Placa conmemorativa en homenaje por el bicentenario del nacimiento de la escritora, inaugurada el 23 de marzo de 2014 en la fachada de la que fuera su casa de la calle Gravina Nº 9 de Sevilla. |
Un día como hoy, hace exactamente un año, celebrábamos en la majestuosa
ciudad del Betis o del Guadalquivir, el bicentenario del nacimiento de la insigne poetisa, escritora, dramaturga y periodista hispanoamericana (de Cuba y de España), Gertrudis
Gómez de Avellaneda. Entre los innumerables actos
y homenajes ofrecidos entonces, cabría destacar aquellos que fueron organizados
por la Asociación
Cultural y Literaria “La Avellaneda” de Sevilla, institución que dirige la acreditada periodista
Edith Checa: Ruta literaria de la UNED, placa conmemorativa en la que
fuera su casa sevillana de la calle Gravina (cuya foto encabeza esta entrada), recital poético en el cementerio de San Fernando,
conferencias y coloquios varios, etc.
Tres meses después, exactamente el 30 de junio en el CSIC (Consejo Superior de
Investigaciones Científicas) de Madrid, bajo la dirección de la Doctora Brígida
M. Pastor, se celebró un Simposio Internacional sobre la figura de la
Avellaneda. Importantes estudiosos se reunieron entonces para debatir sobre su
romántica vida y extensa obra.
Hoy, un año después de todo aquello y en homenaje por el
aniversario 201 del natalicio de la poetisa -que celebramos hoy-, el blog
ofrece el quinto y último fragmento de aquella conferencia, la
impartida por quien escribe estas líneas en la sala María Zambrano del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de
Madrid y que hemos venido publicando en
el blog desde el 23 de febrero pasado.
A partir de ahora, y en frecuencia semanal, el blog
continuará publicando las famosas cartas escritas por la Avellaneda a Romero
Ortiz (carta 17 y siguientes), labor que interrumpimos en diciembre del pasado
años para dar paso a otros contenidos, entre ellos la significativa conferencia
impartida en el CSIC.
Manuel Lorenzo Abdala
Gertrudis Gómez de Avellaneda: Gloria y condena de una vida
azarosa (1843-1846)
1846. (Quinta y última parte
de la conferencia)
En las memorias del polígrafo español Benito Hortelano[1] escritas varios años
después de haber salido de España perseguido por Narváez[2], plasmó que la Avellaneda "a la sazón era la favorita del
general y la que, cual otra madame de Maintenon, disponía a su antojo
de las cosas y de los hombres de alta política…” Esta opinión, emitida desde el más absoluto rencor, ha
confundido a más de un investigador al mezclar sentimientos íntimos con
relaciones de amistad y/o negocios. Todos sabemos que Madame de Maintenon fue
amante del rey Luís XIV y la Avellaneda estaba muy lejos de ser la amante del
general Narváez, especialmente en aquellos momentos, trágicos y personales por los que
atravesaba. Es cierto que fue su favorita, sí, pero favorita entre las
poetisas y mujeres de carácter firme. Las relaciones entre ellos fueron de tipo amistoso exclusivamente. Y fue
más bien fue Narváez quién "disponía -y dispuso- a su antojo de las cosas y de las
personas de la alta política", y de la literatura también, para sus negocios. Además
la Avellaneda prefería pollos a gallos[3], y Narváez era un gallo demasiado viejo para ella.
En realidad eran otros los que revoleteaban alrededor de la poetisa. Muchos,
casi un ejército de románticos, le hacían la corte entonces. Entre ellos
destacaba un joven escritor y político valenciano de cierto talento, D. Pedro
Sabater Noverges, diputado a Cortes y
casualmente, muy amigo del general Narváez.
D. Pedro Sabater estaba realmente enamorado de la escritora, de la artista,
pero también de la mujer. El valenciano, a diferencia de los demás que le hacían la corte, se portó como un verdadero caballero. Aun conociendo las desgracias
personales por las que atravesaba la poetisa[4], le escribió unos versos
en los que le pedía directamente su mano en casamiento. Y lo hacía en cuatro
redondillas que formaban 16 versos octosílabos de arte menor y rima consonante.
Por cierto, el manuscrito original de estos versos -una verdadera joya-, estaba
a la venta, al menos en marzo de 2014, por el módico precio de 1.800,00 € en la
librería Miguel Miranda, AILA ILAB, en la calle Lope de Vega de Madrid.
La Avellaneda, conocedora del mal que ya padecía el pretendiente[5], y después de este mucho
pedir y hasta de hacerse rogar, aceptó el ofrecimiento (todo muy a pesar de no estar ella enamorada de él) Finalmente, en un acto de indudable generosidad, sinceridad
absoluta y amor al prójimo, algo que siempre le caracterizó, contestó el 14 de
febrero, día de San Valentín, a los ruegos de su enamorado con los siguientes
versos:
Yo no puedo sembrar de eternas flores
La senda que corréis de frágil vida;
Pero si en ella recogéis dolores,
Un alma encontraréis que los divida.
La senda que corréis de frágil vida;
Pero si en ella recogéis dolores,
Un alma encontraréis que los divida.
Yo pasaré con vos por entre abrojos;
El uno al otro apoyo nos daremos;
Y ambos, alzando al cielo nuestros ojos,
Allá la dicha y el amor busquemos.
El uno al otro apoyo nos daremos;
Y ambos, alzando al cielo nuestros ojos,
Allá la dicha y el amor busquemos.
Dos días antes de haber sido compuestos los anteriores versos, el 12 de febrero de
1846, el general Narváez dimitió de su cargo al verse imposibilitado de formar
el gabinete que deseaba. El Ministerio de Gracia y Justicia que estaba predestinado
para Pedro Sabater, no pudo ser. La política se movía entonces con pasmosa facilidad entre las diferentes corrientes que reñían por gobernar. En marzo (solo un mes después), e instalado nuevamente el general Narváez en el poder (1846 fue un año convulso), D. Pedro Sabater fue
nombrado Jefe político de Madrid, capital de Reino[6].
El noviazgo entre el controvertido político y la famosa escritora se
intentó mantener en secreto, pero todo esfuerzo resultó infructuoso, desde el principio fue del dominio público. Aquellos que se vieron rechazados en la intentona por
conseguir el favor de la poetisa se encargaron de expandir la noticia.
El 24 de abril la Avellaneda efectuó una tertulia en la suntuosa casa
madrileña que poseía en la calle Fuencarral número 2, finca que además ocupaba
el número 1 de la calle Hortaleza, conocida como “Casa de Astrarena”[7]. A esta famosa tertulia asistieron
grandes personalidades de la política, de las letras y de la sociedad española
(Narváez, Gallego, Quintana, Zorrilla, etc.). La famosa tertulia se anunció en
honor al gran poeta e improvisador italiano, Pasquale Cataldi, amigo íntimo de
la anfitriona, que deleitó con su arte a todos los invitados[8]. Aquella noche durante la comentada
velada, los prometidos -presionados por la opinión pública-, se vieron
obligados a anunciar, oficialmente, el compromiso que les unía. La confirmación
de la noticia se expandió inmediatamente por todo Madrid, ratificando la
veracidad de los rumores que ya circulaban por los cafés, paseos y
teatros madrileños. A partir de entonces comenzaron nuevos problemas para la Avellaneda.
Ya no se trataba solamente de la poetisa, de la escritora, de la diva de Madrid.
Era la prometida de D. Pedro Sabater que fue demasiado “restrictivo”
en cuanto a ordenanzas y leyes se refiere.
La boda se celebró el 10 de mayo en la más estricta intimidad. Los padrinos
fueron el duque de Frías y su esposa, y el párroco que efectuó el enlace, nada
menos que D. Juan Nicasio Gallego[9]. El mismo periódico que
divulgó la notica del enlace, anunciaba el viaje de novios que los recién
casados harían a París, desconociendo el verdadero motivo. D. Pedro Sabater se
sometería al análisis, consideración y tratamiento de médicos franceses en el
intento por curar el terrible mal que padecía: un cáncer terminal de laringe, que
se supo una vez practicada la traqueotomía por el afamado doctor Trousseau en
una clínica parisina.
El viaje[10]
tuvo una amplia repercusión en la prensa española y también en la francesa,
principalmente en la enemiga del Jefe político de Madrid. El Eco del comercio, El
Español y El Clamor público, se
encargaron de divulgar continuamente noticias (casi todas falsas o medias verdades
disfrazadas). D. Pedro Sabater, como Jefe Político de Madrid, con sus
orientaciones, normas y políticas demasiado restrictivas -acertadas o erróneas-
mantuvo a la prensa enemiga demasiado inquieta, algo que jamás le perdonaron.
Egilona, la famosa obra de teatro escrita meses antes por la Avellaneda en la cual
retrató su estado de ánimo durante el año de 1845, se estrenó por aquellos días
y como era de esperar la prensa se cebó con las críticas, todas injustas. La
Avellaneda pasó de ser una poetisa de avanzada, una gran escritora, querida e
idolatrada, a ser la mujer de un
político de mano dura.
En París, como ya hemos dicho, se le practicó la traqueotomía al señor Sabater
Noverges, pero ya era demasiado tarde. De regreso a España, en Burdeos, el uno
de agosto de 1846 fallecía en brazos de la esposa, Gertrudis Gómez de Avellaneda[11].
Inmediatamente después de certificar la muerte, el propio cónsul español en
Burdeos, Excmo. Señor conde de Montemolín (pretendiente al trono de España como
Carlos VI de Borbón) se hizo cargo y responsable de todo el funeral. Ocho días
después del entierro el periódico La
Esperanza[12]
publicaba una carta anónima de la cual nadie ha hablado hasta la fecha y cuya
autoría pudo recaer en Juan Nicasio Gallego o en alguien del entorno más próximo
a Narváez... No olvidemos que el general acompañó a los desposados en el viaje de
novios y se quedó en Paris. Ramón María de Narváez, duque de Valencia, a través
de sus múltiples contactos intercedió a favor de la Avellaneda, se lo debía por
múltiples razones.
Relacionado con lo anterior y por el alto valor histórico que posee,
reproducimos una famosa carta publicada por el periódico La Esperanza: (respetamos la ortografía original impresa).
Señores redactores de la ESPERANZA.
Muy señores mios: En este instante acabo de Llegar á mi
casa de acompañar, hasta el Campo Santo, los restos del señor Sabater, cuya
temprana muerte le ha ocurrido en esta población.
¡Que de consideraciones se han atropellado á mi
angustiada imaginación, al observar que tanto en sus postrimeros instantes,
como en el séquito fúnebre, y en las sagradas honras celebradas en la parroquia
de San Pedro, lo componía todo el partido del conde de Montemolín!... Bien
complacido debe haber quedado este señor cónsul, que con la joven viuda, es el
que ha convidado y hacía el duelo por haberse visto rodeado de un
número no pequeño de notabilidades qué algunos tal vez creerán sus
enemigos. No: todos estos dignos españoles desean llegue el dia de la
reconciliación general.
La ilustrada viuda del señor Sabater, podrá decir
de quienes ha recibido mayores consuelos en el trance en que más se
manifiesta la caridad cristiana.
Esta es una lección que todos debemos aprender para
desnudarnos de las pasiones, y hacer la felicidad de esa patria tan destrozada
por bastardas ambiciones.
Si Vds. creen estas líneas dignas de ocupar un lugar en
su apreciable periódico para llamar mas y mas la atención del público sobre
este triste acontecimiento que la sabia Providencia ha dispuesto; se lo
agradecerá
S.S.S. = Q.L.B.S.M.= Un AMANTE DE LA PAZ.
Burdeos 3 de agosto de 1846.
Fueron precisamente Nicasio Gallego y Mme. Duffur, la condesa
de Suscher (prima del general Narváez) quienes posterior al funeral, instaron
a la joven viuda, a través del afamado padre Pierre Bienvenu Noailles,
retirarse unos días a La Solitude, centro
espiritual de la congregación de la Sagrada familia de Burdeos[13]. Una famosa carta,
publicada por nuestro blog el 10 de julio de 2014, podría ayudar a esclarecer
lo acontecido durante aquellos tristes días de infortunio. El contenido exacto
de dicha carta es el siguiente:
París, 12 de agosto de 1846.
Señora doña Gertrudis Gómez de Avellaneda.
Mi apreciable amiga: Consecuente a lo que ofrecí a
usted en mi carta de anteayer, incluyo a usted la carta que le ofrecí a usted
para el señor Maire, de esa ciudad, y también otra para Mme. Duffur,
sobrina de mi madre política, la condesa de Suscher; cuya señora es la que
en ambas cartas me recomienda a usted. Repito a usted el grande interés que me
causa la suerte de usted, la mucha parte que tomo en sus desgracias y el deseo
que tengo de contribuir a aliviarlas. Puede usted disponer como guste de s. s.
s. y amigo, q. s. p. b., Ramón María Narváez.
Se ha dicho reiteradamente que la Avellaneda entró en un convento de
Burdeos como monja, pero esto no es ni remotamente cierto. La culpa de tan
errónea afirmación la tuvo El Espectador,
periódico que en su afán sensacionalista el 25 de agosto de 1846, publicó
la siguiente nota sin comprobar su veracidad:
Se dice como positivo que ha entrado
monja!!! en Burdeos en la orden de San Vicente de Paul, nuestra celebre poetisa
la Sra. Gómez de Avellaneda, debido sin duda al profundo sentimiento que ha
causado en la misma la prematura muerte de su esposo el Sr. Sabater, jefe
político que era de Madrid.
Y esto, evidentemente, ha confundido a historiadores e investigadores
durante mucho tiempo. Es cierto, y comprobado está, que la Avellaneda se retiró
un tiempo (solo durante mes y medio) a La
Solitude, sede de la Congregación de la Sagrada Familia de Burdeos, pero
solo para descansar. Durante su estancia en aquella villa bordelesa, remanso de
paz y tranquilidad absoluta, compuso dos bellas elegías dedicadas a su difunto
marido[14].
En La Solitude, gracias a los
cuidados de las hermanas, del propio padre Pierre-Bienvenu Noailles y de la
tremenda espiritualidad del lugar, pudo reponer fuerzas y regresar a España en
septiembre.
Ha llegado á esta corte la célebre
poetisa doña Gertrudis Gómez de Avellaneda de Sabater, que después de la
desgraciada muerte de su esposo ha permanecido en Burdeos, hasta que algún
tanto repuesta del abatimiento y mal estado á que la redujo el dolor de tan
terrible golpe, ha podido, emprender su viaje para Madrid, Ha traído como
regalo para las señoras del colegio de Loreto en esta corte algunos objetos de
culto que las remiten las religiosas Ursulinas de Burdeos [he aquí un grave
error que se repite. No eran las Ursulinas, se trataba de La Sagrada Familia de
Burdeos], en cuya compañía ha buscado el consuelo la poetisa española en los
amargos días de su infortunio[15].
Cuando la Avellaneda regresó a Madrid se vio sin los medios necesarios para
continuar con su ostentoso tren vida. Tuvo
que cambiar su domicilio, el de la calle Fuencarral por otro en la calle de San
Marcos, mucho más modesto. Los enormes gastos que ocasionaron el viaje a París,
incluyendo los expendios médicos derivados de la intervención quirúrgica practicada
a su fallecido esposo, menguaron sus arcas significativamente. Y esto fue lo
que motivó su tentativa de entrar a Palacio como camarera de la reina. Intento
que, a pesar del supuesto poder y enorme influencia que poseía, no consiguió (a
Dios gracias).
Después de un tiempo de
recogimiento, luto y silencio, Gertrudis Gómez de Avellaneda, viuda de Sabater retomó su vida
pública dedicándose a lo que mejor sabía hacer: escribir novelas dramas y
componer poesía. En 1853 intentó, por derecho propio, entrar como miembro a la
RAE, algo que no se le permitió por el solo hecho de ser mujer. Aquel mismo año
mantuvo un sonado romance, de corta duración pero intensísimo, con el también
político y escritor, Antonio Romero Ortiz. Para entonces ya se había convertido en
la gran dama del teatro español, en la gran dramaturga española. En
1855 se casó en segundas nupcias con el Coronel Domingo Verdugo, ayudante de
S.M el rey consorte. En 1858 estrenó su gran drama y obra cumbre del teatro
avellanediano, Baltasar, durante cuyo
estreno su marido sufrió un atentado en el que fue herido mortalmente, aunque
salvó la vida.
Después de veintidós años de ausencia, regresó a su tierra junto a su ya recuperado
marido, pero en 1863, enviudó nuevamente. Regresó a España aquel mismo año y se
compró una casa en Sevilla, la ciudad de la que se enamoró y donde amó
realmente por primera vez en su vida.
En 1868, después de la trágica muerte de su hermano Manuel, regresó a
Madrid.
A partir de 1869, enferma de diabetes, se dedicó a recopilar y corregir su extensa obra en varios volúmenes. El 1 de febrero de 1873, a los 58 años, falleció en su casa de la calle Ferraz de Madrid. Sus restos mortales descansan en la sacramental de San Fernando de Sevilla por expreso deseo según hizo constar en su testamento.
A partir de 1869, enferma de diabetes, se dedicó a recopilar y corregir su extensa obra en varios volúmenes. El 1 de febrero de 1873, a los 58 años, falleció en su casa de la calle Ferraz de Madrid. Sus restos mortales descansan en la sacramental de San Fernando de Sevilla por expreso deseo según hizo constar en su testamento.
Manuel Lorenzo Abdala
Notas:
[1]
Hortelano, Benito. Memorias de Benito
Hortelano. Editorial Espasa Calpe. Madrid, 1936.
[2] La célebre imprenta que
disponía Benito Hortelano en Madrid fue calificada por el general Narváez de
“Volcán revolucionario”, y amenazó con ir en persona a pegarle fuego, si no
hubiera sido por la sabia intervención de Gertrudis Gómez de Avellaneda. La
escritora, contra todo pronóstico, lo seleccionó como el único tipógrafo capaz
de acometer una tarea de grandes dimensiones que el gobierno pretendía llevar a
cabo. Dos meses después Hortelano tuvo que marcharse a Buenos Aires, vía París
porque Narváez se la tenía prometida. Y pese a todo, el recuerdo que dejó escrito
de la Avellaneda, no le hace justicia.
[3]
Esta expresión, típica del siglo XIX, quiere decir: Prefería a los jóvenes
(pollos) ante los viejos (gallos).
[4]
Hace escasos dos meses había fallecido Brenilde, su hija.
[5]
Padecía un cáncer de garganta, se confirmó posteriormente.
[6] El Eco del comercio, 28/03/1846, p 1.
[7]
Años más tarde (1880), transformada ya la casa, viviría en ella Miguel de
Unamuno. El inmueble, conocido con “Casa de Astrarena” fue derribado en 1913.
[8] El Heraldo, 25/04/1846, p 4 “El
famoso poeta Cataldi, improvisador italiano, ha asistido anoche [24 de abril] á
una reunión de amigos que tuvo en su casa nuestra distinguida poetisa la
señorita Doña Gertrudis Gómez de Avellaneda”
[9] El Español, 12/05/1846. P.4
[10]
Los recién casados fueron acompañados por D. Juan Nicasio Gallego y por el
mismísimo general Ramón María de Narváez.
[11] El Imparcial, 7/08/1846; El
Heraldo, 8/08/1846, p 2; El Católico
8/08/1846, p 6.
[12] La Esperanza,
11/08/1846, p 3.
[13] cfr. “Preludio para un
iluminado bicentenario XVI”, La divina Tula, 13/12/2014
[14] “Elegía I” y “Elegía II”,
Poesías. Madrid 1850, pp. 260-262
[15] El Heraldo, 26/09/1846, p
4.
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