agosto 22, 2016

Dª AMADORA DE ALMONTE

Fotografía en la que se muestran algunos originales de la famosa correspondencia.

CARTAS PARA UN VERANO FOGOSO (II)


En la quinta epístola, la primera que recibió Cepeda en su localidad natal1, la joven poetisa rebajó el tono de sus palabras escritas con marcada intención, tanto, que alguno de sus párrafos parecen pueriles epístolas, autoría de las nenitas nada inteligentes de aquellos tiempos. Por esta carta conocemos los trabajos y sus proyectos, especialmente los que llevaba a cabo como traductora de grandes poetas franceses2, y su juicio acerca de la dificultad para acometer las traducciones que pretendía. Pero lo más curioso es el seudónimo que se inventa para que Cepeda le responda sus cartas,  “Amadora de Almonte, nombre algo bizarro, que creo no corre peligro de hallar tocayo”. Dice. Una carta verdaderamente deliciosa.

La sexta de las epístolas es la más compleja y pensada de este lote. Excelentemente redactada, destacan la predisposición y el gran e indiscutible talento para la escritura de la joven Avellaneda más que los de la amiga Tula, que cuenta cotidianidades al lejano interlocutor para hacerle partícipe de su vida como si estuviera presente. La sexta es una de las mejores de todo su epistolario.

Y así hasta la novena carta. Un lote que culmina cuando Cepeda regresa a Sevilla. Esto no querrá decir que los amigos amantes se fueran a ver a diario, ni mucho menos. Tuvo la Avellaneda que batallar, y mucho, aquella relación para lograr que su enamorado –lo estaba el almonteño hasta los tuétanos– le visitara, pasearan y en menor medida, juntos disfrutaran de sus lecturas y creaciones literarias.

Disfrutad de las cartas, especialmente de la sexta, que es la segunda de este lote (no tiene desperdicio), ellas dirán mucho más que lo que yo pueda analizar, conjeturar y/o decir.

Solo me resta acotar lo que muchos lectores, sin ser especialistas, habrán notado, que entre la octava y novena carta, falta algo que nunca sabremos, pero que la imaginación puede recrear porque no hay nada tan placentero, en literatura, como novelar la historia... No es posible tanto tiempo transcurrido entre una y otra carta, tanto absurdo silencio, tanto, tanto… Pero como ya se sabe, Lorenzo Cruz de Fuentes manipuló a su antojo las cartas. Y no solo borró líneas o párrafos enteros, también hizo desaparecer ardientes misivas para salvar el honor de su amigo Cepeda y el de su esposa, doña María de Córdoba y Govantes.

Manuel Lorenzo Abdala.




Carta 53
Mi amable amigo: cumpliendo mi promesa y siguiendo los impulsos de mi corazón, tomo la pluma para saludar a usted y preguntarle si ha llegado sin novedad a ésa4, si ha desaparecido el esplín y el dolor del pecho, y si no ha olvidado sus amigos.

Yo me encuentro bastante embromada con males de estómago y un histérico que me devora. Paso muchos días en cama poseída de tristeza y fastidio insoportable. [Pero todo pasará], pues hoy me encuentro mejor.

Nada nuevo ocurre en Sevilla. [Se dice] que pronto comenzarán las óperas, pues ya vinieron los papeles que faltaban a la Compañía. También se corre que viene el famoso Carlos la Torre, pero no hallo a esta noticia la menor verosimilitud, pues Sevilla no puede sostener al mismo tiempo Compañía de verso y Compañía italiana.

El Duque5 sigue lo mismo que usted le dejó; voy no todas las noches y me fastidio grandemente. Temo que usted me haya pegado su misantropía, pues hago un verdadero sacrificio en salir de casa.

He concluido mi traducción de La Fuente6, y espero me diga usted si quiere que se la mande y cómo. Ahora comienzo a traducir el Anniversario de Millevoye, poeta casi tan dulce como Lamartine, aunque menos profundo.

¿Y usted, mi tierno amigo, qué hace…? Cuando se pasee usted por los campos a la claridad de la luna, cuando escuche el murmullo de un arroyo, el soplo ligero de la brisa, el canto de un ruiseñor, cuando perciba el aroma de las flores... entonces piense usted en su amiga; porque todos esos objetos son tiernos y melancólicos como mi corazón ¡Perdón!, no he olvidado nuestro convenio, y contendré la pluma.

Escríbame usted: si absolutamente no quiere dirigir las cartas a mi nombre, puede rotularlas a Doña Amadora de Almonte, nombre algo bizarro, que creo no corre peligro de hallar tocayo.

Adiós, Cepeda, cuídese usted mucho, diviértase y cuente siempre con el afecto fraternal de su amiga, Tula.

P. D.: Mi viaje a Cádiz se dilata.



Carta 6
Señor don Ignacio Cepeda:
He recibido la amable de usted, mi caro amigo, con tanta mayor satisfacción cuanto que informada por Concha7 de que no estaba usted en Almonte, sino en otra parte, que designó su hermano8, y de cuyo nombre no me acuerdo9, temía hubiese padecido extravío mi carta. Varias veces mandé una criada al correo y siempre me dijo que no había carta, hasta que ayer, siéndome imposible salir yo, me valí de Concha, la cual fue ella misma al correo y me trajo al momento la suspirada de usted10.

Celebro que esté usted bueno, como en ella me dice, y menos melancólico que en ésta. Yo, por mi parte, quisiera poder decir otro tanto, pero por desgracia no es así. Mis dolores de estómago me han dado mucho que hacer, y mi melancolía se aumenta cada día. ¡Usted me pide que la venza…! Ciertamente, es grande el influjo que una súplica de usted ejerce en mi corazón; pero en este punto acaso no esté en mi poder el complacer la solicitud de su tierna amistad. Aparte de la ausencia de mi mejor, de mi único amigo, que es suficiente causa para melancolizarme, ¡tengo tantos otros motivos de tristeza! ¡La expectativa de una separación acaso próxima y larga de una madre que amo con ternura! ¡La indecisión en que batallo sin saber aún qué partido tomar ni qué suerte me espera! ¡La necesidad de independencia y el temor de la opinión, que me impide proporcionármela…! En fin, tantas y tantas cosas me agitan al presente (en que según las apariencias se aproxima el día de la crisis), que la amistad misma, la dulce y lisonjera amistad de mi Cepeda no será poderosa a darme tranquilidad. Pero, ¡basta! Hablemos de otra cosa. ¡Yo quisiera que mis cartas fuesen tan risueñas! ¡Ah! Ya lo veo, ¡imposible! La amargura de mi corazón se mezcla en todas ellas ¡Perdón!

Mandaré mi traducción11 por el conducto que me indica, pero será luego que tenga tiempo para escribirla, pues el borrador está ininteligible y la única copia [legible] que tenía, la he mandado a Cádiz por compromiso. Los señores redactores del nuevo periódico de literatura, que sale en dicha ciudad con el nombre de La Aureola, me han escrito una lisonjera carta rogándome cediese a su periódico algunas de mis composiciones, y, aunque quise negarme, me he visto forzada a complacerles por haber intervenido en el asunto un paisano mío a quien estimo, y que se ha empeñado de un modo, que no podía yo, sin desairarle, mantener mi negativa. Así, pues, he cedido a La Aureola mi traducción, poniendo la condición de que no se imprimiera firmada con mi nombre sino enteramente anónima.

Ya enviaré a usted, tan pronto pueda, una copia, y de antemano reclamo su indulgencia. Preciso fuera que usted conociese el original para que formase un juicio exacto de la grandísima dificultad de la traducción. Lamartine, uno de los más grandes poetas de la moderna escuela y acaso el más dulce y fácil, tiene, sin embargo, algo de vago y metafísico en su poesía, y una manera de decir que es ciertamente intraducible. Sus ideas en muchas composiciones son tan delicadas, que se marchitan, por decirlo así, bajo la pluma del traductor y sus giros son a veces tan atrevidos que intimidan. He procurado en La Fuente traducir con la exactitud posible, penetrándome de los pensamientos e ideas del autor, pero estoy muy lejos de la satisfacción de creer que he logrado imitar con mediano acierto su versificación fluida y armoniosa, y aquel colorido místico y melancólico que distingue sus composiciones.

Respecto a mi novela12, he sometido sus diez primeros capítulos a la censura de mi compatriota, ya mencionado, hombre instruido y de gusto, que felizmente se halla ahora en esta ciudad, y he tenido el gusto de que mereciese su aprobación. Él ha animado mi tímida pluma, asegurándome que la parte descriptiva está trazada con exactitud y variedad y que los caracteres están bien delineados y desenvueltos con vigor. Su bondad le ha hecho propasarse hasta dar al estilo elogios inmerecidos y juzgar de altamente interesante el plan de la novela. A pesar de mi amor propio he conocido el favor de este juicio, pero me ha animado, sin embargo, a continuar haciendo esfuerzos para merecerlo mejor.

Ya ve usted, mi buen amigo, que le hablo de cosas que no son más que cosas: ya ve usted que evito un lenguaje, que usted llama de la imaginación y que yo diría del corazón: usted le juzga peligroso y le destierra de nuestras cartas. Yo suscribo a su formidable sentencia, pero ¿qué temes tú, amigo mío?, ¿qué peligro quieres evitar? Acaso oyendo y empleando el idioma del corazón ¿temerás no poder impedirle adelantarse demasiado?, ¿temerás sentir o inspirar un sentimiento más vivo que el de la amistad…? Si es cierto, tranquilízate, yo te aseguro que no me amarás nunca sino como a tu hermana, y que en mi alma no hallarás jamás otros afectos que los que hoy día me envanezco de expresarte. Yo he meditado mucho en estos días sobre la naturaleza de nuestros sentimientos, y te lo juro, este examen me ha tranquilizado. Yo perdería mucho si tú dejases de ser mi amigo para ser mi amante ¡Amantes…! ¡Cercan tantos a una mujer joven y de tal cual mérito! Pero, ¿dónde hallar un amigo como tú? ¡Amantes…! Mira, me empalagan ya; esa cáfila de aduladores que asedian nuestro sexo, me parecen poca cosa aún para divertirse una un rato con sus necios galanteos. ¡Ni puedo yo creer que me amen! Uno me obsequia porque soy una forastera que no conoce, cuya clase acaso juzga dudosa, cuyas costumbres ignora y acaso puedan ser fáciles, cuya conquista no le parecerá dudosa, y me obsequia creyendo que puedo ser su capricho, su juguete, su pasatiempo, su placer de algunos días. Otro me obsequia, porque hace profesión de obsequiante de cuantas mujeres bien parecidas se le presentan: sin ideas, sin cálculos, sin esperanzas, sólo por el prurito de galantear y hacer de elegante. Otro me obsequia, porque anda a la cuarta pregunta, como suele decirse, y oliendo donde guisan. Soy americana, y por ser americana supone que soy rica, lo cual basta para que forme sus cálculos de matrimonio. En fin, otro me hace el amor sólo por vanidad: porque se lisonjearía de ser mi novio, no porque yo le guste, sino porque cree darse importancia en la sociedad con la preferencia de una mujer que es celebrada, que dicen tiene algún talento. He aquí, querido Cepeda, los motivos que impulsan a la mayor parte de aquellos que me hacen la corte. Y estando yo en esta persuasión, ¿podré oírlos con otro objeto que el de burlarme de ellos?

¿Y usted qué hallará en las mujeres que digan amarle? Una dice que le ama, y no ama más que su colocación. Desea un marido, un estado, que es la ambición de las mujeres vulgares, y lo busca en usted. Otra dice amarle, y sólo ama en usted a su pasatiempo, al que le regala el oído y la lisonjea en la sociedad; al que satisface su vanidad, y al que dejaría sin pesar por otro más galán, de más representación social, de más nombradía, etcétera, etc. Otra dice amarle, y sólo ama en usted sus propios placeres, y… ¡oh!, rubor causa decirlo, pero lo vemos cada día para vergüenza nuestra; vemos esta clase de mujeres que degradan la dignidad de su sexo, y son a mis ojos más despreciables que la escoria más vil de la tierra.

¡Y tal es el amor en nuestra triste y corrompida sociedad! ¿Cómo podía él existir entre nosotros? ¡Oh! ¡No, jamás! Esos profanados nombres de amante y querida déjalos a otros y a otras. Tú serás mi amigo, yo tu amiga de toda la vida, y no debes temer que sea degradado nunca el santo carácter de nuestros vínculos ¿Temerás tú cuando yo no temo? Todo lo dicho te prueba que nada arriesgas en dejar hablar tu corazón. No interpretará la vanidad tus palabras, ni puede tu amiga confundir la expresión de tus sentimientos con la jerga insípida del galanteo, que llaman amor. En cuanto a mí, haré lo que quieras; no te expresaré mi cariño si esto te hace mal, pero ¡me cuesta tanto este esfuerzo!

Cepeda, ya lo ve usted; mi pluma corre a pesar mío y dice más de lo que quiero decir. Yo debiera ofenderme en vez de halagar a usted, pero mi orgullo tan susceptible en otras no lo es en esta ocasión. No tema usted, vanidoso, no tema usted, que yo le crea enamorado si usa conmigo un lenguaje tierno ¿Me cree usted una niña o una vieja? No tema usted, repito, y para tranquilizarse enteramente, sepa usted que el día en que le creyese a usted enamorado de mí, ese día cesaría de amarle, y no le vería a usted más. Con que con esta seguridad su libertad no corre ningún riesgo conmigo, ni tiene usted necesidad de alarmarse de mi ternura, como si viese en ella un lazo de hierro pronto a aprisionarlo. ¡Amable melancólico! ¡Qué poco mundo tiene usted! Perdóname amigo esta frase, pero me hace gracia, tanta gracia ver tu temor y adivinar tu corazón al través de ese velo con que piensas cubrirlo. Me temes, Cepeda, no lo niegues, temes que me posesione yo de tu corazón, temes los lazos de hierro, que pudieran ser consecuencia de tu amor por mí, y crees evitar algo acogiéndote a la sagrada sombra de la amistad ¡Oh!, eres un niño si tal crees ¡Cuánto te engañas, querido, cuánto, si crees que la amistad señalaría límites que el corazón respetara! ¿Qué importa el nombre a los sentimientos? ¿Dejan de ser los mismos? Lo que debe tranquilizarte no es eso, sino el saber que no hallas en mí un enemigo de tu libertad, y que por mi propio interés cuidaré de no dar a tu corazón más vehementes afectos que los que hoy abrigue.

Raro, original es el papel que hago contigo. Yo, mujer, tranquilizándote a ti del miedo de amarme ¡Es cosa peregrina! Pero contigo no soy mujer, no; soy toda espíritu, y ninguna regla es aplicable a este cariño excepcional que me inspiras.

Muy larga es esta carta; pero no imitaré yo a los que acaban las suyas jurando (nada menos que jurando) ser más corto en lo sucesivo. Ésta es larga; pero aún lo será más la que escriba cuando no se me ordene no usar expresiones que conmuevan demasiado y hagan mucho daño.

Nada nuevo ocurre en Sevilla, el primero del entrante comienzan las óperas: se hará dicho día El Juramento, de Mercadante. La señora Rossi, nuestra actual prima donna, dicen que es muy buena.

El Duque sigue bien, aunque las noches son ya algo frescas. La Alameda Vieja13 es la que debe estar muy sola, después que se ausentó mi amable misántropo.

Yo sigo yendo al Duque, siempre que puedo; y luego iré a las óperas, y a todo lo que se presente. Lamartine comienza una composición suya con este verso:

Et j’ai dit dans mon cœur : qué faire de la vie ?
 Y yo he dicho a mi corazón: ¿qué haré de la vida?

¡No hay más remedio! Hacer lo que hacen los demás, y dejar correr el tiempo.

Adiós, mi amado amigo; cuídese usted, diviértase, y vuelva pronto donde le llaman los votos más sinceros de una amistad tiernísima.

Expresiones de Concha, y mil afectos de su invariable
Tula.

Sevilla y agosto 28, 1839.

P. D.: Ruego a usted disimule la incoherencia de ésta, y su poca unidad y defecto de estilo. Veo que está rara; pero va según mi cabeza ¡Tengo tanta confusión en ella! Y luego, mi humor hoy es malísimo.



Carta 7
Señor don Ignacio Cepeda14.

Con una imaginación muy viva, y a la par un corazón sensible, el silencio de dos correos15, que ha guardado mi amigo, me tiene sobrado inquieta y afligida para poder imitarlo. No habiéndome sido posible salir sola con una criada, pues siempre que lo he intentado se me han agregado personas de mi familia, no he podido ir personalmente al Correo; pero he enviado, en los dos a que me refiero, a una criada de mi confianza, y siempre me ha dicho que no tengo carta. Dudando aún, y figurándome fuese efecto de su mal leer, como sucedió la vez pasada, mandé a Solano, aquel muchacho de las Mendizábal, que viene mucho a casa, donde usted le habrá visto algunas veces, y tampoco me dio noticias satisfactorias. Aunque ya no tenga esperanza, con todo, pienso ir yo misma mañana, si logro salir solamente con una criada, para cerciorarme por mis propios ojos.

Mil temores me agitan al trazar estas líneas: ¿estará usted enfermo? ¿Contendría mi última carta alguna expresión, alguna frase, que le haya enfadado con su amiga? ¿O acaso un olvido, una falta de interés en esta correspondencia, le ha decidido a interrumpirla tan bruscamente? Todo puede ser, y acaso haría yo mucho mejor en imitar su silencio, que en inquirir la causa. Pero ya usted lo ve, no puedo hacerlo; porque esa virtud que llaman prudencia, no es la que más predomina en mi carácter, y siento demasiado para poder pensar mucho. Así mis acciones no son siempre las que se aguardan, y se resienten algunas veces de poca reflexión y mucha franqueza. Pero si hago mal en escribir a un amigo que estimo, porque él manifiesta poco deseo de este recuerdo, el orgullo podrá condenarme, mas no ciertamente mi corazón, ni acaso el de usted. Luego que usted mismo me diga que fue voluntario este silencio que me inquieta, entonces quedaré satisfecha y no seré importuna. Jamás seré la primera en romper las relaciones amistosas que nos unen; pero no rehusaré nunca el borrar hasta sus recuerdos de mi corazón cuando crea que ellas no son de igual interés para ambos.

Grandes y felices novedades se han verificado en nuestro horizonte político. Maroto, con varios otros generales y 21 batallones, ha reconocido a la Reina, pasándose, mediante un convenio con Espartero, al ejército de éste. Dícese además que don Carlos se ha acogido al pabellón inglés; y si esto es cierto, no concibo cómo ese pobre hombre ha olvidado un ejemplo no remoto de la tenebrosa política del Gabinete de Saint James16.

Las Cortes se han abierto el primero de este mes con la mayor solemnidad; y, bajo tan felices auspicios, debemos esperar una pronta y perfecta paz ¡Ya era tiempo!

Mamá está de enhorabuena, por decirlo así; la consolidación del Gobierno actual la saca de grandes inquietudes. Su marido había empleado mucho dinero en papel y bienes nacionales, y estaba, como suele decirse, con el credo en la boca. Ahora el papel ha subido prodigiosamente; y si la cosa no varía, su fortuna se triplica y se asegura con grandes ventajas. La suerte favorece de una manera tan visible a mi padrastro, que los mayores desatinos que hace se convierten en beneficio suyo; y los que le han llamado loco en sus empresas impremeditadas y atrevidas, le admiran al verlas felizmente realizadas.

Con todo, yo estoy muy lejos de alegrarme de la conclusión de la guerra, por lo que respecta a mi interés personal; pues todo esto tiende a separarme más pronto de mamá, o a alejarme de este país, que amo, si me resuelvo a seguirla.

En fin, el tiempo decidirá; por ahora no quiero pensar en ello.

Hemos tenido dos lindas óperas de Mercadante y Donizzetti: El juramento y Marino Faliero; en estos días el teatro ha estado iluminado y la concurrencia ha sido grande. Pero, créanle usted, caro Cepeda, en nada gozo. Su ausencia de usted deja un gran vacío para mí en todas las ceremonias, y deseo con ardor vuelva usted pronto adonde le llaman los votos más sinceros de una amistad la más tierna.

Adiós hasta entonces,
Gertrudis.




Carta 817
Querido amigo mío: por fin está a mi vista la grata de usted de 11 del presente, que ha disipado todas mis inquietudes. Seré corta, muy corta, como usted me aconseja; pero escuche usted, que voy a usar una vez de los derechos que me da la amistad.

Necesito de usted, de sus consejos, de su talento para iluminarme, de su cariño para dirigirme en la próxima crisis, que debe fijar mi destino18. Necesito de usted, amigo mío: es preciso que hablemos largamente; pues tengo mucho que decirle, mucho. Ahora respeto sus estudios y le dejo a plena libertad; pero tenga usted presente que es joven y tiene toda una vida que consagrar al estudio, al amor, a la patria, a su familia, y que la amistad sólo le pide algunos días.
Un mes siquiera (después que concluya usted y se gradúe)19; un mes debe ser mío, y exijo me lo ofrezca usted y se comprometa a no dejar a Sevilla hasta pasado dicho mes.

Mi dulce amigo, ¿me lo negará usted?

Tengo, más que nunca, ahora necesidad de un amigo; y, ¿quién, si no es usted, merece de mí este título? Después que le quiero a usted, he roto poco a poco todas mis otras relaciones de amistad, y en usted he concentrado todos mis afectos. Con nadie puedo aconsejarme sino con usted, y con nadie sino con usted me permito confianza. Ya ve usted a lo que esto le obliga: a no desoírme cuando le diga: «Te necesito.»

Adiós, no volveré ya a distraer a usted, sino esperaré el día en que me diga: por un mes pertenezco exclusivamente a la amistad.


Tengo enfermo a mi hermano y también lo está mi padrastro en Bilbao: por consiguiente no salimos de casa.






Carta 920
Anteanoche te dije que había enviado a tu casa un libro y no pude añadir, por los testigos que había, que dicho libro era, como lo es el que hoy te mando, un pretexto para escribirte sin que el portador se haga cargo. La fatalidad hizo que no te encontrase en tu casa el mensajero, y rasgué la carta en un momento de impaciencia contra la mala suerte, que la hizo volver por dos veces a mis manos, cuando la suponía en las tuyas.

Nada empero contenía dicha carta de importante; era solamente la expresión de mi tristeza en varios días, que no te veía, y una proposición, que ahora voy a repetir en pocas palabras. Veremos si te agrada.

Pronto vas a graduarte, y creo que saliendo de eso podrás verme con más frecuencia: aún antes de graduarte nos hemos de ver algunas veces, porque ¿cómo vivir así, querido amigo?, ¿quién tiene resistencia?; la mía comienza a faltarme no obstante todos mis propósitos. He pensado, pues, que debemos convenir en una cosa, y es que siempre que tú vengas y esté yo sola aprovechemos tales momentos para realizar un deseo, que tengo hace mucho tiempo, y que es el de leer contigo alguna obra interesante. Aun estando mamá podemos, si nos agrada, entretener un rato en la lectura, pues ningún inconveniente veo en ello, si a ti no te desagrada mi proyecto. Con este objeto he hecho una lista de algunas obras de mi gusto, que voy a nombrarte para que tú escojas la que te parezca y me lo digas. Yo la tendré en casa inmediatamente y la comenzaremos en la primera oportunidad. ¡Qué placer presiento, mi dulce amigo, en leer contigo una obra interesante!

En primer lugar, porque quiero que conozcas al primer prosista de Europa, el novelista más distinguido de la época, tengo en lista El pirataLos privados rivalesEl Wawerley y El anticuario, obras del célebre Walter Scott.

Seguidamente Corina o Italia por Madame Staël. Novela descriptiva del más hermoso y poético país del mundo, y hecha esta descripción por la pluma de una escritora cuyo mérito conoces. Además, han dado algunos amigos en decirme que hay semejanzas entre mí y la protagonista de esta novela, y deseo por eso volver a leerla contigo y buscar la semejanza, que se me atribuye con este bello ideal de un genio como el de la Staël.

Sigue la Atala del inmortal y divino Chateaubriand, porque te agradan todas las escenas de la naturaleza, todos los corazones primitivos, en fin, el hombre en su estado normal; y esta linda obra te satisfará. Luego las poesías de Lista, Quintana y Heredia, porque como dice uno de estos poetas:

. . . . . . . . . . . . . . .Verás la poesía
del corazón y mente descendiendo
al corazón y mente arrebatarse.

Ésta es mi lista, escoge tú la obra que mejor te parezca, y avísamelo. Verás qué placer gozamos en los momentos que pasemos juntos. A tu elección dejo también tus visitas a casa, pero no quiero que dejemos de vernos por un motivo... leeremos juntos ¿no es éste un placer? Adiós, mi bien.





Notas:
1   Villa de Almonte, provincia de Huelva.

2   Se refiere a los poetas franceses Alphonse de Lamartine y Charles Hubert Millevoye.  La poetisa traducía entonces, el complicado poema La fuente de Alphonse de Lamartine.

2
No tiene fecha, pero su contenido indica que debió ser escrita en la primera quincena de agosto de 1839. El sobre está dirigido en esta forma: «Condado de Niebla.- Sr. D. Ignacio Cepeda en Almonte.»

3
La villa de Almonte.

4
La plaza de este nombre.

5
Poesía de M. Lamartine contenida en las Nuevas Meditaciones que se publicaron en 1823.


6
La señorita Concepción Noriega, ya citada en la Autobiografía.

7
Don Francisco de Cepeda.

8
El señor Cepeda estaba en la Ruiza, dehesa del término de Lucena del Puerto (Huelva), propiedad de su padre.

9
Ocioso parece advertir al lector que la epístola amorosa no había sido llevada por el cartero a casa de la Avellaneda por venir rotulada a doña Amadora de Almonte.- Lista de correo.

10
La de La Fuente, de M. Lamartine, ya citada en la carta anterior.

11
Se refiere a la titulada Sab, que la autora no tuvo a bien incluir en la colección completa de sus obras literarias (Madrid, 1869).

12
La de Hércules.

13
No tiene fecha, pero debió ser escrita en los primeros días de septiembre de 1839, porque en ella se da cuenta de haber llegado a Sevilla la noticia del abrazo de Vergara, hecho que, como es sabido, tuvo lugar el 31 de agosto de ese año. La indicación del sobre es: «Condado de Niebla.- Sr. D. Ignacio Cepeda, en Almonte.»

14
Hay que tener presente que el correo entre Sevilla y Almonte era entonces bisemanal, los miércoles y los sábados.

15
Alude sin duda al proceder de los ingleses con Napoleón I después de la batalla de Waterloo.

16
El ser esta carta la contestación a una del señor Cepeda, fecha 11 de septiembre de 1839, nos ha guiado para colocarla en este lugar. En el sobre se lee: «Condado de Niebla.- Sr. D. Ignacio Cepeda, en Almonte»; y se ve claramente la cifra «1839» en el sello de la Administración de Correos de Sevilla.

17
Alude sin duda a lo que dijo en la carta anterior: que tendría que separarse de su madre o resolverse a acompañarla en su viaje a Galicia, donde residía su padrastro, el señor Escalada.

18
El señor Cepeda se preparaba entonces en Almonte para recibir la investidura de Licenciado en Leyes, pero lo delicado de su salud retrasó ese acto hasta el 18 de febrero de 1840.

19
El señor Cepeda debió acudir galantemente al dulce requerimiento hecho en la carta anterior, pues la presente y las diez que le siguen fueron escritas indudablemente en Sevilla en noviembre y diciembre de 1839 y mandadas por confidente, o por el correo interior, a la Posada de la Castaña. Ninguna de las once tiene fecha, descuido corriente en su autora, por lo que han sido ordenadas (sin presumir del acierto) según los grados de pasión que acusan en el abrasado corazón de la poetisa.


20   De esta carta nos ocuparemos, especialmente, en la próxima entrega de septiembre, bajo los dominios absolutos de Virgo.

agosto 13, 2016

CARTAS PARA UN VERANO FOGOSO I



Hoy comenzamos la reproducción del primer lote de cartas, las cuatro primeras, aquellas que fueron escritas mientras Ignacio de Cepeda, el destinatario, se encontraba hospedado en la Posada de la Castaña o Mesón de la Castaña, que estaba en la Plaza del Buen Suceso de Sevilla y que daba alojamiento, principalmente, a estudiantes.

La foto principal que ilustra la entrada al blog, realizada por mí, corresponde a la carpeta aparecida en año de 1922 –pensamos que fue el propio Cruz de Fuentes quien la vendió a la Real Academia Sevillana de las Buenas Letras diez años antes de morir–. Esta carpeta contiene toda la correspondencia (Autobiografía y 53 cartas) escritas por la poetisa y celosamente guardadas durante setenta años por su destinatario. También contiene dos cartas, originales, que el propio Cepeda envió a la Avellaneda.

Según me ha comentado José María Rodríguez Cepeda –al cual conozco personalmente–, a su tatarabuelo le gustaba que sus nietos leyeran aquellas cartas para recordar a su celosa e indómita enamorada. El texto que a continuación transcribo, lo escuchó él de labios de su propio abuelo, quien debió contarle la historia. El escrito aparece en el prólogo de la edición especial que realizó el Ayuntamiento de Almonte en el año 2007:

Siendo muy anciano y con la vista fatigada, D. Ignacio convocaba a veces a sus nietos mayores [su abuelo uno de ellos], niños entonces que acababan de aprender las primeras letras, les daba algunas de las cartas y hacía que se la leyeran en voz alta. Al escuchar, revividos por aquellos ingenuos labios infantiles, los apasionados fragmentos de las letras por quien tanto le amó en vida, Cepeda muchas veces se emocionaba vivamente.

Igualmente cuenta José María Rodríguez Cepeda en el prólogo, (página IX) de la edición impresa de estas cartas, escrito para conmemorar el centenario de la primera edición, que su tatarabuela –María de Córdova y Govantes–, conocedora de toda la historia desde el principio, al referirse a las cartas y a la historia que contaban, solía decir: «Poco me importa la relación que mi marido pudo tener de soltero con esa señora, el hecho es que me prefirió a mi». Y yo me pregunto: ¿Qué razones tuvo entonces para entregar a Cruz de Fuentes toda aquella correspondencia para que fuera editada…? Una buena pregunta que intentaremos responder en el próximo post.

El resto de fotos que acompañan a esta entrada, todas de mi autoría, corresponden a la exposición al público de los originales de las cartas, en homenaje por el bicentenario del nacimiento de la autora, realizada por el Archivo de la Real Academia Sevillana de las Bellas Letras en el año 2014.

Como podrá comprobar el lector, la primera de las cartas, del 13 de julio de 1839, fue redactada y enviada a su destinatario, anterior al Cuadernillo autobiográfico fechado entre el 23 y 27 del mismo mes. No sabemos por qué razón Lorenzo Cruz de Fuentes la colocó, en sus dos ediciones, posterior a la Autobiografía.

La segunda, tercera y cuarta correspondencia tienen el objetivo primordial, de disculparse ante su enamorado por los «arrebatos indomables de celos» que experimentó la poetisa al verle, presumiblemente, acompañado por otras jóvenes damas en los paseos sevillanos y hasta subiendo a su habitación de la Posada de la Castaña. El recuerdo de estas escenas, típicas de una caribeña celosa a rabiar, alimentadas por el temperamento de las negras esclavas africanas –a las cuales estaba acostumbrada ver y actuar la joven Tula en su Cuba natal– se mantuvieron vivas por muchos años en la memoria y corrillos de la ciudad. No se hablaba de otro escándalo mayor en la Sevilla de entonces.

Recomiendo, encarecidamente, leer las cartas, ¡todas! Valdrá la pena, no sólo para seguir la historia, sino para comprender el espíritu indómito, en cuanto a relaciones amorosas se refiere, de la joven Gertrudis Gómez de Avellaneda.

Manuel Lorenzo Abdala.





Carta 1
Una hora de desvelo y melancolía en la noche del 13 de julio(1).Dedicada a mi «compañero de Desilusión».- Para él solo.

       
        ¡A vejez prematura te condena
         El desaliento de tu joven alma!
         ¡Sientes del tedio la insufrible pena!
¡Ningún consuelo tus dolores calma!

En tus amores viste decepciones,
Crimen y error en el imbécil mundo,
Y sucedió a tus dulces ilusiones
Desengaño mortal, tedio profundo.

Así la aurora de tu hermosa vida
Se despojó de mágicos colores,
Así la senda de tu edad florida
Yace marchita sin verdor ni flores.

¡Ay! ¡Yo comprendo tu penar insano!,
Porque mi suerte cual tu suerte fiera
Aquí en mi seno con airada mano
Fecundo germen de dolor vertiera.

También, cual tú, costosos desengaños
Atesoré con ávida amargura,
Y el horizonte de mis tiernos años
Surcó una nube de feral pavura.

Cielo sin claridad, campo sin flores,
Estéril árbol en fecunda tierra,
Mi juventud sin goces, sin amores,
A la esperanza del placer se cierra.

Éste es, ¡Ignacio!, mi fatal destino,
Y éste también el que te acecha airado,
Si de la vida al áspero camino
Te lanzas sólo en tu vigor fiado.

No del sentir el mágico tesoro
Exhausto yace en mi oprimido seno:
Ven pues, ¡querido!, y el ardiente lloro
Podamos juntos confundir al meno.

         También tiene el llanto
Goces silenciosos,
Perfumes preciosos
De pálida flor.

Como hay en noche
Benigno rocío,
Que del seco estío
Mitiga el calor.

         Más no los lazos de amistad me nombres,
Que en la amistad del mundo yo no creo,
Y en el lenguaje impuro de los hombres
Traiciones temo, si cariño veo.

No del amor la copa emponzoñada
Libaremos sedientos de ventura:
La del dolor tomemos, y, apurada
Entre los dos, partamos su amargura.

Del pesar la terrible simpatía
Esa nos una y nuestro lazo sea,
Y de la muerte a la región sombría
Juntos el mundo descender nos vea.

         Acaso en esa tumba
Do juntos bajaremos,
Un destello gocemos
De lumbre celestial.

Acaso un genio aguarda
Nuestras almas dolientes
Para abrirle las fuentes
Del placer eternal.


Me hace mal, mucho mal, oír a usted expresar sus ideas, dolores y esperanzas. Ya ve usted por esta composición qué pensamientos me inspira. Atienda usted a los versos y no a las ideas.

Efectivamente, a veces me abruma esta plenitud de vida y quisiera descargarme de su peso. He trabajado mucho tiempo en minorar mi existencia moral para ponerla al nivel de mi existencia física. Juzgada por la sociedad, que no me comprende, y cansada de un género de vida que acaso me ridiculiza; superior e inferior a mi sexo, me encuentro extranjera en el mundo y aislada en la naturaleza. Siento la necesidad de morir. Y, sin embargo, vivo y pareceré dichosa a los ojos de la multitud.

¿Mas lo creerá usted así?... No, yo lo sé, por eso temo nuestras conversaciones. Esto mismo que escribo no podría hablarlo sin conmoverme demasiado: porque cuando ambos nos sentimos uno junto al otro abrumados de la vida, cansados del mundo, entonces no sé qué delirio irreprimible me hace desear la muerte para ambos.

Usted me habla de amistad, y no ha mucho que sintió usted el amor. Yo no creo ni en una ni en otro. Busco en emociones pasajeras, en afectos ligeros, un objeto en que distraer mis devoradores pensamientos y me siento así menos atormentada, porque inconstante en mis gustos, [me canso] fácilmente de todo, y los afectos ligeros, que apenas me ligan, no me privan del derecho de seguir el instinto de mi alma que codicia libertad. Alguna vez deseo hallar sobre esta tierra un corazón melancólico, ardiente, altivo y ambicioso como el mío: compartir con él mis goces y dolores y darle este exceso de vida, que yo sola no puedo soportar. Pero más a menudo temo en mí esta inmensa facultad de padecer, y presiento que un amor vehemente suscitaría en mi pecho tempestades, que trastornarían acaso mi razón y mi vida. Además, ¿llenaría aún el amor el abismo de mi alma? ¡Todo lo he probado y todo lo desecho: amor y amistad! ¿Qué puedo, pues, ofrecer a usted, querido mío? ¡La compasión de un corazón atormentado…! y mis versos para distraerle un momento de ocupaciones graves.






Carta 2
Estoy avergonzada, ¡Dios mío! ¿Qué habrá usted pensado de mí, Cepeda, después de la extraña y ridícula conducta que tuve anoche? Si fuese usted un fatuo presumido, uno de estos hombres vanidosos de que abunda la sociedad, ya sé yo lo que pensaría.

Aun no siéndolo usted, aun creyéndole a usted modesto y no ligero en sus juicios, tiemblo al reflexionar en mis locuras el concepto que usted formará y lo que supondrá. ¿Qué hombre habrá bastante modesto que viendo en una mujer el arrebato indominable que usted vio anoche en mí, no creyera que sólo los celos…? ¡Dios mío!; mi mano tiembla y mi frente se cubre de vergüenza al pensarlo. He dado motivo para que usted no crea nada de cuanto le he dicho hasta el presente acerca de la naturaleza de mis sentimientos para con usted; he dado motivo para que usted me crea enamorada y celosa; he dado motivo para que usted me coloque en la lista de esas cuatro o cinco a quienes inspiró, sin pretenderlo, una pasión desgraciada. ¡Maldición! Yo sufro una humillación que no creía estuviese en la lista de mis padecimientos. ¡Qué papel he querido representar, o mejor dicho, he representado involuntariamente! ¡El de enamorada celosa! ¡Yo, yo, Dios mío!; no sé cómo no muero sofocada de rabia. Es cierto que no hay en mí ni amor ni celos; es bien cierto que ni le he mirado a usted como amante, ni le deseo como tal, ni lo admitiría… ¡lo juro a Dios y por mi dignidad de mujer! Juro que no lo admitiría a usted por mi amante, así como hasta ahora no le he considerado a usted como a tal.

Es bien cierto todo esto y que el afecto mutuo, que nos ha ligado hasta el alma, ha sido tan puro como desinteresado; y, sin embargo de esto, ¡qué papel hago desde anoche! ¡Cómo me he degradado por un capricho inconcebible, por una violencia pueril y extravagante! ¡A qué suposiciones humillantes he dado lugar! Ya lo ve usted probado; ya ve usted probado lo que yo le he dicho muchas veces: que hay en mi carácter algo de tan ligero, tan caprichoso y tan inconsecuente, que me ha de causar en mi vida muchas pesadumbres.

Las gentes me creen mujer de algún talento y mundo, y yo mismo lo he pensado así, pero nos engañábamos; ya lo sé por experiencia. A los veinticuatro años(2) soy más niña que una de cinco. Yo no tengo talento ninguno, ni tengo mundo, ni tengo prudencia; no tengo más que una desgraciada cualidad, que yo maldigo: una ingenuidad que raya en necedad y en locura. Usted debe haberse reído de mí, ya lo creo: no puedo quejarme. Pero tenga usted la bondad de escucharme un momento, que aunque no pueda ni pretenda justificar la ligereza y extravangancia de mi conducta anoche, acaso haré comprender a usted sus verdaderos motivos y evitaré, ya que no sea el concepto de arrebatada y de indiscreta en que usted debe justamente tenerme, al menos el de celosa, que me humilla lo que no es decible y que ciertamente no merezco.

…Mi dolor, mi sorpresa, mi exaltación eran efectos de una misma causa. No vi en usted en aquel momento el amigo de mi corazón, que asegurándome una amistad grande, tierna y santa, me había dicho: puedes aceptarla sin temor ni reserva, porque te la ofrece el más puro y ardiente de los corazones(3). En vez de este corazón puro y ardiente, yo no vi en aquel momento rápido de sorpresa y de dolor sino un corazón usado al extremo, un corazón dividido entre muchos objetos…

Lo que dije, lo que hice, yo no lo sé exactamente. Sé que me volví loca nada más; loca de dolor, al ver destruida mi última y más querida ilusión: la ilusión divina que me hizo creer había hallado al fin un corazón sensible, puro, ardiente, capaz de grandes pasiones y acaso de grandes faltas, pero no capaz de tibios y multiplicados afectos…

Todo esto, agolpándose súbitamente en mi cabeza, la trastornó en términos que ya no supe más lo que hice. [Parecía] que me habían transportado a otro mundo, a un infierno, y aquella carta de usted, que tenía en mi seno, me quemaba como un ascua de fuego. Hice mil locuras, locuras que pudieron ser bien siniestramente interpretadas; y lo que más siento, lo que más me humilla, es el pensar que usted mismo, Cepeda, usted mismo, habrá creído ver un arrebato de celos en lo que no era más que un exabrupto de dolor. ¡Cuán avergonzada estoy, Dios mío! ¡Hubiera querido morir antes de salir anoche de mi casa!

No me mande usted mis cartas que le pedí, y en nombre del cielo y de la compasión, olvide usted mis locuras de anoche. Respecto al cuadernillo que di a usted, sabe usted mis condiciones. Están en él designadas las personas por sus nombres, y encierra confianzas que sólo a usted pudiera yo haber hecho, pues soy sumamente reservada en asuntos domésticos. Por todo esto, no estaré tranquila hasta saber qué ha sido quemado por usted mismo: lo ruego y lo exijo(4).

Por lo demás, nada me resta que decir. Retíreme usted su confianza, no la merezco; soy demasiado violenta y ligera; soy también muy joven todavía para ser confidente de un hombre de su edad de usted(5) y de sus méritos, y diré aún más, de un hombre que se halla en posición tan delicada. No tengo ni la madurez, ni el talento necesario para aconsejar con acierto, y sólo podré afligirme o hacer locuras como anoche. Seré siempre su amiga de usted…

Sea yo para usted lo que es Concha(6), lo que es Ana Estrada y otras muchas amigas jóvenes que usted tiene, y usted para mí sea como Bravo(7), como otros pocos, un amigo estimado, que siempre se ve con placer, pero que se puede dejar sin gran dolor. Bajo este arreglo yo garantizo que no habrá ya nuevos disgustos entre nosotros, no ciertamente. Pero no me pida usted ya confianza, amistad exclusiva. No está ya en mi mano concederla, ni posible es que yo pueda fingir.

Adiós, mi amable amigo, feliz viaje; déjeme usted cuatro letras en el correo, acusándome el recibo de ésta, pues no estaría tranquila si no supiese con certeza que usted la había recibido. Diviértase usted en Elmonte o Almonte, y consérvese bueno y estudioso para que le veamos pronto. Repito y ruego encarecidamente, de rodillas si es preciso, que olvide usted mis miserias de anoche. Si no puede usted impedirse el creer que sólo el amor, y un amor exaltado y celoso pudo arrastrar a tales imprudencias a una mujer que no es, naturalmente, ni loca ni tonta, créalo usted; pero crea usted también en que, si existió, ya no existe, y que si existió, era sin conocerlo yo misma.

En fin, lo que deseo, sobre todo, es que se olvide todo lo pasado(8).
Tula.




Carta 3
Domingo 4 de agosto(9).

He recibido la de usted a su debido tiempo y sin que haya ocurrido la menor novedad. No sé por qué le parecía a usted poco seguro este conducto, cuando es el menos sujeto a riesgos(10). Sin embargo, puesto que usted dudaba y me dice aguarda le acuse el recibo de la suya, lo hago, y me permitiré, aunque falte a su encargo de usted, añadir algunas líneas más. Si le es a usted enojoso leerlas, guarde usted esta carta sin pasar de esta línea, pero léala algún día.

Algún día remoto, cuando yo haya dejado para siempre estos países, y que mi memoria, sin tener bastante influjo para agitarle o enojarle, tenga el necesario para hacerle grato un último recuerdo de mi cariño. Acaso no nos volveremos a ver más: ¿quién sabe? usted se marcha a Almonte hoy o mañana, yo partiré a Cádiz con mi hermano(11) dentro de diez o quince días y estoy resuelta a permanecer un mes por lo menos(12). Si en este tiempo mamá tiene orden de marchar a Galicia (como todo lo anuncia), en ese caso me quedaré en Cádiz, y acaso cuando le deje sea para atravesar nuevamente los mares y separarme de usted 1800 leguas. ¿Por qué, pues, rehusará usted oírme, acaso por última vez? ¡Es tan solemne una despedida aun cuando sólo sea por tres días de ausencia…! ¿quién nos asegura al dejar un objeto querido que volvamos a encontrarle? ¡Oh!, y en esta horrible duda, en esta posibilidad terrible de una eterna separación, ¿deberán despedirse enojados dos amigos que se han querido?, ¿deberán separarse sin dirigirse una mirada de consuelo, una palabra de reconciliación? Cuando se buscasen sin poder hallarse, cuando no esperasen volver a verse más, ¿no sentirían entonces un tardío arrepentimiento de no haber perdonado?

Usted se ha resentido conmigo: ¡cosa rara! ¡es usted un hombre singular!: otro en lugar suyo se hubiera lisonjeado, porque mis tonterías de la otra noche a mí sola me perjudicaban, a mí degradaban, a mí ridiculizaban(13); y yo sola tengo derecho por lo tanto para estar irritada conmigo misma. Pero usted no sé por qué pudo ofenderse tanto. Sin embargo, básteme saber que lo está para no querer se marche usted en esa disposición. Yo no estoy, ni tengo a la verdad motivo ninguno de estar con usted enojada, porque del mismo modo que yo me perjudiqué a mí misma, y solamente a mí entregándome a aquel rapto extravagante y caprichoso de cólera, pues probé con mi conducta que era una necia, y una imprudente, sin sentido común; así usted...(14) se perjudicó, porque mostró que no tenía un corazón tan puro como me lo había dicho, y yo creía, ni una conducta digna del hombre, que se atrevía a ofrecer una grande, tierna y santa amistad. ¡Ay! Las grandes pasiones se tocan casi siempre: yo no sé si puede dar una grande amistad el que ha dado multiplicados amores!

Nell'anima innocenti
varie non son fra loro,
le limpide sorgenti
d'amore e d'amistá.

                                                   Metastasio.
                 

En las almas inocentes
una misma es la fuente
de que manan el amor
y la pura amistad.


Ha dicho Metastasio y acaso lo he creído yo misma así, y por eso no esperaba saliese del puro manantial de una alma cual la de usted dos sentimientos tan diversos, y que diese amores vulgares un corazón capaz de sublime amistad.

Pero en todo esto no hay que deba irritarnos al uno contra el otro. Usted es bastante generoso para perdonar la dureza de mi franqueza en atención a que me inspira un interés vivísimo, y que con permitírmela con usted le doy una prueba de cuán superior le creo a esos fatuos vanidosos, que no tienen bastante razón para conocer, que no la han tenido siempre, y no pueden perdonar el que se les hable el lenguaje algo áspero de la verdad. Yo tampoco debo ofenderme, antes bien agradecer la confianza que usted me ha dispensado, sólo me irritó en un primer momento el que no fuese usted tan grande, tan sin igual, tan sublime como lo deseara mi corazón. ¿Pero por qué sería tan injusta que se lo reprochase a usted como un crimen?

¡Cepeda!, tú eres lo que has sido, lo que serás siempre para mí, el más amable de los hombres y el más querido de los amigos: esto eres todavía y esto tienes que ser mientras yo viva: ¿por qué, pues, nos separaremos de este modo? ¿Te lo aconseja así tu corazón?,  ¿podrás no conocer el mío? En cuanto a mí, no puedo, ni quiero: es preciso que te diga que te quiero aun más que a ningún hombre he querido, y que si el destino ha ordenado no te vuelva a ver más, conservaré de ti una tierna e imborrable memoria. Adiós, pues, tú que me inspiras una ternura fraternal; tú, por cuya dicha daría una parte de mi sangre, recibe mi adiós, y ya que no me lo retornes vierte sobre él una lágrima de reconciliación; tendría un placer en verte esta noche, pero no lo exijo, adiós.







Carta 4(15)

Amigo mío: he estado a punto de hacer un desatino sólo por haber soñado que te habías marchado. Es preciso para sosegar mi corazón que te vea esta noche. Creo que iremos esta tarde en casa de las Jurado, pero de todos modos, a las ocho u ocho y cuarto, estaré en casa sin falta. No dejes de venir a verme.

Mándame la composicioncilla mía A la luna, que te di impresa(16), pues el ejemplar que tenía se me ha perdido, y quiero hacer una colección de todas.

Adiós, hasta las ocho u ocho y media, lo más tarde. Además, si me es posible hacer desistir a mamá de la visita, lo haré; pero repito que de todos modos estaré en casa a las ocho.


Anoche, apenas una hora he dormido: estoy en pie desde las cinco.







Notas: 
1
Sevilla, 13 de julio de 1839. Como podrá comprobarse, esta carta, la número 1 del lote de 53, fue escrita anterior a la Autobiografía que ya transcribimos la semana pasada. No sabemos por qué razón el señor Lorenzo Cruz de Fuentes, la ubica en segundo lugar.

2
La cuenta de sus años no la llevó nunca bien la insigne Tula. Ya dejamos copiada en nota a la Autobiografía su partida de bautismo (Nota del Lorenzo Cruz de Fuentes)

3
Las palabras subrayadas son de la carta de don Ignacio a la Avellaneda, fecha 15 de julio de 1839, cuyo borrador se conserva. (Nota del Lorenzo Cruz de Fuentes)

4
Contestando a ese párrafo decía don Ignacio en la postdata de su carta, fecha 3 de agosto de 1839:
«Se me olvidaba decir a usted que no he aplicado su sentencia al libro de memorias, porque se me hace duro y no podré resolverme a ello; pero si usted insiste se lo entregaré, que es el modo de que quede completamente satisfecha.» Por fortuna, no fue aplicada tan cruel sentencia al libro de memorias o cuadernillo, que es la autobiografía que precede a esta colección de cartas, ni su autora volvió a insistir en la petición. (Nota del Lorenzo Cruz de Fuentes)

5
La afirmación es inexacta, puesto que de ella se deduce que don Ignacio contaba más edad que la poetisa; cuando precisamente era todo lo contrario. (Nota del Lorenzo Cruz de Fuentes)

6
Una de las señoritas Noriega, ya citada en la autobiografía. (Nota del Lorenzo Cruz de Fuentes)

7
Don Pedro Gómez Bravo, ya citado en nota a la autobiografía. (Nota del Lorenzo Cruz de Fuentes)

8
Para fijar la fecha de esta carta, que corresponde al 10 de agosto de 1839 (según se expresa en nota del prólogo de la primera edición), se ha tenido a la vista el borrador de la contestación dada por don Ignacio. Lo que se ha suprimido de la carta se indica por puntos suspensivos. (Nota del Lorenzo Cruz de Fuentes)
Nosotros agregamos que es una pena los suprimidos de las cartas, tachonados deliberadamente en los originales por el señor Lorenzo Cruz de Fuentes (imperdonable)

9
Año 1839. En ésta, como en todas las demás cartas de esa época que no expresan el lugar, deberá entenderse que fueron escritas en Sevilla. (Nota del Lorenzo Cruz de Fuentes)

10
Alude la escritora a lo que don Ignacio le decía en postdata de su carta del día anterior: «He detenido la remisión de ésta hasta ahora, que son las nueve y media de la mañana, dudando qué conducto elegiría como más seguro de que llegase a manos de usted, pues temía que esta falta provocase a usted a mandar la criada por saber si me había marchado (a Almonte); mas, ya que se me hace tarde, he preferido, quizás imprudentemente, el correo, donde yo mismo voy a echarla.» (Nota del Lorenzo Cruz de Fuentes)

11
Don Manuel, su hermano de padre y madre. (Nota del Lorenzo Cruz de Fuentes)

12
Durante su breve permanencia en aquella ciudad le hizo su retrato el notable miniaturista Moral, del cual procede el que publicamos en esta edición.
Allí conoció al maestro Lista, que regentaba el Colegio de San Felipe, y a los redactores de La Aureola, de quienes habla en carta de 28 de agosto de ese año. (Nota del Lorenzo Cruz de Fuentes)

13
Se refiere a una escena destemplada que tuvo con el señor Cepeda, a quien había acusado de vanos amoríos. (Nota del Lorenzo Cruz de Fuentes)
Volvemos sobre lo mismo: Lorenzo Cruz de Fuentes en sus ediciones ha dado por sentado que la Avellaneda faltaba a la verdad, algo que nunca podremos saber con exactitud.

14
Lorenzo Cruz de Fuentes ha escrito una vez más: “Se ha creído oportuno suprimir tres renglones inspirados en los celos, que devoraban a la poetisa, y faltos, por tanto, de verdad”. Esto viene a demostrar la manipulación de estas cartas que están llenas de borrones y tachaduras, realizados probablemente por el propio señor Cruz de Fuentes en gratitud por el gesto de la señora Govantes viuda de Cepeda. Nunca podremos saber la verdad ¡Nunca! Cruz de Fuentes enaltece la figura de Cepeda y rebaja la actitud de la poetisa, algo que nos parece injusto y hasta falto de respeto.

15
Corresponde a los primeros días de agosto de 1839, entre el 4 y el 15, fecha esta última en que ya estaba don Ignacio en Almonte. El sobrescrito dice: «Sr. D. Ignacio Cepeda, en S. M.» (Nota del Lorenzo Cruz de Fuentes)

16
Una de las primeras composiciones de la Avellaneda, escrita en Sevilla en el propio año de 1839 y publicada por La Aureola de Cádiz.