septiembre 28, 2012

La Avellaneda como metrificadora

 
 
Proemio a un tributo de admiración

Dentro de escasos días, exactamente el 30 de octubre próximo, harán 99 años desde que el prestigioso poeta, ensayista y escritor, Miembro de la Real Academia de la Lengua, Regino Eladio Boti y Barreiro, concluyó un profundo ensayo sobre la obra poética de Gertrudis Gómez de Avellaneda como un tributo de admiración, según sus propias palabras. Para hacerlo, el investigador se basó en el tomo primero de las obras completas de la escritora, único que estudió, y que contiene casi toda la labor lírica de la Avellaneda. El magistral ensayo silenció muchas voces contradictorias que se alzaban entonces y fue motivo de aplaudidas tertulias entre rigurosos especialistas durante los diferentes actos, que por el centenario de la poetisa, se celebraron en el año de 1914 en diferentes partes del mundo. Desde entonces casi nadie se ha atrevido a penetrar tan hondamente en la lírica avellanediana. Un siglo después, y como preámbulo al bicentenario del nacimiento de Gertrudis Gómez de Avellaneda, el blog La divina Tula se hace eco de tan importante estudio que fue publicado en diciembre de 1913 por la revista Cuba Contemporánea. Y lo hace precisamente el mismo día en que el blog cumple su primer aniversario.  El post será pues como un doble regalo, no solo para los profesionales entendidos en la materia, sino para el público en general interesado en la vida y obra de la insigne poetisa, dramaturga, periodista y escritora.
 
Muchas gracias,
 
Manuel Lorenzo Abdala
 
 
 

 
 

La Avellaneda como metrificadora (1)
Ensayo

Por: Regino E. Boti

 

PREÁMBULO

 
Ha sido estudiada en muy diversos aspectos nuestra poetisa Gertrudis Gómez de Avellaneda, ya en ligeras impresiones o artículos, ya en ensayos que aspiran a ser completos; y, al examinar el valor de su obra literaria, unos han apreciado en ella la ternura y el ímpetu, señalando la dualidad de su temperamento, imbele como de mujer y fuerte como de hombre; otros, han visto en la hija del Camagüey la superioridad de la poesía que infundió vida a la lírica castellana; aquellos, han apreciado la transparencia de su teatro al imprimirle nuevo derrotero a la tragedia española; éstos, la supremacía de la novelista o el encanto de la narradora.

Nadie, con la importancia que el caso requiere, estudia en la Avellaneda al artista que dio nuevas cadencias a la métrica. El señor Mariano Aramburu y Machado
(2) dedica 285 páginas a la crítica de la personalidad literaria de la Avellaneda, y en ellas habla sin unidad de criterio, y ocasionalmente, de la versificadora.

Refiriéndose en el fondo a la duplicidad del temperamento de Tula, antes que al manejo del verso, escribe:

Pero aquellos suaves acentos y aquellas dulces melodías con que supo dar artísticos matices a las expansiones de una afección serena, no fueron las últimas de su arpa divina, como la poetisa con evidente error anunciaba; todavía quedaban en el sonoro instrumento secretos de armonía y vibraciones de amor, todavía sus cuerdas guardaban suspiros que serían exhalados al soplo de la brisa, y su caja de resonancia encerraba conciertos que difundirían por el espacio sus ecos fragorosos, al choque de bramadores huracanes.
 
Más adelante, contrayéndose a cómo la poetisa cubana sintió y comprendió la Naturaleza, expone:

y canta en lindas y primorosas descripciones, esmaltadas con frases de oriental galanura y dulce melancolía, y bordadas con la destreza y facilidad de una versificación suelta, tersa y clara, justamente elevada al rango de inmejorable modelo.

Fijo en la multiplicidad de asuntos que movió su lira, dice:

Es la novedad y armonía del metro, que lanza majestuoso y brillante sus
rítmicos acentos en aquella magistral "invocación a los espíritus de la noche", fragmento de un poema que la autora condenó a la destrucción, salvado merced a la solicitud de amigos cariñosos, admiradores de su belleza.

Y al resumir las cualidades que adornan a la Avellaneda como poeta lírico, manifiesta que su "lírica se vistió con todas las galanas formas de una métrica siempre sonora".
 
En síntesis: que juega con los vocablos armonía y melodía; que tiene por fluida y sonora la métrica de la Avellaneda, y que estima como una novedad rítmica los acentos de la "Invocación a los espíritus de la noche", elemental combinación de endecasílabos esdrújulos y agudos.

Juan Nicasio Gallego se contenta con afirmar que la Avellaneda poseía una "versificación siempre igual, armoniosa y robusta", que es no decir nada. Nicomedes Pastor es el único que señala (señala nada más) algo importante con respecto al motivo de estas páginas. Escribe, en la noticia biográfica que redactó acerca de la hija del Tínima, que "para ellos (sus admiradores) cada oda será un acontecimiento, cada página una aventura, cada drama una sorprendente peripecia, cada nuevo pensamiento, cada combinación métrica inventada, una aparición brillante y con estrepitosos aplausos acogida"

Con efecto, la Avellaneda inventaba combinaciones métricas, sacando de la vieja cantera nuevos metales sonoros, nuevas pedrerías musicales. Si la dulzura de sus sentimientos, de la que dio pruebas con la lira y con la vida, le arrancó acciones nobles y versos llenos de añoranzas, el arrebato la impulsó a empresas vigorosas, empleando el numen en elevadas justas del pensamiento y la reserva de su energía mental para el acometimiento de reformas e innovaciones del arte métrica, celebradas por los que se movían en el mismo plano que ella, tal vez motejadas por los roedores impenitentes de la literatura.
 
Mas es el caso que este aspecto de la Avellaneda, para mí tan importante como cualquier otro de los muchos que ostentó, no ha sido analizado por los que con más detenimiento, han puesto mano a especulaciones acerca de nuestra Safo. Y en verdad que la Avellaneda fue una metrificadora consciente; que preparó con clarividencia propia de elegida la base de sustentación sobre la que había de echar otros pórticos y pilares en el edificio de nuestra versificación.

Se inicia en el manejo de las unidades métricas, para luego abordar la composición de versos complejos o múltiples; reduce a diversas formas pretéritas; inventa versos que antes de ella jamás sonaron en nuestros oídos; y fabrica –panal constante- nuevas estrofas. Esa vena de fonética versal, de instrumentación lírica, no ha sido expuesta ni desentrañada. Aventurarme en semejante empresa es el motivo de este trabajo. Me asiento, para hacerlo, en el tomo primero de las obras completas de la Avellaneda, único que he estudiado, y que contiene casi toda la labor lírica de nuestra poetisa.

DEL VERSO

Tomemos primeramente el verso en sí, según el proceso que siguió la Avellaneda en busca de distintas armonías. Puesto que de él hizo mucho uso como múltiplo, comenzaré por citar el pie trisílabo:

Brindándole
al mundo
profundo
solaz,
derraman
los sueños
beleños
de paz.
(“La noche de insomnio”)

La estructura trisilábica le sirve para formar el hexasílabo, abundante en su lírica, y del que sacó mejor partido que todos los poetas que le antecedieron:

Ingrata señora
de esta alma rendida,
no cabe mi vida
tu fiero desdén.
El llanto que vierto
mi vista obscurece.
mi tez palidece,
marchita mi sien.
(“La serenata del poeta”)

El mismo hexasílabo, con distintos acentos rítmicos mezclados, bien que la autora procede así por excepción:
 
Palacios y chozas,
campos y ciudad,
brutos, aves, hombres,
todo duerme ya;
que cubren las sombras
del cielo la faz,
y guardan silencio
los vientos y el mar.
 (“Los duendes”)
 
El triplo de ese mismo pie es la base de su endecasílabo:

Ni un eco se escucha, ni un ave
respira, turbando la calma;
silencio tan hondo, tan grave,
suspende el aliento del alma.
(“La noche de insomnio”)

No se satisface con esto la Avellaneda y compone el dodecasílabo, tomando siempre como fundamento el verso trisílabo:

Cual virgen que el beso de amor lisonjero
recibe agitada con dulce rubor,
del rey de los astros al rayo primero
natura palpita bañada de albor.
 (“La noche de insomnio”)

Hasta aquí, si se quiere, no hay novedad alguna, a no ser la de atribuirle a nuestra poetisa claro conocimiento en los asuntos de métrica, puesto que los versos citados, con mejor o peor fortuna, han sido manejados por algunos poetas castellanos anteriores a ella. Pero ahora estamos en presencia de un verso nuevo, inventado por Tula, verso hecho con el mismo elemento de tres sílabas y formado de un hexasílabo, como lo causa el ictus; regalándonos su pluma, por vez primera, con la cadencia inaudita del verso de quince sílabas:

Qué horrible me fuera, brillando tu fuego fecundo,
cerrar estos ojos, que nunca se cansan de verte;
en tanto que ardiente brotase la vida en el mundo,
cuajada sintiendo la sangre por hielo de muerte!
(“La noche de insomnio”)

No se detiene aquí; y en vez de coordinar dos octosílabos para hacer el verso compuesto de diez y seis, inventa su alejandrino con un elemento de diez (cuatro y seis) y otro de seis:

¡Guarde, guarde la noche callada –sus sombras de duelo,
hasta el triste momento del sueño que nunca termina;
y aunque hiera mis ojos, cansados por largo desvelo,
dale ¡oh sol! A mi frente, ya mustia, tu llama divina!

No obstante, la autonomía de la cláusula trisilábica es tan perfecta dentro de la unidad del verso, que de este alejandrino pueden aceptarse distintas censuras en virtud de la vida propia que tienen sus elementos constitutivos y de la diversa distribución de acentos rítmicos que admite.

Así con elementos de cuatro y doce:

Guarde, guarde –la noche callada sus sombras de duelo,

O de seis y nueve:

Guarde, guarde la noche –callada sus sombras de duelo,

O de cuatro y tres:

Guarde, guarde –la noche-callada-sus sombras-de duelo,

He aquí lo que con un elemento simple puede hacer un poeta inteligente, no un improvisado declamador de amorcillos insubstanciales. Más volvamos a la Avellaneda. En "Paseo por el Betis", ensaya el cuatrisílabo:

Ya del Betis
por la orilla
mi barquilla
libre va,
y las auras
dulcemente
por mi frente
soplan ya.

Utiliza los elementos de cuatro y seis para formar un decasílabo:
 
Es el alba! Se alejan las sombras,
y con nubes de azul y arrebol
se matizan etéreas alfombras
donde el trono se ausente del sol.
(“La noche de insomnio”)

En más de una perspectiva de texto, aparecen (como para probar la ineficacia de esta obra) citados como versos de trece sílabas unos pareados de Tomás de Iriarte, de la fábula "La campana y el esquilón" tal vez porque el autor puso entre el número ordinal de la composición y el título un paréntesis que dice: "pareados de trece y doce sílabas, a la francesa". Y se necesita tener un oído de tapia para no percibir los dos martillazos de las catorce sílabas del alejandrino:
 
En cierta catedral una campana había,
que sólo se tocaba algún solemne día.
Con el más recio son, con pausado compás
cuatro golpes o tres solía dar no más.

Son todos los de la fábula citada, de catorce. De trece no hubo un castellano hasta que la Avellaneda, casando el cuatrisílabo con el eneasílabo, lo compuso; porque hay que desconectar los que aparecen, entre otros de catorce, en composiciones de algunos clásicos, como en las del Arcipestre de Hita, que son pruebas evidentes de impericia y de ignorancia. En cambio, ¡cuán hermosos los de la cubana!:

En incendio la esfera zafírea que surcas,
ya, convierte tu lumbre radiante y fecunda,
y aun la pena que el alma destroza profunda,
se suspende mirando tu marcha triunfal.
(“La noche de insomnio”)

¿Y qué hizo, digo yo (aunque interrogo por un caso de ecolalia), Rubén Darío al escribir su "Marcha triunfal"? Después de expuestos los modos a que sometió la Avellaneda el hexasílabo, se advierte que Darío planeo sobre la tierra roturada por otro. Le dio soltura, vaguedad y destreza al hexasílabo, ya multiplicándolo, ya subdividiéndolo:

Al que ama la insignia del suelo materno,
al que ha desafiado, ceñido el acero y el arma en la mano,
los soles del rojo verano,
las nieves y vientos del gélido invierno,
la noche, la escarcha
y el odio y la muerte, por ser por la patria inmortal,
saludan con voces de bronce las trompas de guerra que tocan
la marcha triunfal!...

La Avellaneda maneja el pentasílabo en "A mi jilguero":

Mas no me escucha,
que tristemente
gira doliente
por su prisión.
Troncha las hojas,
pica la reja,
luego se aleja
con aflicción.

Multiplica por dos este verso y tiene un metro de diez:
 
Por eso adornan la inmensa bóveda
nuestros destellos con franjas de oro,
y estremecidas vertemos pródigas
de la luz cambiante, el aljófar lloro.
(“Serenata de Cuba”)

Escribe versos de siete sílabas, en los que rompe a veces la monotonía del acento isócronamente distribuido, por lo que convierte algunos, con el cambio de cadencia, en el hemistiquio del alejandrino neoclásico, llamado también alejandrino francés:

El sol vierte su lumbre
en nubes de oro y grata;
la tierra se engalana,
vestida de verdor;
con traje caprichoso,
de su perro seguido,
sale al campo florido
gallardo cazador.
(“El cazador”)

Sírvase, la Avellaneda del alejandrino de catorce sílabas; mas celosa de la melodía, y fiel al patrón zorrillesco, en alguna composición, como en "El mar", aleja por completo del primitivo de Berceo, no quebranta nunca el ritmo, por el acento invariable de la segunda sílaba de cada hemistiquio:

Suspende, Mar, suspende tu eterno movimiento,
por un instante acalla el horrido bramar,
y pueda sin espanto medirte el pensamiento,
o en tu húmeda llanura tranquilo descansar.
(“El Mar”)

A veces, rompe la cadencia clásica en algún hemistiquio:

Pronta a ver al esposo trocarse en asesino,
pálida, y hasta el suelo doblada la cerviz,
vencida, encadenada, te ofreces al destino,
bella y triste Polonia, por víctima infeliz
(“Polonia”)

Diestra en el manejo de los versos de siete y cinco, escribe en seguidillas "Las almas hermanas". Descontenta con esto, se aventura a algo más, y tomando esos mismos elementos hace un nuevo dodecasílabo. En él escribe "A una joven madre," "En el álbum de la condesa de San Antonio"; y, en 1860, "A las cubanas". Esta composición comienza así:

Respiro entre vosotras, ¡oh hermanas mías!
Pasados de la ausencia los largos días,
y al blando aliento
de vuestro amor el alma revivir siento.

No hay que devanarse los sesos para reducir esta estrofa a una seguidilla:

Respiro entre vosotras
¡oh hermanas mías!
pasados de la ausencia
los largos días,
y al blando aliento
de vuestro amor al alma
revivir siento.

Carlos Fernández Shaw, en España, año de 1886, manejó este dodecasílabo:

También sintió la falta –de tus amores,
y, como yo, suspira tan solitario.
¡Ay! A pesar de todo vuelven las flores,
y cantan las alondras, los ruiseñores...
(“Tardes de abril y mayo”)

Mas, ¿quién había descompuesto antes que la Avellaneda la seguidilla bajo la forma de tres dodecasílabos y un heptasílabo? Suya es la gloria de la invención de este nuevo metro, utilizado copiosamente por los poetas innovadores de América, a partir de Rubén Darío, que inserta en su libro Azul (año de 1888) dos sonetos escritos en este verso, conocido por dodecasílabo o metro de seguidilla, por su procedencia:
 
Tu cuarteto es cuadriga de águilas bravas
que aman las tempestades, los Océanos;
las pesadas tizonas, las férreas clavas,
son las armas forjadas para tus manos.
(Rubén Darío, "Salvador Díaz Mirón”)

Usufructuó la unidad rítmica de ocho; y adueñada en absoluto de la de seis, pronto entró la Avellaneda en ellas el origen de un distinto verso e inventó un Alejandrino de catorce con elementos de ocho y seis:

Sale la aurora risueña, -de flores vestida,
dándole al cielo y al campo variado color;
todo se anima sintiendo brotar nueva vida,
cantan las aves, y el aura suspira de amor.
(“Soledad del alma”)

Subtitulada "Melopea" esta poesía, la autora la dedicó a la señorita Rosario de Lora y Castro, quien la arregló a música y la recitó al piano. Y tanto los versos de quince como los de catorce, de esta pieza, tienen tal sugestión instrumental que por sí solos son una cadenciosa melopea. Principalmente los de catorce, wagnerizados por una armonía tan natural que encierran palpitaciones acústicas de címbalos y timbales.
 

COMBINACIONES DE VERSOS


Mostró la Avellaneda su inventiva no sólo en la ideación de nuevos versos, sino también en el derroche de combinaciones felicísimas que hizo. En "La fantasía de la noche de insomnio" no hay combinaciones; pero es una mina de ritmos. Los románticos fueron dados a estas lides del ingenio, en las que ponían a tributo la gradación del metro haciéndolo ascender y descender, o ascender solamente, para dejarnos testimonio de cuanto llegaron a alcanzar. Algunas de semejantes tentativas no son para asombrar a nadie y acusan facultades bien modestas.

Andrés Bello tradujo de Víctor Hugo "Los duendes" y tomó del poeta francés la gradación del metro. Zorrilla y Espronceda tienen ensayos de esta laya. El Duque de Rivas y Eulogio Florentino Sanz, también. De Cuba recuerdo a Diego Vicente Tejera y a Luaces. La Avellaneda se lleva la palma entre los que conozco. Valida de divisores, unidades rítmicas o múltiplos, tiene, en la precitada "Fantasía", desde los de tres hasta los de diez y seis sílabas, en numeración consecutiva; mostrando con ellos la más rica concurrencia de versos. Hay variedad, aunque no tanta, en "Serenata de Cuba", que tiene versos de 5, 6, 7, 8, 9 y 12 sílabas. Y en "La serenata del poeta" los tiene de 4, 6, 8 y 12. Son éstas las tres piezas en que se muestra nuestra poetisa más partidaria de la metrificación heteróclita.

En cuanto a combinaciones, pasaré por sobre los sáficos adónicos "A la luna" y "A la virgen", canto matutino. De la misma manera, prescindo de los endecasílabos agudos y esdrújulos –trémolo y grave- del fragmento conocido de "La Venganza" ("Innovación a los espíritus de la noche"), porque no tienen ningún atrevimiento métrico, aunque no lo crea así el señor Mariano Aramburu.
A lo menos notable pertenece esta combinación de versos de siete y de once; no obstante descubrir el oído, en la estrofa formada con esos versos, el alma de un alejandrino de diez y ocho, compuesto con los elementos invertidos alternativamente.

Mortíferos vapores
ya respirando a vista del infierno;
mi vida fatigada con dolores
por torcedor interno;
(“Cántico”)

Combinaciones de versos de nueve y de cinco (cuatro agudos):

Vosotras que huís de Cupido
la blanda lid,
corred de mi lira al sonido
¡corred y oíd!
En vano la dulce cadena
será esquivar:
natura imperiosa lo ordena;
ley es amar!
(“Ley es amar”)

Leandro Fernández de Moratín usó, con endecasílabos y heptasílabos, una combinación parecida:

¿Por qué con falsa risa,
me preguntáis, amigos,
el número de lustros que cumplí?
¿Y, en la duda indecisa,
citáis para testigos
los que huyeron aprisa
crespos cabellos que en mi frente vi?
 (“Oda a los colegiales de San Clemente”)
 
Combinación de diez y cinco:

Genio fecundo!
Sentí yo entonces lo que hoy columbras,
lo que ni ahora comprende el mundo...
Si, ya sabía
que –sin la gloria con que deslumbras-
de tu alma hermana nació la mía!
(“Las almas hermanas”)
 
De nueve y seis simple disposición distinta de versos formados con el pie trisílabo, que han usado otros, entre ellos Bécquer:
 
De todos los genios hermosos
yo soy el más bello,
y en todas las almas sublimes
se ostenta mi sello.
(“El genio de la melancolía”)

Con los mismos elementos de nueve y seis, añadiendo una rima aguda y otra trimónica, le saca nueva modulación al pie trisílabo:

Mirad! Ya la tarde fenece...
La noche en el cielo
despliega su velo
propicio al amor.
La playa desierta parece;
las olas serenas
salpican apenas
su dique de arenas,
con blando rumor.
(“La pesca en el mar”)

Con una pequeña variante (la rima trimónica en las dos partes de la estrofa), la misma combinación:

Escucha! Con místicas voces
de extraña dulzura
te pide natura
porque mi hermosura
se ostente mayor,
y visten de espléndida gala
la tierra y el cielo,
trocando su anhelo,
del aire en el vuelo,
suspiro de amor.
(“Serenata de Cuba”)

No agota todavía el matiz:

Por eso en las cañas triscando,
cual susurro blando
lo haremos oír;
y las palmas, sus pencas moviendo,
lo están repitiendo
con lento gemir.
 (“La voz de los silfos”)

Combinación de diez y cuatro:

Tú, que huellas
las estrellas
y tu sombra muestras en el sol,
cuando brilla
sin mancilla
entre nácar y otro y arrebol!
(“A Dios”)

Otra combinación con los mismos elementos:

Yo a un marino le debo la vida,
y por patria le debo al azar
una perla –en el golfo nacida-
al bramar
sin cesar
de la mar.
(“La pesca en el mar”)

Más de veinte estrofas, entre dos composiciones, hace la Avellaneda con la combinación de dos versos de ocho y dos de doce. La belleza rítmica de la misma, belleza rítmica que me aventuro a llamar contrapunto melódico, se percibe con verdadero deleite auditivo por lo inaudito de los sones que encierra:

De la noche el negro manto
envuelve la tierra ya:
natura en su seno tranquila reposa,
y el sueño entre sombras se siente vagar.
 (“A la tórtola”)

También de ocho y doce:

Cuando parte de tus ojos
un rayo de amor divino,
que el sol se corre, imagino,
de no poderlo imitar:
¡Así será siempre tu fausto destino,
a cuanto más brille vencer y eclipsar!
(“El último acento de mi arpa”)

Combinación de doce y diez:

Yo soy quien abriendo las puertas de ocaso
al sol le prepara su lecho en cristales;
yo soy quien recoge sus luces postreras,
que acarician las tibias esferas.
(“El genio de la melancolía”)

¿Verdad que es amplio y robusto el caudal sinfónico de La Peregrina? ¡Como la montaña, es templo de templos; como en el mar, es fuente de fuentes!
 

DE LAS ESTROFAS


Me referiré en esta parte a aquella que tiene alguna particularidad en la combinación de la rima, en la yuxtaposición o desmembración de otras conocidas para formar nuevas, vaciadas todas en metros clásicos.
 
Por de pronto, hay que restarle a Gaspar Núñez de Arce, del exiguo acervo de sus invenciones, la sextina:
 
¡Oh recuerdos, y encantos, y alegrías
de los pasados días!
¡Oh gratos sueños de color de rosa!
¡Oh dorada ilusión de alas abiertas,
que a la vida despiertas
en nuestra breve primavera hermosa!
(“Idilio”)

Es una variante de la que empleó la Avellaneda, consistente en introducir una consonancia más, con lo que adquiere riqueza de rima la estrofa; pero la invención es de la cubana, mientras no se demuestre otra cosa:

Tus cuerdas de oro en vibración sonora
vuelvo a agitar, oh lira!
que en este ambiente, que aromado gira,
su inercia sacudiendo abrumadora
la mente creadora
de nuevo al fuego de entusiasmo aspira.
(“Al árbol de Guernica”)
 
La misma sextina, con tres rimas, pero pareados los endecasílabos:

Un tiempo hollaba por alfombra rosas,
y nobles vates, de mentidas diosas
prodigábanme nombre;
más yo, altanera, con orgullo vano,
cual águila real al vil gusano
contemplaba a los hombres.
(“Amor y orgullo”)

Modificada, a la manera de la octava real:

¡Oh tú, del alto cielo
precioso don, al hombre concedido!
¡Tú, de mis penas íntimo consuelo,
de mis placeres manantial querido!
¡Alma del orbe, ardiente Poesía,
dicta el acento de la lira mía!
(“A la poesía”)

Buscando doquier la novedad, rebelada contra lo trillado del canon, a la espinela le suprimió el quinto verso y creó esta nueva estrofa, con el sexto quebrado:

Voz entre mil escogida,
de luceros coronada,
vos, de escollos preservada,
en los mares de la vida:
vos, radiante de hermosura,
¡virgen pura!
de toda virtud modelo;
flor trasplantada del suelo
para brillar en la altura.
(“A la Virgen”)

Resarce la décima de la pérdida de un verso, introduce una pequeña variación en la rima y termina la estrofa con un pentasílabo, por lo que la hace constar de once versos:

¿Has visto la blanca aurora
su faz mostrar en oriente,
sacudiendo de la frente
perlas, que el campo atesora,
mientras que la luz colora
el cielo, y la tierra ufana
como novia se engalana,
sintiendo bajo su huella
brotar doquier nueva vida?
Pues mira, Julia querida,
tú eres más bella.
(“A Julia”)

He aquí otra nueva estrofa:

Al impulso del numen que me inspira,
rebosar siento en la encendida mente,
cual férvido torrente
el estro abrazador. ¡Dadme la lira!
¡Dádmela; que no aspira
con mezquina ambición mi libre musa
a enaltecer ilusa
las glorias de la guerra;
cuyas plumas rehúsa,
teñida en sangre, la asolada tierra!
(“La gloria de los reyes”)

Finalmente, y para no seguir citando, en "Las almas hermanas" tiene otra nueva estrofa compuesta de los serventesios decasílabos, ligados entre sí de un modo parecido a las coplas de arte mayor, y de una seguidilla:

Muy joven eras, de mí distante
del mundo acaso desconocido
cuando de pronto voló vibrante
de tu arpa un eco, que hirió mi oído.
¿Por qué ¡responde! De aquel instante
la impresión grata jamás olvido?
¿Por qué en la tierra vagando errante,
doquier de tu arpa seguí el sonido?
Es que un alma fraterna
reconocía
mi alma, y con voz interna
le respondía;
así sin verte
ya entre los dos mediaba
vínculo fuerte.
 

OBSERVACIONES GENERALES Y RESUMEN


La Avellaneda fue un carácter inquieto y analítico. Fruto de él es la hermosa resultancia a que llevó sus trabajos de métrica, descubriendo, precisamente por haber descompuesto el verso, nuevas síntesis rítmicas.

Por lo impetuoso de su estro, incapaz de soportar la tiranía constante de un mismo metro, rara es su composición algo extensa en que no alternen dos o más versos. Su inquietud la impulsó a crear combinaciones, a valerse de algunas apuntadas o en desuso, y a modificar otras.

Escribió mucho en silva, dando longura o rapidez a las estrofas de ésta conforme con los incidentes psíquicos. Al temperamento de la Avellaneda se avenía perfectamente la silva, por la libertad a que se presta en la rima y en el manejo simultáneo de dos versos distintos.

En los alejandrinos de catorce, con precisión matemática, conserva los acentos, dividiendo como con un golpe de batuta los dos hemistiquios. Se descubre el empeño de la metrificadora en no quebrantar la cadencia. Sin embargo, cuando usa del heptasílabo, la quebranta. Los casos de "Polonia", ya citados por mí, son excepcionales.

Empleó versos breves y largos, mostrando maestría en todos. Los breves los utilizó como pies de nuevas combinaciones.

Compuso octavas en verso de ocho, diez y doce. Cultivó el soneto y el romance. Escribió redondillas, cuartetos, quintillas y octavas italianas; no así el romance de arte mayor. Descompuso la décima para quitarle rigidez preceptiva, Inventó la sextina. Rara vez se contentó con un tono cuando el verso admite más, usándolo en distintas variedades. Combinó metros hasta entonces tenidos por discordes, creando nuevas orquestaciones, como, por ejemplo, en los consorcios de ocho y doce.

De los pies poco estimados por los clásicos, el que más le subyugó fue el trisílabo. De ahí el uso frecuente que hace de él, puro o como base de versos largos, a tal punto que es el asiento más firme de la revolución de la métrica avellanediana.

Inventó la Avellaneda los siguientes versos:

El dodecasílabo de seguidilla, con elementos de siete y cinco sílabas.
El de trece, con un elemento de cuatro y un eneasílabo.
El de catorce, con un elemento de ocho y otro de seis.
El de quince, con elementos de seis y nueve.
Y el de diez y seis, con un decasílabo y un hexasílabo.

En la Avellaneda, con mayor abundamiento que en nadie, en castellano, asoma el anticipo del metrolibrismo. Los románticos apenas se libertaban del precepto, creando metros o combinaciones, caían en la esclavitud de otra regla. Así, no pudieron abordar el metro libre en toda su propiedad. Al consorcio de versos antagónicos hasta la sazón, subseguía la nueva pauta de nuevas estrofas, que vale decir nuevas estructuras fijas, vaciadas a veces en versos nuevos.
 
El verso libre y uniforme combinado, y la creación de nuevos versos y ritmos, es la obra métrica de la Avellaneda. Versos libremente combinados sin uniformidad ni reglas en la combinación, escritos a todo lo largo o cortados por una exigencia de rima, de ritmo, o por una elegancia puramente topográfica, es el desiderátum de la métrica contemporánea, el metrolibrismo de que tanto nos enorgullecemos. ¿Estuvo Gertrudis Gómez de Avellaneda muy distante de nuestra bella conquista? Firmemente se puede responder que no.

Saludemos en Tula no sólo al poeta lírico, al dramaturgo, al cuentista, al novelador, estudiado por otros, sino también a la versificadora sapiente que enriqueció nuestra métrica con conquistas inmarcesibles, no puestas hasta ahora a la luz, y que reclaman una pluma más competente que la mía, osada, que termina aquí un trabajo superior a sus fuerzas, aunque emprendido con el noble propósito de rendir un tributo de admiración a nuestra poetisa inmortal.


Regino Eladio Boti y Barreiro
 
 
 

Notas:
(1)       Boti y Barreiro, Regino. Revista Cuba contemporánea, La Habana diciembre de 1913.
(2)       Aramburo y Machado, Mariano. Personalidad literaria de doña Gertrudis Gómez de Avellaneda. Conferencias pronunciadas en el Ateneo científico, literario y artístico de Madrid en el año de 1897. Imprenta Teresiana, 1898 – 285 páginas.