…Y llegó la gloria (para su sexo).
Era
prácticamente imposible que Álbum del
bello sexo o las mujeres pintadas por sí mismas sobreviviera más allá de las
tres entregas iniciales en un mundo gobernado por hombres (de negocios). La
gaceta Los españoles pintados por sí
mismos hacía mucho tiempo se había consolidado como publicación periódica
de prestigio. Se trataba más bien de una guerra de medios que de sexos porque
la única mujer en mitad de todo aquello era Gertrudis Gómez de Avellaneda, a la
que se le consideraba casi como un hombre por la fuerza y pasión de sus
palabras, según los cánones de la época.
En
un anuncio aparecido en el Nº 86 de
Diario de Madrid el jueves 25 de enero de 1844 se puede leer en su primera
plana, y a tres columnas, un extenso texto publicitario de Los Españoles pintados por sí
mismos, que reproducimos fielmente a continuación:
Deseando el Editor de esta
obra que sea estensivo su conocimiento á todas las personas que favorecen otras
publicaciones de su casa, ha resuelto que los suscritores al Diario de Avisos
disfruten la ventaja del real que se hace a los del Nuevo Avisador, por manera
que cada entrega de los Españoles
pintados por si mismos, no les tendrá de coste más que DOS REALES VELLÓN.
El
editor de la obra antes señalada era el Señor Don Ignacio Boix, afamado
tipógrafo y prestigioso editor, magnate de la prensa madrileña que se
enfrentaba a un casi inexperto Domingo Vila, editor encargado de Álbum…, y que el poder político utilizaba
en su intento por favorecer a la Avellaneda. El sistema económico que se desarrollaba
tardíamente en España acababa de dar una lección magistral (en todos los
sentidos), al poder político. En el nuevo sistema no cabían las recompensas
(solamente) por el buen acierto literario de nadie. El desarrollo de la
industria, de la prensa, la publicidad, las ofertas de mercado… habían llegado también
a España para instalarse definitivamente. El capitalismo sustituía al arcaico
feudalismo que de alguna manera aún perduraba en España. Muy pronto se dieron
cuenta de ello los implicados y todo se compuso, muy lentamente…
Pero
como nuestros derroteros van en otra dirección, vayámonos a ello.
Entre
todos los intelectuales que escribían para la publicación del Señor Boix, nos
llama la atención el sevillano Gabriel García Tassara que acababa de publicar La político-mana, “tipo femenil” que a
la Avellaneda le resultó algo ofensivo para su sexo.
El
señor Tassara debió conocer a la Avellaneda en la ciudad de Sevilla cuando aún
publicaba ésta como “La peregrina” (Al menos tuvo que haberla visto una noche
en que ambos coincidieron en el Liceo Artístico y Literario de esa ciudad).
Según mis pesquisas, todo parece indicar que se la presentó el Señor Antonio
María Ojeda1, famoso
recitador estrechamente vinculado a Manuel Cañete2 otro célebre editor, critico y literato de la época.
El Señor Ojeda gustaba de recitar los poemas del temperamental García Tassara
en el Liceo sevillano, mientras Cañete dirigía La Aureola en Cádiz, el periódico que publicó las primeras composiciones
poéticas de la Avellaneda.
Gabriel
García Tassara se había establecido en Madrid un año antes que la Avellaneda, allí
entabló una sólida amistad con Juan Donoso Cortés y su círculo más estrecho,
formado por el marqués de Pidal, Pacheco, Pastor Díaz y Ríos Rosas, todos amigos igualmente de Gertrudis Gómez de
Avellaneda.
Durante
la presentación oficial de “La dama de gran tono” publicada en la revista Álbum del bello sexo… coincidió García
Tassara, nuevamente, con Manuel Cañete y con la propia Avellaneda que estaba
rodeada por varias señoras (algunas muy conocidas y tan notables como la joven
poetisa Carolina Coronado) Las apasionadas féminas celebraban con efervescente alegría
en el cuerpo la reciente publicación que les enaltecía. Al término de aquella
presentación que tuvo lugar en el café El
Parnasillo, el galante poeta mantuvo con la bella y talentosa escritora una
amistosa discusión relacionada con el punto de vista que él defendía respecto
al papel del bello sexo en la sociedad y que la Avellaneda no compartía bajo
ningún concepto. En aquellos momentos García Tassara era el colaborador principal
del periódico El Heraldo. Curiosamente
este periódico comienza a publicar una serie de acontecimientos relacionados
con la Avellaneda, cuando antes no se había molestado en hacerlo para nada.
El
poeta sevillano se propuso demostrar sus teorías acerca de cierta inferioridad en
el bello sexo respecto al hombre. Para ello eligió la seducción, arma que
manejaba con estilo y perfección. Él era un fascinador muy conocido entre todas
las damas de cualesquiera de las clases sociales.
Cautivar
a la Avellaneda en los meses subsiguientes se convirtió casi en una obsesión
para el poeta. Comenzó a preparar el terreno de ataque aparentando ser cortés
para lograr su objetivo. Nadie antes lo había logrado (a pesar de contarse por
docenas los pretendientes de la escritora) porque la Avellaneda aún pensaba en
Ignacio de Cepeda.
Mientras
Álbum del bello sexo agonizaba
lentamente, la Avellaneda publicaba en El
Laberinto su obra “Espatolino” con un éxito sin precedentes en la novela
por entregas. La historia del ágil y diestro, aparente villano italiano,
levantó aún mayores ampollas entre algunos literatos moralistas, Juan Martínez Villergas3 a la cabeza de ellos y el que
se convertiría desde entonces en su mayor detractor.
Espatolino
era un bandido que actuaba a sus anchas entre Nápoles y Roma. Tenía agentes y
espías que lo mantenían al tanto de los movimientos del gobierno y de la policía,
y de las rutas de los viajeros. Pero un día, a partir de conocer a una bella
mujer (Anunziata), las cosas cambian dentro de la banda y para el propio Espatolino,
quien se enfrenta entonces a un adversario muy difícil de vencer o controlar.
La novela denunciaba directamente a las instituciones penitenciarias y su autora se
posicionaba abiertamente contra la pena de muerte, algo nunca antes visto en
España. Y lo peor, se trataba de una obra original, escrita por una mujer que
desafiaba a la sociedad y a los hombres.
La
fama de la Avellaneda crecía como la espuma, las jovencitas (y las no tanto) que
leyeron la novela en aquella época querían convertirse en Anunziata y soñaban
con ser raptadas por un supuesto Espatolino que sus mentes imaginaban. Hasta la
joven reina, rodeada de primos tontos y amantes de poca monta, anhelaba ser
raptada por un bandido de tales características. Los moralistas y abundantes anticuarios
de pensamiento no podían creer lo que estaba aconteciendo. La bola de nieve
aumentaba de tamaño con los días, e intentaron hacer lo imposible por evitarlo.
Pero no lo lograron. No lo lograron porque El
Laberinto vendía como ningún otro medio de comunicación en aquellos días y
porque Ramón María de Narváez no lo hubiera permitido jamás. La Avellaneda era
su protegida.
Gabriel
García Tassara, por su parte, continuaba publicitando en varios periódicos a
los cuales tenía acceso, las obras que la escritora iba creando. Y lo hacía
gratuitamente, pero con el principal objetivo de cautivar a su futura víctima.
Lo intentó por primera vez durante la fiesta de cumpleaños de la autora el 23
de marzo de 1844, día de su treinta aniversario. Pero la Avellaneda estaba
rodeada por demasiados amigos y familiares que no permitieron al ardiente
sevillano acercarse más allá de lo socialmente permitido.
A
medida que los capítulos de Espatolino iban sucediéndose, la todavía joven autora
ensayaba paralelamente en el teatro su drama Alfonso Munio4,
obra que el propio Gabriel García Tassara se encargó de publicitar, periódicamente,
en “El Heraldo” hasta llegado el día del estreno real. La obra se había
retrasado porque Bárbara Lamadrid, la famosa actriz que interpretaba al
personaje de Doña Berenguela en Alfonso Munio, actuaba a la par en el Don Juan Tenorio de José Zorrilla (amigo
personal e idólatra de la Avellaneda). Cabe destacar que el Don Juan Tenorio (obra que tanto se ha
representado a lo largo de los años), obtuvo solamente un éxito moderado, casi
nulo, si se compara con el que obtuvo entonces el Alfonso Munio de Gertrudis Gómez de Avellaneda que fue arrollador y
sin precedentes.
La
tragedia Munio Alfonso fue
representada por primera vez el 13 de junio de 1844 en el teatro de la Cruz bajo
el título original de Alfonso Munio. Asistieron
al estreno, entre otras personalidades no menos importantes, la duquesa de
Villahermosa, la condesa de Campo Alange, la marquesa de Perales, la marquesa
de Legarda, los marqueses de Ayerbe y la condesa de Montijo, acompañada de sus
hijas Francisca (futura duquesa de Alba), y Eugenia (futura emperatriz de
Francia). También asistieron Ramón María de Narváez, Juan Nicasio Gallego, José
Manuel Quintana, José Zorrilla, Manuel Cañete, Antonio María Ojeda, Eugenio
Hartzenbusch, Ignacio Boix y decenas de famosos literatos y periodistas de
diferentes medios de comunicación, así como una nutrida representación de los
enemigos más acérrimos de la autora que se vieron obligados a aplaudir
igualmente (Aunque el 1 de julio, su enemigo Villergas publicó casi felonía
en El Domine Lucas que casi nadie
tuvo en cuenta). Solo faltó alguien que la Avellaneda hubiera querido estuviera
presente con profundo deseo: Ignacio de Cepeda y Alcalde. Durante meses le
había pedido (casi rogado) se viniera a Madrid para asistir al estreno,
incluso, le había enviado billetes con invitaciones para un palco preferencial en
el teatro. Pero el almonteño no asistió.
El
arrollador éxito de la obra se debió a diversas circunstancias, muy favorables.
La puesta en escena fue de un lujo inusual para el teatro español de la época.
Toda la decoración y los trajes fueron confeccionados especialmente
para la obra. La música, incluido el himno de triunfo para Alfonso Munio, fue compuesta
por el gran maestro vasco Sebastián Iradier y Salaverri, amigo personal de la
Avellaneda y de Ramón María de Narváez. Los actores fueron los
mejores de la época: Carlos Latorre como Alfonso Munio; Teodora Lamadrid como
Fronilde; Bárbara Lamadrid como la reina doña Berenguela; Plácida Tablares como
Blanca de Navarra y Pedro López como el arzobispo. En fin, “se procuró
presentar la obra con el mayor decoro y propiedad posibles,” nos cuenta Emilio
Cotarelo y Mori en su libro La Avellaneda
y sus obras…, y todo eso se logró, y más. Pero también el éxito se debió a
la gran curiosidad que existía por la joven dramaturga, que incluía la crítica (muy
favorable) y la publicidad antes del estreno. Los aspectos que ganaron el favor
de la crítica en general, incluían el eclecticismo de la obra; el desarrollo de
los personajes (en especial el de Alfonso Munio); el desarrollo de la trama que sostuvo el interés del público; la
poesía brillante y fascinadora; y el estilo tremendamente apasionado.
Antonio Flores, famoso cronista e importante literato de
la época escribió en El Laberinto una
extensa crítica muy positiva. Igualmente, muy positivos, fueron los comentarios
hechos por el crítico de El Heraldo
que no fue otro que ¡Gabriel García Tassara! (No podía ser de otra manera)
Dentro de sus elogios, el eclipsado sevillano caracterizó “el estilo apasionado
y vigoroso” como una cualidad “peculiar de todas las mujeres” (Aunque estos
comentarios despertaron posteriormente la indignación de otra poetisa, Carolina
Coronado, quien protestó al considerar que los hombres contemporáneos
“metamorfoseaban” a la mujer porque no podían negar su genio). Pero la anécdota
por excelencia del estreno recayó en una frase que hizo historia y quedó para
la posteridad: Al final del tercer acto cuando Alfonso Munio (el protagonista)
dijo, “¡Horrible tempestad desate un rayo!” que acompañó una lluvia de efectos
sonoros y de luces jamás antes escuchados y vistos en escena, el gran poeta
Manuel Bretón de los Herreros, se levantó de su asiento y exclamó con fuerza y
entusiasmo (alabando las cualidades de la autora, que era muy amiga suya, y
refiriéndose a la fuerza de su inspiración o carácter), “¡Es mucho hombre… esta
mujer!” (Frase mal interpretada a día de hoy). El público, al unísono, se puso
en pie y ofreció una de las ovaciones más grandes jamás recordadas en la
historia del teatro español. Esa noche el también poeta Juan Nicasio Gallego,
amigo y mentor de la Avellaneda, rompió sus guantes de tanto aplaudir. También
se dice que a muchos asistentes les salieron las lágrimas y se les puso la piel de gallina por el impacto y la
emoción recibida con la obra.
La
crítica, independientemente de la que hicieron El
Heraldo y El Laberinto, resaltó la tremenda humildad y timidez de la dramaturga
como cualidades admirables en una poetisa de tanta fama y prestigio.
Con Alfonso Munio, Gertrudis Gómez de
Avellaneda se ganó, definitivamente, su lugar en el corazón del público
dramático gracias a su tremendo arte y galantería extremos. Cuentan las
crónicas que la dramaturga titubeó largamente para salir al escenario cuando el
público le reclamaba con el objetivo de otorgarle universales aplausos, y hacer
volar por los aires millares de flores y coronas. La modestia de la Avellaneda
ganó la admiración absoluta del público cuando regaló aquellas coronas
recibidas a las actrices protagonistas de su obra.
Lo
que no imaginó la Avellaneda fue lo que sucedería esa misma noche (más bien la
madrugada después del estreno). Sus adoradores (que se contaban por decenas,
casi cientos) obligaron a los actores repetir escenas de la obra en el exterior
del teatro después del baile ofrecido, mientras los limpiadores de estiércol no
eran lo suficientes para limpiar las calles junto a las enormes hileras de
lujosos carruajes que se acumulaban. La fiesta se prolongó durante toda la
noche y hasta bien entrada la madrugada en el café “El Parnasillo”. Y al final,
la glorificada autora, tremendamente feliz (aunque ya vencida por el cansancio de la jornada),
se vio frente a frente con Gabriel García Tassara que se las arregló para
acompañarle (en soledad) hasta el portal de su casa. Durante algunos segundos
quedaron mirándose fijamente. Tassara clavó su penetrante mirada en la bella y
glorificada escritora y no se permitió pestañear. Acto seguido se besaron arrebatadoramente
(después de todo celebraban un triunfo, ¿no?). Esa noche, Gertrudis Gómez de
Avellaneda, cayó (no sabemos si para bien o para mal) en brazos del galán que
la llevó escaleras arriba hasta dejarla tendida en el lecho de su alcoba.
La
magia del placer se encargó de hacer el resto.
Continuará…
Manuel Lorenzo Abdala
(1)Antonio María Ojeda: Se conoce muy poco de este
personaje. Se dice que fue hijo de un acaudalado indiano radicado en Cádiz. Lo
que ciertamente se conoce es que fue un “acreditado literato”, traductor e
importante recitador de mediados del siglo XIX. Amigo personal de Gertrudis
Gómez de Avellaneda a la que conoció en la blanca ciudad. Era pariente de
Gabriel García Tassara y fue íntimo amigo de Manuel Cañete, a este último se le
vinculó sentimentalmente durante una larga temporada hasta que tuvieron un
ruidoso quebrantamiento amoroso.
(2)Manuel Cañete: Hijo de una conocida actriz sevillana, se
crió entre las tablas de los escenarios. De mozo fue apuntador del Teatro
Principal de Sevilla. En 1839 dirigió en Cádiz La Aureola, periódico que
publicó los primeros versos de Gertrudis Gómez de Avellaneda cuando aún se
hacía llamar La Peregrina y de la cual fue intimo amigo hasta que se
enemistaron en 1845. Se le relacionó sentimentalmente con el recitador Antonio
María Ojeda, relación que concluyó, ruidosamente, a principios de 1843. Meses
más tarde se trasladó a Madrid, donde fue un activo periodista y crítico
literario colaborando asiduamente en El
Heraldo, junto a Gabriel García Tassara. También colaboró en el Diario de la Marina, El Manzanares, La Gaceta de Teatros, El
Parlamento y, sobre todo, en La Ilustración Española y Americana. Estrenó dramas históricos, entre los que sobresalen El Duque de Alba, Lo que alcanza una pasión y Un
rebato en Granada. También cultivó la comedia (Los dos
Foscaris, El peluquero de su alteza y La carmañola). Adaptó la pieza homónima
de Pedro
Calderón de la Barca
En esta vida todo es verdad y es mentira.
Compuso igualmente Zarzuelas (Beltrán y la Pompadour y
La flor de Besalú). Como político tuvo un cargo en el ministerio de Fomento que
perdió con la revolución de 1868. Mantuvo un par de duelos, uno de ellos con José Zorrilla y otro con Rubí, de quien después sería amigo.
(3)Juan Martínez Villergas: poeta festivo, periodista,
autor teatral, novelista y crítico literario. Se enemistó con la Avellaneda por
culpa de su posición respecto al bello sexo y otras teorías que la escritora
defendía a capa y espada, además de por su amistad y acercamiento al general
Narváez. Inicialmente atacó la
regencia única del general Baldomero Espartero, pero luego se volvió ferviente
esparterista y dedicó a su nuevo enemigo, el general Ramón María Narváez, El baile de la piñata y Paralelo entre la vida militar de Espartero
y Narváez, quien, desde entonces, le guardó una auténtica animadversión.
Varios políticos moderados además se la tenían jurada por su obra Los políticos en camisa. Curiosamente
durante el regreso temporal de Gertrudis Gómez de Avellaneda a Cuba, se instaló
en la isla donde fundó el periódico El Moro Muza (1861-1871), de larga aunque
intermitente vida, desde el que atacó a los separatistas. Vuelto a España,
desde 1871 a 1874, fue elegido diputado a Cortes por el partido republicano.
Nunca se reconcilió con la Avellaneda a tal punto que fue de los que no
asistieron conscientemente al entierro de la escritora en 1873.
(4)Alfonso Munio: (La obra estuvo inspirada, en parte, por
algunos hechos ocurridos a los antecesores de la autora que supo vincular a la
historia realmente conocida entre dos antiguos reinos de la península ibérica) Navarra
y Castilla, antes enemigas y víctimas de enfrentamientos armados, logran la
paz. Esto se concreta, a través de un acuerdo mediante el cual, la heredera de
Navarra (la infanta Blanca) y el príncipe Sancho de Castilla se unirán en matrimonio. Pero Blanca no ama realmente a Sancho y este, a su
vez, delira de amor por Fronilde (hija de Munio). Con un magno recibimiento la
emperatriz ofrece dotes y el cargo de Alcaide de Toledo al héroe que llega
victorioso de la lucha. La reina maternalmente sugiere un pretendiente para la
mano de la hija de Munio, desconociendo los sentimientos de la doncella. Luego
de la conversación entre padre e hija se revelan las intenciones reales para
con la muchacha. El príncipe tiene conocimiento de lo planificado y reclama el pacto de amor
prometido por Fronilde. Pero la infanta de Navarra logra oír lo sucedido y
motivada por el enfado y los celos le cuenta el suceso, sin revelar el nombre
de la mujer, al arzobispo. La noticia llega a Munio por voz de
la figura eclesiástica. Creada de esta forma la ruptura real entre los
herederos, Sancho, esperando la salida de Munio, sube por el balcón y entabla
una conversación con Fronilde donde aclara su decisión y corrobora su
idolatría. Al retirarse aparece el héroe y al creer deshonrada a la hija le
quita la vida. Posteriormente se muestra estéril en enfrentamiento con el futuro rey de
acuerdo con sus principios y valores caballerescos. Munio se arrepiente de su acción
inhumana y es condenado a luchar hasta la muerte contra los enemigos de la patria.
Bibliografía:
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Cotarelo
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Prado
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de Avellaneda (Tesis doctoral). Facultad de Filología, UCM, 2001. ISBN 84-669-1920-1
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Gómez
de Avellaneda, Gertrudis. Munio Alfonso,
drama trágico en cuatro actos y en verso. Obras literarias, colección
completa. Tomo II. Imprenta y estereotipia de M. Rivadeneyra. Madrid, 1869.
¡Excelente relato, que nos transporta a compartir los éxitos de la "Divina Tula"!
ResponderEliminarUn abrazo.