Eugenia de Montijo
La carta que publicamos en el post
de hoy, la recibió Gertrudis Gómez de Avellaneda en 1851, de manos de su amiga
Eugenia de Montijo, dos años antes de ser ésta Emperatriz de Francia. Se trata
de una respuesta a la intermediación que hacía Eugenia entre su madre y la
reina Isabel II para que Tula ocupara un puesto oficial en Palacio, la más alta
y única aspiración femenina de la época.
Aprovechamos la publicación de esta misiva para reproducir, en parte, un
artículo aparecido en la revista Blanco y
Negro el 15 de diciembre de 1929, bajo la firma de la experimentada Margarita
Nelken, aquella gran escritora, periodista, activista femenina y reconocida
política de izquierda española.
En el artículo se analizan, paralelamente, a Eugenia de Montijo como
Emperatriz de Francia y dueña absoluta de todo Biarritz (aprovechando la
inauguración de un monumento a la Soberana en dicha ciudad); y a Gertrudis
Gómez de Avellaneda, la otra gran “Soberana”, dueña absoluta de la escena
española y la poetisa más encumbrada de las tertulias madrileñas de la época.
Deseamos a nuestros lectores, que no son pocos ya, el disfrute de este post
y siguientes.
Manuel Lorenzo Abdala
Eugenia de Montijo, Margarita Nelken Mausberger y Gertrudis Gómez de Avellaneda |
La Vida y Nosotras (fragmento)
Por Margarita Nelken Mausberger
Se va a levantar un monumento en Biarritz a la Emperatriz Eugenia.
-Pero ¿es que no lo tenía ya?
-No. Aún no lo tenía. Más no por olvido. No por ingratitud. Yo creo que por
innecesario. Por imposible ¿Qué
monumento dedicar, en una ciudad (¿es ciudad Biarritz?), a quien es dueña
absoluta de la ciudad toda?
Como los capitanes a bordo: dueña absoluta, después de Dios.
Sin la Emperatriz, sin Eugénie,
Biarritz no existiría. Ella lo hizo. Ella transformó el pueblecito de
pescadores, el villorrio anónimo, en lo que hoy es, universalmente, Biarritz.
Las reformas modernas nada importan; todo consiste, al fin y al cabo, en
algunos hoteles más, en tomar “mezclas” en lugar de copitas de Porto o de
Jerez, y en bailar fox en lugar de
lanceros. Reformas sin consistencias, puesto que irremediablemente destinadas a
ser substituidas por otras: otros hoteles con más pisos, más bares y más cenas, africanas sin duda,
en vez de americanas: otras bebidas, más complicadas aún, o infinitamente
menos; otros bailes más lentos o más sacudidos. Lo esencial, la base, el eje,
son los que Eugénie impuso. Y todo
Biarritz, con todos sus modernismos y todas sus transformaciones, le pertenecen.
¿Podrá ninguna estatua, ninguna alegoría (¡de las alegorías en bronce o
mármol, líbranos, Señor!), proclamar tan fuerte su recuerdo como Biarritz todo,
nacido por obra y gracia de su capricho de mujer bella, elegante y
todopoderosa?
La otra Soberana
La evocación de la que los cronistas de la villa y corte llamaban a coro
“la gentilísima condesa de Teba” trae siempre a la memoria otras figuras que le
forman cortejo. Como en el célebre cuadro de Winterhalter, en que aparece
rodeada de sus damas, Eugenia de Montijo es invenciblemente centro y norma de
un ambiente. Y como todo lo que se destacó en su época, queda fija para la
posteridad en su época de más vivo destello: no se la puede evocar sino
radiante de esplendor y de gloria.
Natural es, por tanto, aparejar a su recuerdo el de otra beldad igualmente
dominante por su prestigio; por el hechizo que le servía de pedestal.
También era Soberana. Mas su trono, hecho de único espíritu, no pudo
bambolearse como el de Eugenia, la de los tristes destinos. En aquellos días de
un romanticismo rezagado, en que la “gentilísima condesita” se aprestaba a ser
Emperatriz de los franceses, y a “lanzar” la más cosmopolita de las playas,
Gertrudis Gómez de Avellaneda era, según el “cliché” consagrado, dueña absoluta
de la escena española, y la poetisa más encumbrada de las tertulias del Liceo,
del Ateneo y del marqués de Molíns. Más así como Eugenia no había de reinar
sólo por su corona, sino por su belleza y elegancia, la gloria de “Doña Tula”
no provenía sólo de sus merecimientos literarios. Esta poetisa era “mucho
hombre”, según la frase de los que preferían a la tierna Carolina Coronado, era
una mujer ante todo y sobre todo. Ella era quién había traído de sus trópicos
naturales la boga de las crenchas sueltas y entremezcladas de flores. Su
descote, hermosísimo, cual toda su persona ostentaba esos hombros caídos, que
los franceses habían de llamar épaules à
l’impératrice. Rubia y alta por su alcurnia, ésta; morena, y alta por su
talento, aquella, fueron ambas, durante los años medios del siglo pasado [se
refiere al siglo XIX], las dos figuras femeninas más destacadas y elogiadas de
Madrid. Acallados los ataques y enconos brotados cuando la caída del Imperio,
Eugenia de Montijo conoce ya la gloria definitiva de su encanto personal;
pasadas esas primeras generaciones de reacción contra una obra triunfante,
Gertrudis ha vuelto a alcanzar la gloria correspondiente a su inspiración. Ambas
son toda una época: la época en que fue sin duda más completo el reino de la
mujer.
Junto a la Soberana que reinó por su belleza no está de más recordar a la
“Soberana de las letras” que tuvo en su belleza su mejor apología (sic).
Bibliografía:
·
Nelken Mausberger, Margarita. Temas femeninos: La Vida y Nosotras. Revista Blanco y Negro,
15 de diciembre de 1929, Madrid. Páginas 89, 90 y 91.
·
Boxhorn, Emilia. Gertrudis
Gómez de Avellaneda: Biografía, bibliografía e iconografía, incluyendo muchas
cartas, inéditas o publicadas, escritas por la gran poetisa o dirigidas a ella,
y sus memorias. SGEL, S.A. Madrid, 1929. Páginas 134 y 135.
Interesante, muy hermoso, no conocía este escrito. Gracias por el post.
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