marzo 30, 2015

AMOR Y PASIÓN (cartas Nº 17 y 18)


Después de una pausa de tres meses, regresa Amor y pasión, el conjunto de entradas referidas al casi desconocido, aunque célebre epistolario, celosamente guardado por el que fuera ministro de Gracia y Justicia de la Revolución de Septiembre. El lote de cincuenta cartas, descansó olvidado, durante más de cien años, en una carpeta tras la muerte de su destinatario, Antonio Romero Ortiz. En 1975, por casualidad, el coronel José Priego Fernández del Campo las encontró y las dio a conocer en una limitada edición gracias a la Fundación Universitaria Española. Cuarenta años después no han vuelto a publicarse, en papel.

         Hoy transcribimos las cartas 17 y 18. Y lo hacemos conjuntamente, en una misma entrada, por tratarse de dos epístolas sumamente cortas, casi un billete (mensaje) cada una.

         A partir de ahora, cada lunes, publicaremos una sola carta hasta hacer coincidir las fechas de escritura con la correspondiente al día de su publicación. Esto quiere decir que para junio habremos concluido de trascribir las primeras cuarenta y cinco ardientes epístolas. El resto de cinco cartas, de tono amistoso y fraternal, podrán ser disfrutadas en julio. Y a partir de agosto nos adentraremos en otros temas que ya estamos preparando.


Manuel Lorenzo Abdala




Carta Nº 17 [7 de mayo de 1853, sábado]

        Querido mío: me es imposible salir a la plaza, mi catarro se me ha renovado con haber escrito anoche. Tampoco puedo verte en el Príncipe [Teatro del Príncipe]; pero aunque sea un momento te quisiera encontrar en casa de Eloísa [Se refiere a su amiga y vecina, Eloísa Gatteblett, de la cual hemos hablado en una extensa nota, publicada en Amor y pasión (carta Nº 10)] ¿Por qué no subes un rato? Yo iré enseguida, de trapillo [“con vestido llano y casero”] y todo, como estoy ahora en casa. Ella, Eloísa, cree que irás esta noche, no le sorprenderá tu visita. Si vas me avisará y correré a saludarte.

Tula





Carta Nº 18 [sin fechar]

        No puede ser, vida mía. Te diré mañana el por qué [Podrá comprobarse en la carta Nº 19, ineludibles compromisos con los actores del teatro de Variedades imposibilitaron a la Avellaneda encontrarse con su amante de entonces. Y esto, ya se verá, encendió la llama de los celos].
        Adiós, te ama para siempre.

T








Continuará el lunes 6 de abril

marzo 23, 2015

Gloria y condena de una vida azarosa (V parte)

Placa conmemorativa en homenaje por el bicentenario del nacimiento de la escritora, inaugurada el 23 de marzo de 2014 en la fachada de la que fuera su casa de la calle Gravina Nº 9 de Sevilla.

Un día como hoy, hace exactamente un año, celebrábamos en la majestuosa ciudad del Betis o del Guadalquivir, el bicentenario del nacimiento de la insigne poetisa, escritora, dramaturga y periodista hispanoamericana (de Cuba y de España),  Gertrudis Gómez de Avellaneda. Entre los innumerables actos y homenajes ofrecidos entonces, cabría destacar aquellos que fueron organizados por la Asociación Cultural y Literaria “La Avellaneda” de Sevilla, institución que dirige la acreditada periodista Edith Checa: Ruta literaria de la UNED, placa conmemorativa en la que fuera su casa sevillana de la calle Gravina (cuya foto encabeza esta entrada), recital poético en el cementerio de San Fernando, conferencias y  coloquios varios, etc.

Tres meses después, exactamente el 30 de junio en el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) de Madrid, bajo la dirección de la Doctora Brígida M. Pastor, se celebró un Simposio Internacional sobre la figura de la Avellaneda. Importantes estudiosos se reunieron entonces para debatir sobre su romántica vida y extensa obra.

Hoy, un año después de todo aquello y en homenaje por el aniversario 201 del natalicio de la poetisa -que celebramos hoy-, el blog ofrece el quinto y último fragmento de aquella conferencia, la impartida por quien escribe estas líneas en la sala María Zambrano del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid y  que hemos venido publicando en el blog desde el 23 de febrero pasado.

A partir de ahora, y en frecuencia semanal, el blog continuará publicando las famosas cartas escritas por la Avellaneda a Romero Ortiz (carta 17 y siguientes), labor que interrumpimos en diciembre del pasado años para dar paso a otros contenidos, entre ellos la significativa conferencia impartida en el CSIC.

Manuel Lorenzo Abdala




Gertrudis Gómez de Avellaneda: Gloria y condena de una vida azarosa (1843-1846)


1846. (Quinta y última parte de la conferencia)

En las memorias del polígrafo español Benito Hortelano[1] escritas varios años después de haber salido de España perseguido por Narváez[2], plasmó que la Avellaneda "a la sazón era la favorita del general y la que, cual otra madame de Maintenon, disponía a su antojo de las cosas y de los hombres de alta política…” Esta opinión, emitida desde el más absoluto rencor, ha confundido a más de un investigador al mezclar sentimientos íntimos con relaciones de amistad y/o negocios. Todos sabemos que Madame de Maintenon fue amante del rey Luís XIV y la Avellaneda estaba muy lejos de ser la amante del general Narváez, especialmente en aquellos momentos, trágicos y personales por los que atravesaba. Es cierto que fue su favorita, sí, pero favorita entre las poetisas y mujeres de carácter firme. Las relaciones entre ellos fueron de tipo amistoso exclusivamente. Y fue más bien fue Narváez quién "disponía -y dispuso- a su antojo de las cosas y de las personas de la alta política", y de la literatura también, para sus negocios. Además la Avellaneda prefería pollos a gallos[3], y Narváez era un gallo demasiado viejo para ella.

En realidad eran otros los que revoleteaban alrededor de la poetisa. Muchos, casi un ejército de románticos, le hacían la corte entonces. Entre ellos destacaba un joven escritor y político valenciano de cierto talento, D. Pedro Sabater Noverges, diputado a Cortes  y casualmente, muy amigo del general Narváez.

D. Pedro Sabater estaba realmente enamorado de la escritora, de la artista, pero también de la mujer. El valenciano, a diferencia de los demás que le hacían la corte, se portó como un verdadero caballero. Aun conociendo las desgracias personales por las que atravesaba la poetisa[4], le escribió unos versos en los que le pedía directamente su mano en casamiento. Y lo hacía en cuatro redondillas que formaban 16 versos octosílabos de arte menor y rima consonante. Por cierto, el manuscrito original de estos versos -una verdadera joya-, estaba a la venta, al menos en marzo de 2014, por el módico precio de 1.800,00 € en la librería Miguel Miranda, AILA ILAB, en la calle Lope de Vega de Madrid.

La Avellaneda, conocedora del mal que ya padecía el pretendiente[5], y después de este mucho pedir y hasta de hacerse rogar, aceptó el ofrecimiento (todo muy a pesar de no estar ella enamorada de él) Finalmente, en un acto de indudable generosidad, sinceridad absoluta y amor al prójimo, algo que siempre le caracterizó, contestó el 14 de febrero, día de San Valentín, a los ruegos de su enamorado con los siguientes versos:

Yo no puedo sembrar de eternas flores
La senda que corréis de frágil vida;
Pero si en ella recogéis dolores,
Un alma encontraréis que los divida.

Yo pasaré con vos por entre abrojos;
El uno al otro apoyo nos daremos;
Y ambos, alzando al cielo nuestros ojos,
Allá la dicha y el amor busquemos.

Dos días antes de haber sido compuestos los anteriores versos, el 12 de febrero de 1846, el general Narváez dimitió de su cargo al verse imposibilitado de formar el gabinete que deseaba. El Ministerio de Gracia y Justicia que estaba predestinado para Pedro Sabater, no pudo ser. La política se movía entonces con pasmosa facilidad entre las diferentes corrientes que reñían por gobernar. En marzo (solo un mes después), e instalado nuevamente el general Narváez en el poder (1846 fue un año convulso), D. Pedro Sabater fue nombrado Jefe político de Madrid, capital de Reino[6].

El noviazgo entre el controvertido político y la famosa escritora se intentó mantener en secreto, pero todo esfuerzo resultó infructuoso, desde el principio fue del dominio público. Aquellos que se vieron rechazados en la intentona por conseguir el favor de la poetisa se encargaron de expandir la noticia.

El 24 de abril la Avellaneda efectuó una tertulia en la suntuosa casa madrileña que poseía en la calle Fuencarral número 2, finca que además ocupaba el número 1 de la calle Hortaleza, conocida como “Casa de Astrarena”[7]. A esta famosa tertulia asistieron grandes personalidades de la política, de las letras y de la sociedad española (Narváez, Gallego, Quintana, Zorrilla, etc.). La famosa tertulia se anunció en honor al gran poeta e improvisador italiano, Pasquale Cataldi, amigo íntimo de la anfitriona, que deleitó con su arte a todos los invitados[8]. Aquella noche durante la comentada velada, los prometidos -presionados por la opinión pública-, se vieron obligados a anunciar, oficialmente, el compromiso que les unía. La confirmación de la noticia se expandió inmediatamente por todo Madrid, ratificando la veracidad de los rumores que ya circulaban por los cafés, paseos y teatros madrileños. A partir de entonces comenzaron nuevos problemas para la Avellaneda. Ya no se trataba solamente de la poetisa, de la escritora, de la diva de Madrid. Era la prometida de D. Pedro Sabater que fue demasiado “restrictivo” en cuanto a ordenanzas y leyes se refiere.

La boda se celebró el 10 de mayo en la más estricta intimidad. Los padrinos fueron el duque de Frías y su esposa, y el párroco que efectuó el enlace, nada menos que D. Juan Nicasio Gallego[9]. El mismo periódico que divulgó la notica del enlace, anunciaba el viaje de novios que los recién casados harían a París, desconociendo el verdadero motivo. D. Pedro Sabater se sometería al análisis, consideración y tratamiento de médicos franceses en el intento por curar el terrible mal que padecía: un cáncer terminal de laringe, que se supo una vez practicada la traqueotomía por el afamado doctor Trousseau en una clínica parisina.

El viaje[10] tuvo una amplia repercusión en la prensa española y también en la francesa, principalmente en la enemiga del Jefe político de Madrid. El Eco del comercio, El Español y El Clamor público, se encargaron de divulgar continuamente noticias (casi todas falsas o medias verdades disfrazadas). D. Pedro Sabater, como Jefe Político de Madrid, con sus orientaciones, normas y políticas demasiado restrictivas -acertadas o erróneas- mantuvo a la prensa enemiga demasiado inquieta, algo que jamás le perdonaron.

Egilona, la famosa obra de teatro escrita meses antes por la Avellaneda en la cual retrató su estado de ánimo durante el año de 1845, se estrenó por aquellos días y como era de esperar la prensa se cebó con las críticas, todas injustas. La Avellaneda pasó de ser una poetisa de avanzada, una gran escritora, querida e idolatrada,  a ser la mujer de un político de mano dura.

En París, como ya hemos dicho, se le practicó la traqueotomía al señor Sabater Noverges, pero ya era demasiado tarde. De regreso a España, en Burdeos, el uno de agosto de 1846 fallecía en brazos de la esposa, Gertrudis Gómez de Avellaneda[11].

Inmediatamente después de certificar la muerte, el propio cónsul español en Burdeos, Excmo. Señor conde de Montemolín (pretendiente al trono de España como Carlos VI de Borbón) se hizo cargo y responsable de todo el funeral. Ocho días después del entierro el periódico La Esperanza[12] publicaba una carta anónima de la cual nadie ha hablado hasta la fecha y cuya autoría pudo recaer en Juan Nicasio Gallego o en alguien del entorno más próximo a Narváez... No olvidemos que el general acompañó a los desposados en el viaje de novios y se quedó en Paris. Ramón María de Narváez, duque de Valencia, a través de sus múltiples contactos intercedió a favor de la Avellaneda, se lo debía por múltiples razones.

Relacionado con lo anterior y por el alto valor histórico que posee, reproducimos una famosa carta publicada por el periódico La Esperanza: (respetamos la ortografía original impresa).

Señores redactores de la ESPERANZA.
Muy señores mios: En este instante acabo de Llegar á mi casa de acompañar, hasta el Campo Santo, los restos del señor Sabater, cuya temprana muerte le ha ocurrido en esta población.
¡Que de consideraciones se han atropellado á mi angustiada imaginación, al observar que tanto en sus postrimeros instantes, como en el séquito fúnebre, y en las sagradas honras celebradas en la parroquia de San Pedro, lo componía todo el partido del conde de Montemolín!... Bien complacido debe haber quedado este señor cónsul, que con la joven viuda, es el que ha convidado y hacía el duelo por haberse visto rodeado de un número no pequeño de notabilidades qué algunos tal vez creerán sus enemigos. No: todos estos dignos españoles desean llegue el dia de la reconciliación general.
La ilustrada viuda del señor Sabater, podrá decir de quienes ha recibido mayores consuelos en el trance en que más se manifiesta la caridad cristiana.
Esta es una lección que todos debemos aprender para desnudarnos de las pasiones, y hacer la felicidad de esa patria tan destrozada por bastardas ambiciones.
Si Vds. creen estas líneas dignas de ocupar un lugar en su apreciable periódico para llamar mas y mas la atención del público sobre este triste acontecimiento que la sabia Providencia ha dispuesto; se lo agradecerá
S.S.S. = Q.L.B.S.M.= Un AMANTE DE LA PAZ.
Burdeos 3 de agosto de 1846.

Fueron precisamente Nicasio Gallego y Mme. Duffur, la condesa de Suscher (prima del general Narváez) quienes posterior al funeral, instaron a la joven viuda, a través del afamado padre Pierre Bienvenu Noailles, retirarse unos días a La Solitude, centro espiritual de la congregación de la Sagrada familia de Burdeos[13]. Una famosa carta, publicada por nuestro blog el 10 de julio de 2014, podría ayudar a esclarecer lo acontecido durante aquellos tristes días de infortunio. El contenido exacto de dicha carta es el siguiente:

París, 12 de agosto de 1846.

Señora doña Gertrudis Gómez de Avellaneda.

Mi apreciable amiga: Consecuente a lo que ofrecí a usted en mi carta de anteayer, incluyo a usted la carta que le ofrecí a usted para el señor Maire, de esa ciudad, y también otra para Mme. Duffur, sobrina de mi madre política, la condesa de Suscher; cuya señora es la que en ambas cartas me recomienda a usted. Repito a usted el grande interés que me causa la suerte de usted, la mucha parte que tomo en sus desgracias y el deseo que tengo de contribuir a aliviarlas. Puede usted disponer como guste de s. s. s. y amigo, q. s. p. b., Ramón María Narváez.

Se ha dicho reiteradamente que la Avellaneda entró en un convento de Burdeos como monja, pero esto no es ni remotamente cierto. La culpa de tan errónea afirmación la tuvo El Espectador, periódico que en su afán sensacionalista el 25 de agosto de 1846, publicó la siguiente nota sin comprobar su veracidad:

Se dice como positivo que ha entrado monja!!! en Burdeos en la orden de San Vicente de Paul, nuestra celebre poetisa la Sra. Gómez de Avellaneda, debido sin duda al profundo sentimiento que ha causado en la misma la prematura muerte de su esposo el Sr. Sabater, jefe político que era de Madrid.

Y esto, evidentemente, ha confundido a historiadores e investigadores durante mucho tiempo. Es cierto, y comprobado está, que la Avellaneda se retiró un tiempo (solo durante mes y medio) a La Solitude, sede de la Congregación de la Sagrada Familia de Burdeos, pero solo para descansar. Durante su estancia en aquella villa bordelesa, remanso de paz y tranquilidad absoluta, compuso dos bellas elegías dedicadas a su difunto marido[14].

En La Solitude, gracias a los cuidados de las hermanas, del propio padre Pierre-Bienvenu Noailles y de la tremenda espiritualidad del lugar, pudo reponer fuerzas y regresar a España en septiembre.

Ha llegado á esta corte la célebre poetisa doña Gertrudis Gómez de Avellaneda de Sabater, que después de la desgraciada muerte de su esposo ha permanecido en Burdeos, hasta que algún tanto repuesta del abatimiento y mal estado á que la redujo el dolor de tan terrible golpe, ha podido, emprender su viaje para Madrid, Ha traído como regalo para las señoras del colegio de Loreto en esta corte algunos objetos de culto que las remiten las religiosas Ursulinas de Burdeos [he aquí un grave error que se repite. No eran las Ursulinas, se trataba de La Sagrada Familia de Burdeos], en cuya compañía ha buscado el consuelo la poetisa española en los amargos días de su infortunio[15].

Cuando la Avellaneda regresó a Madrid se vio sin los medios necesarios para continuar con su ostentoso tren vida. Tuvo que cambiar su domicilio, el de la calle Fuencarral por otro en la calle de San Marcos, mucho más modesto. Los enormes gastos que ocasionaron el viaje a París, incluyendo los expendios médicos derivados de la intervención quirúrgica practicada a su fallecido esposo, menguaron sus arcas significativamente. Y esto fue lo que motivó su tentativa de entrar a Palacio como camarera de la reina. Intento que, a pesar del supuesto poder y enorme influencia que poseía, no consiguió (a Dios gracias).

     Después de un tiempo de recogimiento, luto y silencio, Gertrudis Gómez de Avellaneda, viuda de Sabater retomó su vida pública dedicándose a lo que mejor sabía hacer: escribir novelas dramas y componer poesía. En 1853 intentó, por derecho propio, entrar como miembro a la RAE, algo que no se le permitió por el solo hecho de ser mujer. Aquel mismo año mantuvo un sonado romance, de corta duración pero intensísimo, con el también político y escritor, Antonio Romero Ortiz. Para entonces ya se había convertido en la gran dama del teatro español, en la gran dramaturga española. En 1855 se casó en segundas nupcias con el Coronel Domingo Verdugo, ayudante de S.M el rey consorte. En 1858 estrenó su gran drama y obra cumbre del teatro avellanediano, Baltasar, durante cuyo estreno su marido sufrió un atentado en el que fue herido mortalmente, aunque salvó la vida.

Después de veintidós años de ausencia, regresó a su tierra junto a su ya recuperado marido, pero en 1863, enviudó nuevamente. Regresó a España aquel mismo año y se compró una casa en Sevilla, la ciudad de la que se enamoró y donde amó realmente por primera vez en su vida.  En 1868, después de la trágica muerte de su hermano Manuel, regresó a Madrid.

     A partir de 1869, enferma de diabetes, se dedicó a recopilar y corregir su extensa obra en varios volúmenes. El 1 de febrero de 1873, a los 58 años, falleció en su casa de la calle Ferraz de Madrid. Sus restos mortales descansan en la sacramental de San Fernando de Sevilla por expreso deseo según hizo constar en su testamento.

Manuel Lorenzo Abdala


Notas:



[1] Hortelano, Benito. Memorias de Benito Hortelano. Editorial Espasa Calpe. Madrid, 1936.
[2] La célebre imprenta que disponía Benito Hortelano en Madrid fue calificada por el general Narváez de “Volcán revolucionario”, y amenazó con ir en persona a pegarle fuego, si no hubiera sido por la sabia intervención de Gertrudis Gómez de Avellaneda. La escritora, contra todo pronóstico, lo seleccionó como el único tipógrafo capaz de acometer una tarea de grandes dimensiones que el gobierno pretendía llevar a cabo. Dos meses después Hortelano tuvo que marcharse a Buenos Aires, vía París porque Narváez se la tenía prometida. Y pese a todo, el recuerdo que dejó escrito de la Avellaneda, no le hace justicia.
[3] Esta expresión, típica del siglo XIX, quiere decir: Prefería a los jóvenes (pollos) ante los viejos (gallos).
[4] Hace escasos dos meses había fallecido Brenilde, su hija.
[5] Padecía un cáncer de garganta, se confirmó posteriormente.
[6] El Eco del comercio, 28/03/1846, p 1.
[7] Años más tarde (1880), transformada ya la casa, viviría en ella Miguel de Unamuno. El inmueble, conocido con “Casa de Astrarena” fue derribado en 1913.
[8] El Heraldo, 25/04/1846, p 4 “El famoso poeta Cataldi, improvisador italiano, ha asistido anoche [24 de abril] á una reunión de amigos que tuvo en su casa nuestra distinguida poetisa la señorita Doña Gertrudis Gómez de Avellaneda”
[9] El Español, 12/05/1846. P.4
[10] Los recién casados fueron acompañados por D. Juan Nicasio Gallego y por el mismísimo general Ramón María de Narváez.
[11] El Imparcial, 7/08/1846; El Heraldo, 8/08/1846, p 2; El Católico 8/08/1846, p 6.
[12] La Esperanza, 11/08/1846, p 3.
[13] cfr. “Preludio para un iluminado bicentenario XVI”, La divina Tula, 13/12/2014
[14] “Elegía I” y “Elegía II”, Poesías. Madrid 1850, pp. 260-262
[15] El Heraldo, 26/09/1846, p 4.

marzo 13, 2015

Gloria y condena de una vida azarosa (IV parte)

Penúltimo fragmento de la conferencia impartida el 30 de junio de 2014 en la sala María Zambrano del CCHS (Centro de Ciencias Humanas y Sociales) del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) durante el Simposio Internacional sobre la poetisa, escritora y dramaturga hispanoamericana, Gertrudis Gómez de Avellaneda :

La divina Tula: Gloria y condena de una vida azarosa (1843-1846)


Manuel Lorenzo Abdala


Caricatura de la Avellaneda. El Fandango, junio de 1845.

1845.
Durante el cuatrienio que nos ocupa[1] la corona necesitaba apoyo mediático para ganar prestigio y mantener la estabilidad política. El país llevaba años de desequilibrio y Europa la miraba con recelo y gran preocupación. Había llegado la hora de parar el progresivo deterioro. En la poesía, la política encontró un filón para sus propósitos. Los sectores políticos y financieros aprovecharon el talante y fuerza creadora de la poetisa con otros fines.

Comenzado el año de 1845 los periódicos de la corte daban a conocer la noticia de un controvertido certamen poético patrocinado por el famoso banquero, Vicente Bertrán de Lis. El objetivo, como ya se sabe, era premiar las tres composiciones métricas que más dignamente celebrasen el rasgo de clemencia con que la joven reina ofreció al indultar de la pena de muerte a varios sentenciados por un movimiento insurreccional el año anterior.

Bertrán de Lis[2], conocido por su “liberalidad y sentimientos generosos” costearía la impresión de las obras gratificadas por la que se otorgarían jugosas cantidades dinerarias[3]. Los requisitos mínimos exigidos y las severas reglas del certamen[4] provocaron que varios periódicos emitieran comentarios que dejaban entrever la posibilidad de cierto amaño en el concurso[5].

La Avellaneda inspirada y creyendo ciegamente en el magnánimo acto de la reina, compuso dos odas y las remitió al Liceo antes de finalizar el plazo establecido. Una bajo su propio nombre y la otra bajo el nombre de un medio hermano sin advertir que al presentar dos o más composiciones, aun dado el caso de recaer la censura favorable en más de una, solo se adjudicaría un premio.

Febrero y Marzo fueron dos meses terribles para la futura mamá: sudoraciones, nauseas, dolores de cabeza… Los médicos temían lo peor, pero finalmente nació una niña que, según se dice, “era el vivo retrato de su padre” por lo que no había dudas respecto a la paternidad.

Cuando Brenilde nació -así llamó la Avellaneda a su hija- los médicos detectaron una rara afección en el cerebro. A los pocos días tuvo varias convulsiones debido a la eclampsia sufrida por la madre durante el embarazo. Las convulsiones de la pequeña se repitieron con los días, con las semanas aumentaron y con los meses se hicieron insoportables. Muy pronto todos comprendieron que Brenilde tendría los días contados.

A duras penas, la Avellaneda se recuperó del parto y de su nueva situación personal. Pero su lucha la dirigió, principalmente, a conseguir que el padre conociese la pequeña antes del fatal desenlace.

En junio, al conocerse el nombre de los premiados, llegó la gran sorpresa: entre todas las odas presentadas la comisión juzgó digna del primero a la oda[6] autoría de un desconocido Felipe de Escalada, y del segundo a la  firmada por la propia Avellaneda[7]. Se declaró asimismo no haber lugar para un tercer premio por no considerar el resto de composiciones merecedoras y dignas del certamen.

Inmediatamente todos los periódicos se hicieron eco de la noticia y los comentarios sobre la verdadera autoría del primer premio pronto estuvieron en boca de todos.

La Avellaneda, desbordada por los sucesos que agravaban su situación personal, remitió al liceo un oficio reconociendo que la oda benefactora del primer premio era de su autoría y no de su hermano, y que siendo ella merecedora igualmente del segundo, renunciaba al mismo. El Sr. Bertrán de Lis, al ser informado de lo acontecido, ordenó a la junta se le adjudicaran ambos premios a la joven al no ver inconveniente en ello y por considerarlo estimables de la ilustre poetisa[8]. Y la llama no hizo más que avivarse en la prensa madrileña.

Los periódicos contrarios al gobierno de Narváez quizás no equivocaran del todo sus juicios respecto al concurso. Pero erraron al lanzar tantos dardos sobre la persona equivocada. La Avellaneda no fue la culpable de los posibles entresijos del certamen (Ella creía firmemente en las piadosas intenciones del mismo y en la supuesta magnanimidad de la reina). Sus dos composiciones, cargadas de gran patriotismo, enaltecían los rasgos misericordiosos de la joven reina y justamente eso es lo que se buscaba.

Amargos días hubo de sufrir la poetisa con burlas, epítetos e ignominias que se sucedieron. Penosas composiciones[9] vieron la luz impunemente por aquellos días aprovechando la libertad de prensa que se había instalado en el país no hacía mucho. Los desencantos, con toda seguridad, fueron mayores que las dichas. La Avellaneda tropezó con muchas bajezas en su camino, lo dijo ella misma en tres cartas[10], las más esclarecedoras y duras misivas de todas las escritas a Ignacio de Cepeda. En ellas describe cómo se siente, y lo que cree acerca de los acontecimientos que rondaron su vida por aquellas gloriosas e infernales jornadas[11].

El certamen le valió a la escritora, entre otras cosas, para hacerse meses más tarde con la dirección de La Gaceta de las mujeres, publicación que comenzó llamándose El defensor del bello sexo y que a partir del uno de noviembre se llamaría Álbum de las damas. Este último cambio de nombre pudo estar relacionado con una extraña polémica surgida entre ella y su amigo Nicomedes Pastor Díaz que era Secretario del Banco de Isabel II.

El desafortunado mal entendido (supuesta negativa de Nicomedes Pastor Díaz como colaborador en las publicaciones de la escritora) fue posteriormente aclarado gracias a la intermediación del escritor y diputado Pedro Sabater[12], idólatra de la poetisa en grado muy superior. El diputado valenciano era a su vez íntimo amigo de Ramón María de Narváez.

 El clamor público en su edición del 30 de octubre de 1845, insertó en sus páginas una curiosa carta de la Avellaneda aclarando los pormenores de la polémica. La maniobra fue orquestada desde la redacción del periódico El globo (enemigo de la poetisa y del gobierno), encargado de sacar a la luz el escándalo. En realidad el objetivo de ambos periódicos era el de hacer daño, en otro sentido: el político.

La poetisa, sin proponérselo, se comprometía cada vez más con la clase política. Y es sobradamente conocido que a través de los tiempos el poder (el gubernamental y el fáctico), ha utilizado a los intelectuales para hacer valer sus doctrinas.

Y en medio de todo aquello la salud de Brenilde, empeoraba. Noviembre se presentó terrible, la niña se moría. La Avellaneda, en su tremenda desesperación, absolutamente turbada la razón, gemía y aullaba a espaldas de la sociedad, la misma que le adulaba en parte y en parte la criticaba.

Pocos días antes del fatal desenlace –casi en la locura-, escribió a Tassara una desgarradora carta, especie de poema rogatorio y a la vez ultimátum dramático. Su lectura conmueve, sacude y hasta  desangra[13].

El nueve de noviembre falleció la pequeña. “Tan pronto expiró Brenhilde, Tula llevó un pintor para que hiciera un retrato de su hija a fin de perpetuar su memoria (…)”[14] Fue enterrada de nicho en el cementerio de la puerta de Fuencarral como hija de Gabriel García Tassara y de Gertrudis Gómez de Avellaneda[15].

Ramón María de Narváez fue protector y amigo íntimo de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Sin dudas facilitó a la poetisa el camino para su rápido ascenso y muchas relaciones. A cambio pudo utilizar la fuerza y el poder intelectual de ella, para hacer valer sus doctrinas, las del gobierno. Nada más.

El reino de España, a pesar de la estabilidad política lograda con el gobierno de Narváez, tenía un capítulo pendiente por resolver: se trataba a nivel europeo el controvertido matrimonio de la joven Isabel II.

Entre los candidatos propuestos para el conveniente enlace, figuraba el conde de Trápani[16]. Esta candidatura, propuesta inicialmente por Juan Donoso Cortés, era la defendida por Narváez y por un amplio sector del gobierno.

El posible enlace entre Isabel II y el conde de Trápani lo creían muy beneficioso las grandes potencias europeas como: Inglaterra, Francia y hasta el mismísimo reino de Las Dos Sicilias que tardíamente reconoció la ascensión al trono de Isabel II. En contra estaban Austria (imperio que no tenía mucho peso frente las potencias antes mencionadas) y una fracción española que pensaba había demasiados borbones en el poder y que creían al conde napolitano bajo las garras de los jesuitas, orden religiosa expulsada de España diez años antes.

Narváez, oído el parecer y puesto de acuerdo con el duque de Frías y con el propio Juan Donoso Cortés, eligió a la Avellaneda como la intermediaria ideal entre el Estado y el editor estrella del momento (Benito Hortelano), para gestionar un periódico que defendiera la candidatura del conde napolitano. Al parecer la joven y premiada escritora, poseía la capacidad necesaria para tratar temas muy complejos que le competían al Estado[17]. El gobierno de Narváez debía resolver un asunto muy urgente: poner en circulación inmediata un periódico que fuera capaz de competir con otro que, además de haber ofendido al general, desestimaba la candidatura Trapani para el enlace con la Isabel II.

Esta mediación no llegó a fructificar por culpa de unas funestas declaraciones del conde Trápani. La historia fue conocida gracias al propio Benito Hortelano narrada en sus Memorias y corroborada de alguna manera por el historiador Antonio Pirala. Además, el tema fue tratado ampliamente hace sesenta años por una revista de la Diputación Provincial de Madrid[18] y vuelto a tratar posteriormente en un suplemento del periódico ABC[19].

(El último fragmento de la conferencia se publicará, como homenaje por el 201 aniversario del natalicio de la poetisa, el próximo 23 de marzo).



Notas:



[1] El artículo original analiza los años de 1843, 1844, 1845 y 1846.

[2] cfr. “Preludio para un iluminado bicentenario IX” en La divina Tula, 23-11-2013.

[3] Por la primera de las obras se entregarían 6,000 reales. y 3,000 por las otras dos, generosas cantidades si se tienen en cuenta que el salario anual de un diputado de provincias por aquella época era similar a la cantidad ofrecida por el primero de aquellos premios.

[4] cfr. El Heraldo, 10/01/1845, p 4 (La nota está firmada por Juan Nicasio Gallego)

[5] El Eco del comercio auguró “posibles batallas entre literatos” y vaticinó un polémico desenlace para el certamen al publicar que “más terribles serían las polémicas que se suscitasen después de la contienda”. Lo cierto es que nadie imaginó el verdadero resultado final.

[6] ODA EN LOOR DE LA MAGNÁNIMA PIEDAD DE S.M. LA REINA ISABEL SEGUNDA. Poesías, 1850, pp. 211-216.

[7] LA CLEMENCIA. Poesías, 1850, pp. 217-220.

[8] La entrega de los premios tuvo lugar en el magno salón de sesiones del Liceo madrileño el 19 de junio de 1845 y fue considerado uno de los más importante acontecimientos del año. El infante D. Francisco ciñó sobre la frente de la poetisa dos coronas, una de laurel y otra de oro. La Avellaneda contestó improvisando una octava que dejó al público sin respiración. A los pocos días la poetisa fue invitada por la Casa Real a pasar unos días en los Reales Sitios de La Granja y El Escorial donde compuso varios poemas.

[9] Cfr. El fandango 15/07/1845, “Sublevación mujeril”, uno de los mayores alegatos, misóginos por excelencia, compuestos en el siglo XIX, llenos de rencor y odio hacia las mujeres. Cfr. igualmente  “Preludio para un iluminado bicentenario X” en La divina Tula, 29-11-2013.

[10] Cfr. en Autobiografía y cartas de la ilustre poetisa (Cruz de Fuentes, 1914), las cartas 30, 31 y 32 de 24 de junio, 5 y 25 de julio de 1845.

[11] “Abrumada con el peso de una vida tan llena de todo, excepto de felicidad; resistiendo con trabajo a la necesidad de dejarla; buscando lo que desprecio, sin esperanzas de hallar lo que ansío; adulada por un lado, destrozada por otro; lastimada de continuo por esas punzadas de alfiler con que se venga la envidiosa turba de mujeres envilecidas por la esclavitud social; tropezando sin cesar en mi camino con las bajezas, con las miserias humanas; cansada, aburrida, incensada y mordida sin cesar..., he aquí un bosquejo de esta mi existencia, que tan fausta y brillante te finges”.

[12] Cfr. “Preludio para un iluminado bicentenario XIII” en La divina Tula, 20/11/2013.

[13] Cfr. Mario Méndez Bejarano en Tassara, nueva biografía crítica. Madrid, 1928, pp. 49-51.

[14] Cfr. Grades Fernández, Antonio. Constantina en la Historia (un relato a través de los siglos) Instituto de Gestión Gordios (Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico), Sevilla 2010. 414 páginas. Y se agrega: “A primera vista el rostro de la niña, quizás idealizado por el artista, da la sensación de estar lleno de vida”. No hemos tenido ocasión de ver el retrato.

[15] Transcripción de la partida de defunción de María García Gómez de Avellaneda (Brenilde) en Tassara, nueva biografía crítica. Mario Méndez Bejarano. Madrid, 1928. p 207 (nota 7)

[16] Hermano menor de Francisco II, rey de Nápoles, y tío de la reina casadera, pues era hermano de María Cristina, la reina madre.

[17] Cfr. “Preludio para un iluminado bicentenario XII”, La divina Tula, 12/11/2013.

[18] Cfr. Revista Cisneros, septiembre de 1954, p. 46.

[19] Cfr.  Blanco y Negro, 26/10/1957, pp. 109-110.