agosto 29, 2012

MEMORIAS DE 1838 (XIII parte)

 
 



CUARTO CUADERNILLO
La Catedral de Sevilla (II parte, continuación)
 
por Gertrudis Gómez de Avellaneda
 
 
        Se sube a la capilla mayor por cuatro gradas de mármol blanco, siendo tanta la profusión de adornos, estatuas y pinturas, que se llenaría un volumen para detallarlas, querida Eloísa.
        Pasando, pues, por alto mil bellezas de esta capilla, diré algo de otras. Las laterales son nueve al norte y nueve al mediodía, y hay, además, cuatro pequeñas en los frentes de los brazos del crucero, todas con retablo y adornadas con lienzos de los más distinguidos pintores españoles. Otra obra de Murillo llama la atención muy particularmente en la séptima capilla o baptisterio, dedicada a San Antonio de Padua. Aun Ceán Bermúdez, que no particulariza en su descripción las pinturas, se extiende al hablar de este lienzo y ningún curioso visita la catedral que no se embelese delante de esta concepción admirable del genio del artista andaluz. Está figurado el Santo en actitud de arrodillarse, los brazos naturalmente extendidos para recibir al Niño Dios que desciende hacia él en una refulgente nube y en medio de multitud de ángeles. La expresión que forma la fisonomía del Santo es admirable, y según observa Bermúdez, es muy difícil dar una idea exacta del punto de perfección y gracia con que ha representado la belleza del Niño, la diafanidad de la nube y la perspectiva de un claustro que se percibe y cuya luz contrasta artificiosamente con el apacible oscuro de la escena. Hay en este cuadro pinceladas sublimes, y el admirador, embelesado delante de él, espera oír salir de los labios entreabiertos del Santo la expresión de respeto profundo y humilde adoración que revela su mirada.
 
 


La capilla principal tiene de largo 81 pies, 53 de ancho y 130 de alto; la entrada es por un arco de 87 pies de elevación, adornado con dos estatuas del tamaño natural; un zócalo rodea toda la fábrica, y sobre él se levantan ocho grandes pilastras abalaustradas, con capiteles arbitrarios, que forman siete espacios, en que se divide la capilla con su cornisamento. En los dos primeros espacios están los magníficos sepulcros de la reina Doña Beatriz y del rey Don Alfonso (sic) el Sabio, uno enfrente del otro y ambos enteramente iguales. El cuerpo del santo rey Don Femando se encierra en una urna de plata dorada, con hermosos adornos a la romana, y también se conservan en esta capilla los cuerpos de la bella Doña María de Padilla, del desgraciado Don Fadrique y otros Infantes.

En la cabecera de una nave, al lado del Evangelio, está una capilla, cuya altura y latitud son iguales a la de la misma nave; consta de dos cuerpos, jónico y corintio, con medias columnas y un ático por remate; está enriquecida con nueve lienzos del célebre Zurbarán, y hay en la misma nave otras capillas, todas bellísimas.
        Las segundas naves tienen cuatro puertas en sus extremos, y en las cabeceras hay unos vestíbulos del ancho de las naves, del alto de las capillas laterales y del fondo de las de San Pedro y San Pablo, con sus arcos y ánditos. Están adornados con altares, pinturas y estatuas.
 
 
 

La sacristía de los cálices es muy sencilla y adornada igualmente con lienzos de mucho mérito y de sobresalientes artistas. Pero la sacristía mayor, sobre todo, es magnífica: tiene 66 pies de largo, otro tanto de ancho y 120 de altura, y sería empresa difícil y prolija describir todo lo que contiene de rico y magnífico esta sacristía, la cual tiene, además, tres capillas u oratorios al lado del sur, a las que se sube por gradas de mármol. En un patio pequeño y cercado, que tiene comunicación con ellas, se custodian infinitas alhajas de oro, plata y piedras preciosas; la sala capitular es de figura elíptica y tiene 54 pies de largo y 34 de su mayor anchura; el pavimento es de mármol de varios colores, guardando en el diseño la forma del edificio. Está en el frente la silla del prelado, de maderas preciosas, cuyo respaldo figura un cuerpo dórico, con dos columnas y frontispicio, sobre el cual descansan tres estatuas de las virtudes teologales. Circunda la pieza un espacio de once varas de alto, vestido en el verano con colgaduras de damasco carmesí, y en invierno con terciopelo. Termina el citado espacio con una cornisa dórica, y sobre ella se eleva un cuerpo jónico de 15 pies de altura, con pedestales y otras tantas columnas estriadas. La multitud de pinturas y otros adornos de esta pieza impide dar de ellos una descripción individual, limitándome a decir que es la más suntuosa, rica y magnífica de esta clase que se conoce en España.
 
 
 
 
Paso por alto el antecabildo, que pudiera muy bien servir de sala capitular a las primeras catedrales, por su capacidad, su buena forma y la magnificencia con que está adornado. Nada digo tampoco de la contaduría mayor, pieza que consta de 28 pies de largo y 24 de ancho, pues, ¿a dónde iría a parar si todo lo quisiera detallar? El sagrario tiene por fuera, de norte a mediodía, 205 pies de largo, y su retablo mayor costó 122,7390 reales (sic).
       Si quieres una descripción más detallada y completa, Eloísa mía, proporciónate la de Ceán Bermúdez (1), que es la que me ha servido de guía (como ya te he repetido) al trazar este bosquejo.
 
 
 
 
Es tanto lo que puede decirse, y tanto lo que se ha dicho de esta gran obra, que yo, pobre de mí, sin genio ni conocimientos de artista, nada me atrevo a añadir. Acabaré mi compendio observando que en una de las puertas de la catedral, que sale a la Lonja, se ve en la pared la hercúlea figura de un colosal San Cristóbal, que tiene 33 pies de altura, obra del pintor romano Mateo Pérez de Alesio; dice Espinosa, en su teatro de la iglesia de Sevilla, que costó esta pintura 14.000 ducados.
 
 Continuará...
 
(1) «Descripción artística de la catedral de Sevilla», por don Juan Agustín Caén Bermúdez, Sevilla. 1804. 8.0
 
Nota de la redacción:
Todo lo que se reproduce en este post -salvo acotaciones y notas-,se ha tomado del original, ortografía y puntuación incluidos: Gertrudis Gómez de Avellaneda: Biografía, bibliografía e iconografía, incluyendo muchas cartas, inéditas o publicadas, escritas por la gran poetisa o dirigidas a ella y sus memorias (páginas 287-289) Domingo Figarola Caneda, notas ordenadas o publicadas por Emilia Boxhorn, SGLE, Madrid 1929.



 

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