Celos
La carta 19, cuyo texto reproducimos hoy, es de vital importancia en la correspondencia amorosa entre la Avellaneda y Romero Ortiz. Marcará
un antes y un después en la relación de los amantes. A pesar de que vendrán
otras donde se pase por alto el grave incidente que en ella se esboza, el
enfriamiento futuro será inevitable (previo acaloramiento). Alguien, con toda
certeza un joven, muy joven, de los tantos que visitaban la casa de Eloísa
Gattebled (amiga, vecina y antigua amanuense de la Avellaneda), tuvo algunas galanterías para con la afamada poetisa y esto no
gustó, para nada, a Romero Ortiz. ¿A qué joven nos estamos refiriendo…? Tenemos
fundadas sospechas para casi asegurar
quién era el atrevido pollo que todo parece
indicar, cometió indiscreciones (galanterías verbales),
colmando de celos al pobre Antonio. Pero dejaremos este análisis para la
siguiente carta que promete ser, inflexible, avasalladora y frenética.
Nuestra siguiente entrada será un verdadero
regalo para los seguidores del blog -fieles lectores incondicionales-, y para otros
que se sumen a partir de ahora. Desvelaremos algo que muy pocos se han
cuestionado –o no han querido cuestionarse- y que posiblemente lleve a
historiadores reescribir acontecimientos sobre la vida de algunos escritores y
poetas de aquel entonces.
La intriga queda servida. Hasta
entonces solo mediarán unos días, siete. No más.
Manuel Lorenzo Abdala
Carta número 19
Solo cuando se deja
de amar no parece bella y sublime la forma que nos releva que somos amados, por
tosca, por vulgar que aquella sea.
GGA.
Antonio mío; deseaba mucho escribirte, pero
ayer no tuve un momento libre, ni de día ni en la noche. Hoy al venir del
teatro de Variedades, donde como sabes se ensaya mi nuevo drama, encuentro tu
billete, y a pesar de que estoy comprometida a ir a comer con la de León, y que
son ya las tres, tomo la pluma de prisa para contestarte ¿Por qué fueron para
ti fatales las horas que pasaste a mi lado en casa de Eloísa…? ¿Será cierto,
Antonio, que tomaste celos porque me hablaba aquel chico? ¿Que le diste importancia a sus citaciones de fechas,
imaginando acaso que encerraban grandes recuerdos…? No lo puedo creer, aunque
me dijiste palabras aquella noche, cuyo tono revelaban, al parecer, cierta intencioncilla,
no muy grata ¡Ay vida mía! Mucho se empieza a desmentir tu despreocupación ponderada, tu capacidad filosófica en punto a amor
abnegado ¿Eres tú quién podría ver sin disgusto en los brazos de un marido a la
mujer que amases…? ¿Tú, el que ahora te enojas porque un casi-pollo me dice
inoportunamente cuatro galanterías sin consecuencia? ¿No adivinaste que aquel
ex pollo era el que yo había sospechado autor de la primera carta de Armando?
¿No comprendiste que todas aquellas fechas, citadas con tanto énfasis,
significaban cosas semejantes a las que verás en los pedazos de papel adjuntos?
¡Loco! Yo debía a aquel chico alguna amabilidad que le compensase de no haberme
hallado visible seis veces, de las siete en que me ha visitado; que le compensase
de no haber tenido ni aun contestación sobre un encargo que me hizo, una
súplica, respecto a un leve servicio que podía hacerle un amigo mío. Sin
embargo, si hubiese sospechado que aquellos momentos te iban a parecer fatales, puedes estar seguro, vida mía,
celoso mío, de que hubiera hecho poco caso de la cortesanía y de la urbanidad
que me dictaban lo que hice.
¿Quieres verme a solas; pero dónde…? En
eso está la dificultad. En mi casa es casi imposible: como no vivieras tan
cerca que pudiese avisarte del momento en que acertasen a salir mamá y mi
hermano a la vez, no alcanzo lo que pudiéramos hacer para aprovechar los raros
instantes en que suelo hallarme sin testigos. El tiempo no hace posible el
pasearnos de noche por la plaza. El tiempo también es causa de que mamá no vaya
a la iglesia de tarde. No sé, lo repito, no sé cómo arreglar la entrevista que
me pides, y que deseo como tú. Tampoco me hace gracia a mí que solo puedas
hablarme en casa de Eloísa, siempre con una pollería
alrededor de los dos: pero no veo otro recurso por ahora; absolutamente no lo
veo. Vernos en el teatro del Príncipe aun es peor: en otro teatro, donde seamos
menos conocidos, ya te lo propuse una vez; y no me pareció que te era más grato
que los otros aquel recurso ¿Qué puedo hacer por lo tanto, sino fastidiarme,
como tú, al encontrar tantos obstáculos a mis deseos? ¿Qué puedo hacer, querido
mío, sino amarte cada día más y llenarme de enojo contra todo lo que nos
separa?
Tú hablas de ausencia; no; no merece ese
nombre mi ida a Carabanchel; y sin embargo, no será ya hasta el 20, lo más
pronto. Acaso allá nos sea más fácil vernos muchas veces sin testigos ¿Qué
mares, que campos son los que van a mediar entre los dos…? ¿Un cuarto de legua
le parece a tu amor intraspasable? ¡Antonio! Nosotros no estaremos jamás
ausentes uno del otro: no: mi alma no se apartará de la tuya nunca, ni un
momento; y si tú no quieres, tampoco se apartaran nuestros cuerpos sino por
brevísimos días ¿Qué hablas de la posibilidad de no vernos más…? ¿Puedes
concebir siquiera tan horrible idea…? ¿Es esa tu esperanza? ¿Es esa tu fe…?
¡Oh! ¡Sí! Quiero hablarte a solas para
reñirte, para castigar tu blasfemia. Yo no veo sino la muerte que pueda
separarnos: en la vida nada: nada, Antonio, como no sea tu propia voluntad.
Adiós: si te resuelves a ir esta noche a casa de Eloísa, te veré allá, y te
encargo que te despidas antes de las once y media, hora en que cierran la
puerta de abajo. De ese modo podrás detenerte un momento en la escalera, y
saldré yo para mi cuarto enseguida, y te daré un beso antes de entrar.
Adiós, esposo mío, tu
G. de su A.
P.D.- Estas líneas, trazadas con mucha
prisa, irán llenas de ss en vez de cc y cc
en vez de ss, y otras mil lindezas de
estilo y corrección. No repases en eso: hállame muy elegante siempre, y sobre
todo muy elocuente. El día en que
eches de ver un solo defecto en mi persona o en mis cartas… ¡Ay Antonio…! Solo
cuando se deja de amar no parece bella y sublime la forma que nos releva que
somos amados, por tosca, por vulgar que aquella sea. Adiós otra vez.
En casa de León se come a las cinco: a
las 8 o poco más estaré de vuelta.
Hoy
lunes 9. [Mayo de 1853]
29 DE ABRIL DE 1852.- He ido a la
Función celebrada en la iglesia de D.J. de Alarcón*- he dado a la
Avellaneda el agua bendita ¿Qué he sentido, Dios mío, al tocar ella ligeramente
su mano a la mía…?
29 de octubre de 1849.- He visto Saúl
–he ofrecido una flor a la Avellaneda y le he dado la mano para subir al cuarto
de Bárbara… [Camerino de Bárbara Lamadrid] algún día quizás pueda yo
recordárselo!
Notas:
(*) Se refiere a la
Iglesia de las Religiosas Mercenarias, conocida también como Convento de Don
Juan de Alarcón que se encuentra en la calle Valverde 15 de Madrid (próximo a la RAE de entonces).
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