agosto 29, 2012

MEMORIAS DE 1838 (XIII parte)

 
 



CUARTO CUADERNILLO
La Catedral de Sevilla (II parte, continuación)
 
por Gertrudis Gómez de Avellaneda
 
 
        Se sube a la capilla mayor por cuatro gradas de mármol blanco, siendo tanta la profusión de adornos, estatuas y pinturas, que se llenaría un volumen para detallarlas, querida Eloísa.
        Pasando, pues, por alto mil bellezas de esta capilla, diré algo de otras. Las laterales son nueve al norte y nueve al mediodía, y hay, además, cuatro pequeñas en los frentes de los brazos del crucero, todas con retablo y adornadas con lienzos de los más distinguidos pintores españoles. Otra obra de Murillo llama la atención muy particularmente en la séptima capilla o baptisterio, dedicada a San Antonio de Padua. Aun Ceán Bermúdez, que no particulariza en su descripción las pinturas, se extiende al hablar de este lienzo y ningún curioso visita la catedral que no se embelese delante de esta concepción admirable del genio del artista andaluz. Está figurado el Santo en actitud de arrodillarse, los brazos naturalmente extendidos para recibir al Niño Dios que desciende hacia él en una refulgente nube y en medio de multitud de ángeles. La expresión que forma la fisonomía del Santo es admirable, y según observa Bermúdez, es muy difícil dar una idea exacta del punto de perfección y gracia con que ha representado la belleza del Niño, la diafanidad de la nube y la perspectiva de un claustro que se percibe y cuya luz contrasta artificiosamente con el apacible oscuro de la escena. Hay en este cuadro pinceladas sublimes, y el admirador, embelesado delante de él, espera oír salir de los labios entreabiertos del Santo la expresión de respeto profundo y humilde adoración que revela su mirada.
 
 


La capilla principal tiene de largo 81 pies, 53 de ancho y 130 de alto; la entrada es por un arco de 87 pies de elevación, adornado con dos estatuas del tamaño natural; un zócalo rodea toda la fábrica, y sobre él se levantan ocho grandes pilastras abalaustradas, con capiteles arbitrarios, que forman siete espacios, en que se divide la capilla con su cornisamento. En los dos primeros espacios están los magníficos sepulcros de la reina Doña Beatriz y del rey Don Alfonso (sic) el Sabio, uno enfrente del otro y ambos enteramente iguales. El cuerpo del santo rey Don Femando se encierra en una urna de plata dorada, con hermosos adornos a la romana, y también se conservan en esta capilla los cuerpos de la bella Doña María de Padilla, del desgraciado Don Fadrique y otros Infantes.

En la cabecera de una nave, al lado del Evangelio, está una capilla, cuya altura y latitud son iguales a la de la misma nave; consta de dos cuerpos, jónico y corintio, con medias columnas y un ático por remate; está enriquecida con nueve lienzos del célebre Zurbarán, y hay en la misma nave otras capillas, todas bellísimas.
        Las segundas naves tienen cuatro puertas en sus extremos, y en las cabeceras hay unos vestíbulos del ancho de las naves, del alto de las capillas laterales y del fondo de las de San Pedro y San Pablo, con sus arcos y ánditos. Están adornados con altares, pinturas y estatuas.
 
 
 

La sacristía de los cálices es muy sencilla y adornada igualmente con lienzos de mucho mérito y de sobresalientes artistas. Pero la sacristía mayor, sobre todo, es magnífica: tiene 66 pies de largo, otro tanto de ancho y 120 de altura, y sería empresa difícil y prolija describir todo lo que contiene de rico y magnífico esta sacristía, la cual tiene, además, tres capillas u oratorios al lado del sur, a las que se sube por gradas de mármol. En un patio pequeño y cercado, que tiene comunicación con ellas, se custodian infinitas alhajas de oro, plata y piedras preciosas; la sala capitular es de figura elíptica y tiene 54 pies de largo y 34 de su mayor anchura; el pavimento es de mármol de varios colores, guardando en el diseño la forma del edificio. Está en el frente la silla del prelado, de maderas preciosas, cuyo respaldo figura un cuerpo dórico, con dos columnas y frontispicio, sobre el cual descansan tres estatuas de las virtudes teologales. Circunda la pieza un espacio de once varas de alto, vestido en el verano con colgaduras de damasco carmesí, y en invierno con terciopelo. Termina el citado espacio con una cornisa dórica, y sobre ella se eleva un cuerpo jónico de 15 pies de altura, con pedestales y otras tantas columnas estriadas. La multitud de pinturas y otros adornos de esta pieza impide dar de ellos una descripción individual, limitándome a decir que es la más suntuosa, rica y magnífica de esta clase que se conoce en España.
 
 
 
 
Paso por alto el antecabildo, que pudiera muy bien servir de sala capitular a las primeras catedrales, por su capacidad, su buena forma y la magnificencia con que está adornado. Nada digo tampoco de la contaduría mayor, pieza que consta de 28 pies de largo y 24 de ancho, pues, ¿a dónde iría a parar si todo lo quisiera detallar? El sagrario tiene por fuera, de norte a mediodía, 205 pies de largo, y su retablo mayor costó 122,7390 reales (sic).
       Si quieres una descripción más detallada y completa, Eloísa mía, proporciónate la de Ceán Bermúdez (1), que es la que me ha servido de guía (como ya te he repetido) al trazar este bosquejo.
 
 
 
 
Es tanto lo que puede decirse, y tanto lo que se ha dicho de esta gran obra, que yo, pobre de mí, sin genio ni conocimientos de artista, nada me atrevo a añadir. Acabaré mi compendio observando que en una de las puertas de la catedral, que sale a la Lonja, se ve en la pared la hercúlea figura de un colosal San Cristóbal, que tiene 33 pies de altura, obra del pintor romano Mateo Pérez de Alesio; dice Espinosa, en su teatro de la iglesia de Sevilla, que costó esta pintura 14.000 ducados.
 
 Continuará...
 
(1) «Descripción artística de la catedral de Sevilla», por don Juan Agustín Caén Bermúdez, Sevilla. 1804. 8.0
 
Nota de la redacción:
Todo lo que se reproduce en este post -salvo acotaciones y notas-,se ha tomado del original, ortografía y puntuación incluidos: Gertrudis Gómez de Avellaneda: Biografía, bibliografía e iconografía, incluyendo muchas cartas, inéditas o publicadas, escritas por la gran poetisa o dirigidas a ella y sus memorias (páginas 287-289) Domingo Figarola Caneda, notas ordenadas o publicadas por Emilia Boxhorn, SGLE, Madrid 1929.



 

agosto 26, 2012

MEMORIAS DE 1838 (XII parte)

 

CUARTO CUADERNILLO
LA CATEDRAL DE SEVILLA (I parte)
 
 
Principiado en Sevilla, el 8 de diciembre de 1838.
A la señorita doña Eloísa de Arteaga y Loinaz, su amiga y prima,
Gertrudis Gómez de Avellaneda.



«¿ No ves, no ves la majestuosa torre
que aun hasta el cielo su soberbia frente
pretende levantar ?... … … … »
Montadas.        
 
 
          Permite, hermosa amiga, que al comenzar la descripción de la catedral de Sevilla, ponga, a manera de epígrafe, estos versos que me han venido a la memoria y que son de un joven de esta ciudad que se va dando a conocer ventajosamente por su afición a este ramo de literatura, y déjame después hacerte mi compendio.
          No de otro modo (dice Ceán Bermúdez), que cuando se presenta en el mar un navío de alto bordo empavesado, cuyo palo mayor domina a los de mesana, trinquete y bauprés, con armoniosos grupos de velas, banderas y gallardetes, aparece la catedral de Sevilla desde cierta distancia, enseñoreando su alta torre y pomposo crucero a las naves y capillas que le rodean con mil torrecillas, remates y chapiteles.
          Pero dejemos a un lado las comparaciones, y vamos, Eloísa mía, a hablar un ratito de la grande obra de Sevilla, sin preámbulos ni exageraciones. Está situada la catedral al mediodía de la ciudad, y se le agregan por el lado del norte el Patio de los Naranjos con sus oficinas y el sagrario nuevo con su sacristía; por el este, la torre o Giralda, la capilla real y la contaduría mayor, y por el sur, la sala capitular, la sacristía mayor, la de los calis y la que llaman el muro.
          Mucho habrás oído nombrar la Giralda; es obra, según opinión de muchos escritores (a la cual parece se inclina también Ceán Bermúdez, cuyo libro tengo a la vista), de un moro llamado Gener, Hever o cosa muy parecida, por los años de 1000. Está esta gran torre, con su atrevida elevación, casi exenta, pues según observa el escritor que copio, aunque se le arrima la capilla de la Granada, no le sirve de apoyo por ser baja y fábrica de poca consideración. Es de piedra de sillería, en un estado de hombre desde el suelo, y lo restante de ladrillo, siendo todo este primer cuerpo sin disminución, de cuatro frentes iguales de 50 pies de ancho cada uno. A la altura de 87 pies comienzan las axarcas o adornos arabescos, que le dan hermosura y novedad, y más abajo las ventanas o axímenes con arcos de diferentes formas.

 
 
          No están las ventanas a un andar en las cuatro fachadas, porque se van elevando en proporción de lo que se va subiendo, por manera que hay una en cada relleno de las cuestas para que descanse el que sube y se asome a la calle ¡Qué parece Sevilla, amable amiga, vista desde las últimas de estas ventanas! Entonces se conoce toda su gran extensión y se me figura una araña con muchos pies. La puerta es tan pequeña que apenas cabe una persona, y luego que se entra, se encuentra con un vano cuadrado que llega hasta más arriba de las campanas, sin menguar nada de su ancho en toda su prodigiosa altura; en él hay algunas habitaciones, unas sobre otras, a trechos, para el alcaide y campaneros. Entre este vano y las cuatro paredes exteriores está la subida por treinta y cinco cuestas formadas sobre bóvedas, y es de tanta comodidad, que se puede subir a caballo. Veinticinco campanas están en el extremo del primer cuerpo, y termina éste en un antepecho balaustrado, con jarrones de azucenas en los ángulos.
          Desde las campanas hay cien pies, repartidos en tres cuerpos: el primero tiene el mismo ancho cuadrado que el vano del otro primer cuerpo, y sirve como de zócalo a los otros dos, acabando con un antepecho calado. En el hueco de este zócalo' está el reloj, que ha trabajado fray José Cordero después de la mitad del siglo XVIII, obra acabada y exacta. El segundo cuerpo es también cuadrado, pero muy ligero, con columnas dóricas, bóveda y cornisamento, y remata en otro antepecho. El tercer cuerpo es jónico y esférico, y tiene pilastras y ventanas entrelargas. Lo cierra un airoso copulino con una gallarda estatua de bronce dorado sobre un globo del mismo metal; representa la Fe, y se llama vulgarmente Giralda o Giraldilla, sin duda porque gira alrededor sobre un perno de hierro movido del viento, que bate en el gran lábaro que tiene en la mano derecha, sirviendo de veleta y gobierno a toda la ciudad. Pesa 28 quintales y consta de 14 pies de alto.
          Tal es, Eloísa, esta gran torre, ese coloso aéreo que Bermúdez compara al palo mayor de un navío de alto bordo, y que otro escritor francés moderno y eminentemente romántico dice que se asemeja a la orgullosa palma que domina al desierto.
 
 

          El Patio de los Naranjos no conserva de la arquitectura árabe más que los robustos muros que le rodean por oriente y norte, desde la torre hasta el sagrario nuevo, resto de la antigua mezquita construida por orden de Josef Abu-Jacob el año de 1171 y convertida en catedral por San Fernando, después de la conquista de Sevilla. En este patio me sorprendió la noche en una de las últimas tardes de verano. Las personas que me acompañaban vagaban esparcidas, examinando varios sitios de la catedral, y yo, sentada junto a la fuente que se levanta en medio de aquel recinto silencioso, respirando el perfume de los naranjos, cuyas copas espesas y oscuras eran apenas, por intervalos, estremecidas al soplo débil de la brisa nocturna, me abandonaba a un sentimiento indefinible de tristeza y embeleso. Miraba sobre mi cabeza el cielo azul y espléndido de Andalucía, que ya empezaba a tachonarse de estrellas, humedecía en el agua de la fuente mis manos, que ardían, y las llevaba luego, maquinalmente, a mi frente; respiraba con una especie de avidez el aire balsámico de la noche, y sentíame una propensión invencible al sueño. Si la compañía no hubiese llegado a interrumpir aquel embelesador letargo, si no me arrancasen, por decirlo así, de aquel sitio encantado, y hubiera podido dormir allí, en el Patio de los Naranjos, junto a aquella fuente, bajo aquel cielo venturoso, mis ensueños habrían sido, indudablemente, dulcísimos. En sueños de esta clase es que las almas ardientes, los poetas, los amantes, han encontrado amores eternos, seres perfectos, venturas celestiales. Pero yo... yo salí del Patio de los Naranjos con el pesar de no haber podido soñar una vez todavía en mi vida esas brillantes ilusiones que se desvanecen como el humo al triste despertar. En aquella noche escribí varios cuartetos endecasílabos, algunos de los cuales te mando después. El Patio de los Naranjos despertó por un momento mi poesía; me hizo desear ilusiones, y hablaba mi corazón cuando tracé en el papel.


¡ Ilusión celestial !Ante mis ojos
cayó rasgado tu fulgente velo
y una tierra pisé llena de abrojos
en vez de blando y matizado suelo.
 
 
 

          Tiene la iglesia de la catedral, de oriente a poniente, 338 pies geométricos (según Ceán Bermúdez), y de ancho, de norte a sur, 231, y la planta es cuadrilonga. Subdivídese el largo dando 40 pies a cada una de las ocho bóvedas que están en las naves laterales ; 59 al crucero en su ancho, y 20 a cada una de las capillas de San Pedro y San Pablo, que suman las 338, sin contar la capilla real, que sale fuera del cuadrilongo.


          También subdivide el ancho, dando 59 pies del crucero a la nave del medio; 39 y medio a cada una de las cuatro laterales, y 37 a las capillas. Da, asimismo, a estas capillas, 49 pies de alto, 96 a las naves de los lados y 134 a la principal, dejando reducido el cimborrio a sólo 143 y medio. Treinta y seis pilares, que son otros tantos grupos de columnas delgadas, y que tiene cada una 15 pies de diámetro, y otro gran número de medio pilares arrimados a los muros, sostienen 78 bóvedas de piedra de la cantera de Jerez dé la Frontera, como lo es toda la iglesia por dentro y fuera. El pavimento es riquísimo, todo de mármol, y los ornamentos interiores de la iglesia sencillos y elegantes cuanto pueden serlo en la clase de arquitectura gótica a que pertenecen. Tiene nueve puertas, tres a poniente, dos a levante, tres al norte y una al mediodía, siendo la principal la que está en medio de las de poniente. Las vidrieras son 33, de colores; en algunas hay pinturas de mérito.


 
 
          El respaldo de la capilla mayor es un muro de piedra, que rodea la sacristía por el frente de la capilla real, adornado ricamente con labores de gusto gótico y coronado con doseles muy delicados. Sobre todo sobresale allí y se admira una magnífica pintura de Murillo, que representa el nacimiento de Nuestra Señora. Yo he hallado, mirando este cuadro, muy natural y justo el entusiasmo de los sevillanos por este célebre artista, y he celebrado al joven poeta que le ha consagrado sus más bellas inspiraciones:


 
¡Murillo, bendición, cantor sublime!
Tú eres la gloria de la patria mía:
el sol de Andalucía
que su fervor hasta en el rudo imprime,
miró tu cuna, se encerró en tu frente,
brilló en tu refulgente
paleta, embelesando el mundo (sic)
que vio admirado tu saber profundo.

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
 
Eterna gloria
te ofrece el orbe entero entusiasmado,
Murillo encantador; pero, ¡ay! que sorda
a ti llegó también la avara muerte
y rompió tu pincel con ceño airado.


José Amador de los Ríos.

 
 
 

Continuárá...
  
 
Nota de la redacción:
Todo lo que se reproduce en este post -salvo acotaciones y notas-,se ha tomado del original, ortografía y puntuación incluidos: Gertrudis Gómez de Avellaneda: Biografía, bibliografía e iconografía, incluyendo muchas cartas, inéditas o publicadas, escritas por la gran poetisa o dirigidas a ella y sus memorias (páginas 283-287) Domingo Figarola Caneda, notas ordenadas o publicadas por Emilia Boxhorn, SGLE, Madrid 1929.

agosto 22, 2012

MEMORIAS DE 1838 (XI parte)




TERCER CUADERNILLO
Andalucía (continuación)
Todo lo que se reproduce en este post -salvo acotaciones y notas-,se ha tomado del original, ortografía y puntuación incluidos: Gertrudis Gómez de Avellaneda: Biografía, bibliografía e iconografía, incluyendo muchas cartas, inéditas o publicadas, escritas por la gran poetisa o dirigidas a ella y sus memorias (páginas 279-282) Domingo Figarola Caneda, notas ordenadas o publicadas por Emilia Boxhorn, SGLE, Madrid 1929.

El Alcázar de Sevilla
por Gertrudis Gómez de Avellaneda

Era una tarde del mes de mayo cuando por primera vez fui a ver el Alcázar, y apenas pisé el umbral de la primera puerta, cuando sentí toda la impresión que un sitio tan señalado debe necesariamente causar. Ocurrióseme al momento que por la misma puerta que yo atravesaba entraría oculta y sigilosamente la reina Doña María de Portugal [1], cuando, despreciada de su esposo, se encerraba en este Alcázar para meditar la cruel venganza que ejecutó después en la bella y desventurada Leonor [2].   Y sin duda, pensaba yo, sin duda salió por esta misma puerta el cruel Don Pedro [3], su hijo, manchada la fratricida mano en la sangre del infante Don Fadrique ¡Oh, Alcázar! decía yo entre mí, mientras atravesaba sus arabescas salas ¡Cuántos ilustres personajes han pisado tu pavimento! ¡De cuántos secretos has sido depositario! Tú podrías decir más que la oscura historia, tú revelarías misterios profundos que ella no ha penetrado.


Todo aquel morisco edificio tiene un mérito particular, que sólo un artista pudiera comprender y describir. Yo veía su magnífico Salón de Embajadores adornado con los retratos de muchos reyes, sus innumerables habitaciones y salas, en todas las cuales se descubre el gusto árabe en las columnas delgadas, y el trabajo minucioso y recargado de sus paredes, puertas y techos; pero toda mi imaginación se ocupaba de lo pasado y preguntaba interiormente a aquel edificio su origen desconocido. ¿Cuál es el arquitecto que te ha levantado? decía yo ¿Cuál fue el primer príncipe que te habitó?... Revélame, Alcázar, el nombre de tus antiguos poseedores; refiéreme los reyes que has conocido, las fiestas que has presenciado. ¡Ay! También habrás sido testigo mudo de grandes sufrimientos... quizá has servido para sofocar entre tus espesas paredes muchos gemidos.


Vimos después los primorosos jardines y sus juegos de aguas; la Casa Rústica y los baños de Doña María de Padilla. Hay, en derredor, bancos de piedra y de conchas marinas, y yo pensaba si alguna vez descansaría en ellos la hermosa María. Quizá, decíame yo, quizá en estos mismos sitios han resonado los dulces acentos de la Padilla, de aquella mujer seductora a cuyos pies olvidaba el cruel Don Pedro sus sanguinarias pasiones.




Era ya de noche cuando volvimos a atravesar las salas del Alcázar para salir de él, y mi imaginación, vivamente exaltada, me representaba en todas partes objetos maravillosos. Figurábame ver deslizarse por los oscuros corredores la sombra doliente del interesante Don Fadrique, y las columnas se me representaban como otros tantos fantasmas inmóviles y silenciosos (1).



En la mañana del mismo día en que vi el Alcázar, estuve en la Lonja, grande y magnífico edificio cuya descripción llenaría un grueso volumen. En tiempo de Carlos III fue destinado para archivo general de todos los papeles antiguos pertenecientes a la América, los cuales se conservan aún en dicho edificio ¡Ve tú si sería interesante para mí! Pero era ya tarde y yo no pude detenerme en él más que un momento. Posteriormente he pensado volver varias veces, pero aún no lo he hecho.
Según tengo entendido, este edificio se hizo recién descubiertas las Américas; ¡bien se conoce que era en época que la nación estaba rica, pues nada se escaseó para hacerlo magnífico y suntuoso!
Ahora déjame respirar un momento, querida Eloísa, pues voy a hablarte de la gran obra, orgullo de Sevilla y admiración del extranjero: ¡La catedral!
Te compendiaré lo mejor que pueda la descripción artística que de ella debemos al señor Deán (sic) Bermúdez, y empezaré con eso el cuarto cuaderno de mis Memorias.



Fin del tercer cuadernillo.


Continuará en el siguiente post…


 
Notas de la edición de 1929
(1)  «Al Alcázar de Sevilla», es una composición incluida en las «Poesías» de la autora de 1841, p. 123-128, fechada en 1840 en las «Poesías» de 1850, p. 60-63; fechada septiembre de 1839, y, por último fue suprimida en la edición de éstas de 1869. Dicha composición no sólo se halla inspirada en el famoso monumento arquitectónico sevillano, sino que reproduce imágenes y pensamientos contenidos en esta parte de las «Memorias» (sic)

Notas de la redacción del blog (Apuntes históricos):
[1] María de Portugal, Reina de Castilla (¿?, c. 1313-Évora, 1357) Era hija de Alfonso IV de Portugal. Se casó en 1328 con Alfonso XI de Castilla. Durante casi todo su matrimonio se vio postergada por su marido, que dio preeminencia a su amante Leonor de Guzmán. La Reina, que tenía una gran personalidad y era tremendamente vengativa, esperó veinte largos y amargos años; y a la muerte de su marido, mandó asesinar a la amante de este, utilizando un escudero suyo como sicario.
Durante los primeros años del reinado de su único hijo sobreviviente, Pedro el Cruel, apoyó al partido nobiliario francófilo. Finalmente se enfrentó a su propio hijo y respaldó la decisión nobiliaria de derrocarlo (Toro, 1354). Al no conseguirlo, volvió a Portugal.

[2] Leonor de Guzmán (¿?, c. 1310-Talavera, 1350 o 1351) Noble castellana. Señora de Medinasidonia. Hija de Pedro Núñez de Guzmán. Su condición de amante de Alfonso XI provocó la salida de la corte de la reina María de Portugal y una sangrienta guerra (1336-1339) con Portugal que terminó con un pacto para derrocar a los moros. Fue madre de diez hijos que tuvo con su amante el rey, entre ellos Enrique II de Castilla. A la muerte de su amante, el rey, la bella Leonor fue inmediatamente encarcelada y asesinada por un escudero de la Reina María de Portugal que había esperado pacientemente el momento oportuno para vengarse y ejecutarle.
 
[3] Pedro el cruel,  Rey de Castilla y León (Burgos, 1334 - Montiel, La Mancha, 1369). Era el único hijo legítimo de Alfonso XI, a quien sucedió en 1350. El comienzo de su reinado estuvo marcado por la debilidad del poder real frente a las facciones que se disputaban el poder: los diversos hijos bastardos que había tenido Alfonso XI con Leonor de Guzmán, los infantes aragoneses primos del rey y la reina madre -María de Portugal-. Inicialmente controló el poder la facción de la reina madre y del favorito Juan Alfonso de Alburquerque, que reorientó la política exterior hacia la alianza con Francia; para cimentarla, se concertó el matrimonio del rey con Blanca de Borbón (1353). Pero por entonces el rey era ya amante de María de Padilla, por la que abandonó a su esposa tres días después de la boda, haciéndola encerrar en el Alcázar de Toledo; con ello provocó la ruptura con Francia, la caída de Alburquerque y el estallido de una rebelión en Toledo, que pronto se extendió a otras ciudades del reino.

agosto 18, 2012

MEMORIAS DE 1838 (X parte)


Vista general de Sevilla, S. XIX


TERCER CUADERNILLO
Andalucía

Sevilla
[de infarto estético...]


No me acuerdo fijamente qué día salí de Cádiz: sería el 17 o el 18 de abril. Lo cierto es que tomamos el vapor Península a la una, después del mediodía, y llegamos a Sevilla a las doce de la noche. Siete meses han cursado después de aquel día; de ellos he pasado cerca de tres en la villa de Constantina (de la cual te hablaré después) y, a mi vuelta a Sevilla, la he hallado más hermosa de lo que me pareció en el mes y medio que pasé en ella antes de marchar a Constantina.


Está situada esta ciudad en la parte oriental del Guadalquivir, a cuyas encantadas orillas se levanta, altiva y majestuosa, como una reina, coronada de sus gigantescos edificios. No presenta, ciertamente, la vista risueña de Cádiz; su aspecto es noble e imponente, y tal cual corresponde a su antigüedad e inmemorial grandeza.

Vista general de Sevilla en 1830, nótese el puente sobre barcas sustituído en 1846 por el conocido Puente de Triana.


Sevilla es muy grande: solamente los tres arrabales, de la Macarena, Triana y San Bernardo, pudieran llamarse cada uno de ellos una población regular. No sé positivamente el número de almas que encierra Sevilla; pero juzgo que debe exceder a cien mil. Los arrabales se comunican con la ciudad por medio de un puente de barcas, que dicen ser de los mejores en su clase, y la muralla, obra de los romanos, es muy grande y tiene ciento sesenta y seis torreones y catorce puertas o postigos.

No podré encarecerte, por más que diga, el encanto que tiene esta Sevilla, en cuyas arabescas calles, angostas y torcidas, como son en lo general, parece que se encuentra siempre el atractivo de la novedad, aunque se vean diariamente. Estas casas, tan irregulares la mayor parte, son, sin embargo, deliciosas, y no hallo nada tan novelesco y encantador como sus patios, de pavimento de loza o mármol, rodeados de graciosas columnas e iluminados tan esmeradamente en las noches del verano; de cada uno de ellos se exhalan mil purísimos aromas, de la diversidad de flores que acostumbran a poner en jarrones de porcelana, alrededor de las fuentes que hay en los patios, y cuyo agradable ruido de aguas es una fruición en este ardiente clima. No podré, seguramente, darte una explicación, amable prima, del orden de estas casas y la situación de sus arabescos patios, pues no te figures que son éstos como los de nuestro país. En Sevilla, los patios ocupan el lugar que en las casas de Puerto-Príncipe tienen las llamadas salas, y, por supuesto, se ven perfectamente desde la calle.

Típico patio sevillano con fuente interior y repleto de flores en jarrones de porcelana

Aquí, cada casa tiene habitaciones altas y bajas; las primeras, para invierno; las segundas, para verano; las altas tienen balcones; las bajas, grandes ventanas de hierro, que en la buena estación se ven abiertas siempre por las noches, dejando a la vista de los que pasan por las calles los magníficos muebles con que se adornan las salas de verano. Parece hermosísima Sevilla entonces, iluminadas todas las casas, abiertas todas sus lujosas tiendas y cruzándose por las calles una multitud de gente que sale a respirar el ambiente puro de la noche, después de un día abrasador: porque te aseguro que no creo exceda el calor de Cuba al que se siente en esta ciudad durante el verano, y aun en septiembre. El paseo en dicha estación es, por tanto, de noche solamente, y la gente de tono, regularmente, concurre de las diez en adelante.

Fuente central en un paseo sevillano de mediados del S. XIX

En el centro de la ciudad está la plaza llamada del Duque, que es el lugar preferido para este paseo nocturno ¡Qué alegre es, qué bello! Le notan ser demasiado pequeño este paseo para una población tan grande; pero, digan lo que quieran, el Duque es hechicero. Tiene cuatro o cinco calles de árboles; en medio, una hermosa fuente, de figura piramidal, y está constantemente de noche perfectamente alumbrado. A sus alrededores se sitúan los aguaduchos, que ofrecen a los paseantes sus vasos de cristalina agua, con blancos y esponjosos panales de azúcar; ricas limonadas, horchatas, etc. También, como en Bordeaux, acuden aquí al paseo los vendedores de dulces y frutas, y los jóvenes obsequian con esto a sus queridas.


Maja / Majo. Escuela sevillana, Siglo XIX. Óleos sobre lienzo 199 X 99 cm


Allí se ven los elegantes de ambos sexos; ellas, con sus vestidos ligeros y escotados, libre la cabeza de sombreros y mantillas, pues son muy pocas las que suelen ir con una u otra cosa al paseo del Duque, aunque de día ninguna se dispensa de ello, y los hombres, con sus levitas cortas, sus pantalones de lienzo y sombreros de paja, puestos con toda la gracia andaluza. También acontece alguna vez que se vean varios caprichosos con su sombrerillo calañés y su vestido de majo. Allí se forman relaciones y se concluyen otras; allí se proyectan las pequeñas intrigas para deshincar a una amante; allí se critica y se galantea; allí se dan las citas, etc., etc., pues el Duque es entonces el centro de la animación y el compendio de toda la sociedad de Andalucía, con todos sus vicios y atractivos.

La muy animada Feria de Sevilla en sus inicios. Siglo XIX

Entonces no hay teatro ni tertulia: no hay más que el Duque; para el Duque se guarda todo, y él solo parece que basta a llenar todos los votos ¡Pasó ya tan bella estación! Los últimos días de septiembre fueron los últimos días del Duque; los árboles han perdido sus hojas; aquel recinto tan animado, está desierto; los patios no se ven ya, y Sevilla no se diferencia de cualquier otra ciudad grande de España. Pero no, Eloísa, no es así: mi aversión al invierno me hace injusta. Sevilla es siempre seductora, y ni los vientos, ni las lluvias, ni las nieblas [tristonas] que acompañan a esta estación de muerte, pueden oscurecer enteramente su sol brillante y su puro cielo. Aún gozamos aquí, no obstante que escribo estas líneas el 4 de diciembre, días muy bellos y noches apacibles, aunque largas y frías, y, hasta el presente, son pocos los rigores del invierno, bien que aún no hace más que comenzar, y no sabemos cómo será en enero. Creo que no llegará nunca a ser tan rígido como el de Galicia ¡Feliz, empero, el país privilegiado donde reina un eterno verano y cuyos árboles jamás ha osado el invierno despojar de sus galas! ¡Feliz Cuba, nuestra cara Patria, y feliz tú, Eloísa, que no has conocido otro cielo que el suyo!

Siempre que he asistido a la representación del drama de Casimir de la Vigne intitulado Marino Faliero, he oído con indecible conmoción la escena del primer acto y he prestado tanta atención a lo que el autor pone en boca de Fernando, que conservo en la memoria algunos trozos, aunque no ningún discurso seguido: déjame decirte algunas palabras, y tú comprenderás la simpatía que dicha escena me inspira.

Retrato de Gertrudis Gómez de Avellaneda por Antonio María Esquivel, Sevilla 1840.

¡Oh, patria! ¡Oh, dulce nombre, que el destierro sólo enseña a apreciar! ¡Oh, tesoro que ningún tesoro puede reemplazar!...Yo he visto los trémulos rayos del sol reflejar en su golfo, yo he paseado su margen encantadora, yo he respirado su ambiente puro... y el cielo de otros países no es cielo para mí.
Volvamos a Sevilla.

Hay más de veinte plazas: la de la Constitución es muy hermosa, y lo son también otras varias. La calle de Francos, la de la Sierpe, el barrio del Duque, la calle de Compañía, la de la Plata, la Venera, las Almas, el Teatro, Génova, el Ángel y la Muela, todas son calles principales; las dos primeras pertenecen casi exclusivamente al comercio. Son buenas también, aunque menos concurridas: la Laguna, Los Tiros, San Andrés, San Pedro Alcántara, las Capuchinas, San Lorenzo y otras infinitas. Toda calle próxima al Duque, se reputa principal.



Escena andaluza. 1849, óleo sobre lienzo 52 X 74 cm, Joaquín Domínguez Bécquer

El paseo llamado de las Delicias, que es muy frecuentado en las mañanas de primavera, temprano, merece el nombre que tiene; es verdaderamente delicioso. Sus vastos y primorosos jardines, sus alamedas, sus bosques de naranjos, todo es bello en este paseo, que se presenta con un aire de fiesta en la margen pintoresca del Guadalquivir.

Tampoco puedo dejar de nombrarte el magnífico Salón de Cristina, paseo predilecto en las tardes de primavera y mañanas de invierno; pero pasaré por alto otros, pues son muchos y buenos los paseos de Sevilla.

El Teatro Principal, único que he visto y único, según creo, que se conserva en buen estado, no es gran cosa; tiene tres órdenes de palcos: los bajos o plateas (que son los más estimados por las elegantes), los palcos principales y los segundos. Encima de estos últimos está la galería, que llaman también cazuela y tablillas, y aun otros le dicen gallinero. Es de advertir que estas damas sevillanas han establecido por moda el económico capricho de preferir la galería a los palcos.

Sevilla desde la Cruz del Campo. Óleo sobre lienzo. Joaquín Domínguez Bécquer, 1854

Las calles de esta ciudad no están muy bien empedradas, pero tienen aceras de loza para la comodidad de los que andan a pie, que son la mayor parte, pues aunque hay coches, tílburis y carretas, estos carruajes son pocos, como que creo puedo asegurarte no llegan a la mitad de los que existen en Puerto Príncipe, a pesar de la diferencia de las dos poblaciones. Los carruajes se miran aquí como un renglón del mayor lujo, y, por tanto, no los tienen sino los más ricos propietarios.

Ahora quiero decirte algo del célebre Alcázar, aunque con el pesar de no tener ningún libro en mi auxilio para la descripción de este edificio y no hallarme capaz de darte ni una ligera idea de su mérito artístico.
Continuará…




Nota de la redacción:
Todo lo reproducido en este post -salvo acotaciones y notas-, se ha tomado del original, ortografía y puntuación incluidos: Gertrudis Gómez de Avellaneda: Biografía, bibliografía e iconografía, incluyendo muchas cartas, inéditas o publicadas, escritas por la gran poetisa o dirigidas a ella y sus memorias (páginas 275-279) Domingo Figarola Caneda, notas ordenadas o publicadas por Emilia Boxhorn, SGLE, Madrid 1929


Fuentes iconográficas consultadas y utilizadas: