agosto 06, 2014

AMOR Y PASIÓN (carta Nº 4)

Otro experimento fotográfico de Lady Clementina Hawarden. En la foto su hija Isabela "sueña"...  (Londres, 1858)

Ambición de peligro (amatorio)
Una cita a ciegas, decimonónica

Ocho días han mediado entre ésta y la tercera carta, tiempo en el que Armand Carrel ha vuelto a escribir respondiendo a su interlocutora. Todo parece indicar -al menos eso intuimos por lo que ella nos hace saber-, que el enmascarado señor Carrel (nombre usurpado de otro real que trataremos posteriormente) vuelve a llamar “excéntrica” en diversos aspectos, a la mujer que, igualmente, ha atrapado su corazón. Y lo hace para provocar en ella –a estas alturas ya la conoce suficientemente- una explosión de vanidad que consigue sin mayores contratiempos.
La Avellaneda se considera excepcional en su sexo y en su siglo. Y realmente lo fue. No por gusto ha pasado a la historia de la literatura del siglo XIX como la primera poetisa (la primera, repito) y la más importante dramaturga de toda hispanoamérica. “Voy a probarle que hay en mí una sencillez y una sinceridad, una audacia y una decisión, que me constituyen verdaderamente excepcional…” le dice a Carrel y a lo largo de su soberbia misiva lo demuestra creciéndose infinitamente. Se ha propuesto llevar las riendas de la curiosa relación y está a punto de conseguirlo. A partir de aquí comienza a trazar un plan, para a toda costa, desenmascararle sutilmente sin que él lo note (la intriga quebranta sus entrañas).
Utilizando sus múltiples herramientas, comportándose como una infalible amante perfecta, propone un encuentro a ciegas –muro a través si fuera menester- desde donde ella pueda dictar sus deseos sin que alcance adivinar el semblante de su interlocutor (Ovidio en su Ars amatoria empequeñece a su lado). Ella no puede más -la posdata de su carta la delata-. Necesita estar cerca de él, sentir su presencia, oler su perfume y quién sabe si hasta su sudor (esto último se me antoja más creíble). Hoy día esto sería equiparable al morboso encuentro que algunas parejas disfrutan en los llamados dark room de algunas discotecas.
La temperatura, muy en breve, sobrepasará los mil doscientos grados. Los metales, inevitablemente, comenzarán a licuarse. Pero mejor será que leamos la carta, y que como ya hemos apuntado en otro momento: que cada cual deduzca conclusiones.


Manuel Lorenzo Abdala




Carta Nº 4
12 de abril de 1853.

        No soy excéntrica en las acepciones que V. señala, pero voy a probarle que lo soy altamente en otra más noble y más rara. Voy a probarle que hay en mí una sencillez y una sinceridad, una audacia y una decisión, que me constituyen verdaderamente excepcional en mi siglo y en mi sexo. Sentiré no poder probarlo en pocas líneas porque el escribir de este modo y con esta pluma es un ímprobo y fatigante trabajo. Escuche V.

        No tengo ningún indicio racional de quien sea el hombre que me escribe con el seudónimo de Armand Carrel, pero si no abrigase la íntima convicción de conocerle es positivo que no existiría esta graciosa correspondencia. Cuando recibí su primera carta de V. había motivos para sospechar que fuese autor de ella el ex-pollo cuyo bosquejo envié a V. algunos días después; pero aunque fuese aquello lo verosímil y probable, sucedió sin embargo, no sé por qué, que era otro el Armando que me presentaba mi imaginación; otro que no podía designar con fundamento explicable. Aquí viene también como de molde el repetir aquellas palabras “el corazón tiene sus razones que la razón no se explica”, pero toda vez que V. no está muy conforme con Pascal, me contentaré con decir que un instinto singular me advertía que no era Armando la persona a quién indicaban las apariencias, sino aquella otra de quién racionalmente no podía nadie sospecharlo. V. ha creído quizás que al pintar al ex-pollo deseaba yo que V. se reconociera por original del retrato, y mi franqueza llega al extremo de confesarle sin embozo, que se ha engañado completamente; que me animaba precisamente la esperanza contraria, y que solo desde que leí su contestación de V. y adquirí otras pruebas de que no era Armando el que parecía ser, solo desde entonces se hizo muy interesante para mí esta correspondencia, y Armando muy conocido. El final de mi carta anterior, de que V. se desentiende hábilmente, le indicaba bastante la verdad que hoy declaro. Si, amable corresponsal, creo saber a quién escribo, y estoy muy distante de desear adquirir evidencia absoluta de que acierto o de que me engaño. La incertidumbre, en la dosis que la tengo, es lo mejor que puedo tener, toda vez que, por inexplicable contradicción, el ver que Armando es real e indudablemente el hombre que yo creo, me causaría más disgusto que placer, y acaso me obligaría a romper esta correspondencia que me agrada; al paso que si sucediera hallar bajo el antifaz de Armando otro rostro que aquel que le atribuyo, es muy probable que me enojara de veras, y que las cartas que leo ahora con particular interés perdiesen de repente su encanto. Lo que estoy diciendo es cosa bastante rara y poco comprensible, pero es no obstante verdad. Puedo afirmarle a V. que por cuanto hay en el mundo no quisiera que fuese Armando el hombre que yo creo adivinar en él, pero es indudable también que porque creo que es aquel hombre me interesa en tanto grado el fantástico ser nacido para mí el 19 de marzo. Tal es fenómeno: explique otro las causas, si a tanto alcanza.

        Ahora bien, no queriendo yo en manera alguna saber con certeza si es V. o no es la persona que desde el principio me está indicando mi instinto, pero deseando muy de veras confiarle la misión de que le hablé, que si bien no es cosa tan grave como le indiqué entonces para probar su decisión, es por lo menos de tal naturaleza que no puedo expresarla por escrito sin dejar consignado mi nombre más todavía que si pusiera mi firma al pie de la carta, resulta que me encuentro en este momento sumamente perpleja y vacilante. Busco y no hallo algún arbitrio para que oiga Armando de mis labios el delicado encargo que me interesa confiarle a él solo, sin que por oírme él, tenga yo que ver su semblante, y ni la sombra de su cuerpo si es posible. V. que tiene tan sutil ingenio invente algún medio, mi buen amigo incorpóreo, invente un modo de que yo pueda hablarle a Armando Carrel; entiéndalo V. bien; a Armando Carrel; y dígale en mi nombre que acepto aquel arbitrio sea el que fuere, y que empeño solemnemente mi palabra a la que jamás he faltado, de que no intentaré de manera alguna ver un rasgo de su semblante ni escuchar un acento de sus labios. Le diré, al través de un muro si es preciso, lo que tengo que decirle y que no puedo fiar al papel, y después de aquello desearé, más que él mismo quizás, olvidar para siempre que mi leal caballero, que mi obediente súbdito, que mi querido ángel de guardia, tiene un nombre y un cuerpo semejantes a los nombres y a los cuerpos que abundan por ese mundo.

        V. dirá ahora si es posible o no que le instruyan mis labios de lo que espero de V. Adiós.



P.D.- He ido a pasear varias tardes por la montaña del Príncipe Pío; he ido también, contra mi costumbre, a sufrir las apreturas del Prado; y tanto el Príncipe como el Circo y Variedades, me han visto en sus lunetas en las últimas noches. Pero no he visto a V. en ninguna parte. V. que posee la virtud de traspasar un cristal sin romperlo, y de oír el sonido de la campanilla a cualquier distancia, ¿cómo es que no ha adivinado que su reina deseaba encontrarlo? ¿Cómo es que no ha sabido traspasar oportunamente las puertas de un teatro o de un paseo, para felicitarme por mi mejoría con una mirada invisible…?

1 comentario:

  1. 我喜歡這個博客。我不知道有問題的詩人。我搜索庫和尋找什麼。由於谷歌,我可以知道誰是這個偉大的女人。
    非常感謝。
    李工
    (Gustame blog. No conocía poetisa en cuestión. Busco información en bibliotecas y no encuentro. Gracias google yo conocer quién fue.
    Muchas gracias.
    Li Gong)

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