noviembre 19, 2011

POESÍAS DE AMOR V

En la foto se puede apreciar el único monumento erigido en toda España a Gertrudis Gómez de Avellaneda. El mismo se encuentra situado en la localidad de Almonte, municipio de la provincia de Huelva. Don Ignacio de Cepeda y Alcalde, el destinatario de las cartas de amor de Tula, era oriundo de este hermoso lugar.

En el verano de 1839, recién llegada de mí peregrinar por La Coruña e instalada ya en Sevilla,  conozco en el Paseo del Duque,  al entonces joven estudiante de Derecho Ignacio de Cepeda y Alcalde.  Con él inicio una romántica pasión, sin límites quizás,  y luego, durante muchos años, una amistad cierta y sincera como demostró la profusa correspondencia habida y que vio la luz posterior a nuestras muertes físicas. La famosa relación epistolar fue publicada  en 1907 por D. Lorenzo Cruz y Fuentes, amigo íntimo de la familia de Cepeda y gracias a la gentileza de la excelentísima viuda de Ignacio, Doña María Govantes…
Os dejo con la primera parte de aquel epistolario (carta 1) que contiene, además, unos versos que nunca fueron publicados en mis obras completas, tampoco aparecen en mi libro de poesías, en ninguna de sus dos ediciones, la de 1841 y la de 1850…


Una hora de desvelo y melancolía en la noche del 13 de julio de 1839,  Dedicada a mi «compañero de Desilusión».- Para él solo.


                                            

   ¡A vejez prematura te condena

          

el desaliento de tu joven alma!

¡Sientes del tedio la insufrible pena!

¡Ningún consuelo tus dolores calma!



En tus amores viste decepciones,

crimen y error en el imbécil mundo,

y sucedió a tus dulces ilusiones

desengaño mortal, tedio profundo.



Así la aurora de tu hermosa vida

se despojó de mágicos colores,

así la senda de tu edad florida

yace marchita sin verdor ni flores.



¡Ay! ¡Yo comprendo tu penar insano!,

porque mi suerte cual tu suerte fiera

aquí en mi seno con airada mano

fecundo germen de dolor vertiera.



También, cual tú, costosos desengaños

atesoré con ávida amargura,

y el horizonte de mis tiernos años

surcó una nube de feral pavura.



Cielo sin claridad, campo sin flores,

estéril árbol en fecunda tierra,

mi juventud sin goces, sin amores,

a la esperanza del placer se cierra.



Éste es, ¡Ignacio!, mi fatal destino,

y éste también el que te acecha airado,

si de la vida al áspero camino

te lanzas sólo en tu vigor fiado.



No del sentir el mágico tesoro

exhausto yace en mi oprimido seno:

ven pues, ¡querido!, y el ardiente lloro

podamos juntos confundir al meno.



               También tiene el llanto

            goces silenciosos,

            perfumes preciosos

            de pálida flor.

            Como hay en noche

            benigno rocío,

            que del seco estío

            mitiga el calor.



 Mas no los lazos de amistad me nombres,

que en la amistad del mundo yo no creo,

y en el lenguaje impuro de los hombres

traiciones temo, si cariños veo.



Ni del amor la copa emponzoñada

libaremos sedientos de ventura:

la del dolor tomemos, y, apurada

entre los dos, partamos su amargura.


Del pesar la terrible simpatía

esa nos una y nuestro lazo sea,

y de la muerte a la región sombría

juntos el mundo descender nos vea.


            Acaso en esa tumba

            do juntos bajaremos,

            un destello gocemos

            de lumbre celestial.

            

            Acaso un genio aguarda

            nuestras almas dolientes

            para abrirles las fuentes

            del placer eternal.


                                        G. G. de A.

Me hace mal, mucho mal, oír a usted expresar sus ideas, dolores y esperanzas. Ya ve usted por esta composición qué pensamientos me inspira. Atienda usted a los versos y no a las ideas.
Efectivamente, a veces me abruma esta plenitud de vida y quisiera descargarme de su peso. He trabajado mucho tiempo en minorar mi existencia moral para ponerla al nivel de mi existencia física. Juzgada por la sociedad, que no me comprende, y cansada de un género de vida que acaso me ridiculiza; superior e inferior a mi sexo, me encuentro extranjera en el mundo y aislada en la naturaleza. Siento la necesidad de morir. Y, sin embargo, vivo y pareceré dichosa a los ojos de la multitud.
¿Mas lo creerá usted así?... No, yo lo sé, por eso temo nuestras conversaciones. Esto mismo que escribo no podría hablarlo sin conmoverme demasiado: porque cuando ambos nos sentimos uno junto al otro abrumados de la vida, cansados del mundo, entonces no sé qué delirio irreprimible me hace desear la muerte para ambos.
Usted me habla de amistad, y no ha mucho que sintió usted el amor. Yo no creo ni en una ni en otro. Busco en emociones pasajeras, en afectos ligeros, un objeto en que distraer mis devoradores pensamientos y me siento así menos atormentada, porque inconstante en mis gustos, cánsome fácilmente de todo, y los afectos ligeros, que apenas me ligan, no me privan del derecho de seguir el instinto de mi alma que codicia libertad. Alguna vez deseo hallar sobre esta tierra un corazón melancólico, ardiente, altivo y ambicioso como el mío: compartir con él mis goces y dolores y darle este exceso de vida, que yo sola no puedo soportar. Pero más a menudo temo en mí esta inmensa facultad de padecer, y presiento que un amor vehemente suscitaría en mi pecho tempestades, que trastornarían acaso mi razón y mi vida. Además, ¿llenaría aún el amor el abismo de mi alma? ¡Todo lo he probado y todo lo desecho: amor y amistad! ¿Qué puedo, pues, ofrecer a usted, querido mío? ¡La compasión de un corazón atormentado!... y mis versos para distraerle un momento de ocupaciones graves.

Gertrudis Gómez de Avellaneda



4 comentarios:

  1. Si yo hubiera sido Cepeda, me hubiese desaparecido del mapa mundial. Tula absorbía demasiado, era mucho amor y agonía, querer y tristeza, paz y guerra, amor y dependencia... ¡Mucho con demasiado!
    Arrolladora y deboradora de hombres...

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  2. Perdona, imagino seas un hombre, DEVORADORA, se escribe con "V", no con "B" de burro. Cuidado con el teclado, la V y la B están una al lado de la otra.

    ... Y tula fue algo más que todo eso que has dicho, fue roca, fue nube amenazante, fue atrevidamente grande y potente; fue sencillamente Tula

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  3. Si una mujer me amara y me dijera lo que le dijo Gertrudis al tal Cepeda, haría lo que fuera, suicidio incluído, por irme con ella donde fuera: al fin del mundo, a las nubes o a los infernales abismos ¡Me volvería como loca!
    No soy lesbiana, pero por ella, me pasaría a la acera de enfrente sin pensarlo dos veces.
    (No se admiten propuestas lesbicas, soy hetero)

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