Vista general de Sevilla, S. XIX |
TERCER CUADERNILLO
Andalucía
Sevilla
[de infarto estético...]
[de infarto estético...]
No me acuerdo fijamente
qué día salí de Cádiz: sería el 17 o el 18 de abril. Lo cierto es que tomamos
el vapor Península a la una, después del mediodía, y llegamos a Sevilla a las
doce de la noche. Siete meses han cursado después de aquel día; de ellos he
pasado cerca de tres en la villa de Constantina (de la cual te hablaré después) y, a mi vuelta a Sevilla, la he
hallado más hermosa de lo que me pareció en el mes y medio que pasé en ella
antes de marchar a Constantina.
Está situada
esta ciudad en la parte oriental del Guadalquivir, a cuyas encantadas orillas
se levanta, altiva y majestuosa, como una reina, coronada de sus gigantescos
edificios. No presenta, ciertamente, la vista risueña de Cádiz; su aspecto es
noble e imponente, y tal cual corresponde a su antigüedad e inmemorial grandeza.
Vista general de Sevilla en 1830, nótese el puente sobre barcas sustituído en 1846 por el conocido Puente de Triana. |
Sevilla es muy grande: solamente los tres arrabales, de
la Macarena, Triana y San Bernardo, pudieran llamarse cada uno de ellos una
población regular. No sé positivamente el número de almas que encierra Sevilla;
pero juzgo que debe exceder a cien mil. Los arrabales se comunican con la
ciudad por medio de un puente de barcas, que dicen ser de los mejores en su
clase, y la muralla, obra de los romanos, es muy grande y tiene ciento sesenta
y seis torreones y catorce puertas o postigos.
No podré
encarecerte, por más que diga, el encanto que tiene esta Sevilla, en cuyas
arabescas calles, angostas y torcidas, como son en lo general, parece que se
encuentra siempre el atractivo de la novedad, aunque se vean diariamente. Estas
casas, tan irregulares la mayor parte, son, sin embargo, deliciosas, y no hallo
nada tan novelesco y encantador como sus patios, de pavimento de loza o mármol,
rodeados de graciosas columnas e iluminados tan esmeradamente en las noches del
verano; de cada uno de ellos se exhalan mil purísimos aromas, de la diversidad de
flores que acostumbran a poner en jarrones de porcelana, alrededor de las
fuentes que hay en los patios, y cuyo agradable ruido de aguas es una fruición
en este ardiente clima. No podré, seguramente, darte una explicación, amable
prima, del orden de estas casas y la situación de sus arabescos patios, pues no
te figures que son éstos como los de nuestro país. En Sevilla, los patios
ocupan el lugar que en las casas de Puerto-Príncipe tienen las llamadas salas,
y, por supuesto, se ven perfectamente desde la calle.
Típico patio sevillano con fuente interior y repleto de flores en jarrones de porcelana |
Aquí, cada casa
tiene habitaciones altas y bajas; las primeras, para invierno; las segundas,
para verano; las altas tienen balcones; las bajas, grandes ventanas de hierro,
que en la buena estación se ven abiertas siempre por las noches, dejando a la vista
de los que pasan por las calles los magníficos muebles con que se adornan las
salas de verano. Parece hermosísima Sevilla entonces, iluminadas todas las
casas, abiertas todas sus lujosas tiendas y cruzándose por las calles una
multitud de gente que sale a respirar el ambiente puro de la noche, después de
un día abrasador: porque te aseguro que no creo exceda el calor de Cuba al que
se siente en esta ciudad durante el verano, y aun en septiembre. El paseo en
dicha estación es, por tanto, de noche solamente, y la gente de tono,
regularmente, concurre de las diez en adelante.
Fuente central en un paseo sevillano de mediados del S. XIX |
En el centro de
la ciudad está la plaza llamada del Duque, que es el lugar preferido para este
paseo nocturno ¡Qué alegre es, qué bello! Le notan ser demasiado pequeño este
paseo para una población tan grande; pero, digan lo que quieran, el Duque es
hechicero. Tiene cuatro o cinco calles de árboles; en medio, una hermosa
fuente, de figura piramidal, y está constantemente de noche perfectamente
alumbrado. A sus alrededores se sitúan los aguaduchos, que ofrecen a los
paseantes sus vasos de cristalina agua, con blancos y esponjosos panales de
azúcar; ricas limonadas, horchatas, etc. También, como en Bordeaux, acuden aquí
al paseo los vendedores de dulces y frutas, y los jóvenes obsequian con esto a
sus queridas.
Maja / Majo. Escuela sevillana, Siglo XIX. Óleos sobre lienzo 199 X 99 cm |
Allí se ven los
elegantes de ambos sexos; ellas, con sus vestidos ligeros y escotados, libre la
cabeza de sombreros y mantillas, pues son muy pocas las que suelen ir con una u
otra cosa al paseo del Duque, aunque de día ninguna se dispensa de ello, y los
hombres, con sus levitas cortas, sus pantalones de lienzo y sombreros de paja,
puestos con toda la gracia andaluza. También acontece alguna vez que se vean
varios caprichosos con su sombrerillo calañés y su vestido de majo. Allí se
forman relaciones y se concluyen otras; allí se proyectan las pequeñas intrigas
para deshincar a una amante; allí se critica y se galantea; allí se dan las
citas, etc., etc., pues el Duque es entonces el centro de la animación y el compendio
de toda la sociedad de Andalucía, con todos sus vicios y atractivos.
La muy animada Feria de Sevilla en sus inicios. Siglo XIX |
Entonces no hay teatro ni tertulia:
no hay más que el Duque; para el Duque se guarda todo, y él solo parece que
basta a llenar todos los votos ¡Pasó ya tan bella estación! Los últimos días de
septiembre fueron los últimos días del Duque; los árboles han perdido sus hojas;
aquel recinto tan animado, está desierto; los patios no se ven ya, y Sevilla no
se diferencia de cualquier otra ciudad grande de España. Pero no, Eloísa, no es
así: mi aversión al invierno me hace injusta. Sevilla es siempre seductora, y
ni los vientos, ni las lluvias, ni las nieblas [tristonas] que acompañan a esta
estación de muerte, pueden oscurecer enteramente su sol brillante y su puro cielo.
Aún gozamos aquí, no obstante que escribo estas líneas el 4 de diciembre, días
muy bellos y noches apacibles, aunque largas y frías, y, hasta el presente, son
pocos los rigores del invierno, bien que aún no hace más que comenzar, y no
sabemos cómo será en enero. Creo que no llegará nunca a ser tan rígido como el
de Galicia ¡Feliz, empero, el país privilegiado donde reina un eterno verano y
cuyos árboles jamás ha osado el invierno despojar de sus galas! ¡Feliz Cuba,
nuestra cara Patria, y feliz tú, Eloísa, que no has conocido otro cielo que el
suyo!
Siempre que he
asistido a la representación del drama de Casimir de la Vigne intitulado Marino Faliero, he oído con indecible conmoción
la escena del primer acto y he prestado tanta atención a lo que el autor pone
en boca de Fernando, que conservo en la memoria algunos trozos, aunque no
ningún discurso seguido: déjame decirte algunas palabras, y tú comprenderás la simpatía
que dicha escena me inspira.
Retrato de Gertrudis Gómez de Avellaneda por Antonio María Esquivel, Sevilla 1840. |
¡Oh, patria! ¡Oh,
dulce nombre, que el destierro sólo enseña a apreciar! ¡Oh, tesoro que ningún
tesoro puede reemplazar!...Yo he visto los trémulos rayos del sol reflejar en
su golfo, yo he paseado su margen encantadora, yo he respirado su ambiente
puro... y el cielo de otros países no es cielo para mí.
Volvamos a Sevilla.
Hay más de
veinte plazas: la de la Constitución es muy hermosa, y lo son también otras
varias. La calle de Francos, la de la Sierpe, el barrio del Duque, la calle de
Compañía, la de la Plata, la Venera, las Almas, el Teatro, Génova, el Ángel y
la Muela, todas son calles principales; las dos primeras pertenecen casi
exclusivamente al comercio. Son buenas también, aunque menos concurridas: la
Laguna, Los Tiros, San Andrés, San Pedro Alcántara, las Capuchinas, San Lorenzo
y otras infinitas. Toda calle próxima al Duque, se reputa principal.
Escena andaluza. 1849, óleo sobre lienzo 52 X 74 cm, Joaquín Domínguez Bécquer |
El paseo llamado de las Delicias, que es muy frecuentado en las mañanas de primavera, temprano, merece el nombre que tiene; es verdaderamente delicioso. Sus vastos y primorosos jardines, sus alamedas, sus bosques de naranjos, todo es bello en este paseo, que se presenta con un aire de fiesta en la margen pintoresca del Guadalquivir.
Tampoco puedo
dejar de nombrarte el magnífico Salón de Cristina, paseo predilecto en las
tardes de primavera y mañanas de invierno; pero pasaré por alto otros, pues son
muchos y buenos los paseos de Sevilla.
El Teatro
Principal, único que he visto y único, según creo, que se conserva en buen
estado, no es gran cosa; tiene tres órdenes de palcos: los bajos o plateas (que
son los más estimados por las elegantes), los palcos principales y los
segundos. Encima de estos últimos está la galería, que llaman también cazuela y
tablillas, y aun otros le dicen gallinero. Es de advertir que estas damas
sevillanas han establecido por moda el económico capricho de preferir la
galería a los palcos.
Sevilla desde la Cruz del Campo. Óleo sobre lienzo. Joaquín Domínguez Bécquer, 1854 |
Las calles de
esta ciudad no están muy bien empedradas, pero tienen aceras de loza para la
comodidad de los que andan a pie, que son la mayor parte, pues aunque hay
coches, tílburis y carretas, estos carruajes son pocos, como que creo puedo asegurarte
no llegan a la mitad de los que existen en Puerto Príncipe, a pesar de la
diferencia de las dos poblaciones. Los carruajes se miran aquí como un renglón
del mayor lujo, y, por tanto, no los tienen sino los más ricos propietarios.
Ahora quiero
decirte algo del célebre Alcázar, aunque con el pesar de no tener ningún libro
en mi auxilio para la descripción de este edificio y no hallarme capaz de darte
ni una ligera idea de su mérito artístico.
Continuará…
Nota
de la redacción:
Todo
lo reproducido en este post -salvo acotaciones y notas-, se ha tomado del
original, ortografía y puntuación incluidos: Gertrudis Gómez de Avellaneda: Biografía,
bibliografía e iconografía, incluyendo muchas cartas, inéditas o publicadas,
escritas por la gran poetisa o dirigidas a ella y sus memorias (páginas
275-279) Domingo Figarola Caneda,
notas ordenadas o publicadas por Emilia Boxhorn, SGLE, Madrid
1929
Fuentes iconográficas consultadas y utilizadas:
¡Y por fin Sevilla! Posiblemente la mejor y más completa descripción de la ciudad, realizada en la primera mitad del siglo XIX.
ResponderEliminar¡De infarto estético!
Muy fresca esta memoria en la que la Avellaneda no pierde detalle, fue una cronista magnífica con habilidad para describir entornos, gentes, sus usos y costumbres. Especialmente en esta de Sevilla me deleita como "salta" de la calle al patio, el modo en que los conecta, directamente, observando con solo dar una ojeada, el vínculo del patio sevillano y su vida doméstica con el latir de la ciudad, del espacio público. Patio y ciudad novelesca, de novela y fabulación.
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