
Pero permítaseme concluir el
post de hoy con un texto, autoría de otra ilustre gran dama como respuesta al
ignominioso acto de impedir se le pusiera al gran teatro Nacional de Cuba el
nombre de nuestra Tula, y que resume la batalla campal mantenida contra la más
grande poetisa, escritora, novelista y periodista hispanoamericana del siglo
XIX, cuyo bicentenario celebramos por todo lo alto en Sevilla, en Cuba y en
otros lugares del mundo.
Manuel Lorenzo Abdala
http://www.ladivinatula.blogspot.com
GERTRUDIS
GÓMEZ DE AVELLANEDA: LA GRAN DESDEÑADA.7
¿Cómo podríamos llamar en
buen castellano a una criatura cuyo destino fuera padecer el repudio de todo
cuanto amase en el mundo? ¿Y qué pensar de ese repudio, de ese sordo volver la
espalda a su presencia cuando quien sufre tal maltrato es justamente una mujer
ungida por las gracias?
He aquí un fenómeno curioso,
digno de concienzudo análisis no realizado todavía; Gertrudis Gómez de
Avellaneda, poetisa cubana, y escritora famosa (…) no es solo un caso en la
Literatura, lo es también en la Psicología, y hasta en la idiosincrasia de los
pueblos. Y digo esto porque el injusto, inexplicable y reiterado desprecio que
ella encuentra en los elegidos de su corazón, parece contagiarse de uno a otro,
parece incluso arraigar por momentos en una colectividad determinada, y hasta
transmitirse como triste herencia de generación a generación.
Gertrudis era, como todos
saben, una mujer de talento: quizás de demasiado talento para el gusto de su
época. Pero era también mujer de nobles sentimientos y espléndida hermosura.
Brillante, amena, culta, rodeada de prestigio, cabe añadir, como si tales
prendas fueran pocas, otra a la que hoy no se da mucha importancia, pero que
entonces sí pesaba su procedencia de honorable casa, si bien no recargada de
blasones, de todos modos vinculada al patriciado criollo.
En ningún campo pues, se la
podía tener por una advenediza ni era lógico mirarla con recelo como si se
tratara de una improvisada o una aventurera. En donde quiera que pisara tenía
derechos naturales que ostentar, derechos que además nadie le negaba.
Y para no dejar resto de
duda, voy a aclarar también, aunque no sea necesario, que nadie debe sospechar
en ella la encarnación de un Amiel
con faldas: bien lejos de su temperamento toda timidez, toda parsimonia, toda
reserva que no fuese la que el buen gusto y una delicadeza innata cultivan
siempre en la real señora.
¿Cuál era entonces el
valladar sutil alzado una y otra vez entre ella y los seres de su elección? Recalco lo de la elección, porque
el fenómeno a que nos estamos refiriendo se hacía más patente entre aquellos
que su alma prefería, que su mano seleccionaba para sí.
Sin duda tuvo Tula hombres
que la amaran, amigos que la defendieran, multitudes que la aclamaran; pero no
sé hasta qué punto podían éstos compensarlas de lo perdido o de lo nunca
hallado que podía tener cualquier mujer, ni sé siquiera si ese fondo brillante
se lo puso el destino para hacerla sentir más hondamente la tiniebla interior.
Casada dos veces, pero
ninguna con el hombre amado; una reina la tiene por amiga, pero antes su amiga
de la infancia la traiciona; y aunque en lejanas tierras le sea dado cosechar
laureles, el pueblo suyo la negará tres veces.
Rafael Marquina, el notable
polígrafo español, recientemente fallecido [1887-1960], nos cuenta en vivas
páginas la historia de la poetisa fracasada en su amor primero; rechazada más
tarde con una hija moribunda en brazos; rehecha apenas y tornada viuda en su
viaje de bodas. Y así vamos siguiéndola en su peregrinar de cuesta en llano,
reina mendiga de ternura, musa implorante ante un galán esquivo, ella, la
altiva Tula hecha a domar las tempestades.
Altiva sí, a pesar de todo,
porque tuvo siempre conciencia de su estatura interna, de su abolengo
espiritual. La pertinacia de sus fracasos amorosos, la frustración de su
maternidad y la conjura de la envidia ajena no alcanzan a fermentar en su pecho
eso que hoy llaman: complejo de inferioridad. Otra mujer puesta en su caso
pronto hubiera acabado por rendirse, se hubiera recluido en un convento o en
una clínica psiquiátrica, según los tiempos que corriesen, y no habría llegado
como ella, a cumplir su misión en este mundo.
Esta coincidencia
inconmovible de su alto destino, aun mantenida en sus flaquezas femeninas, esta
seguridad de sí misma que no la abandonará ni siquiera en sus días tristes, le
prestan en verdad un singular aire de realeza, de una realeza un tanto exótica
e inquietante.
En la corte de España con
baldaquines y reposteros, debió parecer una auténtica Nusta desterrada, una hija
de Inca traída en rehenes, a la que los hidalgos no se atreven a enamorar.
Y esta alteza extranjera
quien se lo juega todo a una carta insignificante, Gabriel García Tassara. Y a
los ojos de todos como las reinas mismas, trae al mundo una hija.
Semejante paso no se hubiera
atrevido a darlo una mujer soltera y famosa, consciente y respetada, ni aun en
nuestro siglo. Y mucho menos como ella podría darlo y quedar luego tan
respetada, afamada y soltera como antes.
Soltera ha de estar por algún
tiempo; sola ha de estar siempre. El seductor asustado de su hazaña hace mutis
por el telón de fondo como el personaje más incoloro, menos real de sus dramas.
Menguado de naturaleza a la par que de espíritu y de ingenio, le da hija sin
sangre que sólo vive siete meses. Siete meses que pasará ella sola, doblada
sobre una cuna que se iba haciendo féretro, y siete meses llamándolo con todas
las voces de la selva, desde el quejido de la tórtola hasta el rugir de la
leona herida. Plasmada en cartas inmortales quedó esta doble agonía: Gabriel
García Tassara no contestó jamás.
La Peregrina sigue su camino.
Sabemos que era joven y era hermosa; nuevos amores entran y salen en el
escenario de su vida. Todos vacilan ante esta Minerva apasionada, procelosa,
para emplear una palabra muy a gusto de la poetisa. Hay momento en que parece
haber hallado al fin el alma digna de su alma; ella lo cree así y por mucho
tiempo no querrá despertar de ese sueño pese a la cruda, áspera luz que se le
mete por los ojos. Así entre amores huidizos, aquel que pudo ser definitivo,
aquel que por cuyos besos hubiera ella cambiado todos sus triunfos, se va, se
va también como los otros, como la hija, como el hogar sin ilusión pero con paz
y con decoro que una y otra vez le deshace la muerte. Es ella la que vivirá
bastante para ver irse hasta la gloria; la gloria que una lejana noche
primaveral le ciñera corona como reina.
Los últimos años de Tula
tienen también mucho de fuga, pero una fuga sorda, lenta. Su entrada en la
sombra va a pasar casi inadvertida y Juan Valera cuenta que apenas ocho o diez
acompañantes seguían el cortejo a la Sacramental de San Isidro. Y como era
Febrero y azotaba la lluvia y la ventisca, no hubo nadie que despidiera el
duelo.
Preciso es, sin embargo, que
antes de llegar a esta última fuga esta gran desdeñada pruebe acaso el más
amargo de los menosprecios: el que va a hacerle su propia patria, sus mismos
coterráneos apartando su nombre fríamente a la hora de hacer un homenaje a los
bardos del país.
Pues como dice ella con
sobria dignidad, “si se me hubiera excluido de su número por no juzgarme
acreedora a semejante honor, no sería yo ciertamente quien de ello se quejara”.
Y se queja en efecto de que la hayan postergado, no por falta de méritos, sino
de cubana.
Dos largas cartas escribirá a
los diarios de la Isla en protesta de lo que considera una injusticia, una
mentira intolerable, y mientras viva no hará otra cosa que debatirse contra el
error. Empero inútilmente; su voz como la de Agar, se perdería siempre en el
desierto.
Fueron los jóvenes de
entonces los que acercaron a los labios de la poetisa –pálidas rosas que pronto
deshojaría el viento– esta nueva amargura, la única que todavía no conocían.
Fueron ellos, los jóvenes de entonces, los que se encargaron de que en la gama
del acíbar, este último trago no le fuese ahorrado.
No los culpo del todo: pienso
que ellos también como la gran mujer que no querían por hermana, habían
cumplido su destino.
La juventud es siempre
iconoclasta; y hasta sería cosa de aplaudírselo si no fuera porque en la
mayoría de las veces nos rompen ídolos de oro para traérnoslo de barro.
Todo pues, quedó así, y
Gertrudis murió y los jóvenes se hicieron viejos y murieron también y vinieron
otros jóvenes y Gertrudis no vino más, ni vino otra como ella, porque en las trojes
del Señor, la juventud es simiente que a su tiempo llega a todos los surcos,
pero el talento solo a pocos.
Más, sucedió que aun después
de muerta la persiguió el menosprecio de los suyos. Para que su destino se
cumpliese más allá de la tumba, la especie propalada una centuria atrás siguió
rodando, reptando por cenáculos y opúsculos como si la agraviada no la hubiese
desmentido públicamente, –y de la misma España, ya con la Guerra Grande encima
en cívica y valiente actitud que no sabemos si en igualdad de circunstancias
cualquiera de sus detractores se hubiera atrevido a asumir.
Y como la malicia recorre
siempre largos caminos, los hijos repitieron las frases insidiosas de los
padres, y los nietos las de los hijos. Y luego las repetían sin doblez, sin detenerse
a meditarlas; unas tras otras en un estribillo.
De esta manera nos llegó el
día de edificar teatro propio; hacía mucho tiempo que la tierra de Tula se
había independizado y las guerrillas con la madre patria eran ya solo páginas
de Historia.
Había que pensar que el
nombre de la Avellaneda era precisamente el nombre exacto que le correspondía a
aquel teatro; a los grandes méritos de la escritora cubana se unía la
significativa cuanto singular condición de ser ella la única mujer que con
repercusión en las Letras Castellanas se ha dedicado al género dramático.
Y aún más podía decirse; era
acaso la única que así, con resonancia ultramontana lo había hecho en el mundo,
o al menos la primera en hacerlo, que ya sería grande gloria.
Por no se sabe qué extraña
razón las escritoras nunca han gustado de este género: poetisas, novelistas,
muchas hay, pero entre ellas ha sido solo nuestra Tula quien, a más de
regalarnos versos y novelas, alcanzara a crear obras teatrales.
Búsquense nombres femeninos
en los vastos dominios de Talía y se verá cuan ardua es la labor. Espigar
alguno significa un verdadero hallazgo de eruditos, como el caso de la monja
Rosvita allá en el Medio Evo, y algunos pocos de factura nórdica.
Parecía por tanto, lógico,
sencillo, que un teatro de Cuba y para Cuba se llamara como ella. Era lo
natural, lo que caía por su peso.
¿Lo natural? No hay nada
natural. El hombre se complace en complicarlo todo: de pronto aquí, allí,
detrás, enfrente comenzó a repetirse la vieja cantinela. ¿Y qué era a fin de
cuentas lo hecho por la insigne dramaturga para justificar estos escrúpulos de
fariseos?
¿Vivir fuera de sus lares por
largos años? ¿Escribir en Madrid y hacerse de fama?
Pues bien, dando por cierto
que no estuviera Cuba unida a España aun antes de que decidiera desunírsele es
lo corriente que el talento busque ensanchar sus horizontes. Ella era un águila
de altura y a las águilas se las deja volar libremente.
Si criterio tan estrecho y
falaz prevaleciera, menos habría de considerarse inglés a Lord Byron que no se
distinguía precisamente por su ternura hacia Inglaterra y murió peleando por un
país que no era el suyo.
Habría que tener por
igualmente apátridas al Dante y a Petrarca, a Sargent y a Gauguin. Y dos de los
más grandes poetas de América, Rubén Darío y César Vallejo no pertenecerían a
ella sino a los cafés de París en cuyas mesas escribían.
Todos hemos podido ver a la
gran Gabriela Mistral andar errante por extranjero suelo casi su vida entera
por razones que nunca dio a su patria. Y sin embargo, cuando al fin los pies se
le agrietaron para siempre, Chile tuvo a bien recibir como a Reina difunta, su
poetisa.
Sólo nosotros los cubanos
hemos querido renunciar a una gloria legítima: hemos querido regalarla o
arrojarla al río en gesto semejante al de aquel duque que echara al Neva su
vajilla de oro.
¿Y al fin, –preguntarán los
lectores– que nombre se le puso al teatro?
Pues el teatro, amigos míos,
casi puede decirse que se quedó sin bautizar, que por no darle el nombre de
ella, no se le dio ninguno.
Lo digo así porque aunque
oficialmente, y nada menos que ante el testimonio irrecusable de José Martí,
citado y exhumado en la ocasión, se falló el viejo pleito a su favor, lo cierto
es que sus paisanos prefieren ignorarla, desconocer a Tula.
Tal vez no quieran ya
contradecir abiertamente al Apóstol, pero de todos modos han seguido oponiendo
a su clamor patético el mismo silencio de García Tassara, de Ignacio de Cepeda,
de furtivo entierro bajo el frío y el granizo.
Silencio de la muerte… De la
vida.
Dulce María Loynaz del
Castillo
Gran poeta y novelista
cubana, Premio Cervantes 1992.
Referencias y notas:
(1) Texto íntegro de las palabras
preparadas por Manuel Lorenzo Abdala para el coloquio celebrado en Casa de los Poetas y las Letras de
Sevilla el 22 de marzo de 2014 en homenaje a Gertrudis Gómez de Avellaneda.
Desgraciadamente y por razones de tiempo, el texto tuvo que ser editado,
omitiéndose gran parte del mismo. Hoy lo ofrecemos en toda su extensión.
(2) Gullón, Ricardo. Tula la incomprendida. Ínsula. Revista Bibliográfica de Ciencias y Letras, año 6,
núm. 62 (febrero de 1951), p. 3.
(3) Gómez de Avellaneda,
Gertrudis. Cuadernillos de viaje y La
dama de gran tono. Compilación, introducción y notas por: Manuel Lorenzo
Abdala. Editorial: Los libros de Umsaloua, Sevilla 2014. I.S.B.N.
978-84-942070-5-1.
(4) Desgraciadamente no todo son
buenas noticias. Hemos tenido conocimiento que el sábado 4
de abril de 2014 la conocida investigadora María del Carmen Simón Palmer,
impartió una conferencia en la Universidad de Miami donde arremetió -como ya
viene siendo costumbre en ella-, contra la Avellaneda dejando a muchos
asistentes estupefactos. Sobre el particular trataremos en un próximo post: DETRACTORES
AVELLANEDIANOS (II PARTE).
(5) Lezama Lima, José. “Conferencia sobre
Gertrudis Gómez de Avellaneda”. Fascinación
de la Memoria. Letras Cubanas, 1993. (Ese mismo año Letras Cubanas editó
las conocidas cartas de la Avellaneda a Cepeda, cuya edición ha pasado a la
historia como “La Burra” porque en la
portada figura la foto de Carolina Coronado en lugar de Gertrudis Gómez de
Avellaneda).
(6) Antología poética Bicentenario
de Gertrudis Gómez de Avellaneda, La eterna romántica. (Varios autores) Selección
y prólogo: Edith Checa. Editorial: Los libros de Umsaloua. Sevilla, 2014. I.S.B.N.
978-84-942070-6-8.
(7)
Este artículo de puño y letra de Dulce María
Loynaz, según Nidia Sarabia, fue escrito en 1961. Cfr. el ¿original? En: http://www.josemarti.cu
Dolor, pena y hasta rabia siento por esta injusticia a través de los tiempos.
ResponderEliminarGertrudis lo tenía todo, talento, belleza, presencia, abolengo. Ha sido la gran desdeñada por envidiada. Qué extraño interés el de descalificarla, una y otra vez, a lo largo de todo el siglo. Pero ahí está su obra que habla por ella.
ResponderEliminarAmigo Manuel, y ¡¡cómo se nos saltaron las lágrimas a ambos antes de comenzar tu gran exposición sobre ella!! Qué emocionante, ¿verdad? El miércoles pasado me encontré con una de las personas que vino a la ruta y que es profe de la UNED y me dijo emocionada que había sido un fin de semana magnífico, precioso, romántico, didáctico, emotivo... que jamás lo olvidaría. Un abrazo, amigo.
ResponderEliminar