agosto 13, 2016

CARTAS PARA UN VERANO FOGOSO I



Hoy comenzamos la reproducción del primer lote de cartas, las cuatro primeras, aquellas que fueron escritas mientras Ignacio de Cepeda, el destinatario, se encontraba hospedado en la Posada de la Castaña o Mesón de la Castaña, que estaba en la Plaza del Buen Suceso de Sevilla y que daba alojamiento, principalmente, a estudiantes.

La foto principal que ilustra la entrada al blog, realizada por mí, corresponde a la carpeta aparecida en año de 1922 –pensamos que fue el propio Cruz de Fuentes quien la vendió a la Real Academia Sevillana de las Buenas Letras diez años antes de morir–. Esta carpeta contiene toda la correspondencia (Autobiografía y 53 cartas) escritas por la poetisa y celosamente guardadas durante setenta años por su destinatario. También contiene dos cartas, originales, que el propio Cepeda envió a la Avellaneda.

Según me ha comentado José María Rodríguez Cepeda –al cual conozco personalmente–, a su tatarabuelo le gustaba que sus nietos leyeran aquellas cartas para recordar a su celosa e indómita enamorada. El texto que a continuación transcribo, lo escuchó él de labios de su propio abuelo, quien debió contarle la historia. El escrito aparece en el prólogo de la edición especial que realizó el Ayuntamiento de Almonte en el año 2007:

Siendo muy anciano y con la vista fatigada, D. Ignacio convocaba a veces a sus nietos mayores [su abuelo uno de ellos], niños entonces que acababan de aprender las primeras letras, les daba algunas de las cartas y hacía que se la leyeran en voz alta. Al escuchar, revividos por aquellos ingenuos labios infantiles, los apasionados fragmentos de las letras por quien tanto le amó en vida, Cepeda muchas veces se emocionaba vivamente.

Igualmente cuenta José María Rodríguez Cepeda en el prólogo, (página IX) de la edición impresa de estas cartas, escrito para conmemorar el centenario de la primera edición, que su tatarabuela –María de Córdova y Govantes–, conocedora de toda la historia desde el principio, al referirse a las cartas y a la historia que contaban, solía decir: «Poco me importa la relación que mi marido pudo tener de soltero con esa señora, el hecho es que me prefirió a mi». Y yo me pregunto: ¿Qué razones tuvo entonces para entregar a Cruz de Fuentes toda aquella correspondencia para que fuera editada…? Una buena pregunta que intentaremos responder en el próximo post.

El resto de fotos que acompañan a esta entrada, todas de mi autoría, corresponden a la exposición al público de los originales de las cartas, en homenaje por el bicentenario del nacimiento de la autora, realizada por el Archivo de la Real Academia Sevillana de las Bellas Letras en el año 2014.

Como podrá comprobar el lector, la primera de las cartas, del 13 de julio de 1839, fue redactada y enviada a su destinatario, anterior al Cuadernillo autobiográfico fechado entre el 23 y 27 del mismo mes. No sabemos por qué razón Lorenzo Cruz de Fuentes la colocó, en sus dos ediciones, posterior a la Autobiografía.

La segunda, tercera y cuarta correspondencia tienen el objetivo primordial, de disculparse ante su enamorado por los «arrebatos indomables de celos» que experimentó la poetisa al verle, presumiblemente, acompañado por otras jóvenes damas en los paseos sevillanos y hasta subiendo a su habitación de la Posada de la Castaña. El recuerdo de estas escenas, típicas de una caribeña celosa a rabiar, alimentadas por el temperamento de las negras esclavas africanas –a las cuales estaba acostumbrada ver y actuar la joven Tula en su Cuba natal– se mantuvieron vivas por muchos años en la memoria y corrillos de la ciudad. No se hablaba de otro escándalo mayor en la Sevilla de entonces.

Recomiendo, encarecidamente, leer las cartas, ¡todas! Valdrá la pena, no sólo para seguir la historia, sino para comprender el espíritu indómito, en cuanto a relaciones amorosas se refiere, de la joven Gertrudis Gómez de Avellaneda.

Manuel Lorenzo Abdala.





Carta 1
Una hora de desvelo y melancolía en la noche del 13 de julio(1).Dedicada a mi «compañero de Desilusión».- Para él solo.

       
        ¡A vejez prematura te condena
         El desaliento de tu joven alma!
         ¡Sientes del tedio la insufrible pena!
¡Ningún consuelo tus dolores calma!

En tus amores viste decepciones,
Crimen y error en el imbécil mundo,
Y sucedió a tus dulces ilusiones
Desengaño mortal, tedio profundo.

Así la aurora de tu hermosa vida
Se despojó de mágicos colores,
Así la senda de tu edad florida
Yace marchita sin verdor ni flores.

¡Ay! ¡Yo comprendo tu penar insano!,
Porque mi suerte cual tu suerte fiera
Aquí en mi seno con airada mano
Fecundo germen de dolor vertiera.

También, cual tú, costosos desengaños
Atesoré con ávida amargura,
Y el horizonte de mis tiernos años
Surcó una nube de feral pavura.

Cielo sin claridad, campo sin flores,
Estéril árbol en fecunda tierra,
Mi juventud sin goces, sin amores,
A la esperanza del placer se cierra.

Éste es, ¡Ignacio!, mi fatal destino,
Y éste también el que te acecha airado,
Si de la vida al áspero camino
Te lanzas sólo en tu vigor fiado.

No del sentir el mágico tesoro
Exhausto yace en mi oprimido seno:
Ven pues, ¡querido!, y el ardiente lloro
Podamos juntos confundir al meno.

         También tiene el llanto
Goces silenciosos,
Perfumes preciosos
De pálida flor.

Como hay en noche
Benigno rocío,
Que del seco estío
Mitiga el calor.

         Más no los lazos de amistad me nombres,
Que en la amistad del mundo yo no creo,
Y en el lenguaje impuro de los hombres
Traiciones temo, si cariño veo.

No del amor la copa emponzoñada
Libaremos sedientos de ventura:
La del dolor tomemos, y, apurada
Entre los dos, partamos su amargura.

Del pesar la terrible simpatía
Esa nos una y nuestro lazo sea,
Y de la muerte a la región sombría
Juntos el mundo descender nos vea.

         Acaso en esa tumba
Do juntos bajaremos,
Un destello gocemos
De lumbre celestial.

Acaso un genio aguarda
Nuestras almas dolientes
Para abrirle las fuentes
Del placer eternal.


Me hace mal, mucho mal, oír a usted expresar sus ideas, dolores y esperanzas. Ya ve usted por esta composición qué pensamientos me inspira. Atienda usted a los versos y no a las ideas.

Efectivamente, a veces me abruma esta plenitud de vida y quisiera descargarme de su peso. He trabajado mucho tiempo en minorar mi existencia moral para ponerla al nivel de mi existencia física. Juzgada por la sociedad, que no me comprende, y cansada de un género de vida que acaso me ridiculiza; superior e inferior a mi sexo, me encuentro extranjera en el mundo y aislada en la naturaleza. Siento la necesidad de morir. Y, sin embargo, vivo y pareceré dichosa a los ojos de la multitud.

¿Mas lo creerá usted así?... No, yo lo sé, por eso temo nuestras conversaciones. Esto mismo que escribo no podría hablarlo sin conmoverme demasiado: porque cuando ambos nos sentimos uno junto al otro abrumados de la vida, cansados del mundo, entonces no sé qué delirio irreprimible me hace desear la muerte para ambos.

Usted me habla de amistad, y no ha mucho que sintió usted el amor. Yo no creo ni en una ni en otro. Busco en emociones pasajeras, en afectos ligeros, un objeto en que distraer mis devoradores pensamientos y me siento así menos atormentada, porque inconstante en mis gustos, [me canso] fácilmente de todo, y los afectos ligeros, que apenas me ligan, no me privan del derecho de seguir el instinto de mi alma que codicia libertad. Alguna vez deseo hallar sobre esta tierra un corazón melancólico, ardiente, altivo y ambicioso como el mío: compartir con él mis goces y dolores y darle este exceso de vida, que yo sola no puedo soportar. Pero más a menudo temo en mí esta inmensa facultad de padecer, y presiento que un amor vehemente suscitaría en mi pecho tempestades, que trastornarían acaso mi razón y mi vida. Además, ¿llenaría aún el amor el abismo de mi alma? ¡Todo lo he probado y todo lo desecho: amor y amistad! ¿Qué puedo, pues, ofrecer a usted, querido mío? ¡La compasión de un corazón atormentado…! y mis versos para distraerle un momento de ocupaciones graves.






Carta 2
Estoy avergonzada, ¡Dios mío! ¿Qué habrá usted pensado de mí, Cepeda, después de la extraña y ridícula conducta que tuve anoche? Si fuese usted un fatuo presumido, uno de estos hombres vanidosos de que abunda la sociedad, ya sé yo lo que pensaría.

Aun no siéndolo usted, aun creyéndole a usted modesto y no ligero en sus juicios, tiemblo al reflexionar en mis locuras el concepto que usted formará y lo que supondrá. ¿Qué hombre habrá bastante modesto que viendo en una mujer el arrebato indominable que usted vio anoche en mí, no creyera que sólo los celos…? ¡Dios mío!; mi mano tiembla y mi frente se cubre de vergüenza al pensarlo. He dado motivo para que usted no crea nada de cuanto le he dicho hasta el presente acerca de la naturaleza de mis sentimientos para con usted; he dado motivo para que usted me crea enamorada y celosa; he dado motivo para que usted me coloque en la lista de esas cuatro o cinco a quienes inspiró, sin pretenderlo, una pasión desgraciada. ¡Maldición! Yo sufro una humillación que no creía estuviese en la lista de mis padecimientos. ¡Qué papel he querido representar, o mejor dicho, he representado involuntariamente! ¡El de enamorada celosa! ¡Yo, yo, Dios mío!; no sé cómo no muero sofocada de rabia. Es cierto que no hay en mí ni amor ni celos; es bien cierto que ni le he mirado a usted como amante, ni le deseo como tal, ni lo admitiría… ¡lo juro a Dios y por mi dignidad de mujer! Juro que no lo admitiría a usted por mi amante, así como hasta ahora no le he considerado a usted como a tal.

Es bien cierto todo esto y que el afecto mutuo, que nos ha ligado hasta el alma, ha sido tan puro como desinteresado; y, sin embargo de esto, ¡qué papel hago desde anoche! ¡Cómo me he degradado por un capricho inconcebible, por una violencia pueril y extravagante! ¡A qué suposiciones humillantes he dado lugar! Ya lo ve usted probado; ya ve usted probado lo que yo le he dicho muchas veces: que hay en mi carácter algo de tan ligero, tan caprichoso y tan inconsecuente, que me ha de causar en mi vida muchas pesadumbres.

Las gentes me creen mujer de algún talento y mundo, y yo mismo lo he pensado así, pero nos engañábamos; ya lo sé por experiencia. A los veinticuatro años(2) soy más niña que una de cinco. Yo no tengo talento ninguno, ni tengo mundo, ni tengo prudencia; no tengo más que una desgraciada cualidad, que yo maldigo: una ingenuidad que raya en necedad y en locura. Usted debe haberse reído de mí, ya lo creo: no puedo quejarme. Pero tenga usted la bondad de escucharme un momento, que aunque no pueda ni pretenda justificar la ligereza y extravangancia de mi conducta anoche, acaso haré comprender a usted sus verdaderos motivos y evitaré, ya que no sea el concepto de arrebatada y de indiscreta en que usted debe justamente tenerme, al menos el de celosa, que me humilla lo que no es decible y que ciertamente no merezco.

…Mi dolor, mi sorpresa, mi exaltación eran efectos de una misma causa. No vi en usted en aquel momento el amigo de mi corazón, que asegurándome una amistad grande, tierna y santa, me había dicho: puedes aceptarla sin temor ni reserva, porque te la ofrece el más puro y ardiente de los corazones(3). En vez de este corazón puro y ardiente, yo no vi en aquel momento rápido de sorpresa y de dolor sino un corazón usado al extremo, un corazón dividido entre muchos objetos…

Lo que dije, lo que hice, yo no lo sé exactamente. Sé que me volví loca nada más; loca de dolor, al ver destruida mi última y más querida ilusión: la ilusión divina que me hizo creer había hallado al fin un corazón sensible, puro, ardiente, capaz de grandes pasiones y acaso de grandes faltas, pero no capaz de tibios y multiplicados afectos…

Todo esto, agolpándose súbitamente en mi cabeza, la trastornó en términos que ya no supe más lo que hice. [Parecía] que me habían transportado a otro mundo, a un infierno, y aquella carta de usted, que tenía en mi seno, me quemaba como un ascua de fuego. Hice mil locuras, locuras que pudieron ser bien siniestramente interpretadas; y lo que más siento, lo que más me humilla, es el pensar que usted mismo, Cepeda, usted mismo, habrá creído ver un arrebato de celos en lo que no era más que un exabrupto de dolor. ¡Cuán avergonzada estoy, Dios mío! ¡Hubiera querido morir antes de salir anoche de mi casa!

No me mande usted mis cartas que le pedí, y en nombre del cielo y de la compasión, olvide usted mis locuras de anoche. Respecto al cuadernillo que di a usted, sabe usted mis condiciones. Están en él designadas las personas por sus nombres, y encierra confianzas que sólo a usted pudiera yo haber hecho, pues soy sumamente reservada en asuntos domésticos. Por todo esto, no estaré tranquila hasta saber qué ha sido quemado por usted mismo: lo ruego y lo exijo(4).

Por lo demás, nada me resta que decir. Retíreme usted su confianza, no la merezco; soy demasiado violenta y ligera; soy también muy joven todavía para ser confidente de un hombre de su edad de usted(5) y de sus méritos, y diré aún más, de un hombre que se halla en posición tan delicada. No tengo ni la madurez, ni el talento necesario para aconsejar con acierto, y sólo podré afligirme o hacer locuras como anoche. Seré siempre su amiga de usted…

Sea yo para usted lo que es Concha(6), lo que es Ana Estrada y otras muchas amigas jóvenes que usted tiene, y usted para mí sea como Bravo(7), como otros pocos, un amigo estimado, que siempre se ve con placer, pero que se puede dejar sin gran dolor. Bajo este arreglo yo garantizo que no habrá ya nuevos disgustos entre nosotros, no ciertamente. Pero no me pida usted ya confianza, amistad exclusiva. No está ya en mi mano concederla, ni posible es que yo pueda fingir.

Adiós, mi amable amigo, feliz viaje; déjeme usted cuatro letras en el correo, acusándome el recibo de ésta, pues no estaría tranquila si no supiese con certeza que usted la había recibido. Diviértase usted en Elmonte o Almonte, y consérvese bueno y estudioso para que le veamos pronto. Repito y ruego encarecidamente, de rodillas si es preciso, que olvide usted mis miserias de anoche. Si no puede usted impedirse el creer que sólo el amor, y un amor exaltado y celoso pudo arrastrar a tales imprudencias a una mujer que no es, naturalmente, ni loca ni tonta, créalo usted; pero crea usted también en que, si existió, ya no existe, y que si existió, era sin conocerlo yo misma.

En fin, lo que deseo, sobre todo, es que se olvide todo lo pasado(8).
Tula.




Carta 3
Domingo 4 de agosto(9).

He recibido la de usted a su debido tiempo y sin que haya ocurrido la menor novedad. No sé por qué le parecía a usted poco seguro este conducto, cuando es el menos sujeto a riesgos(10). Sin embargo, puesto que usted dudaba y me dice aguarda le acuse el recibo de la suya, lo hago, y me permitiré, aunque falte a su encargo de usted, añadir algunas líneas más. Si le es a usted enojoso leerlas, guarde usted esta carta sin pasar de esta línea, pero léala algún día.

Algún día remoto, cuando yo haya dejado para siempre estos países, y que mi memoria, sin tener bastante influjo para agitarle o enojarle, tenga el necesario para hacerle grato un último recuerdo de mi cariño. Acaso no nos volveremos a ver más: ¿quién sabe? usted se marcha a Almonte hoy o mañana, yo partiré a Cádiz con mi hermano(11) dentro de diez o quince días y estoy resuelta a permanecer un mes por lo menos(12). Si en este tiempo mamá tiene orden de marchar a Galicia (como todo lo anuncia), en ese caso me quedaré en Cádiz, y acaso cuando le deje sea para atravesar nuevamente los mares y separarme de usted 1800 leguas. ¿Por qué, pues, rehusará usted oírme, acaso por última vez? ¡Es tan solemne una despedida aun cuando sólo sea por tres días de ausencia…! ¿quién nos asegura al dejar un objeto querido que volvamos a encontrarle? ¡Oh!, y en esta horrible duda, en esta posibilidad terrible de una eterna separación, ¿deberán despedirse enojados dos amigos que se han querido?, ¿deberán separarse sin dirigirse una mirada de consuelo, una palabra de reconciliación? Cuando se buscasen sin poder hallarse, cuando no esperasen volver a verse más, ¿no sentirían entonces un tardío arrepentimiento de no haber perdonado?

Usted se ha resentido conmigo: ¡cosa rara! ¡es usted un hombre singular!: otro en lugar suyo se hubiera lisonjeado, porque mis tonterías de la otra noche a mí sola me perjudicaban, a mí degradaban, a mí ridiculizaban(13); y yo sola tengo derecho por lo tanto para estar irritada conmigo misma. Pero usted no sé por qué pudo ofenderse tanto. Sin embargo, básteme saber que lo está para no querer se marche usted en esa disposición. Yo no estoy, ni tengo a la verdad motivo ninguno de estar con usted enojada, porque del mismo modo que yo me perjudiqué a mí misma, y solamente a mí entregándome a aquel rapto extravagante y caprichoso de cólera, pues probé con mi conducta que era una necia, y una imprudente, sin sentido común; así usted...(14) se perjudicó, porque mostró que no tenía un corazón tan puro como me lo había dicho, y yo creía, ni una conducta digna del hombre, que se atrevía a ofrecer una grande, tierna y santa amistad. ¡Ay! Las grandes pasiones se tocan casi siempre: yo no sé si puede dar una grande amistad el que ha dado multiplicados amores!

Nell'anima innocenti
varie non son fra loro,
le limpide sorgenti
d'amore e d'amistá.

                                                   Metastasio.
                 

En las almas inocentes
una misma es la fuente
de que manan el amor
y la pura amistad.


Ha dicho Metastasio y acaso lo he creído yo misma así, y por eso no esperaba saliese del puro manantial de una alma cual la de usted dos sentimientos tan diversos, y que diese amores vulgares un corazón capaz de sublime amistad.

Pero en todo esto no hay que deba irritarnos al uno contra el otro. Usted es bastante generoso para perdonar la dureza de mi franqueza en atención a que me inspira un interés vivísimo, y que con permitírmela con usted le doy una prueba de cuán superior le creo a esos fatuos vanidosos, que no tienen bastante razón para conocer, que no la han tenido siempre, y no pueden perdonar el que se les hable el lenguaje algo áspero de la verdad. Yo tampoco debo ofenderme, antes bien agradecer la confianza que usted me ha dispensado, sólo me irritó en un primer momento el que no fuese usted tan grande, tan sin igual, tan sublime como lo deseara mi corazón. ¿Pero por qué sería tan injusta que se lo reprochase a usted como un crimen?

¡Cepeda!, tú eres lo que has sido, lo que serás siempre para mí, el más amable de los hombres y el más querido de los amigos: esto eres todavía y esto tienes que ser mientras yo viva: ¿por qué, pues, nos separaremos de este modo? ¿Te lo aconseja así tu corazón?,  ¿podrás no conocer el mío? En cuanto a mí, no puedo, ni quiero: es preciso que te diga que te quiero aun más que a ningún hombre he querido, y que si el destino ha ordenado no te vuelva a ver más, conservaré de ti una tierna e imborrable memoria. Adiós, pues, tú que me inspiras una ternura fraternal; tú, por cuya dicha daría una parte de mi sangre, recibe mi adiós, y ya que no me lo retornes vierte sobre él una lágrima de reconciliación; tendría un placer en verte esta noche, pero no lo exijo, adiós.







Carta 4(15)

Amigo mío: he estado a punto de hacer un desatino sólo por haber soñado que te habías marchado. Es preciso para sosegar mi corazón que te vea esta noche. Creo que iremos esta tarde en casa de las Jurado, pero de todos modos, a las ocho u ocho y cuarto, estaré en casa sin falta. No dejes de venir a verme.

Mándame la composicioncilla mía A la luna, que te di impresa(16), pues el ejemplar que tenía se me ha perdido, y quiero hacer una colección de todas.

Adiós, hasta las ocho u ocho y media, lo más tarde. Además, si me es posible hacer desistir a mamá de la visita, lo haré; pero repito que de todos modos estaré en casa a las ocho.


Anoche, apenas una hora he dormido: estoy en pie desde las cinco.







Notas: 
1
Sevilla, 13 de julio de 1839. Como podrá comprobarse, esta carta, la número 1 del lote de 53, fue escrita anterior a la Autobiografía que ya transcribimos la semana pasada. No sabemos por qué razón el señor Lorenzo Cruz de Fuentes, la ubica en segundo lugar.

2
La cuenta de sus años no la llevó nunca bien la insigne Tula. Ya dejamos copiada en nota a la Autobiografía su partida de bautismo (Nota del Lorenzo Cruz de Fuentes)

3
Las palabras subrayadas son de la carta de don Ignacio a la Avellaneda, fecha 15 de julio de 1839, cuyo borrador se conserva. (Nota del Lorenzo Cruz de Fuentes)

4
Contestando a ese párrafo decía don Ignacio en la postdata de su carta, fecha 3 de agosto de 1839:
«Se me olvidaba decir a usted que no he aplicado su sentencia al libro de memorias, porque se me hace duro y no podré resolverme a ello; pero si usted insiste se lo entregaré, que es el modo de que quede completamente satisfecha.» Por fortuna, no fue aplicada tan cruel sentencia al libro de memorias o cuadernillo, que es la autobiografía que precede a esta colección de cartas, ni su autora volvió a insistir en la petición. (Nota del Lorenzo Cruz de Fuentes)

5
La afirmación es inexacta, puesto que de ella se deduce que don Ignacio contaba más edad que la poetisa; cuando precisamente era todo lo contrario. (Nota del Lorenzo Cruz de Fuentes)

6
Una de las señoritas Noriega, ya citada en la autobiografía. (Nota del Lorenzo Cruz de Fuentes)

7
Don Pedro Gómez Bravo, ya citado en nota a la autobiografía. (Nota del Lorenzo Cruz de Fuentes)

8
Para fijar la fecha de esta carta, que corresponde al 10 de agosto de 1839 (según se expresa en nota del prólogo de la primera edición), se ha tenido a la vista el borrador de la contestación dada por don Ignacio. Lo que se ha suprimido de la carta se indica por puntos suspensivos. (Nota del Lorenzo Cruz de Fuentes)
Nosotros agregamos que es una pena los suprimidos de las cartas, tachonados deliberadamente en los originales por el señor Lorenzo Cruz de Fuentes (imperdonable)

9
Año 1839. En ésta, como en todas las demás cartas de esa época que no expresan el lugar, deberá entenderse que fueron escritas en Sevilla. (Nota del Lorenzo Cruz de Fuentes)

10
Alude la escritora a lo que don Ignacio le decía en postdata de su carta del día anterior: «He detenido la remisión de ésta hasta ahora, que son las nueve y media de la mañana, dudando qué conducto elegiría como más seguro de que llegase a manos de usted, pues temía que esta falta provocase a usted a mandar la criada por saber si me había marchado (a Almonte); mas, ya que se me hace tarde, he preferido, quizás imprudentemente, el correo, donde yo mismo voy a echarla.» (Nota del Lorenzo Cruz de Fuentes)

11
Don Manuel, su hermano de padre y madre. (Nota del Lorenzo Cruz de Fuentes)

12
Durante su breve permanencia en aquella ciudad le hizo su retrato el notable miniaturista Moral, del cual procede el que publicamos en esta edición.
Allí conoció al maestro Lista, que regentaba el Colegio de San Felipe, y a los redactores de La Aureola, de quienes habla en carta de 28 de agosto de ese año. (Nota del Lorenzo Cruz de Fuentes)

13
Se refiere a una escena destemplada que tuvo con el señor Cepeda, a quien había acusado de vanos amoríos. (Nota del Lorenzo Cruz de Fuentes)
Volvemos sobre lo mismo: Lorenzo Cruz de Fuentes en sus ediciones ha dado por sentado que la Avellaneda faltaba a la verdad, algo que nunca podremos saber con exactitud.

14
Lorenzo Cruz de Fuentes ha escrito una vez más: “Se ha creído oportuno suprimir tres renglones inspirados en los celos, que devoraban a la poetisa, y faltos, por tanto, de verdad”. Esto viene a demostrar la manipulación de estas cartas que están llenas de borrones y tachaduras, realizados probablemente por el propio señor Cruz de Fuentes en gratitud por el gesto de la señora Govantes viuda de Cepeda. Nunca podremos saber la verdad ¡Nunca! Cruz de Fuentes enaltece la figura de Cepeda y rebaja la actitud de la poetisa, algo que nos parece injusto y hasta falto de respeto.

15
Corresponde a los primeros días de agosto de 1839, entre el 4 y el 15, fecha esta última en que ya estaba don Ignacio en Almonte. El sobrescrito dice: «Sr. D. Ignacio Cepeda, en S. M.» (Nota del Lorenzo Cruz de Fuentes)

16
Una de las primeras composiciones de la Avellaneda, escrita en Sevilla en el propio año de 1839 y publicada por La Aureola de Cádiz. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario