CUARTO CUADERNILLO
LA CATEDRAL DE SEVILLA (I parte)
Principiado en Sevilla, el 8 de diciembre de 1838.
A la
señorita doña Eloísa de Arteaga y Loinaz, su amiga y prima,
Gertrudis
Gómez de Avellaneda.
«¿ No ves,
no ves la majestuosa torre
que aun hasta
el cielo su soberbia frente
pretende
levantar ?... … … … »
Montadas.
Permite, hermosa amiga, que al comenzar la descripción
de la catedral de Sevilla, ponga, a manera de epígrafe, estos versos que me han
venido a la memoria y que son de un joven de esta ciudad que se va dando a
conocer ventajosamente por su afición a este ramo de literatura, y déjame
después hacerte mi compendio.
No de otro modo (dice Ceán Bermúdez), que cuando se
presenta en el mar un navío de alto bordo empavesado, cuyo palo mayor domina a
los de mesana, trinquete y bauprés, con armoniosos grupos de velas, banderas y
gallardetes, aparece la catedral de Sevilla desde cierta distancia,
enseñoreando su alta torre y pomposo crucero a las naves y capillas que le
rodean con mil torrecillas, remates y chapiteles.
Pero dejemos a un lado las comparaciones, y vamos,
Eloísa mía, a hablar un ratito de la grande obra de Sevilla, sin preámbulos ni
exageraciones. Está situada la catedral al mediodía de la ciudad, y se le
agregan por el lado del norte el Patio de los Naranjos con sus oficinas y el sagrario
nuevo con su sacristía; por el este, la torre o Giralda, la capilla real y la
contaduría mayor, y por el sur, la sala capitular, la sacristía mayor, la de los
calis y la que llaman el muro.
Mucho habrás oído nombrar la Giralda; es obra, según
opinión de muchos escritores (a la cual parece se inclina también Ceán
Bermúdez, cuyo libro tengo a la vista), de un moro llamado Gener, Hever o cosa
muy parecida, por los años de 1000. Está esta gran torre, con su atrevida
elevación, casi exenta, pues según observa el escritor que copio, aunque se le
arrima la capilla de la Granada, no le sirve de apoyo por ser baja y fábrica de
poca consideración. Es de piedra de sillería, en un estado de hombre desde el
suelo, y lo restante de ladrillo, siendo todo este primer cuerpo sin
disminución, de cuatro frentes iguales de 50 pies de ancho cada uno. A la
altura de 87 pies comienzan las axarcas
o adornos arabescos, que le dan hermosura y novedad, y más abajo las ventanas o
axímenes con arcos de diferentes formas.
No están las ventanas a un andar en las cuatro
fachadas, porque se van elevando en proporción de lo que se va subiendo, por
manera que hay una en cada relleno de las cuestas para que descanse el que sube
y se asome a la calle ¡Qué parece Sevilla, amable amiga, vista desde las últimas
de estas ventanas! Entonces se conoce toda su gran extensión y se me figura una
araña con muchos pies. La puerta es tan pequeña que apenas cabe una persona, y
luego que se entra, se encuentra con un vano cuadrado que llega hasta más
arriba de las campanas, sin menguar nada de su ancho en toda su prodigiosa
altura; en él hay algunas habitaciones, unas sobre otras, a trechos, para el
alcaide y campaneros. Entre este vano y las cuatro paredes exteriores está la
subida por treinta y cinco cuestas formadas sobre bóvedas, y es de tanta
comodidad, que se puede subir a caballo. Veinticinco campanas están en el
extremo del primer cuerpo, y termina éste en un antepecho balaustrado, con
jarrones de azucenas en los ángulos.
Desde las campanas hay cien pies, repartidos en tres
cuerpos: el primero tiene el mismo ancho cuadrado que el vano del otro primer
cuerpo, y sirve como de zócalo a los otros dos, acabando con un antepecho
calado. En el hueco de este zócalo' está el reloj, que ha trabajado fray José
Cordero después de la mitad del siglo XVIII, obra acabada y exacta. El segundo
cuerpo es también cuadrado, pero muy ligero, con columnas dóricas, bóveda y
cornisamento, y remata en otro antepecho. El tercer cuerpo es jónico y
esférico, y tiene pilastras y ventanas entrelargas. Lo cierra un airoso copulino con una gallarda estatua de bronce dorado sobre un globo
del mismo metal; representa la Fe, y se llama vulgarmente Giralda o Giraldilla,
sin duda porque gira alrededor sobre un perno de hierro movido del viento, que
bate en el gran lábaro que tiene en la mano derecha, sirviendo de veleta y
gobierno a toda la ciudad. Pesa 28 quintales y consta de 14 pies de alto.
Tal es, Eloísa, esta gran torre, ese coloso aéreo que
Bermúdez compara al palo mayor de un navío de alto bordo, y que otro escritor
francés moderno y eminentemente romántico dice que se asemeja a la orgullosa
palma que domina al desierto.
El Patio de los Naranjos no conserva de la
arquitectura árabe más que los robustos muros que le rodean por oriente y
norte, desde la torre hasta el sagrario nuevo, resto de la antigua mezquita
construida por orden de Josef Abu-Jacob el año de 1171 y convertida en catedral
por San Fernando, después de la conquista de Sevilla. En este patio me
sorprendió la noche en una de las últimas tardes de verano. Las personas que me
acompañaban vagaban esparcidas, examinando varios sitios de la catedral, y yo,
sentada junto a la fuente que se levanta en medio de aquel recinto silencioso,
respirando el perfume de los naranjos, cuyas copas espesas y oscuras eran
apenas, por intervalos, estremecidas al soplo débil de la brisa nocturna, me
abandonaba a un sentimiento indefinible de tristeza y embeleso. Miraba sobre mi
cabeza el cielo azul y espléndido de Andalucía, que ya empezaba a tachonarse de
estrellas, humedecía en el agua de la fuente mis manos, que ardían, y las
llevaba luego, maquinalmente, a mi frente; respiraba con una especie de avidez el aire balsámico de la noche, y sentíame una propensión invencible al sueño. Si la compañía no
hubiese llegado a interrumpir aquel embelesador letargo, si no me arrancasen,
por decirlo así, de aquel sitio encantado, y hubiera podido dormir allí, en el
Patio de los Naranjos, junto a aquella fuente, bajo aquel cielo venturoso, mis
ensueños habrían sido, indudablemente, dulcísimos. En sueños de esta clase es
que las almas ardientes, los poetas, los amantes, han encontrado amores
eternos, seres perfectos, venturas celestiales. Pero yo... yo salí del Patio de
los Naranjos con el pesar de no haber podido soñar una vez todavía en mi vida
esas brillantes ilusiones que se desvanecen como el humo al triste despertar.
En aquella noche escribí varios cuartetos endecasílabos, algunos de los cuales
te mando después. El Patio de los Naranjos despertó por un momento mi poesía;
me hizo desear ilusiones, y hablaba mi corazón cuando tracé en el papel.
¡ Ilusión
celestial !Ante mis ojos
cayó
rasgado tu fulgente velo
y una
tierra pisé llena de abrojos
en vez de
blando y matizado suelo.
Tiene la iglesia de la catedral, de oriente a
poniente, 338 pies geométricos (según Ceán Bermúdez), y de ancho, de norte a
sur, 231, y la planta es cuadrilonga. Subdivídese
el largo dando 40 pies a cada una de las ocho bóvedas que están en las naves
laterales ; 59 al crucero en su ancho, y 20 a cada una de las capillas de San
Pedro y San Pablo, que suman las 338, sin contar la capilla real, que sale fuera
del cuadrilongo.
También subdivide el ancho, dando 59 pies del crucero
a la nave del medio; 39 y medio a cada una de las cuatro laterales, y 37 a las
capillas. Da, asimismo, a estas capillas, 49 pies de alto, 96 a las naves de
los lados y 134 a la principal, dejando reducido el cimborrio a sólo 143 y
medio. Treinta y seis pilares, que son otros tantos grupos de columnas
delgadas, y que tiene cada una 15 pies de diámetro, y otro gran número de medio
pilares arrimados a los muros, sostienen 78 bóvedas de piedra de la cantera de
Jerez dé la Frontera, como lo es toda la iglesia por dentro y fuera. El
pavimento es riquísimo, todo de mármol, y los ornamentos interiores de la
iglesia sencillos y elegantes cuanto pueden serlo en la clase de arquitectura
gótica a que pertenecen. Tiene nueve puertas, tres a poniente, dos a levante,
tres al norte y una al mediodía, siendo la principal la que está en medio de
las de poniente. Las vidrieras son 33, de colores; en algunas hay pinturas de
mérito.
El respaldo de la capilla mayor es un muro de piedra,
que rodea la sacristía por el frente de la capilla real, adornado ricamente con
labores de gusto gótico y coronado con doseles muy delicados. Sobre todo sobresale
allí y se admira una magnífica pintura de Murillo, que representa el nacimiento
de Nuestra Señora. Yo he hallado, mirando este cuadro, muy natural y justo el
entusiasmo de los sevillanos por este célebre artista, y he celebrado al joven
poeta que le ha consagrado sus más bellas inspiraciones:
¡Murillo,
bendición, cantor sublime!
Tú eres la
gloria de la patria mía:
el sol de
Andalucía
que su
fervor hasta en el rudo imprime,
miró tu
cuna, se encerró en tu frente,
brilló en
tu refulgente
paleta,
embelesando el mundo (sic)
que vio
admirado tu saber profundo.
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Eterna
gloria
te ofrece
el orbe entero entusiasmado,
Murillo
encantador; pero, ¡ay! que sorda
a ti llegó
también la avara muerte
y rompió
tu pincel con ceño airado.
José
Amador de los Ríos.
Continuárá...
Nota de la redacción:
Todo lo que se
reproduce en este post -salvo acotaciones y notas-,se ha tomado del original,
ortografía y puntuación incluidos: Gertrudis Gómez de Avellaneda: Biografía,
bibliografía e iconografía, incluyendo muchas cartas, inéditas o publicadas,
escritas por la gran poetisa o dirigidas a ella y sus memorias (páginas
283-287) Domingo Figarola Caneda, notas ordenadas o publicadas por Emilia
Boxhorn, SGLE, Madrid 1929.
Estar en la catedral de Sevilla, ante cualquiera de sus puertas, en sus claustros, naves, patios, es una experiencia pocas veces igualable. Minuciosa la descripción que hace la Avellaneda del recinto, cual estudioso de su arquitectura; bellísima y sensual la del Patio de los Naranjos. Y atrapa algo que en Sevilla, sobre todo en sus noches, es una certeza: su "balsámico aire", aquel aroma intensamente cálido venido del naranjo y el jazminero, noche cuajada de perfume y estrellas.
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