Infame raptor
Pietro Biollecare es apresado
Pietro Biollecare es apresado
- II -
Al siguiente día a las diez de la
mañana atravesaba el Mercado (largo del Mercato), y se dirigía a la
casa de Dainville, situada hacia el principio de la calle conocida con el
nombre de Vico del Sospiro, porque desde ella alcanzaban a ver los reos
condenados a la última pena el instrumento del suplicio, que de tiempo
inmemorial tenía su asiento en aquella plaza.
Angelo se detuvo un momento mirando el paraje en que
era costumbre levantar cuando llegaba el caso aquel signo terrífico de las
ejecuciones, y si algún extranjero le hubiese visto entonces preocupado al
parecer con un hondo pensamiento, habría imaginado, juzgando por sus propias
impresiones, que el corazón del agente se conmovía al recuerdo de las agonías
sin número de que había sido testigo aquel sitio formidable, donde en otros
tiempos estaba permanente la horca.
En efecto ¡cuántas memorias no puede
despertar el largo del Mercato! ¡De cuántos grandes sucesos no ha sido
teatro! Allí terminó su acibarada vida la ilustre víctima del inexorable
Carlos, el infortunado Coradino; allí también fue inmolado Federico de Austria;
allí, en fin, se verificaron las principales escenas de la célebre revolución
que tuvo por jefe a aquel hombre extraordinario que en las tempestuosas y
últimas horas de su existencia recorrió con rapidez increíble toda la extensa
escala de los destinos sociales, desde pescador hasta jefe del Estado (1).
Masaniello, Giusseppe Mazza. Óleo sobre tela, 94,5 X 123 cm.
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Y si la imaginación se desvía de las
imágenes de lo pasado que la vista de aquella plaza despierta en la memoria,
¿cómo no fijarla en el espectáculo singular que allí presenta siempre una clase
excéntrica en la humanidad, extranjera a la civilización, y cuyo retrato
pudiera parecernos un capricho de la fantasía a no tener tan cerca el original?
-Los Lazzaroni abundan
constantemente en la plaza del mercado, como sitio de los más concurridos, y a
todas las horas del día se escuchan allí sus melancólicos cantos.
Sin embargo, no eran aquellos seres
únicos en su especie, ni los grandes sucesos que se ofrecían a la memoria los
que motivaban la suspensión de Rotoli. El rencoroso italiano coordinaba en
aquel instante el plan que debía seguir para satisfacer su venganza, y mirando
el sitio destinado al suplicio, con sensaciones de temor y de esperanza, se
decía a sí mismo: «¡Si consiguiese ver figurar en él al ingrato Pietro!».
«Ánimo, Rotoli -añadía-, el coronel está ciego de amor y de celos, y todo
depende de que tengas el necesario talento para hacer que sea en su juicio una
certeza absoluta lo que sólo es en el tuyo una ligerísima e infundada
sospecha».
Entró resueltamente en la casa del
coronel al terminar estas reflexiones, y no tardó en ser conducido al aposento
de aquél, que sin duda había pasado mala noche, pues aún estaba en cama y con
el rostro algún tanto macilento.
-Ninguna, ilustre coronel, ninguna
que pueda agradaros. Sólo sé que su raptor es, como había sospechado, el infame
Pietro.
-Por confesión de su mismo padre,
excelentísimo: que sobre flojo e inepto es un viejo infeliz, más pobre que Amán
y más tonto...
-Adelante, amigo, adelante por Dios;
pues me van pareciendo insufribles vuestras eternas digresiones.
-Vuestra excelencia tiene razón; es
una manía que no han podido quitarme todos los esfuerzos de mi perla.
-De Biollecare el viejo querrá decir
vuestra excelencia, ¿no es esto? Del raptor de vuestra sobrina. Es que con
quien yo he hablado es con su padre Giuseppe, el viejo Giuseppe Biollecare, que
fue marino en su juventud, después labrador y últimamente no es nada ni tiene
sobre qué caerse muerto. ¿No le conoce vuestra excelencia? Es un hombre cargado
de años; pero que aún pudiera ganar el pan, si no fuese tan holgazán como su
hijo: no es con todo un pícaro como Pietro; ¡eso no!, el viejo Giuseppe pasa
generalmente por buen sujeto, honrado, leal y religioso, aunque en razón de su
miseria haya contraído algunas deudas y...
-Voto a sanes, señor Angelo, que si
continuáis esa maldita relación, os haré echar de mi casa y jamás volveréis a
atravesar sus umbrales. ¿Qué diablos me importan las noticias que me estáis
dando?
-Perdón, excelencia, perdón os pido
con el mayor rendimiento; yo pensaba que escucharíais con gusto los
antecedentes que en mi pobre juicio parecían ventajosos a la aclaración del
caso que nos ocupa: comprendo ya mi error y seré breve. Sabed, pues, nobilísimo
coronel, que aquel buen viejo, que no es capaz de una mentira, y lo mismo su
hija María, que parece excelente muchacha, me han dicho con lágrimas en los
ojos que el pícaro Pietro falta de su casa hace tres días con hoy. Atended a
esto, señor Arturo; ¡tres días! Es decir, que salió de su casa antes de ayer,
sin duda para rondar cerca de la mía, acechando el momento favorable de
ejecutar su perverso designio, como lo consiguió desgraciadamente en la noche
última. El anciano me ha dicho que se llevó consigo su escopeta y su cuchillo
de monte; pero que no tocó al poco dinerillo que tenían. ¡Dios sabe cómo se
proporcionaría metálico el desalmado!
-¿Es verdad lo que decís, señor
Angelo? -respondió Dainville-, mirad bien cómo habláis, pues hacéis nacer en mí
tan vehementes sospechas contra ese mozo, que si le calumniaseis...
-¡El bienaventurado San Giovanni me
favorezca! -exclamó santiguándose el italiano-. Vuestra excelencia puede ir a
ver al viejo Giuseppe y oirá de sus labios cuanto acaban de articular los míos.
-¡Y qué! -gritó con exaltación el
francés-, ¿no os habéis quejado ante los tribunales de justicia? ¿No habéis
todavía acusado solemnemente al infame raptor?
-Lo he hecho, señor Dainville, lo he
hecho; pero poco puede esperar un infeliz como yo, cuando no le protege algún
amigo poderoso.
Mirábale Rotoli con ojos
centelleantes de placer, y allá en sus adentros se decía: «Aquel ingrato va a
pagármelas todas; es hombre perdido».
Y luego, como para sosegar su
conciencia que acaso no estaba todavía completamente muerta, añadía: «Así como
así, él no podía parar en bien. Además nadie puede decir con justicia que yo le
haya calumniado, pues cuanto acabo de asegurar es la pura verdad. Mi única
falta consiste en haber inventado que anoche Pietro amaba a mi sobrina, y en
fingirme ahora íntimamente convencido de que él es un raptor, cuando lo cierto
es que no tengo en qué fundar semejante sospecha, y que harto temo encontrar en
el verdadero culpable un rango muy superior al de Pietro».
-Lo he visto, excelencia; lo he
visto esta mañana, y según esperaba, me ha ofrecido su auxilio; ¡pero ah!, el
pobre camarada no conoce a Anunziata y dice que no recuerda casi nada la figura
de Pietro.
-Os ruego, amigo Rotoli, que
depongáis vuestra habitual cautela, y pues se trata de un asunto que tanto nos
interesa, olvidad que habláis con el coronel Dainville, emparentado con
personas cuyos cargos públicos os amedrentan; así como yo olvido que es un
bandolero el hombre que os permito mencionar en mi presencia.
-Hablo a vuestra excelencia con toda
la franqueza que me inspira su indulgencia, que no se desdeña de oír el nombre
del pobre proscrito; pero es muy cierto que jamás, que yo me acuerde al menos,
he visto a Espatolino en mi casa. No quería yo, señor Dainville, que sospechase
mi perla que yo tenía la menor comunicación con el terrible sujeto a cuyo solo
nombre temblaba la pobrecilla como la hoja de un árbol azotado por el viento, y
hasta hoy no conocía el bandido la existencia de mi perla. No pocas veces me
había dicho que aseguraban gentes del país haber visto en mi casa una linda
mujer que era mi hija o mi sobrina; pero se lo negaba constantemente, pues
excepto vuestra excelencia no quería yo conociese ningún hombre el peregrino
tesoro que guardaba en mi casa.
-Celebro vuestra prudencia -dijo
Arturo-, pero quisiera saber todo lo que os ha dicho Espatolino respecto al
encargo que le hicisteis de descubrir el paradero de Anunziata.
-Me dijo que haría cuanto posible
fuera, aunque tenía la gran desventaja de no conocer ni al robador ni a su
víctima.
Su turbación nacía de que callaba la
parte más interesante de su conversación con el bandido. Espatolino le había
asegurado que a cierta hora de la noche que convenía admirablemente con aquélla
en que se descubrió la desaparición de la doncella, algunos de sus compañeros
que vagaban por las cercanías de Nápoles hacia el lado de Resina, habían visto
pasar varios hombres a caballo escoltando a una mujer que al parecer no iba por
gusto suyo en aquella compañía; que los ladrones no se habían atrevido a
asaltarles viendo la superioridad del número; pero que pocos minutos después
aparecieron en la misma dirección otros dos hombres montados, y detenidos por
ellos al instante, dijeron ser criados de un rico caballero hacendado en Resina
y Puzzol, al cual iban siguiendo. Según la relación de Espatolino, no se
limitaron a éstas las explicaciones que de boca de aquellos hombres obtuvieron
sus compañeros, pues también supieron que ignoraban dichos criados quién fuese
la dama que acompañaba su amo; que no conocían mujer ninguna en su familia, y
que aquélla con la cual se dirigía a Puzzol no había estado en su compañía
hasta aquella noche.
Tales datos no hubieran sido sin
embargo de gran valor, a no mediar una circunstancia, que si la ignoraba el
bandido la conocía perfectamente Rotoli, y era que hacía algunas semanas
conoció a la doncella un noble y rico señor, en unas fiestas de Ischia, y que
desde entonces le había visto Rotoli vagar algunas veces por los alrededores de
su casa, atisbando las ventanas de la habitación de Anunziata. Dicho señor
tenía casas en Resina y en Puzzol, como de su amo habían dicho los dos criados
a los ladrones, y el agente de policía, apreciando debidamente tan vehementes
indicios, se guardó bien de comunicarlos a Dainville, cuyas sospechas le
convenían hacer recaer sobre el infortunado hijo de Giuseppe.
Ambiente en una calle napolitana, siglo XIX |
Acabó de vestirse el coronel, y
salió con Rotoli resuelto a no perdonar medio alguno para descubrir el paradero
de Pietro. En efecto, los más activos gendarmes se repartieron aquella misma
mañana en diversas direcciones, después de pedir al agente puntuales señas de
la víctima, y sus diligencias fueron tan eficaces y felices que en aquella
noche fue capturado el infeliz Pietro en una fonda de Marigliano, y al día
siguiente se vio en la presencia de Arturo; pues habiendo comprendido el grande
interés que tomaba en aquel asunto el joven coronel, se apresuraron los
gendarmes a darle un irrecusable testimonio de su activa diligencia en
servirle.
Estaba Rotoli con el militar francés
cuando fue presentado a éste, atados entrambos brazos con gruesos cordeles, el
mozo Biollecare, cuyo rostro expresaba la más violenta desesperación.
-¡Desventurado! -le dijo con severo
acento Arturo-, después que por su orden se hubieron retirado los gendarmes.
¿Pensaste que tu crimen quedase desconocido o impune? Cuando te cubrías delante
de mí con una máscara de honradez y acusabas al hombre bajo cuyo techo halló un
asilo tu vida vagabunda, ¿esperabas engañarme tan completamente que cerrase los
ojos a las evidentes pruebas del atentado que meditabas?
Hizo una breve pausa durante la cual
apenas respiraba Rotoli, temiendo que el acusado alcanzase a producir razones o
pruebas que le disculpasen, pero Pietro continuaba turbado, afligido y mudo,
con toda la apariencia de un reo convicto.
-Sí, pérfido -prosiguió el coronel-,
existen testimonios de tu crimen, que harían inútil cualquier subterfugio que
te dictase tu sagacidad, y si de algún modo puedes excitar mi compasión y
moverme a emplear mis esfuerzos en hacer menos dura la sentencia que en breve
habrá de lanzar contra ti un tribunal severo, sólo lo lograrás por medio de la
sincera confesión que aquí pronuncies.
Las esperanzas que le prestaban
estas palabras parecieron reanimar el abatido ánimo del reo, que levantando los
ojos, que mantuviera hasta aquel instante fijos en el suelo, los clavó en
Arturo con notable expresión de tristeza y de arrepentimiento.
-No es mi intención negar nada -dijo
entre sollozos-, pues adivino que ha sido mi hermana la que me ha delatado a la
justicia. Bien me amenazó con hacerlo; pero yo creía que sólo hablaba así para
apartarme de mi idea, y ahora mismo que estoy viendo su traición... pero yo se
la perdono. La pobre chica es tan virtuosa, que creería un deber suyo el
declarar mi culpa, y esto debe recomendarla mucho con las gentes honradas que
ejercen la justicia. Sólo quiero decir su excelencia el señor Dainville, que mi
padre es tan bueno como María, y está de todo tan inocente como el día en que
nació: por eso la justicia al castigarme debe compadecer al pobre viejo que
nada sabía de mi culpa y que harto dolor tendrá cuando mire mi castigo. Esto es
todo lo que puedo decir al señor coronel, y esto diré al tribunal, pues repito
que nada niego y me abandono a su justicia.
Al escuchar tan completa confesión
de un delito de que él mismo, siendo su acusador, le creía inocente, estregose
los ojos Angelo creyendo que soñaba, y abriéndolos extraordinariamente los
clavó con sorpresa en el hijo de Giuseppe, mientras decía en su interior: «¡Si
habré acertado por casualidad! ¡Si lo que creía una invención del odio, sería
una inspiración de la verdad!».
-Haces bien en no intentar una
negativa inútil; pero no basta que confieses el hecho: es necesario devolver al
instante la prenda tan villanamente robada.
-¡La prenda robada! -repitió dos
veces-. Vuestra excelencia ha sido sin duda mal informado -añadió moviendo la
cabeza-. Aquí descubro una mentira que no puedo dejar pasar. No aseguro a la
verdad que ellos no hayan robado una prenda, ni aunque fueran mil; pero
protesto que no he tenido parte. Desde el momento en que logré reunirme con
ellos, el capitán me encargó la comisión de ir a Nola y a Marigliano a llevar
ciertas cantidades de dinero a unas pobres familias que protege. Por cierto,
señor excelentísimo, que no podré olvidar la confianza que me dispensó, y que
lloré de gozo cuando me dijo estas palabras: «Aunque eres nuevo entre nosotros,
te creo un buen muchacho, y si por desgracia no lo fueras, esta prueba nos
libertaría del deshonor de tener un pícaro en nuestra compañía. Porque quiero
darte ocasión de manifestar lo que eres, y por la mayor seguridad con que
puedes entrar y salir en las poblaciones, te escojo para desempeñar esta
comisión; cuando la hayas terminado, ven a buscarme en este mismo sitio, y si
en él no estuviere, aguárdame». Obedecí, señor Dainville, y cuando los
gendarmes me prendieron en la hostería del Oso Blanco de Marigliano, ya iba a
salir de aquella población para volver a juntarme con Espatolino. Ésta es la
verdad, y mintió quien dijo que yo robé prendas a nadie: que harto culpable soy
con lo que he hecho sin necesidad de que me inventen delitos que todavía no he
cometido.
Había en el aspecto y tono del mozo
un carácter tan solemne de sencillez y verdad que hubiera sido imposible
desconocerle. Arturo comprendió que había hallado un culpable, pero no el que
buscaba, y que si bien la revelación que acababa de oír empeoraba la causa de
Pietro, probaba su perfecta inocencia respecto a la culpa que se le había
imputado.
Por una de aquellas extravagancias tan comunes en el
corazón humano, en vez de atenuarse la ira del militar contra el pobre reo,
pareció cobrar mayor violencia; pues destruida en un instante la esperanza
lisonjera de recobrar su querida, la desesperación de Arturo, no encontró otro
objeto más próximo en quien derramar su amargura que el infeliz que acababa de
disipar un error que le había halagado.
-¡Cómo, monstruo! -exclamó-, ¿eres
un agente del feroz Espatolino? ¿Perteneces a la horda de asesinos que tiene
aterrorizada la Italia?
-¡Perdón, nobilísimo señor!,
¡perdón! -respondió todo trémulo el hijo de Giuseppe-. Puesto que vuestra
excelencia sabía mi delito y que mi sincera confesión y mi suerte deplorable y
mísera me hacen merecedor de alguna clemencia...
-¡Basta! -dijo secamente Dainville-.
Hola, Rotoli, llamad a los gendarmes para que conduzcan a este hombre a la
cárcel, y que sea informado de su crimen y de su captura el juez a quien
compete. Nada tengo que ver con esta causa -prosiguió volviendo la espalda al
desdichado que le miraba con ojos suplicantes, puesto que el reo ignora o finge
ignorar el paradero de Anunziata, única revelación que pudiera salvarle.
-¡Que pudiera salvarme! -exclamó
Pietro con ansiedad dolorosa-, ¿decís, noble señor, que aún puedo salvarme? ¿Lo
habéis dicho, no es cierto?
-Sí -repuso el coronel-, pero es
preciso que sepa yo antes en dónde se encuentra la sobrina de Rotoli.
-¡En dónde se encuentra! -repitió
Pietro con el aire de la ingenua sorpresa-. ¡Pues qué!, ¿no lo sabéis?
-En nombre de la Santa Madonna, señor Rotoli,
decid, dónde está vuestra sobrina, si es que ya no la tenéis en Portici. Ya
habéis escuchado que el señor Dainville me da esperanzas de salvación; y no, no
sois tan malo ni me aborrecéis tanto que queráis negarme todo auxilio y
condenarme a la muerte. Tened piedad de mí, señor Rotoli, ved que no soy un
malvado. ¡Ah!, si he cometido una culpa, Dios sabe por qué lo hice. ¡No
conocéis lo que es la miseria!... ¡el hambre!... Compadecedme, señor Angelo, y
si es que habéis escondido a vuestra sobrina, decidme por Dios dónde.
El desorden, la sencillez y la
verdadera angustia con que había sido pronunciado tan extraño ruego, hubieran
persuadido contra los más fuertes indicios la inocencia de Pietro en el robo de
la doncella, y tan penetrado de ella quedó el coronel, que sin dirigirle
ninguna otra pregunta repitió la orden de conducirle a la cárcel.
Obedeciole Rotoli disimulando mal su
complacencia; pues hallar reo de tan mala causa a su enemigo era un bien
superior a su esperanza. La casualidad le proporcionaba satisfacer
cumplidamente su venganza, y casi se persuadía de que el cielo mismo estaba
interesado en ella.
El preso salió de la casa de Arturo
en medio de los gendarmes, y el implacable Angelo marchaba a su lado,
recreándose con las demostraciones de dolor que se le escapaban.
-¡Mi pobre padre! -decía entre
sollozos-, morirá de pesar si me condenan a muerte. ¡Pobre viejo, que cifraba
su orgullo en la honradez de sus hijos!... ¡pero era tanta su miseria!, ¡y mi
triste hermana sin un pedazo de lienzo con que cubrir sus carnes!... Por ellos,
por ellos y no por mí determiné hacerme bandido: condenar mi alma para adquirir
dinero. ¿Y habré de morir como un facineroso sin tener el consuelo de que
logren algún provecho de mi culpa? ¡Pobre, pobre Giuseppe!, más le valía
haberse muerto de hambre como mi desdichada madre.
Rotoli pareció algún tanto conmovido
oyendo tan sentidas lamentaciones, y dijo muy bajito al desconsolado reo:
-Has sido ingrato conmigo, Pietro,
pero no puedo olvidar que en otro tiempo fui tu amigo, y que tu anciano padre
es un excelente sujeto que en días más felices para él tuvo ocasión y voluntad
de prestarme algunos ligeros servicios. Soy agradecido y te compadezco.
-Lo deseo -respondió con cautela el
agente-, y no me parece imposible. ¡Calma, calma, amigo Biollecare! Calma y
disimulo -prosiguió al notar los gestos de júbilo que hacía el preso-. Yo haré
por ti cuanto esté en mi mano y me valdré del notorio ascendiente que ejerzo en
el ánimo del coronel Arturo para interesarle en tu favor.
-La divina Madonna y el
bienaventurado San Giovanni os lo pagarán en el cielo, señor Angelo -dijo con
acento trémulo de emoción el hijo de Giuseppe-. Ahora conozco que he sido
injusto con vos, y que merezco por ello los sinsabores que estoy pasando.
-No es tiempo de pensar en tales
cosas -dijo Rotoli-, estamos ya próximos a la cárcel, y antes de separarnos
quiero decirte lo que te conviene hacer para mejorar en lo posible tu causa.
Pero dime ante todo, hijo mío, ¿tienes contigo algún papel que pueda
perjudicarte? porque te advierto que serás escrupulosamente examinado al entrar
en la prisión y que un documento escrito que probase tu complicidad con
Espatolino, te haría indudablemente más daño que todas tus imprudentes
confesiones en presencia de Dainville.
-Aguardad, ahora recuerdo que en el
bolsillo derecho debo tener una cartera de piel, y en ella una carta de mi
hermana que recibí estando en Ischia hace algunas semanas. Me rogaba la enviase
algunas monedas de las que suponía producto de la pesca, porque nuestro padre
estaba enfermo; pero la pesca fue mala y...
-Bien, bien -interrumpió Angelo-,
nada importa que vean esa carta; pero repasa tu memoria, Pietro: ¿no tienes
absolutamente ningún otro papel?
-Ninguno... ¡Ah, sí! Tengo también
aquella carta vuestra a Espatolino, que en mi ciega ira contra vos no quise
llevar a su destino ni devolvérosla. Creyendo que erais mi enemigo, la guardaba
como un arma contra vos; pero os juro, señor Angelo, que hace tres días que no
me acordaba de ella.
-Esa carta -dijo- te puede ser
perjudicial, pues, cuando el Gobierno sólo vea en mí un culpable como tú, mal
podré alcanzar el crédito que necesito para salvarte.
-La noche está oscura y los
gendarmes llevan entre sí una conversación tan viva que no se cuidan de
nosotros.
-¡Imposible! -exclamó Rotoli, agarrándole por un
brazo-; pero puedo sacar la cartera. ¿Dices que en el bolsillo derecho?
-Dios os lo pague, señor Rotoli
-dijo el hijo de Giuseppe, y el agente le miró con inexplicable expresión.
Prorrumpió en llanto el mozo, y
entró en la sombría morada en medio de los gendarmes, que le dirigían groseras
chanzonetas, mientras el agente de policía, guardando en su pecho la cartera,
murmuraba con infernal sonrisa:
Continuará…
(1) Masaniello [Sobrenombre
por el que se conoció a Tommaso Aniello d'Amalfi, famoso pescador y
revolucionario napolitano del siglo XVII. En su época se convirtió en el líder
de la rebelión napolitana ocurrida entre los días 7 y 16 de julio de 1647 en la
cual el pueblo se rebeló contra las cargas impositivas impuestas por el
virreinato español. Después de
10 días de revueltas, fue seducido por la corte, acusado de locura y
traicionado por una parte de sus seguidores. Murió asesinado a la edad de
veintisiete años. Su revolución desestabilizó el gobierno virreinal y abrió
paso a la República Napolitana instaurada cinco meses después de su muerte.
Masaniello quedó en la historia como símbolo del pueblo napolitano, y muchas
veces fue representado en la pintura, música y literatura]
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