Es una autora a reivindicar. En este
título, «Guatimozin», narra la vida del último emperador de México
Son de agradecer los esfuerzos de la colección «Letras
Hispánicas» de Cátedra por administrar de manera tan eficiente su frondoso
catálogo de clásicos en lengua castellana, que ha superado ya la cifra de
ochocientos títulos aparecidos y va acercándose al millar. Y hablo de
administración eficiente porque los responsables de la serie han tomado sobre
sus hombros la tarea no solo de dar a conocer nuevas y renovadas ediciones de
autores indiscutibles, sino de presentar en sociedad por primera vez a otro
tipo de autores, mucho más necesitados de atención en razón al olvido que pende
sobre ellos como una ominosa amenaza si no encuentran acomodo en series como
«Letras Hispánicas».
Gertrudis
Gómez de Avellaneda nació
en Camagüey (Cuba) en 1814. Moriría en Madrid en 1873. Hay que recordar que la
perla de las Antillas fue hasta 1898 una provincia española más, de modo
que Gertrudis pertenece de lleno y con pleno derecho a las letras
españolas. Era hija de Manuel Gómez de Avellaneda y Gil, un oficial andaluz
de la armada española destacado en Cuba, y de Francisca de Arteaga y
Betancourt, una criolla de familia patricia «con grandes propiedades de tierras
y esclavos».
Rigor y fantasía
A su entierro madrileño acudió un número reducidísimo
de personas, no más de diez, pero entre ellos estaba ni más ni menos que mi
admirado don Juan Valera, que escribió lo siguiente sobre ella: «La fecunda
actividad de doña Gertrudis se manifestó en todos los géneros. En prosa
escribió muchas novelas. Pero, cualquiera que sea el mérito de estas obras, la
moda y el gusto que influyeron en producirlas han pasado ya, y es muy de temer
que las obras pasen también y se olviden».
Un fresco vivo y muy bien escrito sobre la
conquista de México por los españoles de Cortés.
Para evitar que el vaticinio de Valera acabe
cumpliéndose, Luis T. González del Valle y José Manuel Pereiro Otero
han rescatado de las sombras la mejor de las novelas históricas de
Gómez de Avellaneda, dedicada al personaje de Cuauhtémoc (1496-1525), llamado
Guatimozin (así, sin tilde) por la novelista, que fue el último
tlatoani mexica de los aztecas, lo que equivale a nuestro «emperador». La
narradora ha bebido de las fuentes obligatorias para todo autor de novela
histórica del período romántico, que son las Waverley Novels de
sir Walter Scott, que fueron el punto de partida de la narrativa histórica
europea y empezaron a publicarse, anónimamente, el mismo año de 1814 en que
nació Gertrudis, prolongando su vida editorial hasta 1831, un año antes del
óbito del genial narrador escocés.
La introducción de los editores es, probablemente, la
mejor monografía que se ha escrito nunca sobre Gertrudis. La novela es
mucho más que una biografía del infortunado Cuauhtémoc. Es un fresco vivo y
estupendamente escrito sobre la conquista de México por los españoles de Hernán
Cortés y sobre la caída del imperio azteca. Siguiendo la línea marcada por
Scott, la autora crea una ficción que inventa y altera la cronología de los
hechos reales e inserta en ellos todo tipo de episodios delirantes e
inverosímiles. Que eso es, no se engañen, la novela histórica: una novela
fantástica que intenta (en vano) evitar los anacronismos.
«Guatimozin, último emperador de México».
Gertrudis Gómez de Avellaneda
Narrativa. Cátedra, 2020. 896 páginas. 21,60 euros.
Un artículo de Luis Alberto de Cuenca
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