La Avellaneda en las memorias de Benito Hortelano.
En 1936, cuando la editorial Espasa-Calpe publicó Memorias de Benito Hortelano (setenta y seis años después de haber sido escritas), casi nadie recordaba al autor en su país, España. Benito Hortelano nació en 1819 en una localidad cercana a Madrid donde transcurrió la
primera parte de su vida. Muy pronto se trasladó a la capital y se convirtió en un tipógrafo muy famoso, tomando parte
activa en la vida política española e interviniendo
en ella desde el baluarte más decisivo, la imprenta.
Al leer
sus memorias, lo de menos son las galas literarias, que apenas existen en su
libro. Lo enormemente interesante está en la manera viva, peculiar y anecdótica
con que refiere los acontecimientos de aquella etapa crucial del siglo XIX.
Benito
Hortelano, de simple jornalero en una aldea de su Chinchón natal, llegó a editar
periódicos de gran prestigio en la capital española, convirtiéndose además en
un famoso dandi. Su célebre imprenta fue calificada por el general Narváez de “Volcán
revolucionario”, y amenazó con ir en persona a pegarle fuego, si no hubiera
sido por la sabia intervención de Gertrudis Gómez de Avellaneda. La escritora
que, como ya hemos referido, era la favorita de Narváez lo seleccionó como el
único tipógrafo capaz de acometer una tarea de grandes dimensiones que el
gobierno pretendía llevar a cabo.
El tremendo
esfuerzo, que si bien fue pagado espléndidamente, no fue tenido en consideración
cuando poco tiempo después, el propio Narváez lo persiguió hasta hacerle la
vida imposible, lo que le obligó huir a Francia para finalmente establecerse en
Buenos Aires, ciudad en la que se le recuerda más dignamente como lo que fue:
uno de los más grandes tipógrafos decimonónicos.
A
continuación reproducimos una de aquellas anécdotas que tan maravillosamente refiere
Hortelano en la primera parte de su obra, y en la cual narra los sucesos acontecidos
la Nochebuena de 1845 cuando Narváez lo necesitó, utilizando para ello la
intermediación de Gertrudis Gómez de Avellaneda.
(…) A pesar del odio que Narváez me tenía,
llegó un momento en que me eligió para una gran empresa, con preferencia a los
demás impresores de Madrid, diciendo que tan sólo yo era capaz de servir al
proyecto con la prontitud e intrepidez que él requería.
Se había dividido el partido
moderado en puritanos y conservadores; los puritanos se propusieron derrocar a
Narváez, y, al efecto entre otros medios que pusieron en juego, fue uno el de
publicar un diario con título de El
Universal, de tamaño colosal y sólo a ocho reales mensuales de suscripción,
dando además una novela cada mes que valía más de ocho reales. El objeto era
hacerlo popular para desacreditar a Narváez. Este lo comprendió, y puso por
obra un proyecto del mismo género para contrarrestar al de Salamanca.
Las diez de la noche serían
del día 24 de diciembre de 1846(1), y estábamos reunidos en mi casa
varios de la familia celebrando la Nochebuena, como es costumbre en España, en
cuya noche las familias se reúnen para cenar opíparamente en celebración del
nacimiento del Hijo de Dios, y es cosa admitida que en tal noche y los dos días
de Pascua que le siguen se olvidan las rencillas de familia, se estrechan los
lazos desunidos y todo queda concluido en tres días de reunión comensal.
Estando en tan grata
reunión, llaman fuertemente a la puerta de la calle; ponemos atención para oír
los golpes que daban y saber a qué habitación pertenecían (porque en Madrid,
donde cada casa contiene un número crecido de vecinos, cada cual adopta un
sistema o contraseña para saber a qué habitación llaman por medio del aldabón,
que generalmente la seña se distingue por el número de golpes y repiques que
con el mismo aldabón se dan). Observando que era a mi casa donde llamaban, bajé
yo mismo a abrir, encontrándome sorprendido a la vista de una elegante y
hermosa señorita que, acompañada de un caballero, se apearon de un magnífico
coche.
Visita tan inesperada, en
tal noche y a semejante hora, no dejó de sorprenderme, y más al reconocer en la
dama a la eminente e interesante literata doña Gertrudis Gómez de Avellaneda,
la célebre poetisa cubana, que a la sazón era la favorita del general Narváez y
la que, cual otra madame de Maintenon(2), disponía a su antojo de
las cosas y de los hombres de alta política. El caballero que la acompañaba era
un joven, mi amigo, literato en ciernes, hoy personaje político, D. Antonio
Pirala.
Sin más que el saludo de
cumplimiento, la heroína literaria tomó la escalera con resolución, como si
subiese a su propia casa. Introducidos en mi despacho, la señorita Avellaneda
tomó la palabra y dijo:
-Señor Hortelano, usted está
sorprendido de mi visita a tales horas y en tal noche en que las familias están
entregadas al festín fraternal; pero para negocios de Estado no hay días, ni
horas, ni momentos; todos se aprovechan, como se aprovechan las personas
capaces de ayudar al Gobierno, aunque sean enemigos políticos. Usted lo es del
gobierno y, a pesar de eso, el Gobierno deposita en usted su confianza por
creer ser la única persona que puede servirle con la prontitud, eficacia e
inteligencia que son necesarias.
A esta arenga de una mujer
por tantos títulos digna de atención, a tanta elocuencia y diplomacia, no pude
menos que rendirla mis más humildes y atentas gracias pues me acabada de echar
un lazo del que no me sería fácil deshacerme, a pesar de que aún no sabía donde
iría a parar su pretensión; en fin, me puse a sus órdenes, diciéndola que
dispusiese de mí como gustase.
-No esperaba menos, señor
Hortelano, y por eso es por lo que he sido yo la autora de haber elegido a
usted. Se trata de duplicar un diario, si es posible, doble que El Universal;
pero no es esto sólo lo que se exige de usted. Aquí traigo el prospecto, y este
prospecto ha de repartirse mañana con profusión, y pasado mañana ha de salir el
primer número; ahora pida usted cuanto dinero necesite; no hay tasa, aquí
traigo treinta mil reales para los primeros gastos: usted pida sin
consideración; todo le será entregado; pero el prospecto mañana, el primer número
pasado.
En vano le expuse las
dificultades que había para en tan corto tiempo y en noche como aquella poder
realizar sus pretensiones; nada oyó; se había aprovechado de la sorpresa para
arrancarme el compromiso. Se despidió precipitadamente, ofreciendo venir a la
mañana siguiente a leer las pruebas del prospecto.
Aquí de mis apuros, de mis
compromisos ¿Cómo cumplía con aquella exigencia? ¿Adónde encontrar 60 operarios
en tal noche, en que cada cual estaría con sus familias y amigos? Y caso de
encontrar algunos, ¿estarían en disposición de trabajar después de tener los
estómagos repletos y las cabezas calientes?
Subí a mis habitaciones,
donde me esperaba la familia con la cena interrumpida. Al verme entrar mustio y
caviloso, creyeron que alguna desgracia me sucedía; la cena quedó en tal
estado, y una noche tan alegre se convirtió en una noche de apuros y
compromisos.
Por fortuna había convidado
a cenar al regente, Galindo, y otros operarios, y con ellos empecé las
operaciones. A unos mandé a buscar operarios en una taberna en que sabía se
habían reunido para cenar varios de los empleados en mi casa; a otros en busca
del regente de las prensas y otros operarios, que calculaba estarían
ofreciéndoles una onza de oro por trabajar aquella noche. Yo me fui a comprar
fundiciones, cajas y una máquina de vapor que sabía que estaba en venta. Otra
dificultad a las muchas que se presentaban había que vencer, cual era buscar
casa para la nueva imprenta, porque la mía estaba ocupada con los trabajos que
dejo dichos. La fortuna me deparó una enfrente de la mía, la cual se había
desalquilado la víspera.
Salí de mi casa, busqué las
fundiciones necesarias, encontré cajas hechas, ajusté el precio de la máquina
en 60,000 reales. Galindo y los demás me trajeron 24 operarios, que más estaban
para dormir que para trabajar. En fin, al siguiente día todo estaba listo; la
Avellaneda vino no creyendo hubiese podido operar aquel milagro, y quedó
sorprendida al ver en ejecución todo lo que había pedido.
Como los puritanos no se
dormían, se habían apercibido del golpe que Narváez les preparaba, y
aprovechándose en el mismo día de las influencias secretas que en Palacio
tenían, dieron el golpe de gracia al Gabinete Narváez, siendo este depuesto y
nombrando un gabinete puritano(3). Con este golpe quedó frustrado el
proyecto del diario colosal, teniendo que arreglarme con los que había comprado
los efectos devolviéndoselos con un pequeño quebranto que convinimos.
Entró en el Ministerio
Salamanca-Pacheco, y con él se empezó a disfrutar de más libertad.
Hasta aquí
la curiosa anécdota descrita por Benito Hortelano en la cual hemos advertido
algunas inexactitudes históricas y determinados puntos de vista que,
evidentemente, no compartimos. No olvidamos, además, que el tipógrafo escribe
sus memorias en 1860, quince años después de los acontecimientos narrados.
Continuará…
Manuel Lorenzo Abdala
Notas:
(1)La fecha es
errónea. El año en que sucedieron los hechos fue el de 1845.
(2)Benito Hortelano
compara a la Avellaneda con la famosa Madame de Maintenon (amante del rey Luís
XIV de Francia). Interesante y curiosa observación que analizaremos, junto a
otras, en el próximo post.
(3)El golpe de
gracia al que se refiere Hortelano lo dieron finalmente el día 11 de febrero de
1846 por lo que el diario competidor tuvo que salir a la luz durante, al menos,
un mes. Hemos intentado buscar algún ejemplar pero no lo hemos encontrado, como
tampoco están disponibles ejemplares de El
Universal.
Bibliografía:
Revista literaria
El español, La posdata, La esperanza, El heraldo, El eco del comercio, El
espectador, El fandango, El Universal (Hemeroteca, BNE)
Hortelano, Benito.
Memorias de Benito Hortelano. Editorial Espasa-Calpe. Madrid 1936.
Salaverría, José María. Viejos
artesanos. ABC (Sevilla) 5 de mayo de 1936. P-3
Bordes M.
Hortelano, Alicia. Hombres ilustres de la
provincia de Madrid. Diputación Provincial de Madrid, 1957. Página 46.
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