María Moliner, Emilia Pardo Bazán y Gertrudis Gómez de Avellaneda, tres ilustres damas rechazadas por la RAE
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Historia de una continuada tropelía con final y sabor feliz
“…La presunción es ridícula,
no es patrimonio exclusivo de ningún sexo,
lo es de la ignorancia y de la tontería, que aunque tiene nombres
femeninos, no son por eso mujeres”
Gertrudis Gómez de Avellaneda
Hace
muy pocos días conocimos a través de la agencia EFE que a partir de
septiembre de 2013 y hasta octubre de 2014 se conmemorará el tricentenario de
la Real Academia Española (RAE). Y que por primera vez en siglos, el Olimpo de las letras en Hispanoamérica ha
abierto sus puertas de par en par a las mujeres, reconociendo públicamente la
“injusticia” que significó en su momento la no incorporación de féminas a la institución.
Con
regocijo absoluto se ha recibido la noticia en varias partes del mundo, y con
especial interés en los países hispanoparlantes, cuyos principales medios de
comunicación, se han hecho eco de la sorpresiva noticia. Y como era de esperar
en el blog de La divina Tula no
podíamos, bajo ningún concepto, pasar por alto semejante acontecimiento por la
estrecha relación que guarda con Gertrudis Gómez de Avellaneda, su representada. El importante
hecho, que pasará a los anales de la historia como algo trascendental, nos llena
de verdadero orgullo y satisfacción absoluta. Por ello felicitamos sinceramente
a la RAE, al reconocer, aunque tardíamente, lo que era irrebatible, y por abrir
las puertas definitivamente a un futuro más transparente, comprometedor, y sin
arcaicas e irrazonables reglas sexistas de tiempos pretéritos.
"Estoy
seguro de que habrá más mujeres en la Academia, porque es lo natural, lo
normal", dijo –según EFE- Darío Villanueva, que como secretario de la RAE
prepara ya los actos que se celebrarán desde el próximo septiembre. "El
diagnóstico de lo que pasó es obvio y tiene nombres concretos y episodios poco
airosos", reconoció el académico, apunta además la agencia de noticias.
Aparte del caso excepcional de María Isidra de Guzmán, admitida como académica
honoraria en 1784 (y que nunca llegó a ocupar el sillón honorario), el primer y
sonado intento serio lo protagonizó en 1853 la propia Gertrudis Gómez de
Avellaneda, escritora hispanoamericana, “reina literaria” del siglo XIX,
verdadero portento universal de la dramaturgia, digna representante de las
letras y fenómeno cultural sin precedentes en la historia de la literatura. En
aquel momento, y tras muchos debates, hubo una reacción “totalmente injusta”,
que sentó la base de “una supuesta norma que nunca llegó a estar escrita: que
en la Academia no había plazas para mujeres”. De esa manera fue como la poetisa
y escritora vio truncada sus legítimas aspiraciones de formar parte de la
institución más importante de las letras españolas. La Avellaneda sufrió un amarguísimo desengaño al verse burlada por la
mayoría de los académicos de entonces, rechazada por ser simplemente, una mujer.
En
los últimos 130 años la historia se repetiría, al menos cinco veces más, con
otras grandes, muy grandes figuras femeninas (Emilia Pardo Bazán, María
Moliner, etc.)
El
blog dedicado a La divina Tula,
desearía recordar aquellos lamentables sucesos ocurridos con su representada, y
vincularlos con otros muy similares, y estrechamente relacionados con los
acaecidos años después de haber ella fallecido en 1873. Nuestro objetivo es
recordar e ilustrar aquellos tristísimos acontecimientos que a día de hoy, la
RAE, felizmente, admite como lamentables errores de un pasado que jamás
volverá.
Un poco de historia:
En
1889, el director del famoso periódico “El Correo”, recibió cuatro cartas
inéditas de Gertrudis Gómez de Avellaneda, que por su naturaleza y actualidad
el avezado director publicaría al día siguiente, trayendo como consecuencia una
guerra periodística que se asemejaría a la ocurrida en 1853 entre los
bastidores de la RAE. Por aquella fecha, el “nuevo-viejo motivo” era, que otra gran mujer, Dª Emilia Pardo Bazán, había sido propuesta para ocupar una vacante en
la institución… La historia volvía a repetirse.
Las
cartas, de las cuales solo transcribiremos parte de ellas (por la extensión de
las mismas), venían precedidas de la siguiente y curiosa nota:
“Señor director de «El Correo».
Querido amigo: Le remito estas cuatro cartas
de la Avellaneda, escritas allá por el año 53,
pretendiendo, con el calor que inspira la conciencia de los propios
merecimientos, el sillón vacante en la Academia Española, por muerte del
secretario perpetuo don Juan Nicasio Gallego.
A pesar de que en aquellos tiempos no se
traslucía tan fácilmente como hoy lo que pasaba en la calle de Valverde, tengo para mí que la doña Gertrudis, avezada
a las mañas conventuales, se arreglaba a las mil maravillas para enterarse de
las cábalas y deliberaciones de los inmortales.
No sé en qué se fundaron esos señores para
rechazar a la Avellaneda: sospecho que habrán pensado como el Rey Sabio «ninguna mujer quanto que sea sabidora....
non es … nin honesta cosa que tome officio de varón, estando públicamente
embuelta con los hornos, porque se vuelve desvergonzada, e entonces es fuerte
cosa de oyrlas. e de contender con
ellas».
Sea lo que fuere, no vacilo en asegurar que
la insigne criolla ha debido sufrir amarguísimo desengaño al verse burlada en
sus legítimas aspiraciones, tan ardientemente expresadas en esta curiosa
correspondencia.
Suyo siempre afectísimo amigo, F. Vion”
El
señor F. Vion, acababa de encender la mecha, presionando sutilmente a la prensa
y a los propios académicos de entonces, para evitar que Doña Emilia Pardo Bazán
ocupara el puesto que pretendía. Y así fue.
A
continuación reproducimos parte de una de aquellas cuatro cartas escritas y
enviadas por Gertrudis Gómez de Avellaneda, sin destinatario revelado, que tanta polémica trajo en su día,
pero que resume los deseos de la escritora de pertenecer a la Institución y deja
entrever las estratagemas utilizadas por sus aguerridos adversarios de toda la
vida…
… el jueves primero ya se dará conocimiento
de mi solicitud y que sé que la clase de guerra que tratan de hacerme comenzará
su plan de operaciones desde el instante mismo.
Los que tienen interés en eliminarme,
ventilarán antes de la cuestión de merecimiento la de posibilidad, porque, no
obstante los ejemplos anteriores de mujeres académicas, ejemplos que parecían
decisivos y capaces de borrar los menores escrúpulos, todavía se vuelve a la
objeción del sexo, a falta de otro, y se rebuscan sutilezas pueriles en que
fundar diferencias de los actuales reglamentos con los anteriores, aparentando
por las modificaciones (obra de ellos mismos), un respeto tan tímido como si se
tratase de las leyes fundamentales de un Estado. Sé, en fin, que se prescinde
ridículamente hasta de lo especialísimo y rarísimo del caso presente, y se
habla de los abusos a que se abrirán las puertas, como si en España fuese muy
común el que las mujeres prestasen gran valor al título de académicas o como si
no pudieran existir tantos abusos ahora que no hay ninguna mujer como cuando
hubiera una. Si por entrar yo en la Academia, cualquier mujer pudiese creer en
la posibilidad de alcanzar otro tanto, me parece que también por ser académicos
los dignos señores que componen aquella Corporación, podrán todos los hombres
creerse capaces de competirles. La presunción es ridícula, no es patrimonio
exclusivo de ningún sexo, lo es de la ignorancia y de la tontería, que aunque
tiene nombres femeninos, no son por eso mujeres.
Cosa singular sería que no se pudiese dar
distinción o premio al mérito, por temor de que la incapacidad pretendiera otro
tanto. Creo que si el ejército de damas que recelan algunos académicos acude a
invadir sus asientos desde el momento que se me dispense uno, se compone de
individuos con títulos iguales a los que me merezcan la honra mencionada, la
Academia y la España deben felicitarse de un suceso tan sin ejemplo en el
mundo; y si, por el contrario, la pretensión no tiene fundamento racional, no
concibo que pueda alarmar tan seriamente a un Cuerpo tan respetable. Digo todo
esto para que quede enterado, si no lo está ya, de cuáles son las risibles
razones que andan esparciendo ciertas personas, y comprenda el por qué le ruego
a usted, y a todos mis amigos, que no dejen de asistir el jueves próximo a la
calle de Valverde, prevenidos de que es muy probable que se presente como
cuestión previa si puede o no aceptarse mi solicitud.
Me confío a usted completamente y espero
tranquilamente el triunfo que me prometo de tan poderosos auxiliares.
Reciba usted, mientras tanto, en estos feos
borrones, escritos entre los dolores de una jaqueca atroz, la seguridad de los
distinguidos sentimientos con que soy su más atenta y afectísima s. q. b. s.
m., Gertrudis Gómez de Avellaneda.
Hoy,
31 de enero.
La
Avellaneda, ciertamente, no se equivocaba. La historia confirmó sus sospechas.
Pero nos gustaría aún, dada su tremenda importancia, citar algunos renglones
más de otra epístola enviada al mismo destinatario que potencia lo
anteriormente expresado. En dicha carta la autora de Baltasar y La Cruz intentaba
atraer la atención del barón de Lajayosa, personaje tremendamente misógino y
opuesto militantemente a la entrada de mujeres a la Institución. Poco tiempo
después pudo comprobarse que la envidia carcomía al susodicho barón, entre
otros:
…, no podrá menos de desear que alcance
alguna honrosa distinción la pobre mujer poeta, que se ve privada por su sexo
de aspirar a ninguna de las gracias que están alcanzando del Gobierno sus
compañeros literarios, no cediendo a ninguno en laboriosidad y en amor a las
letras; y que hallará justo y debido y honroso para la Academia el compensarme
en cierto modo, mostrando que no es en España un anatema el ser mujer de alguna
instrucción; que el sexo no priva del justo galardón al legítimo merecimiento.
En fin, usted sabrá hacer presente lo mucho que en este particular puede
alegarse en mi abono, y aun sin tanto, creo yo que es imposible que el buen
juicio y talento de su amigo no vea claro a primera vista, si mira la cuestión
desapasionadamente y desde su verdadero punto de vista. Hágame usted, pues, el
favor de hablarle lo más pronto que pueda y avisarme cuáles son las
disposiciones del nombrado académico.
Muy sensible me sería que me fuesen
contrarias, muy sensible. Siempre de usted amiga y servidora q. b. s. m.,
Gertrudis Gómez de Avellaneda.
Escudo y lema de la RAE (Limpia, Fija y da Esplendor)utilizado durante la primera mitad del siglo XIX
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Conclusiones:
Como
es sabido, días después llegó el gran desaire: las mujeres no tenían cabida en
la RAE. Ciertamente el histórico informe de antaño, nunca negó a Doña Gertrudis
Gómez de Avellaneda sus cualidades literarias, pero algunos académicos de
entonces -trece de los diecinueve presentes en aquella fatídica sesión-, utilizaron
otras estrategias de carácter irrebatible, aunque no por ello más concluyentes.
Aquellos académicos se valieron de los preceptos y estatutos internos de la
institución para escamotear la aspiración de la escritora; trataban de esconder
de esta manera el pensamiento misógino y resueltamente machista de la época.
Las cartas y documentos que se conservan, corroboran esta triste historia de
los bastidores de la RAE. Quedó demostrado que los académicos que vetaron la entrada
de La Avellaneda al Olimpo de las letras, les carcomía la envidia y la
rivalidad. No podían tolerar que una mujer pudiera compartir con ellos, un
respetable sillón en la Real Academia.
Hubieron
de pasar veinte años desde el histórico rechazo que sembró un precedente, para
que se modificaran los estatutos y se creara la categoría de Académicos Honorarios. Curiosamente han
sido merecedores apenas doce personalidades desde 1873, año en el que,
casualmente, falleciera la ilustre poeta, escritora y dramaturga.
Por
todo ello, y teniendo muy en cuenta que se acerca el tricentenario de la
institución, así como el bicentenario del nacimiento de la autora, pensamos en que
la RAE bien pudiera crear la categoría de
Académica honorífica, simbólicamente
en el sillón “Q” con el objetivo de concederlo post-mortem a Dª. Gertrudis Gómez de Avellaneda, por
todos sus méritos literarios, resarciéndola de
una vez y por todas, del desprecio a que fue sometida en el ya lejano 1853,
cuando se le negó injustamente su entrada a la Academia.
Es
evidentemente, una acción simbólica que mucho significaría para las letras
hispanas.
La
generosidad y el agradecimiento a la RAE, expuesto por la ilustre dama y poeta
en sus últimas voluntades, son más que manifiestos y merecedores del digno
puesto que muy humildemente creemos debería ostentar.
Baste
subrayar y recordar el contenido del punto diecinueve de su testamento manuscrito,
y que reza así:
19. Dono la propiedad de todas mis obras
literarias que me pertenezcan, a la Real Academia Española de la Lengua, en
testimonio de aprecio, y rogando a mis albaceas que, al poner en conocimiento
de la ilustre Corporación esta donación mía, la expresen mi sincero deseo de
que me perdonen sus dignos miembros las ligerezas e injusticias en que pude
incurrir, resentida, cuando acordó la Academia, hace algunos años, no admitir
en su seno a ningún individuo de mi sexo.
Hasta ese punto llevaron a la autora los misóginos
de la época: el de pedir perdón por “ligerezas e injusticias” jamás cometidas
por ella. No sería pues, descabellado, sugerir el título de “Académica
honorífica” post-mortem.
Manuel
Lorenzo Abdala
Enlace recomendado:
(1)
Independientemente de la agradable noticia de la que
se hace eco el blog de La divina Tula,
El post está basado, fundamentalmente, en una carta electrónica enviada hace un
año a una de las ilustres Miembros de la Institución, proponiendo la misma
sugerencia…
(2)
La información ha sido recogida según lo publicado
en: http://www.telam.com.ar/notas/201301/4274-rae-reconoce-injusticia-por-tardia-incorporacion-de-mujeres.php, basado en declaraciones
hechas por la Academia a la agencia EFE el 11 de enero de 2013.
Bienvenidos todos los esfuerzos por sacarla del mutismo a que ha sido sometida durante tantos años. Ingratos los que le negaron la entrada a la Academia, como ingrato que su obra no forme parte de los estudios escolares. Ella fue en resumen, la dramaturga más reconocida de su tiempo.
ResponderEliminarTodo se pondrá en su justo lugar, a su debido tiempo.
EliminarNuestro esfuerzo, especialmente el tuyo y el mío, y el de muchos otros también, no habrán sido en vano.
El verdadero reconocimiento está de camino, tú y yo lo sabemos.
De momento, en su Puerto Príncipe natal, un gran monumento se esculpe para ser desvelado en su bicentenario.
Magnífico trabajo de recopilación histórica.Sobre la propia RAE y sobre la discriminación por sexos para su entrada.Cuando lees nombres de académicos,citados anteriormente,dices....¿quién era éste?...¿qué hizo?.Pues ahí estaba,de académico.
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