Se
cumplen hoy 147 años de la muerte física de la poetisa, escritora, periodista y
dramaturga hispano-cubana, Gertrudis Gómez de Avellaneda. La divina Tula, el
blog que desde hace 10 años investiga, promueve y rescata la vida y obra de
esta imprescindible artista del siglo XIX nacida el 23 de marzo de 1814 en
Santa María de Puerto Príncipe, actual Camagüey, Cuba, y fallecida un día como
hoy, hace 147 años, rinde homenaje, rescatando parte de las dos ofrendas
periodísticas más importantes publicados en los días posteriores a su muerte
física, acaecida un día como hoy, pero de 1873. El primero de ellos fue
publicado el 13 de febrero de 1873, doce días después de su fallecimiento, y apareció
publicado en El Imparcial, bajo la
autorizada firma de la baronesa de Wilson, colaboradora, junto a Gertrudis
Gómez de Avellaneda, de la publicación.
El
segundo escrito, el más importante tributo a la poetisa, apareció publicado el 5
de febrero de 1873 por el periódico La Ilustración española y americana, bajo la autorizada firma del escritor
Teodoro Guerrero, amigo personal de la poetisa. Aprovechamos y publicamos el
retrato de Perea y Rico que insertó en su portada La Ilustración española y
americana.
(Por
razones de espacio, publicamos un extracto de cada homenaje).
Manuel Lorenzo Abdala
Blog, La divina Tula.
Con lágrimas en los ojos y
con profundo dolor en el corazón, contristado el ánimo y sin encontrar apenas
frases que puedan expresar lo que sentimos, vamos a ocuparnos de la irreparable
pérdida que acaban de sufrir las letras españolas.
Gertrudis Gómez de Avellaneda, viuda de Verdugo, ha
muerto; decimos mal; su lira ha quedado muda para siempre; pues su nombre de
generación en generación, será repetido con respeto, con admiración y con
entusiasmo. ¡Seres como la ilustre autora de Baltasar y de Alfonso
Munio, no mueren nunca!
Su estilo enérgico, sublime,
varonil, sus versos armoniosos, la belleza de los pensamientos, lo castizo y
puro de su lenguaje, la han colocado en el primer puesto del Parnaso español y
de la literatura de este siglo.
Hija de la pintoresca Isla
de Cuba, vertía en sus producciones toda la poesía que encerraba en su alma la pasión
y la impetuosidad, propias del carácter americano, revelando la grandeza da un
poeta, más bien que la inspiración de una poetisa.
Sus ojos hablaban; su
expresiva fisonomía conservaba la animación de la primera juventud, y el genio
iluminaba su semblante como una aureola de inmarcesible gloria (…)
La baronesa de Wilson
El
imparcial, 13 de febrero de 1873
Dejando un rastro fúlgido,
su paso
Si hay algo en la vida del
hombre que pueda compararse al sacerdocio es el cultivo do la poesía, porque el
poeta no encuentra compensación, sobro todo aquí en España, donde hacer
versos se considera como una facultad inútil, concedida por la
naturaleza a todos o a casi todos los seres contemporáneos; de esa mal
concedida universalidad nace el desprestigio de la clase; es verdad: son
muchos los llamados, pero pocos los escogidos. El gusto se ha estragado, y el
hastío ha producido el desdén.
Zorrilla, con la riqueza
inimitable de su lirismo, y Espronceda, con su desencanto desolador, imprimieron
a la poesía carácter en su época, arrastrando a la juventud a la pobre y
estéril imitación; el genio, aún en sus extravíos, pone un sello
especial a sus obras, pero como los neófitos no pudieron copiar lo que de bueno
tenía el género, la inspiración, lo bastardearon, por decirlo así, siendo causa
de la postración actual de la poesía.
Los versos son un género sin
valor en el mercado de las letras; difícilmente se encuentran editores para
ensuciar el papel con la impresión de esas novelas que se venden a cuarto el
pliego, destinadas a entrar por debajo de las puertas do las casas para llevar a
ellas las doctrinas más disolventes, para sembrar en el alma de la juventud inexperta
la semilla de todos los vicios, para destruir los lazos de la familia, para
hacer cruda guerra a la virtud; en cambio, no hay un editor que se atreva a dar
a la estampa una colección de poesías, siquiera lleve al frente el nombre de
los más ilustres vates de nuestros tiempos: Gertrudis Gómez de Avellaneda, por
ejemplo.
(…)
Pero ¡la escritora laureada
ya no existe! El día 2 de febrero, un momento antes de esconder en la tierra su
cadáver, contemplé aquellos ojos inmóviles, aquellos labios contraídos por la
implacable muerte; por su ancha frente, que revelaba el quid divinum que
allí se había aposentado, me pareció ver que vagaba el genio de la poesía, murmurando
estos versos que ella había escrito para Heredia, el gran cantor del Niágara:
«No
más, no más lamente
Destino
tal nuestra ternura ciega,
Ni
la importuna queja al cielo suba
¡Murió!...
A la tierra su despojo entrega,
Su
espíritu al Señor, su gloria á Cuba;
¡Que
el genio, como el sol, llega á su ocaso,
Dejando
sin rastro fúlgido su paso!»
TEODORO GUERRERO.
La Ilustración
española y americana,
5 de febrero de
1873.
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