junio 19, 2015

UN ABISMO ENTRE NUESTROS CORAZONES

"Te doy gracias por todo, pero no acepto tu buen deseo: es inútil. A Dios"


“La sangre me hierve y el alma se me repliega...”
(Epílogo a la anterior carta)

Como en la otra, sin mayores comentarios (de momento). No son necesarios. El billete, escrito a la defensiva mujeril, lo dice absolutamente todo. La Avellaneda, ultrajada, expulsa multitud de reproches, ¡tormentosos!, colmados de angustias y sinsabores varios… Al final se deshace de su amante con férreas verdades, sin posibilidad de réplica:
       
        Nosotros no nos comprendemos; no es posible que nos comprendamos jamás. No sentimos del mismo modo; no vemos las cosas de igual manera: falta entre nuestras almas simpatía; no se adivinan, no se identifican ni un solo instante.

Después de esto, solo cabe recapitular y cerrar la historia. Una leyenda de amor, como en los cuentos de hadas, que pudo ser diferente y con un cierre mucho más acertado, al real deseo de los enamorados. Pero no, en la Avellaneda nunca cupo el amor verdadero ni la plena felicidad. Ese fue su karma, y el de su época.


Manuel Lorenzo Abdala






Carta número 33
[27 de mayo de 1853]

        Antonio: en el momento mismo en que salía mi criada con la adjunta, encontró al cartero que traía la tuya. La he leído, y añado estas líneas a lo que te digo en las otras.

        Mi madre debe estar admirada de que sólo cuando falta de casa vienes tú a ella. Yo te he dicho “no quiero que conozcan en mi casa mi amor por ti, y me privo por esa causa de recibirte en ella todos los días”: ¿pero es manera de ocultar el amor el prestarle un carácter indigno? Después de haberte hallado mamá dos veces en casa, junto a mí, ¿qué debe pensar que no hayas hecho una sola visita a presencia suya? ¿Qué debe pensar al ver que no cumples conmigo ni los deberes de simple urbanidad? ¿Qué debe pensar, sino piensa que eres un amante; pero un amante secreto; un amante meramente carnal; un amante de aquellos que no tienen las mujeres como yo, y a cuyo papel despreciable no se avienen jamás hombres que se estiman? Estoy mal a los ojos de mi familia; mal a los de Eloísa, que por poco que me importe, es una mujer y debe comprender lo que es un amor digno y decoroso: estoy mal a los míos, y tan mal que todo mi disimulo, que todos mis pasmosos esfuerzos por sepultar en mi alma la cólera y el disgusto que me siguen hace días a todas partes, no bastan ya a reprimir la expresión de profundo descontento que se viene a mis labios, a pesar mío. En fin, Antonio: acabemos. Nosotros no nos comprendemos; no es posible que nos comprendamos jamás. No sentimos del mismo modo; no vemos las cosas de igual manera: falta entre nuestras almas simpatía; no se adivinan, no se identifican ni un solo instante. Nada que puede serme grato aciertas tú a hacerlo: aciertas por el contrario, hasta en los momentos de mayor delirio, a hacer lo que me es más incomprensible, más antipático, más repugnante. Chocas con todas mis ideas sobre el sentimiento; y yo debo ser para ti, igualmente chocante. Lo repito: nuestras inteligencias se entienden sin duda, porque ambos tenemos talento; pero me convenzo más cada día de que hay un abismo entre nuestros corazones: Que solo se han atraído para repelerse.

        ¡Y bien! ¿Qué quieres…? Yo no lo sé. La sangre me hierve y el alma se me repliega con contracción dolorosa. Me harías mucho bien en poner un término a esta situación extraña.

        A Dios

Tula    

P.D.- No te tomes la molestia de hablar de La Aventurera. Me importa un bledo que la censuren o la aplaudan. Ha pasado en la escena felizmente que era lo que deseaba: ahora no me ocupo más de semejante cosa. Te doy gracias por todo, pero no acepto tu buen deseo: es inútil.

No hay comentarios:

Publicar un comentario