Me quiere, no me
quiere… ¡Me quiere!
(Por poco tiempo)
La epístola que hoy reproducimos es una
de las que mayor información ofrece sobre la relación. Está repleta de
anécdotas varias, algunas sorprendentemente pueriles. Es sumamente interesante la manera en
que la Avellaneda reconduce su historia de amor. La poetisa, cual adolescente enamorada (en apariencia), no se limita a deshojar
margaritas y a ejercer de romántica al uso. No. Esclarece datos algo nebulosos
ofrecidos en anteriores mensajes. Gracias a esta carta sabemos que ella y
Romero Ortiz se conocían desde La Coruña. Él tenía dieciséis años, ella
veintidós (Todo un récord en diferencia de edad y en idilio amoroso) Otro dato
de sumo interés es la confirmación del “escepticismo en punto a religión” por
la parte de él y todo lo contrario en doña Francisca, madre de la
protagonista. En la carta se reafirma en la Avellaneda su enorme capacidad para
ordenar (sutilmente) y hasta para conducir una relación a su antojo, algo muy poco
frecuente -o casi nulo-, para una mujer de su época.
También
puedes verme hoy en casa de Eloísa y mañana en la mía. La pobre inglesa está
extrañando tus visitas, y es una infeliz que no merece se le hagan
desatenciones. Además, después de las niñadas
de la otra noche es preciso volver allá y mostrarnos seres racionales o razonables…
[Lo remarcado es nuestro]
Nos hace reír cuando ella misma define como “niñadas” lo que pocos días antes puntualiza como ridículos
celos infundados (ver carta 19) Gracioso resulta, igualmente, el tema de
los magnetizadores. El periódico La
Ilustración desde el 16 de abril y hasta el 14 de mayo ofreció una serie de
cinco artículos* que analizaba este arte en el cual se involucraba a la mismísima George Sand, fetiche
de la Avellaneda. Todo parece indicar que los madrileños estaban atraídos por
estas novedades, mágico-tecnológicas, y algunos intentaban demostrar sus habilidades en las
tertulias. La poetisa, enamorada cual adolescente ¡de treinta y nueve años!, narra en la epístola cómo ella misma desarrolla su poder
magnético sobre las cosas (También sobre las personas) ante el asombro de los presentes y hasta de los ausentes. Ella,
experta en simbología, parece querer decir(nos): “Si George Sand tiene poderes (cual
serpiente encantada sobre sus magnetizadores), yo no seré menos”. Así era, de grande, la Avellaneda.
La posdata -para nosotros, lo mejor y más sorprendente de la carta, casi pueril- merece un estudio aparte. Pero dejamos a los lectores sacar sus propias conclusiones.
Manuel Lorenzo Abdala
(*)
Las serpientes y sus magnetizadores. La
Ilustración, periódico Universal. (Madrid, 1853).
Carta
número 23
[Sábado 14 de mayo
de 1853]
Antonio mío: deseo muchísimo verte esta
noche, pero a la verdad, temo bajar a los jardines. Tengo tos, y este tiempo me
destempla atrozmente. –La berlina es un recurso temible: encerrados los dos en
aquel reducido espacio, la atmósfera se hace de fuego: me pone mala; no creas
que exagero, no. Sería mejor ir al drama si hallases localidades poco visibles;
pero aun sería mejor que quisieses verme en casa, o en la de Eloísa. Escucha:
mamá ya te ha visto de visita en casa, y yo le dije que eras un redactor de la
Nación con quien había hecho conocimiento en el Príncipe, sabiendo además por
ti que me conocías desde La Coruña y que eras amigo de varios amigos míos de
aquella ciudad, por cuyas razones te había ofrecido la casa. Después de esto
creo que no solamente no es extraño que vengas algunas veces a visitarme, sino
que hasta es necesario: además nos conviene para que cuando estemos en
Carabanchel puedas ir, como uno de mis tantos amigos, cuando quieras. Así pues,
si te parece bien puedes visitarme en casa esta noche, y repetir tus visitas de
vez en cuando, cuidando mucho de ser amable con mamá, de no mostrar por mí
ningún interés particular, y de dar alta
idea de tu juicio y de tu religiosidad. En nombre del cielo, no dejes ni
aun entrever tu escepticismo en punto a religión: mamá te reputaría de hecho un
hombre detestable y perverso, y yo no quiero.
También puedes verme hoy en casa de
Eloísa y mañana en la mía. La pobre inglesa está extrañando la suspensión de
tus visitas, y es una infeliz que no merece se le hagan desatenciones. Además,
después de las niñadas de la otra noche es preciso volver allá y mostrarnos
seres racionales o razonables, si te disgusta la primera palabra. En fin, tu
elegirás: yo a las ocho, o poco más, iré a casa de Eloísa: si vienes a la mía
me irán a llamar; si vas allá te veré allá; si escoges que vayamos al teatro,
subes, llamas a mi puerta, y le dices a Mariana, mi doncella (que saldrá a
abrirte), que me diga en voz baja que esperas abajo. Me pasará recado y bajaré.
Hijo, no sé apenas lo que te escribo:
hay en mi sala un ruido infernal: mis hermanos traen en movimiento todas las
mesas de la casa. Aquí no se habla más que de magnetismo. Anoche se me vinieron
a casa, de la de Eloísa, un ejército de magnetizadores, que me han hecho dar
vueltas como una rehilandera, en castigo de mi incredulidad. Yo en venganza
también, les he probado mi poder magnético haciendo bailar yo sola con el leve
contacto de mis dedos meñiques, una tablilla de pino. Aún más: la hice girar de
derecha a izquierda, y de izquierda a derecha, sin cambiar la posición de mis
manos, por solo el poder de mi voluntad. Este gran descubrimiento me ha traído
hoy a dos amigos de mis hermanos, que han querido verme hacer nuevas pruebas;
pero solo he conseguido otro descubrimiento, y es el de que no poseo siempre
que quiero la facultad maravillosa que desplegué anoche. La pícara tabla, que
ayer me obedecía como un perrillo faldero, hoy ha estado indócil hasta la
insolencia, lo cual me ha puesto de mal humor.
Si vas a casa de Eloísa esta noche llega
preparado a que te hagan bailar a tu despecho, ni más ni menos que a una mesa.
Yo será la primera en probar sobre ti mi poder. Allá no se piensa sino en el
magnetismo.
Adiós querido mío, hasta la vista, no
olvides un momento a tu esposa
T.
Hoy
14 sábado.
(La posdata a la vuelta).
P.D.-
El pobre chico Bordas [protagonista del incidente narrado en la carta Nº 19] no ha vuelto desde la célebre noche, por consiguiente no
es probable que lo halles en casa de Eloísa si vas esta noche ¿Ni qué
importaría que fuese? Harto ha conocido ya que eres mi amante, y no tendrá
humor de buscar mi lado. Lo que hemos ganado con estas cosas es que toda la
tertulia de Eloísa sepa o sospeche ya nuestras relaciones. Hasta Ariza cuando
vino anoche a casa, con los demás, me preguntó que tal marchaban mis negocios
del corazón, y para más aclararlo dijo enseguida, oyéndolo mamá- “no esperaba
hallarla a V. sola: la creía gratamente ocupada”. Eloísa es muy buena, pero
algo parlanchina, como digna hija de Eva. Tenlo siempre presente. Adiós otra
vez, feo.
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