agosto 06, 2012

MEMORIAS DE 1838 (VI parte)



Batalla del Clavijo, con Santiago Matamoros, Anónimo de 1630. Museo de Artesanías de Colonia, Alemania.


SEGUNDO CUADERNILLO
Galicia
Santiago de Compostela

Si no me engaña mi memoria en el día, fue el 23 de marzo (de este año de 1838) cuando salimos de La Coruña para Santiago en la diligencia, a las tres o cuatro de la madrugada. Son diez leguas de camino nada grato, que hizo la diligencia en trece horas; pero teniendo que llevar escolta, andaba despacio, y llegamos a Santiago, con un tiempo lloviznoso, a eso de las cuatro de la tarde.

        La entrada de la ciudad es muy innoble y desagradable y casi inspira un sentimiento de repugnancia. Todo lo que el aspecto de La Coruña tiene de alegre y animado, otro tanto es triste y silencioso el de Santiago, sin que se encuentre el menor punto de semejanza entre estas dos ciudades de Galicia, que se disputan la preeminencia hace tanto tiempo.

Puerta Santa o Puerta del Perdón. La Puerta fue construida, o abierta, en el siglo XVII perforando la vieja pared románica para crear un acceso directo desde la plaza a la cripta. Es como un tablero de piedra que recibe al peregrino.

         Santiago es grande, infinitamente mayor que La Coruña, y paseando por sus calles se admiran muchos y magníficos edificios de que aquélla carece; pero Santiago tiene todas las desventajas de una ciudad interna, que se notan a primera vista viniendo de otra marítima y comercial. Sus calles son, en lo general, torcidas, estrechas y poco limpias. Las principales están embaldosadas o con anchas aceras, pero otras tienen un empedrado bastante malo. La plaza llamada de la Constitución es hermosa y digna de una descripción más detallada que la que podré darte yo, no habiéndola visto más que dos veces, sin mayor examen. Es grande y cuadrada; la catedral sola forma un frente, y el seminario otro, ambos edificios de una suntuosidad admirable.

Composición de tres grabados de principios del siglo XIX.


         La catedral tiene tres torres afiligranadas, de exquisito trabajo, y vista por cualesquiera de sus fachadas, presenta esta bella iglesia un aspecto grandioso y magnífico. Entrando, sorprende la riqueza y suntuosidad de sus adornos, y antes de haber visto la catedral de Sevilla, yo hubiera dicho que no era posible encontrar cosa más magnífica. Dícese que en una capilla está el cuerpo del apóstol Santiago, y en la misma se encierran otras muchas reliquias de Santos, sobre las que el fanatismo y la superstición han hecho un velo de ridículo que destruye en gran parte el efecto religioso que debiera producir.


Urna de plata donde se han guardado las reliquias del apóstol Santiago y de sus discípulos. En el siglo XIX se aseguraba a los peregrinos visitantes que entre las reliquias de la urna había insólitas preciosidades...!




        No se da fácil entrada a los forasteros que van a visitar esta capilla, pero se les regala un largo papel impreso que contiene la lista de todas las santas preciosidades y reliquias que dicen haber en ella, y no pude menos de reírme leyendo esta enumeración, en la que una gota de la leche virginal de María Santísima está en primer lugar.
Lo que hay de más cierto con respecto a la dicha capilla, es que oculta inmensas riquezas de las ofrendas que de tiempo inmemorial se hacen en ella.


       Hay en Santiago un prodigioso número de iglesias y conventos, y todos ellos son hermosos edificios. La iglesia de San Martín es casi tan soberbia y bella con la misma catedral.

Foto actual de la Iglesía de San Martín



Tantos son los magníficos edificios de Santiago, que no puedo enumerarlos ni hacerte mención particular de ninguno de ellos; sólo sé que mirándolos bajo aquel cielo oscuro y triste y en una tan fea población, no pude menos que compararlos a una rica sarta de perlas colocada en el hocico de un cerdo.

        No vi en Santiago más que un paseo de verano, ni creo hay más; éste es una alameda poco mejor que la de La Coruña, fuera de la ciudad, en el camino de Pontevedra; cuando la vi aún estaban los árboles sin hojas y nada presentaba de agradable; para paseo de invierno hay unos portales que llaman Rúa del Villar.

 
No hay teatro ninguno en aquella grandísima ciudad, lo que me causó no poca extrañeza, y creo que, comparado el trato de los coruñeses con el de los de Santiago, debe parecer muy fino y sociable el de los primeros.

Estuvimos dos días y medio en aquella ciudad, y el 26, por la madrugada, salimos para Pontevedra, no en diligencia, porque no la había, sino en unas llamadas literas, que creo invención dé los gallegos y que por cierto no les hace honor, pues no es posible viajar más incómodamente que en las tales literas.

Continuará...

Nota de la redacción:
Todo lo reproducido en este post -salvo acotaciones y notas-, se ha tomado del original, ortografía y puntuación incluidos: Gertrudis Gómez de Avellaneda: Biografía, bibliografía e iconografía, incluyendo muchas cartas, inéditas o publicadas, escritas por la gran poetisa o dirigidas a ella y sus memorias (páginas 265-267) Domingo Figarola Caneda, notas ordenadas o publicadas por Emilia Boxhorn, SGLE, Madrid 1929.


2 comentarios:

  1. A juzgar por la descripción, la Santiago de entonces era una ciudad tristísima y claro, nada que ver con la de hoy. Otra vez el texto se dimensiona por los excelentes grabados de la época.

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  2. Convengo absolutamente con el comentario de Tenchy Tolón. Y me he reído con la risa que se le escapó a la Avellaneda, como si pudiera verla en tal desliz, al leer la lista de los tesoros de la santa capilla del apostol y en la misma hallar la gota de leche virginal. Divina siempre, Tula.

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