Caricatura hecha a Gertrudis Gómez de Avellaneda, publicada tras el
certamen poético por el satírico e irrespetuoso periódico, El fandango en julio de
1845.
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Gloria e infierno
Preámbulo al post.
Complicado es resumir en un mismo post
los soberbios e indignos acontecimientos que se suceden paralelamente en la
vida de cualquier personaje. El caso que nos ocupa, el de Gertrudis Gómez de
Avellaneda, está muy plagado de ellos (de soberbios e inmerecidos
acontecimientos) y nos duele profundamente. Pero siempre nos hemos ajustado a la
realidad, sea humana o cruel (nos guste o no) por respeto a la historia propiamente dicha.
En La divina Tula no somos jueces ni
anhelantes magistrados, somos contadores de historias de libre pensamiento sin
ningún tipo de color político, por decirlo de alguna manera. Nuestro objetivo
es rescatar la memoria sacando a flote las realidades sumergidas y olvidadas por
el tiempo y el capricho. Y lo hacemos partiendo siempre de serias investigaciones sin
compromisos academicistas que muchas veces mutilan el disfrute de poder novelar
la historia. Nosotros nunca llegaremos, por principio, a tergiversar los
acontecimientos en función de mezquinos intereses ¡Jamás!
Dicho lo anterior, continuamos con el tema del famoso y controvertido concurso poético celebrado en el Liceo madrileño en 1845 con el objetivo de
perpetuar un magnánimo indulto real...
La entrega de los premios de aquel concurso tuvo lugar en el magno salón de
sesiones del Liceo madrileño el 19 de junio de 1845 (Hoy Museo Thyssen). A la
derecha del escenario estaban SS AA, el infante D. Francisco (Padre del futuro
rey consorte de España) y dos de sus augustas hijas. Detrás estaba el señor
marques de Falces de entonces y un gentilhombre de su servidumbre. De espaldas
al escenario y en una mesa frente a SS AA, se encontraba la junta gubernativa
del Liceo. Y en medio, también en asientos preferentes, la Avellaneda y su
hermana doña Josefa Escalada. Junto a ellas, D. Vicente Beltrán de Lis y Rivas,
D. Joaquín Francisco Pacheco, D. Juan de la Pezuela, D. Ramón Mesonero Romano y
D. Antonio Segovia, y la junta facultativa de literatura al completo.
La sesión se abrió con una conocida polka,
música del famoso maestro Baltasar Saldoni, interpretada por una completísima orquesta.
A continuación el señor D. Fernando Álvarez, pronunció un discurso de apertura
en el que agradecía la presencia del infante en sustitución de S.M. la reina
que se vio imposibilitada de asistir. Después de un sermón bastante adulatorio
para con todos los presentes, el Sr. secretario del jurado leyó el acta de la
junta gubernativa, refiriendo las explicaciones que habían mediado por la
singular circunstancia de haber obtenido la Avellaneda los dos premios, aunque utilizando
nombres diferentes, palabras y acto muy aplaudido por los presentes.
Seguidamente el Sr. Ventura de la Vega leyó las dos odas premiadas, interrumpidas
varias veces por emotivos y prolongados aplausos.
Acto
seguido la Avellaneda entregó cuatro ejemplares impresas de las odas al Sr.
Consiliario Álvarez, que las puso en manos del secretario, quien presentó uno
de terciopelo carmesí al Sr. infante D. Francisco, dos de tafilete a las
señoras infantas, y el restante al Sr. Bertrán de Lis.
Después de
una ligera pausa, el Sr. Consiliario del Liceo y el presidente de la sección de
Literatura, presentaron a S. A. en una bandeja de plata conducida por el
conserje, dos coronas una de laurel y otra de oro, como símbolo de los premios.
El Sr. Bertrán de Lis condujo a la señorita Avellaneda frente al infante para
que recibiera las coronas. Ante la felicitación de S.A., la Avellaneda contestó
improvisando la siguiente octava que dejó al público sin respiración.
Cobarde, inquieta, trémula
confusa
Por honra tal que excede a
mi deseo,
Gracias no acierta a dar mi
pobre musa
A vos, señor, ni al ínclito
Liceo;
El rubor femenil sirva de
excusa
A la extraña emoción en que
me veo,
Más no en mi gratitud supone
mengua;
Siente mi corazón, calla mi
lengua.
Fortísimos
aplausos se escucharon seguidamente. Y Aa continuación se cantó un himno al dios
de las artes por los señores y señoras socios del Liceo, poesía del Sr.
Navarrete, y música del maestro Saldoni.
La señora
Oreiro de Vega (Manuela Oreiro Lema de Vega) cantó La cavatina de Marta di Ilohan y un dúo del Condestabile di Chester, y la señora Albiní un aria de La Sonnambula. Como era muy difícil
oirías cantar juntas, la ovación no se hizo esperar. Cantaron también la señora
Castalero y el señor Guallar, y tocó en el piano unas difíciles variaciones la
señorita López: Todos fueron dignos de la solemnidad literaria en que tomaron
parte, y que una numerosa y escogida concurrencia hizo todavía más notable y
brillante. Como colofón, las Serenísimas Señoras infantas tuvieron la dignación
de inscribirse como socias facultativas del Liceo en la sección de pinturas.
Al día
siguiente El Heraldo se hizo eco del
acontecimiento, y seguidamente lo hicieron El
eco del comercio, El espectador, La esperanza, El siglo pintoresco, La posdata
y El español.
La semana
posterior al magno evento, la Avellaneda fue invitada por la Casa Real a pasar
unos días en los Reales Sitios de La Granja y El Escorial. En la carta Nº 30 de
su famosa correspondencia con Ignacio de Cepeda, fechada el 24 de junio, nos da
cuenta de ello.
Con el pie en el estribo, como suele decirse, recibo
la tuya y te contesto estas líneas, querido Cepeda.
Salgo para La
Granja y Segovia, donde pasaré algunos días; a mi vuelta te escribiré
largamente. Te mandé el (correo) pasado un ejemplar de mis odas premiadas, y
por éste va un periódico en que verás los pormenores de la función de
adjudicación.
Adiós, hasta
otra; estoy mejor, y soy siempre tu más amante amiga,
Tula.
El 29 de
junio y durante la estancia de la Avellaneda en Segovia, la revista literaria El español, publicó a página completa y
preferencial La Glorie, una
composición en verso, original en francés (junto a su debida traducción al
castellano), escrita en honor al triunfo recibido por la poetisa. A partir de
aquí algunos periódicos satíricos se
cebaron con la Avellaneda.
En su
edición del 15 de julio El fandango, bajo
la firma de J. Martínez Villergas, conocido escritor y enemigo acérrimo de la
poetisa, dedicó casi todo su número a burlarse de ella en términos
absolutamente irrespetuosos. El grabado que encabeza este post es una
caricatura de una travestida Gertrudis Gómez de Avellaneda. El dibujo
fue publicado por dicho periódico seguido del siguiente y falaz soneto que
reproducimos con el único objeto de su conocimiento, advirtiendo a
nuestros lectores (especialmente a las lectoras) que, no aprobamos ni estamos de acuerdo con su más que desafortunado
y grosero contenido.
Hay en Madrid
un ser de alto renombre
Con fama de bonito
y de bonita;
Que por su calidad de hermafrodita
Tan pronto viene á ser hembra como hombre.
Esta es la
Avellaneda, no os asombre,
Que cuando intenta misteriosa cita,
Calándose el sombrero y la levita
De Felipe Escalada toma el nombre.
Va Felipe al
Liceo, y ahí es nada!
Observa que hay quien obsequiarle pueda,
Forma cálculos sabios á la entrada,
El sombrero y
levita á un lado queda
Y el señor D. Felipe de Escalada
Se convierte en
madama Avellaneda.
No contento con el ataque, el famoso escritor se anota un nuevo tanto al publicar
a renglón seguido Sublevación mujeril,
uno de los mayores alegatos, misóginos por excelencia, compuestos en el siglo
XIX, llenos de rencor y odio hacia las mujeres.
Indican los
más notables
Periódicos extranjeros,
Que ha habido no sé en qué punto
No sé qué pronunciamiento.
Es una hueste
facciosa
Compuesta según entiendo
(Sin entrar curas ni frailes)
De la gente de manteos.
Es decir son
las mujeres
Que con singular empeño
Se proponen temerarias
Gobernar el universo.
Una proclama
alarmante
Con prevención han impreso
Cuya letra es como sigue,
Poco más o poco menos.
¡Hurra,
mujeres, a los campos, hurra!
A Europa atruene nuestra débil voz.
Sangriento abismo sus montañas sean
De los hombres ejército feroz.
¡Hurra y
hundamos a los hombres jaques
El alma henchida de entusiasta fe,
Y así veremos los tiranos fraques
Sujetos al dominio del corsé!
El sable y las
pistolas empuñando
A la gloria corramos en tropel,
Prodigo avanza nuestra frente orlando,
El porvenir con palmas y laurel.
¡Hurra,
mujeres, a los campos, hurra!
Truene en Europa el femenil cañón,
Demos tajos a diestro y a siniestro
¡Zis! ¡zas! Pam, parrampam, pom porrompon!
A pasos
agigantados
El femenil regimiento,
Va talando infatigable,
Mieses, castillos y pueblos.
Al frente
va Jorge Sand,
Con elevado empleo
De jefe de división,
Por la boca echando fuego.
Dicen que la
Avellaneda
Será segundo sargento,
Con tal que se lo permita
Don Juan Nicasio Gallego.
Con que ¡a las
armas varones!
Pues calzones nos ponemos,
Probemos a las mujeres
Que los tenemos bien puestos.
Penosas
composiciones vieron la luz impunemente por aquellos días aprovechando la
libertad de prensa que se había instalado en el país no hacía mucho. Y solo
hemos referido una de las tantas publicadas.
Como hemos
podido comprobar no todo fue “gloria” alrededor de la poetisa. Amargos días hubo
de sufrir con burlas, epítetos e ignominias. Los desencantos, con toda
seguridad, fueron mayores que las dichas. Los triunfos no fueron los
suficientes para paliar la sed de felicidad que padecía. La Avellaneda tropezó
con muchas bajezas en su camino, lo dijo ella misma en una carta que
reproducimos a continuación, una de las más esclarecedoras y duras misivas (según
nuestro criterio) de todas las escritas a Ignacio de Cepeda, aunque no la más
dura (De esa nos encargaremos más adelante). En dicha carta describe cómo se
sentía, y lo que ella creía acerca de los acontecimientos que rondaban a su
vida por aquellas gloriosas e infernales jornadas.
Apenas vuelvo de mi paseo [se refiere a la
vuelta de La Granja y El Escorial] tomo la pluma para ti, aunque nada puedo
decirte que no sepas. A pesar de tus quejas te creo profundamente convencido de
lo mucho que te quiero. Pero me supones distraída en lo que llamas mi gloria, me supones
perdida en una inmensidad de goces; das por cierto que soy feliz, y he aquí por
qué no quisiera escribirte. Sé que me quieres; que padecerías si destruyese
esas ilusiones que te formas respecto a mi destino; y ¿cómo conservártelas sin
mentir...? ¿Ni qué decirte si no te hablo de mí?
Abrumada con el
peso de una vida tan llena de todo, excepto de felicidad; resistiendo con
trabajo a la necesidad de dejarla; buscando lo que desprecio, sin esperanzas de
hallar lo que ansío; adulada por un lado, destrozada por otro; lastimada de
continuo por esas punzadas de alfiler con que se venga la envidiosa turba de
mujeres envilecidas por la esclavitud social; tropezando sin cesar en mi camino
con las bajezas, con las miserias humanas; cansada, aburrida, incensada y
mordida sin cesar..., he aquí un bosquejo de esta mi existencia, que tan fausta
y brillante te finges.
Envejecida a los
treinta años [la Avellaneda tenía por costumbre quitarse dos años], siento que
me cabrá la suerte de sobrevivirme a mí propia, si en un momento de absoluto
fastidio no salgo de súbito de este mundo tan pequeño, tan insuficiente para
dar felicidad, y tan grande y tan fecundo para llenarse y verter amarguras.
Ya lo ves: nada
grato puedo decirte; en otros días buscaba un corazón que recibiese al mío:
ahora no busco más que los medios de aturdirle o aniquilarle. Todos, hasta tú
mismo, han tenido una gota de hiel que dejar en mis recuerdos; todos, hasta tú
mismo, han tenido una esperanza que marchitar en mi alma, y ahora cogéis todos
el fruto; ahora para nada os sirvo, ni aun para escribiros una carta agradable.
Sin embargo,
sabes que te quiero, y que con estas insulsas o amargas líneas, te envío un
sentimiento, un afecto de inalterable amistad.
Tula.
Al finalizar esta
carta aparece una posdata cuyo tema la Avellaneda trata con sumo cuidado para
evitar se le escapara el motivo real de su investigación. Habla del favor que
pide como si fuera la necesidad de una tercera persona para no levantar
sospechas sobre sus verdaderas intenciones.
P. D.: ¿Querrás
hacerme un pequeño obsequio? Una persona desea, por motivos personales que
sería largo explicar, saber cómo se llamaba el padre de Gabriel García Tassara,
sevillano, que reside en ésta. Si puedes averiguarlo, sin que nadie sospeche el
motivo porque lo haces, te estimaré me lo digas. La misma persona desea saber
qué concepto merece en esa nuestro joven, dónde reside su familia y qué
antecedentes tiene. Se me ha recomendado el secreto y yo fío en tu discreción,
que sabrás guardarlo. Estas averiguaciones no son, ni pueden ser en perjuicio
del tal; no media otro interés que el del corazón. Adiós. Dime también el nombre de su madre y padrastro.
La
Avellaneda pretendía que Gabriel García Tassara viniera a conocer a su hija, la niña que ambos
habían tenido en el mes de abril, al menos que la bendijera. Y como el
sevillano rehuía cobardemente, ella pensó en interceder utilizando a su
familia. Las indagaciones que Cepeda hiciera en Sevilla podrían ayudarle a
conseguir su objetivo. Pero no sucedió así porque los acontecimientos se
precipitaron.
Demasiados
frentes abiertos tenía la poetisa.
Con el mes
de octubre la salud de María Brenilde, nombre de la hija de ambos, empeoró. Los
médicos pronosticaron pocos días de vida.
Noviembre
se presentó terrible. La niña se moría.
La
Avellaneda, en su tremenda desesperación, absolutamente turbada la razón, gemía
y gritaba a espaldas de la sociedad, la misma que la adulaba en parte, y en
parte le criticaba.
Pocos días
antes del fatal desenlace, con mano convulsa y delirante, casi en la locura, escribió
directamente a Tassara. La carta, un poema rogatorio en toda regla, ha sido
considerada como la más desgarradora y patética de todo el epistolario en
lengua castellana. Y creemos que merece la pena reproducir, al menos
fragmentada, por muy amarga y dura que resulte su lectura.
Tassara, aun vuelvo a escribir a usted y, lo
que es más, estoy resuelta, si usted desatiende mi carta, a buscarle por todas
partes, y a decir a gritos, donde quiera que lo encuentre, lo que voy a
manifestarle por escrito.
Mi Brenhilde, mi hija, se
está muriendo: este pobre ángel que, desde que vino al mundo, padece cruelmente
(…), está malísima ahora, complicándose sus antiguos males con la dentición que
se le anuncia con una terrible fiebre y gran inflamación de estómago.
Hoy he perdido toda
esperanza (…) Se muere mi hija y yo con ella.
Pero no morirá sin que su
padre la bendiga, sin que vea este rostro en el cual la naturaleza ha estampado
en una maravillosa semejanza la más elocuente condenación de su conducta de
usted.
Venga usted, Tassara, de
rodillas se lo pediré, si es preciso; para mí no hay nada fuera de mi niña, ni
temo desprecios ni evito humillaciones me arrojaré a los pies de usted para
suplicarle dé una primera y última mirada a su pobre hija.
Ella no es culpable de mis
delitos, si usted me cree cargada de ellos.
Si a usted le es enojosa mi
vista, no me presentaré: Hallará usted a Brenhilde sola con su nodriza. Pero,
por Dios, por su madre de usted, por cuanto ame, le ruego que conceda una
mirada paternal a este ángel que deja un mundo en que tanto ha padecido su
madre. En mi desesperación, no retrocederé por conseguirlo ante ningún género
de escándalo.
¿Y es tanto lo que pido? Una
caricia de piedad para una pobre inocente ¿es sacrificio tan grande para usted
que no pueda concederlo? ¿Qué es lo que usted teme? ¿Quiere usted que no piense
nadie que usted es padre de mi hija? Y bien, yo publicaré que no lo es: diré
que la tuve del verdugo, si es preciso: diré cuanto usted quiera. Pero véala
usted un momento, bendígala en su corazón, yo no soy como usted ateo, yo creo
en Dios y en la vida eterna: no me resigno a que mi hija muera sin su bendición
de usted.
Sea esta condescendencia,
Tassara, el ultimo adiós que reciba de usted la mujer que tanto le ha amado, y
le bendecirá al morir.
Por Dios, venga usted, yo
espero y Brenhilde se muere. Nadie verá a usted, lo juro; pero, si no vienes,
te buscaré; te arrojaré tu hija moribunda o muerta en medio de tus queridas del
Circo, a la hora en que te presentes allí. Esto es tan cierto como lo es que
estoy desesperada y que mi hija padece cruelmente y que serás un monstruo de bajeza
si me rehúsas este pequeño y tristísimo favor.
Tassara: te espero
Tula
A Dios gracias la Avellaneda no cumplió su terrible promesa de arrojar la niña, moribunda o muerta, en medio de las bailarinas del teatro del Circo con las que Tassara se entretenía por aquellos días. El golpe fue demasiado duro para ella, casi se va con su hija.
El 9 de
noviembre de 1845 María Brenilde García Gómez de Avellaneda cerró sus ojos sin
jamás siquiera haber podido sonreír a la vida(1). Su padre nunca acudió a verla, no la bendijo.
Nosotros no hemos comprendido jamás los motivos, por muchas razones que pudiera
tener entonces.
Como
habrán podido comprobar los lectores, no es posible leer la carta, sin sentir
un escalofrío de espeluznante estremecimiento. Hay un desorden de ideas muy lógico,
una movilidad de sentimientos tremendamente racionales. La carta está plagada
de bruscas transiciones: la Avellaneda rebota de la pasión más desbordada a la fingida
mesura, del acercamiento al distanciamiento rogatorio. Por momentos parece que lanza
las palabras al rostro directamente, clavándolas como afilados puñales que gruñen
y expectoran en su recorrido. En sus palabras es posible escuchar los aullidos
de una fiera mal herida. Estalla aterradoramente, y solo a veces, muy pocas, se
contrae, se reprime discretamente. Pero al desesperarse se exalta irremisiblemente.
La carta
conmueve, sacude y hasta desangra al lector.
Según nos
dice Méndez Bejarano en su obra sobre la biografía de Tassara, la misiva de
la Avellaneda “equivale a un poema, de esos poemas anteriores a
la preceptiva literaria, sin otro modelo que la naturaleza, y por sus líneas de
fuego pasa (como un hálito infernal y divino), el numen que trazó la despedida
de Héctor y Andrómaca”. Y termina sentenciando con gigante alegoría que “El dolor
igualó un instante a Gertrudis con Homero”. Nosotros estamos absolutamente de
acuerdo con sus palabras y tragamos en seco.
Continuará…
Manuel
Lorenzo Abdala
Avance:
En el próximo post veremos como la Avellaneda, al
igual que El Ave Fenix, herida pero jamás vencida, renace de sus cenizas y se
convierte en lo que nunca imaginó: un agente político.
(1)Transcripción de la partida de
defunción de María (Brenilde) García Gómez de Avellaneda, expedida el
veintisiete de febrero de mil novecientos veintiocho por Mario Méndez Bejarano
para publicar en su libro “Tassara, nueva biografía crítica”
Don Ildefonso de Lope y del Ceso,
Piro. Teniente Mayor de la Parroquia de San Ildefonso de Madrid
Certifico: Que en el libro segundo de
párvulos de Difuntos al folio trescientos sesenta vuelto, se halla la
siguiente:
P a r t i d a…
Como Teniente
mayor de la parroquia de San Ildefonso de Madrid, en nueve de Noviembre de mil
ochocientos cuarenta y cinco, mandé dar sepultura de nicho en el Cementerio de
la puerta de Fuencarral de Dª MARÍA GARCÍA GÓMEZ DE AVELLANEDA, párvula, de siete
meses de edad, natural de Madrid, de D. Gabriel, y de Dª Gertrudis naturales el
primero de Sevilla, y la segunda de la "isla de Cuba; falleció a las tres de la mañana del día de la
fecha en la Calle de la Ballesta número cuatro[hoy Nº 13], cuarto pral. de una afección
cerebral, según certificación del facultativo D. José Roviralta. Fueron
testigos de su óbito Andrés Rodríguez y Pedro Sierra dependientes de esta iglesia.
Y lo firmé. = Francisco Gómez.
= R u b r i c
a d o. =
Concuerda con
su original. San Ildefonso de Madrid a veintisiete de Febrero de mil
novecientos veintiocho.
Dr. Ildefonso
de Lope.
Bibliografía:
Semanario
pintoresco español, Revista literaria El español, La posdata, La esperanza, El
heraldo, El eco del comercio, El espectador, El fandango (Hemeroteca,
BNE)
Cruz de
Fuentes Lorenzo, Autobiografía y Cartas… Huelva,
edición de 1914.
Méndez Bejarano,
Mario. Tassara, nueva biografía crítica:
su vida, sus discursos, sus amores con LA AVELLANEDA... Madrid 1928
Es alucinante el machismo, la envidia y la misoginia que ha frenado a la mujer a lo largo de la historia y Tula fue una de las que sufrieron por parte de hombres y mujeres todo ese horror.
ResponderEliminarA pesar de conocer la carta de Tula a Tassara he vuelto a emocionarme. Tula amaba intensamente, y perdonaba también. Años después volvió a escribirse con él como si nada pasara, su amor no tenía límites, ni su perdón tampoco.
Enhorabuena, querido amigo, todo lo que escribes debería estar en un libro. Te animo a ello.