Penúltimo fragmento de la conferencia impartida el 30 de junio de
2014 en la sala María Zambrano del CCHS (Centro
de Ciencias Humanas y Sociales) del CSIC
(Consejo Superior de Investigaciones Científicas) durante el Simposio
Internacional sobre la poetisa, escritora y dramaturga hispanoamericana, Gertrudis Gómez de Avellaneda :
La divina Tula: Gloria y condena de una vida azarosa (1843-1846)
Manuel Lorenzo Abdala
Caricatura de la Avellaneda. El Fandango, junio de 1845. |
1845.
Durante el cuatrienio que nos ocupa[1] la corona necesitaba apoyo
mediático para ganar prestigio y mantener la estabilidad política. El país
llevaba años de desequilibrio y Europa la miraba con recelo y gran
preocupación. Había llegado la hora de parar el progresivo deterioro. En la
poesía, la política encontró un filón para sus propósitos. Los sectores
políticos y financieros aprovecharon el talante y fuerza creadora de la poetisa
con otros fines.
Comenzado el año de 1845 los periódicos de la corte daban a conocer la noticia de
un controvertido certamen poético patrocinado por el famoso banquero, Vicente Bertrán
de Lis. El objetivo, como ya se sabe, era premiar las tres composiciones
métricas que más dignamente celebrasen el rasgo de clemencia con que la joven reina
ofreció al indultar de la pena de muerte a varios sentenciados por un
movimiento insurreccional el año anterior.
Bertrán de Lis[2],
conocido por su “liberalidad y sentimientos generosos” costearía la impresión
de las obras gratificadas por la que se otorgarían jugosas cantidades
dinerarias[3]. Los requisitos mínimos
exigidos y las severas reglas del certamen[4] provocaron que varios periódicos
emitieran comentarios que dejaban entrever la posibilidad de cierto amaño en el
concurso[5].
La Avellaneda inspirada y creyendo ciegamente en el magnánimo acto de la
reina, compuso dos odas y las remitió al Liceo antes de finalizar el plazo
establecido. Una bajo su propio nombre y la otra bajo el nombre de un medio
hermano sin advertir que al presentar dos o más composiciones, aun dado el caso
de recaer la censura favorable en más de una, solo se adjudicaría un premio.
Febrero y Marzo fueron dos meses terribles para la futura mamá:
sudoraciones, nauseas, dolores de cabeza… Los médicos temían lo peor, pero
finalmente nació una niña que, según se dice, “era el vivo retrato de su padre”
por lo que no había dudas respecto a la paternidad.
Cuando Brenilde nació -así llamó la Avellaneda a su hija- los médicos detectaron
una rara afección en el cerebro. A los pocos días tuvo varias convulsiones
debido a la eclampsia sufrida por la madre durante el embarazo. Las
convulsiones de la pequeña se repitieron con los días, con las semanas
aumentaron y con los meses se hicieron insoportables. Muy pronto todos comprendieron
que Brenilde tendría los días contados.
A duras penas, la Avellaneda se recuperó del parto y de su nueva situación
personal. Pero su lucha la dirigió, principalmente, a conseguir que el padre
conociese la pequeña antes del fatal desenlace.
En junio, al conocerse el nombre de los premiados, llegó la gran sorpresa:
entre todas las odas presentadas la comisión juzgó digna del primero a la oda[6] autoría de un
desconocido Felipe de Escalada, y del segundo a la firmada por la
propia Avellaneda[7].
Se declaró asimismo no haber lugar para un tercer premio por no considerar el
resto de composiciones merecedoras y dignas del certamen.
Inmediatamente todos los periódicos se hicieron eco de la noticia y los
comentarios sobre la verdadera autoría del primer premio pronto estuvieron en
boca de todos.
La Avellaneda, desbordada por los sucesos que agravaban su situación
personal, remitió al liceo un oficio reconociendo que la oda benefactora del primer
premio era de su autoría y no de su hermano, y que siendo ella merecedora
igualmente del segundo, renunciaba al mismo. El Sr. Bertrán de Lis, al ser
informado de lo acontecido, ordenó a la junta se le adjudicaran ambos premios a
la joven al no ver inconveniente en ello y por considerarlo estimables de la
ilustre poetisa[8].
Y la llama no hizo más que avivarse en la prensa madrileña.
Los periódicos contrarios al gobierno de Narváez quizás no equivocaran del
todo sus juicios respecto al concurso. Pero erraron al lanzar tantos dardos
sobre la persona equivocada. La Avellaneda no fue la culpable de los posibles
entresijos del certamen (Ella creía firmemente en las piadosas intenciones del
mismo y en la supuesta magnanimidad de la reina). Sus dos composiciones,
cargadas de gran patriotismo, enaltecían los rasgos misericordiosos de la joven
reina y justamente eso es lo que se buscaba.
Amargos días hubo de sufrir la poetisa con burlas, epítetos e ignominias
que se sucedieron. Penosas composiciones[9] vieron la luz impunemente
por aquellos días aprovechando la libertad de prensa que se había instalado en
el país no hacía mucho. Los desencantos, con toda seguridad, fueron mayores que
las dichas. La Avellaneda tropezó con muchas bajezas en su camino, lo dijo ella
misma en tres cartas[10], las más esclarecedoras y
duras misivas de todas las escritas a Ignacio de Cepeda. En ellas describe cómo
se siente, y lo que cree acerca de los acontecimientos que rondaron su vida por
aquellas gloriosas e infernales jornadas[11].
El certamen le valió a la escritora, entre otras cosas, para hacerse meses
más tarde con la dirección de La
Gaceta de las mujeres, publicación que comenzó llamándose El defensor del bello sexo y que a
partir del uno de noviembre se llamaría Álbum de las damas. Este último cambio de nombre pudo estar
relacionado con una extraña polémica surgida entre ella y su amigo Nicomedes
Pastor Díaz que era Secretario del Banco de Isabel II.
El desafortunado mal entendido (supuesta negativa de Nicomedes Pastor Díaz
como colaborador en las publicaciones de la escritora) fue posteriormente
aclarado gracias a la intermediación del escritor y diputado Pedro Sabater[12], idólatra de la poetisa
en grado muy superior. El diputado valenciano era a su vez íntimo amigo de
Ramón María de Narváez.
El clamor público en
su edición del 30 de octubre de 1845, insertó en sus páginas una curiosa carta de
la Avellaneda aclarando los pormenores de la polémica. La maniobra fue orquestada
desde la redacción del periódico El globo (enemigo
de la poetisa y del gobierno), encargado de sacar a la luz el escándalo. En
realidad el objetivo de ambos periódicos era el de hacer daño, en otro sentido:
el político.
La poetisa, sin proponérselo, se comprometía cada vez más con la clase
política. Y es sobradamente conocido que a través de los tiempos el poder (el
gubernamental y el fáctico), ha utilizado a los intelectuales para hacer valer
sus doctrinas.
Y en medio de todo aquello la salud de Brenilde, empeoraba. Noviembre se
presentó terrible, la niña se moría. La Avellaneda, en su tremenda
desesperación, absolutamente turbada la razón, gemía y aullaba a espaldas de la
sociedad, la misma que le adulaba en parte y en parte la criticaba.
Pocos días antes del fatal desenlace –casi en la locura-, escribió a Tassara
una desgarradora carta, especie de poema rogatorio y a la vez ultimátum
dramático. Su lectura conmueve, sacude y hasta
desangra[13].
El nueve de noviembre falleció la pequeña. “Tan pronto expiró Brenhilde,
Tula llevó un pintor para que hiciera un retrato de su hija a fin de perpetuar
su memoria (…)”[14]
Fue enterrada de nicho en el cementerio de la puerta de Fuencarral como hija de
Gabriel García Tassara y de Gertrudis Gómez de Avellaneda[15].
Ramón María de Narváez fue protector y amigo íntimo de Gertrudis Gómez de
Avellaneda. Sin dudas facilitó a la poetisa el camino para su rápido ascenso y
muchas relaciones. A cambio pudo utilizar la fuerza y el poder intelectual de
ella, para hacer valer sus doctrinas, las del gobierno. Nada más.
El reino de España, a pesar de la estabilidad política lograda con el
gobierno de Narváez, tenía un capítulo pendiente por resolver: se trataba a
nivel europeo el controvertido matrimonio de la joven Isabel II.
Entre los candidatos propuestos para el conveniente enlace, figuraba el
conde de Trápani[16].
Esta candidatura, propuesta inicialmente por Juan Donoso Cortés, era la
defendida por Narváez y por un amplio sector del gobierno.
El posible enlace entre Isabel II y el conde de Trápani lo creían muy
beneficioso las grandes potencias europeas como: Inglaterra, Francia y hasta el
mismísimo reino de Las Dos Sicilias que tardíamente reconoció la ascensión al
trono de Isabel II. En contra estaban Austria (imperio que no tenía mucho peso
frente las potencias antes mencionadas) y una fracción española que pensaba
había demasiados borbones en el poder y que creían al conde napolitano bajo las
garras de los jesuitas, orden religiosa expulsada de España diez años antes.
Narváez, oído el parecer y puesto de acuerdo con el duque de Frías y con el
propio Juan Donoso Cortés, eligió a la Avellaneda como la intermediaria ideal entre
el Estado y el editor estrella del momento (Benito Hortelano), para gestionar
un periódico que defendiera la candidatura del conde napolitano. Al parecer la
joven y premiada escritora, poseía la capacidad necesaria para tratar temas muy
complejos que le competían al Estado[17]. El gobierno de Narváez debía
resolver un asunto muy urgente: poner en circulación inmediata un periódico que
fuera capaz de competir con otro que, además de haber ofendido al general,
desestimaba la candidatura Trapani para el enlace con la Isabel II.
Esta mediación no llegó a fructificar por culpa de unas funestas
declaraciones del conde Trápani. La historia fue conocida gracias al propio
Benito Hortelano narrada en sus Memorias
y corroborada de alguna manera por el historiador Antonio Pirala. Además, el
tema fue tratado ampliamente hace sesenta años por una revista de la Diputación
Provincial de Madrid[18] y vuelto a tratar posteriormente
en un suplemento del periódico ABC[19].
(El último fragmento de la conferencia se publicará, como homenaje por el 201 aniversario del natalicio de la poetisa, el próximo 23 de marzo).
Notas:
[3] Por la primera de las obras se entregarían 6,000
reales. y 3,000 por las otras dos, generosas cantidades si se tienen en cuenta
que el salario anual de un diputado de provincias por aquella época era similar
a la cantidad ofrecida por el primero de aquellos premios.
[5] El Eco del
comercio auguró “posibles batallas entre literatos” y vaticinó un polémico
desenlace para el certamen al publicar que “más terribles serían las
polémicas que se suscitasen después de la contienda”. Lo cierto es que
nadie imaginó el verdadero resultado final.
[8] La entrega de los premios
tuvo lugar en el magno salón de sesiones del Liceo madrileño el 19 de junio de
1845 y fue considerado uno de los más importante acontecimientos del año. El
infante D. Francisco ciñó sobre la frente de la poetisa dos coronas, una de
laurel y otra de oro. La Avellaneda contestó improvisando una octava que dejó
al público sin respiración. A los pocos días la poetisa fue invitada por la
Casa Real a pasar unos días en los Reales Sitios de La Granja y El Escorial
donde compuso varios poemas.
[9] Cfr. El
fandango 15/07/1845, “Sublevación mujeril”, uno de los mayores alegatos,
misóginos por excelencia, compuestos en el siglo XIX, llenos de rencor y odio
hacia las mujeres. Cfr. igualmente “Preludio
para un iluminado bicentenario X” en La
divina Tula, 29-11-2013.
[10] Cfr. en Autobiografía y cartas de la ilustre poetisa
(Cruz de Fuentes, 1914), las
cartas 30, 31 y 32 de 24 de junio, 5 y 25 de julio de 1845.
[11] “Abrumada con el peso de una vida tan llena de todo,
excepto de felicidad; resistiendo con trabajo a la necesidad de dejarla;
buscando lo que desprecio, sin esperanzas de hallar lo que ansío; adulada por
un lado, destrozada por otro; lastimada de continuo por esas punzadas de
alfiler con que se venga la envidiosa turba de mujeres envilecidas por la
esclavitud social; tropezando sin cesar en mi camino con las bajezas, con las
miserias humanas; cansada, aburrida, incensada y mordida sin cesar..., he aquí
un bosquejo de esta mi existencia, que tan fausta y brillante te finges”.
[14] Cfr. Grades Fernández, Antonio. Constantina en la Historia (un relato a
través de los siglos) Instituto de Gestión Gordios (Instituto Andaluz del
Patrimonio Histórico), Sevilla 2010. 414 páginas. Y se agrega: “A
primera vista el rostro de la niña, quizás idealizado por el artista, da la
sensación de estar lleno de vida”. No hemos tenido ocasión de ver el retrato.
[15] Transcripción de la
partida de defunción de María García Gómez de Avellaneda (Brenilde) en Tassara, nueva biografía crítica. Mario
Méndez Bejarano. Madrid, 1928. p 207 (nota 7)
[16] Hermano menor de
Francisco II, rey de Nápoles, y tío de la reina casadera, pues era hermano de
María Cristina, la reina madre.
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