“Adiós, vive, goza,
sé feliz”
(Palabra de Tula)
Hoy 21 de mayo de 2015, hace exactamente
162 años fue escrita la carta que a continuación reproducimos. En ella se repiten los
típicos reproches de las cartas anteriores donde la protagonista reclama
atención y entona su romanticismo militante. La Avellaneda necesita ser tenida muy en cuenta y lo dice sin reparos. Se hostiga al decir “Una pobre enferma (…) no
debe pensar en nada, sino en morir”. Y más adelante, casi rebajándose a un
nivel inferior, vuelve a lanzar un golpe de efecto, como en el teatro. Se trata, evidentemente, de una estrategia muy bien pensada para conservar a su amante que irremediablemente se aleja de
ella. Antonio la ve ya como amiga, no como esposa (Se lo ha dicho en la carta
que él escribe).
Realmente nos hace reír el final de la
primera parte de esta carta y que da título a nuestro escrito: “Adiós, vive,
goza, sé feliz” lo que se contrapone con el final de la segunda: “Adiós, te quiere
siempre tu pobre enferma”. Aquí, la romántica Avellaneda, pone de manifiesto su
estudiada estrategia amorosa, su intencionalidad. Y en medio del romántico
drama “real” que experimenta, La Aventurera a cuatro
días para su estreno (fue el 25 de mayo). Pero ese análisis entre realidad y
ficción, entre obra y vida de la Aventurera (Avellaneda), lo dejaremos para más
adelante… Solo apuntaremos, de momento, la intencionalidad de la autora en
conseguir publicidad para su drama a estrenar (en el teatro) que es, en
definitivas, el suyo personal.
Manuel Lorenzo Abdala
Carta
número 28
[21
de mayo de 1853]
Antonio: enferma, muy enferma en los dos
últimos días, no he podido escribirte ni salir de casa. Hoy, algo mejorada,
envío a saber noticias tuyas, aunque tan poco te has cuidado de dármelas, y de
preguntarme el motivo de mi silencio. Apenas tengo fuerzas para mover la pluma:
los que dicen son de aprensión todos mis males, podían verme hoy, y
desgraciadamente se convencerían de que no soy aprensiva. En fin lo que ahora
quiero es saber de ti ¿Qué te has hecho desde que no nos vemos? ¿Has estado
anoche en el Príncipe? Anteanoche, creo no hubo función. Todas aquellas fatales
horas, que esperaba pasar cerca de ti, las tuve en la cama con fiebre, y con
dolores crueles. Ayer estuve un rato en el ensayo de mi drama y volví peor; a
no haber sido así te hubiera visto por la noche en el teatro, según era mi
propósito.
Hoy no sé que proponerte. Verte sola me
haría bien al alma y mal al cuerpo. Verte con testigos me causaría enfado,
porque necesito oírte palabras tiernas ¡Palabras tiernas…! ¿Las tienes tu para
mi… tú que has pasado dos días sin procurar saber si estoy viva o muerta…? No;
no te propongo nada, Antonio. Una pobre enferma no sirva para nada: no debe
pensar en nada, sino en morir. Estoy muy triste, muy triste. Adiós, mándame
decir que estas bueno. Porque hasta se me ocurre a veces que tu también estarás
tal vez malo. Hasta he pensado si te habré comunicado yo parte de este malestar
que me mata: si será mi enfermedad trasmisible, y si tú sientes algo de esta
inexplicable fiebre interna que me está devorando. Mi corazón salta en este
momento como si quisiera ahogarme, y todo mi cuerpo padece ¡Ay Antonio! No; no
hay curación para mí: no tienes ese poder: yo no sé qué es esto que tengo, pero
siento que es cosa que me matará pronto o tarde ¿Más que te importa a ti?
Adiós, vive, goza, sé feliz-
Tula
“Hoy
21 de Mayo”
En el momento de cerrar esta para
mandártela, recibo la tuya. Gracias Antonio; gracias porque te has acordado al
fin de que podía estar enferma ¡Ay hijo…! Mal estaban las esposas si ese título significase para todos lo que significa para
tu corazón. Mal estaban si todos los maridos fuesen tan… tan no sé qué, como se
muestra el mío; es decir, el que se dice mío; pues bien sabe probar que no lo
es sino de palabra, y no de obras. Si yo tuviera un esposo no me moriría sola:
no estaría, como estoy, hace dos días sin saber si hay alguien en el mundo que
se acuerde de mí. Las mujeres, por fuertes que seamos y por altivas,
necesitamos siempre un afecto protector: yo pobre de mí, me hallo sola en el
mundo: sola vivo, y sola moriré. No, yo no tengo esposo: no lo eres tú; no sabes
serlo. Pero también me dices que eres mi amigo y en calidad de tal te veré esta
noche, si quieres en el Príncipe. Esto es, si puedo ir: si no me pongo peor. De
nueve a diez estaré en el teatro nombrado.
El miércoles se estrena la aventurera y el público me da una
muestra de sus simpatías acudiendo en tropel a pedir localidades, aun antes de
que se le haya dicho oficialmente el
día del estreno de mi obra. Según me han dicho ayer ya estaban vendidos todos
los palcos y gran número de lunetas. Te lo digo por si quieres tu decirlo en la
gacetilla de la Nación, o hacer que lo diga Montemar*. Es un buen
precedente para la segunda noche el que se sepa la prisa con que se acude a
tomar localidades para la primera, y me harás obsequio en divulgarlo.
Adiós, te quiere siempre tu pobre
enferma
T.
No sé si entenderás tantos borrones y
tan mal hilado estilo.
(*)
Se refiere a Francisco de Paula Montemar. Político y escritor español, marqués
de Montemar y Conde de Rosas (1825-1889) crítico teatral entonces del periódico
La Nación.
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