diciembre 03, 2014

AMOR Y PASIÓN (carta Nº 16)

Preámbulo (después de un noviembre de sosiego).


El 25 de julio de 2014 comenzábamos, por fin, la publicación en el blog “La divina Tula” del epistolario menos conocido y difundido de la Avellaneda: el mantenido con Antonio Romero Ortiz. Epistolario no disponible, transcrito electrónicamente, en ningún otro medio. Y lo hacíamos de la siguiente manera:

Preámbulo.
En octubre de 2012 anunciábamos la publicación (a partir del verano de 2013 y como antesala a los actos por el bicentenario del nacimiento de la divina Tula), de las cincuenta cartas de amor y pasión escritas por la Avellaneda a un tal Armand Carrel (Antonio Romero Ortiz). No pudo ser entonces. Creímos oportuno -pensábamos, ilusos que somos- que una editorial sería el mejor medio para reeditar lo que en 1975 publicara la Fundación Universitaria Española, homenajeando a la autora por su bicentenario. Pero salvo en la Asociación Cultural y Literaria “La Avellaneda de Sevilla (Edith Checa, Isabel Martín Salinas, Rosa María García Barja, Miguel Hermoso Alón, Rosa Ciriquián y Manuel Lorenzo Abdala), en la editorial Los libros de Umsaloua (Inmaculada Calderón) y en el CSIC (Brígida Pastor), la Avellaneda no ha tenido otros homenajes (al menos significativos), como merece la poetisa, escritora y dramaturga en España.

En noviembre de 2014, la Avellaneda fue motivo de otro reconocimiento en la UNIA (Universidad Internacional de Andalucía), curso organizado por una catedrática de una Universidad española que al parecer puso gran empeño en su tarea sin tener en cuenta la labor del blog “La divina Tula” del cual ha sacado mucha información y mayor provecho. Era como si no existiéramos para ella. Pero resulta que nuestro blog está estrechamente relacionado con la Asociación Cultural y Literaria “La Avellaneda” de Sevilla de la cual somos miembro. Es más, somos parte de la prestigiosa Asociación. Y eso, parece indicar, se le escapó a los organizadores del “curso homenaje por el bicentenario”.
Durante todo el mes de noviembre el blog “La divina Tula” detuvo sus publicaciones esperando ver el resultado final del curso en la UNIA, actividad a la que no fuimos invitados (no tenían por qué hacerlo). Muchos amigos nos han preguntado los motivos y en privado se lo hemos comunicado. Hoy lo hacemos público.
Sabíamos que  nuestras publicaciones, las de nuestro blog, eran consultadas por varios profesores y catedráticos alrededor del mundo, incluido algunos de los organizadores del curso impartido en la UNIA anteriormente aludido. Pero lo que no imaginamos nunca es que no nos citaran en ningún momento. Literalmente no existimos para ellos, no nos consideran Institución de prestigio. Y eso nos ha parecido injusto, tremendamente inmerecido porque nuestra labor y empeño ha sido el rescate y difusión de la obra avellanediana –al margen de Instituciones-, firmeza que continuaremos realizando gratuitamente.
Nuestros post han sido siempre fuente de información de acceso libre. Hoy nace, necesariamente, una nueva etapa. Para evitar futuros olvidos y maltratos o menosprecios por parte de algunas Instituciones –no todas-, nuestra política de publicación de “entradas” cambia radicalmente. A partir de ahora solo publicaremos un resumen o parte del contenido del post tratado, y a través del e-mail ladivinatula@gmail.com los lectores, todos (sean cuales sean éstos y pertenezcan a la universidad u organización que pertenezcan), nos solicitaran el resto de la información faltante y que a nosotros nos ha costado obtenerla a través de disímiles medios esparcidos alrededor del mundo. Jamás pediremos dinero por ello. Nuestro blog ha sido y es un medio de información gratuito relacionado con la vida y obra de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Nunca se nos ocurrirá cobrar por la información ofrecida. Pero al menos demandamos nos citen en cursos, eventos y homenajes varios, tal y como hacemos nosotros en todas nuestras publicaciones.
En el nombre de Gertrudis Gómez de Avellaneda, atentamente.

Manuel Lorenzo Abdala







Carta Nº 16*.
“Viernes 6 – Una de la noche” [oficialmente ya era sábado 7 de mayo de 1853].

        ¿A que no se te ocurre hacer esto? ¿A que ni se te pasa por las mientes el ponerte a escribirme una hora después de apartarte de mi lado…? Pues ya ves; yo lo hago; y eso que tengo infames plumas a cual peor todas, y que para ponerme a charlar contigo a esta hora, me ha sido menester comenzar por declarar a mi doncella que no quiero que me despierten mañana hasta muy tarde, porque renuncio a presenciar el ensayo de la pobre Aventurera. Y sin embargo; ya has oído decir que yo no me enamoro; mi mamá te diría más todavía, te diría que soy egoísta. ¡Yo, que me privo del placer de recibirte en mi casa, y de mostrarte mi amor públicamente, por ahorrarle a ella un temor, un leve disgusto! ¡Yo, que con un carácter de hierro me estoy plegando sin cesar para complacerla hasta en sus preocupaciones! Tal es el mundo, vida mía, y tales los juicios de los hombres. Eloísa te jurará que no tengo corazón, que soy una especie de máquina que produce ideas, y nada más: lo jurará de buena fe, porque cuando está de humor de hacerme oír sus idilios eternos y empalagoso sentimentalismo; cuando me espeta a su placer un curso completo de ciencia amorosa, ponderándome las excelencias de su alma volcánica, según ella dice, entonces es precisamente cuando se me antoja a mí, a fuerza de hallarla fastidiosa, soltarle dos o tres teorías destartaladas y locas, que la dejan boquiabierta y espantada. Yo no puedo sufrir que se hable de amor sino entre los que se aman. La ostentación de lujo del sentimiento me parece detestable, cuando no es sublime. No creo nunca que sean tesoros reales del corazón los que se andan arrojando para que los valué todo el mundo, sin objeto y sin causa. He aquí el porque soy en la opinión de mi sentimental vecina incapaz de enamorarme; del mismo modo que soy egoísta para mi excelente madre (tan buena conmigo en todo lo demás) solo porque siempre que se le antoja jugar al tresillo no me encuentra bastante desocupada para prestarme a dormirme sobre barajas, y porque cuando he tomado una resolución por motivos poderosos no la abandono fácilmente por solo la razón de que ella no ve las conveniencias de llevarla a cabo; y por otras mil pequeñeces que prueban en su concepto que soy poco afectuosa, y que en el mío solo son señales de que lo soy demasiado para tener la puerilidad de adornarme con sus vanas apariencias. Es una gran desdicha, amigo mío, que no entiendan a uno las personas queridas, y ese ha sido siempre mi sino. Como tengo orgullo y no me quejo de la injusticia,…


EL Resto de la carta Nº 16 escrita por la Avellaneda y dirigida a D. Antonio Romero Ortiz en 1853 puede usted solicitarla, totalmente gratis, a través de la siguiente dirección e-mail:


(*) La carta Nº 16 ha sido trascrita electrónicamente desde CARTAS INÉDITAS EXISTENTES EN EL MUSEO DEL EJÉRCITO, obra autoría de José Priego Fernández del Campo, editada por La Fundación Universitaria Española, Madrid 1975. Pp 47-50.

octubre 24, 2014

AMOR Y PASIÓN (carta Nº 15)

Safo y Faón, Jacques-Louis David. Paris, 1809

Sufre mis desigualdades y ámame siempre

“Desgraciadamente hay en mí estas dos naturalezas poderosas del poeta y de la mujer: hay en mí idealismo bastante para vivir toda la vida de un suspiro de tu amor, y bastante sangre para agotar en un momento todo tu amor y el mío”

Gertrudis Gómez de Avellaneda

La epístola que publicamos hoy no contendrá un estudio previo porque desde nuestro punto de vista no será necesario. La carta habla por sí sola. Todo en ella está dicho. Nada más es posible agregar a una correspondencia que en su conjunto no se ha tenido demasiado en cuenta, yo diría que no se ha tenido en cuenta, como casi todo en Gertrudis Gómez de Avellaneda. Desde Safo, ninguna como ella, ninguna, ha logrado un lirismo tan alto, un manejo del lenguaje tal; una pluma tan atrevida, extremadamente avanzada, con una maestría en el arte de amar capaz de paralizar corazones, aún en nuestros días.
La transcripción de estas cartas, no vueltas a publicar desde su descubrimiento en 1975 por José Priego Fernández del Campo, es un regalo de nuestro blog La divina Tula (especialmente dedicadas a Edith, Carmen, Isabel y Rosa) y de la Asociación Cultural y Literaria “La Avellaneda” para todos los lectores amantes de la poesía en el bicentenario del nacimiento de la, posiblemente, mayor poetisa y poeta decimonónica de toda hispanoamérica.


Manuel Lorenzo Abdala






Carta Nº 15.
Día 5 de Mayo [viernes].

        Querido Antonio, parece que no tienes ni chispa de impaciencia por repetir tu visita a Eloísa. Nada me dices de eso; nada de vernos. Acaso haces bien: creo que el comunicarnos por cartas tiene grandes ventajas, bien examinado. Por mi parte, aunque se me hacen muy largos los días, privada de tu presencia, con todo, conozco que más bien nos conviene que nos daña esta lejanía, que no me impide saber tus pensamientos y comunicarte los míos. El amor, ese tirano insaciable que con nada se da por satisfecho, sabe ser también un niño dócil y hasta pueril, que se entretiene con cualquier cosa y se alegra y se reputa dichoso. He deseado algunas veces que Armand hubiese continuado siendo por largo tiempo mi invisible caballero; que solo su pensamiento hubiese llegado a mí, siempre envuelto en esas nubes de rosa del misterio, como la eterna promesa de una felicidad nunca poseída pero incesantemente esperada. Al adquirir una forma, y un carácter determinado, mi fantástico caballero se ha hecho amar mucho, sí, ciertamente ¡mucho! pero es indudable que lo que ahora me inspira es un sentimiento agitador y doloroso; mientras que todo era dulce, tranquilo, ideal en lo que experimentaba por mí Armand.

        Sin pensarlo, amigo mío, he contestado a la pregunta que me haces en tu carta de ayer. Si, Antonio, yo te amo, eso es una verdad: pero quieres también que te explique cómo te amo y eso lo expresaré mejor cuando no quiera que cuando de intento me ponga a definirlo. Te amo, a lo que entiendo de varios modos, y eso es lo que me disgusta: si te amase de uno solo ambos seriamos más felices y nos entenderíamos mejor. Te amo cuando no te veo, cuando no te escucho, cuando solo llegan a mí tus cartas y no te veo más que en mi corazón, te amo entonces con un afecto en que gozo; con un afecto que me engrandece a mis propios ojos: Siento en tales instantes que aunque fueras viejo, de fea figura, despreciable para todas las mujeres, serías bello para mí por tu alma; joven por tu amor. Siento que mi corazón noble y puro se lanza al tuyo por un movimiento de santa confianza y casta simpatía, y que nos unimos con un vínculo sin nombre, pero augusto, indisoluble, eterno: por aquel consorcio de las inteligencias que he deseado tanto conocer y que no he visto jamás. Entonces, Antonio, no dudo de ti, ni de mí: entonces no te llamo esposo porque no encuentro nombre que darte en el lenguaje humano: entonces eres para mí la esperanza, que es lo único grande que puede gozar el hombre: entonces respiro contigo en una atmósfera tan pura, tan embalsamada, tan suave, que me parece imposible la puedan surcar jamás las pasiones terrenales. He aquí cómo te amo algunas veces; como quisiera amarte para siempre; como debo amarte si aspiro a ser feliz por el amor. Pero desgraciadamente en mí organización desventurada todos los terrenos se tocan: cuando te veo cuando te oigo, cuando respiro tu aliento, cuando me haces una caricia, me arrancas súbitamente de mi región encantada, me haces desear delicias terrenales, me das fiebre, Antonio, una fiebre tal que quedo enferma por muchas horas; me transformas en una mujer vulgarísima, me haces avergonzar de mi misma y de la flaca naturaleza humana… en fin, te amo entonces con un amor tan violento como receloso, tan ambicioso como impotente: con un amor que logrando cuanto anhela no sería feliz; que dándolo todo no daría nada. Sí, te amo entonces con pasión pero con cólera contra ti y contra mí, y contra la naturaleza: te amo dudando de tu corazón y del mío, porque en tales momentos me parece muy dudoso que sea algo eso que llamamos corazón: en esos momentos, querido mío, me pregunto con pavura si es cierto que el hombre está llamado a más alto destino que el que ve en el bruto; si no ha nacido, lo mismo que este, para multiplicarse y morir… me parece entonces que lo que llamamos alma, sentimiento, idea, acaso no son en suma sino seducciones que emplea la pícara naturaleza material para llevarnos ciegos a cumplir sus leyes: esas leyes que el bruto obedece por instinto y que el animal pensador cumple más fatalmente todavía, arrastrado por la esperanza de un bien mentiroso, irrealizable.

        ¡Oh! No sabré nunca explicarte lo que yo veo y siento y juzgo en estas cosas: no podré por más que diga hacerte comprender la lucha que hay entre mi orgullo de inteligencia y mi naturaleza de mujer apasionada: no se definen estas cosas, Antonio: se sienten, no se pintan ¿Quieres saber cómo te amo…? Como tú quieras: esta es la verdad. Con un afecto que no puede darte ninguna otra mujer; con la ternura y un idealismo infinito; con una felicidad íntima y duradera… y también puedo amarte como Safo a Faón: también puedo como ella.

Ante mis ojos desaparece el mundo
Y por mis venas circular ligero
El fuego siento de placer profundo…
Trémula, en vano resistirte quiero,
De ardiente llanto mi mejilla inundo,
Deliro, gozo, te bendigo, y muero!

¡Oh! ¡Sí! Desgraciadamente hay en mí estas dos naturalezas poderosas del poeta y de la mujer: hay en mí idealismo bastante para vivir toda la vida de un suspiro de tu amor, y bastante sangre para agotar en un momento todo tu amor y el mío. Desgraciadamente también has tenido el poder de despertar a la vez ambas naturalezas y se empeñan en una lucha cuyo éxito ignoro. En los momentos en que la victoria se inclina por la naturaleza ideal, entonces es cuando te amo con fe, en ti y en mí; cuando creo que seré feliz y me hallo digna de serlo. En los momentos en que gana terreno la naturaleza terrestre, entonces es cuando te amo dudando, cuando temo que no podamos querernos ni estimarnos largo tiempo; cuando me desprecio a mí misma al mismo tiempo que se revela mi insensato orgullo contra el fallo de mi propia conciencia: entonces sufro, y te hago sufrir, y soy caprichosa, y desigual, y llena de inconsecuencias. Entonces me parece que ha sido ridículo todo mi idealismo de poeta, puesto que había de parar por donde comienza el instinto de la bestia. Y sin embargo, en medio de aquellas tempestades del alma, que se venga tan cruelmente, en mí, de los momentáneos triunfos de mi otra naturaleza terrestre, sucede que te amo locamente y te llamo mon homme, y me parece en aquel instante que no hay dicha mayor que ser tuya de todos modos; tuya por todos los vínculos posibles. Una hora después, por cuanto existe en el orbe, no querría que se me cumpliese semejante deseo: por cuanto hay no querría que me uniesen a ti lazos vulgares, fuese cualquiera su nombre: no querría dar un destino vulgar a este hermoso sueño que encanta a mi alma: a esta página de mi vida en que has escrito con rasgos originales y nuevos el nombre de Armand; de Antonio. Pero otra hora después vuelvo a verte y entonces… entonces digo que solo Dios se puede amar en su esencia incomprensible; que tú eres mi amante, mi esposo, que mi idealismo es una locura, una profanación… que la felicidad del amor está en tus brazos y no en mis sueños: entonces, Antonio, quisiera inventar lazos todavía más estrechos que los que conocemos, y más corpóreos, y más sensibles para ligarme a ti con todos ellos. De todos modos te amo: yo no sé de mi corazón más de lo que te digo: te lo juro, Antonio. ¿Me harás feliz? No lo sé. ¿Lo soy ahora? No; estoy muy disgustada conmigo misma y de rechazo contigo también. ¿Está en tu mano terminar mis disgustos? Creo que no, por ahora al menos: ¿estará después? Es muy probable. ¿De qué modo…? Casi no lo alcanzo. Lo único que veo claro es que te quiero, que si sabes no excitar en mí estas luchas, mi amor puede hacerme mucho bien: que si te gozas en matar mi idealismo, acaso luego querrás en balde hacerlo renacer. Sí; tengo un poder terrible sobre mi corazón; es mi orgullo: respétalo siempre, Antonio: no me digas jamás una sola palabra que me haga sospechar que me crees flaca y esclava de mis pasiones: con solo eso me harías fuerte, me harías invencible; pero ¡ah! ¿Viviría mi amor después de haber sido una vez violentamente ahogado? –Basta de esto para siempre, amigo mío: te suplico que volvamos a ser por algunos días Armand y Gertrudis: escríbeme como entonces: veme o no me veas, según te parezca conveniente: te dejo dueño absoluto de tu conducta en este punto. Recibiré tus cartas con placer íntimo: te veré con felicidad siempre que quieras; pero ni te exijo que dediques algún rato cada día a hablar con tu amiga, ni me quejaré si dejas de verme más o menos tiempo. Sé libre, Antonio mío, sé siempre libre en tus relaciones conmigo, y cree que aunque tan celosa, tan exigente, tan inconstante en mi carácter, soy bastante firme en mis sentimientos, y no decaerá mi amor mientras tú seas noble, bueno, sincero, leal, aunque seas menos apasionado si así lo crees conveniente. ¿Qué más puedo decirte? ¿Dudarás aún? ¿No me entenderás todavía? ¿Seguirás creyendo que no te amo lo que tú deseas? ¡Oh! Serías bien injusto. Antonio, antes que serlo pídeme pruebas a tu placer. No es la primera vez que te he dicho que serás árbitro de mi suerte: te repito ahora que te amaré como tú quieras; que seré para ti, hoy mismo si te place, la que tú quieras que seas; pero déjame creer, amigo mío, Armando mío, mi leal caballero, déjame creer que tú no quieres sino mi felicidad, y que comprendes que mi felicidad será grande si me haces sentir que tú la posees, y que ambos la merecemos. Si soy una pobre sensitiva que sufre con los cambios atmosféricos, eso, ya lo ves, no es culpa mía. Si deseo verte y me enojo alguna vez porque no lo adivinas… tampoco es culpa mía. Sé indulgente: sufre mis desigualdades y ámame siempre, como esposo, como hermano, como quieras, Antonio, pero estimándome siempre. La idea de que tu amor era meramente físico me haría mucho, muchísimo daño. Tuya.

T.

octubre 13, 2014

AMOR Y PASIÓN (carta nº 14)

Photo by Lady Clementina Hawarden. London, 1955

ELOCUENCIA NARCÓTICA

“El que no está dispuesto a cumplir todas las cosas y a cumplir plenamente con la voluntad de su amada, no merece el nombre de amante”.

Tomás de Kempis


Esta carta es una de las tantas en que mejor se retrata la autora. Le escribe a él, pero habla más de sí misma y del amor propiamente dicho que sobre las supuestas virtudes que pueda poseer su destinatario ¿Qué tendrá que decirle ella ante los reclamos, precisamente a quien solo emite reproches?
La noche anterior los ardientes enamorados se vieron con toda seguridad y tuvieron cita íntima. Lo sabemos por las palabras que le consagra cuando se refiere a él. Esto nos indica que según ella, Antonio no merecía más elogios que los escuetos dedicados. Nada más tiene que decirle, repito.

Anoche has estado encantador: tu tono festivo y ligero me hizo bien al corazón. Tus palabras acariciadoras tenían un no sé qué de tan positivo y tan corporal (perdona si digo algún disparate), que en mí, rara como soy, produjeron efectos admirables. No hablemos más de ti, tampoco; es tiempo de acabar este trozo de elocuencia narcótica. Es tarde y quiero enviarte mi saludo.

         A partir de aquí en la Avellaneda comienza a apagarse la llama del amor tal y como ella lo concibe: sublime. Antonio la amaba, sí, pero solo corporalmente y ella se está dando cuenta de este amor vacio y sin sentido que puede dislocarse. Sufre física y moralmente de una manera inexplicable, Se siente mal, influenciada por las condiciones atmosféricas, dice; pero no es toda la verdad.  La relación debe reiniciar la llama de aquellas primeras cartas o no progresará nunca. Y todo muy a pesar de que ella no lo quiere perder. Ciertamente ambos se demandan con pasión. Bálsamo el uno para el otro, son la razón narcótica del amor que se profesan.

Manuel Lorenzo Abdala




Carta Nº 14
[3 de mayo de 1853, miércoles]

Hoy 3 de mayo.

        Quieres que te escriba hoy: bien, amigo mío, siempre es muy grata para mí la tarea de escribirte: pero ¿qué he de decirte a ti, que nada tienes que comunicarme por parte tuya? ¿A ti que has comprendido sin duda con tu buen talento, que hoy, precisamente hoy, debo hallarme en uno de mis días de espleen, y de fastidio y de inercia? ¿No ves ese cielo sin color y sin luz? ¿No sientes esta atmósfera ni cálida ni fría, sino húmeda, pesada, soporífera? Yo, naturaleza nerviosa por excelencia, estoy más que nadie sujeta a la triste influencia de estos días opacos y destemplados: sufro física y moralmente de una manera inexplicable. Si tuviera entre mis manos algún drama, hoy suspendería el trabajo, a menos de que me conveniese pintar en alguna de sus escenas un carácter perezoso, tibio, regañón a ratos y a ratos taciturno, pero siempre pesado y fatigante para los otros y para sí mismo: pintaría ese carácter porque es por hoy el mío. Afortunadamente mi carácter cambia en horas, en minutos: toca todos los extremos con igual rapidez; lo cual, sea dicho de paso, sino prueba la fuerza del alma, indica al menos su agilidad. Pero no hablemos de mí, querido Antonio; hablemos del amor, que vale más que yo, y que no se anubla cuando se anubla el cielo; ni se enfría cuando sopla el viento del Guadarrama. A propósito del amor, ha dicho con inimitable sencillez y verdad, un escritor místico de ardiente corazón1 estas sublimes palabras. «Lui seul rend léger tout ce qu’il y a de pesant, et supporte avec égalité les inégalités de la vie; car il porte son fardeau sans en sentir le poids. Il est libre et rien ne le retient. Il donne le tout pour le tour; il ne connaît point de borne ; il ne sent point sa charge ; el veut faire plus qu’il ne peut, parce qui’il croit que tout luis est permis et possible. Celui qui n’est pas disposé à souffrir toutes choses, et à se conformer entièrement à la volonté de son bien - aimé, ne mérite pas le nom d’amant»2.

        Esta admirable definición, querido Antonio, me ha encantado siempre y he envidiado a los que pueden dirigir a Dios, como lo hacía el autor de ella, aquel amor divino tan superior a todo objeto terrestre ¿No es verdad que amar de ese modo a una pobre criatura mortal sería una profanación y una desgracia? Sin embargo, somos tan injustos que aspiramos a eso; que no nos contentamos con nada que no sea eso. Si hubiera muchos días tan feos como el presente, es probable que nos llamásemos a la razón y conociéramos que no debe ser amado con aquella sublimidad un pobre ser que es esclavo de las influencias atmosféricas. Heme aquí que te he hablado ya de mí y del amor, y que aun no te he dicho palabra de ti, que eres lo que me ocupa, a pesar del entumecimiento de mi alma. Hablemos, pues de ti un poco, antes de concluir esta carta; carta que es menos tonta de lo que parece, pues te aseguro vida mía que me sería muy difícil escribir otra igual en cualquier otro día que no fuera tan nublado como éste. Hablemos de ti, decía. Anoche has estado encantador: tu tono festivo y ligero me hizo bien al corazón. Tus palabras acariciadoras tenían un no sé qué de tan positivo y tan corporal (perdona si digo algún disparate), que en mí, rara como soy, produjeron efectos admirables. No hablemos más de ti, tampoco; es tiempo de acabar este trozo de elocuencia narcótica. Es tarde y quiero enviarte mi saludo.

        Esta noche irás acaso al teatro: no te veré, a pesar de mi deseo, porque mamá quiere tener tresillo en casa y habré de hacer tercio. Mi salud es buena hoy, y mi Esculapio, que acaba de irse, me ha dicho con gran fe que todo se acabará si quiero no pensar tanto, y no ser tan irritable. Que yo he de ser mi propio médico y de éxito seguro, siempre que acierte a modificar mi organización especial. Ya ves si la cosa es fácil. Adiós, Antonio mío, te quiere siempre y te saluda con afecto

T


(1)          Se refiere a Tomás de Kempis,  canónigo agustino del siglo XV, autor de Imitación de Cristo, una de las obras de devoción cristiana más conocida desde el siglo XV, redactada para la vida espiritual de los monjes y frailes de entonces y que ha tenido una amplia difusión entre los miembros de la Iglesia católica; algunos importantes autores de espiritualidad cristiana le han dado gran relieve, como Teresita de Lisieux, Bossuet y Juan Bosco, entre otros. Si bien la autoría de esta obra fue ampliamente contestada por autores posteriores, en la actualidad se tiene como histórica su atribución a Tomás de Kempis.
(2)          Estas bellas palabras aparecen en Imitación de Cristo. Esta obra ha sido el libro católico más editado del mundo después de la Biblia según nos dice Eliecer Salesmán (famoso sacerdote colombiano) en el prólogo de su edición actual “Imitación a Cristo”, p.5.
Imitación de Cristo fue escrita durante toda la vida de Tomás de Kempis (1380-1471) y es muy posible que haya sido el material con el cual el autor enseñaba a sus jóvenes pupilos en el Monte Santa Inés. Se divide en cuatro libros:
Libro I: Consejos útiles para la vida espiritual.
Libro II: Exhortaciones a vivir vida interior.
Libro III: De la consolación interior.
Libro IV: Del Sacramento del Altar.
La edición estudiada y citada por la Avellaneda en esta carta es la traducida del flamenco por R. P. de Gonnelieu (sacerdote de la Compañía de Jesús), obra editada por De LAMARZELLE en 1838 (imprenta y librería de Vannes, en la localidad de la Bretaña francesa). Esta obra es posible se la trajera la Avellaneda en 1846 de “La Solitude” (Martillac, Burdeos) centro espiritual al que se retiró después de la muerte de su primer esposo, Pedro Sabater, y posiblemente la obra inspiradora de su posterior Devocionario cristiano en prosa y verso. La divina Tula posee ambas obras en sus archivos a disposición de los lectores.

octubre 07, 2014

AMOR Y PASIÓN (carta Nº 13)

Photo by Lady Clementina Hawarden. London, 1855.

¿Reproches amatorios?

"La libertad verdadera es no esclavizarse a nadie en nada"
Gertrudis Gómez de Avellaneda




Carta Nº 13.
29 [de abril de 1853] = Viernes a las 12 de la noche

No estás malo y no me has escrito; no estás malo, ni me has escrito, y no has ido un momento al teatro para verme siquiera ¿Tan incesantes eran esas ocupaciones que no te permitieron enviarme durante el día una línea para decirme estoy bueno, ni te dejaron un momento de que disponer por la noche? Yo, más libre, he estado en el Príncipe a ver la comedia nueva1, después que supe que no había sido por falta de salud tu silencio, y he vuelto a mi casa llena de satisfacción por haber tenido ocasión de observar que tus noches como tus días están igualmente bien empleadas2. De ese modo, Antonio, no se te hará larga la vida; no tendrás tiempo para fastidiarte, lo que es una gran ventaja. Yo, pobre ociosa, he perdido el día esperando noticias tuyas, y la noche buscando tus miradas por el teatro. Dios mediante, procuraré corregirme desde mañana: me ocuparé también de cosas de provecho, y como esa causa es probable que no pueda escribirte, he querido hacerlo, aunque brevemente, antes de acostarme; y lo hago, Antonio, deseándote descanso de tus largos trabajos, y un sueño más tranquilo del que yo espero alcanzar. Adiós, amigo mío, buenas noches. -¡Ah! Se me olvidaba decirte que Lasagra (sic)3 estuvo esta tarde en casa de Eloísa y le hizo larga visita. Por lo visto no es su indisposición la que impide que te presente, sino tus ocupaciones. Buenas noches, Antonio. El criado que traiga tu carta prometida te llevará estas líneas: y a propósito de carta prometida, te diré antes de cerrar esta que, para evitar promesas, que no me agradan porque parece que indican obligaciones; para evitar que nos alarmemos inútilmente y sin causa justa a la menor falta, creo conveniente en alto grado que no se continúe el naciente hábito de escribirnos todos los días. Lo harás buenamente cuando tus ocupaciones te lo permitan; lo haré yo también cuando los trabajos que voy a emprender mañana me dejen algunos ratos libres. Queda por tanto sentado que no tendrás motivo de inquietarte si pasan uno, dos o tres días sin saber de mi, y que yo no debo tampoco llenarme de aprensiones porque guardes un silencio más o menos largo. Esto nos ahorrará disgustos y quejas recíprocas. Todo lo que tiene apariencias de compromiso forzoso, de deber imprescindible, es enojoso para gentes como nosotros, tan amantes de la independencia y de la santa y divina libertad. Rousseau era un mentecato en decir (si fue él quien lo dijo, que no estoy segura), que la libertad es el derecho de elegirse un dueño. Yo siento, lo mismo que tú, que la libertad verdadera es no esclavizarse a nadie en nada ¿No es verdad? Buenas noches por tercera vez. Tú amiga

Tula



Hoy sábado 30.
        Abro mi carta porque el que trajo la tuya se ha marchado sin aguardar respuesta. Yo tenía dispuesta esta para que te la llevara, pero toda vez que tiene que ir mi doncella, añadiré algunas líneas a las anteriores. He leído tu carta… escribes muy bien, Antonio: cada día conozco mejor que posees mucho talento: desgraciadamente hay cosas que yo aprecio más que el talento aunque las cuerdas de mi corazón estén rotas, tal parece que vibran todavía dolorosamente cuando pienso, cuando me digo que el talento, que sabe decirlo todo, posee la triste facultad de engañarse a sí mismo; que toma y da por color verdadero el que produce su prisma. Cuando reflexiono en eso me pesa también mucho el no ser tonta: le tomo miedo a mi propia imaginación; a esa falaz encantadora que sabe hacer pesada una arista como si fuese una montaña, y ligera a una montaña como si fuera una arista ¡Feliz Ochoa! Tienes razón.
        Te hablaré verbalmente de tu carta. Estoy demasiado triste y displicente para poder escribir cosa que merezca leerse. Si quieres nos veremos esta noche. Esto es, si tus ocupaciones te lo permiten buenamente que si no, no; yo las respeto mucho. En el caso que nada te sirva de obstáculo quiero verte esta noche porque hace ocho días que en tal noche como esta creía imposible que pudieran existir vínculos de ninguna clase entre nosotros: porque hace ocho días que me arrepentía colérica de haber respondido a las cartas de Armando y necesito oírte para convencerme de que no tengo hoy motivo de arrepentirme de nada. Necesito Antonio, que así como supiste borrar de mi mente la impresión atroz que dejó en ella aquella célebre carta de ominoso recuerdo, así borres ahora otras impresiones penosas.
        Si hace buena noche, si no se siente el frío que hubo en la de ayer, bajaré a los jardines a las 9 en punto. Nos pasearemos por ellos. Si el tiempo no es bueno prefiero que nos veamos en el teatro de la Cruz: en el del Príncipe todo el mundo nos conoce y nos observa. Si quieres que estemos más cerca uno de otro, puedes tomar dos localidades, cualquiera que sean, las menos notables, y en ese caso vienes a las ocho y media a esperarme al jardín. Yo bajaré sola, diciendo que voy a salir con Eloísa, me reuniré a ti y nos iremos juntos a la Cruz.
        Entonces, Antonio, te hablaré de tu carta: de esta carta que vale menos que tu silencio de ayer; que es peor que él; aunque tan bien escrita. Adiós.

Tula


P.D. Acabo de ver en el diario que no hay función en la Cruz esta noche. Iremos a cualquier otro teatro; al Circo, a los Basilios4: donde nos hallemos con menos gentes conocidas. Eso si la noche es destemplada; sino prefiero los jardines. De todos modos que nos veamos esta noche ¿Quién sabe si será por última vez, Antonio? –Te quiero. Adiós.



(1)          Tula fue al teatro del Príncipe a ver la nueva comedia en tres actos La tierra de promisión, obra traducida del francés y cuya función se realizó a beneficio de la primera actriz doña Manuela Ramos ("El heraldo", 30 de abril de 1853).
(2)          Antonio Romero no asistió al teatro, al parecer estaba muy ocupado con el tema de sus múltiples actividades políticas, incluida la recogida de fondos para ayudar a las víctimas de la hambruna que sufría Galicia por aquellos días.
(3)          Se refiere a Ramón de la Sagra, escritor y botánico gallego, mencionado y analizado ya en esta curiosa correspondencia.
(4)          “Los Basilios” fue el nombre popular que se le dio al teatro Variedades por estar situado en el solar que otrora ocupó el convento de los Basilios, ubicado en la calle del Desengaño entre las de Valverde y del Barco (Cincuenta años de teatro, ABC (Madrid), 18 de mayo de 1833, página 15).

septiembre 26, 2014

AMOR Y PASIÓN (carta Nº 12)

Photo by Lady Clementina Hawarden. London 1856.


¡Dime la verdad!

Tula era controladora y absorbente, demasiado posesiva. A través de su amplia correspondencia este carácter ha quedado demostrado, aunque no olvidamos que su naturaleza, romántica in extremis, condicionaba todas sus actuaciones, las amatorias principalmente. La carta que publicamos hoy es lo que se conocía entonces como billete, una especie de SMS decimonónico que se intercambiaban los amigos y amantes de la época. Y que como todo lo escrito por la Avellaneda, no tiene desperdicio… En la carta (billete) que presentamos a continuación -cuyo punto final no parece llegar nunca-, aparentemente no dice nada y sin embargo lo dice todo: se queja, controla, se rinde, ordena, decreta ¡y hasta lanza un ultimátum! “Antonio dime la verdad: dímela o no vuelvas a acordarte de que existo”. Así eran los románticos del siglo diecinueve, melodramáticos hasta la médula, Tula a la cabeza de todos.


Manuel Lorenzo Abdala




Carta Nº 12.
[29 de abril de 1853, viernes]

        Antonio, me decías ayer que te sentías enfermo y después de eso no me escribes hoy, ni vienes con la Sagra(1) a casa de Eloísa, sino que lo dejas venir solo ¡Cruel! ¿Si estás malo por qué no me lo dices? Correría a verte arrostrando por todo. Y estás malo sin duda; de otro modo no hubieras dejado de saludarme siquiera con una breve línea. Antonio, tu sí que puedes romper las cuerdas que supones rotas. Si tu cariño de hombre fuerte no se alarma por cualquier cosa, acuérdate que soy mujer, y que siempre mi imaginación enferma está presintiendo desgracias. Antonio, si estás malo quiero ir a tu casa; quiero verte a ti solo un momento. Si no lo estás, si no me has escrito porque no lo creíste necesario… entonces, Antonio, haz cuenta que no han sido escritas estas líneas y ten por seguro que no volveré a sufrir el sentimiento de dolorosa inquietud que me martiriza en este instante(2). Antonio dime la verdad: dímela o no vuelvas a acordarte de que existo. Espero una palabra tuya por mi doncella que lleva esta. Si estás malo basta con que se lo hagas decir verbalmente y poco después, querido mío, estaré yo cerca de ti.




Hoy 29 -al anochecer.



(1)           Se refiere a Ramón de la Sagra, famoso escritor y botánico gallego (amigo de ambos), que estaba al corriente de la relación amorosa que ellos mantenían. Antonio debió quedar abrumado con la carta anterior y al parecer, enfermó (no era para menos). Y no quiso -o no supo- qué decirle a su paisano para que informara a Tula sobre el motivo de su ausencia en el punto de encuentro que ambos habían acordado: la vecina casa de Eloísa Gattebled de Santa Coloma, que era algo así como la puerta del sol de Madrid (bajo techo). Cuentan las crónicas de la época que las tertulias y fiestas en aquel piso de la plaza de Oriente eran las más famosas y sonadas de toda la ciudad. Próximamente dedicaremos un post al respecto.

(2)          El subrayado, para marcar el sentimiento romántico y melodramático de la autora, es nuestro.

septiembre 21, 2014

AMOR Y PASIÓN (carta Nº 11)

Photo by Lady Clementina Hawarden. London 1855

¡No soy ángel, pobre mí!
 (Misterios inexplicables en la naturaleza de Tula)


La carta Nº 11 es una de las tantas en donde la Avellaneda se desprende de todo, aunque en ésta específicamente, creemos va mucho más allá. Pinta su propio retrato despojándose de las vestiduras (que no ataduras) de su corazón y habla desde el más puro sentimiento, de su pasado y desde su verdad. Es una carta tallada con cincel sobre metal o sobre roca dura. Es a la par de sentimental, profunda, aguda e imperecedera… Ella misma nos dice (le dice a Antonio) que «saldrá desordenada y tumultuosa y rara; pero [que] será sincera» La carta es, sin lugar a dudas, «la expresión espontánea y sencilla de un corazón leal». El de Gertrudis Gómez de Avellaneda.

Es obvio que Romero Ortiz se enamoró profunda e igualmente de la poetisa. Esto determinó, según nos dejó por escrito Rosario Rexach en su análisis de hace unos años, un sentimiento posesivo muy intenso, demasiado quizás. Antonio Romero llegó a decirle a su enamorada, por celos (y también por machismo decimonónico), que «la mataría si ella le fuese infiel» (esta expresión que hoy nos espantaría, entonces era muy normal). La Avellaneda, defensora de sus derechos (y de sus sentimientos) como ninguna otra mujer en su tiempo, no se amilanó ante la desafortunada expresión y le respondió con sabia inteligencia: «Antonio, no es ese el riesgo que se corre con una mujer como yo. La infidelidad y el engaño son cosas de almas flacas, de organizaciones mezquinas». Ella estaba muy por encima de todo, y de todos.

Hay momentos en esta correspondencia que no necesitan explicación supletoria. Por ello es que no pensamos extendernos en su análisis. La carta está llena de sentimientos, muy encontrados ciertamente, a veces positivos, a veces negativos, y a veces hasta agresivos. Todo está dicho en ella ¡Todo! No hay recelo alguno por parte de la Avellaneda (tampoco Romero Ortiz, al parecer los tuvo).  Pero nos gustaría llamar la atención sobre uno de sus párrafos finales, justo cuando la poetisa responde a los supuestos deseos (temerosos y encontrados) de su amante.


Tú puedes ser mi ángel, el esposo de mi alma; y puedes ser mi amante, el esposo de mi cuerpo. Tú escogerás, y yo te anuncio desde hoy el resultado final: es este. –Tu completo triunfo sería la ruina de tu dominación en la región elevada de mí ser (1). Tu renuncia de ciertos derechos te asegurará la soberanía sobre mi alma; pero si la haces has de hacerla de veras, invariable, completa. Completa, Antonio, porque a la naturaleza no se le debe dar algo cuando no se le puede dar todo: porque nos mataríamos con estériles besos.


No existe en la historia de la literatura epistolar, al menos nosotros no la conocemos, declaración de principios o sentencia mujeril más categórica respecto al sentimiento del amor y al orgullo propio que los dictados por Gertrudis Gómez de Avellaneda a su amante de entonces.


Manuel Lorenzo Abdala


(1)          El subrayado es nuestro.




Carta Nº 11.
[28 de abril de 1853, jueves]

        No me ha enojado tu carta, Antonio, no; pero me ha comunicado hondamente la tristeza de que estabas poseído al escribirla. Ha hecho vibrar

“Aquella cuerda que en el alma existe
Siempre al dolor templada”

        Y sin embargo te doy las gracias: hay párrafos en aquella carta que te realzan mucho a mis ojos; que me harían quererte desde hoy si mi cariño no existiera desde antes. Voy a contestarte por escrito, puesto que no me das seguridad de poder hacerlo verbalmente esta noche. Acaso esta carta saldrá desordenada y tumultuosa y rara; pero será sincera, te lo juro: será la expresión espontánea y sencilla de un corazón leal.

        En primer lugar dudo mucho que seas justo con este corazón. Si sus cuerdas estuvieran rotas ¿podría padecer tanto como padece con frecuencia? Madama Staël  ha dicho -Las almas poderosas no se agotan jamás: renacen como el Fénix de sus propias cenizas: basta una chispa para reanimar aquel fuego sagrado cuyo santuario es eterno.- Si no son estas las mismas palabras de la escritora francesa creo que es esta su idea, y yo la adopto. ¿Se rompen las cuerdas de los corazones fuertes por mucho que se las maltrate? Una mano ruda puede destemplarlas y arrancar de ellas sonidos ásperos y discordantes; pero al primer soplo de una brisa amorosa, aquellas arpas eolias ¿no tornaran a vibrar por su propia fuerza, repitiendo melodías deliciosas? ¿Crees tú que es posible agotar los tesoros de un alma infinita? ¿No son los ricos los que pueden dispendiar mucho sin arruinarse? ¿No es la economía la virtud de los pobres y el vicio más odioso de los opulentos?

        Escucha: muchas veces he deseado matar en mí este vigor interno que me fatiga, y no lo he conseguido ¿Qué es pues aquel vigor si no existe en mi alma la facultad de emplearlo…? Sé que cuando me parecía imposible amar en la tierra, entonces se remontaba al cielo mi ardiente aspiración; entonces amaba a Dios con exaltado entusiasmo ¡Ay! Acaso solo entonces obraba bien y cumplía mi destino. ¿Por qué he vuelto a caer en este suelo mísero, vacio otra vez el abismo de mi alma…? Somos imperfectos y miserables.

        He tenido largos períodos de desaliento y de hastío: tengo con frecuencia horas amarguísimas, de esas que pintas con pinceladas enérgicas: pero dime, Antonio ¿indican ellas la extinción de la fuerza, o su temible concentración? ¿hay marasmo o plétora en el alma cuando se postra así?

        Por mi parte solo te diré que una sola vez he creído amar. El amor, tal cual yo lo concibo y lo he menester, no he hallado quien me lo inspire, ni quien lo sienta por mí. Pero abrigué largo tiempo un sentimiento enérgico, único de su especie que he sentido. No fui víctima de un abandono vulgar: mi desgracia consistió en que me dejé subyugar por las cualidades de la inteligencia sin cuidarme de las del corazón. No concebía entonces que pudiese un hombre comprenderlo todo y no sentir nada: me parecía imposible la amalgama de un pobre corazón con una rica cabeza. Alucinada por la simpatía de las ideas no eché de ver, sino tarde, que había en otras regiones de nuestras almas una divergencia absoluta; una inarmonía eterna. Cuando lo conocí mi orgullo me empeñó en un imposible: quise asimilar lo que era heterogéneo. La lucha comenzó, fue larga, fue terrible; y acabó por cansar a la parte más débil, que no era yo. No cesó él de amarme; fue que comencé yo a comprender que no podía haberme amado nunca. Murió mi amor por último; pero murió no al golpe de un abandono común; murió porque pude exclamar como Santa Teresa al hablar del Diablo. “Compadezco a aquel infortunado que no puede amar”.

        Tres meses después me casé. Esto explica el por qué no me inspiró amor mi marido. Hallaba en él todo lo que buscaba en el otro, pero había perdido la fe. Me había maleado en la pasada lucha. Si pasado aquel período tristísimo de desaliento y desconfianza, me hubiera presentado el cielo al hombre excelente que me unió a su destino, estoy cierta de que todo lo que me daba y me pedía lo hubiera recibido de mi alma. Mi corazón no estaba muerto sino ulcerado. Pero cuando empezaba a curarse, cuando brillaba para él la aurora apacible de un nuevo día, entonces fue cuando perdí a mí médico, a mi amigo, a mi buen ángel: entonces el dolor se entronizó en donde antes el tedio. Así he llegado a esta época de mi vida sin más recuerdos hondos que los de dos grandes infortunios: el de un amor mal colocado, y el de una felicidad pasajera, que ni aun supe apreciar sino después de haberla perdido. Objeto de un grande amor que me fue arrebatado cuando empezaba a conocerlo; víctima de un amor loco que supe sentir conociendo su locura, jamás he sido feliz ni he hecho feliz a nadie. Ahora eres tú, no yo, quien debe juzgarme ¿Debo amar todavía? ¿Merezco ser amada? ¿Me es permitida la esperanza de una ventura tal como la que tú me ofreces…? En cuanto a mi propia opinión solo podré decirte que el amor que sentí, aquel amor que me hizo padecer tanto en mi orgullo y en mi corazón, aquel amor que hoy me parece un sueño doloroso, me ha dejado en el alma mucho miedo y mucha desconfianza. Donde me atrae el talento allí mismo creo entrever un vacio inmenso: allí sospecho un corazón seco. Recuerdo haber equivocado la imaginación con el sentimiento; haber medido la profundidad por la superficie, y retrocedo espantada. Podré decirte, que como también me engañé otra vez, que como cuando fui amada con un amor digno de mí, no supe conocerlo a tiempo, y desconfié sin razón, y me quedé fría a fuerza de ver demasiado fuego que lo tomé por pintado y no por real; como también sé que puedo desconocer la verdad en mi triste escepticismo, me guardaré bien de desechar la apariencia de una dicha por el recelo de que no sea nunca otra cosa que apariencia. No estoy segura de que me ames; no te conozco bastante; no oso fiarme ni de la simpatía que me acerca a ti, ni de la desconfianza que me aleja. Temo igualmente creerte cándidamente y dudar suspicaz de todo. Quisiera ser prudente y me enojo contra mí misma cuando siento que no lo soy. Quisiera estar segura de que mereces mi fe, y tiemblo de indagarlo. Estoy combatida, estoy vacilante, estoy medrosa; esta es la verdad. Me agradas, te amo, pero no sé todavía si es justo y racional que te ame: no oso tener confianza ni en mi propio corazón que tanto se ha engañado antes, ni en el corazón tuyo que es todavía para mí una región nueva apenas entrevista.

        Me halaga que quieras ser mi amigo, mi hermano, el esposo de mi alma; pero a través de las bellas cosas que me dices y con las que me encantas, se me presenta de súbito como un fantasma amenazador, el recelo de que todo eso no me lleve a otro terreno que al de un amor vulgar: no ambiciones otro triunfo que el de un goce de vanidad o de los sentidos. Me pregunto con miedo si valgo yo bastante para que se me ame cual necesito; y si vales tu tanto que deba yo hacer la prueba a riesgo de salir desengañada.

        No es que cesando el misterio y la curiosidad me haya yo enfriado: es que al cesar el misterio y la curiosidad es que he podido ver que aun quedaba algo, y ese algo es lo que me da miedo a la par que placer.

        Me preguntas si admito tu corazón ¡Oh Antonio! Demasiado has comprendido que yo deseo poseerlo. Pero te pregunto yo a ti -¿Me lo das con confianza entera de que yo lo merezco, y de que él es digno de la alta estima que yo puedo darle? ¿Estás seguro de que no obras de ligero al ofrecérmelo, ni yo al aceptarlo…?

        Te mataría, me dices si me fueras infiel. Antonio, no es ese el riesgo que se corre con una mujer como yo. La infidelidad y el engaño son cosas de almas flacas, de organizaciones mezquinas. Mi marido me comprendía mejor que tú: el me decía algunas veces -Te creo capaz de romper con desdén los vínculos más santos a los ojos del mundo: te creo capaz de decirme =aléjate de mí porque no te amo y a mí no me liga otro lazo que el que yo me impongo- pero sé que eres demasiado orgullosa y fuerte para sujetar tus instintos: sé que no me engañarás nunca; que no cabe en tu alma la infidelidad pérfida, que vende al esposo en cuyos brazos se duerme. Sé que jamás prostituirás tu alma partiéndola; ni tu cuerpo dándolo sin tu alma.-

        Esto me decía mi pobre amigo y decía bien. Puedes temer en mi la inconstancia, la exigencia, diez mil defectos que tengo; pero nunca la vil perfidia, nunca la baja astucia. Soy muy altiva para poder engañar: no creo que vale nada ni nadie lo bastante para que yo me infame mintiendo.

        Antonio te he escrito larga y desordenadamente. Te he dicho cuanto leo en mi pecho por ahora. Solo añadiré otra cosa, aunque no quisiera tocar más ese punto. -¡No soy ángel, pobre mí! No soy ni tan poderoso como tú te pintas sobre tus sentidos. Ninguna mujer te diría lo que yo voy a decirte; pero yo sí. Escucha: creo, siento que más tarde o más temprano llegará un momento en que toda la pureza de mi amor no sea bastante a hacer insensible a mi cuerpo: que habrá un momento en que ni sepa ni quiera negar nada a mi corazón ni al tuyo: un momento fatal en que solo quiera unirme a ti de todos modos, sin pensar en más: pero es verdad también que aquel momento sería el último de mi dicha: que desde aquel momento, Antonio, no podría amarte como deseo amarte. No creas que exagero: hay misterios inexplicables en ciertas naturalezas. Yo soy una de ellas. Yo sé que no podría amar al hombre que podría creer que yo me avergonzaba a sus ojos. Yo sé que no podría amar al hombre que podría pensar que mi flaqueza me ponía en el caso de reputar a honra el que me diese algún día un título más legítimo, si llegase el caso de que fuera menester. Yo sé que la sola idea de que me colocaba respecto a mi amante en posición desventajosa, era bastante para sublevar mi orgullo y aniquilar mi amor. Sería capaz de entregarme al hombre que no me inspirase sino un capricho pasajero, antes que al que me hiciese sentir un amor profundo: porque cuando amo necesito ser estimada, muy estimada. Necesito saber que estoy muy alta delante de aquel que me he escogido por dueño.

        Ahora bien, de ti dependerá todo. Tú puedes ser mi ángel, el esposo de mi alma; y puedes ser mi amante, el esposo de mi cuerpo. Tú escogerás, y yo te anuncio desde hoy el resultado final: es este. –Tu completo triunfo sería la ruina de tu dominación en la región elevada de mí ser. Tu renuncia de ciertos derechos te asegurará la soberanía sobre mi alma; pero si la haces has de hacerla de veras, invariable, completa. Completa, Antonio, porque a la naturaleza no se le debe dar algo cuando no se le puede dar todo: porque nos mataríamos con estériles besos.

        ¡Oh Dios! ¡Qué sosas te digo…! ¿Qué mujer se atrevería a firmar esta carta…? Yo, Antonio, yo que soy siempre tu leal y franca

Gertrudis


Hoy 28 jueves por la tarde.