noviembre 30, 2013

PRELUDIO PARA UN ILUMINADO BICENTENARIO (XIV)




 
Seguimiento mediático de un viaje sin retorno.
 

El casamiento de la Avellaneda con D. Pedro Sabater y sus consecuencias iniciales.
 
 
El post anterior lo concluíamos insertando los cuartetos que la poetisa envió a D. Pedro Sabater respondiendo a sus reclamos matrimoniales. En la misma entrada aclarábamos las circunstancias especiales que precedieron al enlace, del cual se hicieron eco dos días después de efectuado, al menos tres medios de comunicación: El Heraldo, El Español y Eco del comercio, los dos últimos enemigos acérrimos del Jefe político de Madrid.
 
Se ha insinuado en determinados círculos que, al casarse la Avellaneda con D. Pedro Sabater, buscaba para sí un estatus social más alto. Esto es totalmente absurdo pues más bien el matrimonio le trajo desagradables consecuencias como veremos más adelante. No olvidemos que la Avellaneda estaba en la cúspide de la fama y no tenía necesidad alguna de casarse con nadie. Y si aceptó hacerlo con D. Pedro Sabater (que era un amigo muy querido por ella), condenado a una muerte casi segura debido a la terrible dolencia que sufría (cáncer de laringe), más bien fue por una cuestión de índole humanitaria. La clave de todo la podemos encontrar en uno de los últimos cuartetos que ella escribió cuando él intentaba hacer su retrato y le pedía su mano en casamiento.

 
¿Qué más podéis pedir? ¿Qué más pudiera
Ofrecer con verdad mi pobre pecho?
Ternura os doy con efusión sincera
¡De mi ídolo el altar ya está deshecho!


 
Se ha dicho en un artículo(1) publicado hace algunos años en Italia que “con el enlace matrimonial se trató de lavar el honor de la Avellaneda porque la misma venía a solventar el problema social (y hasta moral) en cuanto a su condición de madre soltera”. Al leer semejante duda (casi una afirmación), hemos quedado absortos. Gertrudis Gómez de Avellaneda, por sus conocidas ideas respecto al matrimonio, convencimiento personal en aquella etapa y temple, sencillamente no lo hubiera permitido jamás (por una cuestión de principios). La poetisa (en medio del siglo XIX) estaba muy por encima de esa absurda doble moral que, aún en nuestros días, se sigue practicando en determinados y retrógrados círculos sociales, y que por no ser nuestro tema en el post de hoy, no nos adentraremos a analizar.

 
El viaje de novios, que como ya se sabe no fue tal, tuvo una amplia repercusión en la prensa de la época, principalmente en la enemiga del Jefe político de Madrid. El Sr. Sabater había viajado a París para someterse al análisis, consideración y tratamiento por parte de famosos médicos franceses en el intento de curar el terrible mal que padecía.
 
Una vez que el Jefe político de Madrid salió de la capital dirección París, viaje del cual no regresaría jamás, la revancha mediática no se hizo esperar.
 
Algunos periódicos de la época como, Eco del comercio, El Español y El Clamor público, se encargaron de divulgar continuamente noticias (algunas de ellas, falsas o medias verdades) relacionadas con él por ser éste un fuerte adversario político que les mantuvo siempre muy a raya, algo que jamás le perdonaron. Por ejemplo, el 2 de junio de 1846, el diario El Español publicó una noticia del Ministerio de la Gobernación y que debió ser muy de su agrado:
 
Por real decreto del 30 de mayo, ha resuelto S. M. la Reina que se encargue en comision del gobierno político de Madrid, el asesor general de las direcciones generales de correos y caminos del reino, D. Simón de Roda, por haber obtenido D. Pedro Sabater real licencia para pasar á París y otros puntos con el objeto de restablecer su salud.
 
 
Ese mismo día se pudo leer en La Esperanza (Periódico afín a Sabater) que la noche anterior habían salido dirección París, el Jefe Político de Madrid acompañado por su señora esposa. Al día siguiente El Clamor público, como para no quedarse atrás en su afán por informar sobre las gratas nuevas, insertó en su primera plana la noticia del real decreto firmado por la reina publicado por El Español el día anterior, pero a continuación agregó, con despótico sarcasmo, el siguiente comentario:
 
            Segun dicen los periódicos, el señor gefe político ha salido á disfrutar la licencia que tiene para ver á París. Nos encomendamos á su sucesor el señor Roda, y le pedimos encarecidamente que no nos tenga tan presentes como el señor Sabater, y que sea nuestro mediador entre el censor y el Eco. Asi Dios nos oiga, y le toque al corazón para que se olvide de nosotros.
 
 
El día tres de junio, siendo aún más irónico que El Clamor público y el Eco del comercio juntos, el diario El Español insertaba una escueta observación acerca del viaje, añadiendo mayor cantidad de leña al fuego al publicar que “en el mismo carruaje iba también el señor don Juan Nicasio Gallego” que como todo el mundo sabía era íntimo amigo de la Avellaneda (Aún no se había enterado nadie que el hermano del Sr. Narváez formaba parte también de la comitiva). Por su parte el diario El Espectador, en la misma línea que los anteriores, pero siendo algo más punzante, decía lo siguiente:

 
            El gefe político interino de esta capital, señor Roda, ha inaugurado su mando recogiendo El Eco del comercio. ¿Se propondrá el señor Roda demostrar que el señor Sabater era muy tolerante con la prensa progresista? Ello dirá.
 
 
Un día antes de su partida, D. Pedro Sabater había argumentado por escrito los motivos que le llevaron a prohibir se continuara con la representación de la comedia titulada Alberoni o la astucia contra el poder(2), autoría del político y dramaturgo Tomás Rodríguez Rubí(3). El día cuatro de junio cuando ya Sabater había traspasado las fronteras de Álava, el diario El Español, aprovechando su ausencia (algo que no se atrevió hacer en su presencia), hizo público los motivos a través de una nota de prensa en su intento por desacreditarle. Lo cierto es que D. Pedro Sabater había prohibido se continuara representando aquella comedia porque consideraba que la utilización de la política activa, directa o indirectamente en el teatro, podría causar graves daños a la sociedad en el difícil momento que España atravesaba entonces. La publicación de aquellas polémicas consideraciones por el periódico El Español trajo como consecuencia, negativas y muy desagradables críticas a Egilona, el drama autoría de la Avellaneda que se estrenaría días después en el teatro de la Cruz.
 
Sería interminable relatar la cantidad de notas que fueron sucediéndose por aquellos días en los periódicos madrileños. Es innegable que durante su mandato, por causas diversas que no entraremos a analizar en este post por no ser nuestro cometido ahora mismo, D. Pedro Sabater se vio obligado a tomar medidas, algunas muy drásticas, que no favorecían a determinados sectores y medios de prensa. Pero lo cierto es que sus acciones y decretos, acertadas o no, afectaron directamente a la Avellaneda y no a él mismo. Por eso no comprendemos cómo se puede afirmar que la poetisa buscaba en el matrimonio con Sabater aumentar su estatus social cuando en realidad lo que obtuvo del mismo fueron desgracias y tormentos personales.
 
Pero continuemos con el viaje. Después de abandonar Vitoria, capital en la que hicieron una pausa, los viajeros se adentraron en territorio francés. El día seis de junio, según el corresponsal en Bayona del periódico Faro de los Pirineos, se publicó la siguiente noticia:
 
 Bayona 6 de junio de 1846.
Mr. Sabater, gefe político de Madrid llegó el jueves a esta acompañado de su esposa. Sábese que esta señora, antes Gómez de Avellaneda, goza de grande reputación cómo poetisa y literata. Varias de sus obras han sido coronadas por la Academia.
 
También tenemos dentro de nuestros muros á don Juan Nicasio Gallego, poeta y sabio crítico, cuyos escritos son conocidos del mundo literario (...)
Mr. y Mme. Sabater y el señor Gallego van á París, patria de la ciencia y de las bellas artes.
Como vivimos en una época en que la fama se adhiere mas al talento y al genio que al poder, no dudamos que estos viageros producirán gran sensación en el mundo literario.
 
 
El Clamor público, haciéndose eco de la noticia dada por el Faro de los Pirineos, pero agregándole tensión a los hechos al inventarse parte de lo acontecido, y creando así gran confusión en los lectores, decía:
 
El 5 llegaron á esta [a Bayona, se entiende] el señor Sabater, su esposa y el señor Gallego que los acompaña. Los vimos entrar en casa de Narváez y en el café principal de esta ciudad, y caímos en tentación de averiguar si habían visitado al infante  [D. Enrique]. En su consecuencia hemos sabido que el señor Sabater le pasó un papel anunciándole su llegada y pidiéndole órdenes para París, las que no iba á tomar personalmente por no permitírselo el estado de su salud.
 
El ocho de junio, cuando la anterior noticia fue publicada en Madrid, Don Pedro Sabater, su esposa doña Gertrudis Gómez de Avellaneda, el Sr. Juan Nicasio Gallego y D. Manuel Gómez de Avellaneda, hermano de la poetisa, que también formaba parte de la comitiva, habían continuado ya su viaje dirección París.

 
Continuará…

 
Manuel Lorenzo Abdala
 
 
Citas:
 
 
(1)   Simón Palmer, María del Carmen. Gertrudis Gómez de Avellaneda, agente político. Studi Ispanici. Instituti Editoriali e Poligrafici Internacionali. Pisa, Roma 2005. Página 345.
 
 
(2)   Alberoni o la astucia contra el poder fue representada por vez primera en el teatro del Príncipe la noche del 28 de mayo de 1846 a beneficio de la primera actriz Matilde Diez.
 
 
(3)   Tomás Rodríguez Rubí (1817-1890) dramaturgo y político español. Fue director del Teatro Español y académico de la lengua en 1860; ingresó con un discurso sobre "Excelencia, importancia y estado presente del teatro", en que sostenía que el teatro es a la vez copia y escuela de las costumbres sociales. Perteneció siempre al partido moderado. Son sus obras, entre otras, La trenza de sus cabellos (1848, éxito en los escenarios de Madrid, inaugurando el género de la comedia sentimental-moral, tópica y superficial). También Borrascas del Corazón (1846), La escala de la vida (1857), sobre la penitencia que supone a los hijos atolondrados el tener hijos aun más atolondrados que ellos, y Fiarse del porvenir (1874), que dramatiza la necesidad entre los jóvenes de no embarcarse en nada sin tener un asidero previo, y Alberoni o la astucia contra poder, obra que prohibió D. Pedro Sabater el 1 de junio de 1846 y de la que da cuenta el periódico El Español en su edición del 4 de junio de 1846.
 
 
Bibliografía:
 
Gómez de Avellaneda de Sabater, Gertrudis. Poesías. Imprenta de Delgrás Hermanos. Pretil de los Consejos. Madrid 1850.

 
Huerta Calvo, Javier (dir.), Historia del teatro español. Madrid: Gredos, 2003, dos vols.
 
El Heraldo, Eco del comercio, El Español, La Esperanza, El Clamor público, Faro de los Pirineos, El Católico (Hemeroteca BNE)

 
Rodríguez Rubí, Tomás, Alberoni o la astucia contra el poder. Imprenta de D. Antonio Yenes. Calle Segovia Nº 6.  Madrid 1846
 

 

noviembre 20, 2013

PRELUDIO PARA UN ILUMINADO BICENTENARIO (XIII)



D. Pedro Sabater Noverges

Desde su llegada a Madrid en 1840, Gertrudis Gómez de Avellaneda se vio rodeada siempre por hombres que le hacían la corte. Pero ella dedicaba todo su tiempo al estudio y a la composición, manteniendo reservados sus pensamientos íntimos, únicamente, para Ignacio de Cepeda, el amor truncado que dejó en Sevilla. Por eso cuando apareció, de repente, Gabriel García Tassara en su vida amorosa muchos quedaron algo dislocados. Aquella fugaz relación, que duró medio verano, fue vista y no vuelta a ver más, y no todos conocieron sus terribles consecuencias.

En el post anterior habíamos dicho que, en sus memorias, Benito Hortelano escribió que la Avellaneda, “a la sazón era la favorita del general Narváez y la que, cual otra madame de Maintenon, disponía a su antojo de las cosas y de los hombres de alta política…” Esta opinión ha confundido a más de un investigador al mezclar sentimientos íntimos con relaciones de amistad. Todos sabemos que Madame de Maintenon fue amante del rey Luís XIV y la Avellaneda estaba muy lejos de serlo del general Narváez, especialmente en aquellos momentos por las circunstancias personales que atravesaba. Es cierto que fue su favorita, sí, pero favorita entre las poetisas porque las relaciones entre ellos fueron de tipo amistoso únicamente. Y fue más bien Narváez quién disponía (casi siempre) y dispuso a su antojo de las cosas y de las personas de alta política (y de la literatura también) para sus negocios de entonces.

En realidad eran otros los que revoleteaban alrededor de la poetisa. Entre ellos destacaba un joven escritor y político de gran talento, D. Pedro Sabater Noverges, diputado a Cortes por Valencia y casualmente, muy amigo del general Narváez.

A D. Pedro Sabater se le recuerda poco hoy día, y todo a pesar de que su paso por la política y por las letras fue algo más que notorio. Nació en Valencia en 1816, hijo del matrimonio compuesto por D. Antonio Sabater y de Dª. Francisca Noverges. Junto a su hermano José, quedo huérfano de padre siendo muy joven, aunque la holgada situación familiar les permitió a ambos hermanos estudiar la carrera de derecho en la capital española.

Siendo ya abogado en los tribunales nacionales, y con tan solo veintitrés años escribió un folleto de tendencia europeísta dirigido a los electores de entonces en donde apelaba a la meditación de los votantes antes de las elecciones. En el folleto analizaba las dos escuelas políticas que imperaban en España en 1839. El blog La divina Tula ha tenido acceso al mencionado folleto, así como también a un extenso análisis del mismo publicado el 10 de enero de 1840 por el Diario constitucional de Palma  del cual extraemos, por su curiosidad, los siguientes párrafos.

   El Sr. D. Pedro Sabater, poeta como el Sr. Pastor Díaz y como él buen escritor, buen publicista, y consagrado á la constante defensa de aquellos principios tutelares sin los que ni pueden existir los gobiernos ni recobrar su reposo si le perdieron una vez las sociedades humanas, ha salido también en estos dias á la palestra, convencido sin duda de que los mas claros ingenios se deben en estos días de inquietud, de oscilaciones y trastornos á su patria. El Sr. Sabater representante fiel como el Sr. Pastor Díaz de esa brillante juventud española escasa de años y ya rica de esperiencia, que al mismo tiempo que ha estudiado todas las teorías en los libros de los filósofos, ha estudiado el curso de las revoluciones políticas en los anales de la historia, ha creído que era un deber suyo levantar su noble voz para defender el legítimo, el verdadero progreso social contra los que pugnan nada menos que por hacer retroceder la sociedad al primitivo caos y á la primitiva barbárie, decorándose á sí propios con el título de progresistas.

Si el folleto del Sr. Sabater fuera de aquellos que ganan mas con ser anunciados que con ser leídos, nos contentaríamos con hacer de él una ligera reseña; pero siendo grande, muy grande así su mérito filosófico como su mérito literario, creemos que debemos ceder á su autor el uso de la palabra, ciertos como estamos, de que obrando así no ganará poco el Sr. Sabater, y ganarán mucho nuestros lectores (…)

El mencionado folleto de 50 páginas editado por la imprenta de D. Manuel Gil Estellés en 1839 le valió con toda seguridad al joven abogado para su nombramiento como diputado a Cortes por Valencia donde tuvo una ferviente actividad política.

Siendo funcionario del Ministerio de Gracia y Justicia, y a virtud del bando publicado por la junta provisional del gobierno el 5 de septiembre de 1840 renunció a su puesto, junto a una veintena de funcionarios más por estar en total desacuerdo con ella. Para entonces D. Pedro Sabater era ya un personaje bastante conocido. Había publicado y estrenado su drama histórico Don Enrique el bastardo, conde de Trastámara, así como artículos, poemas y versos sueltos en varios periódicos. Es precisamente su primer drama histórico la obra que lo vincula estrechamente con Gertrudis Gómez de Avellaneda a la cual conoció nada más llegar ella a Madrid. Don Enrique el bastardo despertó el interés de la poetisa, obra que estudió la Avellaneda profundamente y que junto al resto de documentos familiares que ella poseía relacionados con D. Fernando de Castilla, linaje al que pertenecía la poetisa, le sirvieron para escribir años más tarde Alfonso Munio, su primer gran éxito teatral.

Entre 1838 y 1846 D. Pedro Sabater publica artículos críticos en varios periódicos de Madrid, Valencia, Palma y Barcelona. Uno de ellos, el que más nos ha llamado la atención, fue el publicado por El Heraldo el 22 de febrero de 1843 sobre la canalización del río Júcar en la provincia de Alicante, artículo que fue muy polémico en su tiempo. Podríamos citar muchos más, pero no es nuestro cometido en estos momentos. Nos centraremos en las relaciones personales con Gertrudis Gómez de Avellaneda.

D. Pedro Sabater se enamoró perdidamente (como tantos otros), de la poetisa. Pero él fue mucho más allá. Aun conociendo las desgracias personales por las que atravesaba la escritora (deshecha relación con Tassara, nacimiento, enfermedad y muerte de Brenilde), le escribió unos versos en los cuales le pedía directamente su mano en casamiento. Y lo hacía en cuatro redondillas que formaban 16 versos octosílabos de arte menor y rima consonante. Este documento (el original) se encuentra localizado en la librería Miguel Miranda, AILA ILAB, cita en la calle Lope de Vega 19 de Madrid. El manuscrito, una joya de la literatura, está a la venta por el módico precio de 1.800,00 € en la citada librería (por si alguien está interesado).

Se trata de una hoja escrita a mano con tinta negra por ambas caras: En el recto está el poema de la Avellaneda y en el verso o vuelta está el poema de D. Pedro Sabater pidiendo su mano. En el citado documento, escrito a mano del puño y letra de la Avellaneda se encuentran fragmentos de la Tragedia Saúl (en aquel momento inédita). A continuación catorce versos de arte mayor, a modo de romance, todos endecasílabos y con rima asonante en los versos pares. Siguen dos renglones de puntos suspensivos y a continuación la firma de la poetisa y la fecha, 13 de febrero de 1846. El poema de la Avellaneda hacía referencia, no al que aparece en el documento, sino a otro compuesto días antes por el propio Sabater donde pretendía hacer su retrato (el de ella). Cuando D. Pedro Sabater recibió la carta con el poema respuesta, escribió por el verso de la hoja otro en el cual directamente pedía su mano. Lo firmó, le puso la fecha (18 de febrero de 1846) y se lo envió de vuelta. Ese es el poema que aparece en el manuscrito.

A final de nuestro escrito transcribimos íntegramente el poema que escribió la Avellaneda, contestando al primero y que se puede leer (catorce de sus versos) en el documento original que atesora la librería Miguel Miranda, AILA ILAB de Madrid.

Como podrá intuirse en la composición, la Avellaneda era conocedora de un terrible mal que padecía el pretendiente, y acepta su mano (a pesar de no estar enamorada propiamente dicho), en un evidente acto de sinceridad absoluta como puede comprobarse en los dos versos que extraemos de la composición que nos ocupa:

  Yo no puedo sembrar de eternas flores
La senda que corréis de frágil vida;
Pero si en ella recogéis dolores,
Un alma encontraréis que los divida.

  Yo pasaré con vos por entre abrojos;
El uno al otro apoyo nos daremos;
Y ambos, alzando al cielo nuestros ojos,
Allá la dicha y el amor busquemos.

Dos días antes de contestar la Avellaneda a los requerimientos amorosos del joven Sabater, y debido a la gran crisis ministerial que sufría España, el general Narváez dimitió de su cargo al verse imposibilitado de formar el gabinete que deseaba, cuyo Ministerio de Gracia y Justicia estaba destinado para el pretendiente Sabater. Al poco, y una vez instalado nuevamente Narváez en el poder, D. Pedro Sabater Noverges fue nombrado Jefe político de la provincia de Madrid (20 de marzo de 1846). Un mes después de todo aquello, El eco del comercio atendiendo a los indiscretos rumores que corrían por todo Madrid, publicó la noticia del futuro enlace entre la poetisa y el Jefe político de la capital española.

A finales de abril, y algo presionados por la opinión pública, la Avellaneda efectúa una gran tertulia en su casa madrileña a la cual asisten grandes personalidades de la política y de las letras españolas (Narváez, Gallego, Quintana, Zorrilla, Pirala, etc.). La famosa tertulia se anunció en honor al gran poeta e improvisador italiano, Pasquale Cataldi que deleitó con su arte a todos los invitados. Aquella misma noche, al finalizar la velada, los prometidos anunciaron a los presentes el compromiso oficial que les unía y la noticia corrió como las aguas de un río en primavera por todo el país, traspasando incluso fronteras.

Por expreso deseo de los contrayentes, la boda se celebró el 10 de mayo en la más estricta intimidad. Los padrinos fueron el duque de Frías y su esposa, y el párroco que efectuó el enlace, Don Juan Nicasio Gallego. A pesar del ocultismo, la noticia se hizo pública dos días después de efectuado el enlace por El Español, periódico que además anunciaba el viaje de novios que los recién casados harían a Paris acompañados por el sacerdote y literato Nicasio Gallego, amigo íntimo de la escritora.

Lo que desconocía El Español y otros tantos medios de prensa era que el anunciado viaje a la capital del Sena se realizaba, no para disfrutar del enlace, sino con otro objetivo bien diferente. Don Pedro Sabater Noverges padecía una grave dolencia en la laringe y necesitaba ser operado de urgencia.

Continuará…

Manuel Lorenzo Abdala





CUARTETOS.

AL SEÑOR DON PEDRO SABATER,
(POCO DESPUÉS MARIDO DE LA AUTORA)

CON MOTIVO DE HABERLE ENVIADO A ESTA UNOS VERSOS EN LOS CUALES PRETENDÍA
HACER SU RETRATO


 La pintura que hacéis prueba evidente
Es del hábil pincel que la ha trazado:
En ella advierto creadora mente
Y de entusiasta amor fuego sagrado.

 Toques valientes, vivo colorido,
Dignidad de expresión, conjunto grato
Todo es bello, ¡oh amigo! El parecido
Sólo le falta a tan feliz retrato.

 En vuestro genio, sí, no en el modelo,
Esos rasgos halláis tan ideales,
Que sólo al pensamiento otorga el cielo
Engendrar en su luz bellezas tales.

 Si como me pintáis, así os parece
Verme, creed que a confusión me muevo;
Pues tanto vuestra mente me engrandece,
Que ni a mirarme como soy me atrevo.

 Regio ropaje a su placer me viste
Vuestra exaltada y rica fantasía,
Y entre tanto fulgor no sé si existe
Algo real de la sustancia mía.

¡Desdichada de mí si el tiempo alado
Se lleva en pos el fúlgido atavío,
Y halláis un día, atónito, turbado,
El esqueleto descarnado y frío!...

 En esta tierra de miseria y lloro
Dispensad compasión, cariño tierno;
Mas no gastéis tan pródigo el tesoro
De admiración y amor que os dio el Eterno.

 Lo que se cambia y envejece y pasa,
Lo que se estrecha en límites mezquinos,
No es nada para el alma -que se abrasa
Anhelando de amor goces divinos.-

 ¿Ventura reclamáis de mí, que en vano
Tras de su sombra consumí mi brío?...
¡A mí, del polvo mísero gusano,
Que de mi propia mezquindad me río!

 Queréis volar, y os arrastráis despacio,
Y en pobre cieno vuestro afán se abisma
¡Salid, salid del tiempo y del espacio
Y traspasad vuestra esperanza misma!

 Yo, como vos, para admirar nacida;
Yo, como vos, para el amor creada;
Por admirar y amar diera mi vida...
Para admirar y amar no encuentro nada.

 Siempre el límite hallé: siempre, doquiera,
La imperfección en cuanto toco y veo
No juzgo al universo una quimera,
porque en él busco a Dios, porque en Dios creo.

 Tú eres, ¡Señor!, belleza y poesía;
Tú solo, amor, verdad, ventura y gloria;
Todo es, mirado en Ti, luz y armonía;
Todo es, fuera de Ti, sombra y escoria.

 ¡Oh, desdichado quien -de juicio escaso-
Hallar la dicha en lo finito intente
Quien en turbio licor y estrecho vaso
Quiera apagar la sed que interna siente!

 No así jamás os profanéis, ¡oh amigo!
No en esas aras de vuestra alma bella
ídolo vano alcéis, que yo os predigo
Que con desdén y horror lo hundirá ella.

 Queredme bien, compadecedme y hasta:
No apreciéis cual diamante humilde arcilla:
Dadle el tesoro que jamás se gasta
A Aquel que siempre permanece y brilla.

 Yo no puedo sembrar de eternas flores
La senda que corréis de frágil vida;
Pero si en ella recogéis dolores,
Un alma encontraréis que los divida.

 Yo pasaré con vos por entre abrojos;
El uno al otro apoyo nos daremos;
Y ambos, alzando al cielo nuestros ojos,
Allá la dicha y el amor busquemos.

 ¿Qué más podéis pedir? ¿Qué más pudiera
Ofrecer con verdad mi pobre pecho?
Ternura os doy con efusión sincera
¡De mi ídolo el altar ya está deshecho!

 No igual suerte me deis, ¡oh, vos, que en esta
Tierra de maldición sois mi consuelo!
¡No me queráis alzar ara funesta!
¡No me pidáis en el destierro el cielo!

 Vedme cual soy en mí, no en vuestra mente,
Bien que el retrato destrocéis con ira;
Que, aunque cual creación brille eminente,
Vale más la verdad que la mentira.


Gertrudis Gómez de Avellaneda
13 de febrero de 1846





Bibliografía:

El Heraldo, El eco del comercio, El Español, Diario Constitucional de Palma, La Tribuna, Semanario pintoresco español (Hemeroteca BNE)

Sabater Noverges, Pedro. Don Enrique el bastardo, conde de Trastámara, drama histórico en seis actos y en verso. Imprenta de López y Co., Valencia 1841.

Hortelano, Benito. Memorias de Benito Hortelano. Editorial Espasa-Calpe. Madrid 1936.

Sabater Noverges, Pedro. Las dos escuelas políticas, instrucción a los electores. Imprenta de D. Manuel Gil Estellés, Madrid 1839.

Gómez de Avellaneda de Sabater, Gertrudis. Poesías. Imprenta de Delgrás Hermanos. Pretil de los Consejos. Madrid 1850.
 
Gómez de Avellaneda, Gertrudis – Sabater, Pedro. Documento manuscrito siglo XIX. Librería Miguel Miranda, AILA ILAB, calle Lope de Vega 19 de Madrid. Ref. 28027

noviembre 12, 2013

PRELUDIO PARA UN ILUMINADO BICENTENARIO (XII)

 

La Avellaneda en las memorias de Benito Hortelano.
 
En 1936, cuando la editorial Espasa-Calpe publicó Memorias de Benito Hortelano (setenta y seis años después de haber sido escritas), casi nadie recordaba al autor en su país, España. Benito Hortelano nació en 1819 en una localidad cercana a Madrid donde transcurrió la primera parte de su vida. Muy pronto se trasladó a la capital y se convirtió en un tipógrafo muy famoso, tomando parte activa en la vida política española e interviniendo en ella desde el baluarte más decisivo, la imprenta.
 
Al leer sus memorias, lo de menos son las galas literarias, que apenas existen en su libro. Lo enormemente interesante está en la manera viva, peculiar y anecdótica con que refiere los acontecimientos de aquella etapa crucial del siglo XIX.
 
Benito Hortelano, de simple jornalero en una aldea de su Chinchón natal, llegó a editar periódicos de gran prestigio en la capital española, convirtiéndose además en un famoso dandi. Su célebre imprenta fue calificada por el general Narváez de “Volcán revolucionario”, y amenazó con ir en persona a pegarle fuego, si no hubiera sido por la sabia intervención de Gertrudis Gómez de Avellaneda. La escritora que, como ya hemos referido, era la favorita de Narváez lo seleccionó como el único tipógrafo capaz de acometer una tarea de grandes dimensiones que el gobierno pretendía llevar a cabo.
 
El tremendo esfuerzo, que si bien fue pagado espléndidamente, no fue tenido en consideración cuando poco tiempo después, el propio Narváez lo persiguió hasta hacerle la vida imposible, lo que le obligó huir a Francia para finalmente establecerse en Buenos Aires, ciudad en la que se le recuerda más dignamente como lo que fue: uno de los más grandes tipógrafos decimonónicos.
 
A continuación reproducimos una de aquellas anécdotas que tan maravillosamente refiere Hortelano en la primera parte de su obra, y en la cual narra los sucesos acontecidos la Nochebuena de 1845 cuando Narváez lo necesitó, utilizando para ello la intermediación de Gertrudis Gómez de Avellaneda.
 
 
  (…) A pesar del odio que Narváez me tenía, llegó un momento en que me eligió para una gran empresa, con preferencia a los demás impresores de Madrid, diciendo que tan sólo yo era capaz de servir al proyecto con la prontitud e intrepidez que él requería.
 
Se había dividido el partido moderado en puritanos y conservadores; los puritanos se propusieron derrocar a Narváez, y, al efecto entre otros medios que pusieron en juego, fue uno el de publicar un diario con título de El Universal, de tamaño colosal y sólo a ocho reales mensuales de suscripción, dando además una novela cada mes que valía más de ocho reales. El objeto era hacerlo popular para desacreditar a Narváez. Este lo comprendió, y puso por obra un proyecto del mismo género para contrarrestar al de Salamanca.
 
Las diez de la noche serían del día 24 de diciembre de 1846(1), y estábamos reunidos en mi casa varios de la familia celebrando la Nochebuena, como es costumbre en España, en cuya noche las familias se reúnen para cenar opíparamente en celebración del nacimiento del Hijo de Dios, y es cosa admitida que en tal noche y los dos días de Pascua que le siguen se olvidan las rencillas de familia, se estrechan los lazos desunidos y todo queda concluido en tres días de reunión comensal.
 
Estando en tan grata reunión, llaman fuertemente a la puerta de la calle; ponemos atención para oír los golpes que daban y saber a qué habitación pertenecían (porque en Madrid, donde cada casa contiene un número crecido de vecinos, cada cual adopta un sistema o contraseña para saber a qué habitación llaman por medio del aldabón, que generalmente la seña se distingue por el número de golpes y repiques que con el mismo aldabón se dan). Observando que era a mi casa donde llamaban, bajé yo mismo a abrir, encontrándome sorprendido a la vista de una elegante y hermosa señorita que, acompañada de un caballero, se apearon de un magnífico coche.
 
Visita tan inesperada, en tal noche y a semejante hora, no dejó de sorprenderme, y más al reconocer en la dama a la eminente e interesante literata doña Gertrudis Gómez de Avellaneda, la célebre poetisa cubana, que a la sazón era la favorita del general Narváez y la que, cual otra madame de Maintenon(2), disponía a su antojo de las cosas y de los hombres de alta política. El caballero que la acompañaba era un joven, mi amigo, literato en ciernes, hoy personaje político, D. Antonio Pirala.
 
Sin más que el saludo de cumplimiento, la heroína literaria tomó la escalera con resolución, como si subiese a su propia casa. Introducidos en mi despacho, la señorita Avellaneda tomó la palabra y dijo:
 
-Señor Hortelano, usted está sorprendido de mi visita a tales horas y en tal noche en que las familias están entregadas al festín fraternal; pero para negocios de Estado no hay días, ni horas, ni momentos; todos se aprovechan, como se aprovechan las personas capaces de ayudar al Gobierno, aunque sean enemigos políticos. Usted lo es del gobierno y, a pesar de eso, el Gobierno deposita en usted su confianza por creer ser la única persona que puede servirle con la prontitud, eficacia e inteligencia que son necesarias.
 
A esta arenga de una mujer por tantos títulos digna de atención, a tanta elocuencia y diplomacia, no pude menos que rendirla mis más humildes y atentas gracias pues me acabada de echar un lazo del que no me sería fácil deshacerme, a pesar de que aún no sabía donde iría a parar su pretensión; en fin, me puse a sus órdenes, diciéndola que dispusiese de mí como gustase.
 
-No esperaba menos, señor Hortelano, y por eso es por lo que he sido yo la autora de haber elegido a usted. Se trata de duplicar un diario, si es posible, doble que El Universal; pero no es esto sólo lo que se exige de usted. Aquí traigo el prospecto, y este prospecto ha de repartirse mañana con profusión, y pasado mañana ha de salir el primer número; ahora pida usted cuanto dinero necesite; no hay tasa, aquí traigo treinta mil reales para los primeros gastos: usted pida sin consideración; todo le será entregado; pero el prospecto mañana, el primer número pasado.
 
En vano le expuse las dificultades que había para en tan corto tiempo y en noche como aquella poder realizar sus pretensiones; nada oyó; se había aprovechado de la sorpresa para arrancarme el compromiso. Se despidió precipitadamente, ofreciendo venir a la mañana siguiente a leer las pruebas del prospecto.
 
Aquí de mis apuros, de mis compromisos ¿Cómo cumplía con aquella exigencia? ¿Adónde encontrar 60 operarios en tal noche, en que cada cual estaría con sus familias y amigos? Y caso de encontrar algunos, ¿estarían en disposición de trabajar después de tener los estómagos repletos y las cabezas calientes?
 
Subí a mis habitaciones, donde me esperaba la familia con la cena interrumpida. Al verme entrar mustio y caviloso, creyeron que alguna desgracia me sucedía; la cena quedó en tal estado, y una noche tan alegre se convirtió en una noche de apuros y compromisos.

 
Por fortuna había convidado a cenar al regente, Galindo, y otros operarios, y con ellos empecé las operaciones. A unos mandé a buscar operarios en una taberna en que sabía se habían reunido para cenar varios de los empleados en mi casa; a otros en busca del regente de las prensas y otros operarios, que calculaba estarían ofreciéndoles una onza de oro por trabajar aquella noche. Yo me fui a comprar fundiciones, cajas y una máquina de vapor que sabía que estaba en venta. Otra dificultad a las muchas que se presentaban había que vencer, cual era buscar casa para la nueva imprenta, porque la mía estaba ocupada con los trabajos que dejo dichos. La fortuna me deparó una enfrente de la mía, la cual se había desalquilado la víspera.
 
Salí de mi casa, busqué las fundiciones necesarias, encontré cajas hechas, ajusté el precio de la máquina en 60,000 reales. Galindo y los demás me trajeron 24 operarios, que más estaban para dormir que para trabajar. En fin, al siguiente día todo estaba listo; la Avellaneda vino no creyendo hubiese podido operar aquel milagro, y quedó sorprendida al ver en ejecución todo lo que había pedido.
 
Como los puritanos no se dormían, se habían apercibido del golpe que Narváez les preparaba, y aprovechándose en el mismo día de las influencias secretas que en Palacio tenían, dieron el golpe de gracia al Gabinete Narváez, siendo este depuesto y nombrando un gabinete puritano(3). Con este golpe quedó frustrado el proyecto del diario colosal, teniendo que arreglarme con los que había comprado los efectos devolviéndoselos con un pequeño quebranto que convinimos.
 
Entró en el Ministerio Salamanca-Pacheco, y con él se empezó a disfrutar de más libertad.
 
 
Hasta aquí la curiosa anécdota descrita por Benito Hortelano en la cual hemos advertido algunas inexactitudes históricas y determinados puntos de vista que, evidentemente, no compartimos. No olvidamos, además, que el tipógrafo escribe sus memorias en 1860, quince años después de los acontecimientos narrados.
 
 
Continuará…
 
 
Manuel Lorenzo Abdala
 
 
 
Notas:
 
(1)La fecha es errónea. El año en que sucedieron los hechos fue el de 1845.
(2)Benito Hortelano compara a la Avellaneda con la famosa Madame de Maintenon (amante del rey Luís XIV de Francia). Interesante y curiosa observación que analizaremos, junto a otras, en el próximo post.
(3)El golpe de gracia al que se refiere Hortelano lo dieron finalmente el día 11 de febrero de 1846 por lo que el diario competidor tuvo que salir a la luz durante, al menos, un mes. Hemos intentado buscar algún ejemplar pero no lo hemos encontrado, como tampoco están disponibles ejemplares de El Universal.
 
 
 
Bibliografía:
 
Revista literaria El español, La posdata, La esperanza, El heraldo, El eco del comercio, El espectador, El fandango, El Universal (Hemeroteca, BNE)
 
Hortelano, Benito. Memorias de Benito Hortelano. Editorial Espasa-Calpe. Madrid 1936.
 
Salaverría, José María. Viejos artesanos. ABC (Sevilla) 5 de mayo de 1936. P-3


Bordes M. Hortelano, Alicia. Hombres ilustres de la provincia de Madrid. Diputación Provincial de Madrid, 1957. Página 46.