julio 25, 2014

AMOR Y PASIÓN (carta Nº 1)

Foto by Lady Clementina Hawarden, la primera artista de la fotografía. Londres ¿1853?.

Preámbulo.

En octubre de 2012 anunciábamos la publicación (a partir del verano de 2013 y como antesala a los actos por el bicentenario del nacimiento de la divina Tula), de las cincuenta cartas de amor y pasión escritas por la Avellaneda a un tal Armand Carrel (Antonio Romero Ortiz). No pudo ser entonces. Creímos oportuno -pensábamos, ilusos que somos- que una editorial sería el mejor medio para reeditar lo que en 1975 publicara la Fundación Universitaria Española, homenajeando a la autora por su bicentenario. Pero salvo en la Asociación Cultural y Literaria “La Avellaneda de Sevilla (Edith Checa, Isabel Martín Salinas, Rosa María García Barja, Miguel Hermoso Alón, Rosa Ciriquián y Manuel Lorenzo Abdala), en la editorial Los libros de Umsaloua (Inmaculada Calderón) y en el CSIC (Brígida Pastor), la Avellaneda no ha tenido otros homenajes (al menos significativos), como merece la poetisa, escritora y dramaturga en España.

El caso es que nuestros lectores no han podido disfrutar -hasta hoy- de las mencionadas cartas. Su única publicación data de hace cuarenta años y fue objeto entonces de una limitadísima tirada y gracias siempre a su descubridor D.  José Priego Fernández del Campo, cuyo mérito reconocemos y siempre agradeceremos infinitamente.

La historia de cómo dichas cartas llegaron a ser conocidas parece casi una novela, ha dicho en un prestigioso estudio la desaparecida doctora Rosario Rexach, análisis que el blog reprodujo en su totalidad en 2012 (pinche aquí, si desea consultar el  estudio)

En febrero de 1853, viuda ya de su primer marido, la Avellaneda fue derrotada en sus aspiraciones de entrar como miembro de la Academia [RAE]. Esto produjo en los medios literarios de la época gran revuelo. Los que habían propiciado su candidatura (…) se sintieron defraudados. Y muchos de sus admiradores (…) lamentaron el incidente. En la poetisa hubo un profundo sentimiento de frustración y posiblemente de cólera.
Fue en esta circunstancia que alguien (…) se decidiese a escribir una carta de la que sólo podemos inferir su contenido por la respuesta que recibió el corresponsal. Dicha carta parece haber sido escrita el 19 de marzo de 1853 [tres días antes del cumpleaños 39 de la poetisa] y estaba firmada por Armand Carrel, un seudónimo, como lo decía firmemente el que la había escrito. La Avellaneda, intrigada y divertida dio respuesta a la misiva recibida con la que aparece como la carta número 1.

Hoy ponemos a disposición de nuestros lectores esa primera carta -el resto aparecerá progresivamente en el blog-. Todos los originales se guardan, milagrosamente, en el Museo del Ejército de Toledo, imposibles de encontrar en la Internet y en cualquier otro medio electrónico. Cartas estas que no pertenecen más que a su autora y que son (o deben ser), patrimonio de la cultura universal. Y por eso las hacemos públicas sin ánimo de lucro alguno.

Manuel Lorenzo Abdala






Carta 1 (transcripción)

    No era menester que el autor de la carta que tengo a la vista me dijese en ella que es persona de ingenio, para que yo lo echase de ver desde las primeras líneas: no era menester tampoco el interés y la curiosidad que naturalmente debía despertar aquel descubrimiento, para que yo contestase a su donoso escrito. Siempre que se me ofrezcan desengaños provechosos y consejos leales, los aceptaré con placer y con agradecimiento, vengan de quien vinieren, y sea cual fuere la singularidad de los medios con que lleguen a mí. V. ha acertado, pues al esperar con certeza estos renglones; pero se ha equivocado al temer que leyese los suyos con disgusto, y que sospechase en ellos un ardid de enemigo. No se me ha ocurrido que un enemigo mío perdiese su tiempo en escribirme, para darme el gusto de leer una carta bonita, y sin poder prometerse otra ventaja que la de alcanzar una respuesta de mi mano, o de la de mi escribiente, con la que probaría a lo más que yo no rehúyo nunca el comunicarme con las gentes de talento que me dispensan el obsequio de procurarme aquel goce.

    Lo que racionalmente he debido pensar es, que si la carta del Sor Armando no encerraba realmente una intención benévola, era nada más que un simple antojo, sin la menor malicia, una humorada, que a fe mía me proporciona una distracción inocente, y merece por lo tanto que yo tenga también la humorada de aplaudirla.

    Queda, pues, consignado que autorizo a V. para que lleve a cabo su buen deseo, si efectivamente le anima el de dispensarme sanas advertencias; y que la autorizo igualmente para que satisfaga sus inofensivos antojos, escribiéndome cartas llenas de chiste y de originalidad, aun cuando sea una simple humorada la que haya dado origen a la primera. Solo me resta decirle que tendré más complacencia en leer sus escritos que curiosidad para averiguar el nombre del autor, o por ver su figura fea o hermosa, también soy algo excéntrica y aún extravagante: no presto gran valor a los nombres, y en cuento a la figura es tanto lo que me enoja el que hasta las ideas más sublimes necesiten formas, siempre inferiorísimas a ellas, que he llegado a cobrar cierta antipatía por todo lo que no es vago, indeterminado y lo menos material posible. En buena gana haría yo que las gentes de talento se pasasen sin cuerpo, aun cuando pudieran adornarse con el del mismo Apolo.

    ¿No es verdad que es cosa para desesperarse el que una mosca o una pulga pudiesen turbar, picando atrevidas la nariz de un Newton o un Shakespeare, la lucidez de sus más altas inspiraciones? ¿No es verdad que un estornudo irreprimible era contratiempo capaz de dejar sin efecto el mejor discurso de un Cicerón o de un Mirabeau?

    No, señor Armando, no tema V. que yo me impaciente por darle a V. una nariz con la que estornude y donde piquen pulgas y moscas: no tema que me apresure a conocer o a imaginar la figura que haya placido a Dios el imponerle. Aunque vivimos en un siglo de prosa y de positivismo, ya sabe usted que soy poeta de veras; poeta a pesar mío, en todo y siempre.

    Como soy al mismo tiempo muy franca y muy sincera, concluiré confesándole que, además de lo dicho, tengo la presunción de creer que adivino perfectamente lo que V. quiere ocultarme: que me parece que sé quién es V.; y hasta el motivo o incidente que le ha inspirado el antojo de escribirme, y por el cual me felicito.

    Enferma y alejada del mundo hace días, recibiré sus advertencias con mucho gusto, sea V. quien fuere, y con muchísima, con extraordinaria complacencia si es V. quien yo presumo*.





Hoy 22 de Marzo [de 1853].




* La Avellaneda creyó en aquel momento que el autor de la carta era Patricio de la Escosura, su enemigo declarado número uno. Con los días supo la realidad y vivió una de las historias de amor más apasionadas -por no decir, la más- en todo el siglo XIX en España.

Continuará...

3 comentarios:

  1. Esto promete ser más que divertido. La carta primera me ha entusiasmado a continuar con las siguientes. Sin darme cuenta me vi metida en la historia, disfrutando como si fuera la protagonista.
    (¡Quiero más, por favor!)
    ¿Para cuando las otras?

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  2. No conocia de estas cartas, pero por lo que veo parecen mas que interesantes. Algo asi como seguir una buena telenovela con dosis de amor y misterio...
    No puedo evitar estar prejuiciado, pero me sospecho que algunos "listillos" en Cuba cuando termines de publicarlas, tendran material para sacar algun libro, es mas me imagino a un matrimonio de conocidos doctores haciendo la introduccion del mismo!.
    Un abrazo y gracias.
    Pavel

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  3. Estimado Pavel,
    Siempre es un placer responder a tus sabios comentarios. En cuanto al tema del matrimonio de doctores "listillos" (Los siboneyes Guarina y Hatuey) realmente no me preocupan. No se atreverán a tanto pues saben que no tienen los permisos (derechos) para ello. Además hay un bufete de abogados aquí en España que está avisado al respecto...
    En cuanto a las cartas te invito continúes la serie como si de una telenovela se tratara... La intensidad de la correspondencia aumentará hasta límites in-sos-pe-cha-dos!!! No te cuento más.
    Un abrazo,
    Manu

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