Ría de La Coruña. Grabado del siglo XIX
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SEGUNDO CUADERNILLO
Galicia
La Coruña (2ª parte, continuación y final)
Es ella sola,
querida Eloísa, una pequeña península que debe a su localidad la salubridad de
sus aires y su aspecto risueño y agradable. Está dividida en ciudad nueva y
vieja y la defienden los castillos de San Antón, San Diego y San Clemente. Se
dice que su nombre actual es un derivado de Columna, nombre que tuvo antiguamente por estar en ella la
Columna o Torre de Hércules, obra que aseguran ser de los romanos, y en la cual
está ahora la Farola o Farol, que se ve desde el mar a una gran distancia. [ver nota 1]
Aspecto que ofrecía la Torre de Hércules en 1836. Recreación sobre una foto de mediados del siglo XX
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Toda la Torre
es de piedra de sillería, y para llegar al farol creo haber subido hasta 250
escalones de una escalera de caracol bastante cómoda. La parte antigua de La
Coruña es, generalmente, designada con el solo nombre de ciudad, y la nueva con el de Pescadería. La ciudad es
irregular, el piso desigual, con muchas cuestas, y las calles angostas y
torcidas la mayor parte; pero la Pescadería es limpia, hermosa y alegre. Las
calles principales de La Coruña todas están magníficamente embaldosadas, y en
la Pescadería hay algunas bastante rectas y anchas. La calle Real es la más
estimada, así por la regularidad de sus casas como por ser muy concurrida, pero
la de San Andrés es más ancha.
Hay varias
fuentes, algunas muy buenas, que abastecen de agua a la ciudad, pero no se
conocen los pozos ni aljibes, ni hay fuentes en las casas como en Sevilla y
otras partes.
Rúa San Andrés en pleno siglo XIX. Nótose la fuente de agua en medio de la calle
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Me ha chocado
que en una población que es la primera de Galicia y que ocupa un lugar entre
las mejores de España, no se encuentre un templo correspondiente, ni un buen
teatro, ni un colegio, ni ningún edificio sobresaliente. Ninguna de sus iglesias
es digna de particular mención; el teatro que hay nada ofrece de bueno, y las
únicas cosas que se enseñan a los forasteros son La Palloza, que es la fábrica
de tabacos, y la fábrica de cristales.
La Palloza, al fondo se observa la fábrica de tabacos (La foto corresponde al siglo XX)
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En la
Pescadería [barrio de La Pescadería] está el teatro; cuando salí de La Coruña se trataba de hacer otro
mejor en el local en que existió la iglesia de San Jorge, recientemente
demolida [Se refiere al actual teatro Rosalía de Castro]. También están en la Pescadería la casa de Correos, intendencia, consulado
y las principales fondas y cafés; pero en la ciudad vieja está el palacio del
capitán general y la Audiencia. La mayor parte de las familias nobles del país
viven en la ciudad vieja, porque tienen allí casas propias, y la Pescadería
está principalmente habitada por los empleados, comerciantes y forasteros. Sin
embargo, los mismos que viven en la ciudad se apresuran a dejarla a las horas
que sus ocupaciones se lo permiten, y bajan a buscar ávidamente el bullicio y
animación de la Pescadería.
Actividad portuaria en La Coruña a mediados del siglo XIX |
Empiezan a
hacerse dos nuevos paseos; mas hasta ahora sólo ha existido una alameda en la
Pescadería, nada bonita, pero muy concurrida en las tardes de verano y en las
mañanas de invierno.
Otro punto hay
de reunión, donde se pasea muchas veces con preferencia a la alameda,
principalmente por las noches en verano, y lo llaman Cantón. En las largas
tardes de junio, julio y agosto, el paseo es regularmente fuera de puertas, a
un gran barrio que llaman Santa Lucía; al anochecer bajan a la alameda, y
siempre se termina en el Cantón.
Eloísa, en los
primeros días de mi venida a Europa, hallaba muy menos decentes y suntuosos los
paseos de por estos países que los de nuestra Isla. Aquella multitud de
carruajes, el ruido que formaban, el lujo de las damas que muellemente sentadas
ostentaban en los elegantes quitrines esas gracias seductoras, que la
Naturaleza otorgó con más prodigalidad a las hijas de Cuba que a ningunas otras mujeres de
la tierra. Todo me parecía propender a dar a nuestros paseos más atractivos que
a los paseos de Europa. Por otra parte, no estando habituada, como lo sabes, de
andar a pie, me cansaba al momento y no tardaba a rendirme totalmente, en medio
de la más lúcida tarde de paseo, teniendo muy luego que sentarme o volver a casa, maldiciendo de
todo corazón la malvada costumbre de pasear a pie. ¿Te confesaré que en el día
pienso de un modo opuesto?... Habituada ya a estos paseos, me gustan cien veces
más que los nuestros, que me parecen verdaderamente hasta sosos y cansados. En
efecto, ir sin hablar con los demás paseantes, cada pareja metida en su
carruaje, siempre en la misma posición y sin otro interés u objeto que lucirse,
es cosa bien fastidiosa.
Famoso paseo de Los Cantones en La Coruña |
Aunque hay
muchos cafés en La Coruña, ninguno es sobresaliente. También hay gran número de
tiendas de géneros y lencería, pero todas presentan un exterior harto poco
lucido y ni aun decente, si se comparan con las de Cuba, Cádiz y Sevilla, tan
lujosamente adornadas. Hay una Biblioteca pública y un gabinete de lectura
perfectamente surtido. [ver nota 2]
A todo
americano debe chocarle de una manera muy desagradable la pobreza de Galicia.
En los días primeros de mi llegada a La Coruña me melancolizaba ver por las
calles una tropa de mendigos, cubiertos de trapos asquerosos, sitiar al
forastero, importunar y hacer mil bajezas para obtener una moneda de cobre: la
misma mendicidad en nuestra hermosa Cuba no es tan repugnante con mucho como la
de Galicia, y yo no había visto todavía este exceso de miseria y de degradación
humana. Padecía mi corazón cada vez que salía a la calle, cada vez que me ponía
al balcón, y viniendo de Bordeaux, donde no se ve un mendicante, no podía dejar
de hacer reflexiones muy dolorosas sobre nuestra metrópoli.
El comercio de
La Coruña, aunque bastante decaído, aún es considerable, y la afluencia de
forasteros le da, principalmente en la Pescadería, mucha vida y movimiento. Sin
embargo, no habiendo yo estado hasta entonces en población ninguna en que no
hubiese carruajes, me parecía, especialmente por las noches, notar en La Coruña
un aire de tristeza y languidez, echando de menos aquel estrepitoso y alegre
ruido de los carruajes a que mi oído estaba acostumbrado.
La Coruña es, a
mi entender, la ciudad de Galicia donde se encuentra un trato más fino; pero no
será, sin embargo, el trato, en manera alguna, una de las ventajas que celebre
el forastero en ella, pues además de la poca sociabilidad que hay por lo
general en el carácter gallego, los chismes, murmuraciones, rivalidades y
etiquetas hacen desagradable la sociedad poca que puede tenerse.
Mariscadoras en el puerto de La Coruña, siglo XIX |
En la clase
baja del pueblo es grande la pobreza, el desaseo y un abandono, una ignorancia
tan crasa, que no sabré expresar cuánto me sorprendió. He dudado a veces,
tratando gallegos de la clase de criados, que Dios haya dado, a todos ellos juntos,
la dosis de inteligencia necesaria a un solo ser racional.
Las gallegas
coruñesas no son, generalmente, muy hermosas; sin embargo, no son tampoco feas,
y visten con lujo y elegancia. En ellas, lo que me desagrada es el acento, que
aun al cabo de cerca de dos años que las oía hablar, no podía sufrir mi oído
aquella detonación áspera y dura. Este acento gallego, hablando castellano, me
desagradaría siempre, a pesar de que gusto del dialecto del país, que en la
gente del pueblo bajo es dulce y gracioso.
Capitania General de Galicia en La Coruña, siglo XIX |
He notado que
personas finas, que pasan por bien habladas, usan rarísimos términos cuando
hablan castellano, dando a muchas voces unas acepciones que me eran desconocidas.
La voz quitar, por ejemplo, es empleada para
expresar tantas cosas diferentes, que se dice quitar un retrato para decir hacer, o sacar un retrato, quitar el chocolate para expresar que se
eche en la taza o pozuelo, y quitar un rigodón al piano, como si dijesen tocarlo. Hablando
un día con una mujer que había servido en casa, me dijo que trataba de poner
una casa de huéspedes o pupilos, y añadió: «Este es el mejor modo que veo para poder
quitar la vida». Admirada de oír tan extraña conclusión, la hice mil preguntas,
y comprendí que el quitar la vida era un sinónimo de buscar con qué vivir. Los
hombres en La Coruña no son mal parecidos; aunque se dice que los coruñeses son
los más morenos de Galicia, tienen, por lo general, hermosos colores. Visten
bien y tienen modales bastante finos. Las damas (excepto algunas pocas de la
alta aristocracia montadas por el gran tono), acostumbran a planchar sus
vestidos ellas mismas, calcetan, guisan si se ofrece y se emplean en casa en otras
mil faenas que una señora en mi país miraría como desagradable y que ni soñamos
jamás poder hacer. Por eso, las americanas pasamos en Galicia por perezosas,
holgazanas y poco aptas para el gobierno doméstico; y yo creo que es innegable que,
bien por efecto del clima, bien por la educación, somos, en realidad, las
cubanas por lo menos, más indolentes que las gallegas, y que rara mujer de
nuestro país se sometería con gusto a ahumarse por la mañana en la cocina y
pasar la noche con la calceta en la mano. En la clase del pueblo he admirado en
las mujeres de Galicia un vigor y fortaleza que resiste a los trabajos más
duros y al parecer más impropios del sexo.
Tumba del general Moore en el Baluarte de San Carlos |
Siguiendo la
costumbre que tengo de visitar el cementerio de toda población en que resido
algún tiempo, estuve a ver el de La Coruña. Es chico y desaseado. En el llamado
Baluarte de San Carlos vi la tumba del célebre general Moore, sencillo y
elegante, que me agradó mucho. Todos los ingleses que vienen a La Coruña
visitan con respeto la tumba de su malogrado compatriota; yo hice lo mismo sin
ser inglesa, y no me retiré de aquel sitio sin decir con emoción este verso de
un poeta moderno:
«Grata y
blanda esta tierra te sea
si es que
puede serlo nunca jamás
tierra extranjera...»
Labradores en plena faena cerca del camino de La Coruña a Santiago, siglo XIX |
Si no me engaña mi memoria en el
día, fue el 23 de marzo (de este año de 1838) cuando salimos de La Coruña para
Santiago en la diligencia, a las tres o cuatro de la madrugada. Son diez leguas
de camino nada grato, que hizo la diligencia en trece horas; pero teniendo que
llevar escolta, andaba despacio, y llegamos a Santiago, con un tiempo
lloviznoso, a eso de las cuatro de la tarde.
Continuará…
Notas de la redacción:
- La descripción que hace Gertrudis Gómez de Avellaneda de la ciudad, así como sus juicios críticos, son apuntes de sus observaciones personales. Pero los datos que ofrece acerca de la Torre de Hércules, los obtuvo, con toda certeza, a través de LA ESPAÑA SAGRADA, obra del Padre Flórez que estaba disponible, únicamente, en la biblioteca del Real Consulado de La Coruña en aquellos tiempos. (aun se conserva la citada obra y la biblioteca ¡existe!)
- La autora se refiere a la histórica biblioteca antes citada, lugar donde consultó revistas y periódicos, así como las obras de los románticos más notables de la época. En dicho gabinete compuso sus primeros seis poemas, y conoció a un jovencísimo Antonio Romero Ortiz que contaba entonces con dieciséis años, mientras estudiaba filosofía en la universidad de Santiago. En 1853, viviendo ya en Madrid, ambos protagonizaron una ardiente relación, cuyo epistolario testimonial fue dado a conocer en 1975 (¡122 años después!) por el historiador José Priego Fernández.
- Al finalizar la edición de las Memorias de 1838, el blog La Divina Tula editará la Autobiografía, documento escrito por ella misma en 1839, con el objeto de abrir su corazón y tratar de conquistar el amor del sevillano Ignacio de Cepeda. En la Autobiografía se esclarecen muchos aspectos sobre la etapa coruñesa de la autora que harán más comprensible las descripciones y juicios emitidos acerca de la ciudad.
Si desea ahondar al respecto, solicite información a través del mail ladivinatula@gmail.com, la redacción del blog se pondrá en contacto con usted inmediatamente.
Todo
lo reproducido en este post -salvo acotaciones y notas-, se ha tomado del original, ortografía y puntuación
incluidos:
Gertrudis
Gómez de Avellaneda: Biografía, bibliografía e iconografía, incluyendo muchas
cartas, inéditas o publicadas, escritas por la gran poetisa o dirigidas a ella y
sus memorias (páginas
261-266) Domingo Figarola Caneda,
notas ordenadas o publicadas por Emilia Boxhorn, SGLE, Madrid
1929.
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