Una siestecita después de la "batalla" (Reponiendo fuerzas) Foto by Lady Clementina Hawarden. London 1859. |
LOCOS LOS DOS
Exaltación en
los jardines del Palacio de Oriente.
Entre
el doce y el diecisiete de abril se realizó el codiciado encuentro. El estudio
profundo de toda la correspondencia nos llevó a pensar que la entrevista inicial
se realizó según propuesta de la propia Gertrudis –muro a través- y respetando las
exigencias de Armand Carrel, sin
desvelar su verdadera identidad.
Creo que hemos estado locos
los dos; que hemos hablado destinos saliéndonos del propósito que ambos
llevamos, y que, de no olvidar completamente la loca conferencia de ayer,
nuestra correspondencia que hasta entonces no era más que rara y graciosa, va a
convertirse desde hoy en desatinada y funesta.
Lo que pasó realmente en aquel primer encuentro eso
nunca lo sabremos con exactitud. Lo intuimos, podremos conjeturar (somos libres
de hacerlo), pero siempre nos quedarán lagunas, hechos que solo ellos
experimentaron y sellaron para la eternidad. Pero de lo que sí estamos seguros
es que fue un encuentro “embriagador” en el que la propia Avellaneda –romántica
militante como la que más- al parecer, perdió la razón y el sentido todo...
Baste leer el primer párrafo de su carta para darnos cuenta del nivel de
“ofuscación” y arrebato, por decirlo de alguna manera, que experimentó la
poetisa en aquella anunciada cita a ciegas.
La
entrevista duró aproximadamente dos horas (la propia Tula nos lo hace saber en
su carta). Durante aquellos momentos, Antonio Romero Ortiz, siempre bajo el
disfraz de Armand Carrel, buscaba,
además de su empresa principal (que ya sabemos cuál era), un raro segundo
objetivo. En la carta que presentamos hoy podemos leer las siguientes
interrogantes que la Avellaneda solo pudo hacerse pasada la embriagadora fogosidad inicial del
encuentro.
¿Qué era lo que quería darme
anoche mi leal caballero…? A fe mía que no me explico aquel episodio de nuestra
entrevista ¿Y la obra propuesta cuál es…? Para tratar de literatura no es
necesario que volvamos a hablarnos tête à
tête, y de literatura es de lo que debemos tratar en lo sucesivo.
Hemos
estudiado esta carta, quizá como ninguna otra: línea a línea, palabra a palabra
y como conclusión sacamos que, Armand
Carrel, utilizando información privilegiada (muy privilegiada), le propuso
a Tula concluir la traducción del
drama Hortensia por la similitud existente
entre la relación epistolar que ambos estaban llevando en la vida real y el
conflicto en la ficción de la protagonista de aquella obra. Subrayamos concluir porque desde el año anterior
la Avellaneda había iniciado la traducción y versión de Hortensia y presentado al teatro, pero al parecer había dejado a un
lado o cambiado por otro título más atractivo, La Aventurera, algo que él sabía de primera mano. Esto le dio a la
Avellaneda pistas futuras, aunque muy vagas, de quién podría esconderse bajo el
disfraz de Armand Carrel. Pero aún falta para llegar a ese punto.
Hace
uno días decíamos que una de las misivas anteriores era la que más nos gustaba
de la primera parte de esta curiosa correspondencia. Sí. Pero ésta -la quinta-,
es la consideramos como la más importante desde el punto de vista de la
sicología del personaje de Armand Carrel,
protagonista muy bien estudiado e interpretado por Antonio Romero Ortiz. A
estas alturas nos damos perfectamente cuenta que Armand Carrel es un juego lo que se trae con la poetisa ¿Un juego? ¡Hemos
dicho un juego! (y sin querer se nos ha escapado la palabra) Pero, ¿qué tipo de
juego? ¿Qué quiere Armand Carrel
realmente de la Avellaneda? Él conoce todo
de ella, le lleva ventaja y se aprovecha. Y cuando decimos todo, nos estamos refiriendo hasta a la relación que mantuvo ella con
Gabriel García Tassara, historia que Armand
Carrel (Antonio Romero Ortiz) conoce de primerísima mano. El poeta
sevillano (Tassara) es su compañero en el periódico donde él colabora y
a su vez es también amigo personal. ¿Le habrá contado Tassara las intimidades de su
relación con la Avellaneda? Eso nunca lo sabremos. Nunca, pero…
Aún
quedan muchas interrogantes que el avezado y curioso lector desearía conocer a
fondo: ¿Fue el primer encuentro entre la Avellaneda y su héroe realmente tan supremo y divino? Y algo más: ¿a partir de aquel momento
se convirtió la correspondencia en “desatinada y funesta” o por el
contrario siguió siendo amena, curiosa y divertida (ella dice “rara y
graciosa”)…? Solo diremos que la relación entre ambos será (fue) como hasta ahora, sorprendente
¡Muy sorprendente!
No
deseamos adelantar nada más.
Continuará…
Manuel Lorenzo Abdala.
Carta Nº 5
18
de abril de 1853.
Antes de padecer del corazón solía yo
beber café, a pesar de que aun ignoraba que había descubierto Voltaire en aquel
aromático grano la cualidad de vigorizar el pensamiento: pero en mí no producía
siempre dicho efecto, y si otro muy inconveniente y singular. A mí me
embriagaba de tal manera, por poco que me excediera, que me sucedía a veces que
apenas recordaba después de calmada la excitación nerviosa, las palabras que se
escapaban con abundancia de mis labios durante los momentos de embriaguez. Y
bien amigo incognito, creo hoy que los árboles del jardín de Oriente deben
despedir emanaciones muy análogas a las del café: creo que en la atmosfera que
respiraba anoche había algo que atacase los nervios y que le impidiera a la
razón ejercer libremente sus funciones. Lo creo porque me parece en verdad, que
he estado cerca de dos horas bajo la influencia de un sueño magnético, y que al
despertar de él solo me queda en la conciencia la íntima convicción de su
falsedad. Creo que hemos estado locos los dos; que hemos hablado destinos
saliéndonos del propósito que ambos llevamos, y que, de no olvidar
completamente la loca conferencia de ayer, nuestra correspondencia que hasta
entonces no era más que rara y graciosa, va a convertirse desde hoy en desatinada
y funesta. En una novela lo que está pasando entre nosotros no carecería de
cierto mérito (salvo el que las gentes de buen juicio calificasen a la
protagonista de inverosímilmente loca), pero en el mundo real, del que por
desgracia no puede uno salirse cuando quiere, en el mundo real nuestra
posición, la mía sobre todo, me parece a mí misma bastante estrafalaria y
peligrosa y absurda. Comienzo a comprender que hice mal en contestar a la
primera carta de Armando, y que he hecho otra cosa peor en hablarle y en oírle
anoche. Pensaba que mi desconocido corresponsal era P.E. [Patricio de la
Escosura] y en mitad de que no lo deseaba, de que casi lo temía, porque si no
me engañaba me hubiera creído obligada a cortar esta correspondencia, con todo
me prestaba cierta singularidad el pensar que me era conocida la persona a
quien iba a hablarle, y el interés de penetrar el objeto que se proponía un
enemigo mío al buscar medios de comunicarse conmigo, me preocupaba lo bastante
para no hacer reflexiones serias respecto a aquellos mismos medios. Pero ahora
que sé que no es Armando quien yo sospechaba; que sé que no es ninguna persona
de las que trato, pues no conozco su voz y probablemente tampoco su semblante;
ahora que me cerca una oscuridad profunda en medio de la cual solo alcanzo a
ver que he sido muy imprudente, y que el hombre con quien me hallo en
correspondencia posee la magia de hacer que yo no me dé cuenta de aquella
imprudencia cuando estoy a su lado; ahora que me pregunto a mí misma con cierta
pavura ¿Quién es? ¿A dónde me guía esa mano desconocida y acaso enemiga…? Ahora
hallaría ridícula mi situación si no la hallase temible, y sin embargo, es lo
cierto que no se me ocurre otro arbitrio que el de retroceder so pena de
hacerle ver a Armando que la mujer que parezca de mejores luces es quizá la más
loca. Acaso no ha buscado él en mí sino la prueba de esa verdad.
En fin, lo hecho, hecho: no quiero ni sé
arrepentirme. De todos modos es indudable que yo me aburría grandemente y que
Armando me ha sacado durante un mes de aquel marasmo del alma: me ha arrancado
de las garras de aquel infecundo tedio;
de aquel monstruo que me persigue y del cual he dicho antes de ahora,
escribiéndole a otro hombre de talento.
Con
férreos brazos, como nuevo Anteo,
Se enlaza el alma, con su esencia se ata…
Cual el buitre inmortal de Prometeo
La devora sin fin, y no la mata!
Debo dale gracias al que ha tenido el
poder de libertarme por algunos días de aquel tenaz enemigo, y se las doy, aun
cuando sea él otro enemigo que no haya tenido la benévola intención de llegarse
a mí para rendirme aquel servicio.
Vamos a otra cosa ¿Qué era lo que quería
darme anoche mi leal caballero…? A fe mía que no me explico aquel episodio de
nuestra entrevista ¿Y la obra propuesta cuál es…? Para tratar de literatura no
es necesario que volvamos a hablarnos tête
à tête, y de literatura es de lo que debemos tratar en lo sucesivo.
Si Armand Carrel es un editor, lo acepto
como mío desde este instante. Si es un hombre político, le advierto que soy nula
en la materia, que no sabré escribir de nada que se roce con ella. No soy más
que un poeta, uno de esos oiseaux de
passage, como dice Lamartine, incapaz de remontarse a ciertas regiones: y
puesto que en esta carta he citado versos de mi humilde Musa, la acabaré con
estos otros que le harán comprender a mi querido ángel guardián, lo poco a propósito que soy para escribir cosas
graves.
Yo no aliento ambición noble,
Como engañado
imaginas,
De que en páginas
de gloria
Mi humilde nombre
se escriba.
Canto como canta el ave,
Como las ramas se
agitan,
Como
las fuentes murmuran,
Como
las auras suspiran.
Canto porque al cielo plugo
Darme el estro que
me anima,
Como dio brillo a
los astros,
Como dio al orbe
armonías.
Canto porque hay en
mi pecho
Secretas cuerdas
que vibran
A cada afecto del
alma,
A cada azar de la
vida.
Canto porque hay luz y sombras,
Porque hay pesar y
alegría,
Porque hay temor y
esperanza,
Porque hay amor y
hay perfidia.
Canto porque existo y siento;
Porque lo grande me
admira,
Porque lo bello me
encanta,
Porque lo malo me
irrita.
Canto porque ve mi mente
Concordancias
infinitas,
Y placeres
misteriosos,
Y verdades
escondidas.
El ruiseñor no ambiciona
Que lo aplaudan
cuando trina;
Latidos son de su
seno
Sus ardientes
melodías.
G.
Hoy 18 de abril de
1853.
He retardado el mandar ésta esperando
noticias de V. pero son las cuatro y no he tenido carta.
Me
alegro mucho; mejor es así; mucho mejor. Adiós.
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