noviembre 26, 2011

Gertrudis Gómez de Avellaneda y el Teatro Nacional de Cuba, otra polémica...


“La Avellaneda no sintió el dolor humano; era más alta y potente que él; su pesar era como el de una roca, como el de una nube amenazante, atrevidamente grande, potente…”
José Martí




La gran desdeñada, Dulce María Loynaz, la ilustre escritora y poeta cubana, tituló así un artículo que nunca vio la luz porque a esa temprana edad de la era revolucionaria – 1961 - se apagaban velas de ilusión y se silenciaban algunos horizontes... Los aplaudidos soberanos de por aquellos días, despojados ya de sus disfraces y bisutería –entiéndase barbas, crucifijos y estampitas- se dispusieron inaugurar un monumental teatro, al que quisieron bautizar con mi apellido… ¡Y vuelta al desprecio!

Respecto a la inauguración del conocido Teatro Nacional de Cuba, y aunque a día de hoy, una de sus salas lleve al menos mi ilustre apellido, nos ha quedado un escrito que pongo a la consideración de los avezados lectores. El documento está insertado, no se sabe por qué razón, en la web oficial del poeta José Martí. Según Nydia Sarabia, testamentaria del original, la propia Dulce María Loynaz se lo regaló en vida, por lo que debemos entender que el mismo está mutilado. Su lectura resulta en lo mínimo fragmentada, porque la sensación de que faltan párrafos enteros, no ha sido apenas mi exclusiva opinión. Vale la pena pasar la vista, para hacernos de propias conclusiones.

En la introducción nos cuenta la propia Nydia Sarabia, además y como el que no quiere las cosas..., cómo se orquestó el intento de traslado de mis restos mortales en 1968, mientras la propia Loynaz, aunque mutilado el escrito, pone de manifiesto una amplia reseña sobre el tratamiento y opinión que de mi persona han tenido a lo largo de los años, algunos de mis propios compatriotas…

Gertrudis Gómez de Avellaneda. La gran desdeñada
Dulce María Loynaz
La Habana, 1961



Muchas gracias
  Gertrudis Gómez de Avellaneda

 
Nota: Si por alguna razón, el link no funcionara (puede que la web oficial de José Martí prescinda del mismo) poseo el PDF y puedo enviárselo a quién lo solicite a través de mi correo electrónico:  ladivinatula@gmail.com

noviembre 19, 2011

POESÍAS DE AMOR V

En la foto se puede apreciar el único monumento erigido en toda España a Gertrudis Gómez de Avellaneda. El mismo se encuentra situado en la localidad de Almonte, municipio de la provincia de Huelva. Don Ignacio de Cepeda y Alcalde, el destinatario de las cartas de amor de Tula, era oriundo de este hermoso lugar.

En el verano de 1839, recién llegada de mí peregrinar por La Coruña e instalada ya en Sevilla,  conozco en el Paseo del Duque,  al entonces joven estudiante de Derecho Ignacio de Cepeda y Alcalde.  Con él inicio una romántica pasión, sin límites quizás,  y luego, durante muchos años, una amistad cierta y sincera como demostró la profusa correspondencia habida y que vio la luz posterior a nuestras muertes físicas. La famosa relación epistolar fue publicada  en 1907 por D. Lorenzo Cruz y Fuentes, amigo íntimo de la familia de Cepeda y gracias a la gentileza de la excelentísima viuda de Ignacio, Doña María Govantes…
Os dejo con la primera parte de aquel epistolario (carta 1) que contiene, además, unos versos que nunca fueron publicados en mis obras completas, tampoco aparecen en mi libro de poesías, en ninguna de sus dos ediciones, la de 1841 y la de 1850…


Una hora de desvelo y melancolía en la noche del 13 de julio de 1839,  Dedicada a mi «compañero de Desilusión».- Para él solo.


                                            

   ¡A vejez prematura te condena

          

el desaliento de tu joven alma!

¡Sientes del tedio la insufrible pena!

¡Ningún consuelo tus dolores calma!



En tus amores viste decepciones,

crimen y error en el imbécil mundo,

y sucedió a tus dulces ilusiones

desengaño mortal, tedio profundo.



Así la aurora de tu hermosa vida

se despojó de mágicos colores,

así la senda de tu edad florida

yace marchita sin verdor ni flores.



¡Ay! ¡Yo comprendo tu penar insano!,

porque mi suerte cual tu suerte fiera

aquí en mi seno con airada mano

fecundo germen de dolor vertiera.



También, cual tú, costosos desengaños

atesoré con ávida amargura,

y el horizonte de mis tiernos años

surcó una nube de feral pavura.



Cielo sin claridad, campo sin flores,

estéril árbol en fecunda tierra,

mi juventud sin goces, sin amores,

a la esperanza del placer se cierra.



Éste es, ¡Ignacio!, mi fatal destino,

y éste también el que te acecha airado,

si de la vida al áspero camino

te lanzas sólo en tu vigor fiado.



No del sentir el mágico tesoro

exhausto yace en mi oprimido seno:

ven pues, ¡querido!, y el ardiente lloro

podamos juntos confundir al meno.



               También tiene el llanto

            goces silenciosos,

            perfumes preciosos

            de pálida flor.

            Como hay en noche

            benigno rocío,

            que del seco estío

            mitiga el calor.



 Mas no los lazos de amistad me nombres,

que en la amistad del mundo yo no creo,

y en el lenguaje impuro de los hombres

traiciones temo, si cariños veo.



Ni del amor la copa emponzoñada

libaremos sedientos de ventura:

la del dolor tomemos, y, apurada

entre los dos, partamos su amargura.


Del pesar la terrible simpatía

esa nos una y nuestro lazo sea,

y de la muerte a la región sombría

juntos el mundo descender nos vea.


            Acaso en esa tumba

            do juntos bajaremos,

            un destello gocemos

            de lumbre celestial.

            

            Acaso un genio aguarda

            nuestras almas dolientes

            para abrirles las fuentes

            del placer eternal.


                                        G. G. de A.

Me hace mal, mucho mal, oír a usted expresar sus ideas, dolores y esperanzas. Ya ve usted por esta composición qué pensamientos me inspira. Atienda usted a los versos y no a las ideas.
Efectivamente, a veces me abruma esta plenitud de vida y quisiera descargarme de su peso. He trabajado mucho tiempo en minorar mi existencia moral para ponerla al nivel de mi existencia física. Juzgada por la sociedad, que no me comprende, y cansada de un género de vida que acaso me ridiculiza; superior e inferior a mi sexo, me encuentro extranjera en el mundo y aislada en la naturaleza. Siento la necesidad de morir. Y, sin embargo, vivo y pareceré dichosa a los ojos de la multitud.
¿Mas lo creerá usted así?... No, yo lo sé, por eso temo nuestras conversaciones. Esto mismo que escribo no podría hablarlo sin conmoverme demasiado: porque cuando ambos nos sentimos uno junto al otro abrumados de la vida, cansados del mundo, entonces no sé qué delirio irreprimible me hace desear la muerte para ambos.
Usted me habla de amistad, y no ha mucho que sintió usted el amor. Yo no creo ni en una ni en otro. Busco en emociones pasajeras, en afectos ligeros, un objeto en que distraer mis devoradores pensamientos y me siento así menos atormentada, porque inconstante en mis gustos, cánsome fácilmente de todo, y los afectos ligeros, que apenas me ligan, no me privan del derecho de seguir el instinto de mi alma que codicia libertad. Alguna vez deseo hallar sobre esta tierra un corazón melancólico, ardiente, altivo y ambicioso como el mío: compartir con él mis goces y dolores y darle este exceso de vida, que yo sola no puedo soportar. Pero más a menudo temo en mí esta inmensa facultad de padecer, y presiento que un amor vehemente suscitaría en mi pecho tempestades, que trastornarían acaso mi razón y mi vida. Además, ¿llenaría aún el amor el abismo de mi alma? ¡Todo lo he probado y todo lo desecho: amor y amistad! ¿Qué puedo, pues, ofrecer a usted, querido mío? ¡La compasión de un corazón atormentado!... y mis versos para distraerle un momento de ocupaciones graves.

Gertrudis Gómez de Avellaneda



noviembre 11, 2011

POESÍAS DE AMOR IV

Safo, la poeta Lesbia de la Antigua Grecia, es sin lugar a dudas, una de las más importantes líricas de los siglos VII y VI a.C. Ella subvirtió el paradigma creado por los cantores masculinos de entonces, y como un reto a la sociedad eminentemente patriarcal, opuso su mundo femenino. Su visión aristocrática fue lo que le conectó con la estructura de mundo de la Grecia Arcaica.

 
El personaje de Safo ha inspirado numerosos textos a lo largo de la historia. Sin embargo, el romanticismo es una de las etapas en las que este hecho se hizo mucho más  evidente. La grandísima poeta griega cuya biografía está envuelta en un lejano misterio (no es absurdo es obvio- es una poeta de la antigüedad mezcla verdad, mezcla mito y su obra nos llega hasta hoy fragmentada), despertó nuestro interés, el mío y el de algunas poetas de mi generación. Mi amiga Carolina Coronado, escribió en 1850 “Los genios gemelos. Primer paralelismo: Safo y Santa Teresa de Jesús”, que fue publicado en el Semanario pintoresco español, una joya de la literatura decimonónica.

Para nosotras, autoras de ideas románticas y liberales de independencia personal, suponían un amargo desengaño cualquiera de nuestras propuestas, puesto que incluso en las más avanzadas sociedades, se nos negaba (a las mujeres) la condición de individuos independientes y con acceso a la esfera pública. En ese aspecto, nadie puede obviar el contundente empeño que puse en barrer aquellas dificultades.

Safo supuso no solo un modelo como autora de una obra, sino también como espejo en el que nos mirábamos como mujeres poetas. Para Susan Kirkpatrick -grandísima escritora e investigadora tenaz del siglo XX-  “La vinculación de Safo, Corinne y el alma sensible, como elementos de una tradición que autorizaba y conformaba la voz femenina en la poesía, tuvo un efecto importante sobre las primeras poetas románticas en España”. Y debo decir que Kirkpatrick tuvo razón, en parte… Tanto Gertrudis Gómez de Avellaneda, o sea, mi persona, como Carolina Coronado, incluimos en nuestras primeras colecciones de poesías imitaciones de Safo, para identificarnos a nosotras mismas con lo que la poeta griega representaba en la España de aquellos tiempos.

Yo, además de inspirarme en varias de sus obras -junto a Santa Teresa, representó lo más alto en la poesía-, fui objeto de mofa por parte de algunos de mis contemporáneos que vieron en mí, una vida paralela a la de la Diosa. Algunos me llamaron “La Safo española” y otros, despectivamente “Doña Safo segunda…” Y quizás tuvieron algo de razón, pero sólo en parte, repito!

El Soneto que presento hoy, y dejo a consideración de los lectores y lectoras, es un buen ejemplo del sentimiento romántico que padecíamos a  mediados del siglo XIX. Lo titulé “Imitando una oda de Safo” y esta imitación, me dio licencia entonces para expresar ¡sin pudor! la pasión que internamente yo sentía por Ignacio de Cepeda, mi ídolo, mi capricho de entonces, a quien dediqué la composición . En el soneto, como corresponde a esta estrofa, expongo el sentimiento de forma gradual hasta culminar en el segundo terceto, puesto que en los dos tercetos se representa el éxtasis erótico hasta llegar al último verso en el que llego, metafóricamente, a la muerte, única vía ¡poética! para el placer femenino de mi época, no obstante el poema escandalizó a algunos, pero a la vez encandiló a otros…, a casi todo Madrid.