Reseña biográfica en humilde recuerdo a su memoria.
1873-2013, 140º aniversario de su desaparición física.
"¡Gertrudis Gómez de Avellaneda ha muerto! no; al cubrirla con algunas capas de tierra, al desaparecer materialmente del mundo en que tanto se sufre y se llora, es cuando se empieza á vivir; pues sobre la losa de su tumba se levantan radiantes, soberanas, majestuosas, la gloría y la inmortalidad!" dijo un poeta en una de las tantas crónicas aparecidas en los periódicos madrileños de aquellos tristes días.
Portada del periódico La América en el que la Avellaneda era colaboradora habitual. |
Homenaje:
Para nosotros, recordar
tan significativa fecha podría resultar tarea fácil. Con hacer una reseña
biográfica del mito que tanto conocemos desde una perspectiva contemporánea,
sería suficiente. Pero no. En el blog que dedicamos justamente a ella, y que rescata su
figura de cierto ostracismo al que ha estado relegada en los últimos años, vamos mucho más allá, ¡se lo merece!
Durante
el estudio del personaje que para la serie de ficción sobre su vida y obra
hemos escrito Hortensia Domínguez Tolón y un servidor, he leído y escuchado en
repetidas ocasiones que los últimos días de Gertrudis Gómez de Avellaneda no
estuvieron al mismo nivel que el resto de su fecunda existencia. Pero según he
podido comprobar en mis profundas pesquisas no creo que fuera exactamente así.
Es cierto que el descontento social y desasosiego político reinaban entonces. A
parte de los convulsos acontecimientos que se sucedían en la corte (en medio de
los cuales bandas carnavalescas estudiantiles salían a ensayar por las calles,
simultaneando disparos de fusiles reales con palmadas y panderetas), la
Avellaneda estuvo acompañada en todo momento por sus seres más queridos, amigos
y familiares, incluyendo ¡curiosamente! a su padre político que había sido su
enemigo acérrimo a lo largo de toda su vida…
Efectivamente, Tula
nos abandonó el sábado 1 de febrero a las tres de la madrugada. Su entierro
se efectuó, sin lujo alguno -tal y como dispuso-, al día siguiente en medio de un frío muy intenso. El
cortejo salió de la calle Ferraz número 2 a las 11 de la mañana dirección a la
Sacramental madrileña donde recibió sepultura previa. Algunos años después, sus
restos fueron trasladados al cementerio de San Fernando de Sevilla según deseos
expresados en su testamento final que redactó posterior a la trágica y
repentina muerte de su querido hermano Manuel en 1868.
Aquella
gélida mañana poetas había muy pocos: Vidart, Valera, Teodoro Guerrero y tres o
cuatro más pues la gran mayoría no se encontraban en el país. Familiares, todos los
que sobrevivieron a su muerte que no eran muchos, una docena y poco más. Sus
criados y amigos más cercanos, aquellos que pudieron conocer su deceso, su
médico y su párroco. Pero su entierro no fue como el de W. Amadeus Mozart según se ha dicho
repetidamente, ¡de ninguna manera!
La
noticia saltó el día dos y la dio El
Imparcial en su edición dominical mientras su cuerpo era bajado al sepulcro. Siete medios de
comunicación siguieron y se hicieron eco del triste acontecimiento: La discreción, La correspondencia de España, La
época, La América, Diario oficial de Avisos y La Ilustración española y americana.
Todos homenajearon y resaltaron la gran figura que había sido. La luctuosa
noticia recorrió España toda y las Américas inmediatamente. Y hasta en Paris se
hicieron eco de su muerte.
El
funeral se efectuó el sábado ocho en la iglesia de la sacramental en que fue
enterrada a la que asistió medio Madrid a pesar de los pesares e inestabilidad
política imperante.
De todas las crónicas que durante el mes de febrero se
sucedieron homenajeando postumanente a la gran figura desaparecida, hemos querido rescatar para homenajear
en este 140º aniversario la que le dedicara el cinco de febrero en el
periódico La América, su gran amiga,
la escritora, poeta y periodista Emilia Serrano, baronesa de Wilson (aunque la crónica se publicó en dos páginas completas el día veintiocho)
A continuación transcribimos todo el contenido de aquella crónica (Los subrayados son nuestros). Y sirva
como homenaje póstumo en el 140º aniversario de la desaparición física de la
divina Tula, la muy querida reina literaria de toda Hispanoamérica.
Manuel
Lorenzo Abdala
GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA(1)
por la baronesa de Wilson
Recorte con el principio y el final de la crónica homenaje que reproduciomos hoy. |
Con lágrimas en los ojos y con
profundo dolor en el corazón, contristado el ánimo y sin encontrar apenas
frases que puedan expresar lo que sentimos, vamos á ocuparnos de la irreparable
pérdida que acaban de sufrir las letras españolas.
Gertrudis Gómez de Avellaneda, viuda de Verdugo, ha muerto; decimos mal; su
lira ha quedado muda para siempre; pues su nombre de generación en generación,
será repetido con respeto, con admiración y con entusiasmo.
¡Seres como la ilustre autora de Baltasar
y de Alfonso Munio, no mueren nunca!
Su estilo enérgico, sublime, varonil, sus versos armoniosos, la belleza de
los pensamientos, lo castizo y puro de su lenguaje, la han colocado en el
primer puesto del Parnaso español y de la literatura de este siglo.
Hija de la pintoresca isla de Cuba,
vertía en sus producciones toda la poesía que encerraba en su alma la pasión y
la impetuosidad, propias del carácter americano, revelando la grandeza de un
poeta, más bien que la inspiración de una poetisa.
Sus ojos hablaban; su expresiva fisonomía, conservaba la animación de la
primera juventud, y el genio iluminaba su semblante como una aureola de
inmarcesible gloria.
En el año de 1816 [realmente fue en 1814] vio
la luz, en la pintoresca ciudad de Puerto-Príncipe, estando de comandante de
marina en aquel puerto su padre, D. Manuel Gómez de Avellaneda, y ya desde su
más tierna infancia escribió inspirados versos á pesar de la oposición paterna
[oposición paterna política, o sea de su padrastro], pues sabido es que hace
algunos años, no sólo la mujer no podía ocuparse más que de los quehaceres
domésticos, sino que hasta se formaba desventajoso concepto de aquella que por
su inteligencia descollaba.
La hermosa cubana —pues á su
privilegiado talento unía una belleza seductora—, se trasladó á Europa algunos
años después, con motivo de la muerte de su padre y de haber contraído su madre
segundas nupcias, y ya en 1840, cuando llegó á Madrid, sus preciosos versos
habían empezado á causar admiración en Málaga, Sevilla y Cádiz, aun cuando iban
firmados con el seudónimo de la Peregrina.
Uno de los primeros que
comprendieron el talento de la eminente cubana, fue el ilustre clásico D.
Alberto Lista; y la maestría, la corrección, el vigor, la riqueza de aquella
imaginación, no la hicieron considerar como á una mujer, honra de su sexo, sino
como á un hombre que manejaba la lira de Safo con la fecundidad más asombrosa.
Todos los que en este siglo
alcanzaron en España poéticos laureles, aquellos cuyos nombres quedaron como
un recuerdo de la patria literatura en el siglo XIX, admiraron al inspirado
vate y fueron sus entusiastas amigos.
La imaginación de Gertrudis Gómez de Avellaneda no necesitaba estímulo,
pues brotaban sus creaciones como perlas de oro, como lluvia de riquísimos diamantes,
y cada una de ellas añadía una joya á su corona.
Las guirnaldas, la ovación
alcanzada con Alfonso Munio, no fue un homenaje rendido por el público
al mérito de la obra, no; era el del arte, el de la poesía, que recobraba su
perdido esplendor en la tragedia
clásica.
El cisne americano
continuó su brillante carrera desafiando con su incontrastable talento á la
envidia y á la calumnia, que siempre se han ensañado contra el verdadero genio
persiguiéndole hasta el sepulcro, en donde acaba la pequeñez humana y se
levanta pura y sin nube alguna, inmortal y grande la gloria.
Muda durante algún tiempo la inspiración
de la gran escritora, renació más radiante en el certamen de 1845, en el que el
Liceo de Madrid, propuso un premio á las dos odas más correctas que se presentaran
para ensalzar un acto humanitario de la reina doña Isabel II.
Dos salieron premiadas: una en
primer lugar, que estaba firmada con el nombre de Felipe Escalada; y la segunda
con el accésit, original de la señorita Avellaneda.
La sorpresa fue grande, pues todos ignoraban
quién era el primero, aun cuando por sus elevados pensamientos y magníficos
versos, merecía á no dudar, el premio, por más que apareciera como un
desconocido en la república de las letras; no se tardó mucho en saber, que oculta
con el nombre de un hermano de madre, era la autora, la inspirada hija de los
trópicos, y entonces el entusiasmo ciñó á sus sienes una corona de laurel de oro,
la que al propio tiempo podría llamarse guirnalda fúnebre, pues interesado el
corazón de la escritora con la pasión caballeresca del que entonces era jefe político
de Madrid, la concedió su mano á pesar de la delicada salud del joven.
A los triunfos literarios,
sucedieron los cuidados amorosos de la esposa, la solicitud apasionada y tierna
de la mujer, por el hombre enfermo y próximo á descender á la tumba, y D. Pedro
Sabater, en los cortos meses que duró su matrimonio, vio siempre á la cabecera
de su lecho á su compañera, como al ángel de caridad y de consuelo, que velaba
su sueño y le asistía con cariñoso anhelo.
Generalmente las almas grandes, al verse
combatidas por la desgracia, se encierran en sí mismas y ocultan su llanto en
la soledad.
Gertrudis Avellaneda, al recibir el
último suspiro de su esposo, al envolverse en las tocas de la viudez, elevó su
pensamiento hasta el cielo, y en la religión encontró la fortaleza que le era
necesaria.
Cerca de un año [realmente fueron tres meses]
permaneció en el convento de Loreto, en Burdeos, y cuando regresó á Madrid,
aquel dolor, mal cicatrizado aun, la alejó del mundo para vivir con sus
recuerdos, y si bien resentida su salud, continuó escribiendo con la misma
energía, con las galas y las bellezas que á raudales se desprendían sin esfuerzo
alguno de su creadora mente.
Saúl, fue una de las admirables producciones de aquella época, recreándose el
ánimo con sus sonoros, elevados y correctos versos, siendo no menos notables los
que encierran su Hija de las Flores ó Todos están locos, y que le valieron uno de sus
mejores triunfos escénicos.
La cantora del Tínima,
debió haber encontrado un puesto en la Academia, el cual no se le concedió, tal
vez por rastreras envidias, por pequeñeces humanas, por debilidades indignas de
los hombres de talento claro y de recto criterio, que no apreciaban entonces
los destellos del genio sobre una frente femenina y que sin duda creían no
podía aspirar la mujer á igualar su inteligencia con la del hombre. ¡Triste
preocupación, que fue causa de que se cometiera una injusticia!
Ampliamente recompensada por el
público, de sus sinsabores, de las amarguras que la envidia y su hermana la
calumnia, proporciona á los que se separan de lo vulgar para elevarse á las
regiones ideales, vio de nuevo coronado su talento con los imperecederos
laureles de Baltasar, rayando en locura el entusiasmo de los espectadores
que escuchaban anhelantes aquella espléndida poesía, aquellas escenas de
bellísimo efecto, sobre todo la del segundo acto, que representa el salón de
Baltasar.
Olvídanse por completo del sitio en
que se encuentran, y los himnos, y los perfumes, las flores y el aparato
escénico, contrastan singularmente con el hastió, con la indiferencia, con el
cansancio que revela el rostro del rey al caer desfallecido en un diván, y casi
al propio tiempo que se fija la atención del público, en la hermosísima virgen
de Judá, en la virtuosa Elda.
Plumas menos humildes que la
nuestra podrán describir la elegancia de la forma, la delicadeza del
pensamiento, el relieve dé los menores detalles y la maestría con que la
aurora, ha presentado á sus personajes.
Baltasar es un drama-poema con todas las bellezas orientales, que conmueve, arrebata
y exalta las fibras del corazón humano, las del sentimiento. Las del amor
paternal, las de la pasión, y á su vez las del honor, del heroísmo y de la nobleza.
¡Qué pensamiento
tan profundo encierran estos cuatro versos, del tercer acto, que, rugiendo de
ira, recita Baltasar! [Los versos aparecen en la página 67, escena VII, final
del tercer acto](2)
¡No son hermanos! … ¡Mentían!
Y yo encontrar pechos nobles
Pensé ¡iluso!... ¡La verdad
Yo quise hallar en los hombres!
…………………………………
…………………………………
El drama Baltasar, es la más
culminante gloria de la Safo americana, es una de esas concepciones grandes,
gigantescas, trascendentales en el mundo de la literatura; una estrella de tan brillantes
resplandores, que ante ella se embotaron los venenosos dardos de la envidia.
Destinado su segundo esposo, D.
Domingo Verdugo, á pasar á la isla de Cuba, á las órdenes del general Serrano, duque
de la Torre, emprendió la poetisa el viaje á su patria, después de veintitrés años
de ausencia.
La había abandonado muy niña y
desconocida, y volvía á pisar su fecundo y pintoresco suelo, engalanada con el
laurel de la inmortalidad.
En la Habana, en donde tanto culto
se rinde todavía al arte y al talento, en donde el mercantilismo, la política y
la frialdad glacial que hoy invaden nuestra sociedad, ni cierran la entrada del
corazón á las más dulces sensaciones, ni al entusiasmo, fue el teatro en que Tula
Avellaneda, nombre cariñoso que la prodigaban sus amigos, recibió el premio
más merecido, más justo y más grandioso.
La perla del golfo mejicano quiso
honrar y honró a la hija que tanto la honraba á su vez, coronándola
solemnemente en el Liceo con una riquísima corona de laurel de oro, que fue
colocada sobre su cabeza por la señora condesa da Santo Venia [Santovenia] y
por nuestra cariñosa amiga la señora doña Luisa Pérez de Zambrana.
¡Oh, cuán dulces, cuán conmovidos fueron
los acentos que exhaló su lira en aquella noche, que debió dejar en su alma un
recuerdo eterno! Era el homenaje rendido al poeta de gran corazón y á la escritora
más ilustre de su siglo, y tal vez de tiempos pasados.
Han llegado hasta nosotros los
mágicos acordes arrancados por una pasión
ardiente, á una griega inmortal: Alemania, Francia, Inglaterra, España, pueden citar
algunas notables escritoras y enorgullecerse con sus nombres: de hoy más la
ciudad de Puerto-Príncipe podrá obtener la primacía, pues el talento de la
moderna Safo, era tan original, tan luminoso y tan fecundo, que recorriendo todas
las escalas, no encontraba dificultad alguna que no venciera, belleza que no
realzara, oropel que no convirtiera en perla de gran valía.
Nadie ignora el siniestro atentado
de que fue víctima en Madrid D. Domingo Verdugo,
y en que demostró una vez más su esposa la valentía de su carácter, la
abnegación y el cariño.
Aquella herida resintió notablemente
la salud del bizarro militar, quien desde entonces buscó en los baños el
paliativo, y más tarde en América, pudo creer por un momento que el cambio de
clima influiría ventajosamente en su organismo herido de muerte.
Alentado por los incesantes
cuidados de su varonil esposa, vivió cuatro años colmado de atenciones y
simpatías, á las que por su hidalguía y nobleza de alma, se hiciera acreedor en
los diferentes puntos de la Isla de Cuba, que recorrió.
Aquella época fue una de las más
dichosas que disfrutó la eminente escritora, y aun cuando su salud era
bastante delicada y los padecimientos nerviosos la permitían apenas escribir á
sus mejores amigos, según manifestaba en 24 de Junio de 1863, á la autora de
estas líneas, en una cariñosísima carta. Sin embargo, disfrutó en su país
algunos, aunque cortos días de ventura, que la muerte de su buena madre,
acaecida en Madrid, nubló por completo, sumiéndola en el mayor dolor. Y cuando
la resignación y la fe templaban su pesar filial, otra terrible y profunda
desgracia puso á prueba á aquella naturaleza tan combatida y angustiada.
El 28 de Octubre de 1863, víctima
de unas Calenturas que en sí no hubieran sido malignas, á no complicarse con el
mal estado del pulmón, sucumbió D. Domingo Verdugo, dejando con tan rudo golpe
viuda y desolada á la impresionable hija de los trópicos.
Largo tiempo permaneció muda y
velada su armoniosa lira, pues las amarguras morales aumentaban sus
padecimientos físicos, sin que los viajes que emprendió lograran devolver á su
alma tranquilidad ni reposo.
La reina del Betis, la risueña y
pintoresca Sevilla, fue la población elegida por nuestra inolvidable amiga para
establecerse, en donde se ocupó de coleccionar sus obras, que después se
publicaron en la imprenta y estereotipia de Rivadeneyra, sorprendiéndola en su
estudiosa tarea la muerte de su hermano; á quien amaba con singular
predilección.
De nuevo se extendió un velo
fúnebre sobre sus trabajos literarios, haciendo decaer su ánimo esforzado, y
puede decirse, que desde entonces se entregó por completo en brazos de la
religión y de la caridad, buscando en estos dos nobles y grandiosos
sentimientos el puerto para las tempestades de su vida, el faro que iluminara
la sombría noche de su dolor.
La hemos visto en Sevilla y en
Madrid durante sus últimos años; hemos contemplado la radiante luz del genio
que se reflejaba en su semblante, y nos parece un terrible ensueño, una
inverosímil pesadilla el que aquella alma tan grande, aquel corazón tan
entusiasta, esté hoy encerrado en los estrechos límites de un sepulcro.
¡Ay, y sin embargo, es verdad! El
día 1° de Febrero, á. las tres de la madrugada, rodeada de su amante familia y auxiliada
por la consoladora religión cristiana, se apagó para siempre su mirada y se
extinguió la sublime inteligencia, que tantos días de gloria había dado á la
escena.
Su gigantesco nombre resonará, sin embargo,
á través de los siglos, y como hoy se celebra el natalicio de Calderón de la
Barca, y el de genios no menos grandes, se celebrará también el del cisne
cubano, que á tal altura levantó la poesía lírica española, la dramática y la trágica,
que de largo tiempo venia decaída y abandonada.
Séanos, pues, permitido dedicar
este humilde recuerdo á su memoria, como un tributo de sentimiento y de
cariñosa amistad, á la par que de nuestra más ferviente admiración por la
poetisa-poeta, que ambos laureles forman su corona; pues si asombra por su
enérgica bravura, conmueve por la suave armonía que resalta en algunos de sus
preciosos versos.
Hemos comenzado esta pálida reseña biográfica
diciendo: ¡Gertrudis Gómez de Avellaneda ha muerto! no; al cubrirla con algunas
capas de tierra, al desaparecer materialmente del mundo en que tanto se sufre y
se llora, es cuando se empieza á vivir; pues sobre la losa de su tumba se
levantan radiantes, soberanas, majestuosas, la gloría y la inmortalidad!
LA BARONESA DE WILSON(3)
Madrid
5 de Febrero de 1873.
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(1)
Aparece
publicado en las páginas 13 y 14 del periódico La América, año XVII, Nº 4 (28
de febrero de 1873)
(2)
Baltasar,
drama oriental en cuatro actos y en verso. El teatro, colección obras
dramáticas y líricas. Segunda edición, imprenta de José Rodríguez, calle Factor
9, Madrid 1858. (Obra representada por primera vez en abril de 1858 en el teatro
Novedades)
(3) Emilia
Serrano García, baronesa de Wilson. Escritora, periodista y poeta española
nacida en 1833 en Granada y fallecida en Barcelona en 1922. fundó y dirigió
diversas revistas femeninas. Redactó en París en El Eco Hispano-Americano;
fundó y dirigió La Nueva Caprichosa en La Habana;
entre 1906 y 1912; dirigió El Último Figurín en Madrid (1871-1872); en Lima El Semanario
del Pacífico; en México, El Continente Americano; en Barcelona, La
Crónica Ilustrada. Colaboró en decenas de revistas y periódicos y escribió
gran número de novelas que publicó en París, Madrid, Barcelona, México o La
Habana.
En París conoció al barón de
Wilson, con el que contrajo matrimonio; enviudó dos años después, y la hija que
tuvo con él tampoco sobrevivió; se volvió a casar con el Dr. Antonio García
Tornel, con cuyo apellido firmó ocasionalmente. En 1865 viajó a América por
primera vez, y la realidad americana la impresionó hasta el punto de volver
otras cinco veces para recorrer por completo el continente, desde Canadá a la
Patagonia, pasando allí un total de unos catorce años, que aprovechó para
documentar sus libros de tema americano. En ellos se mostró más aventurera,
biógrafa y científica que turista: La ley del progreso. Páginas de
instrucción pública para los pueblos sud-americanos (Quito, Imp. Nacional,
1880), quedó gratamente sorprendida por la elegancia, belleza e inteligencia de
la joven Marieta de Veintimilla, sobrina del entonces
presidente ecuatoriano Ignacio de Veintimilla, quien la recibió en
el Palacio de Carondelet de Quito Una página
en América. Apuntes de Guayaquil a Quito (Quito, Imp. Nacional, 1880), Americanos
célebres (Barcelona, Tipolit. de los Suc. de N. Ramírez y C.ª, 1888), De
Barcelona a México (Barcelona, Imp. de "El Partido Liberal, 1891), América
en fin de siglo (Barcelona, Imp. de Henrich y C.ª, 1897), El mundo
literario americano (Barcelona, Maucci, 1903), Maravillas americanas
(Barcelona, Maucci, 1910), etc. Visitó en París a la reina Isabel II en el exilio. De regreso a España
estuvo algún tiempo en Sevilla, donde entabló amistad con Fernán Caballero. Desde 1873 reside en Madrid,
donde colabora en revistas como La Guirnalda y asiste a las reuniones de
la sociedad femenina "Las hijas del sol", que
preside la condesa de Priegue. A fines
del XIX se asentó en Barcelona, donde permanecerá trabajando incansablemente
hasta su fallecimiento, acaecido el uno (según algunos, el diez) de enero de de
1922. Actualmente, y ya en vida ocurrió así, es más famosa en Hispanoamérica
que en España, porque la vida itinerante y cosmopolita que llevó le impidió
echar raíces firmes en ninguna memoria autóctona. (información tomada de http://es.wikipedia.org/wiki/Emilia_Serrano_de_Wilson)
Grande, muy grande !
ResponderEliminarGigante, eterna!
EliminarHonor a la Avellaneda, luz de las letras hispanoamericanas y mujer grande que supo defender con su pluma el derecho de todas estas.
ResponderEliminarEso de "Luz de las letras hispanoamericanas..." es el más grande homenaje que se le pueda hacer en un dia como hoy.
EliminarGracias por tus siempre sabios y acertados comentarios.
Gertrudis continúa viva entre todos nosotros, los que la hemos leído, o representado, o los que simplemente intentan revivir su memoria a toda costa, nuestra Tula se lo ha merecido y esperemos que finalmente, se le haga justicia.
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