abril 12, 2014

DETRACTORES AVELLANEDIANOS (I parte)



Gertrudis Gómez de Avellaneda: LA GRAN MENOSPRECIADA1
(Parafraseando a una muy ilustre Dama)

Rescatar del injusto ostracismo a una figura como lo fue Gertrudis Gómez de Avellaneda no ha sido, ni creo que será, tarea fácil en el futuro inmediato. Y todo muy a pesar de tratarse de una mujer de talento rayando el prodigio, de una deslumbrante belleza y de sobrada humanidad. Demasiados empeños han oscurecido su peregrinar, antes y ahora, porque no pocos han sido sus "fieles" detractores.

Las páginas de este artículo –preparado para el coloquio durante los actos homenajes en la Casa de los Poetas y las Letras de Sevilla-, resultarán insuficientes para resumir doscientos años de implacable contienda. Pero intentaré hacer lo “imposible”, deslizándome por el tiempo, como en el cine: ayer, hoy, mañana. Hoy, mañana, ayer. Siempre.

De mi carácter diré con franqueza que no peca de dulce. He sido en mi primera juventud impetuosa, violenta, incapaz de sufrir resistencia. Mis escritos, dicen muchos que revelan más imaginación que corazón: yo no lo sé; pero creo que tengo, o al menos he tenido, grandes facultades de sentimiento, si bien confieso que siempre con más pasión que ternura (…) Mis amigos saben que soy sincera hasta rayar en indiscreta. Mis enemigos que soy indulgente hasta pecar en desdeñosa; mi familia que soy desinteresada hasta dar en ser tachada de un vicio opuesto a la codicia; y yo sé mejor que nadie que soy defectuosísima.

Las palabras anteriores corresponden a un extracto de la primera autobiografía escrita por la propia Gertrudis Gómez de Avellaneda, publicadas en el periódico La Ilustración el 3 de noviembre de 1850.

Escuchemos ahora un comentario mucho más contemporáneo y totalmente diferente a la autodefinición anterior. Las opiniones corresponden a María Julia López Peña, una lectora más del blog La divina Tula, opiniones vertidas entre el 8 y el 11 de febrero de 2012.

Hace unos días… un joven estudiante de la universidad de Zaragoza, al ser preguntado sobre qué sabía acerca de Gertrudis Gómez de Avellaneda, respondió sonriente y con orgullo que era una importante vía pública -la principal avenida- de la capital aragonesa.
La “extraordinaria” anécdota del estudiante aragonés se ha convirtiendo en la regla y no en la excepción. Las instituciones oficiales, entiéndase el ministerio de educación y/o cultura y deporte español, [el actual y los anteriores hasta llegar casi a la guerra civil de 1936] mucho tienen o han tenido que ver en el asunto. Pena por una verdadera Gloria de la cultura hispanoamericana, olvidada y relegada a una gran avenida [zaragozana] y a un par de calles más en toda España.

Y para concluir con los ejemplos que traemos a colisión, leamos lo que dijo Ricardo Gullón, un autorizado crítico literario y conocido novelista leonés en un artículo suyo publicado en la revista Ínsula2, hace más de sesenta años.

Sin Gertrudis Gómez de Avellaneda (…), a nuestro romanticismo, [al nuestro: al hispanoamericano] le faltaría algo esencial: la presencia de una viva llama femenina, de una musa apasionada y temeraria cuyos actos dieron testimonio de claro e impetuoso corazón (…) Por eso sorprende el casi absoluto olvido en que yace la atractiva figura de la Avellaneda, en contraste con el interés y la importancia que le atribuyeron en su época [y en detrimento de otras figuras del mismo período].

Me he preguntado muchas veces, como lo hizo Ricardo Gullón, por qué esa incomprensión, por qué tanto ataque, fobia, relego, olvido ¿Por qué? ¿Por qué?

Una de las posibles respuestas, aunque absurda, pudiera estar en el origen. En nuestra cultura –en otras sucede lo mismo, pero no en todas- somos muy dados a la veneración y hasta a la santificación del lugar donde vemos la luz por vez primera, olvidando que se es de dónde uno quiere ser, de donde se siente y anhela. Y se descansa donde uno desea y quiere, y no donde otros intenten, tozudamente, disponer por nosotros…

 “Al que le sirva el sayo que se lo vista” ha dicho la Avellaneda en La dama de gran tono, que es una divertida sátira costumbrista rescatada, junto a Cuadernillos de viaje, en una compilación3 que acaba de ver la luz esta primavera. Obra muy fresca que huele a azahar, a naranjos y en la que se siente Andalucía por los cuatro costados.

Pero volvamos a nuestra cuestión central.

La nacionalidad, en este caso la supuesta falta de sentimientos nacionales, absurda carencia [o la negación de ella] -¡que ya es mucho decir!-, es uno de los aspectos que se le han cuestionado a la escritora injustamente, armas utilizadas en su contra, con mayor y brutal ahínco en las últimas décadas, y una de las causas posibles de su relego -aunque justo sea decir que el bicentenario que celebramos en varias partes del mundo por estos días podría servir para rescatar todo, o al menos parte, de lo perdido en la última centuria-. En Cuba está ocurriendo así y esperamos que a partir de ahora (al menos en Sevilla), el asunto quede zanjado4.

De momento, escuchemos que han dicho de Tula alguno de sus coterráneos (sus mayores detractores y calumniadores, aunque no los únicos):

Cintio Vitier, destacado poeta, narrador y ensayista cubano (aunque nacido en los EEUU) va y viene en su apreciación. No se posicionó jamás de una manera clara. Fue -por decirlo de alguna manera- un ambivalente sutil al definir a la Avellaneda.  Por una parte reconoció que “en el manejo del idioma y la vastedad de los lienzos dramáticos, la escritora señoreó sobre todos sus contemporáneos, pero desde el punto de vista de lo cubano en la poesía, su interés e importancia se pierde notablemente, sin perjuicio del valor absoluto de toda su poesía”. Dijo a la misma vez que muy criolla fue la Avellaneda, pero que cubana de adentro, de los adentros de la sensibilidad, la magia y el aire no encontraba en ella ese registro. Entonces, me pregunto yo, ¿qué pensó dijo y sintió la Avellaneda al componer AL PARTIR, A LA POESÍA,  A MI JILGUERO, A UNA VIOLETA, LA SERENETA, A LAS ESTRELLAS, A UNA MARIPOSA, o REGRESO A LA PATRIA, por citar solo algunos ejemplos…?

Lo cierto es que no hay peor ciego que el que no quiere ver.

José Antonio Portuondo, otro gran escritor e historiador, criticó severamente, ¡y sin piedad!, la supuesta “dramática neutralidad” de la Avellaneda por su aparente falta de compromiso con la causa independentista cubana ¿Habrá olvidado el profesor Portuondo que a finales del año 1843, y mientras muchos intelectuales cubanos mantenían discretas demandas con el gobierno de la Metrópoli (obstinado en negar ciertos derechos políticos pedidos por la entonces colonia), alcanzó nuestra poetisa uno de sus más grandes triunfos literarios con la declaración en Madrid de la mayoría de edad de Isabel II?.

Para conmemorar aquel importante acontecimiento, el Liceo Artístico y Literario de la capital española –hoy conocido como Museo Thyssen- celebró una suntuosa fiesta a la cual concurrió la famosa poetisa, invitada de honor por expreso deseo de S.M Doña Isabel II, la cual acababa de leer, (muy a escondidas de sus confesores), los primeros tomos de Dos mujeres, la segunda novela de la joven escritora. La Avellaneda, esplendida a sus veintinueve años, acudió a la cita con una composición que leyó a la joven soberana. Y al final de la Oda,  allí donde solo se fue a cantar, saltándose el protocolo y levantando la voz como la que más, se inclinó ante la reina e improvisó:

Salud, ¡joven real! mientras su frente
A tu planta inocente
Esta patria del Cid gozosa inclina,
Recuerda que en los mares de Occidente,
—Enamorando al sol que la ilumina—
Tienes de tu corona
La perla más valiosa y peregrina;
Que allá, olvidada en su distante zona,
Do libre ambiente á respirar no alcanza,
Con ansia aguarda que la lleve el viento
, —De nuestro aplauso en el gozoso acento—
La que hoy nos luce espléndida esperanza.

Con el arma que mejor podía manejar, con la poesía, la Avellaneda pidió a la joven soberana, los derechos que sus paisanos reclamaban muy tímidamente.

A eso llamó dramática neutralidad José Antonio Portuondo cien años después.

Pero no fue el único ni el que mayor daño póstumo tributó a la Avellaneda.

José Lezama Lima, Novelista, cuentista y ensayista, autor de Paradiso la famosa novela que en 1968 fuera calificada de “pornográfica” debido al tema de la abierta homosexualidad en su trama. Aquellas nefastas acusaciones, gracias a Cortázar, se han rectificado con los años, y Paradiso -la misma novela- a día de hoy ya no es calificada de pornográfica, ni su trama se considera homosexual.

La obra de este conocido escritor se caracteriza por un estilo cargado de símbolos y metáforas, haciendo continuas referencias, muy cultas, a poetas barrocos y latinos, de gran lirismo y con absoluto dominio del lenguaje. Personalmente se me antoja, bastante parecido a la Avellaneda (salvando los diferentes estilos y época en que les tocó vivir). Sin embargo, en su valoración de la poetisa es posiblemente el erudito cubano que más influencia negativa ha ejercido en los demás, mundo académico en primer lugar ¡Lo dijo Lezama Lima!, piensan algunos. María del Carmen Simón Palmer parece encabezar la lista.

El texto que citaré a continuación pertenece a una conferencia suya (de Lezama, quiero decir) impartida en 1966 en la biblioteca nacional de Cuba5.

Vamos a señalar el mundo en el cual se desenvolvió esta poetisa: un ambiente militar que corresponde al período lascivo de Isabel II; reina de muchas pasiones, y cuyo gobierno se desarrolla bajo la influencia de generalotes, entre ellos el espadón Narváez (...)

Así comenzó Lezama Lima su conferencia, y así se refirió a Gertrudis Gómez de Avellaneda: “Esta poetisa”, dijo sin mencionar siquiera su nombre. (Me gustaría acotar, sutilmente,  que el padre de Lezama fue igualmente militar al servicio de otros generalotes…)

En su conferencia habla de la órbita donde se desenvuelve la Avellaneda, pero el peso mayor se lo otorga a Isabel II para establecer seguidamente un paralelismo entre ambas mujeres desde el punto de vista de la cantidad de amantes que las dos tuvieron, más de seis cada una… “mozos gallardos de gentil apostura”.

Dice que la Avellaneda acostumbraba quitarse la edad. Es cierto, ella decía que había nacido en 1816, cuando en realidad nació en 1814. Dos años: por Dios Lezama ¡coquetería avellanediana!… Y no será la primera ni la última en hacerlo.

El famoso literato arremete como ninguno contra la pobre Avellaneda, contra sus ancestros. Se burla del ilustre apellido Arteaga y de los camagüeyanos todos, porque según él, en los fastos del legendario Camagüey –provincia donde también nací yo-  se es muy dado “a los de abolengo”. Fulano es de los “de abolengo”, es decir que tiene un nombre que termina en una rúbrica de oro. Pues sí. Gertrudis Gómez de Avellaneda y Arteaga es doblemente de abolengo, por los Arteaga y por los Gómez de Avellaneda. Estos últimos, descendientes directos de Munio Alfonso, por lo que su nombre, de alguna manera, está escrito en oro. Pero es su cabeza la que aquí nos interesa, por cierto, la única coronada ¡dos veces! -con laurel de ese preciado metal- en toda la historia de la literatura hispanoamericana, y por sus méritos artísticos, no por su abolengo.

También sentenció aquel día Lezama, para sorpresa de muchos, que a la poesía avellanediana le faltaba intimidad (Como para quedarse mudo)

Sobre Ignacio de Cepeda dijo que desde luego no pensaba casarse con la Avellaneda porque había visto en ella lo que había de opulenta camagüeyana, que Cepeda nunca se hubiera casado con una mujer que irregularizaba, y que quebrantaba un tanto el hogar porque él buscaba un matrimonio de otro tipo, o sea: una esclava en casa.

Lezama, en su confusión, acude a Enrique Piñeyro –desde mi punto de vista un literato menor que intentó rivalizar con la Avellaneda-. Y nos recomienda leer sus impresiones en un librito igualmente menor, Bosquejos, retratos y recuerdos. Pero no nos recomienda leer las conocidas escenas donde la Avellaneda puso en su debido lugar al literato: de patitas en la calle, rodando escaleras abajo por haberle faltado el respeto de tamaña manera en la redacción de Álbum cubano de lo bueno y lo bello allá por 1862. Esto no lo recomienda.

Y continúa Lezama su diatriba desautorizando las valoraciones que en su día hicieran Juan Valera y Marcelino Menéndez y Pelayo sobre Gertrudis Gómez de Avellaneda, considerando las mismas hinchadas, exageradas o dicho con sus palabras, “Hiperbólicas”. Recalca que todo lo que dijo Menéndez y Pelayo acerca de la Avellaneda era una falsa bengala, una crítica de verbena, que nada era verdad.

Y en su delirium, llega a la conclusión de que en nuestros días la poesía avellanediana ha sucumbido y que su obra es en realidad un gran naufragio, llegando a preguntarse si algún día resurgiría la poetisa por algún lugar.

Y hoy me da la risa al recordar tan malogrado presagio. Antología poética6 es una recopilación hecha por Edith Checa, Periodista de la UNED y presidenta de la Asociación Cultural y Literaria “La Avellaneda”, vista la luz gracias a la editorial “Los libros de Umsaloua” junto a Cuadernillos de viaje y La dama de gran tono en Sevilla el 23 de marzo de 2014, esta primavera.

No voy a responder a Lezama Lima con sobrados argumentos -no por falta de ganas como es lógico imaginar-, sino por respeto a los que ya no están con nosotros.

Pero permítaseme concluir el post de hoy con un texto, autoría de otra ilustre gran dama como respuesta al ignominioso acto de impedir se le pusiera al gran teatro Nacional de Cuba el nombre de nuestra Tula, y que resume la batalla campal mantenida contra la más grande poetisa, escritora, novelista y periodista hispanoamericana del siglo XIX, cuyo bicentenario celebramos por todo lo alto en Sevilla, en Cuba y en otros lugares del mundo.

Manuel Lorenzo Abdala
http://www.ladivinatula.blogspot.com





GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA: LA GRAN DESDEÑADA.7

¿Cómo podríamos llamar en buen castellano a una criatura cuyo destino fuera padecer el repudio de todo cuanto amase en el mundo? ¿Y qué pensar de ese repudio, de ese sordo volver la espalda a su presencia cuando quien sufre tal maltrato es justamente una mujer ungida por las gracias?
He aquí un fenómeno curioso, digno de concienzudo análisis no realizado todavía; Gertrudis Gómez de Avellaneda, poetisa cubana, y escritora famosa (…) no es solo un caso en la Literatura, lo es también en la Psicología, y hasta en la idiosincrasia de los pueblos. Y digo esto porque el injusto, inexplicable y reiterado desprecio que ella encuentra en los elegidos de su corazón, parece contagiarse de uno a otro, parece incluso arraigar por momentos en una colectividad determinada, y hasta transmitirse como triste herencia de generación a generación.
Gertrudis era, como todos saben, una mujer de talento: quizás de demasiado talento para el gusto de su época. Pero era también mujer de nobles sentimientos y espléndida hermosura. Brillante, amena, culta, rodeada de prestigio, cabe añadir, como si tales prendas fueran pocas, otra a la que hoy no se da mucha importancia, pero que entonces sí pesaba su procedencia de honorable casa, si bien no recargada de blasones, de todos modos vinculada al patriciado criollo.
En ningún campo pues, se la podía tener por una advenediza ni era lógico mirarla con recelo como si se tratara de una improvisada o una aventurera. En donde quiera que pisara tenía derechos naturales que ostentar, derechos que además nadie le negaba.
Y para no dejar resto de duda, voy a aclarar también, aunque no sea necesario, que nadie debe sospechar en ella la encarnación de un Amiel con faldas: bien lejos de su temperamento toda timidez, toda parsimonia, toda reserva que no fuese la que el buen gusto y una delicadeza innata cultivan siempre en la real señora.
¿Cuál era entonces el valladar sutil alzado una y otra vez entre ella y los seres de su elección? Recalco lo de la elección, porque el fenómeno a que nos estamos refiriendo se hacía más patente entre aquellos que su alma prefería, que su mano seleccionaba para sí.
Sin duda tuvo Tula hombres que la amaran, amigos que la defendieran, multitudes que la aclamaran; pero no sé hasta qué punto podían éstos compensarlas de lo perdido o de lo nunca hallado que podía tener cualquier mujer, ni sé siquiera si ese fondo brillante se lo puso el destino para hacerla sentir más hondamente la tiniebla interior.
Casada dos veces, pero ninguna con el hombre amado; una reina la tiene por amiga, pero antes su amiga de la infancia la traiciona; y aunque en lejanas tierras le sea dado cosechar laureles, el pueblo suyo la negará tres veces.
Rafael Marquina, el notable polígrafo español, recientemente fallecido [1887-1960], nos cuenta en vivas páginas la historia de la poetisa fracasada en su amor primero; rechazada más tarde con una hija moribunda en brazos; rehecha apenas y tornada viuda en su viaje de bodas. Y así vamos siguiéndola en su peregrinar de cuesta en llano, reina mendiga de ternura, musa implorante ante un galán esquivo, ella, la altiva Tula hecha a domar las tempestades.
Altiva sí, a pesar de todo, porque tuvo siempre conciencia de su estatura interna, de su abolengo espiritual. La pertinacia de sus fracasos amorosos, la frustración de su maternidad y la conjura de la envidia ajena no alcanzan a fermentar en su pecho eso que hoy llaman: complejo de inferioridad. Otra mujer puesta en su caso pronto hubiera acabado por rendirse, se hubiera recluido en un convento o en una clínica psiquiátrica, según los tiempos que corriesen, y no habría llegado como ella, a cumplir su misión en este mundo.
Esta coincidencia inconmovible de su alto destino, aun mantenida en sus flaquezas femeninas, esta seguridad de sí misma que no la abandonará ni siquiera en sus días tristes, le prestan en verdad un singular aire de realeza, de una realeza un tanto exótica e inquietante.
En la corte de España con baldaquines y reposteros, debió parecer una auténtica Nusta desterrada, una hija de Inca traída en rehenes, a la que los hidalgos no se atreven a enamorar.
Y esta alteza extranjera quien se lo juega todo a una carta insignificante, Gabriel García Tassara. Y a los ojos de todos como las reinas mismas, trae al mundo una hija.
Semejante paso no se hubiera atrevido a darlo una mujer soltera y famosa, consciente y respetada, ni aun en nuestro siglo. Y mucho menos como ella podría darlo y quedar luego tan respetada, afamada y soltera como antes.
Soltera ha de estar por algún tiempo; sola ha de estar siempre. El seductor asustado de su hazaña hace mutis por el telón de fondo como el personaje más incoloro, menos real de sus dramas. Menguado de naturaleza a la par que de espíritu y de ingenio, le da hija sin sangre que sólo vive siete meses. Siete meses que pasará ella sola, doblada sobre una cuna que se iba haciendo féretro, y siete meses llamándolo con todas las voces de la selva, desde el quejido de la tórtola hasta el rugir de la leona herida. Plasmada en cartas inmortales quedó esta doble agonía: Gabriel García Tassara no contestó jamás.
La Peregrina sigue su camino. Sabemos que era joven y era hermosa; nuevos amores entran y salen en el escenario de su vida. Todos vacilan ante esta Minerva apasionada, procelosa, para emplear una palabra muy a gusto de la poetisa. Hay momento en que parece haber hallado al fin el alma digna de su alma; ella lo cree así y por mucho tiempo no querrá despertar de ese sueño pese a la cruda, áspera luz que se le mete por los ojos. Así entre amores huidizos, aquel que pudo ser definitivo, aquel que por cuyos besos hubiera ella cambiado todos sus triunfos, se va, se va también como los otros, como la hija, como el hogar sin ilusión pero con paz y con decoro que una y otra vez le deshace la muerte. Es ella la que vivirá bastante para ver irse hasta la gloria; la gloria que una lejana noche primaveral le ciñera corona como reina.
Los últimos años de Tula tienen también mucho de fuga, pero una fuga sorda, lenta. Su entrada en la sombra va a pasar casi inadvertida y Juan Valera cuenta que apenas ocho o diez acompañantes seguían el cortejo a la Sacramental de San Isidro. Y como era Febrero y azotaba la lluvia y la ventisca, no hubo nadie que despidiera el duelo.
Preciso es, sin embargo, que antes de llegar a esta última fuga esta gran desdeñada pruebe acaso el más amargo de los menosprecios: el que va a hacerle su propia patria, sus mismos coterráneos apartando su nombre fríamente a la hora de hacer un homenaje a los bardos del país.
Pues como dice ella con sobria dignidad, “si se me hubiera excluido de su número por no juzgarme acreedora a semejante honor, no sería yo ciertamente quien de ello se quejara”. Y se queja en efecto de que la hayan postergado, no por falta de méritos, sino de cubana.
Dos largas cartas escribirá a los diarios de la Isla en protesta de lo que considera una injusticia, una mentira intolerable, y mientras viva no hará otra cosa que debatirse contra el error. Empero inútilmente; su voz como la de Agar, se perdería siempre en el desierto.
Fueron los jóvenes de entonces los que acercaron a los labios de la poetisa –pálidas rosas que pronto deshojaría el viento– esta nueva amargura, la única que todavía no conocían. Fueron ellos, los jóvenes de entonces, los que se encargaron de que en la gama del acíbar, este último trago no le fuese ahorrado.
No los culpo del todo: pienso que ellos también como la gran mujer que no querían por hermana, habían cumplido su destino.
La juventud es siempre iconoclasta; y hasta sería cosa de aplaudírselo si no fuera porque en la mayoría de las veces nos rompen ídolos de oro para traérnoslo de barro.
Todo pues, quedó así, y Gertrudis murió y los jóvenes se hicieron viejos y murieron también y vinieron otros jóvenes y Gertrudis no vino más, ni vino otra como ella, porque en las trojes del Señor, la juventud es simiente que a su tiempo llega a todos los surcos, pero el talento solo a pocos.
Más, sucedió que aun después de muerta la persiguió el menosprecio de los suyos. Para que su destino se cumpliese más allá de la tumba, la especie propalada una centuria atrás siguió rodando, reptando por cenáculos y opúsculos como si la agraviada no la hubiese desmentido públicamente, –y de la misma España, ya con la Guerra Grande encima en cívica y valiente actitud que no sabemos si en igualdad de circunstancias cualquiera de sus detractores se hubiera atrevido a asumir.
Y como la malicia recorre siempre largos caminos, los hijos repitieron las frases insidiosas de los padres, y los nietos las de los hijos. Y luego las repetían sin doblez, sin detenerse a meditarlas; unas tras otras en un estribillo.
De esta manera nos llegó el día de edificar teatro propio; hacía mucho tiempo que la tierra de Tula se había independizado y las guerrillas con la madre patria eran ya solo páginas de Historia.
Había que pensar que el nombre de la Avellaneda era precisamente el nombre exacto que le correspondía a aquel teatro; a los grandes méritos de la escritora cubana se unía la significativa cuanto singular condición de ser ella la única mujer que con repercusión en las Letras Castellanas se ha dedicado al género dramático.
Y aún más podía decirse; era acaso la única que así, con resonancia ultramontana lo había hecho en el mundo, o al menos la primera en hacerlo, que ya sería grande gloria.
Por no se sabe qué extraña razón las escritoras nunca han gustado de este género: poetisas, novelistas, muchas hay, pero entre ellas ha sido solo nuestra Tula quien, a más de regalarnos versos y novelas, alcanzara a crear obras teatrales.
Búsquense nombres femeninos en los vastos dominios de Talía y se verá cuan ardua es la labor. Espigar alguno significa un verdadero hallazgo de eruditos, como el caso de la monja Rosvita allá en el Medio Evo, y algunos pocos de factura nórdica.
Parecía por tanto, lógico, sencillo, que un teatro de Cuba y para Cuba se llamara como ella. Era lo natural, lo que caía por su peso.
¿Lo natural? No hay nada natural. El hombre se complace en complicarlo todo: de pronto aquí, allí, detrás, enfrente comenzó a repetirse la vieja cantinela. ¿Y qué era a fin de cuentas lo hecho por la insigne dramaturga para justificar estos escrúpulos de fariseos?
¿Vivir fuera de sus lares por largos años? ¿Escribir en Madrid y hacerse de fama?
Pues bien, dando por cierto que no estuviera Cuba unida a España aun antes de que decidiera desunírsele es lo corriente que el talento busque ensanchar sus horizontes. Ella era un águila de altura y a las águilas se las deja volar libremente.
Si criterio tan estrecho y falaz prevaleciera, menos habría de considerarse inglés a Lord Byron que no se distinguía precisamente por su ternura hacia Inglaterra y murió peleando por un país que no era el suyo.
Habría que tener por igualmente apátridas al Dante y a Petrarca, a Sargent y a Gauguin. Y dos de los más grandes poetas de América, Rubén Darío y César Vallejo no pertenecerían a ella sino a los cafés de París en cuyas mesas escribían.
Todos hemos podido ver a la gran Gabriela Mistral andar errante por extranjero suelo casi su vida entera por razones que nunca dio a su patria. Y sin embargo, cuando al fin los pies se le agrietaron para siempre, Chile tuvo a bien recibir como a Reina difunta, su poetisa.
Sólo nosotros los cubanos hemos querido renunciar a una gloria legítima: hemos querido regalarla o arrojarla al río en gesto semejante al de aquel duque que echara al Neva su vajilla de oro.
¿Y al fin, –preguntarán los lectores– que nombre se le puso al teatro?
Pues el teatro, amigos míos, casi puede decirse que se quedó sin bautizar, que por no darle el nombre de ella, no se le dio ninguno.
Lo digo así porque aunque oficialmente, y nada menos que ante el testimonio irrecusable de José Martí, citado y exhumado en la ocasión, se falló el viejo pleito a su favor, lo cierto es que sus paisanos prefieren ignorarla, desconocer a Tula.
Tal vez no quieran ya contradecir abiertamente al Apóstol, pero de todos modos han seguido oponiendo a su clamor patético el mismo silencio de García Tassara, de Ignacio de Cepeda, de furtivo entierro bajo el frío y el granizo.
Silencio de la muerte… De la vida.




Dulce María Loynaz del Castillo
Gran poeta y novelista cubana, Premio Cervantes 1992.




Referencias y notas:

(1)          Texto íntegro de las palabras preparadas por Manuel Lorenzo Abdala para el coloquio celebrado en Casa de los Poetas y las Letras de Sevilla el 22 de marzo de 2014 en homenaje a Gertrudis Gómez de Avellaneda. Desgraciadamente y por razones de tiempo, el texto tuvo que ser editado, omitiéndose gran parte del mismo. Hoy lo ofrecemos en toda su extensión.

(2)         Gullón, Ricardo. Tula la incomprendida. Ínsula. Revista Bibliográfica de Ciencias y Letras, año 6, núm. 62 (febrero de 1951), p. 3.

(3)      Gómez de Avellaneda, Gertrudis. Cuadernillos de viaje y La dama de gran tono. Compilación, introducción y notas por: Manuel Lorenzo Abdala. Editorial: Los libros de Umsaloua, Sevilla 2014. I.S.B.N. 978-84-942070-5-1.

(4)        Desgraciadamente no todo son buenas noticias. Hemos tenido conocimiento que el sábado 4 de abril de 2014 la conocida investigadora María del Carmen Simón Palmer, impartió una conferencia en la Universidad de Miami donde arremetió -como ya viene siendo costumbre en ella-, contra la Avellaneda dejando a muchos asistentes estupefactos. Sobre el particular trataremos en un próximo post: DETRACTORES AVELLANEDIANOS (II PARTE).

(5)        Lezama Lima, José. “Conferencia sobre Gertrudis Gómez de Avellaneda”. Fascinación de la Memoria. Letras Cubanas, 1993. (Ese mismo año Letras Cubanas editó las conocidas cartas de la Avellaneda a Cepeda, cuya edición ha pasado a la historia como “La Burra” porque en la portada figura la foto de Carolina Coronado en lugar de Gertrudis Gómez de Avellaneda).

(6)           Antología poética Bicentenario de Gertrudis Gómez de Avellaneda, La eterna romántica. (Varios autores) Selección y prólogo: Edith Checa. Editorial: Los libros de Umsaloua. Sevilla, 2014. I.S.B.N. 978-84-942070-6-8.

(7)          Este artículo de puño y letra de Dulce María Loynaz, según Nidia Sarabia, fue escrito en 1961. Cfr. el ¿original? En: http://www.josemarti.cu

3 comentarios:

  1. Dolor, pena y hasta rabia siento por esta injusticia a través de los tiempos.

    ResponderEliminar
  2. Gertrudis lo tenía todo, talento, belleza, presencia, abolengo. Ha sido la gran desdeñada por envidiada. Qué extraño interés el de descalificarla, una y otra vez, a lo largo de todo el siglo. Pero ahí está su obra que habla por ella.

    ResponderEliminar
  3. Amigo Manuel, y ¡¡cómo se nos saltaron las lágrimas a ambos antes de comenzar tu gran exposición sobre ella!! Qué emocionante, ¿verdad? El miércoles pasado me encontré con una de las personas que vino a la ruta y que es profe de la UNED y me dijo emocionada que había sido un fin de semana magnífico, precioso, romántico, didáctico, emotivo... que jamás lo olvidaría. Un abrazo, amigo.

    ResponderEliminar