julio 29, 2012

MEMORIAS DE 1838 (III Parte)


Primer cuadernillo (final)
Dieciocho días en Burdeos

"Diez y ocho días en Bordeaux"
Intermedio de las apacibles memorias de mis primeros años y de aquella borrascosa que ha dejado en mi alma la época posterior a mi permanencia en Bordeaux, está el recuerdo de los diez y ocho días que en ella pasé. Menos profundo y dulce este recuerdo que los que conservo de mi patria, no tan vivo e indeleble como otros más recientes de un país menos bello, menos querido, pero que circunstancias particulares harán para mí inolvidable; son los días de Bordeaux como la línea que divide mis dos existencias: un intermedio entre los sueños dichosos de mi primera edad y las realidades agitadoras de estos dos últimos años de mi vida.

Eloísa: alguna vez he ideado formar para ti apuntaciones curiosas de mis viajes, consultar a otros viajeros, tomar nociones acerca de la historia, tradiciones y particularidades locales de los sitios de que te hablo; en fin, hermosear estas Memorias que te he ofrecido, haciéndolas instructivas e interesantes; pero no he podido; fáltame la tranquilidad de espíritu necesaria para esta empresa, y aun el tiempo para realizarla.



No esperes, pues, una descripción de Bordeaux, ni detalles artísticos de sus notables edificios; conténtate con una ligera reseña de las cosas más sobresalientes que vi en aquella hermosa capital, siendo la primera que te nombraré, el celebrado puente del Garona, obra grande y atrevida, como el genio del hombre que la concibió. He recorrido todas sus salas interiores, en que pudieran habitar muchas familias, y he admirado la solidez y grandiosidad de aquel puente coloso, por decirlo así, que no tiene igual en Europa. Estuve, en el mismo día en que vi el puente, en las montañas rusas, que no es más que un entablado bastante alto, en cuyo remate está una pequeña glorieta, de la que parten los carros romanos, en los que se baja por el rápido declive del entablado. Con un ligero empuje, estos carros parten con increíble velocidad; la fuerza que traen basta para que tuerzan por sí solos donde vuelve el declive, deteniéndose ellos mismos al concluir la carrera. En la rapidez de la bajada, el pecho se oprime y parece que falta el aire; pero esto mismo hace más grata la impresión que se recibe al concluirla, y las carreras por las montañas rusas es una de las diversiones que más se gozan en Bordeaux.


Gustóme infinito el Teatro Principal, que es justamente celebrado como uno de los más bellos edificios de Francia. La sala de espectáculos es muy linda, tiene cinco órdenes de palcos y un lujo extraordinario en los adornos y en el escenario. La compañía de baile que había entonces era inmejorable, y tuvimos el gusto de oír a la célebre cantatriz Mlle. Falcón (prima dona de París) en la ópera Roberto el Diablo, en que luce, mejor que en otra alguna, la belleza de su voz y la expresión apasionada de su canto.

Quisiera decirte algo de la catedral de San Andrés, que pasa por un bellísimo edificio, y de la iglesia de San Miguel, que es también muy hermosa; pero no las vi más que dos veces, siempre de prisa, y sólo puedo asegurarte que aunque he visto posteriormente otras soberbias catedrales y otras bellísimas iglesias, ninguna me ha causado la impresión que San Andrés y San Miguel, cada una en su clase, sin duda porque fueron las primeras. El mejor ejemplo que yo había visto hasta entonces era la catedral de Cuba, que es bastante bonita para agradar a todos, pero que a nadie admira.
 

 
Por dos veces visité el gabinete de Historia Natural y el Museo de Pinturas. Este último me hechizó, pues sabes mi afición por este arte. Admiré copias bellísimas de Miguel Ángel, de Rafael y el Dominiquino, y otros cuadros de no inferior mérito de David, Lebrun y otros artistas modernos. Estuve también muchas veces en los dos bazares, español y burdelés, en los cuales había siempre una numerosa concurrencia.

Conocí en Bordeaux dos grandes paseos y otros pequeños llamados Cours. De los dos principales, el llamado Quincouse es el más frecuentado en verano, y Tourni en invierno. Ninguno, empero, corresponde a la hermosura de la ciudad, y son muy inferiores a los de otras poblaciones de menos rango. Más, sin embargo de que no sean notables aquellos paseos por su belleza y adornos, aunque no se ven en ellos ni fuentes, ni estatuas, ni voluptuosos jardines, ¡cuántos encantos tienen en la estación que los conocí!

 


El alumbrado público de gas ilumina aquel recinto donde, cada noche, tres o cuatro mil personas van a respirar la frescura de la brisa en la estación ardiente del verano. Cada charlatán o buscavida acude allí a situarse, atrayendo gente. A un lado se ve un titiritero, al otro se levanta un teatrillo ambulante. No lejos, se encuentra uno con un cosmorama gritando a toda fuerza de sus pulmones: «Aquí se ven por tres sueldos las principales ciudades de Europa». Otra voz se oye anunciar dos pulgas que tiran de un coche y bailan un vals, y por cualquier parte se levantan bonitas tiendecillas de lienzo, en las que las vendedoras ofrecen frutas, dulces y perfumes.

Muy común es también oír en aquellos paseos voces muy lindas que, acompañadas del arpa, cantan las más escogidas arias de Bellini y Mercadante. Estas voces son de mujeres del pueblo, que pasan toda la noche cantando para recoger unos sueldos. Al retirarse del paseo, es costumbre entrar a tomar sorbetes en alguno de los magníficos cafés que rodean a Tourni, y no he encontrado aún otros tan ricos como los que he tomado allí.


Me falta aún decirte una palabra sobre otra visita que hice en Bordeaux. ¿Adivinarás a quién?... Al cementerio. Sí, Eloísa; pero el cementerio de Bordeaux ha despojado a la muerte de su asquerosidad y horror. Calles de flores, limpias y simétricas, conducen a los sepulcros de mármol, bellos y suntuosos, que más bien adornan que entristecen aquel lugar. Sombreados aquellos monumentos de la muerte por sauces y abetos, y regados de rosas y siemprevivas, nada presentan de horrible o repugnante. En medio del aroma que embalsama aquel ambiente, parece que los muertos deben dormir con un sueño más dulce, y que tiene algo de vago y poético la espantosa evidencia de la nada.

Vi también las catacumbas que están bajo la Torre del Telégrafo, y en las que no hay ciertamente nada de ameno que disminuya el horror de aquel espectáculo. Largos y oscuros subterráneos, donde se respira un aire fétido y malsano, y por conductora una vieja flaca y lívida con una lámpara sepulcral en su descarnada mano. Luego, a un lado y otro, calaveras y esqueletos, con los que se tropieza en la oscuridad. Tal fue el sentimiento de horror y miedo que me inspiró aquel lugar, que sólo conservo de las catacumbas esta impresión.


Ya es tiempo de terminar mis apuntes sobre Bordeaux, y con ellos, querida Eloísa, este primer cuadernillo; pero no puedo concluir la primera parte de mi tarea sin hablarte del castillo de las Bredas. Era una hermosa mañana de junio cuando salimos en coche a visitar este célebre castillo, que dista dos leguas de Bordeaux. Llevaba conmigo el grueso volumen de las obras de Montesquieu, y a pesar que la conversación de los compañeros me impedía entregarme al encanto que gozaba en leerlas, contemplaba aquel libro con emociones que eran más vivas a medida que me acercaba al sitio en que habitara su inmortal autor. Llegué, por fin, y pisé con respeto la tierra que tantas veces recibió también la huella de Montesquieu. Entré en aquel castillo que fue habitado por él, vi la mesa misma en que tal vez se escribieron algunas de las brillantes páginas del Sprit des Lois y la mesetilla en que descansaba los pies mientras escribía, y que conserva todavía la señal de la presión. ¿Qué más puedo decirte? Si has leído a Montesquieu, si eres como yo entusiasta de su genio, tu alma adivinará las emociones que experimentó la mía cuando estuve en las Bredas.

Salimos de Bordeaux el 22 ó 23 de julio*, sin haber visto ni una vigésima parte de cuanto contiene digno de verse; pero de aquello poco que vi, me ha quedado una memoria imborrable.


Fin del primer cuadernillo.


 
* Hay un error de fechas, debería ser "22 ó 23 de junio" pues la fragata Le Bellochan, que trasladó a toda la familia desde Cuba, llegó el 3 de junio a Pauilliac, puerto en el que se alojaron una noche. Después navegaron durante todo un día por el Garona hasta llegar a Burdeos, ciudad en la que permanecieron dieciocho días.

Nota de la edición del blog:
Hay sucesos, especialmente importantes, que Gertrudis Gómez de Avellaneda no cuenta, no quiso contar -o quizás fueron omitidos por los editores originales- en las Memorias a su prima Eloísa. Por documentos posteriores, encontrados y contrastados, se han podido conocer dichos sucesos. Si desea consultar todo lo que aconteció en Burdeos y en los dos años posteriores en La Coruña, le sugerimos lea: Un artículo, dos epistolas y tres siglos, post editado por el blog el 01/10/2011. También puede pedir información directamente vía mail a: ladivinatula@gmail.com 

Continuará...

julio 20, 2012

MEMORIAS DE 1838 (II parte)

Vista de la antigua Pauilliac, pequeña ciudad a medio camino entre Budeaux y la punta de Grave en el estuario del Garona.


Primer cuadernillo (continuación)
Llegada a Francia: Puerto de Pauilliac *

Eran las seis de la tarde cuando saltamos en tierra en el muelle de Polláx (Pauilliac), y una multitud de gente se había agrupado allí para esperar a los viajeros. Cada dueño de hotel nos encarecía las ventajas del suyo, deseoso de ser preferido; otros nos perseguían para que les tomásemos para transportar el equipaje, y las vendedoras de frutas nos cercaban con sus canastos.

Pequeño muelle en el puerto de Pauilliac. Diariamente se aglomeraban aquí comerciantes para brindar a los pasajeros recién llegados, servicios de hospedaje y transporte.

Esta ansia del dinero me chocó de un modo desagradable, porque aún es desconocida en nuestra rica Cuba.

Pasamos la noche en Polláx (Pauilliac), y al día siguiente, a las ocho de la mañana, nos embarcamos en el vapor Bórdeles. Más de cien pasajeros nos encontramos a bordo, concurrencia que no disminuyó hasta Bourdeaux, pues, aunque el vapor deja gente en los pueblos del tránsito, también toma.

Vista general de una calle de Paulliac. En primer plano, a la izquierda, uno de los hoteles donde se hospedaban los viajeros procedentes de América.

Nada tan romántico y encantador como las vistas y perspectivas que se ofrecen a los ojos del viajero que hace en el vapor travesía de Polláx (Pauilliac) a Bordeaux en los meses de verano. Yo había visto en Cuba sus soberbios montes, sus campos vírgenes coronados de palmas y caobas; había extendido la vista por sus inmensas sabanas y detenídola en sus ricos plantíos... Sin embargo, me encantaron las campiñas deliciosas que adornan las márgenes soberbias del Garona.

En la campiña que adorna las márgenes del río Garona, se asientan varios castillos

Al llegar a Bordeaux, nuevas emociones de diferente género experimentó mi corazón. Paseando mis miradas por el cuádruple bosque que forman en aquella ría los masteleros de tantos buques allí anclados, mirando algo más distante cruzarse otros muchos en varias direcciones, cargados con las producciones de ambos hemisferios, sentí aquella especie de respeto que inspira una ciudad comercial en todo el auge de su opulencia.

Era la una del día cuando saltamos a tierra, y en uno de los muchos magníficos coches de alquiler que allí había esperando a los pasajeros del vapor, nos dirigimos al hotel de La Paz o de los Extranjeros.

Grabado de principios del siglo XIX de la gran ciudad de Burdeaux.

Atravesando las calles de Bordeaux, miraba con sorpresa y placer a todas partes: ¡Qué vida! ¡Qué gentío! ¡Qué movimiento! La elevación y hermosura de las casas, todas de piedra, me admiraba, tanto más cuanto que era ésta la primera ciudad de Europa que veía, y las casas de Cuba, generalmente bajas, nada presentan que pueda dar una idea dé la magnificencia de las de una de las primeras ciudades de Francia.

Cuando recuerdo ahora, Eloísa mía, los días agradables que pasé en Bordeaux, paréceme que ha sido un lisonjero sueño. Es hechicero el trato francés; mi pasión por ellos, ha sido justificada, y no salí de Bordeaux sin mil pesares de dejarlo, mil esperanzas de volver a verlo y mil gratos recuerdos que aún conserva mi corazón.


* Reproducción fiel, salvo acotaciones, de lo publicado en: Gertrudis Gómez de Avellaneda: Biografía, bibliografía e iconografía, incluyendo muchas cartas, inéditas o publicadas, escritas por la gran poetisa o dirigidas a ella y sus memorias (páginas 253-254) Domingo Figarola Caneda, notas ordenadas o publicadas por Emilia Boxhorn, SGLE, Madrid 1929.

Continuará...

julio 19, 2012

MEMORIAS DE 1838 (I parte)



PRIMER CUADERNILLO
(El primer cuadernillo estará subdividido en tres partes, La navegación, Las costas de la Francia, y Dieciocho días en Burdeaux)

La navegación*

«¡Feliz, El pino, el que jamás conoce
Otro cielo ni sol que el de su patria!».—Heredia.

En la noche del 9 de abril de 1836, nos embarcamos para Bordeaux en la fragata francesa Le Bellochan. La brisa que soplaba era tan débil, que no obstante haber levado el áncora desde las nueve, subiendo a la toldilla al amanecer del otro día, aún distinguí perfectamente la bahía de Cuba.
Poco a poco vila alejarse por grados, hasta convertirse en un punto negro perdido en el horizonte, y desaparecer en fin.
El viento soplaba entonces más fuerte, y el mar no era ya aquel que bañara blandamente la costa de Cuba. El ruido de sus olas agitadas, nuevo a mis oídos, tenía algo de terrible y amenazador que excitaba en el alma emociones tristes y profundas, a la par qué sublimes; emociones inexplicables que sólo puede comprender el que las haya experimentado y recuerde aquellos momentos en que se viera por primera vez en medio del cielo y del mar, entre dos infinitos, en que la nave parece un átomo imperceptible perdido en la inmensidad.
El viento continuó favorable, y el 12, al amanecer, remontamos la punta de Maisí, dejando enteramente detrás la isla de Cuba y sofocando el ruido de las olas los últimos adioses que dirigiera en mi dolor a aquella tierra querida.
El 15 pasamos la Gran Yunque y otras pequeñas islas sucesivamente, hasta salir, por completo, de todas las Antillas.


Hasta el 23, el tiempo fue muy bello y gozamos las más hermosas noches de luna que hasta entonces había visto ¡Cuántas horas veía pasar sobre la toldilla, abandonada al encanto de tan deliciosas noches! «Cuando navegamos sobre los llanos azulados, ha dicho lord Byron, nuestros pensamientos son tan libres como el océano.» Su alma poética ha debido sentir también cuan indecible y mágica influencia tiene la luna en ese mismo océano, y cuan osados, al par que religiosos, son los pensamientos que inspira. Parece que Dios se revela mejor al alma conmovida en aquellas horas de profundo sosiego, y que una voz misteriosa se deja oír en el vago sonido del viento y de las olas. Hay un embeleso indefinible en el incierto resplandor con que brillan en las aguas los tibios rayos de la luna, en el soplo de la brisa que llena las velas ligeramente estremecidas y en la canción del marinero que acompaña el mar con el ruido de sus olas. No ha podido olvidárseme jamás una de estas canciones que oí muchas veces mientras me dormía, y que también me despertó otras muchas, y su recuerdo tiene para mí algo de triste y melancólico que no sabré definir:

«Le beau pays de Normandie,
C'est le pays qui m'a donné le jour».

Estas eran las últimas palabras de aquella canción, palabras repetidas con una tonada lánguida y afectuosa, que se pegó a mi oído de un modo que no he podido olvidarla.
¡Cuántas veces, mientras la oía, entregábame yo también a los recuerdos de mi hermosa Patria que acababa de abandonar, tal vez para siempre! Pensaba en los días tranquilos de mi infancia, en aquellos días pasados en el seno del mejor y más querido de los padres; en los conocimientos y relaciones de mis primeros años, y en aquella época en que mi corazón me advirtió que había cesado de ser niña! ¡Ah, con cuántas ilusiones adornaba entonces el porvenir mi risueña imaginación! Lánceme a la vida con un corazón ávido de emociones, y el dolor mismo, adivinado más bien  qué sentido, tenía entonces para mí algo de bello y sublime ¡Aurora de la juventud, eres una sonrisa del cielo!  Pero, ¡ay, una sonrisa engañadora! Prometes ventura, y el hombre no goza otra que aquella que sueña en sus delirios de inocencia. Delirios hechiceros que valen cien veces más que una fría razón, harto presto adquirida!
Perdona, hermosa amiga, si me distraen un instante de la tarea que he emprendido por complacerte, inoportunas reflexiones.
Tu indulgencia me es tan conocida, que sólo ella pudiera animarme a continuar estas Memorias, a las que mis ocupaciones no me permiten dedicar sino muy pocos momentos, y que deben resentirse forzosamente del estado intranquilo de mi corazón y de mi espíritu.
El hermoso tiempo que habíamos tenido hasta el 24, dejó de favorecernos estando a la vista de las islas Bermudas. Eran las cinco de la tarde del 25 de abril, cuando negras nubes que cubrían el sol dieron una noche anticipada. Los bramidos del mar y del viento eran por momentos más espantosos, y crujían las maderas del buque como si fuera a hacerse pedazos, mientras las olas embravecidas, ora parecían querer lanzarse a las nubes, ora sumergirle en los abismos.


¡Terrible fue aquella noche, Eloísa mía! El capitán hizo recoger velas, hasta quedar a palo seco, y todos los pasajeros estaban tan poseídos de terror, que yo era la persona más tranquila, y tal vez la única que gozase en aquel terrible choque de dos elementos de las impresiones sublimes que excita. Mi serenidad en aquella ocasión fue el asunto de las conversaciones en muchos días, y puedo asegurarte que, sin exageración, me he aplicado yo misma aquellos versos de nuestro Heredia que tú recordarás:

«Al despeñarse el huracán furioso,
Al retumbar sobre mi frente el rayo,
Palpitando gocé: vi el océano
Azotado del austro proceloso
Combatir mi bajel, y ante mis pasos
Vórtice hirviente abrir, y amé el peligro.»

Puede morir el hombre, pensaba yo, perecer puede en esta terrible lucha víctima de su osadía. Pero, ¿qué es la muerte para él?... Lo que posee de grande, de noble, de sublime, no morirá nunca. Su cuerpo puede quedar sepultado entre estas olas, que su genio ha despreciado; pero ese genio, esa fuerza creadora, ese gran ser invisible que le anima, no acabará con él, ni existe en la Naturaleza entera un poder capaz de destruirle.
Sin embargo, pasó como el bueno el mal tiempo, y nos quedó un viento por proa que por espacio de tres días no nos permitió adelantar un palmo. Los primeros días de mayo nos hizo un tiempo calmoso, pero sereno, que varió el 6 con un nuevo temporal ¡Tres días de continua angustia! Hasta el 9 no volvimos a ver lucir el sol con todo su esplendor. El mismo día pasamos las Azores, y el viento nos fue favorable hasta el 15, en que se entabló nuevamente la calma. El 20 tuvimos un viento débil por bolina; el 21 tornó la calma, y por remate de impaciencia, se declaró luego un viento fuerte por proa, que casi a la vista de la costa nos tuvo barloventeando hasta el 23. Con junio cambió nuestra suerte. El señor Eolo quiso al fin sernos propicio; el capitán hizo echar alas y arrastraderas, y en la mañana del 3, con un sol hermoso, un mar bonancible y un viento fresco por popa, saludamos las risueñas costas de la Francia.



* Corresponde a lo acontecido entre los días 9 de abril y 3 de junio de 1836, tiempo que tardó la fragata “Le Bellochan” en cruzar el Atlántico.

El post es reproducción de lo contenido en: Gertrudis Gómez de Avellaneda: Biografía, bibliografía e iconografía, incluyendo muchas cartas, inéditas o publicadas, escritas por la gran poetisa o dirigidas a ella y sus memorias (páginas 249-253) Domingo Figarola Caneda, notas ordenadas o publicadas por Emilia Boxhorn, SGLE, Madrid 1929.


Continuará…

julio 17, 2012

Los cuadernillos de viaje de Gertrudis G. de Avellaneda



Nueva edición de las “Memorias de 1838” escritas por Tula
por: Manuel Lorenzo Abdala


En los próximos días el blog La Divina Tula reeditará, por primera vez en casi cien años, las famosas Memorias inéditas –que ya no lo son- escritas por Gertrudis Gómez de Avellaneda. Se trata de una serie de apuntes que de sus viajes realizó la escritora, desde su salida de Cuba en 1836 y hasta su llegada a la ciudad de Sevilla en 1838, pasando por Burdeos, La Coruña, Lisboa y Cádiz. Estas Memorias fueron dedicadas a su prima, la señorita doña Eloísa de Arteaga y Loynaz que residía en la ciudad de Puerto Príncipe, actual Camagüey, en la isla de Cuba.

Según cuenta la propia Avellaneda, las Memorias estaban dividas en cinco partes. Pero el manuscrito del quinto cuaderno nunca apareció, o al menos no fue cedido por los donantes. Todo parece indicar que un familiar -nunca identificado- entregó en 1911 los originales de las mencionadas Memorias a Don Domingo Figarola Caneda, director de la Biblioteca Nacional de Cuba. Él estaba recopilando información para editar una gran obra sobre la escritora con motivo del centenario por su natalicio a celebrarce en 1914. Durante meses trabajó arduamente en esas “Memorias inéditas”, más la obra no pudo concluirse a tiempo como era su deseo por razones puramente técnicas.

Las cuatro partes de las Memorias que llegaron a las manos del Director de la Biblioteca de Cuba fueron publicadas por primera vez, y anticipadamente a la obra deseada, en el año 1914 por la imprenta «El Siglo XX» de La Habana, bajo la supervisión del propio Señor Figarola Caneda por dos motivos esenciales: él temía estuvieran circulando copias clandestinas de las mismas –incluida la quinta parte desaparecida- y fueran publicadas por otra editorial muy interesada en el tema. Y el segundo motivo fue porque ese año dejaba su responsabilidad en la Biblioteca Nacional. En la imprenta «El Siglo XX» la tirada inicial fue de muy limitados ejemplares y por ello se agotaron rápidamente (sólo 500 ejemplares, distribuídos gratuitamente en varias bibliotecas alrededor del mundo).

En 1926 el insigne director de la biblioteca falleció víctima de una larga enfermedad sin ver cumplido su objetivo final. Pero en 1929 su viuda y secretaria personal, doña Emilia Boxhorn, decidió recopilar todo el material que sobre la escritora, había estado acumulando durante años su consagrado esposo, y logró publicar la obra en la ciudad de Madrid bajo el título “Gertrudis Gómez de Avellaneda”, biografía, bibliografía, iconografía y cartas…. Lo mismo ocurrió con la “Bibliografía de la Condesa de Merlín”, que la Sra. Boxhorn consiguió publicar post mortem, después de numerosos esfuerzos, en la ciudad de París.

La obra de 1929 que ha llegado hasta nosotros, está considerada una rareza editorial por su incalculable valor. En la Biblioteca Nacional de Cuba hay un ejemplar de esta edición, y en España existen tres ejemplares, uno de ellos en la Biblioteca Nacional en Madrid y otro en la famosa biblioteca de Tudanca en Cantabria. El tercer ejemplar, descansa totalmente olvidado en una de las tantas bibliotecas de la comunidad andaluza. El blog La Divina Tula puede certificar que la consulta de los ejemplares existentes se hace tremendamente complicada, y sólo está disponible para especialistas, bajo fuertes medidas y férrea custodia, (casi como las que tiene ahora mismo el Códice Calixtino de la Catedral de Santiago, el famoso manuscrito del siglo XII, secuestrado hace un año y felizmente reconquistado hace unos días)

Pero si la edición de 1929 se hace rara y difícil, lo es más tener el placer de consultar un ejemplar de los 500 editados en 1914 por el propio Figarola Caneda con motivo del centenerio de la autora.

Volviendo a la información editorial del blog, queremos anunciar a nuestros avezados y asiduos lectores que las transcripciones (con puntuación y ortografía original) de las cuatro Memorias* (cuadernillos) serán subdivididas en varias partes. Y en algunos casos los post contarán, con el apoyo de vídeos que pretenden ilustrar la bella poesía que encierra su preciado contenido.


*
Los cuadernillos han sido tomados de la edición ordenada y publicada por Emilia Boxhorn, viuda de don Domingo Figarola Caneda, titulada: Gertrudis Gómez de Avellaneda: Biografía, bibliografía, iconografía, cartas y sus memorias. Madrid, SGEL 1929. (Los cuadernillos carecen de derechos de autor por lo que son de dominio público)

julio 15, 2012

La "premiada" Rue Jacob de París (II parte)

Patio interior del nº 20 de la Rue Jacob en donde se celebraban las tertulias de Natalie Barney

20 Rue Jacob, París
por: Manuel Lorenzo Abdala


En el post anterior, referido a los artistas que hicieron célebre la mítica calle Jacob de París, se nos quedó por mencionar una de las grandes novelistas y poetas que más contribuyeron a la fama de la mencionada calle, Natalie Barney. Pero un buen amigo -Xavier Batista- tuvo a bien de reparar en el olvido; y como la omisión era imperdonable, aquí va una breve biografía de esa gran figura de las letras nacida en los EEUU el 31 de octubre de 1876, y fallecida el 2 de febrero de 1972 en Francia.

Una foto de Natalie Barney junto a su mascota a principios del Siglo XX.


Natalie fue una escritora, poeta y novelista estadounidense que vivió como expatriada en París. Anfitriona de las reuniones literarias del llamado salón de Barney, que se celebraron durante más de sesenta años en su casa situada en el número 20, Rue Jacob de París. Allí se congregaron escritores y artistas de todo el mundo incluyendo a muchas figuras importantes de la literatura francesa, junto con modernistas estadounidenses y británicos de la llamada «generación perdida». Trabajó para promover la literatura escrita por mujeres y creó la «Academia de las mujeres», en respuesta a la Academia francesa, compuesta exclusivamente por hombres (algo similar intentó hacer cien años antes Gertrudis Gómez de Avellaneda pero en Madrid). Al mismo tiempo brindó apoyo e inspiración a escritores masculinos como Remy de Gourmont y Truman Capote.

En la foto Natalie Barney junto la gran poeta Renée Vivien con la cual mantuvo una relación intermitente que duró varios años.


Natalie Barney era abiertamente lesbiana y comenzó a publicar poemas de amor dedicados a la mujer bajo su propio nombre desde 1900, ya que consideraba que el escándalo era «la mejor manera de librarse de las molestias» (refiriéndose a la atención de hombres jóvenes heterosexuales). Apoyó en su obra el feminismo y el pacifismo. Se opuso a la monogamia y mantuvo al mismo tiempo relaciones de corta y larga duración, que incluyeron romances intermitentes con la poeta Renée Vivien y la bailarina Armen Ohanian y una relación de cincuenta años con la pintora Romaine Brooks. Su vida y sus amores sirvieron de inspiración para muchas novelas, como el best seller francés Sapphic Idyll (Idilio sáfico) o The Well of Loneliness (El pozo de la soledad), sin duda la novela lesbiana más famosa del siglo XX.

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Homenaje a la "premiada" Rue Jacob de París
Un vídeo realizado por: Manuel Lorenzo Abdala
con la colaboración fotográfica de: Alfredo Balmaseda

Como colofón a la serie de artículos sobre la mítica calle, he querido realizar un vídeo homenaje a todos esos grandes artistas que en diferentes épocas hicieron de la famosa Rue Jacob de París el centro de la cultura universal.
El vídeo está realizado tomando como base una de las más bellas canciones de otra gran figura, la cantante francesa Barbara, interprete que se diera a conocer en el famoso L’échelle de Jacob.
Regarde es el título de la canción escogida, y es un canto a la esperanza. Por eso, y sólo por eso, la escogí para rendir tributo a tantas generaciones de artistas creadores que en la Rue Jacob dieron a conocer su arte.

(para disfrutar del vídeo, pinche el icono)

julio 13, 2012

La "premiada" Rue Jacob de París

En la parte superior de la composición, se puede apreciar el aspecto actual de la rue Jacob de París. Abajo la entrada principal y el patio interior del nº 12, protagonista de sorprendentes historias.

La “premiada” Rue Jacob de París
Ciento cincuenta años de tertulias y noches bohemias…
por: Manuel Lorenzo Abdala
fotos actuales: Alfredo Balmaseda

Ubicada en el legendario barrio de St-Germain, la rue Jacob ha sido durante siglos una importantísima calle parisina repleta de sorprendentes historias, algunas olvidadas con el paso del tiempo.

En la composición fotográfica vemos a Richard Wagner, a su lado la foto de su bella esposa Minna Planer. Y a la derecha la famosa condesa de Merlín

El compositor  Richard Wagner ocupó uno de los pisos superiores en el número 14 de la famosa calle, y en ella compuso su primera ópera de gran éxito, Reinzi. Su esposa, la bellísima Minna Planer –muy acostumbrada a extravagancias e infidelidades -, terció con los dueños de la casa contigua para que el joven y famoso abogado cubano-español, Carlos Manuel de Céspedes y su mujer, fueran a vivir al número 12 de la misma calle (justito a su lado). Madame Planer de Wagner y Carlos Manuel de Céspedes se habían conocido en un frecuentado café ubicado en los bajos del inmueble, presentados por otros dos conocidos y virtuosos de la época, Chopin y George Sand, habituales del bohemio bar. Al poco de los de Céspedes trasladarse al inmueble, Richard Wagner fue contratado por la ópera de la ciudad de Dresde para estrenar su recién escrita obra, teniendo el matrimonio que viajar, muy a pesar de ella. La rumorología de la época se encargó de dar largas a la imaginación y hasta nosotros llega que Minna Planer y Carlos Manuel de Céspedes mantuvieron un discreto affaire, por supuesto a espaldas de sus respectivos cónyuges. La Planer se aburría mucho porque su esposo se encontraba demasiado ocupado en la composición de la gran ópera que le inmortalizara. Y a Céspedes le ocurría lo mismo: María del Carmen, su esposa, se pasaba el día interpretando al piano obras de su vecino Wagner. Ellos, mientras, se amaban entre la floresta del patio interior…

Distintivo actual que identifica la mítica calle parisina, en el centro el cartel actual del lujoso bar L'échele de Jacob. Y a la derecha, la placa en el Nº 14 donde vivió Richard Wagner.

Por aquella época los de Céspedes invitaron a sus amigos y compatriotas, Domingo del Monte y Rosa Aldama. A la par, el convite fue extendido a otros dos compatriotas residentes en Madrid, Gertrudis Gómez de Avellaneda y su joven hermano, Manuel Gómez de Avellaneda. Durante ocho semanas las tertulias serían anheladas e interminables, y el número 12 de la rue Jacob fue lugar de peregrinación de cuanto artista y político se preciara en Paris. La Avellaneda, muy conocida ya entre la intelectualidad europea, leía en perfecto francés, traducciones de sus propios poemas y actos completos de sus dramas recién escritos, ante la admiración de las celebridades presentes. Por allí pasaron, además de Chopin y la baronesa Dudevant, la condesa de Merlín, François Guizot, Joseph-Benoit Guichard, Josefina Cipresti, Charles Baudelaire, Honoré de Balzac… y un sinfín de personalidades más. Después de cada tertulia todos se refugiaban en el café de los bajos hasta bien entrada la madrugada. Todos, menos la condesa de Merlín, que se había aficionado a los besos y caricias tropicales del jovencísimo Manuel Gómez de Avellaneda. En el patio interior del inmueble, confundidos entre la espesa vegetación que crecía (era la primavera de 1843), la atípica pareja se amó apasionadamente como lo habían hecho, en reiteradas ocasiones, Carlos Manuel de Céspedes y la mismísima Minna Planer de Wagner.

Patio interior del Nº 12 de la rue Jacob, protagonista de amoríos varios. A la derecha las escaleras que conducían a las interminables tertulias que ofrecían los De Céspedes, Gertrudis Gómez de Avellaneda y la condesa de Merlín entre otros.

Las tertulias dejaron de celebrarse repentinamente el día en que encontraron a “Madame” Cipresti brutalmente asesinada en su mansión de la Avenue de Neuilly, cerca de la Place de l´Etoile. A consecuencia de ello, el piano de Carmelita de Céspedes no volvió a escucharse más, tampoco el cello de Miguel Aldama (hermano de Rosa Aldama, venido desde Londres para participar de las interminables veladas). Tula no tenía entonces a quién leer sus nuevas composiciones poéticas: Chopin se había ido, repentinamente, de gira por Manchester, George Sand al sur de la Francia, la condesa de Merlín se atrincheró inteligentemente, en su esplendido palacete de las afueras de París con su joven y nueva adquisición. Y el resto, sencillamente, desapareció del entorno.
La prefectura parisina andaba investigando la trágica muerte de la Cipresti, y uniendo cabos sueltos. Nadie quería parecer sospechoso ante la justicia porque al parecer, más de uno tenía algo que esconder al respecto. Pero eso nunca pudo ser comprobado a pesar de los informes y detalles que la sirvienta de la interfecta había dado a las autoridades, inculpando al mismísimo Carlos Manuel de Céspedes. Finalmente todos decidieron abandonar el número 12 de la rue Jacob por la sabia recomendación de La Avellaneda que vio el panorama bastante sombrío. Ella regresó a Madrid -ciudad que le aclamaba fervorosamente- acompañada por los Del Monte, mientras que los De Céspedes regresaban a Cuba. Pero durante años continuaron escuchándose desde el interior del inmueble, fantasmagóricas notas musicales, risas, cantos, y gemidos.

La exótica Gertrudis Gómez de Avellaneda, el galán  Carlos Manuel de Céspedes y una jovencísima baronesa Dudevant, algunos de los protagonistas de aquellas interminables tertulias que se ofrecían en nº 12 de la rue Jacob de París.


La rue Jacob a finales del XIX y durante el S. XX
Declive y resurgir bohemio

En 1910, Paris sufrió una de las inundaciones más penosas de su historia, la rue Jacob se convirtió en un caudaloso río. El agua anegó todos los bajos, incluyendo la librería de volúmenes antiguos de la entrada principal y el patio interior del número 12. El agua acumulada convirtió al patio en un auténtico pantano amazónico anegándolo todo. Pero no por eso dejaron de escucharse las risas, los gemidos y algunas notas sueltas de un piano, acompañado por las cuerdas de un cello. Y así fue hasta que a mediados del siglo XX el famoso café de los bajos se transformó en un festivo y mítico cabaret conocido como L’échelle de Jacob (La escalera de Jacob).
El pequeño rincón de la rue Jacob compuesto por los números 10, 12 y 14, retomó la distinción de antaño convirtiéndose en una especie de icono porque allí se reunía la "buena" bohemia parisina, y sus artistas, como ya había sucedido en la primera mitad del siglo XIX.

La rue Jacob durante las inundaciones ocurridas de 1910. A la derecha una lujosa tienda que ocupa el lugar donde otrora hubiera una librería de volúmenes antiguos desaparecida cuando las inundaciones.

Durante la década de los cincuenta y los sesenta debutaron en L'échele de Jacob los grandes de la canción francesa: Charles Aznavour, Jacques Brel, Barbara, Gainsbourg y hasta el conocidísimo Léo Ferré que compuso una canción donde se menciona y venera la famosa calle y la mítica sala.

En la composición tres de las más grandes figuras que debutaron e L'échele de Jaboc, el mítico cabaret de la rue Jacob durante los años cincuenta y sesenta: Gainsbourg, Barbara y Léo Ferré.


Hoy en día ya no existe el legendario cabaret, lo sustituye un lujoso bar y aunque lleva el mismo nombre de otrora, no es más lo que fue, ¡ni por asomo!

Bajo los floridos balcones del número 12, donde antaño estuvo la librería de volúmenes antiguos, hoy en día existe una lujosísima tienda de decoración como bien corresponde al pintoresco barrio de St. Germain.
Algunos residentes del inmueble actual, continúan escuchando la algarabía fantasma de cierta tertulia de antaño. Parece que el hechizo de aquellas interminables noches decimonónicas, impregnadas aun en las paredes del mítico inmueble, ejerce su mágico influjo, persistiendo en sus deseos de retomar un esplendoroso pasado.

Manuel Lorenzo Abdala


pd.- Agradezco la imponderable colaboración del profesor y fotógrafo Alfredo Balmaseda y de la historiadora y dramaturga Hortensia Domínguez Tolón para la realización de este post.