Se nos rompió el
amor
Delicada,
impresionable, apasionada y soberbia
Hoy, contrario a lo acostumbrado, dejaremos
el comentario -nuestra impresión
final-, para cuando transcribamos (próximamente) la carta número 40, con la que concluiremos esta edición de CARTAS DE AMOR Y PASIÓN.
A partir de la carta número 32, que reproducimos hoy,
el amor se enfría irremediablemente, y aunque la correspondencia entre los enamorados se prolongó
unos cuantos mensajes más (siguieron siendo amigos), nosotros concluiremos con
aquella en la que, justamente, el amor quebrantó las reglas de la pasión para
nunca más regresar al corazón de ninguno de los dos amantes.
Manuel Lorenzo Abdala
Carta
número 32
Hoy 27 [mayo de 1853] por la mañana
Ayer no me has escrito, ni aun para
felicitarme por haber salido bien del susto del drama, y sin embargo de que yo
te escribí. Por la noche no has estado en Variedades; y en la anterior [noche]
te singularizaste siendo el único de los amigos que no entró a saludarme
¿Quieres explicarme más claro lo que todo esto significa? Sería mejor para los
dos. Yo gusto de las excentricidades; pero hasta cierto punto nada más: cuando
llegan a parecer algo más que excentricidades, no quiero que sean oscuras sino
que se caractericen con desembarazo. Las cosas indecisas me son antipáticas;
los términos medios se ligan mal con mi índole decidida.
¿Será que solo en los tête a tête te es agradable mostrarme tu amistad? ¿Será que ninguna atención
delicada le parezca necesaria a tu amor? ¿Será en fin, que nuestras
relaciones no han de ser otra cosa que conferencias secretas; y que cuando
aquellas no son posibles todo lo demás te significa poco…? Desearía verlo más
claro: comprenderlo completamente. –Por poco que me conozcas debes haberte
convencido (porque eso lo ve cualquiera que me habla dos veces), de que no soy
persona capaz de sufrir rarezas, si
así quieres llamarlas: de que tomo mí partido muy pronto y muy definitivamente
al punto que se lastima en lo más mínimo mi orgullo o mi corazón ¿por qué pues
este juego peligroso, cuyas consecuencias pudieran ser irremediables…? Si los
rasgos que de algunos días a esta parte estás ostentando son sinceros, vale
más, cien veces más, otra cosa más breve y más digna. Una palabra basta. Si tú
no la quieres pronunciar la diré yo, y punto redondo. La diré yo al momento y
sin ambages mezquinos. Si no eres sincero en las rarezas repetidas que desde días atrás me haces conocer; si no eres
sincero, Antonio, estás obrando muy locamente y con no poca temeridad, porque
acaso produces efectos que no corresponden a tus esperanzas. Soy, no lo
olvides, tan delicada como impresionable: tan apasionada como soberbia. Has
logrado en pocos días entumecer mi entusiasmo a fuerza de rasgos incalificables: si quieres matarlo de
una vez puedes conseguirlo con poco. Pero sería más digna, y mejor para los
dos, otra conducta que leal y francamente diese solución al enigma. –No volveré
a escribirte hasta no saber claramente a dónde vamos ¿Cómo estamos? ¿Qué
somos…? Adiós–
Tula
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