octubre 29, 2013

PRELUDIO PARA UN ILUMINADO BICENTENARIO (X)


Caricatura hecha a Gertrudis Gómez de Avellaneda, publicada tras el certamen poético por el satírico e irrespetuoso periódico, El fandango en julio de 1845.



Gloria e infierno
 
Preámbulo al post.
Complicado es resumir en un mismo post los soberbios e indignos acontecimientos que se suceden paralelamente en la vida de cualquier personaje. El caso que nos ocupa, el de Gertrudis Gómez de Avellaneda, está muy plagado de ellos (de soberbios e inmerecidos acontecimientos) y nos duele profundamente. Pero siempre nos hemos ajustado a la realidad, sea humana o cruel (nos guste o no) por respeto a la historia propiamente dicha.
 
En La divina Tula no somos jueces ni anhelantes magistrados, somos contadores de historias de libre pensamiento sin ningún tipo de color político, por decirlo de alguna manera. Nuestro objetivo es rescatar la memoria sacando a flote las realidades sumergidas y olvidadas por el tiempo y el capricho. Y lo hacemos partiendo siempre de serias investigaciones sin compromisos academicistas que muchas veces mutilan el disfrute de poder novelar la historia. Nosotros nunca llegaremos, por principio, a tergiversar los acontecimientos en función de mezquinos intereses ¡Jamás!
 
Dicho lo anterior, continuamos con el tema del famoso y controvertido concurso poético celebrado en el Liceo madrileño en 1845 con el objetivo de perpetuar un magnánimo indulto real...

La entrega de los premios de aquel concurso tuvo lugar en el magno salón de sesiones del Liceo madrileño el 19 de junio de 1845 (Hoy Museo Thyssen). A la derecha del escenario estaban SS AA, el infante D. Francisco (Padre del futuro rey consorte de España) y dos de sus augustas hijas. Detrás estaba el señor marques de Falces de entonces y un gentilhombre de su servidumbre. De espaldas al escenario y en una mesa frente a SS AA, se encontraba la junta gubernativa del Liceo. Y en medio, también en asientos preferentes, la Avellaneda y su hermana doña Josefa Escalada. Junto a ellas, D. Vicente Beltrán de Lis y Rivas, D. Joaquín Francisco Pacheco, D. Juan de la Pezuela, D. Ramón Mesonero Romano y D. Antonio Segovia, y la junta facultativa de literatura al completo.
 
La sesión se abrió con una conocida polka, música del famoso maestro Baltasar Saldoni, interpretada por una completísima orquesta. A continuación el señor D. Fernando Álvarez, pronunció un discurso de apertura en el que agradecía la presencia del infante en sustitución de S.M. la reina que se vio imposibilitada de asistir. Después de un sermón bastante adulatorio para con todos los presentes, el Sr. secretario del jurado leyó el acta de la junta gubernativa, refiriendo las explicaciones que habían mediado por la singular circunstancia de haber obtenido la Avellaneda los dos premios, aunque utilizando nombres diferentes, palabras y acto muy aplaudido por los presentes. Seguidamente el Sr. Ventura de la Vega leyó las dos odas premiadas, interrumpidas varias veces por emotivos y prolongados aplausos.
 
Acto seguido la Avellaneda entregó cuatro ejemplares impresas de las odas al Sr. Consiliario Álvarez, que las puso en manos del secretario, quien presentó uno de terciopelo carmesí al Sr. infante D. Francisco, dos de tafilete a las señoras infantas, y el restante al Sr. Bertrán de Lis.
 
Después de una ligera pausa, el Sr. Consiliario del Liceo y el presidente de la sección de Literatura, presentaron a S. A. en una bandeja de plata conducida por el conserje, dos coronas una de laurel y otra de oro, como símbolo de los premios. El Sr. Bertrán de Lis condujo a la señorita Avellaneda frente al infante para que recibiera las coronas. Ante la felicitación de S.A., la Avellaneda contestó improvisando la siguiente octava que dejó al público sin respiración.
 
 Cobarde, inquieta, trémula confusa
Por honra tal que excede a mi deseo,
Gracias no acierta a dar mi pobre musa
A vos, señor, ni al ínclito Liceo;
El rubor femenil sirva de excusa
A la extraña emoción en que me veo,
Más no en mi gratitud supone mengua;
Siente mi corazón, calla mi lengua.
 
Fortísimos aplausos se escucharon seguidamente. Y Aa continuación se cantó un himno al dios de las artes por los señores y señoras socios del Liceo, poesía del Sr. Navarrete, y música del maestro Saldoni.
 
La señora Oreiro de Vega (Manuela Oreiro Lema de Vega) cantó La cavatina de Marta di Ilohan y un dúo del Condestabile di Chester, y la señora Albiní un aria de La Sonnambula. Como era muy difícil oirías cantar juntas, la ovación no se hizo esperar. Cantaron también la señora Castalero y el señor Guallar, y tocó en el piano unas difíciles variaciones la señorita López: Todos fueron dignos de la solemnidad literaria en que tomaron parte, y que una numerosa y escogida concurrencia hizo todavía más notable y brillante. Como colofón, las Serenísimas Señoras infantas tuvieron la dignación de inscribirse como socias facultativas del Liceo en la sección de pinturas.
 
Al día siguiente El Heraldo se hizo eco del acontecimiento, y seguidamente lo hicieron El eco del comercio, El espectador, La esperanza, El siglo pintoresco, La posdata y El español.
 
La semana posterior al magno evento, la Avellaneda fue invitada por la Casa Real a pasar unos días en los Reales Sitios de La Granja y El Escorial. En la carta Nº 30 de su famosa correspondencia con Ignacio de Cepeda, fechada el 24 de junio, nos da cuenta de ello.
 
  Con el pie en el estribo, como suele decirse, recibo la tuya y te contesto estas líneas, querido Cepeda.
 
Salgo para La Granja y Segovia, donde pasaré algunos días; a mi vuelta te escribiré largamente. Te mandé el (correo) pasado un ejemplar de mis odas premiadas, y por éste va un periódico en que verás los pormenores de la función de adjudicación.
 
Adiós, hasta otra; estoy mejor, y soy siempre tu más amante amiga,
Tula.
 
El 29 de junio y durante la estancia de la Avellaneda en Segovia, la revista literaria El español, publicó a página completa y preferencial La Glorie, una composición en verso, original en francés (junto a su debida traducción al castellano), escrita en honor al triunfo recibido por la poetisa. A partir de aquí algunos periódicos satíricos se cebaron con la Avellaneda.
 
En su edición del 15 de julio El fandango, bajo la firma de J. Martínez Villergas, conocido escritor y enemigo acérrimo de la poetisa, dedicó casi todo su número a burlarse de ella en términos absolutamente irrespetuosos. El grabado que encabeza este post es una caricatura de una travestida Gertrudis Gómez de Avellaneda. El dibujo fue publicado por dicho periódico seguido del siguiente y falaz soneto que reproducimos con el único objeto de su conocimiento, advirtiendo a nuestros lectores (especialmente a las lectoras) que, no aprobamos ni estamos de acuerdo con su más que desafortunado y grosero contenido.
 
  Hay en Madrid un ser de alto renombre
Con fama de bonito y de bonita;
Que por su calidad de hermafrodita
Tan pronto viene á ser hembra como hombre.
 
  Esta es la Avellaneda, no os asombre,
Que cuando intenta misteriosa cita,
Calándose el sombrero y la levita
De Felipe Escalada toma el nombre.
 
  Va Felipe al Liceo, y ahí es nada!
Observa que hay quien obsequiarle pueda,
Forma cálculos sabios á la entrada,
 
  El sombrero y levita á un lado queda
Y el señor D. Felipe de Escalada
Se convierte en madama Avellaneda.
 
No contento con el ataque, el famoso escritor se anota un nuevo tanto al publicar a renglón seguido Sublevación mujeril, uno de los mayores alegatos, misóginos por excelencia, compuestos en el siglo XIX, llenos de rencor y odio hacia las mujeres.
 
  Indican los más notables
Periódicos extranjeros,
Que ha habido no sé en qué punto
No sé qué pronunciamiento.
 
  Es una hueste facciosa
Compuesta según entiendo
(Sin entrar curas ni frailes)
De la gente de manteos.
 
  Es decir son las mujeres
Que con singular empeño
Se proponen temerarias
Gobernar el universo.
 
  Una proclama alarmante
Con prevención han impreso
Cuya letra es como sigue,
Poco más o poco menos.
 
  ¡Hurra, mujeres, a los campos, hurra!
A Europa atruene nuestra débil voz.
Sangriento abismo sus montañas sean
De los hombres ejército feroz.
 
   ¡Hurra y hundamos a los hombres jaques
El alma henchida de entusiasta fe,
Y así veremos los tiranos fraques
Sujetos al dominio del corsé!
 
  El sable y las pistolas empuñando
A la gloria corramos en tropel,
Prodigo avanza nuestra frente orlando,
El porvenir con palmas y laurel.
 
  ¡Hurra, mujeres, a los campos, hurra!
Truene en Europa el femenil cañón,
Demos tajos a diestro y a siniestro
¡Zis! ¡zas! Pam, parrampam, pom porrompon!
 
  A pasos agigantados
El femenil regimiento,
Va talando infatigable,
Mieses, castillos y pueblos.
 
  Al frente va  Jorge Sand,
Con elevado empleo
De jefe de división,
Por la boca echando fuego.
 
  Dicen que la Avellaneda
Será segundo sargento,
Con tal que se lo permita
Don Juan Nicasio Gallego.
 
  Con que ¡a las armas varones!
Pues calzones nos ponemos,
Probemos a las mujeres
Que los tenemos bien puestos.
 
Penosas composiciones vieron la luz impunemente por aquellos días aprovechando la libertad de prensa que se había instalado en el país no hacía mucho. Y solo hemos referido una de las tantas publicadas.
 
Como hemos podido comprobar no todo fue “gloria” alrededor de la poetisa. Amargos días hubo de sufrir con burlas, epítetos e ignominias. Los desencantos, con toda seguridad, fueron mayores que las dichas. Los triunfos no fueron los suficientes para paliar la sed de felicidad que padecía. La Avellaneda tropezó con muchas bajezas en su camino, lo dijo ella misma en una carta que reproducimos a continuación, una de las más esclarecedoras y duras misivas (según nuestro criterio) de todas las escritas a Ignacio de Cepeda, aunque no la más dura (De esa nos encargaremos más adelante). En dicha carta describe cómo se sentía, y lo que ella creía acerca de los acontecimientos que rondaban a su vida por aquellas gloriosas e infernales jornadas.
 
  Apenas vuelvo de mi paseo [se refiere a la vuelta de La Granja y El Escorial] tomo la pluma para ti, aunque nada puedo decirte que no sepas. A pesar de tus quejas te creo profundamente convencido de lo mucho que te quiero. Pero me supones distraída en lo que llamas mi gloria, me supones perdida en una inmensidad de goces; das por cierto que soy feliz, y he aquí por qué no quisiera escribirte. Sé que me quieres; que padecerías si destruyese esas ilusiones que te formas respecto a mi destino; y ¿cómo conservártelas sin mentir...? ¿Ni qué decirte si no te hablo de mí?
 
Abrumada con el peso de una vida tan llena de todo, excepto de felicidad; resistiendo con trabajo a la necesidad de dejarla; buscando lo que desprecio, sin esperanzas de hallar lo que ansío; adulada por un lado, destrozada por otro; lastimada de continuo por esas punzadas de alfiler con que se venga la envidiosa turba de mujeres envilecidas por la esclavitud social; tropezando sin cesar en mi camino con las bajezas, con las miserias humanas; cansada, aburrida, incensada y mordida sin cesar..., he aquí un bosquejo de esta mi existencia, que tan fausta y brillante te finges.
 
Envejecida a los treinta años [la Avellaneda tenía por costumbre quitarse dos años], siento que me cabrá la suerte de sobrevivirme a mí propia, si en un momento de absoluto fastidio no salgo de súbito de este mundo tan pequeño, tan insuficiente para dar felicidad, y tan grande y tan fecundo para llenarse y verter amarguras.
 
Ya lo ves: nada grato puedo decirte; en otros días buscaba un corazón que recibiese al mío: ahora no busco más que los medios de aturdirle o aniquilarle. Todos, hasta tú mismo, han tenido una gota de hiel que dejar en mis recuerdos; todos, hasta tú mismo, han tenido una esperanza que marchitar en mi alma, y ahora cogéis todos el fruto; ahora para nada os sirvo, ni aun para escribiros una carta agradable.
 
Sin embargo, sabes que te quiero, y que con estas insulsas o amargas líneas, te envío un sentimiento, un afecto de inalterable amistad.
Tula.
 
Al finalizar esta carta aparece una posdata cuyo tema la Avellaneda trata con sumo cuidado para evitar se le escapara el motivo real de su investigación. Habla del favor que pide como si fuera la necesidad de una tercera persona para no levantar sospechas sobre sus verdaderas intenciones.
 
  P. D.: ¿Querrás hacerme un pequeño obsequio? Una persona desea, por motivos personales que sería largo explicar, saber cómo se llamaba el padre de Gabriel García Tassara, sevillano, que reside en ésta. Si puedes averiguarlo, sin que nadie sospeche el motivo porque lo haces, te estimaré me lo digas. La misma persona desea saber qué concepto merece en esa nuestro joven, dónde reside su familia y qué antecedentes tiene. Se me ha recomendado el secreto y yo fío en tu discreción, que sabrás guardarlo. Estas averiguaciones no son, ni pueden ser en perjuicio del tal; no media otro interés que el del corazón. Adiós. Dime también el nombre de su madre y padrastro.
 
La Avellaneda pretendía que Gabriel García Tassara viniera a conocer a su hija, la niña que ambos habían tenido en el mes de abril, al menos que la bendijera. Y como el sevillano rehuía cobardemente, ella pensó en interceder utilizando a su familia. Las indagaciones que Cepeda hiciera en Sevilla podrían ayudarle a conseguir su objetivo. Pero no sucedió así porque los acontecimientos se precipitaron.
 
Demasiados frentes abiertos tenía la poetisa.
 
Con el mes de octubre la salud de María Brenilde, nombre de la hija de ambos, empeoró. Los médicos pronosticaron pocos días de vida.
 
Noviembre se presentó terrible. La niña se moría.
 
La Avellaneda, en su tremenda desesperación, absolutamente turbada la razón, gemía y gritaba a espaldas de la sociedad, la misma que la adulaba en parte, y en parte le criticaba.
 
Pocos días antes del fatal desenlace, con mano convulsa y delirante, casi en la locura, escribió directamente a Tassara. La carta, un poema rogatorio en toda regla, ha sido considerada como la más desgarradora y patética de todo el epistolario en lengua castellana. Y creemos que merece la pena reproducir, al menos fragmentada, por muy amarga y dura que resulte su lectura.
 
  Tassara, aun vuelvo a escribir a usted y, lo que es más, estoy resuelta, si usted desatiende mi carta, a buscarle por todas partes, y a decir a gritos, donde quiera que lo encuentre, lo que voy a manifestarle por escrito.
 
Mi Brenhilde, mi hija, se está muriendo: este pobre ángel que, desde que vino al mundo, padece cruelmente (…), está malísima ahora, complicándose sus antiguos males con la dentición que se le anuncia con una terrible fiebre y gran inflamación de estómago.
Hoy he perdido toda esperanza (…) Se muere mi hija y yo con ella.
 
Pero no morirá sin que su padre la bendiga, sin que vea este rostro en el cual la naturaleza ha estampado en una maravillosa semejanza la más elocuente condenación de su conducta de usted.
 
Venga usted, Tassara, de rodillas se lo pediré, si es preciso; para mí no hay nada fuera de mi niña, ni temo desprecios ni evito humillaciones me arrojaré a los pies de usted para suplicarle dé una primera y última mirada a su pobre hija.
 
Ella no es culpable de mis delitos, si usted me cree cargada de ellos.
 
Si a usted le es enojosa mi vista, no me presentaré: Hallará usted a Brenhilde sola con su nodriza. Pero, por Dios, por su madre de usted, por cuanto ame, le ruego que conceda una mirada paternal a este ángel que deja un mundo en que tanto ha padecido su madre. En mi desesperación, no retrocederé por conseguirlo ante ningún género de escándalo.
 
¿Y es tanto lo que pido? Una caricia de piedad para una pobre inocente ¿es sacrificio tan grande para usted que no pueda concederlo? ¿Qué es lo que usted teme? ¿Quiere usted que no piense nadie que usted es padre de mi hija? Y bien, yo publicaré que no lo es: diré que la tuve del verdugo, si es preciso: diré cuanto usted quiera. Pero véala usted un momento, bendígala en su corazón, yo no soy como usted ateo, yo creo en Dios y en la vida eterna: no me resigno a que mi hija muera sin su bendición de usted.
 
Sea esta condescendencia, Tassara, el ultimo adiós que reciba de usted la mujer que tanto le ha amado, y le bendecirá al morir.
 
Por Dios, venga usted, yo espero y Brenhilde se muere. Nadie verá a usted, lo juro; pero, si no vienes, te buscaré; te arrojaré tu hija moribunda o muerta en medio de tus queridas del Circo, a la hora en que te presentes allí. Esto es tan cierto como lo es que estoy desesperada y que mi hija padece cruelmente y que serás un monstruo de bajeza si me rehúsas este pequeño y tristísimo favor.
 
Tassara: te espero
Tula
 
A Dios gracias la Avellaneda no cumplió su terrible promesa de arrojar la niña, moribunda o muerta, en medio de las bailarinas del teatro del Circo con las que Tassara se entretenía por aquellos días. El golpe fue demasiado duro para ella, casi se va con su hija.
 
 
El 9 de noviembre de 1845 María Brenilde García Gómez de Avellaneda cerró sus ojos sin jamás siquiera haber podido sonreír a la vida(1).  Su padre nunca acudió a verla, no la bendijo. Nosotros no hemos comprendido jamás los motivos, por muchas razones que pudiera tener entonces.
 
Como habrán podido comprobar los lectores, no es posible leer la carta, sin sentir un escalofrío de espeluznante estremecimiento. Hay un desorden de ideas muy lógico, una movilidad de sentimientos tremendamente racionales. La carta está plagada de bruscas transiciones: la Avellaneda rebota de la pasión más desbordada a la fingida mesura, del acercamiento al distanciamiento rogatorio. Por momentos parece que lanza las palabras al rostro directamente, clavándolas como afilados puñales que gruñen y expectoran en su recorrido. En sus palabras es posible escuchar los aullidos de una fiera mal herida. Estalla aterradoramente, y solo a veces, muy pocas, se contrae, se reprime discretamente. Pero al desesperarse se exalta irremisiblemente.
 
La carta conmueve, sacude y hasta desangra al lector.
 
Según nos dice Méndez Bejarano en su obra sobre la biografía de Tassara, la misiva de la Avellaneda “equivale a un poema, de esos poemas anteriores a la preceptiva literaria, sin otro modelo que la naturaleza, y por sus líneas de fuego pasa (como un hálito infernal y divino), el numen que trazó la despedida de Héctor y Andrómaca”. Y termina sentenciando con gigante alegoría que “El dolor igualó un instante a Gertrudis con Homero”. Nosotros estamos absolutamente de acuerdo con sus palabras y tragamos en seco.
 
Continuará…
 
Manuel Lorenzo Abdala
 
Avance:
En el próximo post veremos como la Avellaneda, al igual que El Ave Fenix, herida pero jamás vencida, renace de sus cenizas y se convierte en lo que nunca imaginó: un agente político.


 
 Notas:
(1)Transcripción de la partida de defunción de María (Brenilde) García Gómez de Avellaneda, expedida el veintisiete de febrero de mil novecientos veintiocho por Mario Méndez Bejarano para publicar en su libro “Tassara, nueva biografía crítica”
 
Don Ildefonso de Lope y del Ceso, Piro. Teniente Mayor de la Parroquia de San Ildefonso de Madrid
Certifico: Que en el libro segundo de párvulos de Difuntos al folio trescientos sesenta vuelto, se halla la siguiente:
P a r t i d a…
Como Teniente mayor de la parroquia de San Ildefonso de Madrid, en nueve de Noviembre de mil ochocientos cuarenta y cinco, mandé dar sepultura de nicho en el Cementerio de la puerta de Fuencarral de Dª  MARÍA  GARCÍA GÓMEZ DE AVELLANEDA, párvula, de siete meses de edad, natural de Madrid, de D. Gabriel, y de Dª Gertrudis naturales el primero de Sevilla, y la segunda de la "isla de Cuba;  falleció a las tres de la mañana del día de la fecha en la Calle de la Ballesta número cuatro[hoy Nº 13], cuarto pral. de una afección cerebral, según certificación del facultativo D. José Roviralta. Fueron testigos de su óbito Andrés Rodríguez y Pedro Sierra dependientes de esta iglesia. Y lo firmé. = Francisco Gómez.
= R u b r i c a d o. =
Concuerda con su original. San Ildefonso de Madrid a veintisiete de Febrero de mil novecientos veintiocho.
Dr. Ildefonso de Lope.
 
 
 
Bibliografía:
 
Semanario pintoresco español, Revista literaria El español, La posdata, La esperanza, El heraldo, El eco del comercio, El espectador, El fandango (Hemeroteca, BNE)
 
Cruz de Fuentes Lorenzo, Autobiografía y Cartas… Huelva, edición de 1914.
 
Méndez Bejarano, Mario. Tassara, nueva biografía crítica: su vida, sus discursos, sus amores con LA AVELLANEDA... Madrid 1928